miércoles, 24 de abril de 2013

Etapa 18 (196) Playa de La Devesa-Valencia (Godella)

Etapa 18 (196) 15 de junio de 2009, lunes.
Playa de La Devesa-El Saler-Pinedo-Valencia-(Godella en coche).

Voy caminando hasta Valencia y en la estación me encuentro con Elías. Vamos a comer a un restaurante que él ha elegido, luego a buscar a su hija a la salida del colegio y, en su coche, iremos con la niña a casa de Rafael, padre de Elías y abuelo de Naroa. Rafael me invita a cenar y a dormir en su casa. Mañana cogeré un tren de cercanías que me llevará de nuevo a Valencia, de donde reanudaré mi caminata. Por eso coloco entre paréntesis el último tramo (Godella), que no he hecho andando y que mañana retomaré de donde lo dejé, para seguir rumbo a Castellón, pero todavía faltarán dos jornadas para finalizar la provincia de Valencia.

Amanecer en La Devesa. ¿Un alacrán?
He dormido muy bien. Más mosquitas que mosquitos; dicen que son ellas las hembras las que pican. Una o dos han zumbado, pero ni las he visto. La cama ha permanecido horizontal y la almohada estable. Esta noche he vuelto a meter los cinchos de la mochila por debajo de la esterilla, pero no los he amarrado a mi mano, como hice ayer. Pasa la cribadora, pero el conductor está pendiente de no perder la línea y creo que ni me ve; él va más cerca de la orilla y yo me encuentro arriba, en lugar protegido. Espero que salga el sol para levantarme de la cama y sólo veo el proceso rosáceo inicial; luego se pierde en una nube y vuelve a salir más incandescente, pero aparece y desaparece entre otras nubes más altas. No me fijo qué hora es cuando me levanto y recojo el material. Un insecto desconocido para mí pasea por la arena. No lo veo muy bien, pero tiene dos pequeñas antenas, aunque dudo si son dos patas delanteras y, en la parte de atrás, como dos colas que veo se levantan curvándose hacia su cuerpo dorsal; este gesto me hace pensar en un alacrán, pero el recuerdo que tengo de este animalejo, del escorpión, es del de un solo aguijón ponzoñoso. Sin mucho temor por él, me voy a dar el primer baño de la mañana y mi preocupación es no llevármelo dentro del saco o en la ropa. Ya seco y vestido, a las 7:15 salgo por la duna.
Saco una foto de despedida de la albufera, en el lugar de unos postes, como vi hacer ayer a otro fotógrafo; él me dio la idea. Una bandada de gaviotas reidoras pasa y voy deshaciendo el camino de ayer. Casi desde el inicio más Sur, entro en la playa de El Saler.

Playas de El Saler y Pinedo
El Saler es una playa larguísima que tiene su continuación en playa Pinedo. Nada más iniciar el recorrido, a la altura del Hotel Sidi Saler, donde comí ayer, encuentro a Maribel, cántabra con residencia a caballo entre Bilbao y El Saler. Es otra de las pocas mujeres que veré pescando con caña a lo largo de toda la geografía ibérica. Me dice que está pasando la mejor época de su vida y nos damos un par de besos por la coincidencia en nuestro estado de bienestar. Sigo andando por la orilla y, a lo lejos, veo una pareja que se acerca; ella viene del lado del mar, mojándose los pies, y él por la arena, con los pies secos y, cuando nos topamos, les digo: “cuando una pareja conversa, siempre hay uno que “se moja” más que el otro”. Entienden mi juego de palabras (mojarse=implicarse), me ríen la gracia y continuamos cada cual nuestro camino. Siempre he visto detectores de metales actuando en solitario, un hombre y su detector, pero esta es la primera vez que veo a uno trabajar en simbiosis con la cribadora; cuando ésta pasa, el detector, como un parásito, repasa sobre lo cribado. A lo largo de toda la orilla, algunas zonas de arena están plagadas de piedrillas o una especie de gravilla que, a veces, resultan dañinas para mis pies; unas veces las piso y otras las soslayo pasando por la arena seca. Una pareja llega a la playa con sillita y la aposenta en la misma orilla. Les pregunto por la playa nudista de Pinedo y me dicen que siga hasta donde se ven las placas solares que, aunque yo ni las veo, al menos, su índice me orienta a que continúe en la dirección.

Pinedo. A la Mar para desayunar
Según voy llegando, veo que alguien merodea por la duna. Un paseante vestido, que va por la orilla, se mete por allí antes que yo llegue a su altura y le pueda preguntar. ¿Estará buscando un ligue tempranero?

