jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 62 (240) Playa Tamariua-Playa del Borró

Etapa 62 (240) 14 de junio de 2010, lunes.
Playa Tamariua-el Port de la Selva-Llançá-Playa del Borró.

Amanecer en Cala Tamariua. 
Escalera de sube y baja. Antepenúltimo dibujo
Durante la noche me he levantado una vez a orinar, saliendo del saco. Al principio no quería subir la cremallera, a pesar de los mosquitos, porque hacía calor en demasía pero, poco a poco, la alta temperatura ha ido amainando, así que he acabado totalmente tapado. Una parte de la mochila ha hecho de almohada. Después de orinar he sacado una piedra de debajo del saco al buen tuntún; me estaba resultando algo molesta y no me dejaba coger el sueño. Cuando me despierto, me doy cuenta de que no voy a poder ver la salida del sol, ya que me lo impide la montaña del Sur. Por la noche he tenido arriba, hacia Francia, a la Osa Mayor vigilante y haciéndome compañía. 

Veo cómo va apareciendo la sombra de la montaña del Sur, proyectándose en la de enfrente, por donde está la escalera del acantilado Norte; escalera que ayer bajé, subí y volví a bajar y que, hoy, volveré a ascender. El camí de ronda va por detrás de la playa y, es muy probablemente, que una Tavallera con Tamariua, pero ahora no estoy dispuesto a comprobarlo. El cielo se está cubriendo de nubes, pero me he puesto a dibujar. Saludo a un hombre que baja con su perro y más tarde le veré en la terraza de Llevantina, pero sin perro. Termino el dibujo, pero en vista de que no sale el sol, decido darme un baño –que será entrar y salir- y, para secarme, hago algunos ejercicios de tai-chí. ¡Qué poco recuerdo! Me visto y para las nueve estoy en marcha.

Desayuno en Llevantina (El Port de la Selva)
Subo las escaleras y por el paseo llego a la casa que me pareció construida en lugar estratégico, pero que no sé si es una mansión privada o un edificio municipal. En cualquier caso, el lugar de emplazamiento es fantástico. Llego a Llevantina, donde ayer tomé mi gin-tonic y, aunque por la calle se ve poco movimiento, aquí hay bastante gente. Desayuno pero, la camarera, tan diligente ayer, hoy está algo espesa. Como un croissant muy rico que, con el café y leche, me cuesta 2,90 €. Saludo al paseante de la playa, que ya se ha desprendido de su perro, y me cambio de mesa, pues ya ha salido el sol. En el periódico, confirmo la noticia que ayer me dio Josu, el ascenso de la Real a primera. El Unión perdió 4-0 y necesita ganar y un milagro en la última jornada para eludir el descenso. La quiniela ha sido un desastre. Dejo de leer y escribo, acabando a las 10:20 h. Retrocedo para coger agua frente al ayuntamiento y dar un paseíto por la iglesia y el pueblo de El Port de la Selva. Correos no abre por la mañana, así que no podré visitar a mi amiga la cartera.

Marchando hacia Llançà. Empeorando el camino. Gino
El camino va por detrás de la playa y salgo al paseo marítimo. Me encuentro a una mujer y un hombre que pasean en la misma dirección que yo; ella lleva bastón. Le tienen que operar de la cadera pero los médicos consideran que todavía es muy joven para esa operación. Yo calculo que tiene los mismos años que yo, si no es mayor, así que yo también recibo una inyección de juventud. El camino es bueno, de tierra y piedra y, por algunas zonas, lo están completando. Tiene una estructura rectangular con líneas de baldosa entre rojiza y marrón, que enmarca los laterales y cruzo o piso en los tramos transversales que son del mismo material. El suelo de estos rectángulos es de cascajo o piedrilla de teja suelta, muy cómodo para caminar. Pero, más adelante, la parte central la están revistiendo de cemento; lo que hará que la pista sea menos vulnerable pero más cansina y peor para los caminantes. Lo comento con los obreros que me encuentro pero, ni en el primer grupo, ni en el segundo, doy con el capataz responsable de la obra. Mi intención es la de dar mis argumentos en contra y recibir información de las razones por las que están reconstruyendo el camino así. 

