Etapa 56
(234) 8 de junio de 2010, martes.
Cala
Calella-Cala Montgó-l’Escala-Sant Martí d’Empuries-l’Escala-(Cala
Montgó, en coche).
Hoy es el
cumpleaños de mi hermana Sagrario.
Despertar
en cala Calella
Aunque
he dormido mal, al final no me despierto hasta las 6:50 h. Me levanto
y me doy un baño cómodo en el mismo sitio de ayer tarde. Para las
7:10 h ya estoy en marcha. Sigo el camino que debiera haber cogido,
después de estar con el joven que me informó ayer y, al llegar a la
carretera, leo: 3 h ¾ a l’Escala.
Caminando
por el Macizo del Montgrí
El sendero, después
de un cruce, se convierte en un camino ancho y vuelve a ser carretera
en un lugar en que aparece la señal en aspa, blanca y roja,
indicativa de que por allí no debo seguir. Busco, pero no veo la
señal correcta. Como ayer no cené y, si sigo este camino que he
comenzado, intuyo que voy a tardar en llegar a un lugar adecuado para
desayunar, abandono el camino y continúo por el de la señal no
recomendada. Tengo tan buena fortuna que me cruzo con un matrimonio
alemán, con el que me explico en francés. Les cuento, y les encanta
mi viaje. Me dicen que siguiendo por este camino saldré a la costa y
llegaré a Cala Montgó, donde podré desayunar; que el precioso
paraje por el que voy es el Macizo del Montgrí (todo el entorno,
desde ayer por la tarde, lo es) y que Cala Montgó es ya el final del
Montgrí. Me despido de los alemanes que me han informado tan bien,
pero lo que no me han dicho es que, pocos metros más adelante de donde
nos hemos encontrado, hay un camping.
Estiwi
en el Camping Neus
Pido
permiso para entrar en el camping y en el bar me atiende Estiwi. Me
sirve un gran bocadillo de jamón con el pan untado en tomate, me
regala un croissant que sobró del día anterior, al que no hago
ningún asco y, como no sabe cómo agradarme con el café grande que
le he pedido, me da un vaso de café y otro de leche caliente y yo me
lo mezclo ya en la mesa. Todo me sabe buenísimo. No hay mejor cosa para
apreciar la comida que tener hambre cuando se come. Hablando con
Estiwi, me da la impresión de que el muchacho está intentando salir de una mala racha en su experiencia vital. El trabajo que está haciendo en el camping, parece que le ayuda.
Le hablo de mi camino, de los deseos y las satisfacciones, de la
voluntad y la libertad que uno siente cuando supera dependencias.
Estiwi escucha.
Le enseño mis dibujos. Le gustan y él me regala uno de los coches que se inventa y de los que hace muchos. Aquí os presento el coche que me regala. Interpreto que su intención es hacerme más llevadero el camino. Como no ocupa casi nada de sitio, lo recibo con mucho agrado y lo guardo en mi diario, donde a día de hoy lo conservo. “¿Qué habrá sido de Estiwi?”, me planteo hoy. Le pregunto: “¿por qué no te dedicas a hacer cómics?” Me dice que no tiene tiempo, que tiene que trabajar para ganar dinero. También me añade, y puede ser significativo que me lo diga ahora, en este contexto, después de la conversación mantenida: “Mi madre me quiere mucho, y yo a ella”. "¿Quién no quiere a su madre?" me pregunto. Es lo más habitual que una madre y un hijo se quieran, pero en la expresión de Estiwi hay como un matiz que no podré aclarar, pues tiene que cerrar el bar a las diez para dedicarse a otras tareas que le exige su patrón. En el tiempo que ha estado conmigo, apenas se han asomado por allí uno o dos clientes más de los que están allí acampados, y algún chavalillo para comprar chucherías. Mucho beneficio no parece que saca el dueño con este bar. Pago el desayuno 4,95 € y me despido de Estiwi, deseándole mucha suerte en la vida. Él se va a hacer tareas de mantenimiento y yo me quedo en la mesa, escribiendo. Después de un rato vuelve; le veo agobiado. Uno de los jefes le pregunta cómo va el trabajo y él, acercándose, le contesta, pero yo ya no oigo su respuesta. Hoy, por el camino, me ha cruzado un conejo; ahora, en el Camping Neus, se me ha cruzado este Estiwi en mi vida; mientras escribo veo