jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 60 (238) Cadaqués-Cala Jutgadora

Etapa 60 (238) 12 de junio de 2010, sábado.
Cadaqués-Portlligat-Cala S’Algueira Gran-Cala Sa Fredosa-Far del Cap de Creus-Cala Jutgadora.

Tercera jornada en el Cap de Creus
Hoy amanezco por segunda vez en Cadaqués. Hay que irse despidiendo, pero la geografía me irá jugando malas pasadas y me costará salir. Cuando creo que me estoy alejando, veo que he vuelto atrás y estoy llegando al punto de partida. No es mala señal. No habrá sido tan desafortunada la estancia. Con todas estas peripecias y la visita a la casa de Dalí en Portlligat, el avance de hoy tampoco será grande. Por la tarde, me volveré a perder. Pareciera que estoy tratando de alargar y retardar mi llegada a la punta más oriental del Cap de Creus.

José Manuel se podría querer un poco más
He dormido muy bien, en cama conocida. Me he levantado de madrugada para orinar y luego duermo de tirón, sin despertarme hasta las ocho. Me afeito y ducho y, para las 8:30 h, ya estoy en marcha por las calles de Cadaqués. Como había acordado con Nuri, dejo la llave en la habitación, sobre el carro. He sacado dinero (200 €) con una comisión de 0,40 €. Voy hacia Sa Conca y, cuando entro dentro del hotel, vuelvo a paseo marítimo y una mujer desnuda se baña entre las rocas. Veo a José Manuel que va en la misma dirección que yo y le pregunto si podemos ir en compañía, pero él me dice que ya está de regreso. Me da la impresión de que quiere quedarse para observar mejor, de más cerca y más tranquilo a la mujer que se está bañando desnuda, “¡me encanta mirar!”, me dice, pero le tiento con mi conversación y la narración de mi viaje y, finalmente, decide quedarse un rato de charla conmigo. Por lo que me dice, me da la impresión de que no se quiere lo suficiente a sí mismo. “Te tienes que querer más”, le digo. 

Está en Cadaqués porque, unos vecinos amigos, muy amigos, le han dejado una casa. Está pasando unos días con su mujer y la amiga. A su mujer le gusta levantarse tarde y él aprovecha para dar su paseo matinal. Le gusta mucho la fotografía, pero no como fotógrafo profesional. Le gusta la fotografía industrial. Me lo explica, pero no logro entender a qué se refiere. Me habla de una cámara que permite hacer panorámicas mastodónticas, como para cubrir un gran mural. Se queda en la zona donde montan los tenderetes. 
 

Un artesano que trabaja en cueros, nos muestra cómo hay cueros de vaca que se rompen fácilmente y otros permanecen inalterables durante muchos años. La razón por la que se rompen, es que “están demasiado secos”, nos dice. Los del tenderete vecino se ríen porque, para ellos, nos está dando “la vara”. Ellos ya deben estar hartos de escucharle, pero para nosotros es novedoso, y le escuchamos con atención. Me despido de José Manuel, y le repito mi deseo ya expresado antes, de que se quiera un poco más.

Cuatro Vientos hacia Portlligat
Sigo por el litoral de Cadaqués y veo que se levanta de un banco un vejete. Todas las mañanas suele pasar allí, un rato, en el monumento a los Cuatro Vientos. Ya saliendo del pueblo, empiezan los caminos y me posiciono frente a una isla que, desde Cadaqués, parecía continente; está próximo a un islote: Es Cocurucúc. La isla es Sa Arenella, donde se va a celebrar una boda en la que están invitadas Sabina y Patricia. “A gusto me iría contigo”, me dice Patricia, pero tienen que ir ya para casa a prepararse para la boda. Más adelante veo a grupos con equipos de submarinismo. 
 

Uno viene con una guitarra. “¡Qué!, ¿para animar a los peces?”, le digo. Se sonríe. Me meto por terreno urbanizado, por el que siguen marcando: “camí”, pero una italiana me dice que, si sigo por allí, tendré que retroceder. Y así ocurre. Al poco rato me encuentro con una panorámica de Cadaqués. “¿Conseguiré salir de una vez por todas?”, me pregunto. Un motociclista mayor, me irá indicando cómo salir del atolladero. Se para a coger madreselvas para llevárselas a una amiga que le gustan mucho. “A mí también”, le digo, por su aroma dulzón y alimonado. 
 
