jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 53 (231) Cala Estreta-Aigua Xélida

Etapa 53 (231) 5 de junio de 2010, sábado.
Cala Estreta-Cala del Crit-Cap Roig-Calella de Palafrugell-Tamariú-Cala Pedrosa-Aigua Xélida.

Amanecer en cala Estreta
Me despierto temprano pero, como el reloj lo tengo guardado dentro de la mochila, no sé la hora exacta hasta que me levanto a las 6:30 h. Me doy un baño y me seco al sol, que ya asoma por el horizonte. 
 

En el momento de despertar, me veo contemplado por un perro grande, negro y barbudo que, sin saludarme, se va ascendiendo por el camino de la roca; y me pregunto: “¿habrá pasado antes su dueña o dueño?”. Al fondo veo a un pescador con la camisa bermetja. Una vez seco, recojo todo y, sin vestirme, voy camino de Calella de Palafrugell.



Por las fotos se ve que cala Estreta es realmente estrecha y que exige gran atención la elección del lugar para dormir, ya que, aunque la diferencia entre la subida y la bajada de la marea no es muy grande en estos lares, algo cambia, y no puedo correr el riesgo de que inunde mi equipaje.



Las calas de Roca Bona y del Crit y el cap Roig. 
Encuentro con Liria
Enseguida llego a las calas anunciadas ayer de Roca Bona y el Crit, las escaleras, la bajada y, desde arriba ya veo la ventana horadada en la roca por la que no tengo otra alternativa mejor que pasar. Como se suele decir, me toca pasar por el aro. 


 

Atravieso la ventana y comienzo a ascender el cabo Roig. Prácticamente, todo el Cap Roig es un Museo Botánico. Esta información me la da un chico con el que me paro a hablar; no se sorprende de verme en bolas, parece ser que es algo habitual en la zona encontrarse con gente que camine desnuda. Me pongo el calzoncillo. También me dice que al cabo no se puede acceder por caminos. Tras pasar una valla, ya entro en zona urbana y me encuentro con una extranjera con tres perros. No me gusta la carretera por la que voy y decido descender hacia el mar; con gran acierto, porque enlazo con magnífico camino con señal roja y blanca. He enlazado con el GR sin premeditarlo. Ahora retrocedo hacia el Sur. El camino que he hecho por el interior, obligado por el Museo Botánico, ahora lo deshago por la costa y este precioso camino. 
 

Paso por debajo de pasos que enlazan con casas construidas por encima del camino y por algún, arco y pequeño túnel, y acabo llegando a una aislada playa donde, según parece, el camino finaliza. Por estas razones, es una playa tranquila y solitaria, puesto que no coge de paso; lástima que sea de arena gruesa y piedrecilla, pero como está soleada y en un paraje precioso de rocas coronadas con pinos, me doy un baño a las ocho, solo y desnudo ¡El paraíso no sería muy distinto ni mejor! 
 
Me seco al sol y me tumbo. Estando en decúbito supino, veo como se asoman dos o tres personas, que retroceden. Me doy el segundo baño y, sobre las 8:45 h aparece Liria y se sienta a disfrutar del paisaje y de la tranquilidad del lugar. Pero no es una mujer solitaria y, como no está sola, y yo tampoco lo soy, comenzamos a hablar. No le molesta que siga desnudo mientras conversamos. Tras un rato de cháchara y de contarle de qué va mi viaje, me visto y me voy. Liria me desea buen viaje. “Agur Liria”, “Adeu Javier”.


Calella de Palafrugell. 
Desayuno-comida en Vent de Mar
Aunque en realidad ya llevo una buena parte de la mañana en Calella, no será hasta dentro de un rato cuando llegue al núcleo de población. Retrocedo lo andado y continúo por paseo marítimo. Voy buscando sitio para desayunar. Los lugares que me resultan más atractivos se encuentran cerrados y acabo desayunando en Vent de Mar. Tanto escribir, acabará convirtiéndose en comida (14,60 + 0,40), 15 €. 

