martes, 30 de abril de 2013

Etapa 20 (198) Puçol-Nules

Etapa 20 (198) 17 de junio de 2009, miércoles.
Puçol-Numancia-Playa Corint-(C)-Almenara-Xilxes-Grao de Moncofa-Nules.


Mi objetivo para hoy es llegar a la playa de Corint, que es la última nudista de Valencia. La cama ha estado bien toda la noche, bien alisada y con una gran piedra a los pies para evitar la cribadora. Al último chavalillo que pasó ayer le dije: “¿a que no has visto nunca alisar tan bien las sábanas?”. En mi caso, la sábana bajera es la arena. La almohada se ha comportado mejor sin incluir la visera y ha estado apoyada en roca lisa. La mochilita la metí dentro de la mochila y los cinchos pasaban por debajo de la esterilla. He pasado muy buena noche, así que habrá que tenerlo en cuenta para las sucesivas.

Amanecer en Puçol. Danzas ancestrales
Me despierto sobre las seis de la mañana, salgo del saco y orino. He intuido, más que visto, salir al sol entre nubes. El sol parecía un disco iluminado por luz indirecta, pero bastante apagado. Cuando ya aflora de entre las nubes, empiezo a recoger y guardar todo en la mochila. Me doy un baño y, mientras me seco, no hago ejercicios de tai-chi, ni de Pilates, como soñé algún día, sino que, lo que me pide el cuerpo, es dar unos pasos de danzas tribales, no sé si de navajos, sioux, o bantúes, pero marcando muy fuerte los pies en la arena. Probablemente los gritos que emito al unísono sean propios de algún zulú. Espero que los pescadores que están en el espigón, y que me han visto al pasar, no piensen que me ha dado un ataque de locura. Me visto y salgo por la orilla de la playa.

En Puçol, paseando con Vicente
La siguiente playa es de piedras, así que después, como veo que empieza paseo marítimo, voy hacia él. Veo a Vicente que, sin saludar, sigue su marcha uniforme. Lavo los pies, me calzo y compruebo que ya llevo dos días con la herida del talón izquierdo cerrada, y no me roza la tira de la sandalia. Ya calzado, compruebo que Vicente me ha sacado una gran distancia. Mediado el paseo, le alcanzo y nos ponemos a charlar. Es un hombre encantador; tiene más de 80 años. Era cazador y su especialidad era disparar a patos y fochas. Conozco las fochas, negras y blancas, que suelen anidar en Plaiaundi, en nuestra reserva natural irunesa. Hablamos de perros y de la actual tendencia de tenerlos y mimarlos demasiado y que se gasta una pasta con ellos. De la educación de los hijos. De la imposibilidad de enderezar a un árbol torcido. De treinta años sin arrozales. Ahora todo esto es parque natural y está prohibido cazar. Me enseña donde está su casa, por si necesito pedir ayuda y, escribo en mi diario, “el 83 hacia Numancia”. He confundido Sagunto con Numancia. Son jugarretas que me hacen mis conocimientos de historia aprendida memorísticamente. Queda claro que el 83 es el número de su casa, pero hacia Sagunto, que ahora rectifico. Seguimos estando todavía en la zona costera de Puçol. Vicente me acompaña hasta donde hay una familia de patos, me la enseña y me pone en camino una vez finalizado el paseo marítimo. Me despido de Vicente, agradecido por su información y su grata compañía.

Hacia Sagunto. Marismas
El nuevo camino es muy bueno; una antigua carretera que tiene un pisar variado. Veo correr a varios conejos. Como uno de ellos corre más veloz que los otros, pienso que pueda ser una liebre. Con este entretenimiento, llego a lugar habitado. Mujeres encalan las fachadas de sus casas para que estén listas para las próximas fiestas. Al entrar en este pequeño conjunto de casas, veo dos perros; me sorprende que no me ladren. Una torre que está casi derruida y una carretera que sale pero que no me atrevo a seguir. He pasado una zona de marismas que, es probable que fuera el parque natural que decía Vicente. 

Sagunto. Desayuno en Los Cristales.
De MoviStar me fío
Entro en zona portuaria, en la que hay un indicador de prohibido el paso. Un conductor de coche me dice que no haga caso y, siguiendo la carretera, me sacará del puerto. Enfilo hacia casco urbano y el ayuntamiento lo dejo a un lado. Me encuentro con un matrimonio en el momento en el que un vehículo municipal de limpieza maniobra hacia atrás. Le gritamos, pero ni se entera; el conductor es un joven con cascos, lo mismo que si fuera sordo. Si llega a ocurrir algo, el hombre habría tenido una reacción muy agresiva. Llego a Los Cristales y tomo dos tostadas con tomate y jamón y un café con leche, por 3,80 €. Hablando con clientes me invitan a un barrachoc, de coñac, de Maese Pedro (en Corint me dirán barrechá y se sirve con pajita de vidrio). Está rico. De despedida, me dan agua muy fresquita, que beberé por el camino y terminaré a la altura de la playa de Almardá, donde ya reaparecen las piedras que se afianzarán en Corint.

