martes, 30 de abril de 2013

Etapa 21 (199) Nules-Castelló

Etapa 21 (199) 18 de junio de 2009, jueves.
Nules-El Puerto y el Grao de Burriana-Alquerías de Santa Bárbara-Costa de Almassora-Castelló.

Esta noche he tenido un sueño, pero no lo contaré hasta mediodía que es cuando se me hará consciente en el Savarín de Burriana.

Meando en la oscuridad. Primer baño de la mañana
En Castelló dormiré la mayoría de las noches en cama. Esta noche pasada  y en Alcossebre serán las excepciones. Cuando me despierto, hacia las seis, veo cómo dos personas en la orilla, donde estaban los de las cañas, y los dos cañeros, hinchan su lancha neumática. Uno, el más joven, parece que lleva un traje de neopreno hasta media pierna, pero podría ser un atuendo similar al de los ciclistas. No podría definir la edad del otro. No sé cuánto tiempo llevan en la orilla, pero hasta las 6:45 h no podrán poner el motor en marcha y partir hacia alta mar. Lo más curioso es que, poco antes de salir y después de haberse puesto hasta el chaleco salvavidas, no se han dado cuenta de que se les ha olvidado orinar. Como tiene traje completo con tirantes, el joven se lo tiene que quitar, para poder sacar el pajarito. Lo hacen de tal forma que, para no descubrir al otro el preciado tesoro que esconde cada uno entre sus piernas, uno mea hacia el Norte y el joven hacia el Sur. En la distancia y con la poca luz que hay, no veo prácticamente nada, menos el  pito del adulto, sólo el gesto, y me hace gracia porque me recuerda situaciones pasadas y otras similares a cuando alguien se aleja de su grupo para hablar tranquilo con su móvil y que los amigos no escuchen la conversación y se acercan al ajeno, al extraño, al que no le interesan nada sus secretos. Habría que retroceder a Razo (en A Coruña), donde una chica se puso a orinar a pocos metros de donde el caminante intentaba dormir, dentro de una chabola a medio derruir, y que ya relaté. O avanzar en este mismo viaje, a la playa de Mongat donde, el 11 de julio, ocurrirá algo similar a lo de Razo y que ya contaré; todo, poco antes de que me desapareciera el monedero, como adelanté ayer al pasar por La Gran Paella de playa Corint. Yo también, de madrugada, me he levantado una sola vez a orinar y, ahora, en cuanto arranca la lancha neumática y se va, me levanto para hacerlo de nuevo. Primero ha montado el mayor y ha avanzado hasta superar la ruptura de la ola. El joven se mete al agua hasta la cintura, sube a la lancha y se van. Todavía en el saco, por encima de la tapia que me quita la vista del amanecer, veo un poco del filetito lunar. Me pongo de pie con el saco, como si fuera una momia vertical; dejo caer el saco y desnudo, como estoy, orino, me calzo, bajo al lugar donde estaba la pareja y me doy el primer baño de la mañana.

Hacia el Puerto de Burriana
El baño me lo he dado poco antes de las siete. Paseo calzado por la orilla para secarme y procuro no salir del haz de calor del primer sol de la mañana que, el saliente de la casa, no me ha dejado ver amanecer. Salgo por el tinglado de traviesas y llego enseguida a una carretera de tercer o cuarto orden. A pesar de estar la calzada muy cerca, el sonido tranquilizador de la rotura de la ola, me ha evitado todos los sonidos nocturnos propios de la circulación rodada. Los haces de luz, tampoco me han llegado con intensidad suficiente como para molestarme. Voy por el lado izquierdo, sin arcén, y enseguida llego a la playa de Nules. Me meto por calle interior y encuentro el nº 1 que, casualmente, la casa se llama Vera. Cuando busco un paseo marítimo inexistente, un chico que entrena corriendo, me dice que en Nules, a esta hora, todos los establecimientos están cerrados. Un hombre pinta de azul la puerta de su garaje y le doy los buenos días. Continúo sin salir al mar y veo que en una plaza están montando un mercadillo. Un hombre y un joven, descargan zapatos a granel. Me pregunto: “¿Estarán emparejados?”. Si queda alguno suelto, le vendrá bien a un cojo, siempre que el que falte sea del pie que cojea. Todos sabemos de qué pie cojeamos, pero yo no lo sabré hasta llegar a Sant Antoni de Calonge y a Palamós. Estamos en 2009, pero en 2012, ya se me habrá olvidado de qué pie cojeaba. No sé si antes de ir a París, este 2013, me dará tiempo a llegar a contaros esta historia. Saludo a un frutero y me estrecha la mano. Le compro dos nectarinas (0,35 €). Me dice dónde hay fuente para lavarlas: "detrás del último puesto". Las frutas no son especialmente sabrosas, pero me las voy comiendo como aperitivo, previo a mi desayuno, que no podrá ser hasta llegar al Port de Burriana. Las nectarinas son de las que no tienen granada la semilla y el hueso se abre por la mitad; están cogidos muy verdes y no tienen apenas sabor, pero cumplen mi necesidad de comer fruta, pues lo hago en pocas ocasiones. Cuando como en restaurante, casi siempre me ofrecen algún postre que me atrae más que la fruta, soy tan goloso… Ayer fue un día excepcional, pues me comí toda la fruta de la sangría, incluida alguna cáscara de naranja y limón. Cuando llego al final de la calle de Nules, se me ofrece la opción de pedregal o carretera, así que no lo dudo y elijo lo mejor, la carretera, y así daré un paseo precioso y bien acompañado.

Carmen me acompaña a la salida de Nules
Al inicio, hay tramos de carretera con acera, pero es tan estrecha que no da para que dos personas vayan a la par, así que Carmen, como la conoce bien, se baja a la calzada. Al salir del pueblo, la acera desaparece y no hay arcén, así que iremos ojo avizor. Carmen es mayor que yo, o al menos así me lo parece, yo adapto mi paso al suyo, pero cuando finalice su acompañamiento, tendrá su frente perlada de sudor. Si en algún tramo vuelve a aparecer la acera, ella me manda que suba y a mí no me queda otra opción que obedecer. Hablamos de los hijos, de sus carreras, de los nietos, de que la mejor opción no es dejarles una situación acomodada, pisos y segundas viviendas, sino invertir en educación; también hay tiempo para mi viaje y para recetas de cocina. En fin, una compañía encantadora. Tiene un hijo que primeramente hizo una carrera superior que le costó seis años, de Ingeniero Agrónomo y, luego, una media, de Ingeniero Técnico Industrial, creo que se trata del pequeño. El mayor es médico. Los dos son muy deportistas y les encantaría conocerme y que les contara lo que estoy haciendo. Me explica cómo hace la empanada que, en realidad, es una especie de pizza y que como gusta tanto a la familia y no merece la pena conservar de un día para otro, la que sobra, si sobra, se la da a su nuera que, según parece, es la mujer del médico. El pequeño también tiene moza. Yo le doy mi receta de los cookies ("cuquis", le digo), pues creo que le gustarán y me dice que la piensa ensayar para hacerla con sus nietos, que creo entenderle, son dos niños y una niña. Antes de despedirnos, me ofrece su casa, por si vuelvo alguna otra vez por Nules, que no apunto y no retengo, pero que agradezco su buena intención. No creo que tenga que volver atrás. Probablemente si volviera por Nules, preguntara por Carmen, hablase de sus hijos médico e ingeniero, sería una persona de fácil localización. Al despedirnos me dice: “te lo digo de corazón” y a mí no me cabe ninguna duda de que es cierto lo que me dice (cuando lo escribo en Burriana, me saltan las lágrimas de la emoción que me ha transmitido Carmen en este impagable encuentro matutino). Nos damos un par de besos y me dice: “Esta mañana se lo contaré a mis hijos”.

Burriana. Puerto. L’Artic
Al llegar al puerto de Burriana, entro a desayunar en  L’Artic, que está enfrente.  Me sacan el café con leche y, de la amplia oferta de pastelería, elijo un fartón sin crema y otro con crema. Como no lo describí entonces, ahora no recuerdo cómo era el tal fartón, pero sí tengo in mente que estaba riquísimo. Le cuento algo de mi viaje a la chica que está en el mostrador y luego hablo con Eduardo y Mari Carmen, que está a punto de dar a luz su segundo, pero no pregunto sexo, ni del que ya tienen, ni del bebé que viene. Les gusta mi viaje, pero acabo pronto la conversación porque si hablo no escribo. Al marcharse, les digo: “te deseo una horita corta”, algo que decían nuestro mayores para desear que el parto fuera rápido. Aunque ya sabemos que todas las horas son de sesenta minutos o 3.600 segundos (que estos ya son mucho más). Le deseo el parto de mi segundo nieto, Lander que, fue tan rápido, que casi se escapa  por el camino. Tanto Mari Carmen, como Eduardo, son de Burriana.

