jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 63 (241) Platja del Borró-Portbou

Etapa 63 (241) 15 de junio de 2010, martes.
Platja del Borró-Colera-Portbou.

Hoy conoceré el monumento en homenaje a Walter Benjamin.

De mañana, debo ser invisible
No sé la hora en que me despierto. El cielo sigue encapotado. Por un resquicio entre nubes, asoma el sol; pero será un espejismo. Me visto, reviso el lugar y retrocedo hacia donde están montadas las tiendas roja y verde de los de Caldetes. Como estaba previsto, ninguna señal de vida. 

Asciendo a la montaña, saco una foto de conjunto de las playas del Borró y regreso a mi lugar. Recojo todo y, como hace frío y viento, ni intento bañarme. Además hay muchas medusas en la orilla. Ayer también se veían algunas, pero no impidieron mis baños. Para las 7:30 h ya estoy en marcha, siguiendo sin problemas el GR-11. Estoy pasando por la playa Garbet y, llegando al restaurante, dos mujeres han aparcado su coche y bajan hablando. Al llegar a mi altura, ni siquiera miran para saludar. Debo ser invisible.
Una carretera más peligrosa que el cólera
Las señales de círculo y flecha blancos me van llevando por debajo de la carretera y de las vías del ferrocarril. Enseguida de pasar el puente, piso y paso por encima una señal de Adif y asciendo hacia el Col de Sant Antoni pero, cuando llego a la carretera, me doy cuenta de que no va en dirección a Colera, así que retrocedo y regreso de nuevo al restaurante de la playa Garbet. Llega un señor en coche y me dice que no puedo continuar hacia Colera por la costa, porque los terrenos pertenecen a un ricachón de la zona, el Señor Mateu. La finca abarca toda la costa y casi llegan hasta el pueblo. “Si al menos hubieran dejado un camino bordeando la costa…”, pienso. En Tenerife vi cómo habían derruido unas casas de Chovito, en Caletillas, pero contemplo con estupor, en nuestra pacata democracia, que los criterios de aplicación de la Ley de Costas no rigen igual para los ricos que para los pobres. No me queda más remedio que subir por carretera, esta vez en la dirección correcta. Pero cuando estoy en la curva, me pasa casi rozando, y a gran velocidad, un coche con las letras GW y la tercera no llego a ver. Esta matrícula indica que es un coche de reciente adquisición y, probablemente, conducido por un primerizo y que me temo, a estas primeras horas de la mañana, habrá pasado la noche de juerga. Poco antes de donde yo caminaba, se ha metido en el arcén y se ha “comido” la mitad del cemento inclinado que canaliza las aguas pluviales. Protegido en el badén le hago un gesto de queja y miro a la trasera de su coche y me hace un gesto con dedo corazón vertical y toca el claxon, como si yo fuera el infractor. Debe ser el deporte favorito de la zona ya que, poco después, otro coche, en la siguiente curva, también invade el arcén. Antes de llegar a Colera, paso por el cementerio y compruebo que hay nichos libres, dispuestos para acoger pronto a los conductores imprudentes. Más abajo están haciendo un polideportivo y la zona está en obras.

