jueves, 5 de diciembre de 2013

Etapa 59 (237) Cadaqués-Cadaqués

Etapa 59 (237) 11 de junio de 2010, viernes.
Cadaqués-Faro y playa de Nans-Cadaqués.

Un rato en cartería de Correos de Cadaqués
Hablo con el marido de Nuri y me dice: “No pases problemas, coge un tren y que te lleve al Cap de Creus”. Dudo que lo haya. Me refiero a un tren. Estornudo cuatro veces y las cuatro me ayudo con el sol. Un extranjero me orienta hacia Correos. Entro y saludo a Conchi, la funcionaria que conocí en L’illa Roja. Me informa que Maribel trabaja mañana hasta las 9 ½, pero mañana yo no llegaré a el Port de la Selva. Me da su e-mail, donde anuncia sus productos de artesanía: se llega a través de “pikasokes” y yo le doy el mío. Estaremos en contacto y sabrán de mi final de viaje y de los que vuelva a hacer. Le digo que, como será difícil que le pueda ver a Maribel, que le salude de mi parte. Tiene trabajo y le dejo trabajando de espalda clasificando sobres según dirección. Me orienta hacia una librería que está junto a la pastelería de ayer y así puedo echar la quiniela (1 €), comprar postal (0,40 €) y desayunar en Es Fornet, una ensaimada de cabello de ángel, un caracol; me doy cuenta de que hoy todo lo pido redondo, “¿será mi día femenino?”, me pregunto, y bebo un descafeinado con leche (4,60 €). Escribo el diario con la primera parte del día y la postal a Joan, sin saber lo que va a hacer Ana, ni tener certeza de lo que va a hacer Augusto. Cuando salgo de Es Fornet, llamo por teléfono a Ana y me dice que se ha metido a hacer un voluntariado, que no le va a permitir ir a Aldover, me dice (0,65 €) y el teléfono se traga las monedas, las consumidas en la llamada y las sobrantes. Añado la información que me ha dado Ana a la postal de Joan antes de llevárselo a Conchi a Correos. Para escribirlo, vuelvo a entrar en la pastelería. Despedida definitiva de Conchi, y vuelvo a retornar a la costa para coger las señales correctas que me van a llevar al faro, Cala Nans y Sa Cebolla.

Retrocedo hacia el Sur de la bahía de Cadaqués
En el camino me encuentro con pareja de franceses y charlo un poco con ella. Voy ascendiendo, pero no tanto como ayer, después de estar con los americanos. Ahora, retrocediendo, voy bordeando por un camino más próximo a la costa. El tiempo está gris, pero confío en que levantará. Llegando a un recodo del camino me da el apretón y hago una descarga ligera en la revuelta. Hay una bajada muy parecida a las calzadas romanas, donde las lajas de pizarra están bien ensambladas y dan sensación de firmeza. Paso entre dos pequeños torreones, que pudieran considerarse como dos túmulos de piedra y, al pasar a la otra vertiente, aparece Cala Cebolla y, enfrente, bajo el faro Nans, la zona de baño del mismo nombre, a la que me cuesta llamar playa. Cebolla es de piedras y Nans es una cala de cemento y rocas de gran tamaño, más o menos lisas. Tras la deposición, no me pongo ni calzoncillo, ni pantalón, así que, cuando llego al faro Nans, y veo una parejita de franceses, doy un paso atrás y me visto. Luego me paro para hablar con ellos. No encuentro indicada la continuación del camino, ni la bajada a Cala Nans. Cuando me separo de ellos y me equivoco de camino, los franceses me hacen ver el error y tiro hacia abajo. Los franceses ya no me siguen: “Au revoire”.

Tres amigos franceses: Philippe, Pierre y Thierry
Bajo a Cala Nans, me desnudo, recorro las rocas y elijo un buen sitio para bajar sin peligro y darme el baño; lo hago por el lateral derecho, que es más fácil para subir. El agua está fría, doy dos brazadas y salgo a la plataforma de cemento. Fuera se está mejor y con mejor temperatura de la que se pudiera pensar que hace viendo el cielo tan nublado. Cuando estoy fuera, empieza a llover suave, pero pronto lo hace más recio y me cobijo debajo de la roca saliente. Veo de lejos cómo una pareja baja con su perro a Cala Cebolla. Bailo, para secarme, y hago algún ejercicio de tai-chi. Pasan hacia el faro: una pareja, otra y, luego, tres amigos que, mientras llueve, se guarecen contra el muro del faro. Yo no les veo, pero me lo dirán luego. Cuando deja de llover, bajan a la cala en la que estoy yo desnudo. 