Un poco más adelante veo, en la proximidad de la duna, a un hombre desnudo y, antes de llegar donde él está, me desnudo y me doy el segundo baño del día. Hay que aprovechar, ya que luego, en cuanto me meta en la gran ciudad, se acabarán los baños por hoy. Al fondo tengo una larga colección de grúas del puerto comercial de Valencia que veo a través de una neblina que las agrisa y que, poco a poco, se irá disipando. El agua está menos traslúcida que en playa Devesa, pero el bañito me resulta grato y placentero. Se empiezan a ver grandes medusas muertas por la orilla pero, a pesar de ellas, entro al agua sin temor. No llegaré a Francia sin que me pique la primera de mi vida. Me seco paseando por la orilla. Tres mujeres con las que me he cruzado y saludado cuando venía, ahora, en su regreso, al verme desnudo, mirarán hacia el mar. El otro hombre, el que buscaba por la duna, se acerca a la playa y se desnuda, le digo al pasar: “el agua está buena”, pero no se baña. Regreso a mi sitio y, como ya estoy seco, me visto. A partir de playa Pinedo, empiezan a aparecer playas artificiales, con espigón que retiene arena y las configura. Así llego a carril bici, paseo y a una zona de casas; una mujer me orienta hacia el interior del  pueblo para desayunar. Ya estoy en la zona urbana de Pinedo. Los chiringuitos del paseo están cerrados. Cuando llego a un crucero, una señora y un señor mayores me dicen que, en la siguiente esquina, hay un sitio donde puedo desayunar. A la mar a desayunar. Me sacan un café con leche muy grande, ¡qué bien!, y como un croissant y un caracol; me dicen que lleva pasas y, efectivamente, las lleva, pero también algún fruto seco, alguna fruta escarchada y una cremita muy rica que, al morder, me da sensación de cabello de ángel pero que, me aseguran, no lleva nada de calabaza y es verdad, lo puedo confirmar. Pago 4 € y no me quedo a escribir, pues tengo intención de, al llegar a Valencia, ir a alguna biblioteca para escribir el diario. (Luego no ocurrirá lo previsto y esta parte de mi diario la escribo en casa de Rafael, a la vez que lloro, con mi amiga Aurora en el recuerdo). Cuando salgo, agradezco a los señores del crucero que me han recomendado el A la Mar.

Para entrar en Valencia
hay que cruzar El Turia
En realidad este Turia está desvirtuado, ya que antaño pasaba por el centro de la ciudad y ahora lo han canalizado por el Sur. Cuando me topo con él, está muy próxima la desembocadura en el mar. No  puedo asegurar de donde, pero parece que del río llega un hedor pestilente y me sorprende ver pescadores en el pretil. Se lo digo a ellos y me responden que hoy se están pasando en aventar detritus, pero da la sensación de que los pescadores ya están acostumbrados y apenas lo huelen. Elías me dirá más tarde que por está zona está la depuradora. Voy por el canal del Turia hacia el interior; el camino está semi asfaltado y voy a carril bici para poder pasar al otro lado.

Va paralelo a la carretera, como un segundo puente, y es un lujo que lo podamos disfrutar bicicletas y peatones. Lo que me sorprende es que hayan tenido que hacer este segundo puente, cuando se podría haber previsto que el de la carretera fuera más ancho. ¿Lo pensaron más tarde?

Veo una planta silvestre en el camino y la fotografío para dar variedad y colorido a este blog.

Entrando en Valencia
Más adelante me encuentro con el único caminante de este tramo, y me dice que pronto encontraré otro puente. Este nuevo puente, de similares características, pasará por encima de las vías del tren.

La autopista, que va paralela a la pista en que yo voy caminando, indica dirección Nazaret y me hace recordar a Aveiro, donde me lié no pudiendo salir a Gafanha de Nazaré. Allí me toco ir caminando por un tramo de autopista; aquí me he librado. Llego a un paso elevado complejo. Las bicis también ascienden y descienden aunque, la mayoría a pie, con la bici rodando o a cuestas. Chica y chico vienen con un carro de supermercado vacío y van por el carril bici; les digo: “qué bici más rara”. Parecen dos mendicantes, les cuesta entender mi gracia pero, al fin, se ríen.

Paso cerca de una iglesia a la que no tengo acceso desde el carril bici, pero la fotografío de lejos, tiene muy buen aspecto, pero parece que para ser una iglesia de barrio, tiene un volumen monumental.



Todavía estoy en zona de campo y veo una plantación con flores amarillas que lanza como unos filamentos, también amarillos y que luego, al ver otra similar con los frutos, me entero de que es una plantación de sandías.

Ciudad de las Artes y de las Ciencias. Calatrava.
Emilio de Xilxes
Es difícil llegar a Valencia y no toparse con algún edificio construido con diseño de Calatrava. Yo lo primero que vi de él fue en Atenas, en las Olimpiadas de 2004. Empiezo a ver edificios diseñados por este arquitecto. Me gusta que se reconozca a un artista en su propia tierra (ahora, cuando escribo este blog en 2013, sé que muchos de sus edificios están dando problemas). Y me hace feliz esa facilidad constructiva.

