jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 55 (233) L'illa Roja-Cala Calella

Etapa 55 (233) 7 de junio de 2010, lunes.
L’illa Roja-Pals-Platja Gran (Torroella de Montgrí)-l’Estartit-Cala Pedrosa (II)-Cala Calella.


Bañito matutino en L’illa Roja 
Me despierto a las seis y, hacia las seis y media, cuando el sol ha superado la nube que abruma el horizonte, me doy mi primer baño de la mañana. Me seco paseando y haciendo algunos ejercicios básicos que hacemos en Tai-chi. Voy recogiendo, mientras un barco pesquero se está acercando a la playa Norte y, cuando ya estoy cargando las mochilas llega Marc, de Torroella de Montgrí.


Marc. Oposiciones a cárceles
Marc me corrobora que la costa que viene a continuación es muy bonita y me recomienda que me pare y dé un baño en la última playa de l’Estartit, aunque no sea nudista. Como estoy desnudo y no quiero soportar peso innecesario mientras hablo, descargo las mochilas. Seguimos charlando, hasta que él también se desnuda. En realidad, le estoy importunando, pues ha venido temprano a la playa con intención de estudiar, pero le atrae tanto el viaje que le estoy contando, que no le importa que continuemos un rato más. “¿Y qué estudias?”, le pregunto. “Estoy preparando oposiciones a cárceles” es su respuesta. ¡Qué casualidad! Yo también las preparé, mal, y no pasé ni el primer examen cuando me presenté en Madrid. Pero había que intentarlo. Dice que el temario es amplio y que no le va a dar tiempo de prepararlo todo, pero él también lo va a intentar. Le cuento mi experiencia en la cárcel de Martutene con menores con deficiencia mental. Pero no le cuento el asesinato de Elosegi por la banda terrorista ETA, para no desanimarle. Elosegi era el educador de la cárcel y también psicólogo que, junto a la maestra, me orientaban y ayudaban en mi actuación. Mi aportación era la de enseñar a leer y escribir a dos menores preventivos con deficiencia mental. Por aquel tiempo colaboré con algunos reclusos adultos a seleccionar novelas que se compraron y pasaron a formar parte de la oferta de lectura de la biblioteca carcelaria. Como no quiero perjudicar a Marc, le dejo seguir estudiando y me despido de él. Cargo las mochilas con intención de vestirme cuando llegue a zona civilizada pero, como enseguida paso a la playa de Pals, que también es nudista, pues iré desnudo un buen tramo de mi paseo matutino; hasta el camping Playa Brava, donde desayunaré. ¡Adiós Marc y suerte!

Paseíto por la playa de Pals
Terminada la playa de L’illa Roja, paso a la de Pals. Pronto llego a la zona que, en tierra, aparece la primera urbanización. De lejos, a la única persona que veo es a una mujer que está barriendo su terraza. Aquí no se han preocupado mucho de preservar la duna. Se ve que hay demasiada duna y que no importa cargarse un cachito insignificante en tan inmensa playa dunar. En esta primera parte, al igual que en L’illa Roja, la arena es gruesa, pero pronto empieza a ser más fina. Esta arena, en la zona del rompiente de la ola, solidifica muy bien y es magnífica para caminar. A lo lejos veo otra urbanización, pero antes de llegar a ella, me desprendo de las mochilas y me doy el segundo baño de la mañana. El agua está fresquita, pero ya me estoy haciendo mayor y aguanto más tiempo en el agua de lo que suele ser habitual en mí. Se ha acercado un chico, que ha tendido su toalla en la arena. Voy hacia él y le pregunto. Me responde que tengo un sitio para desayunar allí mismo, en un bar y, si prefiero, un poco más adelante, en el camping siguiente. Vuelvo a mi sitio, me seco al sol, me visto, atravieso la duna y, cuando llego al bar, está cerrado. Continúo hacia el camping y desayuno allí por 4,40 €. Mirando un mapa, veo que la playa anterior a Roques Planes, donde me rompí el peroné en 2009, se llama Cala Cristus-ses Torretes. Y me pregunto “¿Era aquella en que me topé con el Cristo con la cruz a cuestas?” Siempre tendré la duda, mientras no haya alguien que conozca la zona y me lo pueda aclarar viendo las escaleras y la cueva del GR-92 donde me encontré con él. Pero volvamos a algo menos esotérico. El desayuno consiste en dos croissants y un descafeinado con leche. Escribo. Me informo en la prensa de que ayer ganó Nadal. Marc también me ha dicho que por la playa de Pals me encontraré con la desembocadura del Ter, pero le ha quitado importancia. Por lo visto, es fácil de superar. Cuando acabo de escribir y salgo, un lagarto cruza la acera, sube un peldaño de la escalera y se esconde entre la verdura.

