jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 56 (234) Cala Calella-Cala Montgó

Etapa 56 (234) 8 de junio de 2010, martes.
Cala Calella-Cala Montgó-l’Escala-Sant Martí d’Empuries-l’Escala-(Cala Montgó, en coche).

Hoy es el cumpleaños de mi hermana Sagrario.

Despertar en cala Calella
Aunque he dormido mal, al final no me despierto hasta las 6:50 h. Me levanto y me doy un baño cómodo en el mismo sitio de ayer tarde. Para las 7:10 h ya estoy en marcha. Sigo el camino que debiera haber cogido, después de estar con el joven que me informó ayer y, al llegar a la carretera, leo: 3 h ¾ a l’Escala.

Caminando por el Macizo del Montgrí
El sendero, después de un cruce, se convierte en un camino ancho y vuelve a ser carretera en un lugar en que aparece la señal en aspa, blanca y roja, indicativa de que por allí no debo seguir. Busco, pero no veo la señal correcta. Como ayer no cené y, si sigo este camino que he comenzado, intuyo que voy a tardar en llegar a un lugar adecuado para desayunar, abandono el camino y continúo por el de la señal no recomendada. Tengo tan buena fortuna que me cruzo con un matrimonio alemán, con el que me explico en francés. Les cuento, y les encanta mi viaje. Me dicen que siguiendo por este camino saldré a la costa y llegaré a Cala Montgó, donde podré desayunar; que el precioso paraje por el que voy es el Macizo del Montgrí (todo el entorno, desde ayer por la tarde, lo es) y que Cala Montgó es ya el final del Montgrí. Me despido de los alemanes que me han informado tan bien, pero lo que no me han dicho es que, pocos metros más adelante de donde nos hemos encontrado, hay un camping.

Estiwi en el Camping Neus
Pido permiso para entrar en el camping y en el bar me atiende Estiwi. Me sirve un gran bocadillo de jamón con el pan untado en tomate, me regala un croissant que sobró del día anterior, al que no hago ningún asco y, como no sabe cómo agradarme con el café grande que le he pedido, me da un vaso de café y otro de leche caliente y yo me lo mezclo ya en la mesa. Todo me sabe buenísimo. No hay mejor cosa para apreciar la comida que tener hambre cuando se come. Hablando con Estiwi, me da la impresión de que el muchacho está intentando salir de una mala racha en su experiencia vital. El trabajo que está haciendo en el camping, parece que le ayuda. Le hablo de mi camino, de los deseos y las satisfacciones, de la voluntad y la libertad que uno siente cuando supera dependencias. Estiwi escucha.


