Etapa 58
(236) 10 de junio de 2010, jueves.
Castelló d’Empúries-Empuriabrava-Santa Margarida-Roses-Cala Almadrava-Cala
Murtra-Cala Montjoi- Cala Jóncols-Cadaqués.
Iniciando
la jornada en Castelló d’Empúries
Me
levanto a las siete y diez, cago y me pongo a escribir. A las 8:15 h, a
la ducha. Bajo, desayuno continental y, para antes de las nueve, ya
estoy en marcha. El señor Antón me dice por dónde salir del
pueblo. Subo al puente y leo el indicador de Ampuriabrava, Rosas y
Cadaqués, pero resulta ser autovía, por la que ni puedo, ni debo, ni
quiero ir. ¿Se supuso el señor Antón que, aunque llegué con
mochilas, tenía coche? Pregunto a dos mossos d’escuadra y me
remiten a la carretera por la que vine ayer. Hoy no veo ni a las
prostitutas ni al negro de ayer. Antes de llegar al río Muga, veo un camping,
pero el nombre no es el que me dijo ayer mi yerno, al que van a venir en agosto. Si
hubiera sido, habría entrado. Al rato cruzo al otro lado del
Muga, por un camino que atraviesa el lecho del río, sólo se ven unos
hilillos de agua, pero no entiendo cómo luego se hace un río tan
amplio. Cuando venga crecido, supongo que no se podrá cruzar por
aquí. No tengo a quien preguntar, así que no tendré respuesta a
mis dudas. Salgo a camino más ancho, pero dudo hacia donde ir. Paro
casi en seco a una chica que llega en bici por el camino de
bicicletas; me dice cual es el camino correcto para llegar a
Empuriabrava.
De
Empuriabrava, hacia Santa Margarida. De nuevo Aiguamolls
Los
que van en la misma dirección que llevo yo lo hacen corriendo o en
bicicleta, ninguno andando, así que no tengo con quién conversar.
Me cruzo con alemanes con bastones y les cuento la historia de El
Idiota, pero no en alemán, claro. A un chico que va corriendo, en mi
misma dirección, le hago un simulacro de carrera, que durará unos
segundos. Se ríe, viéndome corriendo y cargado con mis mochilas.
Sigo por el camino que va paralelo al Muga que, entre árboles y
matorrales, ya se aprecia que lleva agua suficiente como para tener
apariencia de río. Encuentro a un catalán con auriculares. Me dice
que vaya por la carretera, porque, si voy a la playa, luego no podré
pasar por la salida de los canales de Empuriabrava y tendré que
volver a este punto donde estamos. Es convincente lo que me dice, así
que, aunque con disgusto, no dudo en hacerle caso. Creo que he
acertado. Ya en la carretera, me encuentro con Rosa y Bernard, de
Toulouse, quienes me confirman que voy bien.
Ya en camino perfecto me topo con otros dos franceses en bici, son de Besançon, cerca de la frontera Suiza, y me cuentan cómo un hijo suyo hizo el recorrido a pie entre Nancy y Toulouse. Mil kilómetros a pie en 33 días. Esta información me sirve para comparar y yo calculo que el primer año, entre Saint Palais, en el País Vasco francés, y Camiña, en Portugal, hice más de 1.800 kilómetros en 60 días. Bastante parecido al hijo de los franceses. Aquella experiencia primera me sirvió para aprender que lo importante no es tanto llegar, batiendo récords, como disfrutar del camino y de la charla en los encuentros que el camino propicia. Ya he pasado Empuriabrava y he fotografiado uno de sus canales, para muestra.
Ahora vuelvo a entrar en los Aiguamolls del otro lado del Muga, pero estos no son tan humedales, hay menos agua y hasta se ven muchos caballos pastando. Los franceses se cruzan con otros dos ciclistas y se vuelven con ellos. Yo sigo el camino, y me encuentro con Tino, que recoge herramientas en su coche. Me dice: “hay poco trabajo”. Como tres moras de moral, no de morera, y me encamino hacia Santa Margarida. Pasa un alemán que lleva un maillot de Italia y me señala tres cigüeñas que, si no es por él, no las habría visto. Pasan dos extranjeros en bici con motor, en un momento en que dudo, y me quitan la duda diciendo: “si sigues por el canal, tendrás que volver atrás”. Les hago caso y, luego, me doy cuenta de que ella me está esperando, bajada de la bici, en un lugar adecuado para decirme por dónde debo continuar. En general, nativos y extranjeros, se muestran muy amables.