un ave, que me parece que es una abubilla. Cuando acabo de escribir, me acerco a los servicios. Tengo duda de los signos diferenciadores de hombres y mujeres y pregunto a un encargado de mantenimiento que está haciendo la instalación de una lavadora; me dice que el edificio segundo, al fondo, es el de los hombres. Cago con algo mayor consistencia, me afeito y me ducho, dejando las mochilas en el espacio del bar, al aire libre; todas mis pertenencias allí, abandonadas. El bar continúa cerrado y nadie se asoma por las inmediaciones; mis mochilas están a buen recaudo. Ya vestido, con la ropa de recambio, y aseado, lavo las tres prendas que me he quitado y, cuando lo estoy haciendo, hablo en francés con un matrimonio. Les gusta el viaje que les estoy contando. Ellos lavan la vajilla y se retiran hacia su caravana. Yo recojo lo mío, pongo en la rejilla el calzoncillo, para que el sol que me dé en la espalda lo vaya secando; cuelgo del asa la camiseta, con la misma intención; monto la mochila y el pantalón lavado y muy mojado, cuesta mucho escurrir, lo llevo alternándolo de mano. Me acerco a los franceses, que están a punto de partir en su coche, después de dejar en su tendedero la ropa que han lavado, y les enseño los dos dibujos hechos anteayer y ayer. Les gustan. “También nosotros somos aficionados a pintar”, me dicen. Salgo por la puerta principal y no encuentro a nadie para agradecer. Aquí, todo el mundo tiene tarea. Ha sido un desayuno muy bien aprovechado; además de proporcionarme fuerzas para seguir caminando, me ha permitido asear mi cuerpo y mi ropa y todo por el mismo precio. Y la preciosa conversación con Estiwi, que no tiene precio económico, pero que es lo que más aprecio de lo que va de la mañana.
Le enseño mis dibujos. Le gustan y él me regala uno de los coches que se inventa y de los que hace muchos. Aquí os presento el coche que me regala. Interpreto que su intención es hacerme más llevadero el camino. Como no ocupa casi nada de sitio, lo recibo con mucho agrado y lo guardo en mi diario, donde a día de hoy lo conservo. “¿Qué habrá sido de Estiwi?”, me planteo hoy. Le pregunto: “¿por qué no te dedicas a hacer cómics?” Me dice que no tiene tiempo, que tiene que trabajar para ganar dinero. También me añade, y puede ser significativo que me lo diga ahora, en este contexto, después de la conversación mantenida: “Mi madre me quiere mucho, y yo a ella”. "¿Quién no quiere a su madre?" me pregunto. Es lo más habitual que una madre y un hijo se quieran, pero en la expresión de Estiwi hay como un matiz que no podré aclarar, pues tiene que cerrar el bar a las diez para dedicarse a otras tareas que le exige su patrón. En el tiempo que ha estado conmigo, apenas se han asomado por allí uno o dos clientes más de los que están allí acampados, y algún chavalillo para comprar chucherías. Mucho beneficio no parece que saca el dueño con este bar. Pago el desayuno 4,95 € y me despido de Estiwi, deseándole mucha suerte en la vida. Él se va a hacer tareas de mantenimiento y yo me quedo en la mesa, escribiendo. Después de un rato vuelve; le veo agobiado. Uno de los jefes le pregunta cómo va el trabajo y él, acercándose, le contesta, pero yo ya no oigo su respuesta. Hoy, por el camino, me ha cruzado un conejo; ahora, en el Camping Neus, se me ha cruzado este Estiwi en mi vida; mientras escribo veo un ave, que me parece que es una abubilla. Cuando acabo de escribir, me acerco a los servicios. Tengo duda de los signos diferenciadores de hombres y mujeres y pregunto a un encargado de mantenimiento que está haciendo la instalación de una lavadora; me dice que el edificio segundo, al fondo, es el de los hombres. Cago con algo mayor consistencia, me afeito y me ducho, dejando las mochilas en el espacio del bar, al aire libre; todas mis pertenencias allí, abandonadas. El bar continúa cerrado y nadie se asoma por las inmediaciones; mis mochilas están a buen recaudo. Ya vestido, con la ropa de recambio, y aseado, lavo