jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 64 (242) Portbou-Collioure

Etapa 64 (242) 16 de junio de 2010, miércoles.
Portbou-Cervère-Banyuls sur Mer-Paulilles-Port Vendres-Collioure.


Hoy visitaré la tumba de Antonio Machado y concluiré el viaje tras 242 días desde el que salí en mayo de 2006 de Saint Palais (Donapaleu). Acabar el viaje significa que en Collioure finaliza mi vuelta a la península ibérica, pero mis caminos ahora están más abiertos que nunca y ya van tomando dirección. En 2011 daré la vuelta a las Islas Baleares y, de momento, las Canarias, quedarán para disfrutarlas con el Imserso, que bien ganado lo tengo. 2012 lo reservaré para la Francia más atlántica y continuaré en 2013 hasta la isla de Terschelling, en Holanda. De momento, ése será mi Norte más norte. El verano de 2014 será, de nuevo, por el Mediterráneo y, tras rodear la isla de Córcega, de la que todo el mundo me habla maravillas y me dice que me va a gustar, ¡ya veremos!, pretendo retornar al continente y partir de la frontera italiana para volver, por el otro lado, de nuevo, a Collioure. Así que el próximo año, si no hay cambios, acabaré de recorrer las costas francesas y estaré donde os estoy narrando ahora, rindiendo nuevamente homenaje a mi admirado poeta, nuestro Antonio Machado.

Despertar en la frontera
Las fotos de hoy son de inferior calidad y el rollo de la máquina de usar y tirar no rulará bien. Abro un ojo antes de las seis y para las 6:15 h ya estoy levantado. Hace fresco y no tengo intención de bañarme, pero corro para sacar mi primera foto china del amanecer desde el otro extremo, el Sur, de la playa del Pi. Pi no es en este caso 3,141594 número que si lo queréis saber completo es interminable, aunque una aproximación la podéis encontrar en la película La vida de Pi. Cuando llego, no logro ver el sol, pues hay muchas nubes. El sol se ha apagado. 


Durante la noche, la marea ha bajado pero, ahora, de nuevo moja el paso entre playas. Un grupo de cinco personas duerme en la primera playa, están ocultas tras las primeras rocas. Esta es la única playa que tiene camino directo hacia el paseo marítimo. Da la impresión de que las que duermen son chicas, pero no lo puedo asegurar, ya que están muy tapadas. A un hombre que recoge porquerías del suelo, le advierto de la presencia de las/los bellas/bellos durmientes. Hacia allí se dirige. 
 

En el paseo marítimo saco foto de un chiringuito quemado. No recuerdo haberlo visto ayer, así que pienso que ha podido arder esta noche. Puedo asegurar que yo no he sido. Subo por el camino que ayer me indicó la parejita inglesa, pero la señal desaparece y voy hacia la carretera. Allí la señal es blanca y amarilla. Saco foto del puerto y del Memorial Walter Benjamin.




En estas primeras horas de la mañana no hay circulación rodada y puedo subir sin contratiempos el puerto de montaña hacia la frontera, que está en lo alto. Desde arriba puedo sacar una foto panorámica de Portbou, también con su playa de vías de RENFE.



Para no olvidar nuestra historia más reciente
En la cima encuentro los paneles que ya me habían anunciado en la oficina de turismo. Los textos están en catalán y castellano. En uno de ellos leo una acción de un requeté navarro, y me avergüenzo de ser de su misma tierra, me disgusta verme entre este tipo de navarros, ese grupo de fascistas, guerrilleros de Cristo rey. Me acongojo y se me oprimen las tripas. 