Vent de Mar no está cara al mar, sino algo más al interior. No veo el mar y tengo la suerte de que la televisión la tienen con nivel bajo de sonido. Me tomo una ración de pantumaca con jamón, dos cafés con leche y, cuando ya estoy escribiendo, pido un gin-tonic. Lleno de agua la botella y la vuelvo a llenar. A veces paro de escribir para hablar con los dos camareros. Uno de ellos tiene algún problema, que resuelve con varias llamadas por teléfono; es un tema que implica a su mujer y a la policía. El otro es Flo, que aporta a la conversación un humor socarrón. Es divertido y permite que vayamos añadiendo más tonterías a las que ya estamos diciendo. Empezamos por el “parará papá, parará Pachín”, los inventores de la música en la parada de autobús, y pasamos de la música al “pandero”, que anima al otro a decir “pan duro” y del pan duro nos vamos a Alhucemas, al cuartel que allané, con premeditación y alevosía entre Tarifa y Algeciras, y donde el militar jefe que me libró del perro me obsequió con agua fresca, un salchichón revenido y un chusco de pan tan duro que pude comer royéndolo con las paletas y los incisivos. Todo me supo riquísimo y, como se dice, “contra el hambre, no hay pan duro”. En el servicio no me puedo afeitar, porque no hay enchufe. El móvil no se ha cargado prácticamente nada, pero ha sido suficiente como para poder leer el mensaje de Sara: “Primer día de sol en la terraza”.

Hacia Llafranc
Salgo de Vent de Mar, donde he pasado un rato divertido, y me acerco a la iglesia de Calella de Palafrugell, población que voy abandonando bajando hacia el camí de ronda que, luego, a partir de Llafranc, me irá obligando a abandonar la costa. Cuando estoy subiendo hacia al mirador del Valle de Palafrugell, me encuentro con un irlandés que vive en Carcasonne. Va con su perro canela, al que sólo le puede llevar a cala de piedras y ahora está regresando de cala Pedrosa: “sólo un vasco puede hacer lo que estás haciendo”, me dice.

Ermita de San Sebastián
He pasado la población de Llafranc, sin nada que destacar y voy ascendiendo hacia la iglesia de San Sebastián. Por la carretera me pasa una joven; se entrena corriendo y va sin nada de peso. Al llegar a la cima, hablamos y ella me recomienda que no me pierda la cala Pedrosa y que baje por el cauce seco y pedregoso. Agradezco la información y nos despedimos. 


En la ermita de San Sebastián hay boda y me sorprende ver al santo sin flechas. Luego me las iré encontrando por el camino, pero esas flechas que me encuentre, como las flechas del amor, más me confundirán que me orientarán. Sigo la indicación de la joven deportista y empiezo a descender hacia cala Pedrosa y, recién iniciado, pero todavía arriba, me encuentro con Sara y Ramón, que vienen precisamente de Cala Pedrosa. Nos hemos encontrado en una zona donde hay unos restos arqueológicos. Me dicen que siga las flechas blancas que acaban de ser pintadas en el suelo. Ellos han visto a un chico que las va haciendo a gran velocidad. Finalmente, en vez de a Cala Pedrosa, esas flechas me llevaran a Tamariú.

Camino de Tamariú
El recuerdo que yo tengo de Tamariú se remonta a mi primera visita a la Costa Brava, con la mayoría de edad recién estrenada, donde asistí a mi primera sesión de baile flamenco y allí vi bailar a una joven Dolores Vargas, ”La Terremoto”; parecía que se descoyuntaba en pleno movimiento sísmico. Bajo de la ermita de San Sebastián y sigo las flechas blancas marcadas en el suelo. Durante mucho tiempo, dejo de ver el mar. Primero bajo entre pinares que luego, llaneando, me llevan a un campo abierto. Hay un momento en que las flechas se acaban y dudo. Me encuentro con un grupo que viene de Tamariú y que me dice que el camino hasta allí está bien. Se acaban las flechas que me llevarían a Tamariú y me encuentro una señal de no seguir por allí, pero la transgredo porque, ya perdido el que quería que me llevara a Pedrosa, es el camino que considero más idóneo. Como los tiempos y el momento ya no me coinciden, me olvido de Cala Pedrosa. Ya en la carretera, en Tamariú, llegando a la playa, pregunto y me informan que puedo llegar a Cala Pedrosa, siguiendo por un camino a continuación del final de la playa, por su parte derecha.