El primero que se queda en calzoncillos es Pierre, que se acerca a las rocas y se baña por detrás de ellas, y después Philippe. El más remiso a bañarse es Thierry, que se dará un mini baño. Finalmente todos estamos en el agua en bolas. El más valiente es Pierre, que se quedará más tiempo en el agua. Luego nos vestimos y regresamos hacia Cadaqués juntos. Ha dejado de llover pero, en el camino, volverá a animarse. Cuando para, les saco fotos para mi reportaje. Pierre es el que mejor habla castellano y de regreso voy más tiempo a su lado. Hace ocho años tuvo un jefe español y con él lo perfeccionó. Usa algunos términos muy académicos, que no se emplean en el lenguaje coloquial. Es asesor financiero del BBVA en París. Los tres son amigos desde la infancia, cuando iban a la escuela en Burdeos; aunque nacieron y vivieron allí, luego los trabajos los han separado, pero hacen esfuerzos para poder reunirse y pasar unos días juntos durante sus vacaciones estivales. 
 

Philippe es estudiante tardío y trabaja en temas sociales, tiene en su trayectoria, algún paralelismo conmigo, con temas de bienestar social y ancianos, no sé si en Niza o en Marsella. Thierry, el que viste de oscuro, creo que es el único que continúa en Bordeaux, pero no lo puedo asegurar. Están los tres en el camping, pero sin las mujeres. Pierre tiene una hija de 14 años y un hijo de 8; parece que a ella le va la filología y el niño va por ciencias. Thierry tiene una niña y Philippe un hijo de 17 años que, de momento va por literatura, pero luego hará ciencias políticas. Tiene otro chico y otra chica, pero ya no sé de qué edades. El que menos habla es Thierry, así que es de quien menos sabré. Cuando estamos encima de Cala Cebolla, empieza a llover de nuevo y cae agua con ganas, así que asciendo la calzada de piedra a gran velocidad. Creo que la segunda foto la ha sacado Pierre. Escampa de nuevo y nos vuelve a llover cuando llegamos al paseo marítimo ya en Cadaqués. Algunas zonas del paseo están inundadas. Nos guarecemos bajo un balcón y me invitan a un vino en una tasca que tenemos cerca. El bar es típico, con apariencia de pub, aunque muy hispano; suena música de Paco de Lucía y piden cuatro sangrías. Me entra muy bien la sangría, dulce y fresquita. Pierre toca guitarra, pero parece ser que Philippe es el más experto con ese instrumento de cuerda.  


Otra de las que oímos me suena a una de Manolo Sanlúcar, que estaba en el repertorio que seleccioné para la proyección de diapositivas del tramo Andalucía-Murcia. Tras estar un rato charlando con ellos y terminada la sangría, agradezco la invitación y me despido de ellos. Los galos tienen dinero como para gastar en una comida de precio, no en vano están disfrutando de sus vacaciones y los tres trabajan; se supone que ganando bien, un sueldo francés, y gastando a precio de saldo, pero yo prefiero gastar menos, así que me voy hacia la pensión.

