lunes, 8 de abril de 2013

Etapa 04 (182) Dunas de Carabassí-Cabo de las Huertas

Etapa 04 (182) 01 de junio de 2009, lunes.
Dunas de Carabassí-El Altet-Urbanova-Alicante-Cabo de las Huertas.

Amanecer sin amenazas en las
Dunas de Carabassí
Ayer, llegando a las dunas, tuve buenas vibraciones, después de cruzarme con el campista carreteril, llegando a la ermita que limita y separa Santa Pola de Elche. Después vi el doble arco iris, un arco iris casi vertical y su reflejo sobre el mar. Y tercero, vi la matrícula GML, que me trajo la palabra “gemela” a la cabeza, e intuí que la playa nudista de les deux gimeaux, en Hendaia, tenía su remedo en Carabassí, algo así como si hubiera acertado una triple gemela en las apuestas. El caso es que la lluvia ya no amenazaba, y acepté con agrado la opinión de Paco, el pescador. La que había caído era poca agua y la noche quedó despejada, aunque después amaneciera cubierta de nubes.

Me levanto a las cinco a orinar. De nuevo, está el cielo todo cubierto de nubarrones. Los aviones empiezan a volar entre 6:30 h y las siete. Aguanto hasta esa hora metido en el saco. Salgo de él y pongo el siguiente rollo. Ayer acabé el primero de Velvia-100 y hoy pongo el segundo, Velvia-50. Como está oscuro, temo que no salgan bien las dunas.


Subo a una de ellas, saco la primera foto, y recojo. A las 6:45 ha salido el sol; es de un rosado suave y está escondido detrás de los nubarrones. Con el equipaje recogido, me baño. Pasa un extranjero recogiendo conchitas. Me seco por la orilla y llego hasta las rocas del Sur y veo qué tipo de conchitas recoge. Del Norte, ha llegado un coche, se dirige hacia el Sur y deja a alguien con un perro. Sigo paseando y secándome por la orilla, me visto y voy caminando hacia El Altet. Pregunto para saber cómo se llama el lugar, y me lo confirman. Paseando en la misma dirección que yo, van Pepi y Luis, que tienen casa en Santa Pola y me escuchan con interés. Los aviones pasan por encima de nuestras cabezas.

Desayuno en Urbanova. La Tahona de Fernando. Raquel
Aunque tengo playa para continuar, casi hasta la capital, me salgo al paseo marítimo en Urbanova, que es la última urbanización de Alicante. Al pasar, he visto un espacio entre El Altet y Urbanova, con un gran letrero que pone: PLAYA LIBRE; me ha resultado sugerente. Pregunto a una pareja, y me dicen que es playa nudista y que suele estar animada en horas menos tempraneras y con mejor tiempo. Es muy probable que sea la que en mi lista aparece con el nombre de Playa Saladar, en Alicante capital. Me hago el propósito de retroceder después del desayuno. Ya está abierta La Tahona de Fernando y desayuno un descafeinado grande, una tostada de tomate y otra de mantequilla y mermelada (4 €). Un chico saluda, pero ha terminado y se va. Otro, dentro, decide salir a la terraza para poder fumar. Las tres primeras mesas de la terraza quedan así ocupadas. Llegan dos mujeres que se ponen frente a mí y se cuentan los problemas que cada una tiene para construir en sus parcelas. El ayuntamiento de Alicante no quiere que cada uno construya su casita, sino que lo encarguen a un constructor que sea quien se encargue de todo el papeleo. Les digo: “los problemas que tenéis por tener terreno” y me responden “y eso que tenemos poca cosa”. Les enseño mi equipaje para pasar dos meses, y hablamos poco más. Ya desayunado, me pongo a escribir. Las dos mujeres de mi izquierda hablan de que les ofertaron Vaticano o Roma, y decidieron Vaticano. Les digo que Roma requiere cuatro o cinco días, al menos. Me cuenta la rubia, que se trataba de un crucero. Se ha recreado viendo Ángeles o Demonios, pero se desilusionará cuando vea que todo el Vaticano ha sido recreado. Les cuento algo de mi viaje y me piden mi nombre para mirar en Internet. Estas dos mujeres también se van. Escribo y voy al retrete. Cago consistente, así que estoy contento, regulado; se me abre la puerta dos veces, primero una chica y luego un chico. Hay papel, así que no puedo decir: “me han pillado cagando y sin papel”. No hay forma de cerrar la puerta; sólo puede cerrarse con llave, pero no hay llave. Raquel, la que hace de todo en la tahona, me atiende muy bien; no será la última vez que nos veamos.