Llego a un puente sobre canal y tengo mi primera visión de Santa Margarida. Arriba, un hombre me situará adecuadamente. Sigo la señal y paso muy cerca de Mercadona. Al poco veo a dos mujeres cargadas con dos bolsas cada una. Son Conchita y Ana, que ya no cumplirán los ochenta, y me ofrezco a llevarles sus bolsas de tres tetrabriks de leche. Se resisten poco porque han cogido más peso que el que debieran, y yo voy con 6 kilos de más, aunque equilibrado, tres en cada mano. Lo llevo hasta sus casas que ya están cerca de la playa. Me lo agradecen, me despido y continúo.
Ya en camino perfecto me topo con otros dos franceses en bici, son de Besançon, cerca de la frontera Suiza, y me cuentan cómo un hijo suyo hizo el recorrido a pie entre Nancy y Toulouse. Mil kilómetros a pie en 33 días. Esta información me sirve para comparar y yo calculo que el primer año, entre Saint Palais, en el País Vasco francés, y Camiña, en Portugal, hice más de 1.800 kilómetros en 60 días. Bastante parecido al hijo de los franceses. Aquella experiencia primera me sirvió para aprender que lo importante no es tanto llegar, batiendo récords, como disfrutar del camino y de la charla en los encuentros que el camino propicia. Ya he pasado Empuriabrava y he fotografiado uno de sus canales, para muestra.
Ahora vuelvo a entrar en los Aiguamolls del otro lado del Muga, pero estos no son tan humedales, hay menos agua y hasta se ven muchos caballos pastando. Los franceses se cruzan con otros dos ciclistas y se vuelven con ellos. Yo sigo el camino, y me encuentro con Tino, que recoge herramientas en su coche. Me dice: “hay poco trabajo”. Como tres moras de moral, no de morera, y me encamino hacia Santa Margarida. Pasa un alemán que lleva un maillot de Italia y me señala tres cigüeñas que, si no es por él, no las habría visto. Pasan dos extranjeros en bici con motor, en un momento en que dudo, y me quitan la duda diciendo: “si sigues por el canal, tendrás que volver atrás”. Les hago caso y, luego, me doy cuenta de que ella me está esperando, bajada de la bici, en un lugar adecuado para decirme por dónde debo continuar. En general, nativos y extranjeros, se muestran muy amables.
Llego a un puente sobre canal y tengo mi primera visión de Santa Margarida. Arriba, un hombre me situará adecuadamente. Sigo la señal y paso muy cerca de Mercadona. Al poco veo a dos mujeres cargadas con dos bolsas cada una. Son Conchita y Ana, que ya no cumplirán los ochenta, y me ofrezco a llevarles sus bolsas de tres tetrabriks de leche. Se resisten poco porque han cogido más peso que el que debieran, y yo voy con 6 kilos de más, aunque equilibrado, tres en cada mano. Lo llevo hasta sus casas que ya están cerca de la playa. Me lo agradecen, me despido y continúo.
Roses y
sus playas
Al
salir a la costa de nuevo, costa que había abandonado ayer tras la
comida en el camping, noto el aire frío y la ola rompe fuerte en la orilla. Voy un
rato por el paseo marítimo, ya en Roses, pero tengo ganas de orinar
y me acerco a la orilla. Meo y una ola me moja un poco una de las
sandalias. Antes de llegar al puerto, veo cómo están tratando de
regenerar una playa cuya arena se había llevado el mar. Palas y
tractores trajinan. Alguna ola salta al paseo. Cuando estoy
ascendiendo por una cuesta que va paralela al puerto, Natalia me
informa de que hay unas escaleras tras el faro. En el ascenso, me
paro con unos señores mayores; son de Zamora, así que no me saben
informar sobre unas construcciones a pie de costa que veo hacia el
sur de la bahía de Roses. Les cuento un poco de mi viaje. En ese
momento pasan a nuestro lado dos adolescentes que, al oír lo que
cuento a los zamoranos, se sorprenden y se paran a escuchar.
Un
rato acompañado de Salva y Luciano hasta La Almadrava
Como
los jóvenes van en la misma dirección que yo, aprovecho para ir
charlando y contándoles más cosas de mi viaje. Iremos juntos hasta
la playa de la Almadrava. Salva abandonó la ESO en 4º y Luciano, de
15 años, está a punto de tirar la toalla. “Por los profesores”,
dice. Les digo que mi hija es profesora de la ESO y que da clase de
Tecnología y que, a veces, le toca enseñar dibujo e informática.
