jueves, 18 de abril de 2013

Etapa 13 (191) Denia-Oliva

Etapa 13 (191) 10 de junio de 2009, miércoles.
Denia-Oliva.

Hoy también será etapa corta. Desde la playa del Camping Azul, donde dormiré, estoy viendo la última costa, desde el Cap Sant Antoni, por el que pasé anteayer, la Cova Tallada, el Barranc de l’Aiguadolç, toda la costa y playa de Les Rotes, el majestuoso Montgó y Denia.


Despedida del Mesón Patri y desayuno en El Senyoret. Dibujo el Castillo
Amanezco en la pensión mesón Patri. Me despierto a las siete, me levanto a orinar y me vuelvo a acostar; no me levanto definitivamente hasta las ocho. Recojo la ropa seca y la meto en la mochila y la cierro después de afeitarme con la máquina eléctrica Philips. Me ducho, seco y visto. Dejo la puerta del armario abierta para que sepan dónde está la colcha y las dos toallas pequeñas que no he utilizado. Compruebo que no me dejo nada y bajo. Saludo a la hija de Rosa, sorprendentemente rubia, en contraste con lo morena que es su madre, y al último huésped que me dice que ha venido a buscar trabajo. La hija está fregando, me despido y me voy a desayunar a El Senyoret, donde me atiende Tania, que alucina con mi viaje. Como tostada con tomate y muy bien aliñada con aceite por ella; sólo le añado un poco más de sal. Cuando bebo el café con leche, pago 2,50 € y salgo a dibujar. Está muy cerca el castillo, pero no me permite alejarme y coger bonita perspectiva. El muro hace panza, un árbol de mimosas no me deja ver gran parte de la muralla, se ven dos torretas de vigilancia y, a pesar de que yo estoy prácticamente contra el muro de la casa, que me sirve de apoyo, no me queda el dibujo desastroso que me temía, tiene hasta cierta gracia. Dibujo la mitad izquierda, van a dar las 9:30 h y como va a ser la hora de que abran la Biblioteca, enseño el dibujo sin terminar a Tania y hacia allí me dirijo.

Una hora en el ordenador de la Biblioteca
Explico al bibliotecario el camino que estoy haciendo y le digo que quiero usar Internet para ponerme al día con el correo electrónico. Estoy yo solo. Le pido que me sitúe en Google y así lo hace. Tengo mi correo de Kzgunea sobrepasado, pero sólo en alerta naranja.

Borro sin mirar todo lo de Elkar, Baketik, Amnistía Internacional, Foro Ciudadano Irunés, Orissa, El Aleph y contesto a Vera, Patxi Ramírez, a los primos de Moraira y al trio Dieter, Zuleman, Carmen, que me han mandado la foto que me sacaron en el puertecillo dels Balssetes, cerca de Benissa. Después de una hora, no me puedo despedir del responsable, porque no está a la vista. Voy al servicio, salgo de la Biblioteca y regreso para acabar el dibujo del Castillo. Lo termino, se lo enseño a Tania, y me voy hacia el puerto.