Un natalicio y una noticia luctuosa. Iñaki y Mikel. Julián Iglesias
Sigo escribiendo y me llama al móvil mi compañero de trabajo y amigo Iñaki Azpeitia, ¡Cómo le agradezco la llamada! Hablamos de su hijo, Oier y me cuenta que otro de mis compañeros y también amigo común, Mikel, acaba de ser también aita (padre) por primera vez, que la niña, Eider, que tiene dos días, se porta bien, que les deja dormir y que la madre, Gurutze, también se encuentra bien de salud y recuperándose. Después hablo con Mikel para darle la enhorabuena. Pero el objeto de la llamada de Iñaki, además de darme esta noticia, es que se ha recibido un e-mail, en el que se lee que el padre de Carlos Iglesias, al que representaba él en Un franco 14 pesetas, ha fallecido y que agradece nuestros desvelos para con el protagonista de la historia, ahora desaparecido y a  los que aportaron su grano de arena para la realización de tan exitosa película. Carlos es un buen hombre y, como bueno, agradecido. Tuve la suerte de disfrutar dos días con él en Irun, cuando programamos en el Cine-club Cinema Paradiso, su película y se ofreció a copresentarla con su colaborador, actor y amigo Iñaki Guevara. Luego colaboré con él, presentándo a niños de la guerra para su siguiente película Ispansi (Españoles) que en su mayor parte se desarrollaba en Rusia, en nuestra postguerra y narraba un episodio coincidente con la estancia de estos niños de la República española allí y su huida del ataque de los nazis. Le salió una hermosa película, pero tristísima, tan triste como era el tema de la ruptura entre las dos Españas, la franquista y la republicana; película que no tuvo el beneplacito, ni el éxito comercial de la primera, aunque se volvió a llevar el premio del público en el festival de Málaga (¿o de Huelva?) . Ahora estoy suspirando por su tercera, que se espera para octubre de 2013, y será en clave de comedia. Carlos Iglesias no necesita presentación, pero si recordáis, ya lo hice en los prolegómenos a mi viaje por el Sur; cuando nos vimos a mi paso por Madrid y que fotografié con otro gran amigo mío Txema Elósegui, que fue mi guía en el viaje por el desierto del sur argelino, un buen ejercicio previo que me sirvió para este mi viaje de ahora. Descanse en paz Julián Iglesias. Pido a Iñaki Azpeitia que me remita el correo al mío en Kzgunea. Me he emocionado cuando me lo leía Iñaki y duda si pasarle el teléfono a Mikel, pero lo hace. Han sido dos noticias una mala y otra buena. Ahora sólo me queda escribir a Carlos Iglesias en la primera ocasión en que pueda disponer de lugar con Internet.

Continúo escribiendo en l’Artic
Para hablar por el móvil, he salido del establecimiento y, cuando vuelvo a entrar, los vecinos de mesa están hablando de Iñaki y de Javier “¡arrituta nago!” (estoy sorprendido), les digo. Menciono la casualidad, Iñaki y Javier hablando por el móvil en la calle y ellos dentro, hablando de Iñaki y Javier. No están tan sensibles como yo y lo único que consigo es que bajen el nivel de voz. Se van y los que ocupan su mesa son Lola, Carmen y Salus; hablan de un nieto, que si unas veces es de la Real y otras del Athletic;  yo no entro al trapo, porque si no, no acabo nunca. Pero, cuando se van a ir, como llevo ya encarrilado el diario y otra ocasión no voy a tener de hablar con ellos, les pregunto de qué hablaban. Resulta que Lola es Nekane, que trabajó con los militares en Loiola y ahora está jubilada. Acaba de llegar de Donostia, le leo lo que he escrito de Carmen, del encuentro de esta mañana y le gusta lo que escribo. Aunque los tres ya están de pie para marcharse, Nekane se sienta a mi lado. Los otros permanecen en pie. Carmen es de mi quinta, de noviembre. Finalmente, nos despedimos, se van y yo acabo de escribir mi diario y me dispongo a marchar. Pero el que ahora está en la barra me pregunta y hablamos de nudismo. Opina que lo ideal es la aceptación de su cuerpo por parte de cada individuo y hablamos de la estética que nos vendieron los griegos, con aquellos cuerpos perfectos; que lleva a que algunos se piensen que los únicos que se pueden desnudar son los guapos y los bien hechos. ¡Craso error! Es bellísimo ver desnudo a un matrimonio mayor con todas sus arrugas ¿No decían que la arruga es bella? Pues sí, lo es. Una mujer, un hombre gordos, una embarazada, un niño, todos tienen su encanto; pero no es tanto el encanto, como saber participar y disfrutar de esa ración, de esa sensación, de libertad que el cuerpo desnudo proporciona a cada uno; no a todos, sino a aquellos que se sienten bien consigo mismos. Ya sabemos que todo es fruto de la educación y que a los niños hay que educarlos bien y nunca en el temor al cuerpo. Belén, la otra de la barra, que ha mostrado mucho interés en hacerme preguntas sobre mi viaje, me recomienda comer en Savarín. Me da datos para llegar. ¡A ver si lo encuentro! He entrado a L’Artic antes de las nueve y son las dos de la tarde cuando me marcho. Mi record. Muchas gracias por todo.

Comida en Savarin. Bailando con Marilyn
Comiendo me vienen imágenes de un sueño que he tenido esta noche. Durmiendo en playa de piedras, he estado bailando con Marilyn Monroe. Yo le llamaba “Norma Jean” y se hacía la desentendida, como que ese nombre no fuera con ella pero, a medida que seguíamos bailando, se iba aferrando cada vez más fuerte a mí. Este sueño, lo interpreto como otro regalo más de los que ya me proporciona el camino, compensatorio de la cama de piedras. Si no llega a entrar a comer un grupo de cuatro chicas y un chico, que me lo han vuelto a traer a mi mente, lo habría olvidado y, bailar con Marilyn es otro regalo que no se puede despreciar, ni olvidar. Lo debiera haber apuntado nada más despertar pero, con el show de la lancha neumática, el sueño se ha evaporado. Ya está apuntado y, de momento, no veo otra interpretación, salvo que Edgar haya sido el desencadenante de Norma Jean. Freud decía que en los sueños se cumplen nuestros deseos. Lo que no se puede cumplir en la realidad, o lo que no nos atrevemos, se cumple en sueños. Los sueños, al margen de su significado, suelen tener su apoyatura física en acontecimientos de la víspera. Dejemos pasar el tiempo que, a lo mejor, o a lo peor, me viene otra y más ajustada interpretación. Saliendo del Ártic, llego a una rotonda. Un chico me dice: “a 40 metros lo tienes”. Cuando entro en Savarin, todas las mesas están ocupadas y dos chicas esperan en la barra, a que se libre una, bebiendo cerveza. Yo me coloco en el lugar donde creo que molesto menos y sin descargar mis mochilas. Un amplio grupo, todo de mujeres, celebra un cumpleaños. Me resulta curioso que, cuando canten “Cumpleaños feliz”, digan “…te desé a mos to dos”, una repetición mimética de la canción que, en este caso, no habría producido ningún desacuerdo en la rima, ni en la música, si hubieran cantado “…te desé a mos to das” (teniendo en cuenta género y sexo de las cantantes). Me niego a pedir bebida hasta que me siente y, cuando me asignan mesa, pido vino y gaseosa y me ajusto al precio del menú. Me sacan una escalibada muy bien presentada y lo único que queda de ella será el hueso de la aceituna que dejo en el plato; al recogerlo el camarero, el hueso rodará y por mucho empeño que ponemos para encontrarlo, el hueso desaparecerá. ¡Se habrá evaporado! A mi izquierda comen dos hombres mayores y una mujer de mi edad; cuando yo me siento ya están con el segundo plato y, desde mi observatorio, no serán especialmente significativos. Sólo han intervenido en la búsqueda del hueso de aceituna. ¿Os imagináis todos, clientes y camareros, a gatas por el suelo, buscando un hueso de aceituna? Habría sido divertido. Otro regalo del camino. A mi derecha, comen dos ejecutivos en camisa; es blanca y parece fresquita; se supone que sus chaquetas están a buen recaudo en el guardarropa. Su tema no lo pillo, porque hablan valenciá. Les pregunto si son técnicos en Marketing y ni afirman ni desmienten. Cuando les hablo del viaje que estoy haciendo reaccionan igual que si les hubiera dicho que "empieza a llover", estando bajo techo. Cuando me vaya, ni les diré adiós, ¡que se jodan!, es mi pataleta. ¿Acaso creo que el mundo baila a mi alrededor? Ya me es suficiente con  haber bailado con Marilyn, aunque haya sido sólo en sueños. Más de uno de los comensales me envidiaría hoy si se lo contara. Cuando he entrado, había una mesa, "una, grande y libre" (como la patria franquista) a la entrada. Ahora está completa, toda con chicos jóvenes y un cuarentón calvito. Me han dicho que iban a esperar a los que faltaban. Cuando estoy con el segundo plato, se completa la docena y comienzan a pedir. Empiezo a sentir al Javier juguetón que me suele salir en mis viajes a pie. Observo al que está en el centro, un chico de amarillo, sin especial ni divina belleza, que habla a dos bandas y que sabe atraerse cierta audiencia; por estas razones y su posición en medio de la mesa, le asigno el papel de Jesús entre sus discípulos. En realidad faltaría uno y fantaseo con que podría ser yo el que falta en el grupo. Probablemente me habría gustado sentirme integrado en aquel conjunto. Quizás se pueda interpretar como un signo de debilidad, derivado de tantos momentos de soledad que el viaje me depara, y que me llevan a reinventarme a Marilyn, para satisfacer mi deseo de que me quieran y sentirme querido. Cuando se levanta para ir al servicio el chico que está frente al de amarillo, me levanto yo también, me acerco a la mesa y digo: “aprovechando que se ha ido Judas, saludo a Jesús” y me vuelvo a sentar. Hacen comentarios entre ellos, aunque no sé en qué sentido, y lo vuelven a comentar cuando regresa el que le he asignado el papel de Judas. Ahora que lo escribo en el blog, pienso que me la estoy jugando. Imaginemos que al tal Judas, no le agrada el rol que le obligo a jugar y reacciona con violencia. ¿Cómo habría salido yo del atolladero?; supongo que algo se me habría ocurrido; les contaría mi viaje y santaspascuas. Probablemente se habrán preguntado, “¿quién será este hombre tan pintoresco?, ¿estará mal de la azotea?”. Ya se han ido los de al lado y su mesa se la han preparado a cuatro chicas y un chico que, pienso, llegan de la playa, pero que resultará no que vienen, sino que van. En un lapsus de su conversación digo al chico de rizos: “unos tanto y otros tan poco”. Me ríen la gracia y también alguno de los doce, que me ha oído y lo comenta a sus compañeros de grupo. La chica que queda más a mis espaldas resulta ser la más receptiva. Este es el grupo que me ha hecho recordar el sueño de Marilyn, lo escribo para que no se me olvide y le cojo como confidente. Me pregunta “¿es un sueño?”. Le digo que sí, como una forma de decirle: “estoy solo, pero qué bien me lo he pasado esta noche con ella”. Les pregunto si los cinco son amigos y me responde: “compañeros de trabajo”. Me pide que adivine su profesión; y yo respondo: “bailarina de ballet”. Se ríen, y me dicen que él, el único chico, el de los rizos, es el coreógrafo. Yo le digo que no, que él hace el papel de Ondina. Nadie me pregunta qué hago allí, ni los doce, ni los cinco, ni los Holister, y sólo se lo diré al camarero del hueso caído, a la hora de pagar con firma electrónica. Creo que es la primera vez que firmo así, una firma real que será virtual en cuanto desaparezca de la pantalla. El camarero dice que es una buena fórmula: “así no tendremos que guardar tantos papeles”. He pagado 10 €. Genial relación calidad-precio. Con tanto tejemaneje, ni recuerdo lo que comí de segundo, ni el postre.