Saco primero fotos del Oceanográfico, según voy llegando. No tengo intención de visitar ninguno de ellos y me limitaré a observarlos desde el exterior. Voy con tiempo, pero tampoco quiero llegar tarde a la cita. Sigo avanzando y veo cómo están construyendo lo que me dicen va a ser el Ágora.

Está en una fase muy avanzada, algunas zonas ya están recubiertas y, aunque tiene una forma circular u oval, que las perspectivas diversas la van haciendo cambiante, a la izquierda aparece un gran mástil con tirantes.

Luego iré comprobando que ese mástil no corresponde al Ágora, sino al puente que viene a continuación y, como me dirá Emilio, o Elías, no puedo asegurar quién de los dos, no cumple ninguna función arquitectónica. Esa estructura tan elevada y atirantada no es más que algo hecho para dar belleza, pura estética, al puente. Me lo dicen y me lo creo.

Es, cuando estoy cruzando el puente, el momento en que encuentro a Emilio y, con su mapa, me sitúo en la ciudad. Emilio es de Xilxes (Chilches). Para ir a donde voy, en realidad, no tengo necesidad de pasar este puente que sobrevuela los jardines por donde antiguamente pasaba el Turia, pero ha sido una buena decisión ya que, de esta forma, caminaré por lo que fue el lecho del río, un gran acierto, una buena decisión de los que la tomaron en su día y un pulmón en el centro de la ciudad, del que disfrutan valencianos y foráneos.

Con todo lo que estoy diciendo, no tengo suerte con el día que me ha tocado llegar a la capital, puesto que mi pretensión de pasear entre árboles y jardines se ve truncada al inicio por obras en la remodelación de parterres, caminos y otros espacios públicos y por algunas prohibiciones de paso derivadas de la organización del Festival del Mediterrani de Ópera.

Una vez que he visto su mapa, Emilio se va hacia el otro lado del puente, del que yo venía y nos despedimos. “¿Nos veremos en Xilxes?”, digo; “¿cuándo llegarás?”, me responde. “No tengo ni idea. ¡Hasta la vista!”, y continúo mi camino. Cuando llegue a Xilxes tendré dos ratos de charla con el que será Mister Castelló 2010, pero ese será otro asunto del que ya daré cuenta cuando llegue. Casi todos los edificios que voy viendo, disponen en su parte baja de estanques de agua, que son redimensionados por su reflejo. Sin viento, parecen espejos en los que se miran y el observador ve su silueta doblada e invertida. Es otro de sus aciertos, que produce impacto visual, que proporciona cierta sensación de  magia y engaño. Este paseo, además, por la cercanía del agua, resulta fresco y refrescante. Demuestra que también el caminante se puede refrescar por el sentido de la vista, aunque sea más una sensación que una realidad, menos física que la que percibe cuando va desnudo por las costas de la Península Ibérica, pero no por ello menos real. Este paseo entre jardines, edificios y estanques, es magnífico, y por él llego hasta el Palau de la Música, donde se va o se está celebrando, que no me fijé en fechas, el Festival de Ópera del Mediterrani.

Se ve que quieren presentar una ciudad limpia y, para ello, es fundamental que los estanques estén limpios. Lo compruebo y lo confirmo a mis lectores con la foto que saco a uno de los limpiadores de sus fondos que, también, limpia en superficie. El limpiador metido en el agua hasta algo más arriba de las rodillas, nos da la dimensión de profundidad de los estanques. Tengo que subir al Palau por la rampa, ya que las escaleras están interceptadas; hablo con el de seguridad y me cabreo. Me dice que es una medida coyuntural y como prevención de posibles atentados.

Estamos a más de cinco años del 11 de Marzo de 2004 (Lo confirmo en la novela de Ricardo Menéndez Salmón, El corrector), ¿hasta cuándo vamos a seguir padeciendo estas medidas preventivas? Bajo de nuevo al paseo y camino hasta el otro lado, pasando por debajo del puente. Ya se han acabado los edificios emblemáticos y entramos en zona en que el arbolado, arbustos, hierba y jardines, van ganando protagonismo.