Una vez que le dejo, enseguida cojo carretera a Portlligat, que es la forma menos complicada para llegar. Paso por Sant Baldiri. El motociclista me había dicho que no dejara de ver el cementerio. Lo visitaré después.

Portlligat y la Casa Museu de Salvador Dalí
Bajo por el hotel al Museo Casa Dalí. Cuando estoy llegando, me encuentro con dos belgas que no saben que las entradas hay que sacarlas por adelantado, pero no les veo mucho entusiasmo por visitar el museo. Yo lo sabía, pero tampoco tengo entradas. 
 

Pregunto en taquilla y, como he venido relativamente temprano (son las 10:50 h), me dan entrada para las 11:20. Enseño el carnet para que vean que en mayo ya cumplí los 65 años y me hacen una rebaja; me habían dicho que la entrada costaba 10 y me cobran 8 €. Como tengo tiempo, aprovecho para desayunar y pago 3,70 €, escribo y hago las cuentas. 
 
Bajo a la playa y, junto a una plataforma, saco una foto de la Casa Dalí con agua por delante. Luego meo en un cañaveral. Me acerco a la puerta, pero los grupos van entrando cada diez minutos. Cuando acabe la visita tendré que subir a Sant Baldiri, que fue obispo de Girona, para ver el cementerio. Dejo las mochilas y me dan la chapa 45, mi año de nacimiento. Mientras espero, le comento al chico y alucina con mi viaje. Por fin, llega la hora, e inicio la visita al Museu Casa Dalí con mi grupo de las 11:20 h. La visita es interesante, el interior de la casa es ahora de un estilo decadente, pero que fue acorde con el artista y con el tiempo en que le tocó vivir. Todavía conserva encanto. Los comentarios de la guía, van más por lo humano y lo anecdótico, que por lo artístico. Las preguntas que nos hace y que ella misma se responde, hasta donde sabe, son de este orden: “¿Por qué Gala dejó a Paul Elouard?, ¿Qué fue de Cecile, la hija?, ¿Por qué de la hija de ambos, no se supo ya nada más?” Gala, no sólo fue la musa de Dalí, sino también su manager. Gracias a ella, perdió la timidez y conoció a gente importante que le serviría en su carrera artística. Es la que le empujó a hacerse famoso. 
 

No veo fotos de tiempos de La Barraca. La guía nos hace fijarnos en la posición de un espejo que, orientado hacia el amanecer, permitía que el artista y su musa  vieran el sol reflejado desde la cama. Vamos pasando por los huevos, los enteros y el roto, los riojanos, las cabezas metálicas, la sábana con escayola y la forma de una mujer, el viento, diseños a medida, etcétera. Nos enseñan un ramo de flores, siemprevivas, que renuevan cada dos años. En la proyección de imágenes vemos al Dalí excéntrico y neurótico. 
 



Piano destrozado. Sofá beso. Panorámica a través de cristal. Experimentos con erizos: La habitación de Gala. Termina la visita en la terraza, con el gran huevo en la azotea, y paseo por los jardines. 
 


Antes de coger el equipaje, cago en los retretes públicos, que están sin salir del recinto y voy hacia el cementerio de Sant Baldiri. 

 



Aunque no encuentro nada de especial, saco una foto. Quizás tenga algún interés alguno de los personajes enterrados pero, como no lo sé, no me voy a poner a leer todas las lápidas. Doy una vuelta por todo el cementerio y bajo al museo para retirar mi equipaje.



 

Buscando playa para baño
Sigo por la costa con una pareja que también busca playa, y que antes se ha perdido, como yo. No pretenden hacer nudismo, se quedan en S’Algueira petita y yo continúo. Llego a S’Algueira Gran y me coloco cerca de un señor que escucha música clasica conocida. La playa tiene piedras incómodas. Al lado dos nudistas. Me baño, me seco paseando por la orilla y elijo zona más plana entre textiles. 