Hacia el Grao de Burriana. Ainhoa
Salgo al exterior y me dirijo a la costa. Como en su inicio la playa es muy ancha, decido seguir por la carretera y, además, sabiendo que ya empiezan de nuevo las de arena, un poco de demora no me vendrá mal. Una chica, Ainhoa, va por el otro lado de la carretera, en el lado de la playa. Se quita el vestido, se queda en bikini, pero se lo vuelve a poner, “¿lo llevaba al revés?”, pienso, pues no veo otra explicación a lo que he visto. Visto y no visto y me desvisto. Va con la intención de localizar y quedarse con unos amigos, pero la conversación se pone tan interesante que seguirá un rato conmigo y “se pasará tres pueblos”; es un decir. Está sin trabajo, aunque cobrando el subsidio de desempleo, pues lleva poco tiempo en paro. Ha hecho de casi todo; últimamente en tareas de mantenimiento, contratada por el Ayuntamiento de Burriana: limpieza, jardinería, pintura de brocha gorda. Le gusta ese trabajo porque es variado y se aprende mucho. En estos momentos está bien en el paro porque le toca atender algún problema familiar que le ha sobrevenido, pero sabe que volverá a tener trabajo en breve. Le encanta mi viaje. Al preguntarle si conoce Ainhoa, me responde que no sabía que era el nombre de una virgen de un pueblecito del país vasco francés. ¿Le habré proporcionado el gusanillo que hará que lo visite algún día? Ainhoa se da cuenta de que el grupo que buscaba se encuentra en el anterior espigón, se despide de mí y va donde ellos. “Gracias por la compañía”.

Socorristas desinformados sobre nudismo
Hablo con los socorristas; uno de ellos también es nudista, a veces, y le voy desbaratando sus argumentos. Aprovecho para echar mi discursito sobre el nudismo y aleccionarles en derechos que desconocen. La iglesia y el PP hacen su labor en sentido contrario y tienen buen cuidado de que los que vigilan sus playas no estén bien informados. Cuando me dicen que, acabada esta playa, la siguiente vuelve a ser de piedras, “mi gozo en un pozo”. Me despido, bajo a la orilla, me descalzo y disfruto de la pisada en la arena y del golpe de la olita al romper. Cuando llego al espigón, aparecen ya las piedras de la siguiente playa. La Burriana de arena ha sido sólo un espejismo.

Dos fotos del Grao de Burriana
Cuando me calzo y vuelvo a la carretera, me encuentro con un moldavo (de la ex Rusia) y dos rumanos. Me ofrecen bebida, pero llevo suficiente agua, pues he rellenado mi depósito con la que ha dejado en el Savarin el trío de la mesa de la izquierda. Estos chicos del Este, me ofrecen vino y gaseosa, de la que ya he bebido suficiente en la comida. Sigo adelante y me encuentro con un francés de Carcasonne que, con otros amigos, juega a la petanca. Saliendo ya del Grao de Burriana, saco foto de una torre, que será la primera foto del día.

Hoy será una jornada poco ilustrada, pero con muchos encuentros que podrían haber sido fotografiados. Pienso en Carmen, en la última cena con Jesús y Judas, en Ainhoa en bikini, quitándose y poniéndose el vestido y, si fuera posible, una foto de Iñaki y Mikel hablando conmigo por teléfono desde Errenteria. Y, si hubiera estado un poco más despierto, haber sacado una foto de Marilyn Monroe, mientras soñaba. Pasada la torre, me encuentro con una charca en que mamá pata alecciona a un patito.



Del Grao de Burriana hacia Alquerías de Santa Bárbara
La carretera vieja se va desvencijando, lo que hará que el piso, al volverse más irregular, acabe haciendo más grato el camino. A mano derecha veo un muro artificial de rocas, donde hay pescadores. Tras el muro roqueño, donde también se forman una especie de lagos artificiales, mujeres con sillas metidas en el agua, remojan sus pies y "le dan a la sin hueso". Yo, sigo caminando con los ojos anegados, pensando en la oportunidad perdida de un encuentro con Marilyn. Un pescador me enseña su pesca: unos pececillos que, bien fritos, estarán muy ricos y que yo no seré quien los saboree. Al decirle que voy a pie a Francia, me dice que trabajó de camionero y que transportaba fruta a Limoges. También me completa la jugada y me dice: "de regreso, no traía porcelana". También me dice que coja un cruce a la derecha, hacia Santa Bárbara y, luego, un camino que me llevará a un puente sobre un río, el  Mijares, que está seco desde hace mucho tiempo.






Pasa un ciclista. Se empieza a oír el cantar de una pequeña acequia. Leo el letrero que ha puesto el propietario de los frutales, que no logro saber si son mandarinos o naranjos: "Pascual Pitarch Peiró", de Burriana, con su domicilio y el teléfono tachado y puesto el nuevo. Se supone que este hombre, PPP, habrá votado PP; está obligdo por el destino. Compruebo que hay naranjos y mandarinos. Como una mandarina dulcísima que acabo de coger del árbol y más tarde dos naranjas y dos mandarinas esponjosas, para tirar. Hay que tener cuidado con los árboles fumigados; pueden envenenar al ladrón. Un indicador orienta hacia un camino que pasa por las ermitas.

Estoy en Alquerías de Santa Bárbara. El lugar es de pocas construcciones, como si fuera un entorno agrario, una masía, perdida en zona agraria. La palabra alquería significa: Casa de labranza o granja lejos de poblado, aunque también se puede llamar a un grupo de estas casas o granjas. Para mí, el nombre de alquería, siempre irá unido a Stepantchikovo o Stepanchikovo, la primera novela que leí de Fedor Dostoievski, se titulaba: La alquería de Estepanchikovo y sus vecinos. No pararía hasta leer su obra completa. Así pude llegar a su inquietante Demonios. Y a la genialidad de Crimen y castigo. Por lo dicho, la palabra alquería siempre irá para mí unida a Dostoievski. Visité su tumba en el cementerio Nevski en San Petersburgo. Más espectacular que la que veré de Machado en Collioure, pero no por ello, más entrañable. Lo que más me llama la atención son las flores de esta alquería, las buganvillas, y un conjunto de jacarandás floridos. Saco foto de buganvillas, unas rojas, otras lilas y de los jacarandás, que son liláceas y algo azuladas. Los primeros jacarandás que vi en mi viaje, fueron los de Sevilla, en 2007, poco antes de iniciar mi camino por las costas portuguesas. Como iba a hacerlo hacia el Norte, en dirección a Santiago, y puesto que no llevaba carnet de alberguista, fui a la Catedral de Sevilla para hacerme con una credencial del Camino de Santiago, que me sirvió de salvoconducto para pernoctar en Pousadas de Juventude y en un albergue del Camino Portugués, en San Pedro de Rates, como ya relaté.