Un lecho del Turia más rústico.
Trabajadores de mantenimiento y moreras.
Y no por ello, menos bello. Encuentro árboles de morera blanca y cojo alguno de sus frutos para comprobar si están o no en su punto. Dos chicos hacen tarea de limpieza y mantenimiento y están reparando un murete. Me dicen que la morera blanca no se come, que se reserva a los gusanos de seda, y que sólo se come la negra y la roja cuando están maduras. Les digo que, no sé, no he visto nunca a los gusanos de seda comiendo fruta, que siempre les he visto dando bocados a las hojas. Cuando tuve gusanos en casa y seguí el proceso desde la segregación del hilo, construcción del capullo y conversión en mariposa (en algunos casos, sin pasar por el capullo, algunos gusanos pasaban a ser crisálidas), siempre les di para comer hojas y nunca frutos. El seguimiento de este proceso me sirvió para presentar un trabajo de Didáctica, en abril de 1984, estando en tercer curso de la Universidad, en Zorroaga, y que llamé “Capullo, método de globalización para una quincena a partir del tema: El gusano de seda”.

Por todas estas razones, encontrarme en Valencia hablando de gusanos de seda, adquiere un valor añadido. Digo a los jóvenes trabajadores que, estando maduras, yo también como las moras blancas y que son tan dulces y ricas como las negras y las rojas. Les digo además, que cuando terminen de reparar el murete, quiero, ver el suelo bien limpio de la mancha entre morada y negra del suelo, producida por los frutos maduros caídos de la morera. Siguiendo la broma me responden: “se lo diremos a la encargada de limpieza”. Nada más despedirme de ellos, me encuentro con Salvador.

Salvador.
Mi cicerone en la ciudad
Salvador es un hombre dulce, no en vano me dice: “tengo azúcar”, y para corregir esta enfermedad de la dulzura, el médico le ha recomendado que se dé unos buenos paseos y que beba agua. No bebe agua de grifo, sino que se la compra embotellada. Un gasto más para mermar su corta pensión. Hoy es un día especial, se ve que intuía mi llegada, porque normalmente pasea acompañado de otro hombre que padece de lo mismo y cada cual cuenta sus experiencias y, las de uno, a veces, valen para los padecimientos del otro. No siempre. Pero hoy, el compañero está fuera. Se queja de que lo que hablan acaba siendo monotema. Aunque se define como apolítico, empezamos hablando de política. Es casi imposible ser apolítico en la polis. Los que dicen que lo son, lo que hacen es ejercer una política de la pasividad y eso es hacer política; la política que más desean los políticos a los que les viene bien que les dejen hacer de su capa un sayo. Nunca se había atrevido a ir al País Vasco (los medios de comunicación y las actuaciones de ETA no propiciaban un viaje atractivo) y lo más que se había acercado era a Cantabria. Se apuntó a un viaje que como centro neurálgico estaba en el Balneario de Cestona (Zestoa) y aprovechó para recorrer parte de la geografía vasca. En Donostia-San Sebastián, disfrutó de las tapas de algunos bares y le parecieron riquísimas. Hicieron una comida a base de tapas por 30 € y conoció y saboreó el txakolí. También hablamos de esta crisis tan extraña, en la que los trabajadores van perdiendo todas las conquistas sociales que tanto trabajo nos costó conseguir. Y digo “van”, porque nosotros ya estamos en la etapa postlaboral, y ya no vamos en el mismo carro, pero el carro nos preocupa, pues nuestras pensiones dependen de él. Sobre economía sumergida, contrataciones sin contrato, sin cotizar a la seguridad social y con menos control de seguridad en el trabajo. También comentamos sobre la oportunidad perdida de acuerdo PNV-PSE con Patxi lehendakari y consulta a la ciudadanía. La clave está en cómo hacer la pregunta, qué consultar. La consulta debe servir para definir qué es lo que queremos los vascos y eso no se puede resolver con una sola pregunta. Y, si fuera posible, tendría que ser una pregunta consensuada. No creo que un acuerdo con el PP nos pueda llevar a mejor camino. Bueno, Salvador dispuesto a hacer de cicerone, me propone un paseo delicioso por la ciudad. Iniciamos pasando por debajo de los recios puentes que aguantaron tan bien la riada de aquel año fatídico, cuyo número no recuerdo, pero que puedo atestiguar que en 1963 se emitieron unos sellos de 25 y 50 cts de empleo obligado en Valencia y su zona, que yo creo que obligaban también en toda la nación, para financiar las obras de recuperación de la provincia valenciana que había sido maltratada por aquellas lluvias torrenciales y desbordado al Turia y a otros ríos. En los sellos ponía: Plan sur de Valencia. Sacamos foto con puentes que nos ofrecen su fortaleza para aguantar el enviste del agua torrencial y que, con la remodelación y desvío del Turia, ya nunca cumplirán la función para la que fueron construidos. Salvador me dice que veía desde su casa el Turia desbordado y considera un acierto el desvío y la canalización del río que se hizo posteriormente. Ese desvío ha hecho posible este pulmón para la ciudad. Con este mi precioso paseo, hoy por la mañana he visto el Turia, con agua y bien canalizado y ahora disfruto del que fue Turia, sin agua y espacio abierto de Valencia. Siguiendo el paseo, pasamos otro puente tan recio como el anterior y cuyos arcos ya no son de medio punto, como en el románico, sino apuntados, como en el gótico. Aunque, ahora que lo escribo, no puedo asegurar que el orden de paso de los puentes no fue a la inversa, primero el de arcadas góticas y luego el de arcos de medio punto, pero el orden de los factores no reduce belleza a este paseo en el que voy tan felizmente acompañado.