Un poco más atrás, otro chico se desnuda; le toca los senos a su chica. A mí la alternativa que me queda es calcular el coseno de Alfa y que, luego, con el resultado obtenido, Alfa me lo deje tocar. Más tarde hablo con los nudistas madrileños, Pablo y Maite, que están con su amiga no nudista, Merche. Llega de paseo Isabel. Desde el día de la caída llegando a Cala Calella, la cadena del reloj se me suelta con mucha facilidad y Merche me la arregla. Se enrollan bien conmigo, porque les encanta mi viaje. Me ofrecen sus señas en Madrid pero, quizá demostrando poca elegancia, no se las cojo. Quizás si el encuentro hubiera sido más duradero y significativo… 
 

Madrid siempre es un lugar al que voy de paso y, aunque tengo familia y amigos, siempre los tiempos son cortos. A los que vi en 2008 fue a Carlos Iglesias y Txema Elósegui, por los que siento aprecio y amistad. Las veces que he pasado, nunca he conseguido ver a mi prima Ruper, ni a Manu Robles del Toro, al que conocí aquel mismo año en una playa murciana. Pero, volvamos de Madrid. Tras darme tres baños y ya seco, me despido, me visto y camino por la costa hacia Cap Roig, donde hay embarcaciones varadas.

Un camino más difícil
Me meto en terreno difícil y salgo como puedo a la carretera, entre pedregales y plantas complejas. Pareciera que en esta parte, al ser la costa muy complicada, el camino me va a mantener a cierta altura pero, siguiendo las señales, me vuelve a bajar a la orilla del mar. Primero me encuentro con una pareja que va a hacer submarinismo y no conocen el lugar, puesto que es la primera vez que andan por allí. Luego, otra pareja, se los llevará hasta la playa, y yo sigo adelante.  

Tras mucho rato por sendero con una vegetación que no me está gustando nada y que me va cerrando el camino, por fin, llego a un lugar en que se ensancha y, aunque vuelve a reducirse, aquí ya no hay vegetación preocupante. Es en ese momento cuando me encuentro con dos parejas de extranjeros, de los que caminan con bastones, que cuando ven que voy a coger el camino ancho, me reconducen a un camino estrecho y vertical. Me vuelvo a encontrar con los belgas que he visto a la entrada del museo casa Dalí, en Portlligat que, como había intuido, no lo han visitado. Distraído, observando a dos mujeres que suben, piso una piedra suelta del camino y me caigo encima de una planta que me produce pinchazos y rasguños. Vuelve a soltárseme el reloj y pierdo el pasador. Ahora no me quedará ya más remedio que guardarlo en el bolsillo de la mochilita. Quizás hasta que finalice el viaje. Después me encuentro con Lluis y Lidia (quizás Liria), de Palamós, quienes también se entusiasman con mi viaje. Me dan información valiosa de lo que me queda para llegar, que tardaré entre 40 y 45 minutos y que en Jutgadora encontraré buen lugar para hacer nudismo. "Sa Fredosa no la conocemos", me dicen. 


Más tarde, el del bar del faro de Creus, me dirá que se llama Jugadora, porque era un espacio donde acudía mucho pescado y todos los pescadores querían pescar allí; por esta razón se la jugaban para ver quién era el afortunado al que le tocaba en suerte. Veo desde el camino el Faro de Creus, en lo alto del cabo, y abajo una playita que podía ser muy bien la que busco. Hay gente, pero no veo a nadie desnudo; quizás hoy por ser fin de semana, esta cala se ha vuelto más familiar. Continúo, y busco alternativa más adelante, sin salir a carretera y andando entre rocas. Me apetece darme un baño antes de subir al faro y paso junto a un grupo de chicas que están disfrutando con el juego de adivinar algo que una representa con mímica. Se ríen mucho y a mí me alegra verles y oírles reír. Viendo que por allí ya he iniciado el ascenso, retrocedo y me doy un baño en la que, luego sabré, es Cala Sa Fredosa. He llegado a la vez que otra pareja. Él es ruso. Me desnudo y me baño y él también se baña. Cuando me seco y visto subo la cuesta empinada hacia el faro. El ruso y su pareja también lo hacen, pero cogen otro itinerario más suave, menos vertical. Tardarán más en subir que yo y, luego, los veré arriba.