Dispuesto a atravesar el Ter, 
pero serán los Aiguamolls de Pals
Salgo a la playa y me acerco a la orilla sin descalzarme pero, enseguida, llego a una salida de agua que desemboca en el mar. “¿Será el Ter?”, me pregunto; pero me parece menos todavía de lo que Marc me había dado a entender. Me gustaría que fuera el río; así habría sido otro obstáculo superado; pero no, se trata de la salida al mar de los Aiguamolls de Pals (Basses den Coll) una especie de marisma, como la que otro día me encontraré junto a la desembocadura del Fluviá, donde los Aiguamolls de l’Ampordà. Para cruzar esta primera salida de Aiguamolls, sin saber lo que cubre, como prevención y porque cualquier escusa es buena para quitarme la ropa, me desnudo y cruzo al otro lado de la playa sin ninguna dificultad. El agua no me ha llegado más arriba de las rodillas. Guardo la ropa en las mochilas; el calzoncillo siempre a mano en la pequeñita delantera, por si tuviera que ponérmelo rápido, y sigo andando. La poca gente que hay está en bañador, pero pronto encuentro a dos chicas desnudas.

Edu (Educador Social) y Lur
Me encuentro con Edu y su perra Lur (Tierra en euskera), ambos desnudos. Me hubiera gustado más estar sólo con Edu, pero Edu y Lur van en el mismo paquete y la opción que tengo es cogerlo o dejarlo. Como en playa tan larga voy mucho tiempo solo, decido quedarme a charlar con Edu. A él no le importa y a Lur ni le pregunto. Dejo las mochilas a prudente distancia y me doy otro baño, el tercero del día. El agua tiene altibajos de temperatura, aceptable en la superficie, pero muy fría por la zona más próxima a la arena del fondo, ¿tendrá que ver con las aguas dulces que filtran de Aiguamolls? Me seco corriendo por la orilla para entrar en calor mis piernas congeladas y Lur me acompaña; quiere jugar. “Si supieras lo poco que me gustan los perros…”, pienso, pero no se lo digo. Espero que sea lo suficientemente lista como para darse cuenta. Cuento a Edu muchas cosas de mi viaje, ¿pero qué me cuenta Edu? Edu, como su nombre indica, es Edu…cador Social. Hoy es su día de fiesta. Normalmente, por las mañanas, se dedica a hacer el programa y, por las tardes, a partir de la hora de salida de los colegios, aportan su conocimiento al trato de chavales con problemas, bien por ser hijos de familias desestructuradas o por cualquier otro motivo puntual. Le gusta la bicicleta, correr, atletismo. La perra se llama Lur porque se lo puso un amigo vasco que luego se la cedió. Me dice que el amigo vasco no la educó bien, la acostumbró a tirarle piedras y palos al mar para que ella las fuera a buscar y, ahora, lo demanda. Como él es educador de personas y no de animales y no da a Lur los caprichos que le demanda, la perra se pone pesada y se nos acerca dando sacudidas de arena y agua. Con todo, la conversación es grata. Nos bañamos. Edu vive cerca de la capital, Girona, en casa grande, espaciosa, con mucho sitio para Lur. Ya sabe el significado y que Ama-Lur es Madre Tierra. En esa casa viven también su pareja y un amigo. Ni se plantean tener niños, por ahora. Cree que el Ter está ya cerca, así que me despido de Edu, Lur ni se entera, y me voy sin vestirme hacia la desembocadura.