las tres prendas que me he quitado y, cuando lo estoy haciendo, hablo en francés con un matrimonio. Les gusta el viaje que les estoy contando. Ellos lavan la vajilla y se retiran hacia su caravana. Yo recojo lo mío, pongo en la rejilla el calzoncillo, para que el sol que me dé en la espalda lo vaya secando; cuelgo del asa la camiseta, con la misma intención; monto la mochila y el pantalón lavado y muy mojado, cuesta mucho escurrir, lo llevo alternándolo de mano. Me acerco a los franceses, que están a punto de partir en su coche, después de dejar en su tendedero la ropa que han lavado, y les enseño los dos dibujos hechos anteayer y ayer. Les gustan. “También nosotros somos aficionados a pintar”, me dicen. Salgo por la puerta principal y no encuentro a nadie para agradecer. Aquí, todo el mundo tiene tarea. Ha sido un desayuno muy bien aprovechado; además de proporcionarme fuerzas para seguir caminando, me ha permitido asear mi cuerpo y mi ropa y todo por el mismo precio. Y la preciosa conversación con Estiwi, que no tiene precio económico, pero que es lo que más aprecio de lo que va de la mañana.
Buscando
Cala Montgó. Filósofos
Cuando
salgo a la carretera, ya estoy fuera del Montgrí. Me estoy acercando
a la Cala Montgó pero, antes de llegar, pregunto a un señor cuál
de los dos extremos es el más adecuado para hacer nudismo. Me
responde que, yendo por la derecha, a unos 40 minutos
aproximadamente, hay una cala donde la gente se suele desnudar. Al
pasar por un camino que va en esa dirección por encima de Cala
Montgó, veo que en la playa no hay espacios para desnudarse con
garantías. Sigo el camino y, al fondo, veo la Cala Caleta, que
intuyo es la que me decía el informante pero, nada más subir la
cuesta, me encuentro con dos chicos que están filosofando, hablando
de lo divino y lo humano, y me dicen que allí mismo puedo bañarme
desnudo sin necesidad de ir hasta la Caleta y que ya hay alguien que
está haciendo nudismo.
Gonzalo,
que vino de Buenos Aires
Retrocedo
un poco, bajo a unas rocas y llego a la zona donde toma el sol
Gonzalo. Lo toma de decúbito supino, pero está adormilado. Él no
me ve cuando llego. Me desnudo, dejo mi ropa en la roca, y bajo a darme un baño corto. Parece
que no hay medusas. Al poco de salir del agua, Gonzalo se despereza y
comenzamos a hablar. Es un rasta accesible y muestra interés en lo
que le cuento. Él hace siete años que vino de Buenos Aires y ha
estado estos últimos en Menorca. Como tengo intención de
recorrer las Baleares el próximo verano, me interesa lo que me pueda contar de allí y, para el plan que llevo de viaje, me recomienda
Menorca vivamente: “Te va a gustar”, me dice. Ahora está
viviendo a unos 50 kilómetros al interior de Girona. Sus padres
viven en Argentina, y son ellos los que vienen por aquí; ahora están
a punto de partir. Él cada vez va menos a su país, pero le gustaría
conocerlo mejor. Como ejemplo me dice: “no conozco Ushuaia”. Dice
que Argentina es un país de muchos contrastes donde conviven la mayor
riqueza con la pobreza extrema. Creo que es algo que ocurre en todos
los países, y se lo digo. No he retenido la población, pero me dice
que, entre varios, han montado un restaurante que solo atiende a los
clientes los fines de semana. Los principios son siempre difíciles y
les está costando coger clientela. El restaurante está cerca de un
bosque con esculturas, Can Ginebret, creo que le entiendo y, por el
nombre, me hace pensar que en algún tiempo, incluso ahora, puede ser
un bosque de enebros. Pero al no haber retenido la población, poca
propaganda les voy a poder hacer desde mi blog. El también tiene un
cuaderno de notas. Bajamos los dos al agua y nos bañamos a la vez, él con
gafas, pero dice que no hay ni peces, ni erizos. Ya de nuevo en la
roca, le enseño mis dibujos y le cuento anécdotas asociadas a
ellos. Una vez seco, me visto, y me despido de Gonzalo, deseándole
lo mejor, suerte en el negocio hostelero en que está metido y que
sea feliz en la vida.