Me dicen que caminan para bajar peso y que también ayudan haciendo algunas tareas de la casa. Saco el tema de la libertad que, a veces, da su juego. Me dicen: “Nosotros no fumamos ni hachís, ni mariguana”. También hablamos de deporte, del esfuerzo que exige si se quiere tener éxito. Sale Nadal a colación. Hablamos de coche y moto y de obtener el permiso de conducir. Cuando llegamos a la playa de La Almadrava, ellos se despiden, porque van a hacer flexiones y abdominales. Nos deseamos suerte. Ascienden la escalera y yo me voy hacia el final de la playa, porque intuyo que el camino continúa por allí.
Me dicen que caminan para bajar peso y que también ayudan haciendo algunas tareas de la casa. Saco el tema de la libertad que, a veces, da su juego. Me dicen: “Nosotros no fumamos ni hachís, ni mariguana”. También hablamos de deporte, del esfuerzo que exige si se quiere tener éxito. Sale Nadal a colación. Hablamos de coche y moto y de obtener el permiso de conducir. Cuando llegamos a la playa de La Almadrava, ellos se despiden, porque van a hacer flexiones y abdominales. Nos deseamos suerte. Ascienden la escalera y yo me voy hacia el final de la playa, porque intuyo que el camino continúa por allí.
Otro rato
acompañado de Luisa y Melissa hasta Cala Murtra
Cuando
salgo de la playa, veo a un hombre que está orientando a dos
extranjeras jóvenes. Les pregunto si van a hacer algún recorrido
por la costa, y me responden que sí, así que la pareja se convierte
en trío. Luisa es de Australia y Melissa de Shingapoore. Se muestran
muy interesadas en el viaje que estoy haciendo y les voy
entreteniendo por el camino contándoles anécdotas vividas a lo
largo de toda la costa peninsular, que ya estoy a punto de culminar.
Me hacen muchas preguntas, prueba del interés que muestran. La asiática es más receptiva y extrovertida y me saca una foto con Luisa. Yo les saco una a ambas. Melissa es fisioterapeuta y Luisa veterinaria. Las dos tocan cuerpos, una de personas, la otra de animales. Si tuviera que elegir, me quedaría con la primera. Nos asomamos a miradores, intentamos caminos complicados; uno de ellos nos lleva a torrentera de piedras, retrocedemos y continuamos por un camino que va por más arriba.
Paramos en un bunker pintado con colores de camuflaje. El camino nos baja a Cala Murtra. Luisa dice que no lleva calzado adecuado y que no va a seguir. Les doy un par de besos y se van por donde hemos venido. Yo me desnudo y me doy un baño en bolas. Desde arriba, me dirán adiós con la mano.
Me hacen muchas preguntas, prueba del interés que muestran. La asiática es más receptiva y extrovertida y me saca una foto con Luisa. Yo les saco una a ambas. Melissa es fisioterapeuta y Luisa veterinaria. Las dos tocan cuerpos, una de personas, la otra de animales. Si tuviera que elegir, me quedaría con la primera. Nos asomamos a miradores, intentamos caminos complicados; uno de ellos nos lleva a torrentera de piedras, retrocedemos y continuamos por un camino que va por más arriba.
Paramos en un bunker pintado con colores de camuflaje. El camino nos baja a Cala Murtra. Luisa dice que no lleva calzado adecuado y que no va a seguir. Les doy un par de besos y se van por donde hemos venido. Yo me desnudo y me doy un baño en bolas. Desde arriba, me dirán adiós con la mano.
Sólo
hacia Cala Montjoi
Como
el día está gris, me seco con toalla. Las chicas ya han
desaparecido de mi vista. Ahora me toca seguir ascendiendo hacia la
Cala Montjoi. Cuando desciendo de nuevo, veo que es un lugar en el
que hay una Colonia de verano donde hay muchos chavales. Llego
después de las 14:30 h y pregunto en un bar por si tienen algo para
comer y sólo tienen bocadillos, patatas fritas y poco más. Me
remiten al comedor buffet. Allí me dicen que pida un ticket en
recepción. Se lo compro a una chavalita del país vasco-francés,
pero no quiero enrollarme con ella por lo tardío de la hora. Bajo al
comedor. Está ya casi vacío. Me dicen que vaya a la zona de las
ensaladas, porque ya están empezando a retirarlas. Me pongo un buen
plato: zanahoria, remolacha, cogollo, habas, maíz, tomate, aceitunas
y salsa vinagreta. Me avisan que van a retirar los calientes. Cojo
pescado, garbanzos, vainas finas y un estofado de carne riquísimo.
Me traen sandía, naranja, yogur y helado. El otro encargado me da
conversación, una vez que ya tengo todo sobre mi mesa. En el
servicio de comedor hay muchas orientales amables. Una camarera de
nuestra cantera canta: “Que llueva, que llueva, la vieja está en
la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, que sí, que
no, que caiga un chaparrón y rompa los cristales de Cala Montjoi”.