Los distintos paneles van explicando los distintos puntos fronterizos por los que los republicanos fueron huyendo de las huestes fascistas lideradas por Franco. En la cima, todavía están los dos edificios de las policías fronterizas. Ya estoy en


 















F     R     A     N     C     I     A


Cervère a la vista. Desayuno en La Miel Rosa
Un indicador dice que Cervère está a 4 kilómetros, pero serán los kilómetros más rápidos que he hecho en mi vida, pues encuentro un atajo y llegaré en menos de 20 minutos. Desde la carretera, veo el atajo que va en dirección a la estación del ferrocarril de la SNCF. También aquí sufren la servidumbre de la playa de vías. Paso por debajo. Un hombre va con bolsas de basura y vigilando a un niño. Cuando llegamos al contenedor, le levanto la tapa para que deposite allí las bolsas; echa la primera, pero al intentar tirar la segunda, se queja de daño en el hombro. Por cómo suena la bolsa al caer al fondo, parece que no hacen recogida selectiva para reciclaje, pues se oye el entrechocar de latas y vidrios. Sin todavía ver el mar, llego a Le Miel Rose, que pertenece al grupo de Les maîtres du pain (maestros panaderos). Desayuno un café corto con poca leche que, según veo en su gesto, a la señora que me lo sirve le parece mucha, un croissant y un caracol, que ellos llaman de raisine (nuestras uvas pasas). Pregunto a la mujer que regenta el bar y me dice que Banyuls está a 11 km y Collioure a 25. Después de escribir el diario, son las 8:45 h y hacia esos pueblos me dirijo.

De Cervère a Banyuls-sur-Mer. Viñedos
Me encuentro con un catalán que espera a un compañero para llevarlo en su coche a trabajar. Su coche tiene matrícula B, de Barcelona. No me puede dar información de si hay o no GR pero, si su compañero lo sabe, me parará por el camino para decírmelo. No se producirá tal promesa. Sin salir de Cervère, veo un WC público; es una placa turca y hago una descarga consistente y copiosa que me deja el cuerpo como nuevo. ¡Qué bien! Aprovecho para coger agua para el camino. Asomado al pretil, veo cómo dragan la dársena. Las piedras que extraen del fondo las van colocando sobre una barcaza y, luego, las ponen ordenadamente en la superficie del litoral. Veo también a un hombre que va caminando por las rocas; al principio, he pensado que es un pescador, pero no veo su caña y, sin saber qué está haciendo por allí, desaparece de mi vista. 


La carretera empieza a llenarse de vehículos; en las zonas de amplio arcén no tengo ningún problema y puedo seguir yendo por la derecha y viendo el litoral marino, pero al angostarse el arcén, prefiero ir por el lado izquierdo que, al menos, voy más seguro y me permite vigilar mejor a los coches que vienen de frente. Llego a zona de viñedos y el arcén prácticamente desaparece y ya no voy seguro ni por el lado izquierdo. En una de las curvas, el coche frontal se me arrima peligrosamente. Menos mal que aminora su velocidad. Me subo al bordillo que canaliza las aguas pluviales. Tomando esas precauciones, el camino resulta fácil, pero no puedo bajar la guardia.

Zona vitivinícola y viñadores
A lo largo del camino voy viendo lugares de degustación gratuita de vinos, pero todos están cerrados. Aunque todavía no he llegado a Banyuls, en uno pone Vinos Banyuls-Collioure. Luego veo un cartel anunciador de Ruta del Vino de los Pirineos Orientales. En una curva, aparcado en el arcén, veo un coche parado con tres chicos. Son suizos. Vienen de Zurich. Llevan trece horas conduciendo, pero son dos los conductores que se turnan. Van hacia Barcelona. Sólo hablo con el más receptivo y le cuento mi viaje, que ya se está terminando. Adiós. Buen viaje. En esta zona casi todo el terreno está cultivado con viñedos. Las cepas y los zarcillos casi se introducen en el arcén. En setiembre sería una delicia caminar por aquí y aceptar la invitación de esas cepas oferentes. Lástima que ahora los racimos ofrezcan sólo proyectos de uvas insignificantes. Las más grandes, alcanzan un tamaño de petít pois (guisante) o, como mucho, de chiche (traducirlo a garbanzo pedrosillano sería una temeridad). Paso por un lugar en el que pone: Sentier-sous-Marin, pero no veo ningún sendero, ¿se referirá, efectivamente, a un sendero submarino? A lo mejor se refiere a una zona costera protegida que está entre los cabos que luego veré. 
 