Una vez arriba del que fuera el cauce del río, salimos en dirección y con la vista puesta en las Torres de Serrano que, de lejos, se ven muy recias y, al acercarse, se puede observar algo de su decoración plateresca. Me cuenta Salvador que, de la gente que se quedaba extramuros, sin poder entrar en la ciudad, porque habían cerrado sus puertas, se decía: “se han quedado a la luna de Valencia”, un dicho que ha transcendido a otras provincias, que ya lo sabía, pero que desconocía la razón por la que se decía, aunque sí su significado y aplicación.

Desde estas puertas se hace “la cridá” (la llamada), en el inicio de las fiestas falleras. Pasamos las altas y recias puertas y entramos por calles que se van estrechando, aunque también van apareciendo plazas y otros espacios abiertos.




Llegamos a una de estas plazas, la de la patrona de la ciudad, Nuestra Señora de los Desamparados. Salvador me invita a entrar y echar una oración. Entro con él y le acompaño. Echar una oración, me ha sonado lo mismo que "vamos a echar un trago". Salimos y nos paramos ante la puerta donde se reunían, y ahora también lo hacen de forma simbólica, los integrantes del Tribunal de Aguas.


Allí se dilucidaban todos los conflictos y el veredicto era inapelable. Lugo nos vamos acercando a la Catedral, con su miquelet (cuando me lo dice Salvador, me suena a “micalet”).


Salimos a una gran avenida, con exceso de circulación y desde donde se pueden apreciar otros edificios más modernos y que dan otro aspecto definitorio a la ciudad.














A un lado y otro de la avenida, se ve el Ajuntament, Correos, Plaza de Toros, Renfe-Adif, entre otros. En la última plaza ya me he despedido de Salvador, que declina mi invitación a tomar algo, por los problemas de salud que ya me ha explicado al inicio de nuestro precioso e impagable encuentro. Muy agradecido Salvador.


 Ahora estoy fotografiando los edificios que veo: El Miquelet de la Catedral, el Ayuntamiento,











la Plaza de Toros, la estación del ferrocarril y hacia allí me dirijo.

Unas horas con Elías por Valencia
Me cuesta encontrar el Coronel Tapioca “¿a ver si se ha ido a comer su sopa de tapioca?”, me digo para mis adentros. Poniéndose en el lugar donde hacen tope los trenes, puesto que es una estación en la que los convoyes entran y salen por el mismo lugar, Coronel Tapioca está en el edificio del lado derecho que, una vez aquí, dentro de la ciudad y perdida toda perspectiva, y a falta de más referencias, no se si es Norte, Sur, Este u Oeste. Está entrando por un bar y siguiendo un pasillo interior del edificio. No me parece un sitio muy comercial, es incómodo, con mucha gente de paso, pero habrá que saber si tiene clientela fiel y vende a los poco previsores que quieren llevar un regalo de recuerdo del viaje, decidido a última hora. “¡Corre, que se me escapa el tren!”, dirán a la dependienta. Yo he llegado puntual y no tengo por qué correr. Será Elías quien se retrasará un cuarto de hora, pero parece justificado ya que, a estas horas del mediodía, no es fácil encontrar lugar de aparcamiento en le capital. Cuando llega, ya me empezaba a poner nervioso. Nos saludamos y nos vamos a comer a un restaurante de diseño, en el que él ya ha estado comiendo un par de veces. Como el que invita soy yo, puesto que él está en paro y preparando y a punto de presentarse a oposiciones para un puesto de profesor de Historia, le digo si prefiere que vayamos a una marisquería, que sería una forma de hacer un extra, pero él no parece que esté muy habituado a marisco y cree que no va a disfrutar y, además, desconoce el lugar en que nos lo darían bueno. Dejamos el coche aparcado donde estaba, en el que hemos metido mi mochila grande, y nos vamos andando puesto que es temprano y tenemos tiempo de charla hasta las cuatro. A  las 16:30 h tiene que recoger a Naroa, su hija, a la salida del Liceo Francés. Elías está separado, y por  llevaría a su hija a un colegio público, pero su exmujer quiere que vaya allí, por ser el lugar donde ella estudió. Están en régimen de custodia compartida y esta semana le toca a él. Cuando Naroa está con la familia de su padre, es la única menor, mientras que, cuando está con su madre, tiene oportunidad de más primos con quienes relacionarse. Entramos a comer en Sen-Xerea y, al tener compañía, no recuerdo ni lo que comemos. No ha sido nada extraordinario. Pago 62,80 € con Visa y no dejo propina. Elías, como ha trabajado en hostelería, dice que procura dejar un 10 % para el servicio. Yo, si dejo algo, nunca es tanto, casi siempre algo simbólico. Considero que un empresario tiene que tener al personal bien pagado y no que esté a expensas de que le den o no propinas.

