jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 58 (236) Castelló d'Empúries-Cadaqués

Etapa 58 (236) 10 de junio de 2010, jueves.
Castelló d’Empúries-Empuriabrava-Santa Margarida-Roses-Cala Almadrava-Cala Murtra-Cala Montjoi- Cala Jóncols-Cadaqués.

Iniciando la jornada en Castelló d’Empúries
Me levanto a las siete y diez, cago y me pongo a escribir. A las 8:15 h, a la ducha. Bajo, desayuno continental y, para antes de las nueve, ya estoy en marcha. El señor Antón me dice por dónde salir del pueblo. Subo al puente y leo el indicador de Ampuriabrava, Rosas y Cadaqués, pero resulta ser autovía, por la que ni puedo, ni debo, ni quiero ir. ¿Se supuso el señor Antón que, aunque llegué con mochilas, tenía coche? Pregunto a dos mossos d’escuadra y me remiten a la carretera por la que vine ayer. Hoy no veo ni a las prostitutas ni al negro de ayer. Antes de llegar al río Muga, veo un camping, pero el nombre no es el que me dijo ayer mi yerno, al que van a venir en agosto. Si hubiera sido, habría entrado. Al rato cruzo al otro lado del Muga, por un camino que atraviesa el lecho del río, sólo se ven unos hilillos de agua, pero no entiendo cómo luego se hace un río tan amplio. Cuando venga crecido, supongo que no se podrá cruzar por aquí. No tengo a quien preguntar, así que no tendré respuesta a mis dudas. Salgo a camino más ancho, pero dudo hacia donde ir. Paro casi en seco a una chica que llega en bici por el camino de bicicletas; me dice cual es el camino correcto para llegar a Empuriabrava.

De Empuriabrava, hacia Santa Margarida. De nuevo Aiguamolls
Los que van en la misma dirección que llevo yo lo hacen corriendo o en bicicleta, ninguno andando, así que no tengo con quién conversar. Me cruzo con alemanes con bastones y les cuento la historia de El Idiota, pero no en alemán, claro. A un chico que va corriendo, en mi misma dirección, le hago un simulacro de carrera, que durará unos segundos. Se ríe, viéndome corriendo y cargado con mis mochilas. Sigo por el camino que va paralelo al Muga que, entre árboles y matorrales, ya se aprecia que lleva agua suficiente como para tener apariencia de río. Encuentro a un catalán con auriculares. Me dice que vaya por la carretera, porque, si voy a la playa, luego no podré pasar por la salida de los canales de Empuriabrava y tendré que volver a este punto donde estamos. Es convincente lo que me dice, así que, aunque con disgusto, no dudo en hacerle caso. Creo que he acertado. Ya en la carretera, me encuentro con Rosa y Bernard, de Toulouse, quienes me confirman que voy bien. 


Ya en camino perfecto me topo con otros dos franceses en bici, son de Besançon, cerca de la frontera Suiza, y me cuentan cómo un hijo suyo hizo el recorrido a pie entre Nancy y Toulouse. Mil kilómetros a pie en 33 días. Esta información me sirve para comparar y yo calculo que el primer año, entre Saint Palais, en el País Vasco francés, y Camiña, en Portugal, hice más de 1.800 kilómetros en 60 días. Bastante parecido al hijo de los franceses. Aquella experiencia primera me sirvió para aprender que lo importante no es tanto llegar, batiendo récords, como disfrutar del camino y de la charla en los encuentros que el camino propicia. Ya he pasado Empuriabrava y he fotografiado uno de sus canales, para muestra. 
 

Ahora vuelvo a entrar en los Aiguamolls del otro lado del Muga, pero estos no son tan humedales, hay menos agua y hasta se ven muchos caballos pastando. Los franceses se cruzan con otros dos ciclistas y se vuelven con ellos. Yo sigo el camino, y me encuentro con Tino, que recoge herramientas en su coche. Me dice: “hay poco trabajo”. Como tres moras de moral, no de morera, y me encamino hacia Santa Margarida. Pasa un alemán que lleva un maillot de Italia y me señala tres cigüeñas que, si no es por él, no las habría visto. Pasan dos extranjeros en bici con motor, en un momento en que dudo, y me quitan la duda diciendo: “si sigues por el canal, tendrás que volver atrás”. Les hago caso y, luego, me doy cuenta de que ella me está esperando, bajada de la bici, en un lugar adecuado para decirme por dónde debo continuar. En general, nativos y extranjeros, se muestran muy amables. 