Llego a un lugar de costa muy bonito, pero no veo playas, sino roca abrupta. Confío en encontrar playas en la vertiente Norte. Lo que encuentro son dos vaguadas; la primera la han llenado de casas y la segunda, más hacia el mar, de rulotes. Desde muy lejos, en una de tantas curvas, veo un coche aparcado. Cuando me acerco, agazapados bajo la carretera, junto a un pequeño puente bajo el que corre el agua, cuando la hay, encuentro a dos viñadores; uno, está quitando las malas viñas de la tierra, para que no resten minerales a las cepas. El otro, las aligera de alguna hoja para que el sol de de pleno en los racimos incipientes. Me supongo que no tocarán los zarcillos. Les saludo, y me dan una explicación de lo que están haciendo.


Reserva Natural Marina Cervère-Banyuls
Llego a esta zona de reserva, que se encuentra ubicada entre dos cabos, y que se extiende hacia el interior. Uno es el cabo Rederis y otro el cap de l’Abeille (de la abeja), pero que en la información que me dan en catalán, figura como cap de la Vella (la vieja); ¿Será una deformación al trasladar los nombres por etimología de una lengua a otra?, algo similar a lo que ocurre entre Irun y Hendaya con la isla de los faisanes (faisant sería el original francés, que nada tiene que ver con faisanes). Una de las fotos que saco por esta costa ya me proporciona caminos próximos a la costa; unos van hacia playa, y otros van hacia uno de los cabos. Por la parte alta, ya se empiezan a vislumbrar algunas casas de Banyuls-sur-Mer. Cuando la carretera dobla el cabo, ya veo Banyuls, pero no sé a qué carta quedarme, puesto que en el letrero de la derecha indica Banyuls-sur-Mer y en el de la izquierda, Banyuls de la Merenda. Al asomarme a la bahía, salgo del arcén y subo a un pequeño altozano que me permite ver mejor la costa. Un chico mea abajo. Un ciclista para, baja de la bici y saca una foto.

 Banyuls-sur-Mer
Llegando al paseo, una señora me informa dónde está la oficina de turismo; como voy a ciegas, me vendrá bien un mapa de esta zona de costa. Unos pescadores exponen su escasa mercancía. Al ver unas potas, me doy cuenta de que eso era lo que llevaba el pescador de Tamariua cuando yo iba a dormir. Al pasar por un atelier, veo la producción pictórica de una artista de la localidad que expone dentro y fuera. Aunque unos cuadros me gustan más que otros, todos tienen una factura propia de su autora y, en casi todos, se representa una visión idealizada de Banyuls. 


Felicito a la pintora por hacer una pintura tan alegre y colorista. Me gusta la brillantez de sus óleos y acuarelas. Ese colorido destaca más cuando el tema es el conjunto de arcadas bajo la carretera que, en una interpretación más realista, serían ocres tirando hacia el negro, pero en su pintura son pura luminosidad. Licencia del artista que no se limita a reproducir lo que ve, sino a reinterpretarlo. Unos niños van de excursión con sus profesoras o maestras, todas mujeres. Pido permiso para sacar foto y me lo dan. Entro a un parque infantil y cojo agua; iba con intención de llenar la botella en una especie de delfín-papelera pero, aunque lo que creía fuente no lo es, la lleno en la toilette. Llego a un establecimiento que se dedica, entre otros, a venta de vinos; veo expuestos unos porrones y pienso que son para degustación. Me acerco con intención de echar un trago, pero compruebo que la punta está obstruida con una especie de cera o resina. ¡Mi gozo en un pozo!

Información en castellano
Cruzo el río Vall Auri, que la señora me había dicho que estaba antes de llegar a Información. En la oficina me atiende una de las chicas y lo hace en castellano, pues estuvo estudiando en Barcelona. El mapa que me da va desde la frontera hasta plage Bernardi, pero le faltará un poco para llegar a Port-Vendres y Collioure. A falta de otra cosa, me las apañaré. Me dice que puedo seguir el sentier litoral con indicación jaune (amarilla) y me escribe, como lugar de punto de partida del camino: Centro Helio Marin. También me dice que la primera playa nudista no la tengo hasta mucho más allá de Collioure.

