229.03
Prolegómenos 2
Día 3 de
junio de 2013, jueves.
Amanecer
en Barcelona
Para
cuando el despertador suena a las 9:00 horas, hace tiempo que me he
levantado; la primera vez, de madrugada para orinar y, la segunda, a algo más.
Estoy leyendo las insólitas aventuras de Juana de Arco, la santa
guerrera que vino al mundo para salvar a Francia, con la luz natural
matutina que entra por la ventana. ¡Cuánto sabía esta santa mujer de
estrategia bélica! Luisa se levanta también y desayunamos bizcocho,
unas magdalenitas y descafeinado con leche. Bajamos la basura y nos
acercamos a Renfe para ver la hora de salida de los trenes hacia
Blanes y bajamos, por otra rambla, hacia la Barceloneta.
Salimos
al mar por la zona más al Norte, bastante cerca de la playa nudista
que no me gusta, la que queda oculta del paseo por un promontorio de
tipo dunar. El paseo está en obras en algunos tramos; están
ampliando brazos hacia el mar y afecta a zonas de arena, que ahora
están removidas, y a accesos, pero el día está sano y el airecillo
que corre se agradece, así que continuamos por el paseo elevado.
Buscamos Can Tipa, el restaurante que trae a Luisa recuerdos de
comidas familiares y donde ya celebramos con arroz caldoso de
bogavante el verano anterior, pero nos pasamos sin verlo y debemos
retroceder. El pakistaní que nos atendió nos reconoce y dejamos
reservada mesa para la una del mediodía. Luisa se sienta en una
terraza, pide una cerveza y se queda leyendo un periódico, mientras
yo me voy a dar un baño frente al Club Náutico. También esta zona
de la playa de San Sebastián está en obras y casi me paso. Me doy
un par de baños, el agua está muy agradable y me paseo para secarme
por la orilla. Antes de la hora acordada vuelvo a la terraza donde
está Luisa, quien me invita a un vermouth con aceitunas y patatas
fritas. Luego, bordeando el puerto, llegamos a Can Tipa.
Segundo
año celebrando en Can Tipa
El
próximo año, cuando dé la vuelta a Baleares, repetiremos el
programa y será una forma de institucionalizarlo. Al igual que el
pasado año, comemos muy bien. Ha sobrado una miseria de arroz con
algún langostino suelto y, como está tan bueno, aunque no sea más
que una pequeña ración, decimos al camarero que nos ha servido,
otro pakistaní, que nos lo ponga para llevar a casa; pero el
muchacho, al ver el recipiente de la paella tan vacío, se piensa que
estamos de broma, que es nuestra forma de decir que estaba muy rico,
hace caso omiso de nuestra petición y nos quedamos sin los restos. El tiramisú que comemos de postre no es hecho por ellos y, también
bromeando, nos había ofrecido otro postre típico de Pakistán, pero
tardaría algún tiempo en llegar desde Asia. Dejo propina de 5 €
para que nos sigan recordando y pienso que las propinas cumplen la
función de comprar afectos, en contraste con mi viaje en el que los
afectos se consiguen gratis, o con un bajo coste económico.
Huevos flotadores
Volvemos
paseando hacia el Casal al que acostumbra a ir Luisa y vamos haciendo
el recorrido de la fiesta del huevo que flota, suspendido en la
cúspide de chorros verticales de agua. Es una fiesta en la que
engalanan las fuentes y los patios.
Además del de la fuente del Casal, veremos el de Santa María del Mar y dos más. El patio del Ateneo está a tope y nos sentamos en el bar interior con ventana hacia la visión del huevo flotante. Por la tarde he quedado con Àngels, Luisa tiene que ir por recetas (espero que no le hagan el control de alcoholemia) y nos despedimos hasta lo que dé de sí el reencuentro.
Además del de la fuente del Casal, veremos el de Santa María del Mar y dos más. El patio del Ateneo está a tope y nos sentamos en el bar interior con ventana hacia la visión del huevo flotante. Por la tarde he quedado con Àngels, Luisa tiene que ir por recetas (espero que no le hagan el control de alcoholemia) y nos despedimos hasta lo que dé de sí el reencuentro.
Con
Àngels, pero sin el peroné roto
Mantengo
relación epistolar con Àngels desde el encuentro fortuito en Roques
Planes, en Sant Antoni de Calonge, en el momento fatídico en que un
descuido me rompió el peroné y ella, que disfrutaba allí sacando
fotografías, dejó su afición para hacer lo que las circunstancias
le exigían en aquel momento, que era acompañarme a un centro de
salud donde me pudieran curar y orientar.
