jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 54 (232) Aigua Xélida-L'illa Roja

Etapa 54 (232) 6 de junio de 2010, domingo.
Aigua Xélida-Aiguablava-Fornells-Sa Tuna-Sa Riera-L’illa Roja.


Peripecias para salir del entorno
de Aigua Xélida
Me incorporo a las seis espantando mosquitos. Aguanto dentro del saco y a las 6:30 h me doy el primer baño. 
 

El lugar es muy acogedor, pero no penetran los rayos solares, el agua está más fría que en los baños de ayer y me tengo que secar con toalla, algo poco habitual. Para las 6:50 h ya estoy vestido y en marcha. Me meto por un camino sin señalizar y paseo entre rocas con entradas a arena y al mar. Luego sigo camino bordeante, entre pinos y salgo a una carretera que, en seguida, la veo cortada. Retrocedo a la pineda, asciendo por entre los árboles y salgo a otra carretera. 
 


Me asomo a un mirador que fue construido por una familia suiza en 1975 y que proporciona una bonita vista de Aigua Xélida. En el inicio de una red metálica, veo un punto amarillo y me meto por entre la casa y la red por un camino que, si alguna vez lo fue, ahora se ha ido perdiendo. Encuentro una escalerita que dudo si es privada y va a una casa particular, o pertenece a dominio público. Será una escalera con doble función, la mitad izquierda es privada y la derecha es pública y están separadas por una baranda. Pero la parte pública me lleva a zona de rocas y maleza donde, si alguna vez hubo algún camino que llevara a otra parte de la carretera, hoy éste se ha perdido en el crecimiento natural de la floresta, y por la construcción de nuevas casas, cuyos dueños, o el constructor, han sido nada respetuoso con el camino que hubiera, para lo que debieran haber previsto otro alternativo. Algo parecido a lo que me ocurrió en Lloret de Mar con la mansión del presidente de Azerbayán. Todavía hay una casa en construcción. 
 

Como no sé, si retrocediendo, voy a ser capaz de encontrar otro camino, decido entrar por la escalera privada, a la zona de piscina de una casa de color teja. Me arriesgo a un disgusto, a que los dueños me acusen de allanamiento de morada, o a que me salga un perro y me dé un tarisco. Me hubiera gustado entrar de forma legal, con permiso de sus dueños, pero en la casa no se observa ningún movimiento. Como la puerta de la piscina y jardín, que da a la escalerita mencionada, es muy bajita, no tengo dificultad para pasarla por encima. La yerba está húmeda, como si hubiera sido regada recientemente, aunque quizás sea debido a algo tan natural como el relente de la noche. Me voy hacia el lateral derecho, pero por allí no puedo salir porque está el terraplén. Asciendo otro pequeño tramo de escaleras y me encuentro ante el muro principal y la puerta de entrada. La puerta, como es normal, está cerrada a cal y canto, pero tengo la fortuna de que, a un lado de ella, hay una grande y magnífica tinaja que me permite auparme al muro colindante a la entrada y, de allí, saltar a la calle. ¡Peligro soslayado! Siendo hora tan tempranera, pienso que lo más probable es que los habitantes de la casa todavía estarían durmiendo.

Hacia Aiguablava y el Cap de Begur                                         Una vez en la carretera, que podía haber seguido, evitándome tanta peripecia, asciendo hacia la casa en construcción. Al bajar, en el siguiente cruce, veo la indicación del Cabo Begur y Aiguablava. Una vez a salvo y orientado, llego a señales del GR-92. Un indicador pone Aiguablava a 15 minutos. Cuando llego a la cala, llegan dos chicos con canoa para dar un paseo sin alejarse mucho en el mar, un paseo de reconocimiento de la costa, a la vez que un cómodo ejercicio matutino, y otro con botellas para practicar submarinismo. No sé la razón, pero me dice: “hay que pagar por todo” y le respondo: “pero no los de United Kingdow” y tengo que explicar mi chistecito particular. Es por la matrícula de su coche: B xxxx UK. El chiste tiene poca o ninguna gracia y menos cuando se tiene que explicar. Uno de ellos se ha encontrado un bolígrafo en la arena y me lo da. Es con el que estoy escribiendo mi diario.  