Salgo hacia el Ajuntament y, al pasar, fotografío una iglesia con un primer plano de hibiscus. Una señora me acompaña a MoviStar y me desea buen viaje. Sólo hay una chica que atiende a un cliente que quiere anular móviles; le digo qué quiero, apunta mi número de móvil, le doy los 5 € y me voy. Ante tantos temores, por tantas cosas, que tiene mucha gente, doy otra muestra de mi confianza.

Caminando hacia playa Corint
Tras cruzar pasarela sobre arena, caminando descalzo por la orilla del mar, suena la confirmación de la carga. Los socorristas me dicen que, en poco más de media hora, llegaré a playa Corint. El paseo por la orilla es magnífico, pero el agua me parece algo lechosa. Playa muy familiar ésta de Canet. Pregunto a una chica en tetas, pero no sabe las razones de esa lechosidad. Un chico de la zona que extiende su toalla, me dice: “el motivo de que el agua esté tan blanquecina es porque hemos tenido mareas muy fuertes y el agua está muy batida, pero no está contaminada; normalmente es traslúcida.” Al pasar a la siguiente playa, la arena se va volviendo piedritas que, sobre todo, molestan en la orilla cuando los pies se hunden. Me calzo, al igual que hace otra mujer que me acompaña durante un rato con intercambio de experiencias. Me dice que, después del espigón, empieza la playa nudista, nos despedimos y ella se mete hacia el interior.

La playa Corint es de cantos rodados
Sin llegar al espigón, ya encuentro a un hombre desnudo y un subsahariano merodea por los alrededores. Al llegar, dos mujeres, que se acaban de vestir para irse, hablan conmigo, “¿vasco?” y abrevio la respuesta; son las que me acompañan al bar que está en el extremo Sur de la playa nudista y le pregunto al que lo lleva si da comidas; me dice que sólo algún bocadillo y me orienta hacia el edificio en que hay un restaurante y que está fuera de la playa. Este hombre ofrece bebida y algo de comer a los usuarios de la playa Corint, pero me dice: “llevo años sin bañarme aquí”. Le doy envidia, porque yo me voy a bañar y él se tiene que quedar atendiendo su chiringuito, y por el viaje que estoy haciendo. Tomo nota de lo que me ha dicho del bocadillo, por si me quedara a dormir por allí esta noche. La playa me ha defraudado ya que toda es de cantos rodados grandes y con dificultad para entrar en el mar. Una vez dentro del agua, ya hay arena en el fondo. Me desnudo y me baño. Dentro del agua, no cubre apenas, pero se está bien. Las olas tienen algo de fuerza y será peor cuando suba la marea, ya que la fuerza de las olas en la orilla arrastra los cantos redondeados y se corre el riesgo de que alguno de ellos dañe los tobillos. Salgo del agua por sitio distinto de por el que he entrado y que me parece mejor para superar el peralte, un peralte que, en muchos lugares de la playa, al estar tumbado, no permite ver el mar. Cuando llego arriba, un ciclista mayor desnudo está próximo al peralte; otros hombres maduros están tumbados sobre las piedras y, algunos, sobre hamacas. También veo a una pareja heterosexual. Sólo puedo hablar del inicio de la playa, pues hasta la tarde no seguiré más adelante. Ahora ya tengo ganas de comer y, tras secarme, me visto y me dirijo hacia el restaurante.