Allí me sirvió de mucha ayuda y yo hubiera querido agradecer de forma más elegante, a ella y a otros que me ayudaron después, pero no pudo ser. Por eso, nos hemos citado en la calle Tallers y, como he llegado antes de la hora, he entrado en un bar, he pedido un botellín de agua (algo insólito, algo que jamás hago) y me he sentado en la terraza y puesto a dibujar mi primer dibujo del viaje. Me saldrá algo caótico, algo confuso, acorde con el encuentro. La razón de este caos es que, desde la posición en que estoy, y no me apetece moverme, para no salir de la zona de sombra, se ve una iglesia con un árbol delante. Es el árbol el que produce el caos. Es curioso, pues un elemento de la naturaleza que, durante mis viajes, suele ser lo que me ayuda a comunicarme con el paisaje y con la gente, ahora, en la ciudad, con el urbanita que soy, sea lo que me incomunica. Aparece Àngels por el fondo de la calle y, enseguida la reconozco de lejos. Está estupenda. Porque ella me lo dice, pero yo no diría que pesa diez kilos menos desde el año pasado. Quizás eso sea lo que le hace estar más nerviosa y lo que le convierte en más ansiosa, con más necesidad de fumar. Buscamos un lugar para fumadores, tranquilo, donde podamos charlar y nos costará encontrar el más idóneo. Sin llegar, ya enciende un cigarrillo en la calle. No encuentra el local, retrocedemos, vamos, volvemos a la misma calle, y allí está. Es un local muy particular, pero no recuerdo ni su nombre, ni la calle, y sería incapaz de volverlo a encontrar. Toda mi atención se centra en ella. Hablamos de trabajo, de hijas, ella se encuentra bien y satisfecha con su peso actual, que le exige mucha atención, ser muy estricta, pero eso le gusta y le hace estar bien consigo misma. Yo la veo en una situación rara, intermedia entre firme y dubitativa. Me pregunta por qué mi gusto por practicar nudismo. No está de acuerdo en la discriminación de género que yo planteo. Intento darle otro enfoque, pero no consigo arreglar su opinión. Tomamos dos cañas, pero no puede con la segunda, con la primera dice que ya se ha pasado, y yo lo agradezco. Nos despedimos y me dice que me mandará un nuevo correo electrónico. Àngels me orienta hacia Balmes y ya no la he vuelto a ver más, a pesar de que sigo visitando periódicamente a Luisa en Barcelona.
Allí me sirvió de mucha ayuda y yo hubiera querido agradecer de forma más elegante, a ella y a otros que me ayudaron después, pero no pudo ser. Por eso, nos hemos citado en la calle Tallers y, como he llegado antes de la hora, he entrado en un bar, he pedido un botellín de agua (algo insólito, algo que jamás hago) y me he sentado en la terraza y puesto a dibujar mi primer dibujo del viaje. Me saldrá algo caótico, algo confuso, acorde con el encuentro. La razón de este caos es que, desde la posición en que estoy, y no me apetece moverme, para no salir de la zona de sombra, se ve una iglesia con un árbol delante. Es el árbol el que produce el caos. Es curioso, pues un elemento de la naturaleza que, durante mis viajes, suele ser lo que me ayuda a comunicarme con el paisaje y con la gente, ahora, en la ciudad, con el urbanita que soy, sea lo que me incomunica. Aparece Àngels por el fondo de la calle y, enseguida la reconozco de lejos. Está estupenda. Porque ella me lo dice, pero yo no diría que pesa diez kilos menos desde el año pasado. Quizás eso sea lo que le hace estar más nerviosa y lo que le convierte en más ansiosa, con más necesidad de fumar. Buscamos un lugar para fumadores, tranquilo, donde podamos charlar y nos costará encontrar el más idóneo. Sin llegar, ya enciende un cigarrillo en la calle. No encuentra el local, retrocedemos, vamos, volvemos a la misma calle, y allí está. Es un local muy particular, pero no recuerdo ni su nombre, ni la calle, y sería incapaz de volverlo a encontrar. Toda mi atención se centra en ella. Hablamos de trabajo, de hijas, ella se encuentra bien y satisfecha con su peso actual, que le exige mucha atención, ser muy estricta, pero eso le gusta y le hace estar bien consigo misma. Yo la veo en una situación rara, intermedia entre firme y dubitativa. Me pregunta por qué mi gusto por practicar nudismo. No está de acuerdo en la discriminación de género que yo planteo. Intento darle otro enfoque, pero no consigo arreglar su opinión. Tomamos dos cañas, pero no puede con la segunda, con la primera dice que ya se ha pasado, y yo lo agradezco. Nos despedimos y me dice que me mandará un nuevo correo electrónico. Àngels me orienta hacia Balmes y ya no la he vuelto a ver más, a pesar de que sigo visitando periódicamente a Luisa en Barcelona.
Última
noche barcelonesa
Antes
de llegar a la calle Valencia, donde ya estaré totalmente orientado,
pregunto a dos chicas, quienes me dirigen hacia Aragó y por allí,
llego mejor al Clot, pero me ha costado una hora. Casi son las diez
cuando llego y a Luisa le suele gustar acostarse temprano; me saca
una ensaladilla, que como muy a gusto y, aunque siempre me dijeron
que por la noche mata, un par de rajitas de melón. Charlamos un
ratito en los silloncitos de la sala, cantamos el “Zorionak” a
Sergi, su hijo mayor, en su 38 cumpleaños, que ha venido también por el cava
fresquito, y cada uno a su cama.
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