La playa de Aiguablava es de arena fina. Como a hora tan temprana, salvo los deportistas, la playa está vacía, me voy hacia el extremo izquierdo, el del Norte, me doy un baño desnudo, me seco paseando por la orilla, y me tumbo de cara al sol. El sol ya calienta y, aunque el día está despejado, se ven nubes por el horizonte. Son las ocho y el agua está fría. Todavía la parte derecha de la playa está en sombra, así que no tengo muy clara la orientación de la playa. Pasan los de la canoa al agua, y es ahora cuando me dan el boli. Luego pasa el submarinista con el que he hablado, con otros dos que van a hacer lo mismo. Cuando estoy vestido y escribiendo en mesa, esperando a que empiecen a dar los desayunos, aparece un cuadrillón en bote organizado. Se trata de un grupo de una escuela de aprendices de deportes acuáticos. También aparecen por el mar tres motos acuáticas. Me he dado el último baño en bolas y luego ha empezado a llegar gente a la playa, razón por la cual me visto. Esta vez, segunda en el día, me seco de nuevo con toalla. Mientras escribo, las nubes amenazantes han cubierto el cielo y han empezado a caer unas gotas. Todo el mundo ha desaparecido de la playa. Llegan cocinero y camareros, pero aún es pronto para que empiecen a dar los desayunos. No sé a qué hora pensarán que es la buena, ¿esperarán a mediodía? Acabo de escribir. Tengo frío. Me pongo el jersey y bajo a ver si desayuno. Lo tengo que hacer en otro bar por 4,80 €, pantumaca y café con leche. Pido información para continuar al barman, pero me aporta poca. Me manda a recepción de coches y, de allí, a la zona que tiene unas escaleras, cerca de donde me he bañado. Ya había visto antes la señal, pero creía que me llevaba a carretera y yo quería ir por la costa hacia Fornells.

Saliendo de Aiguablava hacia Fornells 
y el Cap de Begur
El camino empieza suave pero las señales se van complicando, unas mandan hacia la playa y otras me dicen que debo retroceder. Paso Fornells casi sin enterarme. Bajo a una cala de piedra gris, en la que hay una mujer y una niña; no consigo entenderme con ninguna de las dos. Regreso por donde he llegado, pues he perdido la señal. Bajan tres o cuatro chicas catalanas que están de vacaciones y no me saben informar. 
 
Me encuentro con otra pareja que tampoco me informa y, un poco más adelante, me reencuentro con la señal. Empieza a llover, pero ya estoy ascendiendo por el monte, con el objetivo de ir superando el cabo Begur. El ascenso casi se vuelve vertical. ¡Qué paliza! Y menos mal que no hace calor. 
 

Para de llover pronto y, cuando llego a la cima, de nuevo encuentro dificultades para salir de un estercolero. Retrocedo y reencuentro la señal perdida, ahora en posición perfecta para llegar hasta el mirador de Begur. Me encuentro a Manuel y Teresa y estoy un rato dándoles cuenta de mi viaje. Me desean suerte. Más adelante veo un coche aparcado B 6571 VT que, pienso, puede ser el de ellos. Luego ya el resto del camino será de bajada, primero hacia el mencionado mirador que, en realidad, es una tapia semicircular con dos entradas, por el lado Sur se ve la bahía de Aiguablava, hacia Fornells, y por el Norte, la de Sa Tuna. 
 
Hago el recorrido circular para posicionarme en los dos extremos y sacar las fotos y bajo hacia otro mirador, que ahora será el de La Borna. Una pareja con niño me da la información de lo que desde el mirador de La Borna se ve. Una francesa resbala y cae en mis brazos; le digo: “je vien de la France y de premio me cae una francesa en mis brazos”. Y se ríe. “¿Has entendido?”, pregunta a su pareja, y le explica el significado de lo que yo le he dicho. 

 

 Les cuento a grandes rasgos desde mi salida de Saint Palais, allá por 2006, y cada uno sigue su camino. Sigo bajando hacia Sa Tuna. Una pareja de maduritos, en un momento de duda, me confirma que llevo buena dirección, aunque ya todo es bajar.



 

Un bañito entre rocas en Sa Tuna. Es Furió
Bajando por el último tramo del camino observo, en el lado más Sur de la playa, que hay unas rocas con un entrante discreto, y protegido de la playa por la misma roca y el acantilado. Me acerco a él, me desnudo y me doy un baño como si estuviera en una piscina alargada. Me siento en el vegetal marino de la roca, nado en las dos direcciones y salgo por el mismo asiento por el que he entrado. 




No hay medusas. Al salir de las rocas y dirigirme hacia la playa, pregunto a un hombre por el sitio mejor para comer. Parece ser que sólo hay dos restaurantes para elegir y él me orienta hacia Es Furió, “algo más económico que Sa Tuna”, me dice. Y aunque no sea barato, me sale por 26,40 €, como bien: tomate con bonito, mejillones, crema catalana y menta-poleo. En el servicio no hay enchufe y tampoco hoy me puedo afeitar. Al menos, me cargan el móvil. Escribo y a las 15:15 h, cago, y me voy del lugar hacia Sa Riera.