Degustación de vinos
Sigo la carretera y encuentro un sitio de degustación menos urbano que el anterior pero, así como los que he visto por la mañana estaban cerrados, éste está abierto. Le digo al chico que no quiero comprar vino y que agua ya acabo de coger en el pueblo, pero que me gustaría probar la calidad de los vinos que ofrece. Parece ser que la denominación de origen es la ya vista anteriormente como indicador de la zona: Banyuls-Collioure. El primer vino que pruebo es muy dulce y riquísimo. El segundo, algo menos dulce, pero también muy bueno. Lo más sorprendente es que al dar las características a estos vinos dulces, los denominan “secos”. El tercero es un vino rouge (tinto) joven de 2008 (que en 2010 ya no es tan joven). Después de tener la dulzura de los anteriores en la boca, éste ya no lo puedo paladear, y me parece muy flojito. Agradezco la cata y la lección vinícola y tras hablar un poco de mi viaje, me voy del lugar de degustación gratuita.

Cristofer me acompaña un rato
Al salir, me encuentro con Cristofer, que va hacia la playa. Vamos juntos hasta que lleguemos a Helio Marin, que es desde donde cogeré el sendero. Tampoco sabe decirme Cristofer nada sobre playas nudistas y, al comentarle lo que me han dicho en la oficina de turismo, aprovecho para criticar el lema “liberté”, que no es nada más que papel mojado, con el que se les llena la boca a los franceses, pero que Francia es uno de los países que, en el mundo, más conservan la tradición. Cristofer, aunque no es nudista, comparte mis opiniones y cree que en España, con todo lo que se diga, hay espacios de libertad en los que estamos más adelantados que los franceses. ¡Es una lástima que mi francés sea flojito y no podamos profundizar en éste y otros temas! Me despido de Cristofer; él baja a la playa y yo continúo bordeándola. En ese momento, llega una pareja; tienen aspecto de ser andarines y me dicen exactamente el lugar donde comienza el camino que busco. El Centro Helio Maritime (¿o Marin?) ha quedado detrás de la playa.

Sentier litoral
Ya estoy en el sendero. Está perfectamente señalado y encuentro las señales en aspa (X) con una de las rayas blanca y la otra amarilla, que funciona como disuasoria. El problema surge una vez pasada la playa de Les Elmes, cuando todavía no llevo caminando ni media hora. Como no veo claro y no sé si ir hacia la costa o hacia el interior, elijo mal y acabo saliendo a la carretera. No he querido ir hacia el cabo que asomaba por la costa, porque después me iba a obligar a entrar en una especie de golfo y suponía hacer un recorrido más largo e innecesario, pero la opción elegida, también me hace dar un rodeo que habría deseado evitar, además de sacarme a carretera, doblemente indeseada. Consigo llegar a Paulilles, pero una larga verja, que me lleva a doble puerta del mismo material y que está cerrada a cal y canto, no me deja avanzar.

Centro privado de Paulilles
A pesar de las dificultades, consigo entrar. El lugar es privado, pero no logro saber a qué está destinado. Podría ser un lugar de vacaciones, un centro para personas mayores, o una estación balnearia y de reposo. Desde aquí se organizan y parten visitas guiadas, algunas aparecen anuladas, quizás, por falta de solicitantes. Entre el edificio y la playa hay una gran extensión de terreno con plantas de poca altura que, sin ser un jardín, ofrece un espacio grato a la vista. Caminando en dirección al mar, coincido con un hombre que lleva tres bolsas de picnic y me ofrezco a llevarle una. No sé si por desconfianza o porque realmente no pesan y no lo necesita, el caso es que rechaza mi ofrecimiento. Al llegar a la playa, un gran grupo de mayores le están esperando. Es muy probable que, si no hubiera abandonado el sendero costero, habría podido llegar hasta la playa en que estoy, continuando por la costa.