“Como te oiga tu jefe…”, le digo. Voy al bar y tomo menta
poleo, cago y me pongo a escribir. Cuando llego al bar, hablo
con un monitor con traje de neopreno que está con otras chicas. Son
empleados del lugar que lo mismo ayudan en tareas del servicio, que
hacen de monitores de los jóvenes, como expertos en deportes
acuáticos que son. Una camarera está recogiendo y limpiando mesas y
me remite a otro chico que me asegura que hay buen camino hasta
Cadaqués; y que, aunque en mi mapa no aparezca, en Cala Jóncols hay
un hotelito y, seguramente, algún lugar donde cobijarme. A las cinco
de la tarde me pongo en marcha.
Hacia
Cala Jóncols
En la
tele, anuncian mal tiempo también para el viernes. Ha llovido
mientras he estado comiendo pero, ahora, ha parado. Saliendo de Cala
Montjoi, el camino vuelve a ser ancho, pero el inconveniente mayor de
esa anchura es que permite circular vehículos en las dos
direcciones; circulan extranjeros y profesionales que dan servicio a
la zona. Este problema lo tengo hasta que logro llegar a la cima,
donde se produce el cambio de bahía y el camino me da dos opciones,
una la de hacer un recorrido más largo, que me lleva hacia el Cabo
Norfeo y que observo que es por un camino ascendente; y la otra, que
es más horizontal, y que tiene una señal de acceso restringido.
Esta última, que es la que elijo, me da luego la opción de bajar a la Cala Canadell que, a pesar de mi aprecio por el amigo que conocí el año pasado en la platja del Senyor Ramón, no me apetece nada bajar para después tener que subir al mismo punto de partida. Así que dejo la pista, que tiene la ventaja de que periódicamente me presenta un mapa que me señala dónde estoy, y vuelvo a coger el caminito que, pienso, está menos frecuentado, porque empiezan a aparecer especies ya conocidas: una clase de jara de flores y hojas pequeñitas y una especie de aulaga o aliaga pinchosa.
Plantas ambas conocidas y temidas, como bien sabéis los que me seguís en este viaje que ha pasado de iniciático, a formar parte importante en mi vida. La primera, la jara, me martirizó en Portugal, la segunda, la aliaga, entre Tarifa y Algeciras. A pesar de mis temores, prefiero ese camino, y tengo la suerte de que enseguida desaparecen de él. Olvidado el Cabo Norfeo, enseguida llego a divisar a lo lejos la Cala Jóncols, ya al otro lado del cabo. Jóncol significa juncal, como me dirá luego Hugo, y Nuestra Señora del Junkal es la patrona de Irun, parroquia en que mi hija Vera restauró uno de los altares, con sus compañeros de equipo de Albayalde.
Esta última, que es la que elijo, me da luego la opción de bajar a la Cala Canadell que, a pesar de mi aprecio por el amigo que conocí el año pasado en la platja del Senyor Ramón, no me apetece nada bajar para después tener que subir al mismo punto de partida. Así que dejo la pista, que tiene la ventaja de que periódicamente me presenta un mapa que me señala dónde estoy, y vuelvo a coger el caminito que, pienso, está menos frecuentado, porque empiezan a aparecer especies ya conocidas: una clase de jara de flores y hojas pequeñitas y una especie de aulaga o aliaga pinchosa.
Plantas ambas conocidas y temidas, como bien sabéis los que me seguís en este viaje que ha pasado de iniciático, a formar parte importante en mi vida. La primera, la jara, me martirizó en Portugal, la segunda, la aliaga, entre Tarifa y Algeciras. A pesar de mis temores, prefiero ese camino, y tengo la suerte de que enseguida desaparecen de él. Olvidado el Cabo Norfeo, enseguida llego a divisar a lo lejos la Cala Jóncols, ya al otro lado del cabo. Jóncol significa juncal, como me dirá luego Hugo, y Nuestra Señora del Junkal es la patrona de Irun, parroquia en que mi hija Vera restauró uno de los altares, con sus compañeros de equipo de Albayalde.
Hotelito
en Cala Jóncols. Hugo se aprovecha
Según
me voy acercando, va tomando forma el hotelito anunciado pero, cuando
llego, la playa no me agrada. Esta circunstancia me hace dudar si
hacer la gestión para pernoctar allí o seguir, teniendo en cuenta
que hoy llevo andando mucho más que cualquiera de los días
anteriores. La decisión final es la de seguir, sin preguntar, y
tratar de llegar a Cadaqués para pasar allí la noche.