Le enseño mis dibujos. Le gustan y él me regala uno de los coches que se inventa y de los que hace muchos. Aquí os presento el coche que me regala. Interpreto que su intención es hacerme más llevadero el camino. Como no ocupa casi nada de sitio, lo recibo con mucho agrado y lo guardo en mi diario, donde a día de hoy lo conservo. “¿Qué habrá sido de Estiwi?”, me planteo hoy. Le pregunto: “¿por qué no te dedicas a hacer cómics?” Me dice que no tiene tiempo, que tiene que trabajar para ganar dinero. También me añade, y puede ser significativo que me lo diga ahora, en este contexto, después de la conversación mantenida: “Mi madre me quiere mucho, y yo a ella”. "¿Quién no quiere a su madre?" me pregunto. Es lo más habitual que una madre y un hijo se quieran, pero en la expresión de Estiwi hay como un matiz que no podré aclarar, pues tiene que cerrar el bar a las diez para dedicarse a otras tareas que le exige su patrón. En el tiempo que ha estado conmigo, apenas se han asomado por allí uno o dos clientes más de los que están allí acampados, y algún chavalillo para comprar chucherías. Mucho beneficio no parece que saca el dueño con este bar. Pago el desayuno 4,95 € y me despido de Estiwi, deseándole mucha suerte en la vida. Él se va a hacer tareas de mantenimiento y yo me quedo en la mesa, escribiendo. Después de un rato vuelve; le veo agobiado. Uno de los jefes le pregunta cómo va el trabajo y él, acercándose, le contesta, pero yo ya no oigo su respuesta. Hoy, por el camino, me ha cruzado un conejo; ahora, en el Camping Neus, se me ha cruzado este Estiwi en mi vida; mientras escribo veo un ave, que me parece que es una abubilla. Cuando acabo de escribir, me acerco a los servicios. Tengo duda de los signos diferenciadores de hombres y mujeres y pregunto a un encargado de mantenimiento que está haciendo la instalación de una lavadora; me dice que el edificio segundo, al fondo, es el de los hombres. Cago con algo mayor consistencia, me afeito y me ducho, dejando las mochilas en el espacio del bar, al aire libre; todas mis pertenencias allí, abandonadas. El bar continúa cerrado y nadie se asoma por las inmediaciones; mis mochilas están a buen recaudo. Ya vestido, con la ropa de recambio, y aseado, lavo las tres prendas que me he quitado y, cuando lo estoy haciendo, hablo en francés con un matrimonio. Les gusta el viaje que les estoy contando. Ellos lavan la vajilla y se retiran hacia su caravana. Yo recojo lo mío, pongo en la rejilla el calzoncillo, para que el sol que me dé en la espalda lo vaya secando; cuelgo del asa la camiseta, con la misma intención; monto la mochila y el pantalón lavado y muy mojado, cuesta mucho escurrir, lo llevo alternándolo de mano. Me acerco a los franceses, que están a punto de partir en su coche, después de dejar en su tendedero la ropa que han lavado, y les enseño los dos dibujos hechos anteayer y ayer. Les gustan. “También nosotros somos aficionados a pintar”, me dicen. Salgo por la puerta principal y no encuentro a nadie para agradecer. Aquí, todo el mundo tiene tarea. Ha sido un desayuno muy bien aprovechado; además de proporcionarme fuerzas para seguir caminando, me ha permitido asear mi cuerpo y mi ropa y todo por el mismo precio. Y la preciosa conversación con Estiwi, que no tiene precio económico, pero que es lo que más aprecio de lo que va de la mañana.


Buscando Cala Montgó. Filósofos
Cuando salgo a la carretera, ya estoy fuera del Montgrí. Me estoy acercando a la Cala Montgó pero, antes de llegar, pregunto a un señor cuál de los dos extremos es el más adecuado para hacer nudismo. Me responde que, yendo por la derecha, a unos 40 minutos aproximadamente, hay una cala donde la gente se suele desnudar. Al pasar por un camino que va en esa dirección por encima de Cala Montgó, veo que en la playa no hay espacios para desnudarse con garantías. Sigo el camino y, al fondo, veo la Cala Caleta, que intuyo es la que me decía el informante pero, nada más subir la cuesta, me encuentro con dos chicos que están filosofando, hablando de lo divino y lo humano, y me dicen que allí mismo puedo bañarme desnudo sin necesidad de ir hasta la Caleta y que ya hay alguien que está haciendo nudismo.