La Gran Paella
Al pasar por el chiringuito, hay tres clientes conversando con el dueño y no tengo oportunidad ni de saludar. Por un camino, que aparece y desaparece, me voy acercando a La Gran Paella. Cuando llego, pregunto a Mónica, que es argentina; me atiende bien y me escucha lo que le cuento. Me dice que debo esperar hasta las dos, porque hoy hay arroz Abanda. Le doy toda clase de explicaciones de que, gustándome mucho el arroz, donde menos me gusta comerlo es en Valencia, porque considero que lo preparan poco cocinado, con los granos casi crudos. Para eliminar la posibilidad de un arroz “al dente”, si quiero comerlo pido un arroz caldoso que, en caso de que no llegue a la mesa a mi gusto, tiene remedio y puede volver al fuego para que se siga cocinando un rato más. Con la paella esto no es posible; echarle más agua, sería desgraciarla. Mónica me dice que, si no voy a comer paella, puedo empezar a comer ya. Para beber, pido una jarra grande de sangría de la que, para cuando la termine, no quedará nada de su fruta, pues me la voy comiendo y la termino antes de que llegue el postre. Me sacan una ensalada muy pequeña, pero el segundo plato es potente: chuletillas de cordero, huevo y patatas fritas. Apenas dejo, mondos y lirondos, los huesecillos y me sabe todo riquísimo. Para finalizar, tomo un cornete de nata y trufa y un cortado descafeinado. Pago 25,70 €. Estaba yo solo pero, poco a poco, el comedor se ha ido llenando, salvo una mesa que todavía está libre. También en la terraza queda alguna libre. La mayoría de los comensales comen paella; con sumo placer, si observamos sus caras. A Mónica le gustaría hacer el Camino de Santiago. Todavía no hemos entrado en temporada de afluencia de bañistas a Corint y están poniendo a punto el establecimiento. A través de la cristalera, veo a Jorge, que está subido en escalera, adecentando una recia estructura de la terraza, y arreglando los desperfectos; hay que eliminar la herrumbre que se genera en estructuras metálicas que están sufriendo las inclemencias del tiempo, darles protector y pintar. Poca cosa para un trabajador nato como Jorge. Se supone que pronto estará la tejavana en condiciones y que, en ese espacio, también pondrá mesas en verano. Ha estado limpiando con manguera a presión las telarañas acumuladas de todo el año, desde que finalizó la temporada veraniega anterior. Tengo la intuición de que Jorge es su marido, y Mónica me lo confirma. Tras el pago con Visa, se acerca Jorge para obsequiarme con un bolígrafo, un mechero y un monedero; en todos está impreso el anagrama del establecimiento: La Gran Paella. El monedero tiene una arandela espiral que permite agrupar llaves dentro del mismo. Al traerme estos regalos, intuyo que Mónica le ha contado algo de mi viaje. El mechero, apenas lo usaré, aunque siempre lo recomiendan como útil, el bolígrafo, seguro que sí, ya que se agotó el de la AGA y este también caerá, pero el monedero, lo guardo en lo profundo, puesto que ya tengo otro. Y, me pregunto a posteriori, “¿intuía ya Jorge que en Mongat me iban a robar el que llevo?”. Agradezco los obsequios, Mónica me da agua y, al salir, Jorge me explica que tiene un acuerdo con la vecindad por el cual, fuera de temporada, le autorizan a poner la terraza en el otro lado pero, cuando llega el verano, la traslada al espacio que le he visto adecentar. Les deseo suerte en este verano en que ya se va afianzando la crisis, pero en el que muchas familias no están dispuestas a quedarse sin disfrutar de sus vacaciones. En esta crisis, los que sufren son los que se han quedado en paro y tienen pocos recursos, pero da la impresión de que hay un deseo de no mostrar penas al exterior y las terrazas, de bares y restaurantes, se ven cada vez más abarrotadas; no se observan tampoco muchas muestras de solidaridad con los que la sufren.