Llego a un puente sobre canal y tengo mi primera visión de Santa Margarida. Arriba, un hombre me situará adecuadamente. Sigo la señal y paso muy cerca de Mercadona. Al poco veo a dos mujeres cargadas con dos bolsas cada una. Son Conchita y Ana, que ya no cumplirán los ochenta, y me ofrezco a llevarles sus bolsas de tres tetrabriks de leche. Se resisten poco porque han cogido más peso que el que debieran, y yo voy con 6 kilos de más, aunque equilibrado, tres en cada mano. Lo llevo hasta sus casas que ya están cerca de la playa. Me lo agradecen, me despido y continúo.

Roses y sus playas
Al salir a la costa de nuevo, costa que había abandonado ayer tras la comida en el camping, noto el aire frío y la ola rompe fuerte en la orilla. Voy un rato por el paseo marítimo, ya en Roses, pero tengo ganas de orinar y me acerco a la orilla. Meo y una ola me moja un poco una de las sandalias. Antes de llegar al puerto, veo cómo están tratando de regenerar una playa cuya arena se había llevado el mar. Palas y tractores trajinan. Alguna ola salta al paseo. Cuando estoy ascendiendo por una cuesta que va paralela al puerto, Natalia me informa de que hay unas escaleras tras el faro. En el ascenso, me paro con unos señores mayores; son de Zamora, así que no me saben informar sobre unas construcciones a pie de costa que veo hacia el sur de la bahía de Roses. Les cuento un poco de mi viaje. En ese momento pasan a nuestro lado dos adolescentes que, al oír lo que cuento a los zamoranos, se sorprenden y se paran a escuchar.

Un rato acompañado de Salva y Luciano hasta La Almadrava
Como los jóvenes van en la misma dirección que yo, aprovecho para ir charlando y contándoles más cosas de mi viaje. Iremos juntos hasta la playa de la Almadrava. Salva abandonó la ESO en 4º y Luciano, de 15 años, está a punto de tirar la toalla. “Por los profesores”, dice. Les digo que mi hija es profesora de la ESO y que da clase de Tecnología y que, a veces, le toca enseñar dibujo e informática. 


Me dicen que caminan para bajar peso y que también ayudan haciendo algunas tareas de la casa. Saco el tema de la libertad que, a veces, da su juego. Me dicen: “Nosotros no fumamos ni hachís, ni mariguana”. También hablamos de deporte, del esfuerzo que exige si se quiere tener éxito. Sale Nadal a colación. Hablamos de coche y moto y de obtener el permiso de conducir. Cuando llegamos a la playa de La Almadrava, ellos se despiden, porque van a hacer flexiones y abdominales. Nos deseamos suerte. Ascienden la escalera y yo me voy hacia el final de la playa, porque intuyo que el camino continúa por allí.

Otro rato acompañado de Luisa y Melissa hasta Cala Murtra
Cuando salgo de la playa, veo a un hombre que está orientando a dos extranjeras jóvenes. Les pregunto si van a hacer algún recorrido por la costa, y me responden que sí, así que la pareja se convierte en trío. Luisa es de Australia y Melissa de Shingapoore. Se muestran muy interesadas en el viaje que estoy haciendo y les voy entreteniendo por el camino contándoles anécdotas vividas a lo largo de toda la costa peninsular, que ya estoy a punto de culminar. 


Me hacen muchas preguntas, prueba del interés que muestran. La asiática es más receptiva y extrovertida y me saca una foto con Luisa. Yo les saco una a ambas. Melissa es fisioterapeuta y Luisa veterinaria. Las dos tocan cuerpos, una de personas, la otra de animales. Si tuviera que elegir, me quedaría con la primera. Nos asomamos a miradores, intentamos caminos complicados; uno de ellos nos lleva a torrentera de piedras, retrocedemos y continuamos por un camino que va por más arriba. 