Ya no puedo demorar la comida
Teniendo en cuenta que, en Francia, son tan tempraneros para comer, ya me estoy temiendo que no voy a encontrar un restaurante. Voy por el paseo marítimo. La gente que veo por la orilla del mar es escasa y todos llevan bañador pero, al fondo, entre las rocas, veo que hay un hombre e intuyo que pueda estar practicando nudismo. Me acerco por un camino que da la sensación de que no va a tener salida pero, cruzando una riera seca, llego donde el hombre, quien, aunque no está desnudo, al menos me informa de que el sentier litoral lo puedo volver a coger adentrándome unos 50 metros por la riera seca. Cuando salgo de las rocas de donde estaba el informante, observo que en la playa anterior está tomando el sol una mujer con un niño, a unos cien metros de distancia. Desnudándome rápidamente, me doy un baño y me quedo en la orilla, entre sentado y tumbado, mientras las olitas me mecen y me refrescan. Tras un rato de relajo, me seco al sol entre rocas protectoras de la vista de posibles paseantes y, una vez seco, me tumbo sobre la toalla, protegiéndome con las mochilas. La playa no es de arena, sino de piedrecillas, pero resultan amables y se amoldan al peso de mi cuerpo, y estaré un rato agradeciendo al sol el calor y el bienestar que me depara. ¡Qué felicidad! Me visto, localizo el sendero litoral que me había indicado antes el señor de las rocas, y continúo por él hasta que llego a la playa Bernardi, donde encuentro restaurante.


O Sole Mío
Este restaurante, que está en la playa Bernardi y que pertenece al conjunto de playas de Paulilles, ya pertenece a Port-Vendres. En una larga mesa, come mucha gente, la mayoría son jóvenes. Muchos de los chicos tienen el neopreno puesto pero el torso desnudo, cosa que no ocurre con las chicas. La reivindicación de igualdad para los dos sexos, no la demanda las mujeres de este lugar en este aspecto. Pronto va a enfriar; se cubrirán los chicos y las chicas se pondrán algo más de ropa, por encima, al ocultarse el sol. Una de las jóvenes, está helada y se le nota que tirita. Se ve que el grupo ha hecho ejercicios náuticos, probablemente surf, por la mañana y, por la tarde, parece que tienen intención de continuar. La comida no es más que un alto en el aprendizaje. Con los jóvenes, comen también sus monitores. Como la terraza que estaba al sol está completa, me siento en otra mesa más al interior. La camarera me atiende bien, pero no logro entender bien la carta y todo lo que pido para comer, de lo que me ofrece O Sole Mío, será frío y hoy me habría apetecido comer algo más calentito. Se ve que este Sole no da mucho calor. Lo que más a gusto como es el pantumaca con ensalada, que he estado pensando no encargar en la comanda. ¡Menos mal que lo he pedido! La escalibada que he pedido, pensaba que iba a ser de frutos de la huerta asados y calentitos. ¡Pues no!, era un bol recién sacado del frigorífico. Los moules (mejillones), pensaba que serían abiertos al vapor o a la marinera, pero me los sacan sin cáscara y tan congelados como la escalibada y, para colmo, saben más a ajo que a mejillón. Si llego a saber lo que iba a comer, habría preferido pedir un arroz negre de marisco y me habría salido mucho más barato. Hago saber a la chica mi disgusto por comida tan poco apetitosa. Será una de las comidas más caras de mi viaje, pues he añadido ½ litro de vino blanco (47,60 €), y me trae el recuerdo de aquella que hice en Portugal, cerca de Comporta. Menos mal que de postre pido algo caliente y, aunque la tartaleta de manzana me sabe buenísima, con el chantilly añadido, también le ponen una bola de helado congelado. Termino la comida con una infusión de tila calentita. Además de mi queja y disgusto por la comida, también transmito a la chica que me ha atendido, el viaje que estoy a punto de finalizar, y le cuento mi intención de recitar a Machado su poema del caminante.