Acercamiento
a l’Escala
Retrocedo
y desciendo hacia la playa de Cala Montgó, pero las terrazas que hay
junto a la playa no me ofrecen mucha confianza en cuanto a que haya
una buena relación calidad-precio y, a un trabajador que está
echando un trago de agua, en botella azul, le pregunto por un buen
sitio para comer. Su primera intención es la de orientarme hacia un
camping que está próximo, pero me dice que l’Escala está a diez
minutos (supongo que lo calcula en coche, por lo que tardaré después
en llegar); lo piensa mejor, y me dice: “arriba, en la redonda,
tienes Ca la Chari, se come bien y es económico”. Me voy
agradecido. Interpreto que la redonda es la próxima rotonda que ya
estoy viendo y entro en el comedor recomendado.
Ca la
Chari me propicia cena, dormida y desayuno en casa de Paquita y Lluis
Pido
ensalada de lentejas, conejo, pastel de chocolate con nata y menta
poleo. 8,50 que serán 10 €. Una pareja madurita belga come a mi
lado. Ella es más receptiva que él y le comento mi viaje. Hablamos
de nuestras monarquías. Como podréis intuir, ¡un tema apasionante!
Hay muchos extranjeros comiendo y, en mesa frontal a la mía, come el
matrimonio formado por Paquita y Lluis, de Ripoll. Él me ha estado
observando gran parte del tiempo y, cuando los belgas se van, con su
monarquía (tendré ocasión de hablaros de la fiesta de coronación del rey Filip, en verano de 2013), Lluis se acerca a mí y me ofrece
la posibilidad de sentarme en su mesa. Acepto y me traslado. La
camarera cubana es muy activa y eficaz, pero ahora no recuerdo si me
ha servido en mi mesa la menta poleo o lo hace en la nueva mesa donde
estoy con Paquita y Lluis. La cubana lleva muchos platos a la vez y
con gran habilidad. Siguen llegando clientes. Ya sentado en su mesa
(es un decir pues, en realidad, estoy sentado en una silla),
comenzamos a hablar. Lluis me hace alguna pregunta y, en seguida, me
ofrecen la posibilidad de cenar y dormir en su casa de Cala Montgó.
Les agradezco y emito una aceptación condicionada, pues quiero tener
las manos libres para lo que pueda suceder en el Museu de la Antxova
y de la Sal, y les explico la historia. Me remonto al pasado verano y
a la cala del Áliga, en Tarragona, donde me encontré con el hijo y
el sobrino de la directora del museo, quienes me dijeron que la
visitara y contara el encuentro. La rotura del peroné me lo impidió;
escribí una carta a la señora y hoy le voy a hacer la visita. No sé
lo que me deparará esta visita, razón por la cual no me quiero
comprometer con él. Pero no quiero tampoco hacer un feo a matrimonio
tan acogedor y tampoco perder la oportunidad que me ofrecen, así que
quedamos citados a las ocho en la gasolinera próxima al museo. “Pase
lo que pase, allí estaré puntual a la cita”, les digo, y les
agradezco su invitación. Curiosamente, en el ínterin, me surgirán
más novios.