Día de rebajas en Cala Nuri. Comida en Cala d’Or. Más lluvia
En la pensión, confirmo que me quedo una noche más y Nuri está encantada y me rebaja el precio de la 2ª noche; de 20 a 15 €. Consulto por un sitio para comer, y me recomiendan Cala d’Or. Pregunto a dos municipales y, a pesar de sus indicaciones, me cuesta encontrarlo. Como ensalada de tomate con bonito, filete con patatas fritas, que está algo duro, pero poco hecho, como a mí me gusta. De postre me ofrecen unas magdalenas flameadas, que no están en el menú pero, aunque me va a subir un poco más el precio, las pido. Pago 14 € y me parece un poco caro, pero he comido bien. Un coruñés con una mulata americana, comen bien y no dejan de hablar, tras beber una sangría y un chupito de hierbas. Le digo al de A Coruña que dormí en la puerta de la casa de Cultura de Oleiros, en mi primer tramo del camino en verano de 2006. Tienen idea de planear un futuro juntos, pero me demuestra que él tiene muchos, demasiados, sueños y tendrá que pisar la realidad. Les deseo suerte. Se van y al poco rato vuelve a llover con ganas. ¡A ver si para cuando termine de escribir escampa! Si, no, ¿qué hago? Son las 16:10 h, ya he terminado de escribir y, aunque no para de llover, salgo del recinto, voy hacia el paseo marítimo, y me dirijo a casa; al menos, podré echarme un rato a descansar. Al pasar por Es Torradet, sigue la chica que me ha enseñado las limas, que ya ha comprado esta mañana, así que, a última hora de la tarde, consumiré allí una caipiriña; la que no pude beber ayer tarde. Llego a la pensión, con los pies mojados, por la lluvia; me los lavo en el bidé del servicio que tengo para compartir y me tumbo en la cama, pues ya no tengo nada que escribir. A través de la ventana se puede ver algún rayo de sol que está intentando romper las nubes. ¡A ver si hay suerte! Sin apenas descansar, como a las 16:30 h se empieza a despejar, salgo hacia Sa Conca.

Sa Conca. Mi tercer dibujo
Me dirijo hacia la isla de Surtell, que se une al continente por un bajo puente de cinco ojos ojivales. Paso el puente y en la punta de la isla del Surtell, encuentro a dos franceses jóvenes. Hablo con uno y el otro permanece de espalda, manteniendo su mirada contemplativa al mar. Retrocedo al otro extremo de la isla, el que me permite tener una visión de Cadaqués, con su iglesia aunque ya, por la posición del sol, la sensación de pueblo luminoso que es su característica, se pierde a la caída de la tarde. 
 
Todavía queda alguna pared de la iglesia, y pocas más, iluminadas por los rayos solares del atardecer. He dudado en darme un baño aprovechando que ha salido el sol, pero después de terminar el dibujo, ya no me apetece. Mientras dibujaba, los franceses jóvenes han pasado el puente y se han marchado de la isla. Ya sin ninguna obligación, vuelvo a la otra punta, donde estaban los jóvenes, y regreso a la ciudad por donde he llegado.

Sara y Montse en Sa Platgeta. 
Caipiriña en Es Torradet
Cuando llego a Sa Platgeta, encuentro a Montse dando unos pasos de baile, mientras Sara la fotografía. No recuerdo qué le digo a Montse, pero es suficiente como para entrar en conversación y una forma de no cenar en solitario esta noche. Les cuento algo de mi viaje y veo a Sara más sorprendida e interesada en lo que narro que lo que muestra Montse. Les enseño el dibujo que acabo de hacer. Montse me pide una copia del mismo y otra del de Deltebre, para hacer un marca páginas. Pasamos por la zona donde montan un mercado de artesanía. Pongo atención, por si veo a Conchi, con sus productos Pikasokes, pero no la veo. Como es viernes, a lo mejor ha hecho una escapadita con su amiga Maribel. Cada cual se va a lo suyo y quedamos a las 9 ½ para cenar en la pizzería La Gritta, que conocen y les gusta. Mientras ellas se preparan, yo me voy a hacer tiempo a Es Torradet y pido la caipiriña. Quique está hoy de ayudante en la barra, pero es el barman quien me la prepara. Cuando me la sirve, le quito un pedrusco de hielo. Francia-Uruguay 0-0. Lo seguiremos viendo, sin ver, en La Gritta. Es una lástima que no disponga del tiempo necesario para saborear la caipiriña, pues no quiero llegar tarde a la cita con las catalanas. Me despido de Quique, con quien conversé ayer noche, “¡que seas feliz!”, le digo y me voy. Llego antes de la media.