Gonzalo, que vino de Buenos Aires
Retrocedo un poco, bajo a unas rocas y llego a la zona donde toma el sol Gonzalo. Lo toma de decúbito supino, pero está adormilado. Él no me ve cuando llego. Me desnudo, dejo mi ropa en la roca, y bajo a darme un baño corto. Parece que no hay medusas. Al poco de salir del agua, Gonzalo se despereza y comenzamos a hablar. Es un rasta accesible y muestra interés en lo que le cuento. Él hace siete años que vino de Buenos Aires y ha estado estos últimos en Menorca. Como tengo intención de recorrer las Baleares el próximo verano, me interesa lo que me pueda contar de allí y, para el plan que llevo de viaje, me recomienda Menorca vivamente: “Te va a gustar”, me dice. Ahora está viviendo a unos 50 kilómetros al interior de Girona. Sus padres viven en Argentina, y son ellos los que vienen por aquí; ahora están a punto de partir. Él cada vez va menos a su país, pero le gustaría conocerlo mejor. Como ejemplo me dice: “no conozco Ushuaia”. Dice que Argentina es un país de muchos contrastes donde conviven la mayor riqueza con la pobreza extrema. Creo que es algo que ocurre en todos los países, y se lo digo. No he retenido la población, pero me dice que, entre varios, han montado un restaurante que solo atiende a los clientes los fines de semana. Los principios son siempre difíciles y les está costando coger clientela. El restaurante está cerca de un bosque con esculturas, Can Ginebret, creo que le entiendo y, por el nombre, me hace pensar que en algún tiempo, incluso ahora, puede ser un bosque de enebros. Pero al no haber retenido la población, poca propaganda les voy a poder hacer desde mi blog. El también tiene un cuaderno de notas. Bajamos los dos al agua y nos bañamos a la vez, él con gafas, pero dice que no hay ni peces, ni erizos. Ya de nuevo en la roca, le enseño mis dibujos y le cuento anécdotas asociadas a ellos. Una vez seco, me visto, y me despido de Gonzalo, deseándole lo mejor, suerte en el negocio hostelero en que está metido y que sea feliz en la vida.

Acercamiento a l’Escala
Retrocedo y desciendo hacia la playa de Cala Montgó, pero las terrazas que hay junto a la playa no me ofrecen mucha confianza en cuanto a que haya una buena relación calidad-precio y, a un trabajador que está echando un trago de agua, en botella azul, le pregunto por un buen sitio para comer. Su primera intención es la de orientarme hacia un camping que está próximo, pero me dice que l’Escala está a diez minutos (supongo que lo calcula en coche, por lo que tardaré después en llegar); lo piensa mejor, y me dice: “arriba, en la redonda, tienes Ca la Chari, se come bien y es económico”. Me voy agradecido. Interpreto que la redonda es la próxima rotonda que ya estoy viendo y entro en el comedor recomendado.

Ca la Chari me propicia cena, dormida y desayuno en casa de Paquita y Lluis
Pido ensalada de lentejas, conejo, pastel de chocolate con nata y menta poleo. 8,50 que serán 10 €. Una pareja madurita belga come a mi lado. Ella es más receptiva que él y le comento mi viaje. Hablamos de nuestras monarquías. Como podréis intuir, ¡un tema apasionante! Hay muchos extranjeros comiendo y, en mesa frontal a la mía, come el matrimonio formado por Paquita y Lluis, de Ripoll. Él me ha estado observando gran parte del tiempo y, cuando los belgas se van, con su monarquía (tendré ocasión de hablaros de la fiesta de coronación del rey Filip, en verano de 2013), Lluis se acerca a mí y me ofrece la posibilidad de sentarme en su mesa. Acepto y me traslado. La camarera cubana es muy activa y eficaz, pero ahora no recuerdo si me ha servido en mi mesa la menta poleo o lo hace en la nueva mesa donde estoy con Paquita y Lluis. La cubana lleva muchos platos a la vez y con gran habilidad. Siguen llegando clientes. Ya sentado en su mesa (es un decir pues, en realidad, estoy sentado en una silla), comenzamos a hablar. Lluis me hace alguna pregunta y, en seguida, me ofrecen la posibilidad de cenar y dormir en su casa de Cala Montgó. Les agradezco y emito una aceptación condicionada, pues quiero tener las manos libres para lo que pueda suceder en el Museu de la Antxova y de la Sal, y les explico la historia. Me remonto al pasado verano y a la cala del Áliga, en Tarragona, donde me encontré con el hijo y el sobrino de la directora del museo, quienes me dijeron que la visitara y contara el encuentro. La rotura del peroné me lo impidió; escribí una carta a la señora y hoy le voy a hacer la visita. No sé lo que me deparará esta visita, razón por la cual no me quiero comprometer con él. Pero no quiero tampoco hacer un feo a matrimonio tan acogedor y tampoco perder la oportunidad que me ofrecen, así que quedamos citados a las ocho en la gasolinera próxima al museo. “Pase lo que pase, allí estaré puntual a la cita”, les digo, y les agradezco su invitación. Curiosamente, en el ínterin, me surgirán más novios.