Paseo
por la playa y el paseo marítimo de l’Escala
Con
estas dudas sobre lo que ocurrirá esta noche, salgo hacia l’Escala,
y por el paseo que va hacia la curva, caminan dos mujeres francesas.
Les pregunto por dónde está el Museu de l’Antxova y de la Sal, y
me responden que tengo que llegar hasta el final del paseo marítimo
y continuar un poco más adelante. Que pregunte allí, me dicen.
Con esta información ya voy más tranquilo y despreocupado; ellas siguen su paseo y yo bajo a la playa y voy por la orilla del mar. Ya descalzo y mojándome los pies, otra señora me dice que conoce a la encargada del museo pero, por mucho que hace trabajar a su memoria, no le viene "a la punta de la lengua" el nombre. He avanzado mucho por la playa; veo a unos aprendices de remeros de canoas que están poniendo en práctica el movimiento de brazos para que avancen bien las canoas, cuando las monten, con las palas de doble lado.
He echado la vista atrás y ya no se ve nada de Cala Montgó, pero sí, mirando hacia el Norte, todo el golfo de Roses, con el Cap de Creus, al fondo. Ya en el paseo marítimo de nuevo, encuentro una escultura de grupo, que representa de modo reconocible a una banda de música. Escultura realista que destaca más por su volumen, por la ocupación de espacio, que por que realmente sea bella.
Con esta información ya voy más tranquilo y despreocupado; ellas siguen su paseo y yo bajo a la playa y voy por la orilla del mar. Ya descalzo y mojándome los pies, otra señora me dice que conoce a la encargada del museo pero, por mucho que hace trabajar a su memoria, no le viene "a la punta de la lengua" el nombre. He avanzado mucho por la playa; veo a unos aprendices de remeros de canoas que están poniendo en práctica el movimiento de brazos para que avancen bien las canoas, cuando las monten, con las palas de doble lado.
He echado la vista atrás y ya no se ve nada de Cala Montgó, pero sí, mirando hacia el Norte, todo el golfo de Roses, con el Cap de Creus, al fondo. Ya en el paseo marítimo de nuevo, encuentro una escultura de grupo, que representa de modo reconocible a una banda de música. Escultura realista que destaca más por su volumen, por la ocupación de espacio, que por que realmente sea bella.
En busca
del Museu de l’Antxova y de la Sal
Ya
doblado el primer núcleo urbano, me encuentro con una playa pequeña
en la que ya estuve con Teresa y Mauri, mis amigos de Gironella, que
conocí en Noruega en 2004, mi año más viajero: Noruega, Atenas,
Argelia, y el año que nació mi segundo nieto, Lander.
Sigo adelante y un señor me dice que el museo está detrás de unos pinos pero, cuando voy hacia ellos, paso cerca de un edificio con apariencia de antigua iglesia, pregunto a un chico y me confirma que ese edificio es el museo de la Antxoa y la Sal, pero que se entra por el otro lado. Doy la vuelta al edificio y allí leo que, entre semana sólo lo abren por la mañana; y hoy estamos a martes. Así que ya se ha aclarado parte de mi programa de esta tarde. A las ocho en punto en la gasolinera, no dudando en que Lluis hará lo mismo.
Avanzando hacia Sant Martí d’Empuries.
Bañito en el Golf de Roses
Sigo adelante y un señor me dice que el museo está detrás de unos pinos pero, cuando voy hacia ellos, paso cerca de un edificio con apariencia de antigua iglesia, pregunto a un chico y me confirma que ese edificio es el museo de la Antxoa y la Sal, pero que se entra por el otro lado. Doy la vuelta al edificio y allí leo que, entre semana sólo lo abren por la mañana; y hoy estamos a martes. Así que ya se ha aclarado parte de mi programa de esta tarde. A las ocho en punto en la gasolinera, no dudando en que Lluis hará lo mismo.
Avanzando hacia Sant Martí d’Empuries.