Unas horas en Colera. 
Desayuno en Passi Passi. Messi y la Primitiva
Los obreros del entorno del polideportivo se disponen a almorzar sus bocadillos y se asombran de mi viaje. Llego al pueblo y una señora me indica por dónde llegar a la iglesia y el lugar donde puedo encontrar bares para desayunar. La iglesia está mal ubicada y bajo a la plaza. Me atrae el nombre del bar Plaça, pero acabo en el Passi Passi, que está más tranquilo. Veo dos zumos servidos y pido uno para mí, pero lo anulo al saber que no tienen bollería del día. Regreso al Plaça, donde tampoco tienen bollería y regreso al Passi Passi. Me dicen que, si compro el croissant en la panadería, ellos me servirán el café. Una madre que va con un niño me dice dónde esta la panadería, que no será sino el primer bar que he visto al llegar al pueblo. Podría haberme quedado a desayunar allí, pero ya me he comprometido en el otro y me gusta cumplir mi palabra. Compro dos croissant (2 €) y cuando llego al Passi Passi, ya está el zumo preparado y pido descafeinado de sobre con leche (3,50 €). Me ha agradado la confianza que he despertado en la señora, segura de que iba a regresar, y también el gran vaso de leche que me ha servido. Hago un muy buen desayuno y lo como con ganas, pues ayer no cené. Con zumo, 5,50 € no me parece un desayuno caro. Antes de ponerme a escribir el diario, doy una ojeada al AS y me maravilla la capacidad que tienen para llenar páginas y páginas sin apenas contenido. Volvió a ganar el Caja Laboral y mañana jugará España el primer partido del mundial. ¡Cuánta expectación! Y Ronaldo (Rolando, en la lista de jugadores) quiere aplastar a Messi. Yo soy más messiánico que cristiánico; no se cuál de los dos es mejor jugador, pero en la calidad y calidez humanas, el argentino le da buen varapalo. ¡Que gane el mejor! De todo lo que he leído, lo mejor pertenece a lo extradeportivo. El sábado 12 tuve cuatro números acertados en la Primitiva y cobraré 52,96 €. Tras escribir, anoto los trenes que tengo de Portbou a Girona y a Flaçá, para cuando regrese y me encuentre con mis amigos Teresa y Mauri. Me informan de que las viñas que he visto son de cava Perelada. Las uvas son Cavernet-Chauvignon. ¿Pertenecerán también al Sr. Mateu? Me sorprendo porque el móvil sigue cargado desde la noche que lo enchufé en casa de Pepita y Lluis, los acogedores de Ripoll en Cala Montgó, y ya hace una semana de ello. Nunca me había durado tanto una carga de batería. Pregunto a la señora de la barra si sabe si la cala del Pi está antes o después de Portbou. Lo mira en Internet, pero no la encuentra y va a donde el librero de enfrente, donde antes yo había preguntado por rollos de diapositiva o de fotos y me había dicho que no tenía, y vuelve con un libro que le ha dejado donde aparecen todas las playas del litoral. Localizamos la cala del Pi al Norte de Portbou. Genial, porque así podré dormir allí esta noche. Es la última playa nudista de Girona.

De Colera a Portbou por el GR-11. Alicantinos y Machado en el corazón
Salgo por la iglesia, donde he visto la señal del GR-11 y el camino me lleva hasta la estación; pero allí finaliza y sin señal de continuidad. Por un camino lateral, para no retroceder hasta el punto de partida, asciendo hasta la carretera. Durante un buen rato, iré por ella, alternando los dos lados, el izquierdo para controlar los coches y que no me lleve el susto de la mañana, pero más tiempo por la derecha, para controlar cualquier salida que me oriente hacia el mar. Un coche con matrícula de Alicante, estaciona delante y yo continúo. Se baja el conductor, Pedro, y le informo de que tiene un mirador más adecuado algo más adelante, donde puede dejar mejor aparcado su coche. Continúa y lo estaciona donde yo le he dicho. Pedro va con sus padres, ya muy mayores, que pasan unos días de descanso en Benidorm. Le digo que nada tiene que ver el Cap de Creus, con el Cap de las Huertas, de Alicante, pero me da la impresión de que la información le viene encima como si le hablara en chino. Le enseño mis dibujos y reconoce el de la cala próxima al Rincón de Lois y algunos otros dibujos de la provincia de Alicante. Pedro me cuenta que sus padres estuvieron en Collioure, pero no supieron llegar a la tumba del poeta. Hoy los lleva allí con intención de visitarla y recordar a Machado. Yo le digo que ese es también el objetivo de mi camino, el homenaje a Antonio Machado, mi poeta favorito, junto con Federico García Lorca, ambos víctimas de la Guerra Civil española. Mi vuelta a la península es como un símbolo envolvente de mi deseo de unidad ibérica, aún constatando la diversidad de las regiones costeras por las que estoy terminando de pasar. También les digo que recitaré allí su poesía del caminante, donde Machado ya adelanta su muerte en el exilio francés: “murió el poeta lejos del hogar, le cubre el polvo de un país vecino…” Nos despedimos. Me desean suerte.

Un túnel antes del pueblo fronterizo. 
Playa de vías férreas
Me meto en un túnel de 522 metros de largo, escavado en el Coll del Frare y que tiene a continuación otro más pequeño. Con el frío que hace en el interior del túnel, se agradece el calorcito al salir. He entrado en el túnel recitando el poema de Machado y al llegar a “murió el poeta lejos…”, me suben los congojos a la garganta y se me anega el lacrimal. Tras el túnel, sigue la carretera y ya se empieza a ver Portbou, con su iglesia de Santa María, que dibujaré al regreso, dentro de tres días, y también veo estación, playa y puerto. 
 