Me limitaré a decírselo a quien me acompaña. Se trata de Gino, que es de Toulon y pasa aquí sus vacaciones. Va en la misma dirección que yo. Aunque ahora tiene sesenta años, lleva mucho tiempo jubilado al 100 % pues empezó a trabajar con 17 años. La costa va alternando más rocas que playas. Aunque el tramo sea corto, Gino es tan buen conversador que yo y me proporciona un grato acompañamiento. Me da información de la zona. Me dice que en Grifeu hay un restaurante de “campanillas” que me recomienda trate de evitar, si no quiero perder el poco dinero que llevo. También me da otros datos, como que después llegaré al Cap Ras que, junto a la playa del Borró, ambos son nudistas. Toda esta información se completará con la que me dé un chico que encontraré en una playa, tras comer en Llançà. Llegando al pueblo, me despido de Gino, que vive en la parte alta y allí da por terminada su caminata del día.


Visita a Llançà, 
quiniela, baño y comida en un restaurante chino
Después de haber pasado rocas, playas y acantilados, llego a Llançà por la zona del puerto. He visto señalizaciones con flecha y punto y la clásica de dos rayas en blanco y rojo, propias del camí de ronda. Nada más entrar en Llançà, he visto un restaurante chino que ofrece menú por 7,50 € y es muy probable que coma allí. Un chico me informa de que, para echar la quiniela, debo ir al pueblo, que está a un kilómetro de donde estamos. Nada más empezar a alejarme de la playa, un señor me dice que hoy es el primer día de la temporada en que ya se pueden sellar boletos en la costa. Se lo he preguntado, esta segunda vez, a la persona más adecuada, ya que él iba también a sellar boletos y estaba bien informado de la novedad. Echo la quiniela, esperando más suerte que en las últimas, ya que bono-loto y primitiva ya las tengo encargadas a mi amiga Maite, que tiene su establecimiento en Duque de Mandas en Donostia-San Sebastián. Retorno hacia el lugar en que he decidido comer y estudio el menú. Como aún no son las 12:30 h, sigo por la playa del Port, hacia el Norte, con intención de buscar un sitio discreto para darme un baño. Una caseta de surf, cerrada, me esconde de los paseantes del paseo marítimo. A mi izquierda está la salida de un río que tiene un puente a unos cien metros antes de la desembocadura. A mi derecha, llega un chico que extiende su toalla a otros cien metros, así que colocando mis mochilas, estoy protegido también de la vista por ese lado. El chico se ha tumbado supino al sol y yo me baño, aunque no tengo suerte ya que el fondo marino es de piedrillas. Salgo con intención de secarme al aire pero, sin terminar de estar seco, me tumbo en la toalla y estoy un rato tomando el sol. Por el paseo pasan dos chicas y un chico y observo que van hasta el final de la playa de piedrillas y ascienden al murete que va hacia la carretera. Esta visión me da claves para luego hacer yo lo mismo cuando regrese de comer. Ya seco, me visto y voy hacia el lugar donde comeré el menú del restaurante chino seleccionado. La camarera china, que me había resultado algo arisca al pasar, ahora está más simpática. Releo el menú, me siento en la terraza, y pido: ensalada china, arroz tres delicias, pollo con almendras y té de jazmín. Añado un cuartillo de tinto y como todo muy bien. Con este “muy bien”, quiero decir que no dejo nada; normalmente en estos sitios suelen sacar más comida que lo que una familia suele comer y se pide más que lo que luego cabe en el estómago. No será éste mi caso hoy. Quizás a la ensalada se le puede achacar de algo dulzona, pero es lo habitual en esa forma de condimentarla. La salsa del pollo resulta también algo aburridora pero, gracias al arroz, también se suaviza y termino disfrutando con el té de jazmín. Al final, pago 8 € y salgo bien alimentado. Cojo agua en el lavabo y veo que hay enchufe y me afeito. Antes, ella me había dicho que no había enchufe. ¡A saber qué me ha entendido! La camarera se ha enfadado porque he dejado en la terraza las mochilas, mientras me afeitaba, y me dice que ella no va a estar vigilando mi equipaje. Cuando regreso de afeitarme, en el platillo siguen estando los 50 céntimos que he dejado de propina. En la terraza sólo han comido un chico y una chica, que han entrado por este orden, pero que han comido juntos y no se han ajustado al menú.