Bañito en el Golf de Roses
Voy
paseando por la costa, por el mismo camino que ya pateé con Teresa y
Mauri aquel mismo día y me encuentro a Aitor con su hija Vega, que
va rodando una rueda de plástico con colores, que va agarrada por un
palo y en cuyo extremo tiene un pivote que le permite girar. Los
padres de Aitor, emigrantes de Salamanca en el País Vasco, como una
forma de integrarlo en la comunidad, le pusieron por nombre Aitor y,
ahora él, ya vasco, recupera para su hija, el nombre de la Virgen de
la Vega, salmantina. Son curiosas las motivaciones para poner a los
hijos un nombre u otro. Yo le digo que mi segunda hija tiene un
nombre similar, Vera, y Aitor me dice que también le gusta. La
Virgen de la Vera está en Cáceres, donde el famoso pimentón,
vecina de la de la Vega, pero mis razones no fueron virginales; nos
gustaba el nombre de Vera, sin más. En todo caso, las referencias
más próximas estarían en el cine: Vera Chitilova, la directora
rusa, Vera Miles, la actriz de Psicosis, USA. También Sara Miles,
actriz inglesa, y cuyo nombre pusimos a la hija mayor. Me despido de
Aitor y Vega y me acerco a la pareja de la Guardia Civil, que va en
coche, y les pregunto por zona nudista y me responden que allí cerca
no hay ninguna y que, si quiero desnudarme, me tengo que desplazar hasta Sant Pere Pescador, que ya conozco de cuando estuve en el Camping La
Ballena Alegre, invitado por mis amigos de Gironella.
Sigo en esa dirección, hacia el Norte y me encuentro con una zona de playa vallada; pregunto la razón, y es que están haciendo un muro de contención, pero que no afecta a la orilla del mar. Así que será una zona genial, pues al estar prohibido el paso, nadie debiera pasar. Yo sí lo hago, avanzo, me desnudo y me doy dos ricos baños y tengo amplio recorrido para andar en bolas. Por un pasillo estrecho de playa que comunica con un islote, viene gente que ha hecho submarinismo y camina por delante de mí ya de regreso. Ni se inmutan; ni me inmuto. Museu de l'antxova y de la sal.
Es una lástima que los árboles, que tienen la virtud de ocultarme de los paseantes, tienen el inconveniente de que, ya a esta hora, también me quitan el sol. Me ha saludado un chico y me dice que me vio el pasado año en Galicia. Le aseguro que no pude ser yo, ya que en 2009 hice el paseo costero Murcia-Girona, y en ningún momento estuve en Galicia. Parece que la afirmación de este muchacho es una premonición, puesto que iré en noviembre a Baños de Molgas, en Ourense, a balneario del Imserso. Tras el segundo baño, me seco, me visto y salgo de la playa regresando por la valla que prohíbe el paso, pero la prohibición no iba conmigo, sólo se refería a los demás.
Sigo en esa dirección, hacia el Norte y me encuentro con una zona de playa vallada; pregunto la razón, y es que están haciendo un muro de contención, pero que no afecta a la orilla del mar. Así que será una zona genial, pues al estar prohibido el paso, nadie debiera pasar. Yo sí lo hago, avanzo, me desnudo y me doy dos ricos baños y tengo amplio recorrido para andar en bolas. Por un pasillo estrecho de playa que comunica con un islote, viene gente que ha hecho submarinismo y camina por delante de mí ya de regreso. Ni se inmutan; ni me inmuto. Museu de l'antxova y de la sal.
Es una lástima que los árboles, que tienen la virtud de ocultarme de los paseantes, tienen el inconveniente de que, ya a esta hora, también me quitan el sol. Me ha saludado un chico y me dice que me vio el pasado año en Galicia. Le aseguro que no pude ser yo, ya que en 2009 hice el paseo costero Murcia-Girona, y en ningún momento estuve en Galicia. Parece que la afirmación de este muchacho es una premonición, puesto que iré en noviembre a Baños de Molgas, en Ourense, a balneario del Imserso. Tras el segundo baño, me seco, me visto y salgo de la playa regresando por la valla que prohíbe el paso, pero la prohibición no iba conmigo, sólo se refería a los demás.