Una tarde en playa Corint. Luana y Jacopo
Vuelvo a la playa por mejor camino, y sin pisar tanto la duna como al ir al restaurante. El dueño del chiringuito me dice que le quedan bocadillos y que no cree que se agoten; cerrará sobre las siete de la tarde, en función de la afluencia de clientes. Hoy es un día flojito. Continúan los mismos clientes que estaban cuando he ido a comer. Le agradezco su recomendación de La Gran Paella, donde me han tratado muy bien y con buena relación calidad-precio; y me voy hacia mitad del pedregal. Me tumbo entre Jacopo y Luana y otra pareja más madurita que está tumbada en hamacas. Cerca de la montaña de piedras que me tapa el mar, tumbado sobre las incómodas piedras, que embadurnan de blanco mi toalla azul, convirtiéndola en txuri-urdin, observo el panorama. El paisaje y la preocupación por coger una postura cómoda, no me ofrecen motivación suficiente como para ponerme a dibujar; y no lo hago. Un hombre, que parece no ser nudista habitual, entra al mar con el rabo entre piernas, se ve que aún no lo controla, lleva su bañador arrebujado en una mano, por si lo fuera a necesitar, y trata de ocultar su pene sentándose en las piedras de la orilla, que están siendo movidas y removidas, arriba y abajo, por las rompientes olas; estas piedras, al entrechocar, emiten un sonido característico, algo monótono pero de cadencia variable. De vez en cuando, el hombre asoma su cabecita y mira y remira a dos chicas desnudas y, para compensar su emoción, vuelve a meterse en su txoko interior ¡qué juego más cansoso! (Iba a escribir cansino, pero me parece que cansoso refleja mejor lo canso y lo soso del juego); pero parece que él, sufriendo de deseo y de imposibilidad de satisfacerlo, se lo pasa bien. Me baño varias veces, pero me canso de piedras tan incómodas. He hecho un primer paseo de inspección por toda la playa y he llegado a la zona más al Norte, donde ya los bañistas que veo están todos con bañador. He pasado a la altura de las dos chicas con las que he hablado al llegar esta mañana, les saludo, pero no hacen ningún gesto de querer hablar conmigo. Dos ya forman grupo y ya saben de qué va lo mío, así que tampoco insisto. Como ya me voy cansando de Corint (y en el auténtico Corinto griego ya estuve en 2003), me acerco al chiringuito para decir al dueño que me voy. En otra ocasión le compraré el bocadillo. Un argentino cruza descalzo desde el fondo a la orilla y luego, al volver, le veo arrepentirse de no haber llevado el calzado. Parece helado de frío y estará todo el resto de tiempo con la toalla puesta. He mencionado a los italianos de Verona que, al salir yo del agua, ya estaban preparándose para marcharse. Luana y Jacopo son novios, están de vacaciones, pero no laborales, puesto que no trabajan, y han venido a Valencia con intención de encontrar trabajo. Su búsqueda ha tenido poco éxito y se van a Barcelona a probar mejor fortuna. Les hablo de mi viaje de 2002: Roma, Nápoles, Pompeya, Capri, Florencia, Venecia, Siena, Pisa, Verona, Rávena, Milan. Luana vivió en Milán y comparte conmigo la idea de una ciudad cómoda para vivir; aunque también cree que es demasiado grande. Les encanta mi viaje; les recito el “Todo pasa y todo queda…” y, a pesar de las interrupciones para adecuar palabras castellanas con italianas, creo que logro transmitir el sentido de la poesía de Antonio Machado. Jacopo y Luana se van deseándome suerte en el resto del viaje. “¿Nos veremos en Barcelona?”, “¡que allí encontréis trabajo!”, les deseo. Me doy el último baño, me seco, me visto y, al salir por el camino superior, para dejar el pedregal, saludo al argentino, que sigue arrebujado en su toalla y él me responde levantando el brazo.
Entrando en Castellón
El camino es malo. La siguiente playa es más de lo mismo, piedras y más piedras, así que acabo cogiendo un camino que va por el interior, aunque no va muy alejado de la costa. De esta forma voy dejando la provincia de Valencia y entrando en la provincia  de Castellón. Empiezo a observar algunos cambios de mentalidad, pero no dispongo de datos políticos, ni sé si hay cambios en la Diputación, aunque ya sabemos que la derecha domina en estos lares. Lo que observo son cambios en el deseo de preservación de las dunas de la costa de Almenara, con un paseo marítimo de madera flotante, para protegerlas,  por un lado y, por otro, las construcciones se alejan de primera línea de playa, de forma que queda preservada la belleza de la costa. Alguna construcción antigua, no permitirá que esto se produzca en su totalidad pero, al menos, las más recientes respetan con creces la Ley de Costas. Creo que los nuevos edificios son de cinco o seis plantas, pero no saqué foto, ni lo anoté, y no lo puedo asegurar. Al final de esta nueva urbanización hay un edificio, en el que trabajan obreros, parece que a buen ritmo, y con la pretensión de que esté a punto para el inicio del verano; pero me temo que no lo conseguirán. He pasado zonas prohibidas, por la restauración de dunas, deseaba salir de nuevo al mar, confiando en que fuera de arena, pero al llegar a la playa, compruebo que sigue siendo de cantos rodados ¡Qué martirio!