Cruzar el río Mijares
Por el camino viene un camión demasiado rápido que llena de polvo todo el entorno; hago un gesto de disgusto al conductor, pero no reduce la velocidad; tengo suerte de que el viento me es favorable y lleva todo el polvo hacia la izquierda. Paso un puente y desciendo hacia el mar. Paralelo hay un camino que está cortado para coches y motos y sigo por él. Al llegar al final, aparecen tres ciclistas jóvenes. Fotografío la desembocadura del río Mijares. Ya estoy de nuevo en la costa. La ciudad de Castelló, nuestro Castellón de la Plana de toda la vida, se divisa al fondo, pero me aseguran que no podré continuar por la costa y que, para soslayar el polígono industrial intermedio, me conviene meterme hacia el interior.

Si esto que me dicen ahora, lo hubiera sabido antes, habría ido directamente, por interior, de Burriana a Almassora y de allí, Castelló está a un paso, pero no ha sido así. Una vez pasado el Mijares, ya estoy en su lado norte, pero no tengo ni idea de por donde seguir. En el Mijares hay insectos que sobrevuelan el lecho del río; de vez en cuando salta algún pez para atraparlos; me detengo con la cámara dispuesta para captar el próximo salto y, tras esperar casi cinco minutos y ver que ahora no les apetece saltar, disparo, el obturador obedece, pero no se verá pez alguno a lo Esther Williams. ¡Lo siento!  

Playa de la Torre
Continúo por la costa. En playa de la Torre me surge la necesidad de “…aplacar cierta urgencia gástrica…” (Me permito la libertad de pedir prestada esta frase a Menéndez Salmón, Ricardo: El corrector 107-108), seguramente os sorprenderá que use este término, pues suelo ser menos delicado, pero me apetece escribir la frase, ahora que viene a colación, e incorporarla a mi blog; la podéis encontrar en las páginas indicadas, en la edición de Seix Barral Biblioteca Breve.  Barcelona 2009. La playa es de cantos rodados, hay una pareja pescando en la playa y otros pescadores pescando en el espigón. He dejado las mochilas en el suelo y, con rapidez me he ocultado tras una montaña de piedras. ¿Habrán sido las naranjas, las mandarinas, o el veneno insecticida? Acabada la faena y, tras ocultar el producto, me desnudo y me meto al agua por zona de piedras amables y mar calmo. Será un baño gratificante. Cuando estoy saliendo del agua, llega un nuevo pescador, con mujer e hija. Salgo del agua, me seco y me visto y, visto y no visto, me voy hacia las construcciones de la playa de la Torre.

Rodeando la zona industrial
Todavía encontraré dos paseítos de arena por la orilla y dos salidas de riachuelo con agua fría. Cuando empiezan de nuevo las piedras, entre espigones, encuentro a dos chicas socorristas y me dicen que Castelló está a menos de una hora. Esa es la sensación que me da, pero será otro espejismo, pues a mí me costará bastante más llegar. Echo un vistazo al puesto de Cruz Roja, que me parece adecuado para pernoctar, pero está demasiado cerca de la carretera; es la misma razón por la que estas playas no me gustan para dormir. Llamo dos veces a mi amiga Isabel , pero es en vano. Me estoy acercando a Refinería Petronor, que me repele y un ciclista que está fumándose un porrito, me dice que está prohibido el paso por el lado del mar y me pueden obligar a retroceder. Le hago caso y me voy rodeando la refinería por el interior. De lejos, se ven dos antorchas que echan fuego. La carretera es estrecha y no tiene arcén; la circulación sólo está autorizada en una dirección, pero el arcén izquierdo es una acequia que baja con agua. Voy por el borde de esa acequia que exige mucha atención, un traspiés sería muy peligroso; menos mal que los coches vienen de frente, y se apartan al verme, pero si llegara un gracioso desaprensivo que se arrimara más, me obligaría a tirarme a la acequia y, además de mojado, ¿podría salir de allí? Se ven muchas serpientes de agua aplastadas en la calzada. La refinería no acaba nunca. Por fin termina, pero la carretera sigue hacia la autovía. Estoy acercándome a Almassora, pero me resisto a ir hacia allí, me da la sensación de que retrocedo. La carretera cambia de sentido y toma buena dirección hacia la capital, pero un cartel que pone Gas y Petronor, me vuelve a hacer dudar si voy bien o no. Repito llamada por móvil a Isabel; no hay suerte. Al fin, me llama ella y me dice que es mejor que quedemos citados para desayunar que a comer; consultará con Fernando para elegir el lugar de la cita. Sin cita concreta, pero sabiendo algo más del plan que tengo  para mañana, pierdo la oportunidad de sacar una foto que hubiera sido curiosa. Un pájaro en el medio de un alambre del tendido eléctrico, coincidiendo exactamente encima, aunque mucho más lejos, de las dos altas chimeneas que lanzan sus dos lenguas de fuego. Tendría por título: Ave asada al cable. Pero cuando estoy llegando al lugar exacto para sacar la foto perfecta, el pájaro inicia su vuelo, así que éste tampoco cumplirá el dicho de “ave que vuela, a la cazuela”. Llego a una rotonda, pero no me aclaro cual es la opción que debo seguir para llegar a Castelló. Voy recorriendo su circunferencia, veo “camí” y me dirijo hacia allí. Si no se me ocurre cogerlo, me habría metido de lleno en la autovía y ya no habría podido salir. Sigo por el camí, hasta que veo que me va a llevar dios sabe dónde. Subo a la autovía, pero ya en el momento en que esta deja de serlo y, ¡por fin!, entro en Castelló. ¡Qué difícil resulta entrar en las capitales! Siempre que puedo, las evito. En la autovía, un camión ha derramado muchos granos de trigo en la calzada.

Buscando el albergue del Lledó, acabo en La Corte
Un hombre me dice que siga la calle hasta el final, que tire a izquierda y, pasando 6-7 cruces, me encontraré el albergue. Tras aclarar una duda, un matrimonio que pasea a un perro, me lleva hasta la puerta del Lledó. Les agradezco. La recepcionista me dice que durante la época escolar es residencia de estudiantes y que, como albergue, no empieza a funcionar hasta el uno de julio. Me parece que no me conviene esperar tanto. Ahora me doy cuenta de que ya lo ponía en el librito de albergues, pero lo había olvidado. La chica, muy amable, me dice donde puedo coger agua, en máquina expendedora (0,35 €), a precio de estudiante y me busca dos posibles pensiones en la calle Trinidad. Cuando estoy orinando y lavándome la cara, me llama Isabel y quedamos para mañana a las nueve en la puerta principal del Mercado Central. Espero que sea un buen sitio y que el lugar no ofrezca confusión. Después de estar conmigo, subirán a ver a su hija y a su primer nieto al hospital. Su hija acaba de ser madre por vez primera. Mis amigos ya han alcanzado la gradación de abuelos; parece que tenían ganas. Voy hacia la calle Trinidad. Una de las pensiones está en reformas y en la otra, La Corte, me piden 40 € y no me siento con ganas de rechazarlo y ponerme a buscar alternativa. Aunque preferiría algo más económico, valoro y no discuto precio, ni me pongo a regatear. Tengo ganas de ducharme.

Cena en Restaurante Eleazar. Manuel, mi cicerone nocturno
Ya duchado, voy por la calle de detrás de La Corte. En Eleazar, pido ancas de rana y puntillitas, acompañadas de pantumaca y lo completo con tarta de queso y dos copitas de crianza muy rico (22,90 €). Al salir de cenar, veo a Manuel que, con cascos, escucha la radio y le digo que si veo a alguien con auriculares puestos, suele ser razón suficiente como para no preguntarle nada. Los cascos invitan a la incomunicación. Se los quita, parece que prefiere hablar y hacemos un recorrido nocturno por la ciudad, que durará hasta el inicio del siguiente día: las 00:15 h. Entre esa hora y las 00:45 h, hago la colada y la tiendo. Duermo desnudo y con la sabanita sobre la tripa. Manuel me ha acompañado a ver los árboles centenarios: un ficus sanísimo y un olivo de tronco impresionante. La Catedral parece un castillo y tiene torre aislada. Pasa como en Cáceres, que es concatedral. Hablamos de hijos, de sus carreras. Manuel tenía un negocio, pero lo cerró porque sus hijos no querían continuar con él y, ahora, vive de rentas, aunque tiene a los dos pequeños todavía estudiando; la chica Química y el otro aún es joven, aunque cree que también estudiará en la Universidad. Luego me enseña el Mercado Central y así ya sé donde estoy citado mañana. También el Ayuntamiento. Vemos un quiosco que han rehabilitado con terraza exitosa y algunos edificios más. Acabamos en un paseo muy bonito y nos deseamos lo mejor. Suele ir mucho por Zaragoza, pero le hablo de Berdún y no lo conoce. ¡Hasta que la vida nos vuelva a encontrar!

Balance de la primera jornada completamente castellonense
Ya estoy caminando de nuevo con las sandalias que me compré en Algeciras, y espero que no se me vuelva a reproducir la herida de los primeros días y que se cure definitivamente el talón de la heridita que me hice con las de Cartagena. Hoy ha sido el día más largo. Me he levantado temprano y acostado muy tarde. Lo más bonito ha sido el paseo matutino con Carmen. Bien el desayuno, encuentros y llamada de Iñaki y Mikel, en el Artic, y las tonterías durante la comida del Savarin. El paseito con Ainhoa también ha sido grato. También el sueño con Marilyn y el colofón, con el cicerone contratado para que me enseñara la capital castellonense, Manuel.