Playa libre en Urbanova o playa Saladar
Recojo mis mochilas y retrocedo hacia la Playa Libre. Me ha gustado esta denominación, ya que, realmente, en una playa nudista me siento libre. Libertad significa aquí que cada cual es libre de desnudarse o no. No habría necesidad de ponerlo ya que, en nuestro país, todas las playas son mixtas, son libres. ¡Que se enteren los de Maro! En el Saladar, estoy muy a gusto, la temperatura es buena, el cielo se ha ido despejando y, ahora, brilla el sol; me coloco la mochila grande a mi espalda, para descansar apoyado en ella, y me doy el primer baño. Hay que tener cuidado con las rocas lisas, algo rugosas de la entrada, ya que se confunden con la arena, y con alguna roca grande que está cubierta por la marea pero, como el agua está muy limpia, se ven perfectamente. Me paseo entre los dos carteles de Playa Libre y me habla un hombre que también pasea por la orilla y al que le pregunto si los límites son rígidos. No me sabe decir. Más tarde le veré con un, horrible y bastante hortera, tanga rojo. Se ve que es una de esas personas que le gustaría estar desnudo, pero que no se atreve. Tumbado en la arena, se ponen cerca de mí tres mujeres, de las que sólo se desnuda una y, al otro lado, un chico solitario que, parece, quiere conversación, pero ni él ni yo damos ningún paso en ese sentido. Cuando me voy a dar el segundo baño, una pareja que está en el fondo, al pie de la duna, se acerca a la orilla, pero sólo se baña ella. Le digo: “es más valiente que tú” y me responde que él ya se ha bañado a las nueve y que, según va haciendo más calor, le apetece menos. Le respondo que puede ser debido a que cada vez se produce más contraste entre la temperatura corporal y la del agua. Mientras ella sigue en el agua, charlo con él. Son de un pueblo del interior de Alicante y le cuento mi viaje. Cuando ella sale del agua, se vuelven a la duna y ya no hablaré más con él. Varios baños y paseos por la orilla. Veo al hombre del tanga rojo y le digo que seguro que estará mejor sin nada. Me responde: “luego me lo voy a quitar”; pero yo lo dudo. Cual no será mi sorpresa, cuando antes de marcharme lo vea desnudo y tan pichi. Me visto y saludo de lejos a los de la duna. Ha llegado la hora de comer.