Ya, estando a la salida de la zona de playa, en el camino, me encuentro a una pareja de alemanes. Él me dice que pronto voy a encontrar una bifurcación que me da dos opciones: o Roses o Cadaqués. Nos ponemos a hablar de mi camino y el alemán, que habla un castellano suficiente para lo que me comunica, me dice que a él le ha costado, desde Alemania, 40 € al día, en pensión completa, por siete noches. Me parece un precio muy bueno y, aún sabiendo que un precio para una o dos semanas no puede ser igual al de una sola noche, me animo a acercarme a preguntar. A la sombra de unos árboles, hay una estructura de bar sin bebidas y, aprovechándose de un enchufe, que parece no ser de nadie, Hugo está camuflado, de pie, manejando su ordenador.
Ya, estando a la salida de la zona de playa, en el camino, me encuentro a una pareja de alemanes. Él me dice que pronto voy a encontrar una bifurcación que me da dos opciones: o Roses o Cadaqués. Nos ponemos a hablar de mi camino y el alemán, que habla un castellano suficiente para lo que me comunica, me dice que a él le ha costado, desde Alemania, 40 € al día, en pensión completa, por siete noches. Me parece un precio muy bueno y, aún sabiendo que un precio para una o dos semanas no puede ser igual al de una sola noche, me animo a acercarme a preguntar. A la sombra de unos árboles, hay una estructura de bar sin bebidas y, aprovechándose de un enchufe, que parece no ser de nadie, Hugo está camuflado, de pie, manejando su ordenador.
Está, me dice,
con un amigo que anda ahora por la playa, y que a él le gusta
mucho mi viaje y que a su amigo también le gustaría. Le digo: “¡Qué
chollo, poder hacer tu trabajo en plena naturaleza, casi salvaje!”.
Hugo me indica que pase por junto a la piscina y que, por allí,
llegaré a recepción. Si me quedo a dormir allí, ya tendremos
oportunidad de hablar más tarde. Ya en el hotelito, me atiende un
chico alemán, pero me dice que no es el recepcionista. Me señala a
una chica, pero ella pasa la bola a otro alemán. Son las 18:15 h y
me dice que hasta las ocho no llegará la recepcionista. Le pregunto
por lo que me costaría dormir allí una noche, si hubiera cama
libre, y me dice que entre 50 y 70 €, pero que ella me lo
confirmará. Entre la inseguridad de tener o no habitación, el
precio aproximado, que nada tiene que ver con los cuarenta euros del
precio de la pensión completa que el alemán me ha dicho que paga, y
que me da mucha rabia que en mi país un extranjero tenga un precio
de vacaciones tan barato y el nativo tan caro, no tengo ninguna duda
para marcharme hacia Cadaqués. Todavía cabría la posibilidad de
negociar con la encargada, pero esperar casi dos horas, sin certezas…
Me voy.
A Hugo se le ha acabado el chollo; estaba clandestino conectado a Internet, pero le ha surgido un problema técnico que no sabe cómo resolver y que le ha llevado a perder la conexión. Cuando me estoy despidiendo de él y deseándole suerte para conectarse de nuevo a la red, llega Patri, el amigo con el que comparte caravana, y charlamos un rato más de mis viajes. “Gente interesante”, pienso y les digo: “supongo que sois matrimonio”; lo niegan y se ríen. Me despido de los dos amigos y me vuelvo a encontrar con el alemán. Le explico la diferencia de precio y me parece que le dejo contento, paladeando el chollo de precio de sus vacaciones; con la diferencia, se puede emborrachar todos los días a mi salud, si es de los alemanes que han venido sólo a eso, como comprobaré hacen muchos jóvenes, cuando visite Mallorca e Ibiza el año próximo. ¡Turismo basura! Me despido del alemán y sigo hacia la bifurcación por él anunciada.
A Hugo se le ha acabado el chollo; estaba clandestino conectado a Internet, pero le ha surgido un problema técnico que no sabe cómo resolver y que le ha llevado a perder la conexión. Cuando me estoy despidiendo de él y deseándole suerte para conectarse de nuevo a la red, llega Patri, el amigo con el que comparte caravana, y charlamos un rato más de mis viajes. “Gente interesante”, pienso y les digo: “supongo que sois matrimonio”; lo niegan y se ríen. Me despido de los dos amigos y me vuelvo a encontrar con el alemán. Le explico la diferencia de precio y me parece que le dejo contento, paladeando el chollo de precio de sus vacaciones; con la diferencia, se puede emborrachar todos los días a mi salud, si es de los alemanes que han venido sólo a eso, como comprobaré hacen muchos jóvenes, cuando visite Mallorca e Ibiza el año próximo. ¡Turismo basura! Me despido del alemán y sigo hacia la bifurcación por él anunciada.