A por el Ter, que ya se adivina
A la vez que yo me voy en busca del Ter, Edu y Lur también se van hacia el coche. Llegando a la desembocadura, me encuentro con un grupo de aprendices de piragüismo, que están en la margen Sur. Me voy acercando a la llegada del Ter al mar, por un brazo de arena de dos orillas, una la que forma el propio río en curva, como un meandro y la otra la que continúa junto al mar por toda la playa. En la punta más Norte de esta zona Sur, dejo la mochila grande y, con la pequeña y las sandalias en la mano, voy metiéndome en el mar, haciendo como un arco cuyo vértice, que sería el pincho del compás, estaría posicionado en medio de la salida del río y el camino de la punta que dibuja el trazo, fuera el recorrido que yo voy haciendo. Poco a poco me voy metiendo más al mar y, poco a poco, me voy acercando a la otra orilla. Deposito en el otro lado la mochilita y las sandalias, retrocedo de vacío, cojo la mochila grande y hago la misma operación. En la parte que más me ha cubierto el agua, ha llegado poco más de la cintura. Una pareja mira con extrañeza, pero no dice nada.

Hacia el malecón del puerto de l’Estartit. Islas Medas. El Fornet
Ya he pasado el temido río Ter y sigo adelante con el calzoncillo en la mochilita, para tenerlo más a mano. El resto del camino por la playa, lo hago viendo nudistas esporádicos, con los que no interacciono, ya llevo buena panzada de playa y baños en la mañana de hoy y las conversaciones incluidas con Marc y Edu. Cuando ya empieza la playa más urbana y familiar, me pongo el calzoncillo y, ya semivestido, llego al malecón del puerto deportivo de l’Estartit. Según voy avanzando las Islas Medas van cambiando de forma. Me calzo y termino de vestir y voy andando por el malecón. En ese momento, sale de la playa una pareja de personas mayores, les pregunto para comer en algún sitio bueno, bonito y barato y me orientan hacia El Fornet (el hornito) un lugar especializado en pizza. Tiene un menú que, con la propina, me cuesta 9 € y como spaghetti boloñesa, sepia y crema catalana. La cerveza no entra en el menú, pero me la regalan, por eso dejo 50 céntimos de propina. Todavía estoy lejos de l’Escala y no me saben decir el horario de apertura del Museu de l’Antxova y de la Sal, a donde llegaré mañana. Tampoco me saben predecir si va a aguantar el tiempo, sin llover, por esta noche. ¡Ya veremos! Habiendo comido bien y cogido agua, a la que he exprimido un gajo de limón, voy al servicio, pero no siento necesidad de cagar desde la diarrea de ayer. Se ve que mi cuerpo se está adecuando y que después del vaciado intestinal, todo va volviendo a la normalidad. No me gustaría que hoy se produjera otro espectáculo como el de Sa Riera de ayer.

Buscando la playa nudista de l’Estartit, llego a la cala Pedrosa
Salgo por paseo marítimo y puerto deportivo, paso restaurantes que están frente al mar y continúo hasta que me choco con una valla, ¡vaya valla!, que según los indicadores no se debe pasar, aunque hay unas barras laterales que permitirían hacerlo. No las sobrepaso y retrocedo. Un señor me dice que retroceda más, hasta la iglesia, pero no le hago caso y asciendo al monte por entre las casas. Subiendo, un chico me orienta hacia Cala Calella, a la que me quedan 15 minutos para llegar pero, en la cima, pierdo la señal y andando y andando, muchos minutos más, acabo saliendo al mar en Cala Pedrosa, que no tiene nada que ver con la Cala Pedrosa de Tamariú, y que queda muy alejada de cala Calella. Viendo que ninguna lleva el nombre de l’Estartit, ahora pienso que esa playa será la que he pasado entre la desembocadura del río Ter y la zona de playa textil anterior al malecón del puerto deportivo, donde estaban los nudistas aislados que he visto al pasar.