Buscando comida hacia Alicante. El Palmeral
Voy andando por la playa, hasta que se empieza a estropear; las posidonias me obligan a salir de la orilla hacia la arena seca, muy incómoda para caminar, pero me resisto a salir a la carretera. Se ha acabado la urbanización y ahora tendré pocas posibilidades para encontrar un restaurante. Pregunto a una pareja si hay un camino intermedio entre la costa y la carretera, pero no saben. Investigo, y lo encuentro. Una pareja sudamericana, con niño, asa chuletillas y más cosas en una parrilla repleta y les pregunto: “¿a qué hora abrís el restaurante?”; se ríen. Era mi objetivo. Sigo adelante. El paisaje, al fondo, me ofrece Alicante. Llego a  rocas con camino ancho y bastante liso y paralelo; vías de un tren, que pasa periódicamente; y carretera con mucha circulación. Sigo hasta que no me quedan más posibilidades que cruzar la vía e ir por carretera. Pregunto, y me dicen que no hay por allí comedor alguno, que tengo que retroceder. No estoy dispuesto y sigo. Llego a un hotel Ibis: sólo cenas y desayunos. Lo mismo en el siguiente: Holiday Inn. Sigo alternando carretera secundaria y principal, hasta que llego a Alcoa (empresa dedicada a la fabricación de productos de aluminio) y veo venir a empleados; parece como si vinieran de comer. Subo y les pregunto; su respuesta es clara: “por aquí no hay ningún sitio para comer”. Vuelvo a bajar a la carretera principal, pero me llaman e invitan a ir hacia arriba, por donde venían ellos y resulta que estoy en El Palmeral de Alicante: un recinto que tiene muy buen aspecto y que están mejorando. Sin la premura de comer, me habría puesto a dibujar, me habría quedado a disfrutar del parque, pero ahora, lo primero es lo primero. Entro por una de las puertas, pues he visto a un hombre, pero cuando me acerco lo encuentro  tumbado, como dispuesto a echar una cabezadita, y no me apetece molestarle. Salgo del recinto y sigo caminando. Por el fondo del camino, veo que se acercan cuatro hombres; les pregunto y me dan instrucciones de cómo entrar en un recinto privado; está dentro de las instalaciones de una urbanización; tengo que llegar a una reja con puerta roja, seguir al fondo, y tirar hacia la izquierda y, cuando llegue a otra puerta, con prohibición de entrada a personas ajenas a la urbanización, “no hagas caso y pasa, baja unas escaleras y entras en el restaurante El Palmeral”. Con estas magníficas instrucciones, llego al comedor. ¡Gracias jóvenes! Dos empleados que están en la entrada, me confirman que puedo comer; entro y pregunto en la barra; la camarera me da el menú y me dice que me siente en una mesa de las dos que están libres. Lo que más me apetece son las patatas con costillita e hígado con patatas fritas; el menú incluye postre y café y todo por 9 € que, con la propina serán 9,50 € y, hasta me permiten pagar con tarjeta Visa. Las patatas están riquísimas y rechupeteo los huesos de las costillitas. Me trae pechuga de pollo con patatas y le digo que había pedido hígado y, para recordarle, le había preguntado si era encebollado, pero le digo que deje la pechuga, que me la comeré; ella insiste en llevárselo y me trae el hígado que, por encima, está rociado con un ajilimójili muy sabroso. Como no voy a tomar café, le digo a ver si me lo puede sustituir por otra caña, como el precio es similar, no tiene inconveniente y me la trae. Termino la segunda cerveza con las natillas caseras con galleta María. Pago 9 € con Visa, pera lo cual tienen que poner la máquina en funcionamiento, y le pido que me cambie un euro por dos monedas de 50 céntimos, para poderle dar la propina. Me trae cambios en moneditas porque le había dicho que los cambios me venían bien para llamar por teléfono y que la cabina me devuelva el sobrante. Me despido y me desean suerte en mi camino. El de la barra, no sé si es el dueño, un chico de Crevillente, me dice que nunca regala agua de grifo y me llena el recipiente de agua fresquita de botella. Salgo muy agradecido por la comida y por la atención recibida.

El paseo de La Explanada
Voy por carretera, especie de camino, que va paralelo a otra de mucha circulación y, entrando ya en la ciudad, me paso al lado derecho, cruzo la vía y voy por acera pero, sin darme cuenta, me meto en recinto portuario. Allí pregunto a un hombre y me hace retroceder, pasar al otro lado de la carretera y no se puede despedir de mí, porque ve llegar su autobús y corre para que no se le escape.








Desde allí voy recorriendo todo el paseo y llego a La Explanada, el paseo típico de palmeras alicantino, con su embaldosado peculiar. Primero he dado prioridad a un ficus con muchos troncos y lianas colgantes, que son una especie de raíces que buscan ansiosas la tierra y, en la otra, priorizo el suelo. El paseo es magnífico, lástima que hayan instalado unas casetas de artesanía horribles, que lo afean. Finaliza el paseo y llego a una playa que creo es la de Cantalars; dos mujeres me lo dicen y así lo entiendo y, si quiero llegar a la Albufereta, no tengo más que continuar hacia delante.
Un laberinto para llegar a la
playa de la Albufereta
Al principio voy por paseo paralelo a la playa. Hay mucha gente paseando, no da la sensación de que sea un día de labor, y acabamos de empezar el mes de junio. El paseo va cogiendo otro aspecto, a la izquierda reaparece la vía y enfilo hacia un náutico. Me meto por allí y un señor me dice que salgo a unas rocas y que es mejor que retroceda y coja carretera. Hay una puerta corredera doble que  me habría servido para cruzar las vías del tren, pero está candada y, parece, que también condenada. Otro señor que llega para echar basura al contenedor, me dice que vuelva a entrar, salga a la playa de rocas y, por otras rocas, yendo paralelo a la vía del tren, llegaré a la playa de la Albufereta.