Etapa 20 (198) Puçol-Nules

Etapa 20 (198) 17 de junio de 2009, miércoles.
Puçol-Numancia-Playa Corint-(C)-Almenara-Xilxes-Grao de Moncofa-Nules.


Mi objetivo para hoy es llegar a la playa de Corint, que es la última nudista de Valencia. La cama ha estado bien toda la noche, bien alisada y con una gran piedra a los pies para evitar la cribadora. Al último chavalillo que pasó ayer le dije: “¿a que no has visto nunca alisar tan bien las sábanas?”. En mi caso, la sábana bajera es la arena. La almohada se ha comportado mejor sin incluir la visera y ha estado apoyada en roca lisa. La mochilita la metí dentro de la mochila y los cinchos pasaban por debajo de la esterilla. He pasado muy buena noche, así que habrá que tenerlo en cuenta para las sucesivas.

Amanecer en Puçol. Danzas ancestrales
Me despierto sobre las seis de la mañana, salgo del saco y orino. He intuido, más que visto, salir al sol entre nubes. El sol parecía un disco iluminado por luz indirecta, pero bastante apagado. Cuando ya aflora de entre las nubes, empiezo a recoger y guardar todo en la mochila. Me doy un baño y, mientras me seco, no hago ejercicios de tai-chi, ni de Pilates, como soñé algún día, sino que, lo que me pide el cuerpo, es dar unos pasos de danzas tribales, no sé si de navajos, sioux, o bantúes, pero marcando muy fuerte los pies en la arena. Probablemente los gritos que emito al unísono sean propios de algún zulú. Espero que los pescadores que están en el espigón, y que me han visto al pasar, no piensen que me ha dado un ataque de locura. Me visto y salgo por la orilla de la playa.

En Puçol, paseando con Vicente
La siguiente playa es de piedras, así que después, como veo que empieza paseo marítimo, voy hacia él. Veo a Vicente que, sin saludar, sigue su marcha uniforme. Lavo los pies, me calzo y compruebo que ya llevo dos días con la herida del talón izquierdo cerrada, y no me roza la tira de la sandalia. Ya calzado, compruebo que Vicente me ha sacado una gran distancia. Mediado el paseo, le alcanzo y nos ponemos a charlar. Es un hombre encantador; tiene más de 80 años. Era cazador y su especialidad era disparar a patos y fochas. Conozco las fochas, negras y blancas, que suelen anidar en Plaiaundi, en nuestra reserva natural irunesa. Hablamos de perros y de la actual tendencia de tenerlos y mimarlos demasiado y que se gasta una pasta con ellos. De la educación de los hijos. De la imposibilidad de enderezar a un árbol torcido. De treinta años sin arrozales. Ahora todo esto es parque natural y está prohibido cazar. Me enseña donde está su casa, por si necesito pedir ayuda y, escribo en mi diario, “el 83 hacia Numancia”. He confundido Sagunto con Numancia. Son jugarretas que me hacen mis conocimientos de historia aprendida memorísticamente. Queda claro que el 83 es el número de su casa, pero hacia Sagunto, que ahora rectifico. Seguimos estando todavía en la zona costera de Puçol. Vicente me acompaña hasta donde hay una familia de patos, me la enseña y me pone en camino una vez finalizado el paseo marítimo. Me despido de Vicente, agradecido por su información y su grata compañía.

Hacia Sagunto. Marismas
El nuevo camino es muy bueno; una antigua carretera que tiene un pisar variado. Veo correr a varios conejos. Como uno de ellos corre más veloz que los otros, pienso que pueda ser una liebre. Con este entretenimiento, llego a lugar habitado. Mujeres encalan las fachadas de sus casas para que estén listas para las próximas fiestas. Al entrar en este pequeño conjunto de casas, veo dos perros; me sorprende que no me ladren. Una torre que está casi derruida y una carretera que sale pero que no me atrevo a seguir. He pasado una zona de marismas que, es probable que fuera el parque natural que decía Vicente. 

Sagunto. Desayuno en Los Cristales.
De MoviStar me fío
Entro en zona portuaria, en la que hay un indicador de prohibido el paso. Un conductor de coche me dice que no haga caso y, siguiendo la carretera, me sacará del puerto. Enfilo hacia casco urbano y el ayuntamiento lo dejo a un lado. Me encuentro con un matrimonio en el momento en el que un vehículo municipal de limpieza maniobra hacia atrás. Le gritamos, pero ni se entera; el conductor es un joven con cascos, lo mismo que si fuera sordo. Si llega a ocurrir algo, el hombre habría tenido una reacción muy agresiva. Llego a Los Cristales y tomo dos tostadas con tomate y jamón y un café con leche, por 3,80 €. Hablando con clientes me invitan a un barrachoc, de coñac, de Maese Pedro (en Corint me dirán barrechá y se sirve con pajita de vidrio). Está rico. De despedida, me dan agua muy fresquita, que beberé por el camino y terminaré a la altura de la playa de Almardá, donde ya reaparecen las piedras que se afianzarán en Corint.

Salgo hacia el Ajuntament y, al pasar, fotografío una iglesia con un primer plano de hibiscus. Una señora me acompaña a MoviStar y me desea buen viaje. Sólo hay una chica que atiende a un cliente que quiere anular móviles; le digo qué quiero, apunta mi número de móvil, le doy los 5 € y me voy. Ante tantos temores, por tantas cosas, que tiene mucha gente, doy otra muestra de mi confianza.

Caminando hacia playa Corint
Tras cruzar pasarela sobre arena, caminando descalzo por la orilla del mar, suena la confirmación de la carga. Los socorristas me dicen que, en poco más de media hora, llegaré a playa Corint. El paseo por la orilla es magnífico, pero el agua me parece algo lechosa. Playa muy familiar ésta de Canet. Pregunto a una chica en tetas, pero no sabe las razones de esa lechosidad. Un chico de la zona que extiende su toalla, me dice: “el motivo de que el agua esté tan blanquecina es porque hemos tenido mareas muy fuertes y el agua está muy batida, pero no está contaminada; normalmente es traslúcida.” Al pasar a la siguiente playa, la arena se va volviendo piedritas que, sobre todo, molestan en la orilla cuando los pies se hunden. Me calzo, al igual que hace otra mujer que me acompaña durante un rato con intercambio de experiencias. Me dice que, después del espigón, empieza la playa nudista, nos despedimos y ella se mete hacia el interior.

La playa Corint es de cantos rodados
Sin llegar al espigón, ya encuentro a un hombre desnudo y un subsahariano merodea por los alrededores. Al llegar, dos mujeres, que se acaban de vestir para irse, hablan conmigo, “¿vasco?” y abrevio la respuesta; son las que me acompañan al bar que está en el extremo Sur de la playa nudista y le pregunto al que lo lleva si da comidas; me dice que sólo algún bocadillo y me orienta hacia el edificio en que hay un restaurante y que está fuera de la playa. Este hombre ofrece bebida y algo de comer a los usuarios de la playa Corint, pero me dice: “llevo años sin bañarme aquí”. Le doy envidia, porque yo me voy a bañar y él se tiene que quedar atendiendo su chiringuito, y por el viaje que estoy haciendo. Tomo nota de lo que me ha dicho del bocadillo, por si me quedara a dormir por allí esta noche. La playa me ha defraudado ya que toda es de cantos rodados grandes y con dificultad para entrar en el mar. Una vez dentro del agua, ya hay arena en el fondo. Me desnudo y me baño. Dentro del agua, no cubre apenas, pero se está bien. Las olas tienen algo de fuerza y será peor cuando suba la marea, ya que la fuerza de las olas en la orilla arrastra los cantos redondeados y se corre el riesgo de que alguno de ellos dañe los tobillos. Salgo del agua por sitio distinto de por el que he entrado y que me parece mejor para superar el peralte, un peralte que, en muchos lugares de la playa, al estar tumbado, no permite ver el mar. Cuando llego arriba, un ciclista mayor desnudo está próximo al peralte; otros hombres maduros están tumbados sobre las piedras y, algunos, sobre hamacas. También veo a una pareja heterosexual. Sólo puedo hablar del inicio de la playa, pues hasta la tarde no seguiré más adelante. Ahora ya tengo ganas de comer y, tras secarme, me visto y me dirijo hacia el restaurante.