Paseo por la playa y el paseo marítimo de l’Escala
Con estas dudas sobre lo que ocurrirá esta noche, salgo hacia l’Escala, y por el paseo que va hacia la curva, caminan dos mujeres francesas. Les pregunto por dónde está el Museu de l’Antxova y de la Sal, y me responden que tengo que llegar hasta el final del paseo marítimo y continuar un poco más adelante. Que pregunte allí, me dicen. 
 
Con esta información ya voy más tranquilo y despreocupado; ellas siguen su paseo y yo bajo a la playa y voy por la orilla del mar. Ya descalzo y mojándome los pies, otra señora me dice que conoce a la encargada del museo pero, por mucho que hace trabajar a su memoria, no le viene "a la punta de la lengua" el nombre. He avanzado mucho por la playa; veo a unos aprendices de remeros de canoas que están poniendo en práctica el movimiento de brazos para que avancen bien las canoas, cuando las monten, con las palas de doble lado. 
 
He echado la vista atrás y ya no se ve nada de Cala Montgó, pero sí, mirando hacia el Norte, todo el golfo de Roses, con el Cap de Creus, al fondo. Ya en el paseo marítimo de nuevo, encuentro una escultura de grupo, que representa de modo reconocible a una banda de música. Escultura realista que destaca más por su volumen, por la ocupación de espacio, que por que realmente sea bella. 

En busca del Museu de l’Antxova y de la Sal
Ya doblado el primer núcleo urbano, me encuentro con una playa pequeña en la que ya estuve con Teresa y Mauri, mis amigos de Gironella, que conocí en Noruega en 2004, mi año más viajero: Noruega, Atenas, Argelia, y el año que nació mi segundo nieto, Lander. 

 Sigo adelante y un señor me dice que el museo está detrás de unos pinos pero, cuando voy hacia ellos, paso cerca de un edificio con apariencia de antigua iglesia, pregunto a un chico y me confirma que ese edificio es el museo de la Antxoa y la Sal, pero que se entra por el otro lado. Doy la vuelta al edificio y allí leo que, entre semana sólo lo abren por la mañana; y hoy estamos a martes. Así que ya se ha aclarado parte de mi programa de esta tarde. A las ocho en punto en la gasolinera, no dudando en que Lluis hará lo mismo.

Avanzando hacia Sant Martí d’Empuries.
Bañito en el Golf de Roses
Voy paseando por la costa, por el mismo camino que ya pateé con Teresa y Mauri aquel mismo día y me encuentro a Aitor con su hija Vega, que va rodando una rueda de plástico con colores, que va agarrada por un palo y en cuyo extremo tiene un pivote que le permite girar. Los padres de Aitor, emigrantes de Salamanca en el País Vasco, como una forma de integrarlo en la comunidad, le pusieron por nombre Aitor y, ahora él, ya vasco, recupera para su hija, el nombre de la Virgen de la Vega, salmantina. Son curiosas las motivaciones para poner a los hijos un nombre u otro. Yo le digo que mi segunda hija tiene un nombre similar, Vera, y Aitor me dice que también le gusta. La Virgen de la Vera está en Cáceres, donde el famoso pimentón, vecina de la de la Vega, pero mis razones no fueron virginales; nos gustaba el nombre de Vera, sin más. En todo caso, las referencias más próximas estarían en el cine: Vera Chitilova, la directora rusa, Vera Miles, la actriz de Psicosis, USA. También Sara Miles, actriz inglesa, y cuyo nombre pusimos a la hija mayor. Me despido de Aitor y Vega y me acerco a la pareja de la Guardia Civil, que va en coche, y les pregunto por zona nudista y me responden que allí cerca no hay ninguna y que, si quiero desnudarme, me tengo que desplazar hasta Sant Pere Pescador, que ya conozco de cuando estuve en el Camping La Ballena Alegre, invitado por mis amigos de Gironella. 