Nada más salir de este laberinto, encuentro una mini-playa de arena, que está junto al muro del Club Náutico y, sin pensarlo dos veces, me desnudo y me doy un baño refrescante en bolas, ¡qué agradable! Sólo me pueden ver desde el tren los que vayan del lado del mar pero, como va a velocidad, probablemente ni les dé tiempo. Me calzo, limpiando la arena de los pies en el agua y, ya vestido, me dirijo por camino paralelo a la vía del tren, como he visto hacer a un pescador, al que he observado de lejos. Según me voy acercando, no sé si tengo que cruzar el túnel o sobrepasarlo por arriba. El acceso por arriba es de mezcla de arena y piedras, y no me da ninguna garantía y, como al segundo tren acabo de verlo pasar, confío en que no vendrá otro tan seguido. Además el semáforo está en rojo. El pescador, que ya está pescando abajo, en la orilla, me dice que pase por dentro del túnel. Si viniera un tren de frente, tendría que desviarse hacia otro túnel a mi izquierda, que va por el otro lado de la carretera, así que sólo me preocuparé de él una vez haya yo pasado el túnel. ¿Se entiende algo? Cuando estoy llegando al túnel, aparece el tren que podría venir, y disimulo como si quisiera bajar a las rocas donde el pescador y, sin salir del túnel, el tren que venía toma el vial del otro túnel a su derecha. Cuando ya ha entrado al túnel segundo, acelero y voy por un poyete, o acera de unos 40 x 40 centímetros y, como con la anchura de la mochila no puedo ir por encima de él, tengo que ir como si fuera renco con el pie derecho arriba y el izquierdo en las piedras de la vía. El  ir cojeando con tanta diferencia de altura me resulta muy incómodo, acabo bajando los pies a las piedras y así cruzo todo el túnel. Nada más salir del túnel, paso a la carretera y voy bordeando el mar que,  un muro roto y de altura poco uniforme, me va permitiendo ver a ratos. Hay pescadores y, cuando veo dificultades para seguir, pregunto; uno me dice que él, este año, no ha pasado por las rocas, y no sabe si habrán arreglado el deterioro del año pasado; me recomienda que se lo pregunte al siguiente pescador. Cuando llego donde él, entro en las rocas y le pregunto. Me dice que, antes, él ha pasado bien y que también lo ha hecho una mujer con un niño; con este dato voy más tranquilo. Todo va bien. Me cruzo con un matrimonio francés y, mientras él sigue en la roca, hablo con ella: “J’ai vien de la France et vai a la France”, le digo en mi mal francés, y le cuento algo del camino que estoy haciendo. Alucina y me desea “bon voyage”. Así llego a la playa de la Albufereta que, siendo tan urbana, veo pocas posibilidades de que sea nudista, como aparece anunciada en mi lista. De hecho, no veo a nadie desnudo. Pero no me puedo olvidar de que la playa de la Zurriola en Donostia-San Sebastián, también es muy urbana y lo es.

Continuando hacia el cabo de Las Huertas
Me dice una mujer que, “en el cabo de Las Huertas se practica nudismo”, confirmando lo que ya aparece en mi lista, y que “es una zona muy bonita”, me añade. Todo ello lo comprobaré entre esta tarde y mañana. Paso la playa de la Albufereta, que nadie me puede confirmar si ese nombre significa entrante de mar o golfo, siendo muy distinta a la zona que, en Valencia, recibe el nombre de Albufera. Sigo caminando y se empieza a poner la costa muy bonita, con rocas suaves y lisas hacia el mar. Al acabar de pasar las últimas casas, ya se empieza a ver una especie de calita, a la que bajo.