Titubeos
hacia Cadaqués
Cuando
llego al cruce, y ya sé que la dirección Roses no me interesa, para
Cadaqués aparecen dos opciones. Una de ellas, con un punto y una
flecha blancos, que es la que cojo, me da de bruces contra una valla
cerrada y con candado (algunas, sin candado, se pueden abrir; ésta
no), así que no me queda más remedio que retroceder y coger la otra
que lleva la indicación roja y blanca del GR (a veces la blanca es
amarilla por estos lares). Tirando hacia la derecha, también me
encuentro una langa, pero que se encuentra abierta. Subo por allí, y
enseguida dejo de ver las señales del GR. El camino me lleva a una
finca privada con casa y langa abierta. Llamo y nadie responde.
Continúo bajando y llego donde dos hombres que trabajan y una mujer
que me pide disculpas por la mala colocación de las señales, que
llevan a confusión a más de uno. Le digo que la culpable no
es ella, sino los responsables de organizaciones de senderismo que no
cuidan que estén bien señalizados los caminos, máxime cuando son
caminos europeos que pasan por la península y somos los de cada país
los que debemos ser exquisitos al marcarlos. Visto que por allí no
puedo seguir, retrocedo hasta la langa y veo donde he cometido error. Si
hubiera estado cerrada, habría visto que ese camino llevaba a finca
particular, sin continuidad de camino. Y, a la vez, veo cuál podría
ser la solución, si es una puerta que muchas veces está abierta; y mi propuesta
es la siguiente: poner el mismo cartel que yo he visto después, en
el otro lado de la langa, duplicándolo; así el que llegue con
puerta, abierta o cerrada, sabe que, si sigue, entra en espacio
privado. Como ya no me queda otra opción, y con muy poca esperanza,
porque ya la había elegido la primera vez, voy de nuevo a la señal
de punto y flecha blancos. Intento saltar la langa cerrada y con
candado, pero es entonces cuando veo la misma señal al otro lado,
pero ahora sí, ahora estoy más despierto y puedo darme cuenta que
hay un paso estrecho en el extremo que queda bastante camuflado;
por eso no lo he visto antes. Paso fácilmente por allí y pronto el
estrecho sendero se vuelva a ensanchar.
Un
matrimonio americano que comerá en El Bullí
Ahora
me toca ascender por un camino que se vuelve a estrechar y arriba
encuentro sentado en el pretil a una pareja americana, con los que me
puedo comunicar gracias a que ella habla un castellano suficiente y
hace traducción simultánea para él. Ella me pregunta si el camino
que yo traigo baja a Jóncols, y yo se lo confirmo. Le advierto lo
que tienen que hacer al llegar a la valla que a mí me ha confundido
y que no sigan por la siguiente, que está abierta. También les
informo que el camino de Jóncols a la siguiente cala, en su primera
parte, es muy bonito; y cuando digo el nombre de Montjoi, al
americano se le agrandan los ojos, y dice: “Bullí”. Es entonces
cuando me doy cuenta de que he pasado muy cerca del afamado
restaurante de Ferrán Adriá, y no me he enterado. Hubiera estado
bonito, si es que hoy hubiese sido día de servir comidas,
presentarme por allí: “Hola Ferrán, vengo andando desde el País
Vasco, te traigo recuerdos de Juan Mari, Pedro, Carlos y demás” y,
entonces, Ferrán me diría: “pasa majo, si has andado tantos
kilómetros para visitarme, te voy a obsequiar con estos bocaditos de
degustación que me acabo de inventar, a ver qué te parecen”.
¿Creéis que veo muchas películas? Pues sí, veo muchas películas.
Continúo un rato más con la pareja americana contándoles algo del
camino que estoy haciendo. Ellos lo aprecian y, volviendo al tema de
El Bullí, me informan, y no creo que fuera pura fanfarronada, que el
día 15 de junio reanuda la actividad, y que ellos tienen reserva
para el día 17. Me dicen que ya sabiendo, volverán a Jóncols y a
Montjoi otro día y que ahora retornan por el camino que yo voy y que
me pueden acercar en su coche. Agradezco, pero deniego su invitación
a montar en su coche, pues mi camino es a pie, pero inicio el camino,
nuevamente ascendente, con ellos; van tan lentamente, que
prefiero despedirme y continuar solo y más rápido. Me han dicho que
ellos viven relativamente cerca de Cala Nans, que está cerca del
faro. Ahora el adiós es definitivo: “Y que disfrutéis en El
Bullí”, les digo.