En busca de Naroa
Llegamos al Liceo con tiempo de sobra y tenemos que esperar porque no abren hasta las 16:20 h. Tardarán en salir algo más porque Elías no encuentra a su hija en el edificio habitual, puesto que estaba en clase de Gimnasia. Precisamente hoy en que quería llevarle antes a Música, para que no se perdiera la primera media hora. La de la puerta, que antes no nos ha dejado pasar, ahora está de charla con unos padres y, cuando acaba, me pongo a hablar con ella. Le pregunto a ver si es argelina y me responde que marroquí. “Marroquina”, me dice. Le hablo de mi viaje a las puertas del Teneré, al sur de Argelia, de mi viaje a Marruecos, de la diferencia de mentalidad entre los de Marrakech con respecto al resto de sus compatriotas; de la plaza de Djemá el F’ná, de la chica que decoraba sus manos y las de los turistas con gena y que, al anochecer, cambiaba su largo vestido, especie de chilaba, y se iba con minifalda y tanga a bailar a la discoteca, con su prima, que la acompañaba. Lo puedo asegurar porque bailé con las dos. Nos despedimos y se va. Regresa Elías y conozco a Naroa. La niña es muy guapa, pero se muestra distante. No mejorará nuestra relación hasta que lleguemos a casa de Rafael, su abuelo. Monta en la sillita que está acoplada en el asiento de atrás, como mis nietos; creo que es obligatorio hasta que cumpla 12 años y/o pase de un número determinado de kilos. Llevamos a Naroa a clase de Música, para lo cual han rehabilitado un antiguo colegio público que había quedado en desuso como tal. Nos sentamos en una terraza, desde donde se ve la parada del Metro de Godella; lugar que me conviene memorizar, porque será el lugar en que mañana lo cogeré para acercarme a Valencia. Él pide un granizado de café y yo un gin-tonic. Como estamos en un pueblo o, quizás, un barrio de Valencia, Burjassot, el coste con propina es de 5 €. Pago y hablamos de lo que le preocupa. Pronto van a celebrarse las oposiciones a Historia y lleva preparados bien 38 temas. Hay que tener la suerte de que, entre los 5 temas que salen, haya uno de los que lleva preparados para elegir. En estos momentos está cobrando algo del paro, pero será por poco tiempo. Cuando recogemos a Naroa tras su clase de música, ya empieza a hacer preguntas. Como he dicho a Elías que me gustaría saludar a su padre, vamos todos a su casa. Eleni, la mujer de Rafa, madre de Elías y abuela de Naroa, está en Donostia, atendiendo a su madre, Aurora. Eleni toca el arpa en la Orquesta de Valencia, pero tiene una lesión en las manos que le impide tocar el instrumento, que luego veré en la parte baja de la casa. Por esta lesión, está de baja. Ya le llegará el tiempo de jubilarse, pero deberá esperar todavía algún año más.

Recuperando a Rafael en su casa de Godella
Rafa sí está jubilado y no desaprovecha el tiempo. Me recibe con un abrazo y se le ve feliz con su nieta única. Naroa sabe embelesar a su abuelo, pero primero tiene que hacer los deberes, las tareas para hacer en casa, que trae del colegio, y los hace en compañía de su padre; luego se quedará con nosotros para que Elías pueda seguir preparando nuevos temas para la oposición en ciernes. Rafa siempre tenía ganas de estudiar y, ahora que tiene mucho tiempo libre, ha empezado a estudiar Filología hispánica. Pero quizás convendría decir de dónde me viene mi relación con Rafa, Eleni y Elías.