Paramos en un bunker pintado con colores de camuflaje. El camino nos baja a Cala Murtra. Luisa dice que no lleva calzado adecuado y que no va a seguir. Les doy un par de besos y se van por donde hemos venido. Yo me desnudo y me doy un baño en bolas. Desde arriba, me dirán adiós con la mano.

Sólo hacia Cala Montjoi
Como el día está gris, me seco con toalla. Las chicas ya han desaparecido de mi vista. Ahora me toca seguir ascendiendo hacia la Cala Montjoi. Cuando desciendo de nuevo, veo que es un lugar en el que hay una Colonia de verano donde hay muchos chavales. Llego después de las 14:30 h y pregunto en un bar por si tienen algo para comer y sólo tienen bocadillos, patatas fritas y poco más. Me remiten al comedor buffet. Allí me dicen que pida un ticket en recepción. Se lo compro a una chavalita del país vasco-francés, pero no quiero enrollarme con ella por lo tardío de la hora. Bajo al comedor. Está ya casi vacío. Me dicen que vaya a la zona de las ensaladas, porque ya están empezando a retirarlas. Me pongo un buen plato: zanahoria, remolacha, cogollo, habas, maíz, tomate, aceitunas y salsa vinagreta. Me avisan que van a retirar los calientes. Cojo pescado, garbanzos, vainas finas y un estofado de carne riquísimo. Me traen sandía, naranja, yogur y helado. El otro encargado me da conversación, una vez que ya tengo todo sobre mi mesa. En el servicio de comedor hay muchas orientales amables. Una camarera de nuestra cantera canta: “Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón y rompa los cristales de Cala Montjoi”. “Como te oiga tu jefe…”, le digo. Voy al bar y tomo menta poleo, cago y me pongo a escribir. Cuando llego al bar, hablo con un monitor con traje de neopreno que está con otras chicas. Son empleados del lugar que lo mismo ayudan en tareas del servicio, que hacen de monitores de los jóvenes, como expertos en deportes acuáticos que son. Una camarera está recogiendo y limpiando mesas y me remite a otro chico que me asegura que hay buen camino hasta Cadaqués; y que, aunque en mi mapa no aparezca, en Cala Jóncols hay un hotelito y, seguramente, algún lugar donde cobijarme. A las cinco de la tarde me pongo en marcha.

Hacia Cala Jóncols
En la tele, anuncian mal tiempo también para el viernes. Ha llovido mientras he estado comiendo pero, ahora, ha parado. Saliendo de Cala Montjoi, el camino vuelve a ser ancho, pero el inconveniente mayor de esa anchura es que permite circular vehículos en las dos direcciones; circulan extranjeros y profesionales que dan servicio a la zona. Este problema lo tengo hasta que logro llegar a la cima, donde se produce el cambio de bahía y el camino me da dos opciones, una la de hacer un recorrido más largo, que me lleva hacia el Cabo Norfeo y que observo que es por un camino ascendente; y la otra, que es más horizontal, y que tiene una señal de acceso restringido. 
 
Esta última, que es la que elijo, me da luego la opción de bajar a la Cala Canadell que, a pesar de mi aprecio por el amigo que conocí el año pasado en la platja del Senyor Ramón, no me apetece nada bajar para después tener que subir al mismo punto de partida. Así que dejo la pista, que tiene la ventaja de que periódicamente me presenta un mapa que me señala dónde estoy, y vuelvo a coger el caminito que, pienso, está menos frecuentado, porque empiezan a aparecer especies ya conocidas: una clase de jara de flores y hojas pequeñitas y una especie de aulaga o aliaga pinchosa. 