Caminantes y un CD con letras de Antonio Machado
En mesa próxima a la mía, han comido dos chicas. Una sabe bastante castellano y traduce a su compañera lo que yo le estoy contando de mi camino. Se van.


En otra mesa más alejada, comen dos caminantes franceses, que han llegado con sus mochilas, y ya van por la tercera botella de vin rosé (clarete). Me invitan a que me acerque y me ofrecen un vaso de su vino. Sacan el gran mapa que ellos llevan como guía y ya me siento a charlar con ellos. Brindamos por el éxito de nuestros viajes. Como sigan bebiendo van a llegar a su destino arrastras. El objetivo, Machado, les conmueve y les recito el poema del caminante, sin fallos. Será mi ensayo general antes de la inminente puesta en escena en Collioure. Gerard y Claude han permanecido atentos a mi recitado. Les enseño mis dibujos y Gerard las poesías que le inspira la marcha. ¡Lástima de mi bajo nivel de francés! Cuando estoy con ellos en su mesa, el encargado del restaurante, se acerca a mí y me regala un CD dedicado a algunos poemas de Antonio Machado y cantado por Francisco Montaner. Aunque no está el del caminante entre ellos, aparece El viajero: “He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas…” que es otro de los que me gusta y tiene que ver con mi viaje. Ambos fueron cantados en su día por Juan Manuel Serrat, que fue quien me descubrió a Machado. Agradezco la gentileza y doy un abrazo al encargado. Con este detalle, el disgusto por la comida desaparece y es recompensado con creces. Adiós a todos.

Hacia el faro de Port-Vendres
Me pongo en marcha, de nuevo, hacia el sentier litoral y, cuando llego a una playa en la que todo el mundo se ha ido marchando, encuentro a una pareja y él está desnudo. Al saber que no estoy solo, me desnudo y me doy un baño refrescante y me seco al aire. Ya seco, me tumbo un rato. El nudista también se levanta, saca fotos en la zona de rocas, con enfoque muy cercano, a animalitos o plantas marinos; yo me visto y sigo adelante. 
 

Para cuando subo al camino, el otro ya se ha puesto el bañador y está deambulando por la orilla del mar. La siguiente fase de mi camino será abrupto, un continuo sube y baja. El sendero que viene a continuación no me gusta y quiero irme hacia otro lado, pero me obliga a continuar y, por él, consigo ir acercándome al faro. Saco una foto hacia España, donde el Cap de Creus ya esta casi perdido.
 

Ya en mejor terreno me viene la inspiración e invento una canción, que me servirá para ir tarareando un rato. No recuerdo ahora ni el contenido, ni el estribillo, pero era algo así como: “Yo no quiero ir… no, no, no, no, no quiero noquear, no, no, no…” Como veis, una tontería que me ha servido de distractor. Llegando al faro, una pareja que llega en moto, para para preguntarme, pero yo poco puedo ayudar en un terreno que no conozco. Tras sacar una foto del faro, inicio el descenso hacia Port-Vendres.

Descenso a Port-Vendres. 
Un cementerio que no es el que busco
Ya en el descenso, encuentro a una pareja que regresa. Esta mañana me los he cruzado cuando iban en dirección contraria y me han dado una orientación. Ahora, yendo en la misma dirección, charlamos un rato. Les enseño mis dibujos y les gusta. Él me mira muy fijo y no sé qué me quiere decir con esa mirada. ¿Quizás, que le deje tranquilo con su chica? Ante la duda, me despido y acelero mi zancada. Llegando a Port-Vendres, un hombre me dice que, bordeando el puerto, en quince minutos llego a Collioure. Voy hacia el puerto y un africano me dice que, subiendo unas escaleras muy planas, siga luego la carretera. Empiezo a pensar que el cementerio donde está enterrado Antonio Machado, puede estar por esta zona, entre Port-Vendres y Collioure y pregunto a una chica que está sentada en el bordillo de la calzada. Me dice que el cementerio está dentro del pueblo. Sigo la carretera, en la que los indicadores ya se refieren a puntos alejados de Collioure y, otra chica, me dice que ya estoy en Collioure. Con esta información, pienso que el cementerio cercano ya puede ser el que busco. Le pregunto a la chica y me responde afirmativamente. Retrocedo para entrar. Veo muchas tumbas con apellidos catalanes y españoles, pero ninguna me ofrece a Machado. Si sigo leyendo todas las lápidas, pueden darme las doce de la noche o las del mediodía, así que decido salir del cementerio para preguntar. Oigo ruido producido por alguien que está trabajando en algo que me suena a carpintería metálica; entro y, el hombre que trajina con útiles y herramientas, me informa de que en ese cementerio no está enterrado Antonio Machado y que el cementerio que busco está en el centro de Collioure. Agradezco la información y, más tranquilo, sabiéndolo, voy hacia mi destino.