Rememorando a Aurora Bengoechea
Eleni tenía una hermana, Aurora, a la que conocía mi exmujer porque pintaban juntas en el estudio de Julián Ugarte, en Donostia-San Sebastián,  además de otras pintoras, como Belén Olaizola, por decir el nombre de otra amiga, también mía, y de cuya amistad me he apropiado en los últimos dos años en que hemos dibujado juntos en la Asociación Artística de Gipuzkoa. Resumiendo, Aurora era maestra, por sus cuadros de la lechera, sé que ejerció en Orio, fue a Londres, se casó con Andrew, volvieron a Euskadi, trabajó de maestra en Rentería, se volvieron a marchar a Londres, hizo su master allí, con una preciosa tesis final de carrera, de la que yo sólo he conocido retazos. Londres enlaza conmigo, porque yo también tengo viviendo a mi hermana Luchi allí; ambas sufrieron el impacto de esa gran ciudad que convierte lo individual en masa y que no todos pueden superar. Algunos lugares, como el Metro, se convierten en claustrofóbicos. Aurora y Eleni tienen a sus padres, Aurora y Tomás (fallecido hace unos pocos años), viviendo en Amara, así que Aurora visita periódicamente Donostia. También se le asigna un espacio en Arteleku, en Loiola, donde realiza obra de gran tamaño. Cuando está allí, le visitamos, vemos lo que está haciendo, cuando vuelvo a ver alguno de estos cuadros, me emociono por todo lo que remueve mis vísceras, y me recuerda la pérdida de la amiga. Casi siempre que viene de Londres a Donostia, nos visita; viene a nuestra casa y siempre es bien recibida, salimos al campo y le veo cómo coge apuntes, un árbol, una arboleda, una montaña. Aurora es una enamorada del paisaje, sus montañas abrazantes son un ejemplo, los elementos que plasma en ellos, que lo llenan de descripciones, es otro. A veces, como una forma de apropiarse de las palabras y sus significados, escribe los nombres de los animales, no vaya a ser que se nos olviden. Aurora y Andrew no consiguen tener familia, lo intentan, pero no es cuestión de sufrir para no obtener ningún resultado. Observo cómo Aurora mira a mis dos hijas. Envidia y aceptación. Unas navidades nos manda de Londres una felicitación en la que estamos la familia unida, no recuerdo si ella, como un Velazquez en Las Meninas, también se había incluido o no y, no tengo la pintura, así que no lo puedo comprobar. Quizás, el no tenerla delante, me permite fantasear y dar rienda suelta a lo que me va trayendo la memoria, probablemente, con alguno o muchos errores. Bueno, para acabar, Aurora sufrió un cáncer que nos la arrebató. Eleni, en Valencia, montó una galería, muy próxima al IVAM, donde tenía toda la obra de su hermana, menos la vendida. Aurora trabajó fuerte los últimos años y tiene una extensa obra. El IVAM, necesitaba espacio y Eleni tuvo que desalojar la galería. Todo sea en bien del Arte Moderno valenciano y foráneo. Ahora, toda la obra de Aurora Bengoechea está en Donostia-San Sebastián. Como no le demos el valor que se merece, a lo mejor nos la acaba quitando Palencia, donde nació.

Volviendo a Rafa
Siempre mi amistad con él, ha sido tangencial, siempre mediatizada por la amistad entre las amigas. Nuestras referencias, al menos las que yo recibía de Rafael, siempre me llegaban a través del filtro de estas voces femeninas. Por todo lo dicho, cuando Rafa me invita a cenar con ellos y a pasar la noche en su casa, lo acepto de inmediato. Me parece una oportunidad para recuperar al Rafa que nunca he conocido. Hablamos de mil cosas; de mi viaje, ¡cómo no!, de mi separación, de mis hijas, de mis nietos. Naroa ya conoce a los dos mayores. Julen y Lander, ha jugado con ellos en Donostia, en visita a sus bisabuelos, también conoce al tercero, Gari, cuyos balcones dan al mismo patio de manzana en Amara, pero que todavía no tiene más que un año. También él me habla de ellos. Elías tiene piso en Valencia pero esta semana, en que le toca estar con su hija, y por estar próximos los exámenes para la oposición, está en casa de su padre. Eleni tiene también allí parte de sus pertenencias, pero su piso está en Valencia. Así que “la familia está algo dispersa, ¿no?”, le digo. Así es. El futuro de Eleni parece que está más en Donostia. Tomás ya precisa la silla de ruedas, no puede caminar y, Aurora, su mujer, cada vez oye menos y se ven obligados a gritar para que entienda y, esa misma sordera, le va aislando cada vez más. A veces, hasta tiene algunos ramalazos agresivos, como revelándose por no haber hecho lo que hubiera querido hacer. Para más INRI, Eleni tiene otra tía, desatendida por su familia, hermana de Tomás, que vive en Madrid y a la que, de vez en cuando, se siente obligada a atender. “Hace de hermanita de la caridad”, me dice. ¡A ver si algo se normaliza! Lo único que se va a producir pronto, será el fallecimiento de Tomás. Al quedar la madre sola, venir a Donostia, Eleni o los dos, se va a convertir en algo habitual. En 2012 Aurora acepta ser ingresada en una residencia de ancianos y parece que está contenta. Alguna reforma en el baño del piso y así están las cosas ahora que escribo el blog en abril de 2013. Cuando entro en la casa veo algún cuadro de Aurora, que no está entre mis preferidos, pero que recupero con gusto. Cuando Naroa me lleva al piso de abajo, porque me quiere enseñar sus habilidades gimnásticas, veo el díptico que yo llamo de “los calvos”, que representa un hombre y una mujer desnudos, como dos santos aureolados en el paraíso y que Aurora llamó “El hueco”, que es como un tronco de árbol que une y separa, a la vez, a los dos personajes. Nada más verlo me entra la congoja, me resulta tan emotivo volverlo a ver que no puedo contener las lágrimas. Consigo que se me pase, me sueno los mocos y consigo centrar mi vista en la gimnasia que hace Naroa. Jugamos con un sofá colocando el respaldo como asiento y el asiento como respaldo. Yo también me sumo a hacer mi tabla de gimnasia de tonterías. Naroa se ríe; ya somos casi amigos. Aquí abajo también está la Batalla de San Romano, en versión exclusivamente pictórica, al óleo; luego veo la que más me gusta, con sus banderolas de tela y arpillera. Cuando fui a Londres, aproveché para ver el cuadro original de Paolo Uccello, del que el de Aurora es una versión.  El cuadro de La batalla de San Romano, en la Galería Nacional de Londres, está muy próximo al de La familia Arnolfini. Dos regalos en poco trecho. Hay más cuadros, pero ahora me fijo en dos montañas que se abrazan con lago, que me recuerdan la estancia de Aurora en Arteleku, donde le vi pintar. No será hasta que vuelva a subir, todavía con el impacto de los cuadros vistos abajo, cuando me doy cuenta de que, a la entrada, está La habitación azul o El mantel blanco, uno de sus bodegones más bonitos y me vuelvo a emocionar. Rafa me dice: “chico, qué sensible eres”, pero no me importa lo que digan, en mi viaje me permito y no reprimo mis emociones, es mi viaje, me doy permiso y me libero de falsos prejuicios.