Plantas ambas conocidas y temidas, como bien sabéis los que me seguís en este viaje que ha pasado de iniciático, a formar parte importante en mi vida. La primera, la jara, me martirizó en Portugal, la segunda, la aliaga, entre Tarifa y Algeciras. A pesar de mis temores, prefiero ese camino, y tengo la suerte de que enseguida desaparecen de él. Olvidado el Cabo Norfeo, enseguida llego a divisar a lo lejos la Cala Jóncols, ya al otro lado del cabo. Jóncol significa juncal, como me dirá luego Hugo, y Nuestra Señora del Junkal es la patrona de Irun, parroquia en que mi hija Vera restauró uno de los altares, con sus compañeros de equipo de Albayalde.

Hotelito en Cala Jóncols. Hugo se aprovecha
Según me voy acercando, va tomando forma el hotelito anunciado pero, cuando llego, la playa no me agrada. Esta circunstancia me hace dudar si hacer la gestión para pernoctar allí o seguir, teniendo en cuenta que hoy llevo andando mucho más que cualquiera de los días anteriores. La decisión final es la de seguir, sin preguntar, y tratar de llegar a Cadaqués para pasar allí la noche. 
 
Ya, estando a la salida de la zona de playa, en el camino, me encuentro a una pareja de alemanes. Él me dice que pronto voy a encontrar una bifurcación que me da dos opciones: o Roses o Cadaqués. Nos ponemos a hablar de mi camino y el alemán, que habla un castellano suficiente para lo que me comunica, me dice que a él le ha costado, desde Alemania, 40 € al día, en pensión completa, por siete noches. Me parece un precio muy bueno y, aún sabiendo que un precio para una o dos semanas no puede ser igual al de una sola noche, me animo a acercarme a preguntar. A la sombra de unos árboles, hay una estructura de bar sin bebidas y, aprovechándose de un enchufe, que parece no ser de nadie, Hugo está camuflado, de pie, manejando su ordenador.

Está, me dice, con un amigo que anda ahora por la playa, y que a él le gusta mucho mi viaje y que a su amigo también le gustaría. Le digo: “¡Qué chollo, poder hacer tu trabajo en plena naturaleza, casi salvaje!”. Hugo me indica que pase por junto a la piscina y que, por allí, llegaré a recepción. Si me quedo a dormir allí, ya tendremos oportunidad de hablar más tarde. Ya en el hotelito, me atiende un chico alemán, pero me dice que no es el recepcionista. Me señala a una chica, pero ella pasa la bola a otro alemán. Son las 18:15 h y me dice que hasta las ocho no llegará la recepcionista. Le pregunto por lo que me costaría dormir allí una noche, si hubiera cama libre, y me dice que entre 50 y 70 €, pero que ella me lo confirmará. Entre la inseguridad de tener o no habitación, el precio aproximado, que nada tiene que ver con los cuarenta euros del precio de la pensión completa que el alemán me ha dicho que paga, y que me da mucha rabia que en mi país un extranjero tenga un precio de vacaciones tan barato y el nativo tan caro, no tengo ninguna duda para marcharme hacia Cadaqués. Todavía cabría la posibilidad de negociar con la encargada, pero esperar casi dos horas, sin certezas… Me voy. 

A Hugo se le ha acabado el chollo; estaba clandestino conectado a Internet, pero le ha surgido un problema técnico que no sabe cómo resolver y que le ha llevado a perder la conexión. Cuando me estoy despidiendo de él y deseándole suerte para conectarse de nuevo a la red, llega Patri, el amigo con el que comparte caravana, y charlamos un rato más de mis viajes. “Gente interesante”, pienso y les digo: “supongo que sois matrimonio”; lo niegan y se ríen. Me despido de los dos amigos y me vuelvo a encontrar con el alemán. Le explico la diferencia de precio y me parece que le dejo contento, paladeando el chollo de precio de sus vacaciones; con la diferencia, se puede emborrachar todos los días a mi salud, si es de los alemanes que han venido sólo a eso, como comprobaré hacen muchos jóvenes, cuando visite Mallorca e Ibiza el año próximo. ¡Turismo basura! Me despido del alemán y sigo hacia la bifurcación por él anunciada.