Últimas horas alicantinas
Pregunto a una pareja italiana y me dice que vaya por carretera, luego por paseo y, finalmente, iré por la orilla del mar. Caminaré más de una hora descalzo. Paro a un matrimonio que va en mi misma dirección y le pregunto por un lugar en que hay agua estancada, como si un río llegara a la playa y muriera sin desembocar en el mar. Me aseguran que esa agua se va renovando todos los días con la marea alta. A mí me sigue pareciendo estancada y putrefacta. Poco más adelante me encuentro con una madrileña, que pasea con Uli, una alemana, que hace esfuerzos por practicar español pero que, el valenciá, le confunde. Compartimos opiniones sobre temas varios, aunque coincidimos en lo fundamental: “hay que quererse a uno mismo para poder querer a los demás”. También hablamos de Babel y la confusión de lenguas y la riqueza cultural que aporta saber idiomas. Me encuentro con María Ángeles, una irunesa que vive cerca del Ayuntamiento de Irun, una amiga de A Coruña, y otra que no recuerdo de dónde me dice que es. Hablamos y les pregunto por playa nudista; la tercera, enseguida me dice que no saben, pero María Ángeles me dice que ella suele ir a Hendaia a hacer nudismo. Siguen adelante. Me acerco al espigón de rocas, para otear si, al otro lado, hay menos gente. Pero no, hay más, así que hago caso omiso de un matrimonio con dos hijas adultas que están en la orilla, me alejo un poco de ellos y, a distancia prudencial, descargo las mochilas, me desnudo y me doy un baño riquísimo. Tengo la suerte de que enseguida de salir del espigón, la arena baja y cubre enseguida, cosa rara en estos lares. Nado, regreso y vuelvo a nadar. Me sorprende ver a la familia tan pendiente para verme salir. Al fin, salgo del agua, y me seco sentado en una roca, donde soy tapado por otras más sobresalientes y la mochila grande. Las tres del grupo de la irunesa, vuelven por la orilla; parece que se van a acercar, pero pasan hacia la otra playa. Me seco, me visto y voy tras de ellas. En zona de posidonia, dos se van por el centro de la playa, con arena seca, y la otra continúa por la orilla; a ésta la perderé de vista y me despediré de irunesa y galega. Disfruto de una segunda hora descalzo por la arena y la orilla, algo que venía añorando en los últimos recorridos. Pero llega un río y, al otro lado, ya se ve playa de cantos rodados. Me decido a retroceder, pues veo muy lejos el puente y el acceso para llegar a la carretera está mucho más atrás. No veo el nombre del río y, después de pasar el puente, un pescador me dice que es el Girona. Voy un rato por la carretera pero, con la reverberación de los rayos solares, hace mucho calor. El viento me pega por detrás y, al no venir aire de cara, recibo la sensación de que falta el aire, así que, en la siguiente curva, decido volver a bajar a la playa que, aunque es de piedra, por la parte alta, el camino está muy bien apisonado por los coches, así que ando bien, aunque calzado. Llego a otro espigón y no veo a nadie desnudo. La siguiente playa sigue siendo de piedras pero, cerca de la orilla, hay mezcla de arena fina y grava que, yendo con cuidado, permite andar bien. En la siguiente hay una familia extensa y me dicen que hay un chiringuito potente en línea de playa. Continúo y encuentro a un matrimonio de Bilbao con bañador y, algo más lejos, otra pareja igual. Al fondo, una casa en construcción. El chico que está allí me parece del Norte, y acierto. Me dice que, un rato antes, había más gente desnuda pero que, de la casa, ha salido una mujer mayor amenazando. Mientras los que están se visten para marcharse, yo me desnudo y me baño. El agua sigue estando limpia y riquísima. Salgo del agua, hablamos, se van, extiendo la toalla y me tumbo al sol hasta secarme. Al poco rato, también se va el hombre que quedaba a un lado y, una vez seco, yo también me visto y me voy. Esta vez hacia la carretera y veo en el fondo de la playa a un chico desnudo, bajo la puerta abierta de su coche. Critico que esté tan lejos del agua, pero me parece que es de los países del Este, y creo que se entera poco de lo que le digo. Allí se queda. Salgo a la carretera y encuentro menú en el bar Mistral. Elijo para comer ensalada y tres filetes de lomo, entre frito y cocido, en salsa de piña, con patatas fritas y ½ rodaja de piña. Todo riquísimo. De postre, melón y descafeinado con leche. Todo por 8,50 €. Empiezo a escribir y me animo a un gin-tonic (3,50 €). Ya casi estoy en un punto intermedio entre las provincias de Alicante y Valencia. Han sido 12 días los que he tardado en bordear las costas alicantinas. Sin la propina de ayer, hubieran podido ser once. Me gustaría encontrar una playa en la que pueda estar desnudo y quedarme a dormir. Son las 17:15 h cuando dejo de escribir. Voy a ver si me dan agua.

Relación de playas nudistas de Valencia

Hacia Oliva. Entrando en la provincia de Valencia
En cuanto salgo al mar, la playa ya es de arena y así será hasta finalizar el día. Todo el camino que voy haciendo por la orilla tiene su correspondencia en casas hacia el interior, aunque no me da la impresión de que, por detrás de las que veo, haya más casas; es decir, parece que todas las construcciones están en primera línea de playa. Nada de esto favorece a la práctica de nudismo. El modelo de playa es propicio, con dunas por detrás, pero, al haber construcciones, algo que podía resultar salvaje, pierde todo su encanto. Llego a una zona en que tengo que atravesar un río. Pregunto a una chica, que viene de allí, si al otro lado ha visto gente desnuda, y me dice que no ha pasado del río. Encuentro un grupito de cuatro chicos y una chica, haciendo monerías. Ellos me parecen gays, pues está uno tumbado sobre otro, aunque están con bañador. Resulta más sorprendente que ver a la chica sentada sobre el quinto chico, que también parece tener pluma. El que queda desparejado, me dice que debo retroceder para ir a la zona nudista y es cuando le cuento el espolio que ha armado la señora mayor que ha hecho que todo el mundo se vaya en desbandada. Lo que les cuento, les hace gracia. Me dice: “Si sigues más adelante, no encontrarás nada, si estás buscando un rabo”. Le digo que quiero estar desnudo con otra gente que esté igual que yo y que nadie vaya a llamarme la atención. La chica comparte mi opinión. El chico que está sobre el amigo, se levanta para ver mi lista de playas nudistas, pero no sabe decirme dónde está Aiguablanca. Lo que sí sabe es que, después del hotel del Golf, hay alguna, aunque el nombre no lo retengo. Después de andar uno o dos kilómetros, tengo que cruzar otro río, menos caudaloso, pero que trae algo de agua al mar. Una pareja que no hace nudismo pero que tiene el bañador por debajo de la raja del culo, con intención, me dice que no sabe, pero que más adelante hay una posibilidad. Sabiendo que los golfs suelen ser lugares adecuados para el nudismo, me voy animando.