Navarra no es el País Vasco. Lección de geografía política
De nuevo, voy por el paseo marítimo. En la playa hay grupos de estudiantes y, en el pretil, comen y charlan tres profesores. Uno tiene una fea herida en una pierna, que se la produjo una bicicleta. La herida me da pie a gastar una broma y me ríen la gracia; es una buena excusa para ponerme a hablar con ellos. Borja, de Menorca, es el herido; Anna, de Barcelona y Miquel, de Torelló. Charlamos de temas relacionados con la educación. Les hablo de mis nietos, de los chavales de Rosas, como ejemplo de fracaso escolar, y ellos me preguntan de dónde soy. Les digo que navarro del País Vasco. Un señor catalán que está cerca, quitándose la arena de los pies, me recrimina porque, para él, o soy navarro o soy vasco. “Navarra nada tiene que ver con el País Vasco”, me dice. Surgida la discrepancia, me veo obligado a aclarar. Explico que una parte de Navarra es de habla mayoritaria vasca y otra castellana, aunque muchos de los navarros que viven en Navarra se sienten, sobre todo, navarros. La zona del Baztán, por poner un ejemplo, es mucho más vasca que muchos pueblos de Álava y Vizcaya. Yo hace más de diez lustros que abandoné la tierra donde nací y desde los 9 años vivo en el País Vasco. Mis nueve apellidos que conozco son vascos, pero no tengo (no poseo) al euskera como idioma, que es lo que define al euskaldun (al vasco). Mis hijas, con menos apellidos vascos que yo, son euskaldunberriak (nuevas vascas), que tienen nivel de euskera como para dar clases en lengua vasca, y mis nietos, que hablan euskera en casa y van a la ikastola, ya son euskaldunzarrak (vascos viejos). Me gusta esta contradicción que convierte a los jóvenes en viejos. Tanto mis hijas, como mis yernos, como mis nietos, son todos bilingües. Dada esta explicación, que muchos medios de comunicación estatales se niegan a dar y que explicaría de forma clara lo más elemental del conflicto entre Navarra y el País Vasco, el catalán se marcha refunfuñando. Yo también me despido de los profesores y continúo mi camino.

Hacia las playas del Borró
Continúo por el paseo hasta el final de la playa del Port y no necesito retroceder hasta el puente al llegar a la desembocadura del río, quizás porque la marea está baja y porque ya he visto al trío por dónde ha subido al otro lado durante mi baño del mediodía. Hago lo mismo que ellos y continúo. Ahora el GR ha dejado de ser el 92 y pasa a ser el GR-11. No sé en que momento se ha producido el cambio. Voy por sendas que me llevan por encima del acantilado y bajo a playas. Paso, en Grifeu, por el ya mentado restaurante y no me tienta, puesto que ya llego en plena digestión de la comida china. Ahora paseo entre piedras del Cap Ras, en el que no hay ni un alma. El día se está poniendo poco grato y los acantilados se van volviendo muy agrestes. Parece zona propicia para ligues de todo tipo pero el aire, que era suave hasta ahora, empieza a convertirse en fuerte viento. Sobre todo azota en zonas altas y en espacios desprotegidos. Parece viento levantisco. Por fin, llego a las platges del Borró y, en concreto, a la platja del Borró. Veo a un hombre que ha elegido el mejor sitio, ya que la roca le protege del viento que viene del mar. No me acerco a él para evitar que piense que voy de ligue y me coloco algo más abajo, más cerca del agua, pero donde corre algo de aire que, aquí, no es tan molesto. Hay una zona acotada para regeneración de la flora de las dunas. Un chico que anda por allí, acaba por decidirse a subir hacia la montaña. Desde el lugar donde estoy, veo que en la siguiente playa hay dos parejas francesas que juegan a su deporte nacional: la petanca. Aunque las del Borró son playas oficialmente nudistas, los cuatro visten bañador. Otro matrimonio elige lugar en playa intermedia; él también se baña con bañador. El único que se baña desnudo soy yo. Una parejita que estaba en la última playita a la que alcanza mi vista, tan pequeña como da de sí una sima-grieta horadada en el acantilado, con la subida de la marea, se ven obligados a salir de ella hacia la playa de los de la petanca. Luego se van por un camino hacia arriba, donde hay un edificio que, luego, unos barceloneses me dirán que está medio derruido. Estando así las cosas, se acerca un francés con aparentes ganas de ligar. Me ofrece un francés. Está por la zona, pasando sus vacaciones. Huele fatal a poco aseado. Acabará yéndose y yo también me acerco a la playa de los de la petanca. Acaban de terminar la partida y ellos también se desnudan para tomar el sol y darse un baño. Me pongo a dibujar mi penúltimo dibujo de mi Moleskine. Elijo la roca donde estaba yo al inicio y que señala bien el lugar donde se protegía el minusválido, al que no he reconocido como tal hasta más tarde. Los franceses se interesan por mi cuadernillo y por mi viaje. El hombre que estaba protegido en lugar privilegiado, también abandona su lugar y se acerca a nuestra playa. Le veo venir andando con dificultad, sobre todo por la zona de las rocas pero, por la arena, tampoco parece que deambule adecuadamente. Al llegar a donde rompe la ola suave, veo que se desprende de su pierna ortopédica; le falta más de la mitad de la tibia y el peroné, pero se apaña para darse un baño entrando al mar arrastras desde la orilla. 
 