Hacia Sa Riera
Miro el móvil ya cargado y tengo una llamada de Mauri perdida. Llegando a Aigua Freda, que es de rocas, le devuelvo la llamada. Ya son las cuatro cuando lo hago, y me responde que están en Vic. Han estado en una feria en Girona, pero ya van de regreso a Gironella. Cuando llegue a Collioure y regrese nos veremos. Una chica con tres chicos que están de parloteo, al decirles que tienen una playa de cemento, me responden: “es lo que hay”. Se quedan asombrados con mi paseo. Subo hacia el hotel y no veo la señal que había visto al venir. Retrocedo y hablo con otros comensales de Sa Tuna y me dicen que han comido bien. En ese momento una chica les está orientando para continuar a Sa Riera y me aprovecho de su información. Para llegar, tengo que hacer una combinación de carretera y camino. 
 


Enseguida encuentro desviación (a 6 minutos) para ver la Reserva Marina de Ses Negres. Dos alemanes me dicen que, sin tener que regresar al punto de partida, se puede seguir hasta llegar a salida a carretera. ¡Buena información! Salgo de la reserva y ya estoy a 7 minutos de Sa Riera. Cuando doblo el acantilado, aunque no veo la población de Sa Riera, sí, al menos, Illa Roja y la larguísima playa de Pals. Al fondo l’Estartit y las Illas Medas.  


Ya en la playa de Sa Riera, voy por paseo de tablas, muy apropiado para caminar sobre arena seca, para evitar pisarla y hundirse, y que me conduce hacia Illa Roja, pero estando en la playa, me da el apretón y no puedo separarme mucho del camino. Me vacío en un rincón, donde, por suerte, baja algo de agua que se filtra por la arena. Me limpio y disimulo cuando pasan dos parejas de extranjeros. Lo dejo lo más txukuna (limpio en euskera) que puedo y continúo hacia la isla que, tal como está unida a la playa, en pocas ocasiones lo es. Puede que eso ocurra con algunas mareas muy vivas y en las altas extremas.

Una tarde-noche en L’illa Roja
Nada más acabar la playa de Sa Riera, tras un templete, salgo a camino; éste se empina y voy ascendiendo por un acantilado que deja por debajo, a la vista, la isla que voy rodeando, puesto que a la playa se accede por el lado Norte, que equivale a decir el lado Sur de la playa de Pals. Todo este recorrido y, en especial, la cima, es una atalaya perfecta para los mirones, alguno provisto de prismáticos, y para algún salido que así da rienda suelta a su libido. Yo, como buen nudista, cuando esté desnudo en la playa, ni me preocuparé de los mirones que pululan por arriba. Saco una foto general, desde arriba, a sabiendas de que, por la distancia, es imposible distinguir a los que están desnudos. Tampoco es que haya muchos. El sitio me gusta, a pesar del mirador. Cuando el camino acaba de descender, el agua que filtra de la montaña, forma un barrillo en los últimos escalones y se corre el riesgo de resbalar. 

Me coloco en la zona Sur, con la isla a la izquierda. Me baño primero en ese lado, que tiene menos perímetro marino, y luego en el otro, hacia Pals. Encuentro más templada el agua de la playa Sur que la de la Norte. Vuelve a lloviznar y escondo la ropa bajo las mochilas. Estoy dudando entre quedarme a dormir allí o en la playa de Pals. Pregunto a una pareja cercana que se viste para marchar y, aunque no son expertos meteorólogos, ella me dice que en Pals no tendré nada para protegerme, mientras que allí, en la zona más Sur, sí. Les hago caso y, cuando ya se están marchando, traslado mi equipaje hacia una cueva. Lo dejo a la entrada, donde queda  todo suficientemente protegido de la lluvia. Entrando es estrecha, pero siguiendo un pasillo, luego se ensancha. Sólo entraré en caso de que la lluvia arrecie, pues no me da ninguna garantía de higiene y, además filtra agua y caen algunos goterones que pueden convertir en peor el remedio que la enfermedad.

De nuevo, confundiendo rumanos con marroquíes
Hablo con un chico que me da la sensación de que es rumano. Está con un amigo y dos chicas. Los dos amigos trabajan en Bañolas. Luego se bañan los cuatro en la playa del norte; el amigo en calzoncillos y las chicas sin quitarse la camiseta. Esto confirmará que más que rumanos, ellas al menos, son musulmanas. Suben por la montaña y se tiran al agua desde la isla. Me alejo un poco para dibujar la isla, ya que ha parado de llover y tengo buena parte de la tarde para hacerlo. Las proporciones de la isla, me exige que utilice las dos caras del Moleskine. Cuando lo termino, se lo enseño al marroquí con el que he hablado antes y se acercan los cuatro para ver mi dibujo. 