Entrando en Collioure. 
Tumba de Antonio Machado
Intento sacar una foto que se podría titular: Acercamiento a Collioure. Un matrimonio que, tras el paseo, regresa a casa, me acompaña un rato. Cuando llegamos a un lugar, donde ya se aprecia una panorámica bastante completa de Collioure, la máquina del chino se atasca y se niega a funcionar, así que me quedo sin panorámica ¡Qué lástima! Bajamos escaleras que llegan a ras de agua, probablemente por la marea alta, y así entro en la ciudad. 

Antes de resolver mi lugar de acomodo, compro un rollo de fotos y me dirijo a la Mairie (Ayuntamiento) y a la Police (Policía), pero ambas están cerradas. Me dicen que el cementerio está cerca y llego a la tumba donde está enterrado el poeta. Antonio Machado reposa aquí. La lápida está repleta de objetos que le traen gentes que admiran su obra poética. Entre sollozos, consigo recitar el “Todo pasa y todo queda…” y, a duras penas, consigo llegar al “Golpe a golpe, verso a verso” final. La copia del poema extraído de las páginas de Internet, allí se queda, pillada por una foto del poeta y dos piedrecillas, probablemente piedras del camino, que alguien dejó allí. Tras sacar dos fotos de la tumba y lápida tan repleta, salgo del cementerio y pregunto a un policía municipal por un lugar para dormir que sea económico. Me orienta hacia Chambre d’Or.

Fin de viaje. Como premio, dos noches en Chambre d’Or
Un hombre que está en la puerta de su pizzería, me señala donde está la habitación de Oro y la puerta a la que debo llamar. Es una casa próxima con puertas y ventanas verdes. ¡Muchas gracias! Toco el timbre y la dueña, a través del telefonillo, me abre la puerta para dejarme pasar. Tiene una habitación libre para esta noche y, aunque dudo, prorrogable una noche más, si se lo digo antes de las doce. Me dice que la Mairie abre para las 8:30 h. Le pago 40 €. Ya en la habitación, que es muy a propósito para lo que yo necesito, cago y me lavo los pies. Los tengo en orden, salvo el dedo pequeño del pie izquierdo, que lo tengo bastante chungo. Es un problema que llevo arrastrando desde el verano pasado, y que fue consecuencia de un papiloma plantar que me afloró al inicio del camino y que, según pienso (es mi teoría), se fue desplazando hacia la izquierda, alojándose, definitivamente, en el dedo final. A veces me duele, en los inicios de etapa, pero luego se va calentando y no me causa molestias graves. En la habitación no hay jabón y, con el poco que me queda, me arreglo para ducharme y lavar la ropa. Tiendo la ropa en la ventana, sin pinzas, puesto que no las tengo pero, como no hace viento, ni se mueven. No puedo arriesgarme a perder ninguna prenda, pues todavía me quedan días para estar fuera de casa, visitando a amigos y acabando en Aldover, en el Delta del Ebro, con mi amigo Joan, en el puente de su santo. Por la noche cerraré los ventanillos para que el viento no me vuele las ropas. Hace buena noche y, por la orientación de la ventana, espero que mañana les de el sol y se terminen de secar.