Acercamiento
paulatino a Cadaqués
Superada
la cota en altura, hacia el Norte, ya se empieza a ver la costa de
Cadaqués, unas poquitas casas y las islas de la costa del otro lado
de su bahía. Creo que va siendo hora de decir que desde Roses, ya
llevo unas cuantas horas del día en el Parc Natural del Cap de
Creus, que se podría dar por finalizado cuando llegue, más al
Norte, a el Port de la Selva y que, por tanto, todas estas calas,
desde l’Almadrava, hasta Jóncols, Nans y las que seguirán al
Port, son costa del afamado cabo; lo más espectacular de él
será el ocaso y el amanecer desde el Faro de Creus, mas habrá que
esperar para verlo hasta la noche del 12 y la mañana del 13 de
junio. Pero continuemos con el día de hoy.
Cuando empiezo a descender hacia Cadaqués, como he dicho veo, arrimado contra un muro de piedra, un coche aparcado con matricula 1979 GWL y me pregunto si será el de ellos. En 1979 ya estaba licenciado del servicio militar, tenía 34 años, estaba felizmente casado y tenía dos hijas de 7 y 5 años. Cuántas cosas han cambiado desde ese año al de 2010, en que estoy culminando este recorrido. Yo cambié de estado civil, mis hijas se casaron, tengo cuatro nietos a los que adoro, con la pensión que tengo, tras más de cuarenta años de cotización, puedo hacer este viaje magnífico e impagable, y mis viajes anuales a balneario y con el Imserso. ¡Qué más puedo pedir!
Cuando empiezo a descender hacia Cadaqués, como he dicho veo, arrimado contra un muro de piedra, un coche aparcado con matricula 1979 GWL y me pregunto si será el de ellos. En 1979 ya estaba licenciado del servicio militar, tenía 34 años, estaba felizmente casado y tenía dos hijas de 7 y 5 años. Cuántas cosas han cambiado desde ese año al de 2010, en que estoy culminando este recorrido. Yo cambié de estado civil, mis hijas se casaron, tengo cuatro nietos a los que adoro, con la pensión que tengo, tras más de cuarenta años de cotización, puedo hacer este viaje magnífico e impagable, y mis viajes anuales a balneario y con el Imserso. ¡Qué más puedo pedir!
Nans.
Playa y faro quedarán para mañana
Ya en
la cima, en una parte llana del camino, veo otro que va hacia el faro
pero, llegando a la bifurcación, no aparece ningún indicador. No me
arriesgo y continúo hacia Cadaqués. Veo en la curva una casa en
remodelación, pero nadie responde a mi llamada. Hago varias fotos
desde allí, en las que Cadaqués se va volviendo realidad y, así,
llego al bonito pueblo que, con tanto acierto y una luz magnífica,
plasmó Salvador Dalí en sus cuadros. Aunque no será hasta dentro
de dos días que visitaré su casa en Portlligat.
Cadaqués.
Cala Nuri
Una
chica va con un perro pequeño y le pregunto por una pensión barata
y me da varias opciones. Cuando nos hemos alejado, me grita:
“¡Ca-la-Nu-ri!” y, después de Ca la Chari, Ca la Paqui, Ca
l’Antón, interpreto: Ca la Nuri. También me añade: “por el
parking”, que retengo, como información complementaria. Llego a un
parking abstracto, que es como un espacio habilitado en campa a las
afueras, donde hay varios coches aparcados, pero sin traza de
vigilancia alguna, subo unas escaleras, pero me encuentro con la
señal: “cuidado con el perro” y retrocedo. Por otro camino,
llego a la calle deseada. Una chica ha entrado en ella en motocicleta
y, como es el único ser viviente que veo por allí, le persigo.
Cuando le voy a dar alcance, veo que está hablando por el móvil, me
ve, y se cierra dentro de su casa; cuando ya me estoy dando la
vuelta, vuelve a salir y me orienta. Me paso del lugar y salgo de la
calle y un chico con gran mata de pelo, me reorienta. Llego a la
casa, toda ella es de puertas abiertas. Subo hasta el último piso
sin ver a nadie para preguntar y, arriba del todo, veo una habitación
con una sola cama. Bajo, toco con los nudillos en una puerta, y sale
Nuri. Me pide 20 € por una noche. No me ofrece la de arriba, la que
he visto, porque resulta incómoda, ya que el baño está abajo.
Bajamos a la planta baja y me enseña una habitación estrecha con
dos camas y me dice que tengo posibilidad de dormir también mañana.