El cabo de Las Huertas. Alain
Nada más llegar de nuevo a ras de mar, veo a Alain, un hombre joven, y detecto en él una actitud receptiva e invitadora hacia el caminante que llega. Me siento acogido y le pregunto si me puedo poner allí y si le apetece hablar. Me responde afirmativamente y se tumba en la roca. Me desnudo y me voy a dar el baño. Otro chico que está cerca de nosotros y que está con su chica, me orienta para que me meta en el agua por el lugar que él considera idóneo. Intuyo por qué me recuerda este lugar y esta situación a Barrika; allí también había rocas planas que entraban en el mar, allí también había un alemán sufriente, tratando de resolver su futuro, decidirse por una chica, quedarse, o volver a su país. Todavía no sé las penas de Alain, pero intuyo algo. El lugar que me indican para entrar al agua, a mí también me parece el mejor, pero no conozco el lugar y al bajar el pie al fondo del agua, creyendo que es arena, lo hago con poco cuidado y me hago daño, pues es la misma roca que, al tener igual color que la arena, me ha hecho confundir. El daño no es grande y, aunque no hay mucha profundidad, me sumerjo y nado a “lo perro”, para evitar que alguna de las rocas más sobresalientes me produzca algún raspón en el cuerpo. Para salir del agua, me dirijo hacia otra entrada, más al Sur, pero allí la profundidad es menor y regreso al mismo lugar por el que he entrado. Veo a un hombre que se mete al agua, más al Norte, y lo hace tirándose a “lo bomba”, desde plataforma de roca a ras de agua. Me parece que ese sitio será mejor para el siguiente baño. Me vuelvo a mi sitio, donde espera Alain. Algunos lo pronuncian con todas las letras, pero yo, como es nacido en Francia, le llamaré con el sonido "Alén" (como Delón). Es hijo de padres emigrados a Francia; cuando sus padres volvieron a su país, él se vino con ellos. Tiene una hermana y un hermano mayores, nacidos en España, y otra hermana menor que, como él, nació también en Francia. Aquí trabajaba de chapista y pintura de carrocerías y estaba bien considerado porque es buen trabajador y, cuando había necesidad, era capaz de meter más horas que las que a él le convenían, aunque le suponían mucho ingreso extra. Pero dice que trabajaba, porque lleva más de un año de baja por problemas de salud. Por el tono, adivino que por alguna depresión, pero tal como me va contando esa depresión es fruto de la enfermedad y de las circunstancias adversas familiares que la acompañan. Padece enfermedad de Crohn, una enfermedad que es la primera vez que oigo hablar, ni sé cómo se escribe, pero que ya no olvidaré. Es una dolencia que se puede definir como Enfermedad Inflamatoria Intestinal. Al principio no se sabía bien el diagnóstico y parecía que en el trabajo no la entendían muy bien pero, por suerte (o por desgracia, según se vea), una chica, familiar del jefe, también la padecía y cuando se la diagnosticaron a Alain, el jefe pudo comprender que no era una excusa para no trabajar. La enfermedad, me explica Alain, parte del colon, del que todavía mantiene un buen control esfinteriano, afecta a los músculos y acaba dañando los huesos. La enfermedad de Crohn está llevando a Alain a una vejez prematura en un cuerpo joven. ¡Quién lo diría, con el magnífico aspecto que presenta! Me dice: “cuando estoy bien, sonrío y tengo ganas de vivir pero, cuando me llegan los dolores, se me cae el mundo encima". Aunque el Crohn le produce dolor físico, su mayor dolor es la separación de su hijo de seis años. Lo siente más cuando llama a su exmujer para hablar con él, no le coge la llamada y no puede hablar con su niño, que también se llama Alain. Viven relativamente cerca, pero sólo sale con su hijo cada 15 días, cuando le toca, lo estipulado por el juez, y le da cariño y todos los mimos que el niño demanda, aunque Alain es consciente del papel educador paterno y le marca camino y le pone los frenos necesarios. Nunca le pega pero, a veces, le da algún azote en el culo, cuando hace algo mal, le reprende, y vuelve a repetirlo. Si lo amenaza y el niño persiste, el castigo debe cumplirse. Yo constato todo lo que me dice y me parece un padre responsable, aunque dolorido por la situación. Compartimos nuestras ideas sobre maltrato psicológico y él también opina que muchas mujeres son especialistas. Ahora Alain vive con su hermana menor, con la que se lleva más o menos bien. A veces se plantea una nueva relación pero, el futuro de su enfermedad y la mala experiencia de la primera, le echan para atrás. Se separaron hace tres años y de la nueva situación, sólo siente la falta de su hijo. Hace unos días recibió un SMS de la Seguridad Social y está pendiente de recibir la carta en la que consta el dictamen del tribunal médico, confirmando su incapacidad laboral (total o parcial) o el mandato de su vuelta al trabajo. Como antes de que llegara la crisis y su baja, trabajó muchas horas extra, le quedaría una buena jubilación. Le gustaría viajar. Está aprendiendo y se está acostumbrando a ir a pescar con caña, aunque a veces, el esfuerzo de lanzar la plomada, le resulta demasiado duro para él. Mi viaje le estaría vedado, pero le gustaría hacer algo similar, que le costara menos esfuerzo. Con el dictamen que espera, pronto se le disiparán las dudas de lo que puede, o no, hacer. Me encuentro bien y a gusto con Alain, soy receptivo a su dolor y mi viaje despierta sus sueños; me habría quedado horas con él, pero la tarde ya ha dado de sí lo que tenía que dar y él lleva ya muchas horas y necesita volver a su casa. Ha descargado parte de sus preocupaciones y yo he hecho de esponja receptora. Ni se me ocurre sacarnos una foto en bolas de recuerdo y, cuando se viste para marchar, se me olvida ¡Me lamento cuando ya no tiene remedio! Tampoco nos damos señas para mantener contacto. El encuentro ha servido para lo que ha servido. Cuando está desnudo, él también recibe la sensación de libertad y su lugar favorito es este lugar de las calas del Cabo de Las Huertas, en el que le he encontrado. Alain me recomienda para dormir el otro lado del mismo cabo, pero yo, considerando que el viento viene de Levante, y que aquí no corre, decido que me quedaré allí mismo, bajo la roca que, ahora, ocupa la pareja. Luego, cuando quede libre, trasladaré mis pertenencias a ese lugar. Al llegar, nos habíamos puesto, Alain y yo, a charlar de pie pero, para estar más cómodos, le he propuesto tumbarnos en la arena y él ha accedido; así que el fuerte de la conversación lo hemos tenido tumbados en la arena.