Edgar será Mister Castelló 2010
Por donde paso, indican peligro de agujeros. Los peligros no lo son tanto por la seguridad del caminante, como por no deteriorar el trabajo de regeneración de dunas y el entramado del nuevo paseo que no está finalizado por el lado Sur. Se ve que lo están cuidando y que la zona quedará muy bonita. A lo lejos, he visto pasar cerca de los obreros a dos pescadores, que se dirigen hacia otros que ya están en la orilla. “Si ellos han podido pasar, yo también”, pienso. Pero como la playa sigue siendo de piedras y el camino está sin hacer, decido salir de nuevo de la playa. Cuando estoy en ello, me encuentro con un socorrista. Edgar está tratando de mediar para cumplir la normativa, puesto que los pescadores no pueden pescar en playa a esta hora, tienen un horario restringido, que empieza más tarde y que continúa por la noche, debiendo dejar libres las horas diurnas. Me cuestiono la prohibición por varias razones: todavía no ha llegado el verano, la afluencia de bañistas es escasa y la hora de permisividad se aproxima. Pero parece que Edgar se empeña en que se cumpla la normativa ya que, si hoy deja que se la salten los pescadores, en verano tendrá más problemas para conseguirlo, y busca policía. Yo insisto en que una prohibición debe adecuarse al tiempo, al lugar y a la hora. Creo que hay que potenciar la seguridad, con el mínimo de prohibiciones y con criterios que hagan flexible la interpretación. Edgar es de Xilxes y me pongo a contarle cómo es mi viaje. El chaval muestra interés y afirma que le gustaría hacer algo similar. Me hace alguna pregunta técnica, derivadas de su interés, le cuento la experiencia de Ismael, que descubrió en su viaje a otro Ismael que el que él creía ser, y que cometió algunos errores graves, como el de no tener en cuenta la subida de la marea estando durmiendo en una playa portuguesa. Recuerdo que también era de Xilxes el señor que me enseñó su mapa en el puente Calatrava de Valencia, junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Pero en Xilxes no hay un solo Emilio. Sigo dando a Edgar detalles de mi periplo costero y la última media hora de vigilancia se le pasa en un pis-pas. Hemos dado un repaso a mis pies y hemos pasado a los suyos. “Yo me alivio con Aloe-Vera”, le digo (luego enseñaré el tubo a Ginette). Edgar sufre de pie de atleta, algo similar a lo que me enseñó mi amigo Ángel Jiménez en la playa nudista de Hendaia. Lleva dos años con un fungicida, pero sin resultados y tiene entre los dedos de los pies en carne viva. Le digo que pruebe con piedra alumbre, que es una mezcla de alúmina y potasa, para ver cómo le va. Mal no le va a hacer pero, por si acaso, que consulte a su dermatólogo. Como me ha dado su correo electrónico, le enviaré la composición de los productos que a Ángel Jiménez le han hecho desaparecer su pie de atleta. Al cabo del tiempo, me responderá que ya había conseguido erradicar su enfermedad y que la información que le había dado le había servido. Cuando llega Sara, su compañera en tareas de salvamento y socorrismo, en un pequeño todo-terreno, que aparece en la foto, me la saca para el recuerdo del encuentro con Edgar, él le habla de lo chulos que son mis dibujos.

Como ya es la hora de marchar y tienen que dejar recogidos los útiles laborales, los de vigilancia, en la caseta, hacia allí vamos. Guardan sillas, sombrilla y demás. Junto a la caseta nos saca Sara la foto. Comprobaréis que Edgar es un guapo y atlético muchacho, no en vano lo elegirán, en pocos meses, Mister Castelló. La foto se la mandaré cuando tenga sus señas en Xilxes, donde vive, en casa de sus padres, pero no se le ve muy contento viviendo allí, no porque no les quiera, sino porque sueña con una vida independiente y trata de costearse sus estudios sin depender de la familia; trabajar en verano de socorrista es un medio para lograr ese fin. Mientras estudie y trabaje para costearse sus estudios, será difícil que le quede tiempo para hacer un viaje como el mío. Ese viaje tendrá que esperar. Me dice que, cuando termine los estudios, cogerá un año sabático para hacer el viaje que a él le guste y convenga. Mis itinerarios no valen, son muy personales y cada cual tiene que hacer su propio viaje. Edgar me orienta por dónde ir para salir al paseo y nos despedimos; también de Sara. A lo largo de estos años nos hemos ido dando noticias; él siempre con el deseo de caminar, pero querer independizarse, pagarse los estudios, estudiar y trabajar para conseguirlo es mucho esfuerzo y un viaje como el mío requiere de tiempo. Además el período de elección de Mister España, supongo que también le habrá quitado tiempo. Estaba estudiando la carrera de Matemáticas, pero había descubierto lo que de verdad le gustaba y había empezado a estudiar Magisterio, en la especialidad de Educación Física. Por los correos que he ido recibiendo de él, veo que es un chaval inquieto y lo suficientemente maduro para la edad que tiene. ¡Aupa Mister y sigue así!