Carlos
me invita a dormir en su casa
Cuando
estoy en el paseo, creo recordar que en el inicio de la playa
anterior he visto un chiringuito. Mi intención es tomar un gin-tonic
y escribir, haciendo tiempo hasta que den las ocho. Ya que estoy en
San Martín, me fijo y veo de lejos a Esculapio (Asclepio), en las
ruinas romanas de Empuries, y hablo con una pareja del Zoo que está
dentro del paseo. Son biólogos de naturaleza. En el chiringuito, el
dueño está que bufa contra los malos profesionales a los que ha
encargado que le coloquen una plataforma sobre la arena, para poner
sobre ella mesas y sillas para sus clientes; lo tiene todo pagado y
allí almacenado; le habían prometido que se lo iban a montar el
pasado fin de semana y estamos a martes y aún no se la han puesto, y
teme que la cosa se vaya alargando. Ya se ha iniciado la temporada de
baños y tiene este problema que le perturba. No va a parar hasta
resolverlo y, lo que pretende es que se lo hagan rápido y bien. En
la barra no hay nadie más que una persona.
Carlos es un cliente que se interesa por mi viaje, y hablo con él, así que mi intención de escribir se ve frustrada; pago 6 € por el gin tonic, en vaso de plástico, y sigo hablando con Carlos. ¡Ya escribiré! Tras contarle anécdotas de mi viaje, me dice que a su mujer le encantaría conocerme y que le gustaría invitarme a dormir en su casa, que está por allí cerca. Termino el gin tonic y nos vamos andando, él llevando su bicicleta en la mano, rodando a nuestro paso, mientras seguimos conversando. Estoy a gusto con él. Pasamos por delante del Albergue juvenil, que parece estar a tope de chavalería pero, como ya tengo resuelta la estancia, por esta noche y por partida doble, ni me molesto en preguntar y seguimos adelante. Poco después, pasamos por delante de su casa; Carlos llama a su mujer y ésta se asoma a la ventana; “luego le contaré”, me dice, y deja la bicicleta en el pasillo, al pie de su vivienda. A continuación, Carlos me acompaña a la gasolinera. En el supuesto de que Lluis no estuviera allí a las ocho, Carlos me llevaría a su casa. Pero, cuando llegamos, allí está Lluis ya, esperándome. Agradezco a Carlos el rato pasado y su invitación y nos despedimos..
Carlos es un cliente que se interesa por mi viaje, y hablo con él, así que mi intención de escribir se ve frustrada; pago 6 € por el gin tonic, en vaso de plástico, y sigo hablando con Carlos. ¡Ya escribiré! Tras contarle anécdotas de mi viaje, me dice que a su mujer le encantaría conocerme y que le gustaría invitarme a dormir en su casa, que está por allí cerca. Termino el gin tonic y nos vamos andando, él llevando su bicicleta en la mano, rodando a nuestro paso, mientras seguimos conversando. Estoy a gusto con él. Pasamos por delante del Albergue juvenil, que parece estar a tope de chavalería pero, como ya tengo resuelta la estancia, por esta noche y por partida doble, ni me molesto en preguntar y seguimos adelante. Poco después, pasamos por delante de su casa; Carlos llama a su mujer y ésta se asoma a la ventana; “luego le contaré”, me dice, y deja la bicicleta en el pasillo, al pie de su vivienda. A continuación, Carlos me acompaña a la gasolinera. En el supuesto de que Lluis no estuviera allí a las ocho, Carlos me llevaría a su casa. Pero, cuando llegamos, allí está Lluis ya, esperándome. Agradezco a Carlos el rato pasado y su invitación y nos despedimos..