Reflexiones tras la marcha de Alain
Ocurrirá que dentro de ocho días, el 9 de junio, haré el recorrido en tren de vía estrecha: Denia-Alicante-(bus a Urbanova)-Alicante-Benidorm-Denia. La idea respondía a mi deseo de revisitar la costa por la que he pasado, remedando los dos regresos de Portugal: Vigo-Ferrol-Ribadeo-Oviedo-Santander-Bilbao-Donostia San Sebastián. En el del Sur no lo pude hacer. En éste, lo volveré a hacer en Tarragona.
Reflexión primera: Me he quedado sin conocer la decisión del tribunal médico sobre la enfermedad de Alain, tanpoco nos hemos facilitado ninguna dirección de correo, así que me quedaré sin saber nada más de él. Pero al hacer este viaje de regreso, viaje que me podría haber servido para acercarme a Las Huertas e intentar el reencuentro, prima más en mí lo lúdicro que lo sentimental y decido pasar el día en Urbanova, en una playa también nudista, pero libre de pesares; aunque a saber cuántos pesares no tendrán los usuarios de la playa Saladar.
Reflexión segunda. En ese viaje. Denia-Alicante-Denia, a la ida, el tren que me trae no continúa, y hay que pasar al que está en otro andén al llegar a Benidorm; no me he colocado en el vagón adecuado, así que cuando lo cojo, el lado que da al mar, que es el que me interesa, está ocupado y sólo encuentro espacio a ese lado, pero de espalda. Enfrente van madre e hija y yo, que jamás había oído mencionar la enfermedad de Crohn, en menos de ocho días, me encuentro con el segundo caso. Es Mai, la hija, que va frente a mí. Ya os hablaré de ella el próximo día nueve. Pero, a pesar de este encuentro que me servía de recordatorio, preferí estar sin problemas en el Saladar. Se producirá un probable desfase entre razón y sentimiento.