Me parece bien y la acepto, pero, de momento, me cobra los 20 €
acordados. Tiene el lavabo en la habitación y el baño, y el
retrete, están al final del pasillo. Me desnudo, cago, ducho y lavo
la camiseta amarilla que, primero cuelgo en el toallero y luego en la
ventana, entre el cristal y la persiana.
Dos
potentes pasteles
Salgo
hacia el pueblo, al otro lado de la riera que desemboca, sin agua, en
la playa. Me fijo en un bar que ofrece mojito y caipiriña. En la
tele, acaba de comenzar el partido de baloncesto, Barça-Caja
Laboral, y van por delante los catalanes. Dos chicos me dicen que es
el primer partido de la final, que se juega al mejor de cinco
partidos; si un mismo equipo gana los tres primeros, ya es el
campeón. En caso de empate a dos, el quinto partido es la final definitiva. Bajo a la zona de Es Fornet y como dos pasteles, uno de
bizcocho y mantequilla, cubierto de almendra y espolvoreado de azúcar
glaseé, y otro, que es una tartaleta de piñones con crema; completo
con un descafeinado con leche. (7,80 €).Termino a punto de
reventar, ¡qué pasteles tan potentes! Luego leo que, al primer
pastel que he comido, lo llaman Sara. Luego llamo a Vera, pero hablo
primero con Mikel y un poco con Gari, que me quiere enseñar por el
teléfono un camello que le ha traído su amona de Oriente Medio
(0,90 €). Tras comer el pastel, bajo hacia la orilla del mar pero,
entre que están arreglando el paseo marítimo y que las olas saltan
al chocar contra el pretil, no me queda otra opción que meterme por
las callejuelas de atrás sin conseguir salir al paseo marítimo por
más adelante, que era mi primera intención. Retrocedo, y tres
argentinas me dicen que el corte es provisional, porque acaban de
echar una capa de cemento.
Quique.
Droga para salir de la depresión
La
playa a la que accedo, es de piedrecilla gris, poco atractiva y, uno
que está en el bar me dice que él suele bañarse allí, desnudo, en
las horas de poco público. Le cuento mi paseo de esta mañana,
primero con los chavalillos de la ESO, los abandonistas, y luego con
las chicas, la asiática y la australiana, el encuentro con Hugo y
Patri. Este chico me dice que a él le vino bien un poco de droga,
para salir de la depresión. Ahora no fuma maría, porque le va mal,
y bebe poco, por la misma razón. Estuvo ocho meses en Sudamérica
por una oferta de trabajo pero, la corrupción allí imperante, dio
al traste con el proyecto; su nombre es Quique. Mientras hablo con
él, he tomado una piña colada, ya que no tenían lima y no me
podían preparar ni mojito, ni caipiriña, pero el anuncio lo
mantienen. Le digo al barman: “házmela con limón”, pero me
responde que con limón no queda bien. El partido va muy igualado y,
finalmente, lo gana el Caja Laboral (0-1), buen comienzo, ganando
fuera de casa. Cuando regreso a casa, poco más de 50 metros, lo hago
acompañado de una sudamericana con frío. Nos despedimos en la
calle, llego bien y duermo bien. Sólo una vez me tengo que levantar
a orinar, y no echo la bomba. Cuando me levanto a las 7:10 h, veo que
la ventana del servicio está abierta, así que ya sé que no estoy
solo.
Balance
de la jornada más larga de este año
Hoy ha
sido muy largo el recorrido que he tenido que hacer. Por primera vez
en este año, salgo de población de interior, Castelló d’Empúries.
Antes de salir al mar, encuentros útiles con autóctonos y
extranjeros. Luego los encuentros más bonitos han sido con los
adolescentes, Salva y Luciano, incitándoles a buscar un sentido a su
vida, y con las jóvenes Luisa y Melissa, cuidadoras de cuerpos
animales y humanos. Tras la acelerada comida en Cala Montjoi, el
bonito encuentro en Cala Jóncols, con Hugo, en dos tiempos, y con
Patri. También con el alemán que contrató estancia por una semana.
Las peripecias para salir de Jóncols, acaban con americanos que
visitarán el Bullí y me sirve para situarlo en la geografía de mi
viaje, cercano a Cala Montjoi. Acierto con la pensión, que me
ofrecen a precio razonable, acorde con sus características. Un
ratillo con Quique, también interesante, que me hace ver los efectos
de la droga con menos pesimismo. En resumen, un día intenso con poco
desperdicio. Si no ha hecho calor, al menos no ha llovido lo que
temía y, lo que ha caído, ha ocurrido mientras estaba bajo techo.
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