Sigo en esa dirección, hacia el Norte y me encuentro con una zona de playa vallada; pregunto la razón, y es que están haciendo un muro de contención, pero que no afecta a la orilla del mar. Así que será una zona genial, pues al estar prohibido el paso, nadie debiera pasar. Yo sí lo hago, avanzo, me desnudo y me doy dos ricos baños y tengo amplio recorrido para andar en bolas. Por un pasillo estrecho de playa que comunica con un islote, viene gente que ha hecho submarinismo y camina por delante de mí ya de regreso. Ni se inmutan; ni me inmuto.                                        Museu de l'antxova y de la sal.


Es una lástima que los árboles, que tienen la virtud de ocultarme de los paseantes, tienen el inconveniente de que, ya a esta hora, también me quitan el sol. Me ha saludado un chico y me dice que me vio el pasado año en Galicia. Le aseguro que no pude ser yo, ya que en 2009 hice el paseo costero Murcia-Girona, y en ningún momento estuve en Galicia. Parece que la afirmación de este muchacho es una premonición, puesto que iré en noviembre a Baños de Molgas, en Ourense, a balneario del Imserso. Tras el segundo baño, me seco, me visto y salgo de la playa regresando por la valla que prohíbe el paso, pero la prohibición no iba conmigo, sólo se refería a los demás.

Carlos me invita a dormir en su casa
Cuando estoy en el paseo, creo recordar que en el inicio de la playa anterior he visto un chiringuito. Mi intención es tomar un gin-tonic y escribir, haciendo tiempo hasta que den las ocho. Ya que estoy en San Martín, me fijo y veo de lejos a Esculapio (Asclepio), en las ruinas romanas de Empuries, y hablo con una pareja del Zoo que está dentro del paseo. Son biólogos de naturaleza. En el chiringuito, el dueño está que bufa contra los malos profesionales a los que ha encargado que le coloquen una plataforma sobre la arena, para poner sobre ella mesas y sillas para sus clientes; lo tiene todo pagado y allí almacenado; le habían prometido que se lo iban a montar el pasado fin de semana y estamos a martes y aún no se la han puesto, y teme que la cosa se vaya alargando. Ya se ha iniciado la temporada de baños y tiene este problema que le perturba. No va a parar hasta resolverlo y, lo que pretende es que se lo hagan rápido y bien. En la barra no hay nadie más que una persona. 
 
Carlos es un cliente que se interesa por mi viaje, y hablo con él, así que mi intención de escribir se ve frustrada; pago 6 € por el gin tonic, en vaso de plástico, y sigo hablando con Carlos. ¡Ya escribiré! Tras contarle anécdotas de mi viaje, me dice que a su mujer le encantaría conocerme y que le gustaría invitarme a dormir en su casa, que está por allí cerca. Termino el gin tonic y nos vamos andando, él llevando su bicicleta en la mano, rodando a nuestro paso, mientras seguimos conversando. Estoy a gusto con él. Pasamos por delante del Albergue juvenil, que parece estar a tope de chavalería pero, como ya tengo resuelta la estancia, por esta noche y por partida doble, ni me molesto en preguntar y seguimos adelante. Poco después, pasamos por delante de su casa; Carlos llama a su mujer y ésta se asoma a la ventana; “luego le contaré”, me dice, y deja la bicicleta en el pasillo, al pie de su vivienda. A continuación, Carlos me acompaña a la gasolinera. En el supuesto de que Lluis no estuviera allí a las ocho, Carlos me llevaría a su casa. Pero, cuando llegamos, allí está Lluis ya, esperándome. Agradezco a Carlos el rato pasado y su invitación y nos despedimos..