Retorno
(en coche) a Cala Montgó
Saludo
a Lluis, monto las mochilas por la puerta de atrás sobre los
asientos y vamos en coche a su casa que está, como ya me lo había
dicho a mediodía, en Cala Montgó. No tengo inconveniente en ir en
coche, puesto que estoy deshaciendo un camino que ya he hecho andando
por la tarde; aunque ahora es por interior y antes lo había hecho
por la costa. Cuando llegamos a su casa, él abre el portón y yo
salgo para sujetar una de las alas de la puerta que pegaba con una
planta, mientras él mete su coche en el garaje. Al entrar en la
casa, nos reciben Paquita y el gato. Charlamos con cerveza, cenamos
con vino y, a los postres, cava. Creo que hoy, con el gin tonic que
ya me he tomado, habrá sido el día que más alcohol he metido al
gaznate. Menos mal que todos los días no ocurre un encuentro tan
grato como éste. Durante la cena hablamos de mi viaje, ¡cómo no!,
pero también de izquierdas, derechas, nacionalismo e
independentismo. A Lluis le produce curiosidad la visión que sobre
el tema pueda tener uno que viene del País Vasco. Se encuentra con
alguien poco amigo de nacionalismos y queda bastante claro que el
problema de Cataluña es menos ideológico que económico. Hablamos
de lo que los catalanes aportan mucho al estado de la nación y de lo poco que
reciben a cambio. Nos envidian porque nosotros tenemos más
competencias transferidas y nos podemos autogestionar mejor que lo
que les permite su estatuto de autonomía. Vamos, que los vascos tenemos más autogobierno que los catalanes. A nivel familiar, están
preocupados porque una de sus hijas ha tenido un accidente, del que
ha salido ilesa, pero el coche ha debido quedar para la chatarra, así
que mañana deben volver a casa para prestarle su coche, puesto que
lo necesita para su trabajo. Esa es la conclusión que yo saqué,
puesto que no oía la segunda voz de las conversaciones telefónicas.
El embutido y el pantumaca tostado están buenísimos. Cuando con el
postre Lluis abre el cava, le pido la chapa, que guardo para la
colección de Mauri. Le guardo todo tipo de chapas, pues todas le
sirven para intercambio; mi amigo Mauri, participa en una red internacional de aficionados a
este deporte. Hasta compran botellas de un cava que puede estar putrefacto, sólo por
la chapa y, cuando lleguen las bodas de sus hijos, emitirá una chapa
conmemorativa con la foto de ambos contrayentes en el cava que embotellen para celebrar el acontecimiento. Pero me estoy
saliendo de la cena y de la conversación que, a partir del cava, irá
apagándose, porque es tarde y porque el día va pesando en mis párpados, ayudados por el alcohol. Después de contarles la parte más bonita de mi rotura
del peroné, nos retiramos cada uno a nuestro cuarto y, no creo que
por lo tardío de la cena, sino más bien por la mezcla de bebidas,
el caso es que me tengo que levantar rápidamente y me da tiempo
justo para llegar a la taza del retrete y echar la vomitona. Es
genial, pues me quedo como nuevo. Lástima que, a la vez, no me hayan
venido ganas de cagar. Al volver al cuarto, oigo cómo zumba un
mosquito, pero me despreocupo totalmente de él, ¡si quiere picar
que pique!, me acuesto y duermo bien. No me despertaré hasta las
siete y diez.
Resumiendo
el día
Creo
que éste es el único año que no he felicitado a mi hermana en su
cumpleaños. Hoy debo destacar el doble encuentro con los amigos de
Ripoll y la cena y dormida en su casa, que culminará mañana con el
desayuno, y que completará la media pensión gratuita. Si el primer
encuentro, en Ca la Chari, ya ha sido bonito, por haber recibido la
invitación, el segundo, ya en Ca la Paqui, ha culminado el día.
Incluso la vomitona ha sido providencial, pues me ha permitido dormir
toda la noche de tirón. También ha sido bonito el encuentro con
Carlos y su invitación, aunque haya quedado en la reserva. El encuentro
en las rocas nudistas, el baño y la charla con Gonzalo, el argentino, así
como el otro baño en solitario en playa prohibida de Sant Martín de
Empuries, han completado el día. Pero, con día tan intenso, el
encuentro con Estiwi por la mañana, parece que pertenece al pasado;
pues no señor, ha sido hoy y me ha quedado un bonito recuerdo.
Confío en que el chaval supere las dificultades.
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