jueves, 5 de diciembre de 2013

229.02 Prolegómenos 1

229.02 Prolegómenos.
2 de junio de 2010, miércoles.

Un tren que llega a destino antes de la hora.
He cogido temprano el tren en Irun y voy camino de Barcelona. El tramo Pamplona-Camp de Tarragona, una estación hecha en el culo del mundo, muy mal comunicada para acercarse a Tarragona capital con transporte público, lo hago con escaso diálogo. Llevo por compañero de asiento a un comercial que, por la noche, irá a Valencia. Va estudiando algo relacionado con su trabajo y recibe varias llamadas al móvil que responde con discreción. Yo leo Juana de Arco (vida ejemplar), de Marta Fábregas, un libro que leí hace tiempo, está muy deteriorado y lo voy a tirar cuando termine. En mis viajes no llevo libros, salvo el que llevé por Andalucía (Jesús Torbado y Manu Leguineche: Los Topos) y que abandoné en Puerto Real, y éste que quedará perdido en el olvido. Juana de Arco me lleva de nuevo a la mentalidad del nacional-catolicismo del franquismo. ¡Qué horror! Y lo malo es que ese espíritu rige las vidas de demasiada gente todavía. Mi deseo es ver la costa barcelonesa, pero desde Camp de Tarragona hasta Barcelona, el tren va por vía de interior y, en ningún momento se asoma al mar. Mi sueño era disfrutar de algunas zonas de la costa por las que había pasado el verano anterior. Durante el trayecto, me han dado una encuesta para rellenar y lo hago, destacando la puntualidad, puesto que llegamos con cinco minutos de adelanto sobre el horario previsto.

Nacionalismo esteril
En vez de comer en Sants, me acerco en Metro a Aribau, haciendo el recorrido Sants-Espanya. Allí pregunto a un señor que, aunque tiene dudas, me ayuda y una mujer que baja en Plaza Universitat, donde mañana tendré que bajar de nuevo del Metro, pues estoy citado en Tallers con Àngels, la chica que me ayudó el pasado verano cuando me rompí el peroné y me acompañó al primer centro de salud de Sant Antoni de Calonge. Esta mujer, que ha bajado conmigo, me orienta directamente hacia Aribau. No sé si es en la primera o en la segunda manzana, donde encuentro el restaurante Canela, que me agrada, y más el sótano y el camarero rumano que me atiende. Tan bien me atiende que, yo que no acostumbro a hacerlo, le doy 2 € de propina. Como amanida (ensalada) con setas tibias y butifarra con patata laminada y pimiento rojo asado. Comento con él que, hace poco confundí a un camarero rumano con un marroquí y que el rumano se ofendió. “Yo también me habría ofendido”, me dice. Parece mentira que viniendo de países cuyos gobiernos no les sacan de la miseria y no les ofrecen ningún futuro, todavía sientan orgullo de pertenencia. ¡Qué sentido tiene sentir orgullo por haber nacido en un país! ¡Nacionalismo estéril! Luego, el camarero rumano matiza: “También ellos tienen derecho a emigrar”. De postre me traen Strudel, con hojaldre casero y poca manzana. No tomo café y pago 10,50 + 2 = 12,50 €, y enfilo hacia el 67.

Los siete magníficos de Verche
Me recibe mi amiga Mari Luz. Es una visita nueva, deseada y casi obligada. Además me alegro porque tengo oportunidad de conocer a su madre, Quintina. A Mari Luz la conocí en noviembre del pasado año en el balneario de Verche (Valencia) y formó parte del grupo de los siete magníficos de Verche. Lo formaban cuatro mujeres: Isabel y Ana, a la que visitaré al finalizar este viaje, que compartían habitación; Rosa, con la que estuve la siguiente primavera en Gran Canaria, en casa de Augusto, y con la que hice un teatrillo; Mari Luz, con la que hice otro, que repetí en noviembre de 2012 con otra partenaire, Maryvonne, normanda y con la que ya estuve esta última primavera en Barcelona; Joan, con el que también estaré en Aldover al finalizar este viaje, en su casa, donde me invitó, para celebrar los días en torno a su santo patrón, San Juan; Augusto, del que ya os he ido hablando de él, desde que compartí habitación en el balneario de Fuentes del Trampal (Cáceres), y también en el de Verche, y yo. Todos hemos sido invitados por Joan para el puente de Sant Joan, dentro de unos días pero, como veréis en el reportaje fotográfico al finalizar el viaje, sólo acudiré yo a la cita.