Cena en La Gritta
Entro por si acaso ellas ya han entrado y, como no las veo, salgo y me paseo por delante del restaurante, sin pedir mesa, pues no sé si a ellas les va a apetecer más dentro o en la terraza. El del restaurante de al lado, me mira, pero no me invita a entrar hasta que no me ve con Montse. La he visto desde lejos, me acerco, y le pregunto por Sara. “Le he mandado por mi foulard, porque he notado que podría enfriarme la garganta”, me dice. Esa expresión, “le he mandado”, no me ha gustado. Yo no sé que relación tienen, pero me parece como si una fuera la señora y Sara la criada. Montse da muchas explicaciones sobre su salud, pero en un tira y afloja, como si no estuviera muy segura de lo que afirma, o como si lo dijera para ver si de la respuesta obtuviera algún beneficio, alguna información que ella pudiera considerar útil. Sara me parece una mártir que sufre con resignación el papel que ha aceptado vivir en la vida de Montse. “¿Por qué lo hace?”, me pregunto. Montse me parece una mujer difícil; yo no podría convivir con ella. Entramos, y nos colocan en una mesa debajo de la televisión. Yo habría preferido colocarme de espaldas a la tele, si no hubiera elegido ese lado Montse, así que, por mantenerme a la izquierda de Sara, colocándola al lado de mi oído bueno, resuelvo el problema, y consigo que el partido de futbol no me distraiga demasiado. Comemos muy bien. Sara y yo pedimos menú y compartimos y Montse pide un surtido de ensaladas y nos va pasando todo lo que no le va bien para su salud: panes fritos, aceitunas. Como sopa de pescado con torreznos. Ellas nunca piden, porque, “a saber de qué esta hecha la sopa”, dice Montse, y a Sara la sopa no le gusta y pide gazpacho. Se ve que a Sara no le preocupa mucho de qué está hecho el gazpacho. Comparto con ella sardinas y mejillones, mientras Montse pica de ambos. Pedimos nuestros postres de menú y los dos elegimos crema catalana, y Montse prueba de la de Sara. Cuando nos ofrecen el chupito de propina a los clientes, ellas piden limoncello y yo grappa. Ellas pagan y a mí me dejan aportar sólo 10 €, cuando debiera haber aportado, al menos, 13. Gracias por la parte de invitación. Mis opiniones sobre la pareja son de mi propia cosecha y basadas en poca base de conocimiento. Supongo que las de sus amigos serán más fiables que las mías, así que cogedlas con pinzas. 

La noche de Cadaqués
Salimos de La Gritta y nos encaminamos hacia el monumento a los Cuatro Vientos. Nos sentamos y observamos las estrellas, pero no consigo ver la Osa Mayor. Montse es escritora y traductora, aunque me parece que es más traductora que escritora. Sara no sé a qué se dedica. Montse tiene un piso en Cadaqués y, algún año en que no ha ido allí de vacaciones, lo ha intentado alquilar; lo sé porque a mí me ha llegado, a través de e-mail, su oferta de alquiler. Ha refrescado mucho. Me dan sus correos electrónicos y les digo que ya sabrán de mi final de viaje. Agradezco la compañía, y nos despedimos. Ellas hacia su casa, yo hacia mi pensión. Les he acompañado un rato y me vuelvo por el paseo. El viento ha volcado un tenderete de los artesanos; hoy también salta el agua del mar por el paseo, formando charcos en el pavimento en construcción. Cuando paso por Es Torradets una mujer sale y cierra el bar. No responde a mi saludo, y pienso que puede ser la cocinera o alguien que se dedica a las tareas de limpieza y que no se va hasta que finaliza la labor. Sigo hasta Cala Nuri y, cuando me meto en la cama, es ya la medianoche y media (0 horas y 30 minutos).

Resumen de una jornada en la que he andado poco y no he avanzado nada
A pesar de haber sido un día lluvioso, hasta que a despejado pasadas las cuatro de la tarde, por la mañana he disfrutado en mi paseo hasta el Faro y la Cala Nans, y también con el bañito y los franceses amigos, disfrutando de vacaciones sin mujeres, ni hijos. No he quedado demasiado satisfecho con el dibujo, pues soñaba con un Cadaqués más luminoso pero, al menos, he sacado un tiempo para dedicar a este ejercicio que me gusta hacer en mi viaje. Del encuentro con Sara y Montse, ha surgido una cita a cenar algo precipitada. Creo que habría cenado más a gusto sólo con Sara, con la que he compartido segundo plato, y sin las rarezas de su compañera. En cualquier caso no me puedo quejar, ya que he hecho una cena en compañía y, normalmente, o no ceno o lo hago solo. Caipiriña algo precipitada y sin la bonita charla de ayer con Quique. Muy contento con Nuri, que me ha rebajado el precio de la segunda noche.

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