Noche en Collioure. Cena en Al San Vicens
Salgo de la habitación y pregunto a la dueña por si hay postales de la ciudad en las que pueda escribir un texto idéntico, pues no quiero estar mañana escribiendo todo el día. Me dice que lo intente mañana en el Ayuntamiento. Ya duchado, cambiado de ropa y sin jersey, puesto que lo he lavado también, salgo a cenar por el puerto, frente a la Torre del Reloj, en Al San Vicens. Elijo menú de 22 € + vino y pido las famosas (me lo dijo Marie Agnes) anchoas. Me sacan un plato ridículo con seis anchoas birriosas pero que, con el perifollo de ensalada, resulta aparente. Las como primero solas y con pan y, luego, ya mezcladas en trocitos con la ensalada. Nada extraordinario y que prometo no comprar para llevar como regalo a mi familia. El muslo de canard con patatas, tampoco es una maravilla, pero se deja comer. La isla flotante está rica. Mezclo el merengue insípido con la rica crema pastelera ligera del fondo. Pago 23,80 € y, sin ser nada especial, me convenzo de que he comido a gusto. No van a ser las comidas las que me fastidien un día tan especial. Un grupo de jazz raro, ameniza la tarde-noche. Me bamboleo de vez en cuando siguiendo su ritmo. Cuando uno de los miembros del grupo, formado por una chica y dos chicos, pasa el sombrero, yo ni lo veo. Recogen y se van. El camarero al que pago la cuenta estuvo dos años en España y habla un más que aceptable castellano. Se lo digo, y agradece mi opinión.

Nocturno en Collioure
Una vez hecho el pago, me encamino para dar una vuelta por la ciudad, antes de regresar a la pensión. Voy hacia la Torre del reloj. Luego, por la playa, hacia la ermita, a la que no llego. Como no tengo jersey y hace algo de fresco, retrocedo y, subiendo unas escaleras, me sitúo en almena-Wc y meo en urinario que da a tronera con vistas a la ciudad. Es grato descargar la vejiga y, a la vez, deleitarse con el bonito paisaje. Bajo y voy deshaciendo el camino de la venida y observando lugares que mañana pueda dibujar. Llego a Chambre d’Or, cierro los ventanillos. Compruebo que la toalla ya está casi seca, y me acuesto. Hace demasiado calor y, durante la noche, retiro la manta. Me despierto varias veces con mi propio ronquido y todas, invariablemente, me encuentro con que el ronquido me despierta estando en decúbito supino. Me confirma mi certeza de que, durmiendo en posición fetal, da lo mismo del lado que sea, no ronco o ronco menos. A pesar de lo dicho, considero que he dormido bien y no me despierto hasta las siete de la mañana. Lo he pensado bien y voy a confirmar con la patrona mi deseo de dormir otra noche más en su palacio de Oro.

Resumen de mi último día
Un día especial en que he dado por concluida mi vuelta a la costa peninsular ibérica. Lo más significativo ha sido mi presencia ante la tumba de mi poeta favorito, Antonio Machado. El paseo entre Portbou y Collioure habría sido mejor si hubiera tenido mejor documentación del GR-7, o del sentier litoral, como aquí lo llaman; me habría dado mayor seguridad y no habría tenido que perder el tiempo en el cementerio de Port-Vendres. Hoy las comidas no han sido mi fuerte, pero me sirve de lección para cuando aborde la costa atlántica francesa. El regalo del CD de Montaner musicando letras de Antonio Machado, ha sido algo inesperado que me ha resultado grato de O Sole Mío. Los caminantes que en él estaban, me han mostrado otra forma de hacer marcha con la ayuda del morapio. También han sido gratos los vinos dulces de la degustación. Un día, en definitiva, grato como colofón de viaje: 242 días desde que salí de Saint Palais en 2006. Una cosecha de paisajes, culturas diversas, acontecimientos y encuentros, que han sido muy variados en mi camino, y la amistad de gentes que, si me hubiera quedado en casa, no habría tenido oportunidad de conocer. Desde aquí mi homenaje a todos aquellos, amigos e informantes, que me han ayudado a hacer de este camino, MI CAMINO.

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