Cala Pedrosa.
El lugar por el que voy me parece discreto, apenas hay gente, y decido darme otro baño, pero al acercarme a la orilla veo que hay muchas medusas y se convierten en algo disuasorio. Va a ser éste el primer año de mi vida en que una medusa me acaricie con sus tentáculos urticantes. Será en otra cala Pedrosa del Macizo de Montgrí. Sigo el camino y, al llegar a un cobertizo, pregunto a unos sudamericanos, los cuales me dicen que siga una flecha. No consigo verla pero, finalmente, doy con ella; es una señal roja y blanca pero que está en un árbol tumbado. Todo el recorrido hasta la cala es de configuración rocosa. Unas grandes rocas donde, al regreso, me bañaré con Ramón y Sara, a los que, como ya os voy a contar, encontraré de nuevo y me acompañarán hasta Aigua Xélida. También el acceso a la cala es complicado y, al llegar, ni me acerco al bar. Termino de beber el agua que me queda, y luego me asomaré para conseguir más. Como es lógico, Cala Pedrosa es de piedras poco cómodas y, de momento, ya hay dos parejas hacia la mitad. Voy hacia la derecha que está en zona sombría, pero vuelvo a ver unas cuantas medusas. Sin bañarme, retrocedo al otro extremo, más Norte, y en un declive de la playa, fuera de la vista de las dos parejas, del bar y de los barcos que han echado el ancla en la bahía, aunque la Ley de Costas obliga a que amarren fuera de la rada, para que esta pueda ser disfrutada por los bañistas sin peligro alguno, organizo mi tumbona. Al haber piedras, saco mi esterilla y la hincho y pongo delante mis mochilas para que no me vean desnudo desde el mar. Así estoy un rato tomando el sol y, cuando cojo calor, me baño. No lo había hecho desde la mañana con Liria. Para este baño, ya se ha ido la pareja más cercana y lo hago con menos pudor si cabe. La otra pareja está distraída recibiendo a un amigo que viene de pescar en el mar con fusil submarino. Cuando me seco, me visto y voy hacia el bar por agua. En ese momento, acaban de llegar Ramón y Sara y están pidiendo una clara.

Con Sara y Ramón
Pido yo otra clara y les pido permiso para sentarme con ellos. Me admiten, y me siento con cierto derecho, ya que ésta, con el primer encuentro en la ermita de San Sebastián, es la segunda vez que nos vemos en lo que va de día. Luego tomamos otra e invitaré yo. Son claras que cuestan como yemas (y la yema del otro), ¡vamos!, que cuestan un huevo: 6 x 3 =18 €. Luego ellos, en Tamariú, corresponderán. Sara está buscando trabajo y Ramón es mileurista de correos. Viven como pueden, sin lujos, y tienen casa de cuarenta y tantos m2. Les enrabieta tantas diferencias sociales, pero se aguantan y tratan de vivir lo más felices que pueden. La mujer que nos atiende en el bar es una Belzunze, hermana de la mujer de Chillida, y cobra la cerveza a precio de escultura del que fuera su cuñado. En su descargo debo decir que, hay que tener en cuenta que todos los productos deben llegar al bar por mar, pues me da la impresión de que no hay acceso por carretera, pero esto último no lo puedo asegurar. Terminada la cerveza con gaseosa, nos volvemos por la costa hacia Tamariú y paramos a darnos un baño en las grandes rocas por las que antes he pasado. Entran al agua con precaución, pues temen pincharse con las púas de los erizos de mar y la urticaria que le producen a Sara los tomates, creo que se refieren a las anémonas, cuando tienen sus filamentos recogidos. Yo toco las anémonas porque sé que a mí no me producen urticaria y para que lo vean, pero cada persona es un mundo en sí misma y lo que a uno le asusta a otro le puede agradar. A Ramón le gusta mirar con gafas los fondos marinos y disfruta en esta zona rocosa. En esta lugar, con mar más abierto, no hay medusas y salimos del agua ilesos y refrigerados. Me invitan a merendar con ellos, pan con chorizo y salchichón y yo como la mitad de la ensaladilla que les ha sobrado de la comida. Está muy rica y lleva encurtidos. La otra mitad se la come Sara. 
 