Titubeos hacia Cadaqués
Cuando llego al cruce, y ya sé que la dirección Roses no me interesa, para Cadaqués aparecen dos opciones. Una de ellas, con un punto y una flecha blancos, que es la que cojo, me da de bruces contra una valla cerrada y con candado (algunas, sin candado, se pueden abrir; ésta no), así que no me queda más remedio que retroceder y coger la otra que lleva la indicación roja y blanca del GR (a veces la blanca es amarilla por estos lares). Tirando hacia la derecha, también me encuentro una langa, pero que se encuentra abierta. Subo por allí, y enseguida dejo de ver las señales del GR. El camino me lleva a una finca privada con casa y langa abierta. Llamo y nadie responde. Continúo bajando y llego donde dos hombres que trabajan y una mujer que me pide disculpas por la mala colocación de las señales, que llevan a confusión a más de uno. Le digo que la culpable no es ella, sino los responsables de organizaciones de senderismo que no cuidan que estén bien señalizados los caminos, máxime cuando son caminos europeos que pasan por la península y somos los de cada país los que debemos ser exquisitos al marcarlos. Visto que por allí no puedo seguir, retrocedo hasta la langa y veo donde he cometido error. Si hubiera estado cerrada, habría visto que ese camino llevaba a finca particular, sin continuidad de camino. Y, a la vez, veo cuál podría ser la solución, si es una puerta que muchas veces está abierta; y mi propuesta es la siguiente: poner el mismo cartel que yo he visto después, en el otro lado de la langa, duplicándolo; así el que llegue con puerta, abierta o cerrada, sabe que, si sigue, entra en espacio privado. Como ya no me queda otra opción, y con muy poca esperanza, porque ya la había elegido la primera vez, voy de nuevo a la señal de punto y flecha blancos. Intento saltar la langa cerrada y con candado, pero es entonces cuando veo la misma señal al otro lado, pero ahora sí, ahora estoy más despierto y puedo darme cuenta que hay un paso estrecho en el extremo que queda bastante camuflado; por eso no lo he visto antes. Paso fácilmente por allí y pronto el estrecho sendero se vuelva a ensanchar.

Un matrimonio americano que comerá en El Bullí
Ahora me toca ascender por un camino que se vuelve a estrechar y arriba encuentro sentado en el pretil a una pareja americana, con los que me puedo comunicar gracias a que ella habla un castellano suficiente y hace traducción simultánea para él. Ella me pregunta si el camino que yo traigo baja a Jóncols, y yo se lo confirmo. Le advierto lo que tienen que hacer al llegar a la valla que a mí me ha confundido y que no sigan por la siguiente, que está abierta. También les informo que el camino de Jóncols a la siguiente cala, en su primera parte, es muy bonito; y cuando digo el nombre de Montjoi, al americano se le agrandan los ojos, y dice: “Bullí”. Es entonces cuando me doy cuenta de que he pasado muy cerca del afamado restaurante de Ferrán Adriá, y no me he enterado. Hubiera estado bonito, si es que hoy hubiese sido día de servir comidas, presentarme por allí: “Hola Ferrán, vengo andando desde el País Vasco, te traigo recuerdos de Juan Mari, Pedro, Carlos y demás” y, entonces, Ferrán me diría: “pasa majo, si has andado tantos kilómetros para visitarme, te voy a obsequiar con estos bocaditos de degustación que me acabo de inventar, a ver qué te parecen”. ¿Creéis que veo muchas películas? Pues sí, veo muchas películas. Continúo un rato más con la pareja americana contándoles algo del camino que estoy haciendo. Ellos lo aprecian y, volviendo al tema de El Bullí, me informan, y no creo que fuera pura fanfarronada, que el día 15 de junio reanuda la actividad, y que ellos tienen reserva para el día 17. Me dicen que ya sabiendo, volverán a Jóncols y a Montjoi otro día y que ahora retornan por el camino que yo voy y que me pueden acercar en su coche. Agradezco, pero deniego su invitación a montar en su coche, pues mi camino es a pie, pero inicio el camino, nuevamente ascendente, con ellos; van tan lentamente, que prefiero despedirme y continuar solo y más rápido. Me han dicho que ellos viven relativamente cerca de Cala Nans, que está cerca del faro. Ahora el adiós es definitivo: “Y que disfrutéis en El Bullí”, les digo.