Otro hombre ha llegado y se ha tumbado desnudo a tomar el sol en la duna. Allí se quedará hasta que pase a mi lado, saludando, cuando estoy haciendo los últimos trazos al dibujo. Los de la playita intermedia también se han marchado. Yo me baño en esa playita intermedia, pues me parece más adecuada que en la que estoy. Ha vuelto el francés y se ha sentado en el refugio donde estaba el que le faltaba media pierna. Estará allí un rato y se marchará. Llega un inglés y hablo con él, sabe algo de castellano. Vive en el barrio vecino al de mi hermana, Chiswick, hacia el Támesis. Es más valiente que yo y se va nadando hasta una boya. No le preocupan las medusas. Sin terminar el dibujo, empieza a llover y me voy a lugar más protegido con intención de culminarlo, pero el cambio de posición altera la perspectiva y me siento incapaz de darle una salida airosa. Quedará inacabado. Lo que no me atrevo a reconstruir es la montaña del fondo, hacia Francia, que en el dibujo ha quedado como una línea flotante. Cuando el inglés ha regresado a la playa, yo ya estoy en mi refugio.

Noche lluviosa en playa Borró
Me cobijo bajo una roca, que me parece lo suficientemente inclinada como para que no me moje la lluvia. Preparo un tinglado con ramas y hago dos caminos laterales para que, si se forma un reguero de agua, pueda discurrir ésta por los laterales de mi cama, de arena improvisada y algo inclinada, que me acabará produciendo una sensación de encorsetamiento. He encontrado dos ramas de pino, cortadas y, con ellas, hago un entramado cruzando palitos de forma que soporten mi pareo, que hace de frágil techo. La piedra es de cascajo, de tal forma que al apoyar mi mano, se va desmoronando. El viento sopla y me favorece, desplazando la lluvia hacia fuera. Llegan cuatro barceloneses que habían pretendido quedarse en el refugio pero que, al verlo en tan malas condiciones, han decidido montar la tienda en algún lugar protegido del viento, para que no se la vuele. El primero que baja, el de chubasquero rojo y gafas, lo hace a tanta velocidad que le digo: “Cuidado, no vayas a caer al agua vestido” y su respuesta es épica: “A gusto me bañaría, pero no llevo bañador”. Una respuesta poco adecuada para un lugar definido como nudista. Le gustan mis dibujos y avisa a otro para que los vea. Irán pasando los cuatro por mi refugio (terraza y salón) para ver mi Moleskine. Me dicen que son de Caldetes, forma coloquial de nombrar a Caldes d’Estrach. “¡Mañana nos veremos!”, dicen, pero yo lo dudo. Es muy probable que para cuando se levanten, yo ya estaré en marcha hacia Portbou. Tardan mucho en bajar la tienda y mochilas. Pasa el segundo con una mochila y una tienda circular. Saluda al pasar. Desde mi sitio veo a los otros tres. Les veo cómo se van hacia el mar y buscan un lugar en que el acantilado forma un vallecillo hacia el interior. Aunque el viento les maltrata, allí montan su tienda y ya no les veo más. Ha parado de llover y salgo a merodear para ver si estoy solo. Son las nueve cuando, sin nada más que hacer y nada para cenar, decido tumbarme y confiar en que la lluvia no reanude.

Balance del día
Hoy no ha sido, en mi etapa 11ª, un día demasiado brillante. Quizás lo mejor las horas primeras de la mañana. Sin ser de los mejores, hoy he hecho dos dibujos, en las horas extremas del día. He comido bien y no ceno. Los encuentros del día a destacar: el debate sobre Navarra de la platja del Port de Llançà, el paseo con Gino y los momentos fugaces con el inglés y los de Caldes d’Estrach.

No hay comentarios:

Publicar un comentario