Portbou es otro pueblo fronterizo, mucho más pequeño pero cumpliendo función similar que la ciudad de Irun, de donde vengo. Ambos tienen hipotecado un espacio amplio de su territorio en lo que nosotros llamamos “playa de vías”. La diferencia está en que Portbou tiene su playa de vías hacia el interior, e Irun lo tiene hacia la costa. Aquí también se da la relación que Irun mantiene con Hendaya, pues Portbou también tiene su equivalente en Cervère. Mañana tendré ocasión de pasar por allí y comprobar que, como pueblo fronterizo, también tiene su playa de vías férreas.                                                                                                      Comida en Queixalada                                                          Entrando al pueblo, pregunto a un hombre por un lugar adecuado para comer y me remite a Queixalada, donde como muy bien y en plan casero. Unas riquísimas lentejas con chorizo y jamón y que, apartando las patatas y la cebolla, me permito con estos ingredientes condimentarme una ensalada.


Las alitas de pollo aliñadas sólo contienen la parte equivalente al cúbito y radio humanos. Están muy bien fritas por el exterior y muy jugosas en lo que rodea a los dos huesos. Quizás se les haya ido un poco la mano con un exceso de pimienta y picante. La alternativa que me habían ofrecido era: espinacas y lomo adobado que, seguro, también habrían estado bien. Para finalizar como una raja de melón, un plátano (por su aporte de potasio) y un descafeinado con leche. Pago 9,50 € dejo a la familia comiendo, me despido agradecido y enfilo hacia la playa. Mientras estoy comiendo me llaman de TNS para una encuesta y, poco después, se me acaba la batería.

La playa del Pi y último dibujo en mi Moleskine
Entro en la playa de Portbou y sigo la señal amarilla. No hay nadie en la siguiente y tampoco nadie en la tercera donde, arriba, ya pone que es nudista, así que ya tengo la certeza de que estoy en la cala del Pi. Pi quiere decir pino, pero para mí la traducción es piedras, cala de piedras. Continúo un poco más por una vereda al borde del bajo acantilado y regreso a la cala del Pi, donde decido que pasaré la tarde y acabaré durmiendo por la noche. Me desnudo, baño y tomo el sol tumbado. Llegan dos pescadores y se sitúan en un lugar de la roca en que ni les veo ni me ven. Me doy otro baño, y me voy paseando por toda la orilla de la playa, que es poco extensa, y continúo por la siguiente. 

Desde allí veo la posición en que se han quedado los pescadores y que en la primera playa hay una pareja textil. En vista de lo cual, regreso a la mía. Desde la playa se ve el Cap de Creus al fondo y lo dibujo. No será uno de mis dibujos más brillantes. El cap de Creus está más alejado que lo que mi dibujo da a entender, pero ya no tiene arreglo. Cuando estoy terminando el dibujo, vienen por el sendero del Norte una parejita de ingleses. Luego los encontraré en la terraza del bar donde tomaré un gin-tonic.


Logística para mañana
Terminados el dibujo y los baños, regreso hacia el paseo marítimo. Luego entro en información y me dan los horarios de tren. Necesito saber los trenes que tengo al regreso de Collioure para ir de Portbou a Girona, según lo que me diga mi amigo Mauri. Me he marchado de la oficina, pero regreso y me dicen dónde está el Memorial Walter Benjamin, próximo al cementerio; también me informan de que, en la frontera, hay unos paneles explicativos para la memoria del exilio de los republicanos durante la contienda fraterna en la Guerra Civil de 1936-1939.


Memorial Walter Benjamin
Me encamino hacia el cementerio y, antes de llegar, me encuentro con el monumento. Resulta extraño. Un pasadizo cuadrangular inclinado en escalera, como una cloaca o una bajada a los infiernos, pero que acaba en el azul del mar; un mar más acogedor que temible, como si en esa huída del horror, el humanista llegara a un remanso de paz, necesario y difícil de conquistar. Un mar que, siendo infinito, se adscribe aquí a un espacio limitado y reconocible. Me gusta este memorial, tanto la idea, o lo que a mí me llega de ella, como su realización, lo que me evoca. Me emociona tanto como la que mañana sentiré ante la tumba de Antonio Machado, menos artística que ésta, siguiendo los cánones del catolicismo de la época, y que quizás no cuadre mucho con la espiritualidad atea del poeta de la generación del 98. Ambos monumentos necesarios para mantener la memoria de la historia. En este Memorial se me va la última diapositiva. Ya no habrá más diapositivas en mi vida. Visito la tumba en el cementerio y los olivos y regreso al memorial. Vuelvo a bajar esa escalera o escala al mar y cuento los escalones: 69 y ½ Medio porque en el escalón número 70 está enclavado un grueso cristal que deja al otro lado, hacia el mar, los 17 y ½ restantes. Si no estuviera ese cristal, caeríamos al mar. Algún desalmado ha apedreado el monumento y roto el cristal. Este cristal está rajado y dificulta la lectura del texto en él grabado. La raja no es lineal, sino la clásica rotura radial que produce el impacto de una piedra. Nunca llueve a gusto de todos. Todavía hay gente que canaliza así su agresividad y su intolerancia. Saliendo del cementerio, hablo con una señora que ha sufrido una operación y, para recuperarse, sabe que le conviene andar, así que, haciendo de tripas corazón, hoy sube al cementerio, para no anquilosarse. Desde allí veo la playa del Pi y a los pescadores, que siguen pescado. Dudo si hay un bañista por las rocas. Otra mujer, que ha subido para poner un ramo de flores, regresa y nos acompañamos durante un pequeño tramo.