Acercamiento paulatino a Cadaqués
Superada la cota en altura, hacia el Norte, ya se empieza a ver la costa de Cadaqués, unas poquitas casas y las islas de la costa del otro lado de su bahía. Creo que va siendo hora de decir que desde Roses, ya llevo unas cuantas horas del día en el Parc Natural del Cap de Creus, que se podría dar por finalizado cuando llegue, más al Norte, a el Port de la Selva y que, por tanto, todas estas calas, desde l’Almadrava, hasta Jóncols, Nans y las que seguirán al Port, son costa del afamado cabo; lo más espectacular de él será el ocaso y el amanecer desde el Faro de Creus, mas habrá que esperar para verlo hasta la noche del 12 y la mañana del 13 de junio. Pero continuemos con el día de hoy. 

Cuando empiezo a descender hacia Cadaqués, como he dicho veo, arrimado contra un muro de piedra, un coche aparcado con matricula 1979 GWL y me pregunto si será el de ellos. En 1979 ya estaba licenciado del servicio militar, tenía 34 años, estaba felizmente casado y tenía dos hijas de 7 y 5 años. Cuántas cosas han cambiado desde ese año al de 2010, en que estoy culminando este recorrido. Yo cambié de estado civil, mis hijas se casaron, tengo cuatro nietos a los que adoro, con la pensión que tengo, tras más de cuarenta años de cotización, puedo hacer este viaje magnífico e impagable, y mis viajes anuales a balneario y con el Imserso. ¡Qué más puedo pedir!


Nans. Playa y faro quedarán para mañana
Ya en la cima, en una parte llana del camino, veo otro que va hacia el faro pero, llegando a la bifurcación, no aparece ningún indicador. No me arriesgo y continúo hacia Cadaqués. Veo en la curva una casa en remodelación, pero nadie responde a mi llamada. Hago varias fotos desde allí, en las que Cadaqués se va volviendo realidad y, así, llego al bonito pueblo que, con tanto acierto y una luz magnífica, plasmó Salvador Dalí en sus cuadros. Aunque no será hasta dentro de dos días que visitaré su casa en Portlligat.

Cadaqués. Cala Nuri
Una chica va con un perro pequeño y le pregunto por una pensión barata y me da varias opciones. Cuando nos hemos alejado, me grita: “¡Ca-la-Nu-ri!” y, después de Ca la Chari, Ca la Paqui, Ca l’Antón, interpreto: Ca la Nuri. También me añade: “por el parking”, que retengo, como información complementaria. Llego a un parking abstracto, que es como un espacio habilitado en campa a las afueras, donde hay varios coches aparcados, pero sin traza de vigilancia alguna, subo unas escaleras, pero me encuentro con la señal: “cuidado con el perro” y retrocedo. Por otro camino, llego a la calle deseada. Una chica ha entrado en ella en motocicleta y, como es el único ser viviente que veo por allí, le persigo. Cuando le voy a dar alcance, veo que está hablando por el móvil, me ve, y se cierra dentro de su casa; cuando ya me estoy dando la vuelta, vuelve a salir y me orienta. Me paso del lugar y salgo de la calle y un chico con gran mata de pelo, me reorienta. Llego a la casa, toda ella es de puertas abiertas. Subo hasta el último piso sin ver a nadie para preguntar y, arriba del todo, veo una habitación con una sola cama. Bajo, toco con los nudillos en una puerta, y sale Nuri. Me pide 20 € por una noche. No me ofrece la de arriba, la que he visto, porque resulta incómoda, ya que el baño está abajo. Bajamos a la planta baja y me enseña una habitación estrecha con dos camas y me dice que tengo posibilidad de dormir también mañana. Me parece bien y la acepto, pero, de momento, me cobra los 20 € acordados. Tiene el lavabo en la habitación y el baño, y el retrete, están al final del pasillo. Me desnudo, cago, ducho y lavo la camiseta amarilla que, primero cuelgo en el toallero y luego en la ventana, entre el cristal y la persiana.