El sol ya se ha metido tras la montaña y nos vestimos. Al llegar a la playa de Tamariú, vemos las medusas, ya comentadas, fuera del agua. Parece ser que antes se las comían las tortugas pero, con los depredadores, animales y humanos, y la cantidad de ellas que van muriendo por ingerir bolsas de plástico, la población de tortugas está disminuyendo considerablemente. Parece ser que las tortugas confunden las bolsas de plástico flotantes en la superficie marina, con las medusas. Tendremos que inventar los humanos alguna otra forma para que desaparezcan, un pez al que le gusten o que los japoneses se inventen una receta de medusa exquisita y todas se vayan para el país del sol naciente. Antaño sólo aparecían en mares muy cálidos, o avanzado el verano, pero ahora proliferan en aguas frías y en cualquier época del año. Nos vestimos y nos vamos de las rocas después de haber llenado el estómago y, para el recuerdo, les saco una foto con los últimos rayos solares de la tarde reflectándose en el puerto de Tamariú. El contraste de luz es tan fuerte que sus cuerpos y caras han quedado en penumbra. Supongo que Ramón, más experto que yo en fotografía, este contraste lo habría evitado. Pero esta foto, al menos sirve para el recuerdo, ya que, el correo que me dieron para mantener el contacto nunca funcionó. Yo buscaba luz porque mi rollo es Sensia-50 y Ramón me dice que es todo lo contrario y me da toda clase de explicaciones que yo, con mi raquítica base en conocimientos de física, no acabo de asimilar y ahora menos, pues estoy en vacaciones para desconectar. Tomamos una clara más y la camarera nos enseña fotos de Aigua Xélida. Se nos está haciendo tarde y vamos hacia donde tienen aparcada la furgoneta y subimos hasta el indicador de la cala.

Noche incómoda en Aigua Xélida
Bajamos los tres, y Ramón y yo pasamos por un tramo algo difícil. Él me ayuda a decidir el lugar más adecuado para dormir. En este otro lado encontramos una fuente que ha sido instalada y puesta en condiciones por la Agrupación de Excursionistas de Palafrugell. ¡Muchas gracias! Me despido de Sara y Ramón, con sus correos para seguir en contacto, les agradezco la merienda-cena, ellos se van hacia la furgoneta y yo me quedo en esta preciosa cala, que disfrutaré más mañana. Tendrán noticias mías. Hasta otra ocasión. El espacio que he habilitado para cama es algo corto y estrecho, pues no me he dado cuenta de que a los pies hay un pedrusco que me molestará para estirarme; si quiero hacerlo, tiene que ser de forma lateral. Como los mosquitos ya empiezan a picar, me he alejado de la zona húmeda de la fuente. Se enciende alguna luz en la casa de enfrente, pero no molesta. El lugar es tranquilo y será muy improbable que alguien acceda hasta este rincón; de llegar alguien creo que, a lo sumo, lo hará a la primera parte de la playa. Se carcajean las gaviotas reidoras y se posan en las rocas. El paraje es bonito, pero es una lástima que la playa tenga tan poca arena. Tardaré en dormirme. Después de tumbarme he tenido que deshinchar un poco la colchoneta, pues el bollo que le sale desde el día que entró en la secadora, va despegando sus paredes y es un ruido que no deja dormir y que parece va a durar toda la noche. Una luz da directa a los árboles de arriba, la montaña de acceso a la playa, pero tampoco molesta. Las gaviotas ya han dejado de reír y los murciélagos revolotean a sus anchas. Por la tarde he oído al cuco y es la primera vez que lo oigo este año. Me ha pillado con casi 300 €. Suelen decir, una creencia de mi pueblo, que es buena señal. Será la primera vez que lo oigo llevando tanto dinero en los bolsillos. En este caso, respetando las creencias, la Visa no cuenta.

Resumen de la jornada
Lo más destacado del día quizás ha sido el amanecer en cala Estreta, con el baño matutino. También el paseo por el acantilado, cuando he encontrado a Liria, y el segundo bañito de la mañana. Me he divertido en el desayuno-almuerzo de Vent de Mar y he acabado bonitamente el día con la pareja Sara-Ramón y agradecido por su merienda-cena, el baño que nos hemos dado en las rocas, cerca de Cala Pedrosa, y lo que hemos charlado con las cervezas que nos han soltado la lengua. Quizás lo peor de este año ya ha empezado a aparecer, las medusas, que actúan como disuasorias para baños apetecibles en algunos momentos puntuales. Las flechas no mataron a San Sebastián, pero a mí tampoco me han servido de mucho como guías.

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