Caminando hacia Xilxes. Ginette
Pregunto a dos hombres, que vienen de la playa, por el paseo marítimo y me dicen que allí mismo empieza. Llego a una especie de inicio, que también puede considerarse final, todavía en terreno de Almenara. Es una especie de círculo pergolado y, desde allí, empiezo a caminar. Una mujer viene de frente e intuyo que, al llegar a la pérgola, va a volver. Acierto, es lo que va a hacer y, además le apetece, como a mí, que vayamos charlando. Retrocedo con ella y, al llegar de nuevo a la pérgola, veo a Edgar, con un grupo más amplio de socorristas, que también han terminado su jornada laboral, grito su nombre y nos saludamos desde lejos elevando el brazo y agitando la mano. Ginette acaba de llegar de hacer un viaje por el mundo. Tiene un año más que yo, ha vivido muchos años en Lyon (otra persona de Lyon en mi camino, como Philippe). Le hablo de mi estancia en esa gran ciudad, del espectáculo de la lumière. Me dice que para hacer este viaje, han vendido el piso, han repartido el dinero entre los hijos y, con el resto se lo han costeado. El viaje ha sido muy completo, me dice, pero ella sólo me hablará de Sudamérica. Lo organizaron de forma que pasara por lugares donde tenían familiares y amigos, con los que han estado y disfrutado, pero siempre durmiendo en hotel, previamente contratado. Ginette es una mujer que hace meditación (no sé si trascendental o no), es muy intuitiva y me pone a prueba. Dice que una persona que está haciendo lo que hago yo, percibe sensaciones de los lugares por los que pasa con una sensibilidad especial. Me temo que le voy a defraudar. El tema que me plantea es el siguiente. Las playas de Canet, Almardá, ya pasadas, y la de Burriana, por llegar, son playas de arena en las que Ginette considera que el mar no respira y por esa razón las de cantos rodados, por los que el mar entra y sale purificado, son playas más limpias, más sanas y saludables. Los cantos rodados permiten respirar al mar. La pregunta que me hace es respecto a la sensación que me produce esas playa de cantos rodados próxima al paseo de madera por el que transcurre nuestra conversación y yo, ya pensaba que le iba a defraudar, le digo que me decanto a favor de las de arena, que llevo veinte días caminando, que llevo los pies dañados y por donde los voy curando es por la orilla, recibiendo el golpe del mar, pisando arena; así alivio las heridas del camino; la arena y el mar me dan frescor, energía y variación en la forma de pisar; cuando el camino por la orilla resulta excesivo, salgo a paseo, caminos, senderos o carreteras pero, que andar por piedras es muy incómodo y que también estoy más incómodo tumbado sobre las piedras que sobre la arena. Como ella está convencida de que el mar respira en los cantos rodados, mis argumentos no le sirven y acaba diciéndome: “escucha más a tu interior”. Edgar no me ha invitado a dormir en Xilxes, aduciendo que está lejos, Ginetta, tampoco, ya que todavía está poniendo lavadoras de lo que llevó al viaje, la lavadora está  trabajando a tope y ya tiene que preparar el equipaje porque se van de nuevo dentro de  dos días. Tampoco pongo yo mucho énfasis con ninguno, aunque los dos encuentros han sido bonitos. Empezaré a buscar un lugar para dormir esta noche. Ginette me ha dicho que se lleva bien con su marido, pero que discuten mucho. Esta tarde se ha quedado él deshaciendo las maletas y ella ha llegado con necesidad de hacer su paseo habitual, que había quedado interrumpido por hacer el viaje de su vida. “Todo no puede ser”, le digo. “Hay gente que no comprende que se venda un piso por hacer un viaje”, me dice; pero yo sí lo comprendo. Ginette me acompaña hasta el final del camino, que acaba con otro espacio circular de madera, con un dibujo central, del mismo material y de forma estrellada. Allí, sentados en el escalón, le enseño mi crema masaje de Aloe-Vera. Ginette, ni se preocupa de escribir nada del producto ni del fabricante, mientras que Edgar si se ha apuntado en el dorso de su mano: “piedra alumbre”. Adiós Ginette.

Xilxes
Acabado el paseo de madera, vuelvo a camino de piedras que se irá deteriorando. Da la sensación de que fuera una carretera que se va comiendo el mar. Saludo a un pescador que no ha pescado nada en toda la tarde y sigo adelante. Paso por la playa de Xilxes y el pueblo costero, que es más de lo mismo. No me acercaré al pueblo interior y, por tanto, no tendré oportunidad de encontrarme de nuevo con Edgar. Antes de entrar en Xilxes, he pasado por un camping. Pregunto al que pinta la valla de entrada y me responde que tengo que pagar 6 €. Se me ilumina la mente ya que, aunque no haya nada a cubierto, al menos podré hacer uso de los servicios. Pero, ha sido un espejismo, ya que 6 € es lo que cobran por dejar visitar sus instalaciones. Le digo que no tengo interés en visitarlo, que lo que quiero es un sitio para dormir. Me dice que pase y que hable con el jefe que está en la segunda casa, la blanca. El jefe está enfrascado en el ordenador, pero sale a atenderme; me dice, “la jefa es mi mujer, habla con ella” Por su corpulencia y acento, diría que es alemana. Tres perros me acosan (por algo voy con mochilas, para que me acosen), sobre todo el canela, que me mete el morro por los huevos. “No hacen nada”, me dice ella y me pide 48 € por una casa y 38 € por otra más pequeña. Antes de declinar su oferta por parecerme cara, le menciono lo que me ha dicho el de la puerta y me responde: “con 6 € no hacemos nada”. El perro canela sigue dándome empellones con su hocico y me acabará dando un mordisquito con sus incisivos en la pierna, sin apretar, pero mordisquito poco grato. La alemana no se amilana con el viaje que le cuento, no está para monsergas oratorias que no tengan que ver con su negocio y tampoco yo estoy deseoso de insistir. Si ahora ha sido un mordisco de perro, por la noche me comen entre los tres perros y la dueña. ¡Mi nivel de masoquismo no llega a tanto!  