En cala Pedrosa una mujer llora 
y me pica una medusa
El camino a cala Pedrosa está señalado con líneas y/o champones verdes en las piedras del suelo. Al inicio es una senda estrecha, pero luego se ensancha y llega hasta cruzar una carretera asfaltada pero en desuso. Después, vuelvo a localizar la señalización verde que me llevará a la cala y me encuentro con franceses: una mujer embarazada del Norte, creo que me dice Normandía, que va con una niña de 3 o 4 años y aparte tres jóvenes: un chico y dos chicas. Ellos van a su ritmo y yo les paso. Me encuentro luego con una pareja, hombre y mujer. Él lleva el brazo lleno de rasponazos en carne viva. Como él se ha caído, me dice que el camino es difícil. Los jóvenes no lo ven porque me pasan cuando estoy hablando con el del brazo magullado. Luego vuelvo a pasar a los jóvenes porque se han detenido para fotografiar un gusano verde. Llegan madre embarazada e hija y hago mi comentario sobre el gusano: “una temible boa”. Ella lo entiende y muestra una sonrisa. Como los tres jóvenes van a su bola, que es la forma en que hay que ir si a uno le apasiona la flora y la fauna, yo les vuelvo a dejar atrás. Así llego al fondo del canal que ha horadado el mar entre las rocas, formando una playita de piedrecillas. Allí está sentada y sola una mujer que, tras sus gafas oscuras, trata de ocultar que está llorando. Tiene su mochila en el suelo. Le voy a preguntar y se muestra asustadiza ante mi inesperada intromisión en su dolor. Se pasa la mano entre las gafas y, sin esperar respuesta a pregunta que creo no he llegado a formular, sigo por la roca hacia el mar. Desde allí, con la distancia, le grito: “si necesitas ayuda, me lo dices”. Si es española me habrá entendido, y si no lo es, poco le iba a poder ayudar. 

Ya en la roca, me desnudo pero, al ir a meterme en el agua, veo tres medusas en el manso canal que el mar forma entre las rocas. Dos están pegadas a las rocas de mi lado y la otra hacia la mitad, así que me alejo de allí y, donde veo que ya no hay más medusas, me tiro al agua y, al dar una brazada, me tocan los tentáculos de otra, que me había pasado desapercibida, en el brazo derecho. Estando en el agua todavía, muevo los brazos haciendo como remolinos en el agua para conseguir alejarla y que no me toque en otras partes del cuerpo. 
 


Pura intuición que me sale bien; lo he conseguido y salgo del agua. Es una sensación poco grata, como urticante, como de picadura de ortiga, más que dolorosa. Después, al hinchárseme un poco el brazo, da la sensación de que tengo más bola, como los “múscule power”. Me deja una marca rojiza y como ampollitas. Escozor sin dolor. Lo novedoso de esta situación es que ya no puedo decir que nunca me ha picado una medusa.

Las medusas no pican a los que llevan gafas subacuáticas
Después de la picadura, ya no me dan ganas de bañarme más. Oigo voces de madre embarazada y su hija y les aviso de la existencia de medusas. Ellas también tienen una en la zona donde se baña, con gafas submarinas, la pequeña. No les asusta. Se ve que creen que con gafas subacuáticas las medusas no pican.
 


Mientras, me paseo hasta el final de la roca y fotografío la isla que tapona la salida de la caleta al mar y, en vista de que allí no voy a bañarme más, me visto, cuando paso por donde madre e hija, les saludo y me voy. No queda ni rastro de la mujer que lloraba cuando he llegado. ¿Me la volveré a encontrar?

Retrocediendo hacia cala Calella
Voy hacia el lugar donde al bajar a cala Pedrosa he visto señal hacia cala Calella, con la diferencia de que, así como antes he visto indicador de distancia de 15 minutos, ahora el indicador será de 60. Una hora que haré bordeando el mar por las rocas. En el cruce no veo indicador de distancia a l’Escala, que me vendría muy bien saber para mañana, y para la otra cala que anuncian, Farriola, que  no sé por dónde se accede. 
 


Así que retrocedo hacia cala Calella. Siguiendo las indicaciones, llego a una cala enorme, que nada tiene que ver con la anterior, Pedrosa, con islotes y acantilados más altos. Aunque no se me ha ido el temor a las medusas, lo mejor de esta zona es que bajo al mar, me doy un baño breve y me vuelve a dar el apretón y me vuelvo a vaciar de lo malo que me quedaba: “comidita para los peces”, me digo a mí mismo. Menos mal que ha sido en este lugar más solitario. Era algo que ya venía temiendo desde la comida de l’Estartit. Me he quedado con sensación de gran tranquilidad, con mi cuerpo y con el paraje marino y de rocas. Esta vez la diarrea ha sido algo más consistente que la de ayer. Menos mal que estoy en los primeros días de marcha y que ando con reservas, si no, andar mucho y no dar alimento al cuerpo, sería pernicioso para mi salud.