Atardecer en el Cap de Creus. Iñaki y su moto. Valentín
El bar del Cap de Creus y la terraza están animados. Pido dos bocadillos, de los que tienen preparados, y cerveza (7,20 €) y me siento junto a una de las mesas de la terraza. Pasan los rusos y me confirman la nacionalidad, puesto que ella habla algo de castellano. Como ya es muy tarde, tengo tanta hambre que los devoro rápidamente. Pido un gin tonic (5 €). Cuando voy a empezar a escribir el diario, llega Iñaki, un motorista de Legazpia (Zorrotz está a punto de cerrar, me dice). Ha tenido avería de la moto en Andorra y se la han arreglado gratis porque en enero cambió la batería y le ha durado poco. Él está de vacaciones, pero sus amigos moteros se tuvieron que volver a trabajar. Va hacia l’Estartit. Le gusta mi viaje. Iñaki también es montañero, pero disfruta con la moto. Le gustaría ir a Marruecos, pues tiene una experiencia muy positiva con un marroquí que se trajo al pueblo para trabajar, ha encajado bien allí y trabaja muy bien. 


Iñaki se va, me desea buen final de viaje y yo escribo. Cuando termino, organizo el plan para mañana. Luego bajaré a dormir a la Cala Jutgadora , que se ve en el centro de la foto, junto al camino por el que he venido y, mañana, trataré de llegar a el Port de la Selva. Calculo que tardaré 3 o 4 horas, pero ya veremos. He hablado con Valentín, el que lleva el bar y le he contado mi programa. Le gusta y me informa asomado al mirador, cuál es Jutgadora, cuál es Sa Fredosa. Me dice que me va a preparar un bocadillo caliente, de tortilla de patata (4,50 €).
Anochecer en Cala Jutgadora
Me despido de Valentín y bajo por carretera hasta la señal. Si hubiera decidido dormir en Sa Fredosa, habría bajado por el mismo camino que he subido. Pero antes de llegar a la señal, me encuentro con Yorgos y Ana, a los que les gusta el camino que estoy a cuatro jornadas de culminar. Para mañana, me recomiendan la playa Tavallera, ya que, al estar alejada de acceso por carretera, suele estar poco concurrida. Me dicen que está bien indicada y que llegaré sin dificultad. La realidad será bien distinta. Al decirme él su nombre e intuir que es griego, le pregunto si ha visto la película “Canino” y, como no, se la recomiendo tan vivamente o más que él Tavallera. Le digo que la vi en versión original y que disfruté mucho escuchando su idioma. Oír autodromo para significar carretera y otras lindezas, fue bastante desintoxicante. Me despido del griego y su chica y sigo adelante, bajando hacia la playita en la señal. Retrocedo por el camino por el que la he visto desde arriba, pero me costará encontrar el acceso, a pesar de que lo voy intuyendo. Me meto un poco a la brava y mañana encontraré mejor acceso al regresar. Paso entre árboles y doy gracias a que el sol oculto, aún nos envía su haz de luz. La playa no me gusta para dormir. 
 
Tiene una ligera pendiente que me obligará a dormir inclinado (a lo largo o a lo ancho) y, al ser de piedras, va a ser casi imposible volver el suelo horizontal; además han dejado muchos desperdicios, como si hubieran dado de comer a algún perro y éste hubiera dejado huesos sin terminar de triscar. Me hace pensar que de la zona de arbustos pudieran venir ratas a comer por la noche. Así que me dirijo a las rocas. Ceno más de medio bocadillo y reservo agua para mañana. Aunque intento acomodarme en las rocas y me parece que lo he conseguido, la realidad es que el sitio elegido es corto, las rocas tienen muchas aristas y dormiré incómodo y mal. Voy adaptándome al espacio como puedo, me ayudo con el pareo, pero la cabeza se me va hacia abajo. Me tengo que tapar todo lo que puedo por la cantidad de mosquitos que pululan en el aire. Aunque veo la proyección de los haces de luz del faro, no me dan de lleno y eso no será lo peor de la noche. La noche está estrellada. Veo nítida la Osa Mayor, pero irá desapareciendo y, al clarear el día, ya la he perdido de vista. No he visto la luna, probablemente esté en fase Nueva, es decir, una noche nada iluminada.

Resumen del día
A pesar de llegar a uno de los lugares emblemáticos, el Faro del Cabo de Creus, no ha sido una de las jornadas más brillantes. Pequeños encuentros poco significativos, quizás por mi culpa. Me quedo con los de José Manuel, Valentín e Iñaki, pero no han estado exentos de significado los de Lluis y Lidia, Yorgos, los madrileños, los rusos, los alemanes, los belgas. Aunque estoy en el Parc Natural del Cap de Creus, hoy no he disfrutado mucho de él, debido a lo mal indicados que están los caminos. Por esa razón, quizás lo más interesante haya sido la visita a la Casa-Museo de Salvador Dalí.

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