Cena y velada en Godella
Elías baña a su hija. Como Rafa ya me ha ofrecido cena y cama, subo mis mochilas a la azotea, pero se me olvida poner a cargar el móvil y, aunque lo ponga a cargar por la mañana, no sé en qué enchufe lo hago, que no se me cargará bien. Todavía me faltan unos días para La velada en Benicarló, de Manuel Azaña. Elías se incorpora al grupo para cenar. Rafa tiene habilidades culinarias y ha preparado una Vichysoisse  muy rica y fresquita, que repito; luego ensalada con tomate y cebolla, un filete de fletán y algo de pollo. Cuatro gatos merodean por mis alrededores. No paramos de hablar. Me como el melocotón que, su abuelo, había pelado a Naroa y un paraguayo; todo me parece riquísimo. Rafa me ofrece un whisky pero, después del gin-tonic de esta tarde no quiero añadir más alcohol al cuerpo; él se toma uno y yo acabo el vino que quedaba en la botella. Tras la cena, Elías se quedará un ratito con nosotros. Se le ve enfadado, incluso algo agresivo. Su circunstancia laboral y familiar es como para desalentar a cualquiera. El diálogo con su padre es algo especial; lo achaco a esa situación, pero tampoco sé cómo es su relación habitual sin mediar este contexto actual. Se ve que quiere a su hija y la atiende y se preocupa de sus deberes, de su baño, de su cena… pero, en este momento todo el tiempo lo tendría que dedicar a preparar el temario, pues las fechas se le echan encima y, para colmo, le viene el Javi, al que debe atender. Confío en que no le haya robado mucho tiempo. En los tiempos en que Elías era un chavalín, fantaseo con que hubo cierto entendimiento entre nosotros; a lo mejor era una forma de engatusar al posible suegro, pues creo que Vera le atraía. Creo que hoy, se aprecian como amigos. Me gustaría que Elías superara esta situación; esta actitud no le favorece en nada. Nos despedimos y se va a leer un rato a su habitación y me quedo un rato más con Rafael. Hacia las once, como ya sé dónde voy a dormir, me dice donde me puedo asear y lavo la camiseta para que mañana esté seca y la cuelgo de una percha que pillo en el armario de Eleni y que, por la mañana, retornaré a su sitio. Me acuesto con la ventana abierta y con un antiinsectos enchufado en mi cabeza. No me levanto a orinar más que una vez.

Balance del día
Lo mejor, mi estancia con los Fernández. La recuperación de Rafael, conocer a Naroa y sentir empatía con la situación de Elías que, tampoco esta vez, conseguiría sacar las oposiciones. Es para desesperar al más pintado. Recuperar a Aurora, a través de la visión de alguno de sus cuadros, también me ha proporcionado emoción y, en lo material, una rica y agradable cena, con el colofón de una buena cama, tras cuatro noches de dormir en playa. También ha sido muy grato el paseo por Valencia con Salvador.

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