El amigo, mira y remira los otros dibujos anteriores. Tres son de Tetuán, pero la más joven es de un pueblo de la costa mediterránea de Marruecos; llegó muy joven a España y tiene nacionalidad española, aunque las costumbres y la religión musulmana no las haya perdido. No sabe árabe, y le animo a que lo estudie, para que no pierda lo mejor de su cultura, su idioma. Sabe escribir nombres con grafía árabe y tiene una hermana que le puede enseñar. Les cuento mi programa con Abderrafiq, un joven que llegó clandestino de Tánger y que, al ser menor de 18 años, fue acogido por Diputación Provincial de Gipuzkoa. Yo soy su referente con el programa Izeba (una especie de tío). Estudia chapistería y soldadura, con vistas a encontrar un trabajo cuando termine sus estudios. Fue operado por presentar la malformación de labio leporino, con paladar abierto asociado y ha sufrido operaciones posteriores de ajuste en nariz y oídos. Está agradecido porque en el País Vasco se le ha hecho algo que no hicieron en su país. Allí le tenían que haber intervenido en los primeros años de su vida. Es musulmán practicante, con todo lo que eso conlleva, y un magnífico saltador de saltos mortales que suele practicar en la arena de la playa de La Kontxa en Donostia-San Sebastián, también suele enseñar a algunos chicos en Irun y en la capital provincial. (Cuando esto escribo hoy, en 2013, Abdu, ya salió, más bien, yo salí del programa, tiene más de 20 años, tiene nuevos “tíos” y, creo, la madurez suficiente como para no necesitarnos). No obstante, sigo estando aquí para cuando quiera hablar conmigo, pero yo no lo voy a buscar. Si volviera a ser un Izeba, lo sería de algún muchacho sin ataduras de religión. Creo que cualquier religión, y la musulmana una de las que más, son un obstáculo para ser persona. Tiene una buena cantidad de prohibiciones que no ayudan a crecer, algunas son absurdas en nuestra época y en nuestra Europa, donde la libertad se considera un valor. Dicen que la mujer es adorada en su cultura, pero la realidad es que adoran a la mujer sumisa, la que se ajusta al papel que su cultura machista les ha asignado. Las que se salen del patrón, como Fátima Mernisi, Joumana Haddad y tantas otras, pagan las consecuencias por su rebeldía. La prohibición de comer carne de cerdo, en un país en que los embutidos y el jamón y productos asociados y que lo contienen, forman parte de la comida habitual, es un hándicap añadido, por la preocupación que supone el tener que estar siempre pendiente de que, si se les invita a comer, haya en la comida algún derivado porcino. Tampoco se pueden ver desnudos unos a otros y se sorprenden que en nuestra cultura, después de una clase de gimnasia, por poner un ejemplo, los jóvenes y los adultos, se desnuden con toda tranquilidad para ir a las duchas colectivas. Imaginaos, los que leéis este blog, si yo en este viaje no pudiera practicar el nudismo; supondría una enorme reducción de mi libertad, un ataque a mi cuerpo y a mi espíritu, que influiría en mi forma de concebir el mundo. Yo no concibo el mundo sin hacer nudismo y sé lo que ello conlleva para mi relación con muchas mentes conservadoras que, no siendo musulmanas y rechazando a los árabes y a cualquier cultura que manche su nacionalismo elemental, son tan reaccionarios como ellos. Cuando hablo con Abdu, que tampoco bebe bebidas alcohólicas, le digo que me parece correcto, si lo hace para evitar las borracheras; también en nuestra cultura el alcoholismo se rechaza pero, entre convertirse en alcohólico y ser abstemio, hay un amplio abanico de posibilidades. Apreciar un buen vino durante las comidas, sin pasarse de un par de vasos, es algo que encaja con la filosofía aristotélica de que en el justo medio está la virtud. Creo que las prohibiciones, sin razonamiento lógico, generan más problemas que los que resuelven, nos hacen más dependientes, nos vuelven más controladores y, a la vez, más controlados, restándonos libertad. Y vale de intentar lecciones moralistas. Ya somos mayorcitos como para que cada cual haga lo que cree que debe hacer. También hablo con estos marroquíes de mi viaje convencional por Marruecos: Chefchauen, Meknes, Fez, Erfoud, Marrakech, Rabat, Tánger… Les encanta que les diga que fue un viaje precioso.