La Gran Paella
Al pasar por el chiringuito, hay tres clientes conversando con el dueño y no tengo oportunidad ni de saludar. Por un camino, que aparece y desaparece, me voy acercando a La Gran Paella. Cuando llego, pregunto a Mónica, que es argentina; me atiende bien y me escucha lo que le cuento. Me dice que debo esperar hasta las dos, porque hoy hay arroz Abanda. Le doy toda clase de explicaciones de que, gustándome mucho el arroz, donde menos me gusta comerlo es en Valencia, porque considero que lo preparan poco cocinado, con los granos casi crudos. Para eliminar la posibilidad de un arroz “al dente”, si quiero comerlo pido un arroz caldoso que, en caso de que no llegue a la mesa a mi gusto, tiene remedio y puede volver al fuego para que se siga cocinando un rato más. Con la paella esto no es posible; echarle más agua, sería desgraciarla. Mónica me dice que, si no voy a comer paella, puedo empezar a comer ya. Para beber, pido una jarra grande de sangría de la que, para cuando la termine, no quedará nada de su fruta, pues me la voy comiendo y la termino antes de que llegue el postre. Me sacan una ensalada muy pequeña, pero el segundo plato es potente: chuletillas de cordero, huevo y patatas fritas. Apenas dejo, mondos y lirondos, los huesecillos y me sabe todo riquísimo. Para finalizar, tomo un cornete de nata y trufa y un cortado descafeinado. Pago 25,70 €. Estaba yo solo pero, poco a poco, el comedor se ha ido llenando, salvo una mesa que todavía está libre. También en la terraza queda alguna libre. La mayoría de los comensales comen paella; con sumo placer, si observamos sus caras. A Mónica le gustaría hacer el Camino de Santiago. Todavía no hemos entrado en temporada de afluencia de bañistas a Corint y están poniendo a punto el establecimiento. A través de la cristalera, veo a Jorge, que está subido en escalera, adecentando una recia estructura de la terraza, y arreglando los desperfectos; hay que eliminar la herrumbre que se genera en estructuras metálicas que están sufriendo las inclemencias del tiempo, darles protector y pintar. Poca cosa para un trabajador nato como Jorge. Se supone que pronto estará la tejavana en condiciones y que, en ese espacio, también pondrá mesas en verano. Ha estado limpiando con manguera a presión las telarañas acumuladas de todo el año, desde que finalizó la temporada veraniega anterior. Tengo la intuición de que Jorge es su marido, y Mónica me lo confirma. Tras el pago con Visa, se acerca Jorge para obsequiarme con un bolígrafo, un mechero y un monedero; en todos está impreso el anagrama del establecimiento: La Gran Paella. El monedero tiene una arandela espiral que permite agrupar llaves dentro del mismo. Al traerme estos regalos, intuyo que Mónica le ha contado algo de mi viaje. El mechero, apenas lo usaré, aunque siempre lo recomiendan como útil, el bolígrafo, seguro que sí, ya que se agotó el de la AGA y este también caerá, pero el monedero, lo guardo en lo profundo, puesto que ya tengo otro. Y, me pregunto a posteriori, “¿intuía ya Jorge que en Mongat me iban a robar el que llevo?”. Agradezco los obsequios, Mónica me da agua y, al salir, Jorge me explica que tiene un acuerdo con la vecindad por el cual, fuera de temporada, le autorizan a poner la terraza en el otro lado pero, cuando llega el verano, la traslada al espacio que le he visto adecentar. Les deseo suerte en este verano en que ya se va afianzando la crisis, pero en el que muchas familias no están dispuestas a quedarse sin disfrutar de sus vacaciones. En esta crisis, los que sufren son los que se han quedado en paro y tienen pocos recursos, pero da la impresión de que hay un deseo de no mostrar penas al exterior y las terrazas, de bares y restaurantes, se ven cada vez más abarrotadas; no se observan tampoco muchas muestras de solidaridad con los que la sufren.

Una tarde en playa Corint. Luana y Jacopo
Vuelvo a la playa por mejor camino, y sin pisar tanto la duna como al ir al restaurante. El dueño del chiringuito me dice que le quedan bocadillos y que no cree que se agoten; cerrará sobre las siete de la tarde, en función de la afluencia de clientes. Hoy es un día flojito. Continúan los mismos clientes que estaban cuando he ido a comer. Le agradezco su recomendación de La Gran Paella, donde me han tratado muy bien y con buena relación calidad-precio; y me voy hacia mitad del pedregal. Me tumbo entre Jacopo y Luana y otra pareja más madurita que está tumbada en hamacas. Cerca de la montaña de piedras que me tapa el mar, tumbado sobre las incómodas piedras, que embadurnan de blanco mi toalla azul, convirtiéndola en txuri-urdin, observo el panorama. El paisaje y la preocupación por coger una postura cómoda, no me ofrecen motivación suficiente como para ponerme a dibujar; y no lo hago. Un hombre, que parece no ser nudista habitual, entra al mar con el rabo entre piernas, se ve que aún no lo controla, lleva su bañador arrebujado en una mano, por si lo fuera a necesitar, y trata de ocultar su pene sentándose en las piedras de la orilla, que están siendo movidas y removidas, arriba y abajo, por las rompientes olas; estas piedras, al entrechocar, emiten un sonido característico, algo monótono pero de cadencia variable. De vez en cuando, el hombre asoma su cabecita y mira y remira a dos chicas desnudas y, para compensar su emoción, vuelve a meterse en su txoko interior ¡qué juego más cansoso! (Iba a escribir cansino, pero me parece que cansoso refleja mejor lo canso y lo soso del juego); pero parece que él, sufriendo de deseo y de imposibilidad de satisfacerlo, se lo pasa bien. Me baño varias veces, pero me canso de piedras tan incómodas. He hecho un primer paseo de inspección por toda la playa y he llegado a la zona más al Norte, donde ya los bañistas que veo están todos con bañador. He pasado a la altura de las dos chicas con las que he hablado al llegar esta mañana, les saludo, pero no hacen ningún gesto de querer hablar conmigo. Dos ya forman grupo y ya saben de qué va lo mío, así que tampoco insisto. Como ya me voy cansando de Corint (y en el auténtico Corinto griego ya estuve en 2003), me acerco al chiringuito para decir al dueño que me voy. En otra ocasión le compraré el bocadillo. Un argentino cruza descalzo desde el fondo a la orilla y luego, al volver, le veo arrepentirse de no haber llevado el calzado. Parece helado de frío y estará todo el resto de tiempo con la toalla puesta. He mencionado a los italianos de Verona que, al salir yo del agua, ya estaban preparándose para marcharse. Luana y Jacopo son novios, están de vacaciones, pero no laborales, puesto que no trabajan, y han venido a Valencia con intención de encontrar trabajo. Su búsqueda ha tenido poco éxito y se van a Barcelona a probar mejor fortuna. Les hablo de mi viaje de 2002: Roma, Nápoles, Pompeya, Capri, Florencia, Venecia, Siena, Pisa, Verona, Rávena, Milan. Luana vivió en Milán y comparte conmigo la idea de una ciudad cómoda para vivir; aunque también cree que es demasiado grande. Les encanta mi viaje; les recito el “Todo pasa y todo queda…” y, a pesar de las interrupciones para adecuar palabras castellanas con italianas, creo que logro transmitir el sentido de la poesía de Antonio Machado. Jacopo y Luana se van deseándome suerte en el resto del viaje. “¿Nos veremos en Barcelona?”, “¡que allí encontréis trabajo!”, les deseo. Me doy el último baño, me seco, me visto y, al salir por el camino superior, para dejar el pedregal, saludo al argentino, que sigue arrebujado en su toalla y él me responde levantando el brazo.
Entrando en Castellón
El camino es malo. La siguiente playa es más de lo mismo, piedras y más piedras, así que acabo cogiendo un camino que va por el interior, aunque no va muy alejado de la costa. De esta forma voy dejando la provincia de Valencia y entrando en la provincia  de Castellón. Empiezo a observar algunos cambios de mentalidad, pero no dispongo de datos políticos, ni sé si hay cambios en la Diputación, aunque ya sabemos que la derecha domina en estos lares. Lo que observo son cambios en el deseo de preservación de las dunas de la costa de Almenara, con un paseo marítimo de madera flotante, para protegerlas,  por un lado y, por otro, las construcciones se alejan de primera línea de playa, de forma que queda preservada la belleza de la costa. Alguna construcción antigua, no permitirá que esto se produzca en su totalidad pero, al menos, las más recientes respetan con creces la Ley de Costas. Creo que los nuevos edificios son de cinco o seis plantas, pero no saqué foto, ni lo anoté, y no lo puedo asegurar. Al final de esta nueva urbanización hay un edificio, en el que trabajan obreros, parece que a buen ritmo, y con la pretensión de que esté a punto para el inicio del verano; pero me temo que no lo conseguirán. He pasado zonas prohibidas, por la restauración de dunas, deseaba salir de nuevo al mar, confiando en que fuera de arena, pero al llegar a la playa, compruebo que sigue siendo de cantos rodados ¡Qué martirio!