Quintina, que ha cumplido 103 años
Mari Luz me ofrece un zumo para que lo tome mientras prepara a su madre, Quintina, y esperamos a un primo con el que vamos al casal donde hoy se celebra una fiesta en homenaje a los mayores de 100 años del barrio, y no son pocos. La fiesta se celebra en el Casal de Provenza y vamos en taxi. A cada homenajeado asignan una mesa alrededor de la cual se pueden sentar acompañante e invitados. 

Yo, con mi mochila, soy un invitado más, con el mismo derecho a consumición que el resto. Como no estaba prevista mi llegada, añaden un cubierto más para mí. En la misma mesa han sentado a Arsenio González y a una hija que le acompaña. Lo más curioso es que Arsenio nació en Irun, ¿no es casualidad? Este año cumplió cien años. Es de los jovencitos. La maestra de ceremonias hace las presentaciones y alumnas del Conservatorio nos dan un Concierto de Guitarras. El concierto elegido es con poco brío; no me parece nada adecuado para animar a los poco animados ancianos; incluso “que li darem a le noi de la mare” lleva un ritmo que no se ajusta a coordenadas de levantamiento del ánimo; es una versión menos briosa, más apagada, que la que yo conozco. 


Fuera del programa, interviene una nieta de centenaria (quizás biznieta), con dos piezas muy breves. Para mi gusto ha sido tocada con mayor acierto que las interpretaciones de los dúos. El concierto se acaba con una canción tocada con flauta travesera. En medio de cada mesa, hay un centro floral precioso, estropeado por las botellas de agua mineral, Kas y Coca-cola. Les hacen entrega a los centenarios de una placa con soporte de metacrilato (quizás cristal grueso) y un ramo de capullos de rosas rosas; llega el cava (que dicen champán) cuya chapa es negra, sin ser una edición de embotellado para la ocasión, a la que son tan adictos los catalanes, brut nature, también algo apagado; ni siquiera las burbujas contenidas resucitan a los centenarios. El cava llega acompañado de un pastel de bizcocho, enclaustrado en un envoltorio protector plástico. Quintina se ríe cuando me dejo llevar por el ritmo de las últimas intervinientes y Arsenio me cuenta cosas de su historia y del tiempo en que vivió en Irun.

Mari Luz tampoco irá a Aldover
Me dice mi amiga que no acudirá a la invitación de Joan a su Bosch Paumera de Aldover; dice que ya ha abusado mucho de su hija Fátima, su hija soltera, dejándola sola con Quintina; primero fue el balneario de Verche, después el de Cofrentes. De casa de Mari Luz he llamado por teléfono a Luisa, amiga que conocí en el viaje de novios, allá por 1971, y con la que voy a repetir celebración mañana, pero no estaba en casa. Después del homenaje y de comer el pastel y brindar con cava, me despido, agradecido, por la invitación y con el deseo de que Quintina cumpla muchos más. No ocurrirá tal cosa, ya que no pasará de este año.

Segundo año consecutivo de visita a Lluisa.
Voy por Valencia hacia el Mercado del Clot, pero no me oriento bien desde el principio y me tendrán que reorientar. Llego a casa de Luisa y, sin responder al contestador automático, me abre el portal. ¡Oh novedad!, las escaleras parecen de mármol. Algún escalón parece que ya empieza a resquebrajarse. La obra base ya está terminada, pero faltan algunos detalles y la pintura. Como siempre, soy muy bien acogido, tenemos nuestro rato de charla, de puesta al día, los controladores tumorales siguen estando dentro de límites aceptables, la veo bien y contenta. Llega su hijo Sergi, que es artista, algo bohemio; me pregunta si soy experto en chinas. Seguimos de charla y preparamos la cena; algo cómodo y que no sea muy pesado para la noche: pantumaca y ensalada. Todo está buenísimo: el jamón, el chorizo, el salchichón. ¡Lo que se pierden los musulmanes! Tras otro tiempo charlando, nos retiramos cada uno a su cama a hora prudencial. Mañana nos toca patear la ciudad y me enteraré de que la cama en la que he dormido es en la que duerme habitualmente Lluisa;  para mí, siempre fue Luisa.

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