Caída con pérdida del reloj
Desde las rocas bajas y el mar, afloro hacia la superficie, me distraigo con la bonita visión marítima y, cuando creo que el camino me va a mantener en lo alto, me lleva de nuevo hacia abajo. La bajada es bastante vertical y, en un momento dado, pierdo el equilibrio y me caigo. Voy a parar sobre una planta que me deja muy buen olor y dejo que mi cuerpo vaya en la dirección de la inercia, sin hacer esfuerzo por enderezarme, pero procurando evitarme daño en el cuerpo. 
 


Para no seguir cayendo por la cuesta, me aferro a una raíz de pino y así puedo frenar sin despeñarme. Todo ha ocurrido en pocos segundos. Me levanto para seguir y me acerco a la planta aromática y es entonces cuando veo allí tirado el reloj. Si no llego a ir a ver la planta, es muy probable que, cuando me hubiera percatado que no llevaba el reloj puesto en mi muñeca, ya habría perdido toda oportunidad de encontrarlo. 
 

Tiene suelto un muelle de unión con la correa metálica y pienso que mañana tendré que buscar un relojero para que me lo repare (Cuando esto escribo, al día siguiente por la mañana, consigo repararlo yo mismo en el camping, con la tranquilidad de la hora apacible del desayuno. Ya no necesito relojero).

Cala Calella, a dos pasos de l’Estartit
Termino de descender la cuesta, que ha sido más peligrosa de lo esperado, y veo a una chica que está haciendo paseítos cortos. Pienso, “¿será la que lloraba en cala Pedrosa?”, pero no, esta es catalana y sonriente y está esperando a su pareja que, enseguida, aparece. Les hablo de mi intención de dormir allí. Ellos han estado desnudos hasta hace poco rato, pero tenían frío por el ocultamiento del sol tras la montaña, y ya se van. Lástima que no les he cogido los nombres; él me ha dado información de mucha utilidad para llegar mañana a l’Escala. 
 
Cuando se van, me desnudo, me baño en una poza marina, con buen acceso y sin medusas, y me seco al aire. Tengo dudas entre dos lugares para montar mi cama. Dibujo la cala con la toalla azul puesta en forma de pareo, no vaya a ser que se me enfríe el estómago y vuelva a tener una nueva descomposición. En esta zona, la piedra de la roca no es arenisca, sino grisácea y, para distanciarla de la isla que se ve más hacia dentro del mar, ésta última la dibujo más clara de lo que es en realidad. Doy por terminado mi dibujo que, sin ser una maravilla, me agrada en su sencillez. Elijo el lugar definitivo y busco piedras poco agresivas para poner horizontal el suelo, sin conseguirlo. La noche será sandunguera. Los mosquitos me obligan a embutirme dentro del saco, incluida la cabeza, y serán persistentes en su zumbido nocturno. Me levanto para orinar de madrugada. La luna me mira en menguante; todavía ilumina algo y, por vez primera en estas noches, veo la Osa Mayor. ¿Por qué me da tranquilidad verla?

Resumiendo la jornada
La mañana ha sido más grata que la tarde, quizás por las bonitas charlas con Marc y Edu que comparten conmigo intereses comunes dentro de mi trayectoria desde que empecé a estudiar Pedagogía y me quise especializar en marginados.



Las oposiciones a cárceles de Marc me recuerdan a las mías y mi viaje inútil a Madrid, pues no pasé del primer examen. Mi especialización en Pedagogía Terapéutica, también enlaza con la experiencia de Edu y sus jóvenes problemáticos, debido a circunstancias familiares. Si se tiene algo en común, se comprende mejor a los demás. Haber pasado el Ter sin incidentes, también ha estado bien, y mucho rato en playa y desnudo, también me ha aportado dosis extras de sensación de libertad. El menú sencillo y rico en El Fornet, ha dado paso a una tarde accidentada: la mujer que lloraba, la picadura de la medusa, la caída sin más consecuencia que la rotura de la cadena del reloj y, lo peor, una noche incómoda por el suelo de piedras.                                             

No quiero finalizar la jornada sin mostraros el dibujo que he realizado en la cala Calella. No está mal (Uno, aquí solo, no tiene abuela).




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