Edgar será Mister Castelló 2010
Por donde paso, indican peligro de agujeros. Los peligros no lo son tanto por la seguridad del caminante, como por no deteriorar el trabajo de regeneración de dunas y el entramado del nuevo paseo que no está finalizado por el lado Sur. Se ve que lo están cuidando y que la zona quedará muy bonita. A lo lejos, he visto pasar cerca de los obreros a dos pescadores, que se dirigen hacia otros que ya están en la orilla. “Si ellos han podido pasar, yo también”, pienso. Pero como la playa sigue siendo de piedras y el camino está sin hacer, decido salir de nuevo de la playa. Cuando estoy en ello, me encuentro con un socorrista. Edgar está tratando de mediar para cumplir la normativa, puesto que los pescadores no pueden pescar en playa a esta hora, tienen un horario restringido, que empieza más tarde y que continúa por la noche, debiendo dejar libres las horas diurnas. Me cuestiono la prohibición por varias razones: todavía no ha llegado el verano, la afluencia de bañistas es escasa y la hora de permisividad se aproxima. Pero parece que Edgar se empeña en que se cumpla la normativa ya que, si hoy deja que se la salten los pescadores, en verano tendrá más problemas para conseguirlo, y busca policía. Yo insisto en que una prohibición debe adecuarse al tiempo, al lugar y a la hora. Creo que hay que potenciar la seguridad, con el mínimo de prohibiciones y con criterios que hagan flexible la interpretación. Edgar es de Xilxes y me pongo a contarle cómo es mi viaje. El chaval muestra interés y afirma que le gustaría hacer algo similar. Me hace alguna pregunta técnica, derivadas de su interés, le cuento la experiencia de Ismael, que descubrió en su viaje a otro Ismael que el que él creía ser, y que cometió algunos errores graves, como el de no tener en cuenta la subida de la marea estando durmiendo en una playa portuguesa. Recuerdo que también era de Xilxes el señor que me enseñó su mapa en el puente Calatrava de Valencia, junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Pero en Xilxes no hay un solo Emilio. Sigo dando a Edgar detalles de mi periplo costero y la última media hora de vigilancia se le pasa en un pis-pas. Hemos dado un repaso a mis pies y hemos pasado a los suyos. “Yo me alivio con Aloe-Vera”, le digo (luego enseñaré el tubo a Ginette). Edgar sufre de pie de atleta, algo similar a lo que me enseñó mi amigo Ángel Jiménez en la playa nudista de Hendaia. Lleva dos años con un fungicida, pero sin resultados y tiene entre los dedos de los pies en carne viva. Le digo que pruebe con piedra alumbre, que es una mezcla de alúmina y potasa, para ver cómo le va. Mal no le va a hacer pero, por si acaso, que consulte a su dermatólogo. Como me ha dado su correo electrónico, le enviaré la composición de los productos que a Ángel Jiménez le han hecho desaparecer su pie de atleta. Al cabo del tiempo, me responderá que ya había conseguido erradicar su enfermedad y que la información que le había dado le había servido. Cuando llega Sara, su compañera en tareas de salvamento y socorrismo, en un pequeño todo-terreno, que aparece en la foto, me la saca para el recuerdo del encuentro con Edgar, él le habla de lo chulos que son mis dibujos.

Como ya es la hora de marchar y tienen que dejar recogidos los útiles laborales, los de vigilancia, en la caseta, hacia allí vamos. Guardan sillas, sombrilla y demás. Junto a la caseta nos saca Sara la foto. Comprobaréis que Edgar es un guapo y atlético muchacho, no en vano lo elegirán, en pocos meses, Mister Castelló. La foto se la mandaré cuando tenga sus señas en Xilxes, donde vive, en casa de sus padres, pero no se le ve muy contento viviendo allí, no porque no les quiera, sino porque sueña con una vida independiente y trata de costearse sus estudios sin depender de la familia; trabajar en verano de socorrista es un medio para lograr ese fin. Mientras estudie y trabaje para costearse sus estudios, será difícil que le quede tiempo para hacer un viaje como el mío. Ese viaje tendrá que esperar. Me dice que, cuando termine los estudios, cogerá un año sabático para hacer el viaje que a él le guste y convenga. Mis itinerarios no valen, son muy personales y cada cual tiene que hacer su propio viaje. Edgar me orienta por dónde ir para salir al paseo y nos despedimos; también de Sara. A lo largo de estos años nos hemos ido dando noticias; él siempre con el deseo de caminar, pero querer independizarse, pagarse los estudios, estudiar y trabajar para conseguirlo es mucho esfuerzo y un viaje como el mío requiere de tiempo. Además el período de elección de Mister España, supongo que también le habrá quitado tiempo. Estaba estudiando la carrera de Matemáticas, pero había descubierto lo que de verdad le gustaba y había empezado a estudiar Magisterio, en la especialidad de Educación Física. Por los correos que he ido recibiendo de él, veo que es un chaval inquieto y lo suficientemente maduro para la edad que tiene. ¡Aupa Mister y sigue así!

Caminando hacia Xilxes. Ginette
Pregunto a dos hombres, que vienen de la playa, por el paseo marítimo y me dicen que allí mismo empieza. Llego a una especie de inicio, que también puede considerarse final, todavía en terreno de Almenara. Es una especie de círculo pergolado y, desde allí, empiezo a caminar. Una mujer viene de frente e intuyo que, al llegar a la pérgola, va a volver. Acierto, es lo que va a hacer y, además le apetece, como a mí, que vayamos charlando. Retrocedo con ella y, al llegar de nuevo a la pérgola, veo a Edgar, con un grupo más amplio de socorristas, que también han terminado su jornada laboral, grito su nombre y nos saludamos desde lejos elevando el brazo y agitando la mano. Ginette acaba de llegar de hacer un viaje por el mundo. Tiene un año más que yo, ha vivido muchos años en Lyon (otra persona de Lyon en mi camino, como Philippe). Le hablo de mi estancia en esa gran ciudad, del espectáculo de la lumière. Me dice que para hacer este viaje, han vendido el piso, han repartido el dinero entre los hijos y, con el resto se lo han costeado. El viaje ha sido muy completo, me dice, pero ella sólo me hablará de Sudamérica. Lo organizaron de forma que pasara por lugares donde tenían familiares y amigos, con los que han estado y disfrutado, pero siempre durmiendo en hotel, previamente contratado. Ginette es una mujer que hace meditación (no sé si trascendental o no), es muy intuitiva y me pone a prueba. Dice que una persona que está haciendo lo que hago yo, percibe sensaciones de los lugares por los que pasa con una sensibilidad especial. Me temo que le voy a defraudar. El tema que me plantea es el siguiente. Las playas de Canet, Almardá, ya pasadas, y la de Burriana, por llegar, son playas de arena en las que Ginette considera que el mar no respira y por esa razón las de cantos rodados, por los que el mar entra y sale purificado, son playas más limpias, más sanas y saludables. Los cantos rodados permiten respirar al mar. La pregunta que me hace es respecto a la sensación que me produce esas playa de cantos rodados próxima al paseo de madera por el que transcurre nuestra conversación y yo, ya pensaba que le iba a defraudar, le digo que me decanto a favor de las de arena, que llevo veinte días caminando, que llevo los pies dañados y por donde los voy curando es por la orilla, recibiendo el golpe del mar, pisando arena; así alivio las heridas del camino; la arena y el mar me dan frescor, energía y variación en la forma de pisar; cuando el camino por la orilla resulta excesivo, salgo a paseo, caminos, senderos o carreteras pero, que andar por piedras es muy incómodo y que también estoy más incómodo tumbado sobre las piedras que sobre la arena. Como ella está convencida de que el mar respira en los cantos rodados, mis argumentos no le sirven y acaba diciéndome: “escucha más a tu interior”. Edgar no me ha invitado a dormir en Xilxes, aduciendo que está lejos, Ginetta, tampoco, ya que todavía está poniendo lavadoras de lo que llevó al viaje, la lavadora está  trabajando a tope y ya tiene que preparar el equipaje porque se van de nuevo dentro de  dos días. Tampoco pongo yo mucho énfasis con ninguno, aunque los dos encuentros han sido bonitos. Empezaré a buscar un lugar para dormir esta noche. Ginette me ha dicho que se lleva bien con su marido, pero que discuten mucho. Esta tarde se ha quedado él deshaciendo las maletas y ella ha llegado con necesidad de hacer su paseo habitual, que había quedado interrumpido por hacer el viaje de su vida. “Todo no puede ser”, le digo. “Hay gente que no comprende que se venda un piso por hacer un viaje”, me dice; pero yo sí lo comprendo. Ginette me acompaña hasta el final del camino, que acaba con otro espacio circular de madera, con un dibujo central, del mismo material y de forma estrellada. Allí, sentados en el escalón, le enseño mi crema masaje de Aloe-Vera. Ginette, ni se preocupa de escribir nada del producto ni del fabricante, mientras que Edgar si se ha apuntado en el dorso de su mano: “piedra alumbre”. Adiós Ginette.

Xilxes
Acabado el paseo de madera, vuelvo a camino de piedras que se irá deteriorando. Da la sensación de que fuera una carretera que se va comiendo el mar. Saludo a un pescador que no ha pescado nada en toda la tarde y sigo adelante. Paso por la playa de Xilxes y el pueblo costero, que es más de lo mismo. No me acercaré al pueblo interior y, por tanto, no tendré oportunidad de encontrarme de nuevo con Edgar. Antes de entrar en Xilxes, he pasado por un camping. Pregunto al que pinta la valla de entrada y me responde que tengo que pagar 6 €. Se me ilumina la mente ya que, aunque no haya nada a cubierto, al menos podré hacer uso de los servicios. Pero, ha sido un espejismo, ya que 6 € es lo que cobran por dejar visitar sus instalaciones. Le digo que no tengo interés en visitarlo, que lo que quiero es un sitio para dormir. Me dice que pase y que hable con el jefe que está en la segunda casa, la blanca. El jefe está enfrascado en el ordenador, pero sale a atenderme; me dice, “la jefa es mi mujer, habla con ella” Por su corpulencia y acento, diría que es alemana. Tres perros me acosan (por algo voy con mochilas, para que me acosen), sobre todo el canela, que me mete el morro por los huevos. “No hacen nada”, me dice ella y me pide 48 € por una casa y 38 € por otra más pequeña. Antes de declinar su oferta por parecerme cara, le menciono lo que me ha dicho el de la puerta y me responde: “con 6 € no hacemos nada”. El perro canela sigue dándome empellones con su hocico y me acabará dando un mordisquito con sus incisivos en la pierna, sin apretar, pero mordisquito poco grato. La alemana no se amilana con el viaje que le cuento, no está para monsergas oratorias que no tengan que ver con su negocio y tampoco yo estoy deseoso de insistir. Si ahora ha sido un mordisco de perro, por la noche me comen entre los tres perros y la dueña. ¡Mi nivel de masoquismo no llega a tanto!  