El Grao de Moncolfa. El bar de Nico
Al entrar en el Grao de Moncolfa, dos pescadores, a los que digo que estoy buscando un lugar donde dormir, me dicen que, después del pueblo, hay una casa de madera que sale hacia el mar, que ahora suele estar deshabitada y que, algunos pescadores, suelen utilizar como refugio; está después de un camping. Más al interior está La Vall d’Uixó. En el paseo marítimo, un matrimonio de mi edad, que va con un hijo, de la edad de mis hijas y yernos, me dicen que encontraré bares para comer un bocadillo y tomar alguna cosa más. Paso por gelatería sin bocatas y bares y restaurantes, todos plegados, como aquí y más al Norte, se dice. Me temo que no voy a encontrar nada abierto. Por fin llego al bar de Nico, que es un rumano cuya mujer lleva la cocina y es la que me ha preparado el bocadillo caliente de queso y bacon que estoy tan ricamente comiendo. De primeras, me da la sensación de entrar en un bar gay, un prejuicio que irá cayendo por su propio peso y por falta de fundamento. Al bocata lo acompaña una caña de cerveza que me sabe muy rica. Será por el poco líquido, sobre todo agua, que bebo. Le digo a Nico que me parece polaco y él, sin negarlo, aclara el lugar de procedencia. Me dice que Rumania es un país muy bonito, con unas montañas magníficas. Está muy bien que valoren lo que añoran. Amar lo que se dejó es propio de bien nacidos; lo malo es que esa añoranza no te deje vivir y disfrutar de lo que se ha venido a buscar, que te permita ver lo bueno y no sólo lo malo del país de acogida. No es éste el caso de Nico, aunque, salir adelante con un bar, no deja de ser tarea difícil. Yo, ya tenía referencia de Rumania por mis amigos Arantza y Martín, donde pasaron unas vacaciones con conductora y guía de la tierra y volvieron muy contentos de la visita. Mientras hablamos, también hablan y beben otros clientes. Uno de ellos, algo más joven que yo y con coleta, invita a beber a otro; este último aprovecha que el de la coleta tiene algo de dinero, para pedir whisky. “Dragados y Construcciones”, dice a Nico el de la coleta y veo que el barman no entiende las explicaciones. Yo tampoco lo entiendo, pero alguna clave le ha dado, porque veo a Nico cómo echa en un vaso tubo un buen chorro de whisky DYC, que será la base donde el cliente invitado escanciará una coca-cola, la bebida universal por antonomasia, le forma más sutil de conquistar al mundo del americanismo USA. ¿Hay algún país en el mundo donde no se beba coca-cola? El de la coleta dice que mañana irá al banco para sablearles y que le lleven diez días al trullo en pensión completa. ¿Qué habrá de cierto en su apariencia entre marginal y bohemio? Sale de la cocina la mujer de Nico, también rumana, y le digo que el bocadillo estaba muy rico. También se maravilla con la caminada que estoy haciendo. Cuando pido a su marido que me cobre y me dé agua, Nico me dice que la de grifo es mala, me quiere vender una de litro y ½ y le explico que es kilo y ½ más de peso, consulta con su mujer. “Échale el agua de la botella hasta lo que le quepa y le cobras un euro”, es su respuesta, y él me echa unos 60 cl. Me están tratando bien y no quiero pelear por unos céntimos, pero lo cierto es que estoy haciendo un mal negocio; por otro lado, ellos han venido a España para sacar adelante sus vidas, para mejorar, y tratarán de no volver más pobres que vinieron. Por mi agua no van a marchar más ricos. Pago 6 € (3,50+1,50+1). Al salir, digo al de la coleta que le salga bien su operación bancaria y a ver si le da de comer gratis, y me despido de Nico y de su mujer. Que encuentren en España lo que vinieron a buscar. Al salir, veo teléfono público y llamo a Vera. Me dice que, con sujeción, Gari duerme en cama, que ya ha superado la alergia, que no lo había tratado su pediatra habitual y no se había atrevido a darle el medicamento que le había recetado el médico suplente. Empezará a incorporar a su dieta, poco a poco, alimentos con lactosa y, hasta que se confirme la superación del problema, continuará con la leche especial de farmacia, que es gratis y gusta a Gari. Será cuestión de no ir deprisa y tener paciencia. Ha sido una buena noticia ésta que me ha dado mi hija de mi tercer nieto. Gari nació con un rechazo a algún componente de la lactosa que, ahora, cuando escribo el blog, en 2013, hace tiempo que fue superado. Ahora toma leche normal. Me da mucha rabia que el contador de la cabina, donde había puesto moneda fraccionada, se trague, porque sí, una moneda de 50 (coste 0,95 €). La batería del móvil la he cargado esta mañana en Los Cristales de Sagunto y, en este momento, me doy cuenta de que tengo un mensaje de Sara. Jokin, está engordando tanto, que ya no cabe en el capazo. Ha empezado a dormir en cuna. Ya han ido tres o cuatro días a la playa y todos están muy bien. Supongo que este SMS es en respuesta a mi e-mail. ¡Cómo me pongo al día en el argot de las nuevas tecnologías! ¡Qué bien me sienta en el viaje recibir estas noticias de mis hijas, yernos y nietos! Salgo del Grao de Moncofa, mirando casas con apariencia de estar vacías, algunas me parecen propicias para dormir en sus terrazas, pero el mayor inconveniente está en que son urbanas, las calles están iluminadas y hay ruido de coches y ciudadanos. Al final del paseo marítimo, no veo ninguna casa de madera. También a la salida del pueblo veo dos contenedores, uno con sus corner castings. ¡Qué recuerdos: las piezas de esquina, las piezas para cementeras, Polysius, Rueil Malmaison! Este próximo verano de 2013, cuando reanude mi viaje por las costas atlánticas francesas, iré en tren a París y estaré cerca de Rueil, que está a banlieu (las afueras) de París.