Atardecer en Portbou
Bajo al pueblo con intención de comprar un rollo de fotos. Había una tienda de material fotográfico, pero cerró. Voy a un bazar chino y encuentro una de usar y tirar y, a falta de más, contigo Tomás. Pago por ella 3,50 €. Tras la compra, subo hacia la estación para visitar la iglesia. Se la ve allá en lo alto pero, cuando llego, me entero de que no es visitable. Leo: “Ave María / gratia plena” y, añado para mí: “dóminus tecum”. Dos hombres la fotografían en catalán y, como no les entiendo, me voy. Luego bajo a Guingueta El Campanar, tomo el gin-tonic (4,50 €) y me lo sirven en un vaso en el que cabe todo (hielos, ginebra y toda la tónica). Los ingleses que he encontrado en la playa, no me saben decir si el camino que ellos traían por la costa llega o no a Cervère, pero sí me informan del lugar en que arranca el GR, que ya no sé si es el 11 o el 92. Éste enlazará en Cervère con el GR-7. Comprobado el lugar de arranque, ya lo sé para mañana. Escribo. Una vez anotado el e-mail, tiro el papel que me dieron Sara y Montse. Hablo con Mikel y Vera. Están con un amigo que les asesora para preparar la declaración de la renta. La tienen complicada pues tienen parte como autónomos y parte como contratados por cuenta ajena. Yo también me liaría. (70 céntimos). Me dicen que el amigo es uno que estuvo en la boda, pero yo ya ni me acuerdo de quien pudo ser. Aunque Gari no se pone, le oigo a través del teléfono, nunca le había oído parlotear tanto. Vera me dice que Sara está contenta porque, por primera vez, la andereino le ha dicho que Julen va bien en la ikastola. Hay catalanes que cuando les hablo de mi caminada dicen “deuni do”, como diciéndo “¿es mucho, no?” o el equivalente a “cojons”, pero en más fino. De camino hacia la cala del Pi, el sol ya no refleja sus rayos dorados en el blanco del cementerio. Creo que por la mañana lo iluminarán también los primeros rayos. ¿Cómo es posible que lo iluminen tanto el sol de poniente como el de levante? Misterios de la naturaleza.

Anochecer en la cala del Pi
Son las 19:45 h cuando regreso a la playa y organizo la cama en el lugar previsto. Hoy, como ayer, con la Tramontana, parece que me libraré de mosquitos. Hace un airecillo que, sólo de vez en cuando, bambolea el saco. Me he acostado dentro de una especie de pequeño aprisco de piedras y, como todavía es temprano para dormir, me incorporo para mirar por encima de las piedras. Me duermo muy pegado a la mochila, aunque relativamente tranquilo, pues tengo casi la certeza de que nadie va a pasar por allí. Incluso por la tarde, salvo la parejita inglesa, nadie más pasó por mi zona. Sin contaminación lumínica, pronto, de noche, aparecen las estrellas, tres de ellas, creo que pueden pertenecer al mango de la Osa Mayor, pero no puedo ver más pues la parte ovalada que puedo ver no me permite precisar más. Veo una bonita combinación de nubes algodonosas dispersas. Noto que la nariz me tiembla y arde, y recibo la sensación de que algún mosquito me la ha aguijoneado durante la noche. De madrugada, el cielo se ha cubierto totalmente pero, la siguiente vez que me despierto, lo veo de nuevo despejado. No veo ya nada de la Osa Mayor y llevo varios días sin ver la luna.

Balance del día
Lo mejor las comidas. El desayuno con el complemento de la información obtenida y la comida como si la hubiera hecho en casa. Por la mañana me he librado de chiripa de ser atropellado por un vándalo, con perdón de los vándalos. En cuanto al manjar espiritual, el Memorial Walter Benjamin ha cubierto las expectativas despertadas.

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