Retorno (en coche) a Cala Montgó
Saludo a Lluis, monto las mochilas por la puerta de atrás sobre los asientos y vamos en coche a su casa que está, como ya me lo había dicho a mediodía, en Cala Montgó. No tengo inconveniente en ir en coche, puesto que estoy deshaciendo un camino que ya he hecho andando por la tarde; aunque ahora es por interior y antes lo había hecho por la costa. Cuando llegamos a su casa, él abre el portón y yo salgo para sujetar una de las alas de la puerta que pegaba con una planta, mientras él mete su coche en el garaje. Al entrar en la casa, nos reciben Paquita y el gato. Charlamos con cerveza, cenamos con vino y, a los postres, cava. Creo que hoy, con el gin tonic que ya me he tomado, habrá sido el día que más alcohol he metido al gaznate. Menos mal que todos los días no ocurre un encuentro tan grato como éste. Durante la cena hablamos de mi viaje, ¡cómo no!, pero también de izquierdas, derechas, nacionalismo e independentismo. A Lluis le produce curiosidad la visión que sobre el tema pueda tener uno que viene del País Vasco. Se encuentra con alguien poco amigo de nacionalismos y queda bastante claro que el problema de Cataluña es menos ideológico que económico. Hablamos de lo que los catalanes aportan mucho al estado de la nación y de lo poco que reciben a cambio. Nos envidian porque nosotros tenemos más competencias transferidas y nos podemos autogestionar mejor que lo que les permite su estatuto de autonomía. Vamos, que los vascos tenemos más autogobierno que los catalanes. A nivel familiar, están preocupados porque una de sus hijas ha tenido un accidente, del que ha salido ilesa, pero el coche ha debido quedar para la chatarra, así que mañana deben volver a casa para prestarle su coche, puesto que lo necesita para su trabajo. Esa es la conclusión que yo saqué, puesto que no oía la segunda voz de las conversaciones telefónicas. El embutido y el pantumaca tostado están buenísimos. Cuando con el postre Lluis abre el cava, le pido la chapa, que guardo para la colección de Mauri. Le guardo todo tipo de chapas, pues todas le sirven para intercambio; mi amigo Mauri, participa en una red internacional de aficionados a este deporte. Hasta compran botellas de un cava que puede estar putrefacto, sólo por la chapa y, cuando lleguen las bodas de sus hijos, emitirá una chapa conmemorativa con la foto de ambos contrayentes en el cava que embotellen para celebrar el acontecimiento. Pero me estoy saliendo de la cena y de la conversación que, a partir del cava, irá apagándose, porque es tarde y porque el día va pesando en mis párpados, ayudados por el alcohol. Después de contarles la parte más bonita de mi rotura del peroné, nos retiramos cada uno a nuestro cuarto y, no creo que por lo tardío de la cena, sino más bien por la mezcla de bebidas, el caso es que me tengo que levantar rápidamente y me da tiempo justo para llegar a la taza del retrete y echar la vomitona. Es genial, pues me quedo como nuevo. Lástima que, a la vez, no me hayan venido ganas de cagar. Al volver al cuarto, oigo cómo zumba un mosquito, pero me despreocupo totalmente de él, ¡si quiere picar que pique!, me acuesto y duermo bien. No me despertaré hasta las siete y diez.

Resumiendo el día
Creo que éste es el único año que no he felicitado a mi hermana en su cumpleaños. Hoy debo destacar el doble encuentro con los amigos de Ripoll y la cena y dormida en su casa, que culminará mañana con el desayuno, y que completará la media pensión gratuita. Si el primer encuentro, en Ca la Chari, ya ha sido bonito, por haber recibido la invitación, el segundo, ya en Ca la Paqui, ha culminado el día. Incluso la vomitona ha sido providencial, pues me ha permitido dormir toda la noche de tirón. También ha sido bonito el encuentro con Carlos y su invitación, aunque haya quedado en la reserva. El encuentro en las rocas nudistas, el baño y la charla con Gonzalo, el argentino, así como el otro baño en solitario en playa prohibida de Sant Martín de Empuries, han completado el día. Pero, con día tan intenso, el encuentro con Estiwi por la mañana, parece que pertenece al pasado; pues no señor, ha sido hoy y me ha quedado un bonito recuerdo. Confío en que el chaval supere las dificultades.

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