Dos potentes pasteles
Salgo hacia el pueblo, al otro lado de la riera que desemboca, sin agua, en la playa. Me fijo en un bar que ofrece mojito y caipiriña. En la tele, acaba de comenzar el partido de baloncesto, Barça-Caja Laboral, y van por delante los catalanes. Dos chicos me dicen que es el primer partido de la final, que se juega al mejor de cinco partidos; si un mismo equipo gana los tres primeros, ya es el campeón. En caso de empate a dos, el quinto partido es la final definitiva. Bajo a la zona de Es Fornet y como dos pasteles, uno de bizcocho y mantequilla, cubierto de almendra y espolvoreado de azúcar glaseé, y otro, que es una tartaleta de piñones con crema; completo con un descafeinado con leche. (7,80 €).Termino a punto de reventar, ¡qué pasteles tan potentes! Luego leo que, al primer pastel que he comido, lo llaman Sara. Luego llamo a Vera, pero hablo primero con Mikel y un poco con Gari, que me quiere enseñar por el teléfono un camello que le ha traído su amona de Oriente Medio (0,90 €). Tras comer el pastel, bajo hacia la orilla del mar pero, entre que están arreglando el paseo marítimo y que las olas saltan al chocar contra el pretil, no me queda otra opción que meterme por las callejuelas de atrás sin conseguir salir al paseo marítimo por más adelante, que era mi primera intención. Retrocedo, y tres argentinas me dicen que el corte es provisional, porque acaban de echar una capa de cemento.

Quique. Droga para salir de la depresión
La playa a la que accedo, es de piedrecilla gris, poco atractiva y, uno que está en el bar me dice que él suele bañarse allí, desnudo, en las horas de poco público. Le cuento mi paseo de esta mañana, primero con los chavalillos de la ESO, los abandonistas, y luego con las chicas, la asiática y la australiana, el encuentro con Hugo y Patri. Este chico me dice que a él le vino bien un poco de droga, para salir de la depresión. Ahora no fuma maría, porque le va mal, y bebe poco, por la misma razón. Estuvo ocho meses en Sudamérica por una oferta de trabajo pero, la corrupción allí imperante, dio al traste con el proyecto; su nombre es Quique. Mientras hablo con él, he tomado una piña colada, ya que no tenían lima y no me podían preparar ni mojito, ni caipiriña, pero el anuncio lo mantienen. Le digo al barman: “házmela con limón”, pero me responde que con limón no queda bien. El partido va muy igualado y, finalmente, lo gana el Caja Laboral (0-1), buen comienzo, ganando fuera de casa. Cuando regreso a casa, poco más de 50 metros, lo hago acompañado de una sudamericana con frío. Nos despedimos en la calle, llego bien y duermo bien. Sólo una vez me tengo que levantar a orinar, y no echo la bomba. Cuando me levanto a las 7:10 h, veo que la ventana del servicio está abierta, así que ya sé que no estoy solo.

Balance de la jornada más larga de este año
Hoy ha sido muy largo el recorrido que he tenido que hacer. Por primera vez en este año, salgo de población de interior, Castelló d’Empúries. Antes de salir al mar, encuentros útiles con autóctonos y extranjeros. Luego los encuentros más bonitos han sido con los adolescentes, Salva y Luciano, incitándoles a buscar un sentido a su vida, y con las jóvenes Luisa y Melissa, cuidadoras de cuerpos animales y humanos. Tras la acelerada comida en Cala Montjoi, el bonito encuentro en Cala Jóncols, con Hugo, en dos tiempos, y con Patri. También con el alemán que contrató estancia por una semana. Las peripecias para salir de Jóncols, acaban con americanos que visitarán el Bullí y me sirve para situarlo en la geografía de mi viaje, cercano a Cala Montjoi. Acierto con la pensión, que me ofrecen a precio razonable, acorde con sus características. Un ratillo con Quique, también interesante, que me hace ver los efectos de la droga con menos pesimismo. En resumen, un día intenso con poco desperdicio. Si no ha hecho calor, al menos no ha llovido lo que temía y, lo que ha caído, ha ocurrido mientras estaba bajo techo.

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