A dormir en la costa de Nules
Cuando se acaba el paseo del Grao de Moncofa, vuelvo a camino. Paso el camping por piedras y ni hago mención de hacer preguntas sobre alojamiento. Encuentro a tres chicos que están pescando y me dicen que la casa que sobresale hacia el mar es de propiedad privada, está vallada y que muchas veces la puerta suele estar abierta. Voy hacia la puerta pero tiene por detrás un palet atravesado que no me deja abrir; quizás con la fuerza de un Hércules (de Alicante)… Vuelvo donde ellos y les pregunto si han pescado algo. Me enseñan dos pececillo similares a los que habían pescado los que a la entrada del Grao me habían dicho que se iban a poner morados de pesca, ya que habían dado con un banco. ¿Sería este el banco que el de la coleta del Nico decía que, al atracarlo, le iba a proporcionar comida para una semana? Estos tres jóvenes me enseñan una raya que han tenido la suerte de sacar, aunque se había enterrado en la arena. ¿Sería una raya, el chucho o salpa de que me hablaron los pescadores al pasar el río Vaca? ¡Cuántas preguntas sin respuesta! Uno de los chicos la coge y no tiene temor a que le dé su famoso coletazo cargado de electricidad. O será que, una vez fuera del agua, ya no hay peligro. En vista de que los chicos no muestran ninguna curiosidad por mi viaje, me acerco al muro de la casa aislada, me apoyo en él, con distancia prudencial de la orilla y, en zona que me parece lo suficientemente horizontal, empiezo mi ritual habitual. Durante buena parte de las horas iniciales nocturnas y aunque para las diez y cuarto ya estoy dentro del saco, les estaré viendo operar con sus cañas, sus indicadores verdes, sus linternas, sus voces. Veo que se acerca a la orilla alguno más. Llegan por un entramado de traviesas de madera, pasan por el pedregal y se quedan hacia la mitad de la playa. Mañana podré comprobar lo guarros que son, por la mierda que han dejado allí acumulada. Quizás ya hubiera algún desperdicio antes de llegar ellos, pero ellos o los anteriores, recibirán mi cero en ecología. La parte de la playa que han utilizado es precisamente la que tenía más arena. El cielo está oscuro y, como estoy en un lugar libre de contaminación lumínica, se pueden ver bien las estrellas. Al estar tan cerca del muro, no podré ver ni la luna, ni la Osa Mayor. No será hasta el amanecer, cuando vea la luna, ya casi un filetito en forma de C, decreciente, a punto de abandonarme por unos días; mas los próximos van a ser de tres noches con sábanas y cama. Cuando veo la luna, todos los jóvenes, pescadores y no pescadores, ya han abandonado la playa. El suelo me está resultando algo durillo, pero duermo bien. Sobre todo, a partir de darme cuenta de que los jóvenes pescadores y los otros se han ido, aunque antes ya me había pegado un sueñecito.

Balance del día
El recorrido no ha tenido mucho interés, quizás por las muchas piedras que tenían sus playas y que, a pesar de la opinión de Ginette, prefiero la arenita, pero los encuentros han sido curiosos y variados: Vicente, Edgar, Ginette, el bar de Nico y La Gran Paella, los propietarios y sus regalos, han hecho que la jornada haya sido bonita.

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