El Grao de Moncolfa. El bar de Nico
Al entrar en el Grao de Moncolfa, dos pescadores, a los que digo que estoy buscando un lugar donde dormir, me dicen que, después del pueblo, hay una casa de madera que sale hacia el mar, que ahora suele estar deshabitada y que, algunos pescadores, suelen utilizar como refugio; está después de un camping. Más al interior está La Vall d’Uixó. En el paseo marítimo, un matrimonio de mi edad, que va con un hijo, de la edad de mis hijas y yernos, me dicen que encontraré bares para comer un bocadillo y tomar alguna cosa más. Paso por gelatería sin bocatas y bares y restaurantes, todos plegados, como aquí y más al Norte, se dice. Me temo que no voy a encontrar nada abierto. Por fin llego al bar de Nico, que es un rumano cuya mujer lleva la cocina y es la que me ha preparado el bocadillo caliente de queso y bacon que estoy tan ricamente comiendo. De primeras, me da la sensación de entrar en un bar gay, un prejuicio que irá cayendo por su propio peso y por falta de fundamento. Al bocata lo acompaña una caña de cerveza que me sabe muy rica. Será por el poco líquido, sobre todo agua, que bebo. Le digo a Nico que me parece polaco y él, sin negarlo, aclara el lugar de procedencia. Me dice que Rumania es un país muy bonito, con unas montañas magníficas. Está muy bien que valoren lo que añoran. Amar lo que se dejó es propio de bien nacidos; lo malo es que esa añoranza no te deje vivir y disfrutar de lo que se ha venido a buscar, que te permita ver lo bueno y no sólo lo malo del país de acogida. No es éste el caso de Nico, aunque, salir adelante con un bar, no deja de ser tarea difícil. Yo, ya tenía referencia de Rumania por mis amigos Arantza y Martín, donde pasaron unas vacaciones con conductora y guía de la tierra y volvieron muy contentos de la visita. Mientras hablamos, también hablan y beben otros clientes. Uno de ellos, algo más joven que yo y con coleta, invita a beber a otro; este último aprovecha que el de la coleta tiene algo de dinero, para pedir whisky. “Dragados y Construcciones”, dice a Nico el de la coleta y veo que el barman no entiende las explicaciones. Yo tampoco lo entiendo, pero alguna clave le ha dado, porque veo a Nico cómo echa en un vaso tubo un buen chorro de whisky DYC, que será la base donde el cliente invitado escanciará una coca-cola, la bebida universal por antonomasia, le forma más sutil de conquistar al mundo del americanismo USA. ¿Hay algún país en el mundo donde no se beba coca-cola? El de la coleta dice que mañana irá al banco para sablearles y que le lleven diez días al trullo en pensión completa. ¿Qué habrá de cierto en su apariencia entre marginal y bohemio? Sale de la cocina la mujer de Nico, también rumana, y le digo que el bocadillo estaba muy rico. También se maravilla con la caminada que estoy haciendo. Cuando pido a su marido que me cobre y me dé agua, Nico me dice que la de grifo es mala, me quiere vender una de litro y ½ y le explico que es kilo y ½ más de peso, consulta con su mujer. “Échale el agua de la botella hasta lo que le quepa y le cobras un euro”, es su respuesta, y él me echa unos 60 cl. Me están tratando bien y no quiero pelear por unos céntimos, pero lo cierto es que estoy haciendo un mal negocio; por otro lado, ellos han venido a España para sacar adelante sus vidas, para mejorar, y tratarán de no volver más pobres que vinieron. Por mi agua no van a marchar más ricos. Pago 6 € (3,50+1,50+1). Al salir, digo al de la coleta que le salga bien su operación bancaria y a ver si le da de comer gratis, y me despido de Nico y de su mujer. Que encuentren en España lo que vinieron a buscar. Al salir, veo teléfono público y llamo a Vera. Me dice que, con sujeción, Gari duerme en cama, que ya ha superado la alergia, que no lo había tratado su pediatra habitual y no se había atrevido a darle el medicamento que le había recetado el médico suplente. Empezará a incorporar a su dieta, poco a poco, alimentos con lactosa y, hasta que se confirme la superación del problema, continuará con la leche especial de farmacia, que es gratis y gusta a Gari. Será cuestión de no ir deprisa y tener paciencia. Ha sido una buena noticia ésta que me ha dado mi hija de mi tercer nieto. Gari nació con un rechazo a algún componente de la lactosa que, ahora, cuando escribo el blog, en 2013, hace tiempo que fue superado. Ahora toma leche normal. Me da mucha rabia que el contador de la cabina, donde había puesto moneda fraccionada, se trague, porque sí, una moneda de 50 (coste 0,95 €). La batería del móvil la he cargado esta mañana en Los Cristales de Sagunto y, en este momento, me doy cuenta de que tengo un mensaje de Sara. Jokin, está engordando tanto, que ya no cabe en el capazo. Ha empezado a dormir en cuna. Ya han ido tres o cuatro días a la playa y todos están muy bien. Supongo que este SMS es en respuesta a mi e-mail. ¡Cómo me pongo al día en el argot de las nuevas tecnologías! ¡Qué bien me sienta en el viaje recibir estas noticias de mis hijas, yernos y nietos! Salgo del Grao de Moncofa, mirando casas con apariencia de estar vacías, algunas me parecen propicias para dormir en sus terrazas, pero el mayor inconveniente está en que son urbanas, las calles están iluminadas y hay ruido de coches y ciudadanos. Al final del paseo marítimo, no veo ninguna casa de madera. También a la salida del pueblo veo dos contenedores, uno con sus corner castings. ¡Qué recuerdos: las piezas de esquina, las piezas para cementeras, Polysius, Rueil Malmaison! Este próximo verano de 2013, cuando reanude mi viaje por las costas atlánticas francesas, iré en tren a París y estaré cerca de Rueil, que está a banlieu (las afueras) de París.

A dormir en la costa de Nules
Cuando se acaba el paseo del Grao de Moncofa, vuelvo a camino. Paso el camping por piedras y ni hago mención de hacer preguntas sobre alojamiento. Encuentro a tres chicos que están pescando y me dicen que la casa que sobresale hacia el mar es de propiedad privada, está vallada y que muchas veces la puerta suele estar abierta. Voy hacia la puerta pero tiene por detrás un palet atravesado que no me deja abrir; quizás con la fuerza de un Hércules (de Alicante)… Vuelvo donde ellos y les pregunto si han pescado algo. Me enseñan dos pececillo similares a los que habían pescado los que a la entrada del Grao me habían dicho que se iban a poner morados de pesca, ya que habían dado con un banco. ¿Sería este el banco que el de la coleta del Nico decía que, al atracarlo, le iba a proporcionar comida para una semana? Estos tres jóvenes me enseñan una raya que han tenido la suerte de sacar, aunque se había enterrado en la arena. ¿Sería una raya, el chucho o salpa de que me hablaron los pescadores al pasar el río Vaca? ¡Cuántas preguntas sin respuesta! Uno de los chicos la coge y no tiene temor a que le dé su famoso coletazo cargado de electricidad. O será que, una vez fuera del agua, ya no hay peligro. En vista de que los chicos no muestran ninguna curiosidad por mi viaje, me acerco al muro de la casa aislada, me apoyo en él, con distancia prudencial de la orilla y, en zona que me parece lo suficientemente horizontal, empiezo mi ritual habitual. Durante buena parte de las horas iniciales nocturnas y aunque para las diez y cuarto ya estoy dentro del saco, les estaré viendo operar con sus cañas, sus indicadores verdes, sus linternas, sus voces. Veo que se acerca a la orilla alguno más. Llegan por un entramado de traviesas de madera, pasan por el pedregal y se quedan hacia la mitad de la playa. Mañana podré comprobar lo guarros que son, por la mierda que han dejado allí acumulada. Quizás ya hubiera algún desperdicio antes de llegar ellos, pero ellos o los anteriores, recibirán mi cero en ecología. La parte de la playa que han utilizado es precisamente la que tenía más arena. El cielo está oscuro y, como estoy en un lugar libre de contaminación lumínica, se pueden ver bien las estrellas. Al estar tan cerca del muro, no podré ver ni la luna, ni la Osa Mayor. No será hasta el amanecer, cuando vea la luna, ya casi un filetito en forma de C, decreciente, a punto de abandonarme por unos días; mas los próximos van a ser de tres noches con sábanas y cama. Cuando veo la luna, todos los jóvenes, pescadores y no pescadores, ya han abandonado la playa. El suelo me está resultando algo durillo, pero duermo bien. Sobre todo, a partir de darme cuenta de que los jóvenes pescadores y los otros se han ido, aunque antes ya me había pegado un sueñecito.

Balance del día
El recorrido no ha tenido mucho interés, quizás por las muchas piedras que tenían sus playas y que, a pesar de la opinión de Ginette, prefiero la arenita, pero los encuentros han sido curiosos y variados: Vicente, Edgar, Ginette, el bar de Nico y La Gran Paella, los propietarios y sus regalos, han hecho que la jornada haya sido bonita.