Encuentro dos carteras
Si el pasado verano, me robaron el monedero, cuando estaba dormido en una playa de la costa barcelonesa, en esta playa de L’illa Roja, me encuentro dos carteras. Sería más correcto decir, con dos funcionarias de Cartería de oficinas de Correos. Una trabaja en Cadaqués y la visitaré cuando pase por allí; más fácil, teniendo en cuenta que allí dormiré dos noches y podré acoplarme a los horarios de su oficina. La otra trabaja en el Port de la Selva, pero cuando llegue, la oficina de Correos ya estará cerrada y no la veré. Cuando han llegado a la playa, se han acercado a la parte más Sur, con intención de pasar por las rocas a Sa Riera, pero una de ellas lleva un calzado totalmente inadecuado para andar por rocas y regresan enseguida, sin siquiera haberlas perdido de vista. Hablamos un rato de mi viaje y de sus vacaciones y se van por donde han venido. Me han dicho: “Te queda mucho y bonito”, refiriéndose a la costa que me falta por recorrer hasta Portbou. Como me quedo solo en la playa y ya he terminado el dibujo, les acompaño hacia el final de la playa, hacia Pals, y allí me despido de las dos carteras.

Para postre del día, David y su chica
Caminando con las carteras, me cruzo con David, que llega a la playa con una chica. Yo regreso a la zona donde tengo mis pertenencias y veo que ellos se colocan separados. Ella antes y él más cerca de donde estoy yo. Digo a David: “creía que veníais juntos” y el me confirma que sí: "veníamos...", me dice. Nos presentamos. David se da el primer baño del año. Es una lástima que, a esta hora de la tarde, la playa ya se ha quedado totalmente en sombra. Él sale del agua y se acerca donde está ella, le hace carantoñas, ella se desnuda y se bañan los dos. Cuando salen y se secan, me acerco y les enseño mi dibujo. Al hablar con ellos, observo que están bastante bebidos. Ella casi no coordina. Me dice, primero, que es catalana, luego que es española y David añade: “ciudadana del mundo, como yo”. La chica se escapa y él se viste para no perderla y me dice: “ella quiere follar, pero yo no” y me añade: “no quiero, porque no está en condiciones”. Ahora entiendo que se hayan puesto cada uno en sitio diferente, sus repentinos enfados, y el alcohol que no ayuda. Luego les veo parados, al final de la playa, y según me parece de lejos, negociando. Me ha gustado que, con la fama que tenemos los hombres de querer follar como sea, para desahogarnos, éste David, al que parece no desagradarle el folleteo, le guste hacerlo con una mujer en buenas condiciones corporales y mentales ¡Chapeau David!

Como colofón dos chicos
Llegan dos chicos, uno tienta al otro, pero éste no responde a sus insinuaciones. Hace un poco de frío y yo ya me he puesto el jersey. Ya no me baño. Uno señala el paseo-mirador superior y el otro también mira hacia allí. No sé de qué hablan. Coloco las mochilas en el lugar donde tengo intención de dormir, como un trocito de pan que me ha sobrado de la comida, bebo un trago de agua, dejando algo para el inicio de la mañana, pues se me avecina la larguísima playa de Pals, me meto en el saco sobre la esterilla y me acuesto. Cuando ya estoy tumbado, me acuerdo de que el Aloe-Vera está al fondo de la mochila y ya no me apetece salir del saco para buscarlo; así que esta noche me quedaré sin masajear los pies. ¡A ver si mañana lo recuerdo antes! El boli que ayer encontraron en la playa los de las canoas es un Parker; justa compensación de la pluma de la misma marca que regalé a Itziar al finalizar el curso de expresión escrita que imparte en la Biblioteca Municipal de Irun, Maite González Esnal.

Balance del día
Hoy como tarea del día, el reto consistía en superar el Cabo Begur. El amanecer ha sido muy bonito en Aigua Xélida. He tenido suerte porque la lluvia no me ha afectado a la marcha y la zona montañosa la he cubierto, por suerte, sin sol. También, la suerte me ha acompañado cuando he salido de aquel atolladero imposible de rocas y maleza, penetrando en una casa, sin permiso de sus ocupantes, y haber podido superar la tapia gracias a la tinaja estratégica allí colocada. El haber tenido ocasión de hacer mi primer dibujo (doble hoja) en la playa de L’illa Roja, junto con los encuentros: los marroquíes, que me ha permitido reflexionar sobre religiones, las chicas de Correos, la pareja que había bebido más de la cuenta…

No hay comentarios:

Publicar un comentario