Amanda y Javier
Alain se ha ido a las nueve y me quedo solo. Llegan Amanda y Javier que viene, de su trabajo en banca, con deseo de darse un baño. Aprovecho que ya hay alguien que vigile mis bártulos para darme un paseo por la parte norte del cabo; voy calzado y desnudo por las rocas. Compruebo que, más adelante, tengo la ventaja de alejarme de población, pero hay más aire de Levante, como antes he dicho, y regreso con intención de quedarme donde estoy. Hablo con el matrimonio, que ha venido con un perro grande y juguetón. Han descubierto tres medusas y a ella no le animan a darse el baño. No sé si por las medusas, pero el caso es que yo tampoco volveré a bañarme. Hablamos. Les cuento mi viaje y él lo escucha con deseo, con ganas de hacer algo parecido. Creo que tiene pasada la cincuentena y confía en que para los 53 podrá estar jubilado. Ese es su sueño y yo le doy ideas. Compartimos nuestro gusto por Antonio Machado, que él considera mejor que Manuel y que Miguel Hernández, y también algo de ideología, y le hablo algo de Benigno Blanco y la charla “pepera” que nos dio en Irun y así puedo compartir con él mis vivencias. Hablamos del garbigune (sitio limpio) y de ecología y no sé si yo era más ecologista antes o después de la conversación.

Los tres Javier. Los tres perros. Reme, Mónica y el cuarto perro
Llegan por las rocas unos amigos. Él, ¡oh casualidad!, también se llama Javier. Tres con el mismo nombre en el Cabo de Las Huertas. Ella lleva atados dos perros que parecen gemelos; son de una raza muy voraz, de los que comen de todo; a uno de ellos le tuvieron que operar y abrir la tripa porque se había tragado un calcetín. Comparto mi experiencia de viaje con este nuevo Javier, y alucina. Siente envidia sana. Como yo  tengo extendida la toalla y el pareo, veo que los tres perros pasan por encima de ellos varias veces. Hacia las 9:15 h han aparecido Reme, de Alicante, y Mónica, de Valencia. Les enseño mis dibujos y les cuento mi viaje y cómo voy a dormir allí. ¡Qué envidia! También tienen perro, empiezan a aparecer mosquitos, y se van. Ha llegado otra pareja, con sillita y niño, pero se paran antes de llegar a mi sitio. Preparo la cama para acostarme, pero no lo haré hasta que se vayan todos. Llega un chico que me ha mirado y se ha puesto en el otro lado, se ha desnudado y tumbado en su toalla. Otro hombre, vestido, ha pasado por detrás de mí y se acerca al joven; al poco de marcharse el hombre, el joven se viste y se va. ¡Por fin, solo! Ya nadie bajará a esta zona, aunque oiré voces que van y vienen por el camino urbanizado. La noche presenta alguna nube, pero veo la luna que ya está más crecida y ha superado la mitad y, no lo puedo asegurar, pero creo que, durante la noche, he visto la Osa Mayor, aunque le faltaba alguna de las estrellas, quizás tapada por las nubes. Hay algo de contaminación lumínica, más que por la que hay en derredor, por la proximidad de la gran ciudad. Al frente, a lo lejos, se ve el castillo, también iluminado, como parte de Alicante. Me doy Aloe-Vera. Tengo agua, pues Alain me ha dado lo que le sobraba. Se me acaba la batería del móvil. Nada más acostarme, al darme cuenta de la pantalla del móvil estaba en blanco, me he sorprendido con el sonido de aviso de fin de batería; creía que avisaba sólo cuando está en activo, pero... ¡A dormir!

Resumen de la jornada
No hablaría más que de Alain, ya que ha sido mi estrella del día, pero sería injusto olvidar al buen rato que he pasado en la Tahona de Raquel y en la playa nudista del Saladar, en Urbanova. También tengo obligación de mencionar a los cuatro hombres que tan bien me han dirigido hacia el Restaurante El Palmeral, en urbanización privada, y a la buena relación calidad-precio que allí me han ofrecido. También ha sido bonita la charla con los Javier en el Cabo de Las Huertas pero, volviendo a Alain, me he sentido muy bien con él, ejercitando la empatía, doliéndome con él y alegrándome de nuestras alegrías. No puedo olvidar el tren que hoy me ha producido algunos problemas, pero que me proporcionará ideas para hacer algo que no había hecho hasta ahora, volver al lugar más apetecido, revistando desde él paisajes ya conocidos.

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