Valencia. Oliva. Camping Azul. Marta y Raúl
Llego a la playa que corresponde a un camping y encuentro a Marta y Raúl, de Logroño, que están acampados allí, en el Camping Azul, que ya corresponde al municipio de Oliva. Podría formar parte de la playa nudista de Vedat o D’Aigua Blanca. Yo, como ellos, también me desnudo. Tienen a Roco, un perro de rizos pero con el pelo recién recortado, al que le han dejado algo en la cola, como si fuera una cola rastafari y que, por el nombre, me hace pensar en Rouco Varela, al que me gustaría nombraran próximo sumo pontífice (acaba de cesar Benedicto y le ha sucedido un argentino plateado. ¡No ha habido suerte, Rouco!). Al perro, todo el tiempo le llamaré Rouco. De momento, estamos sólo los tres desnudos, el perro también, pero yo me coloco a prudente distancia. Ha llegado un ciclista y, en bañador, se ha ido al agua, pero le está costando meterse; sólo cuando me ve entrar a mí, se decide a hacer lo mismo. Llego con decisión, me tiro al agua y doy unas brazadas sin respirar. Luego, cuando se decide, él estará mucho más tiempo que yo dentro del agua. Pero, antes de meterme en el agua, ya estoy hablando con la pareja. Son de la propia capital riojana. Me dicen que me acerque, que ellos ya tienen tiempo de sobra para hacerse sus cositas y carantoñas. Acerco mis mochias y es cuando me he ido a dar el baño. Pero ellos no se bañan. Les cuento anécdotas de mi viaje. Me dicen que pertenecen a un Club de gente que tiene furgoneta de similar característica que la suya y que se suelen juntar para hacer una reunión anual. Están buscando un aparcamiento gratuito para furgonetas y la referencia que tenían era el Camping Azul; parece que han cometido un error, porque el gratuito debe ser el anterior, hacia Denia. Querían haberse ahorrado los 24 euros que les ha costado pernoctar aquí. Hablando con Marta y Raúl, ya tomo la decisión de quedarme a dormir aquí, en la playa, en primera zona de dunas, una vez que se acaba el camping. Raúl va a buscar a Rouco para darle un garbeo por la playa y le acompaño al camping. Pregunto al responsable del bar si dan cenas y me responde que sólo los fines de semana y que, desde la próxima semana, empezarán a dar a diario. Así que, sin consultar con Marta, Raúl me invita a cenar con ellos esta noche. Lo acepto y al volver a la playa se lo dice a ella y le parece bien. OK. Me ha dado un vaso de vino y ha cogido una cerveza para él y otra con limón para Marta. Se bebe la cerveza y se va con Rouco por la orilla, hacia Denia. Le va tirando cosas y, aunque no llegan al agua, al perro le encanta frenarse en seco en la arena y lanzarse con el trofeo al agua. Yo me quedo charlando con Marta. Hablamos de hijos. Ellos, aunque llevan un porrón de años de relación, y diez años casados, no tienen hijos pero, ni ella ni él hablan de tenerlos. Es un tema que tienen sin resolver pero, cuando alguna vez ella saca el tema de hijos, él cambia de tema. Por otro lado, Marta se siente insegura y cree que, tome la decisión que tome, a la larga se arrepentirá. La encuentro muy fatalista y se lo digo. “Ninguno de los dos somos muy chiquilleros”, me dice, pero ella menos que Raúl.

Cuando vuelve él con el perro, Marta se va a duchar al camping. Rouco, Raúl y yo nos quedamos solos, pero no saco el tema. Cuando Raúl demora tirarle el palo, Rouco me mira para ver si me engatusa y lo hago yo. Yo, que soy poco amigo de perros, se lo tiraré lejos varias veces. Raúl me hace demostraciones de su talento educador canino. “Quieto”, le dice; y Rouco se para. “A echar” y se tumba. Cuando no lo hace, él lo retiene en su postura. Me parece buen domesticador de perros; “podría ser buen educador de hijos”, pienso. Pasado un tiempo prudencial volvemos a la furgoneta y, mientras, él se ducha, yo me quedo con Marta. He traído mi equipaje conmigo y luego ya lo volveré a llevar a la playa. Me pone otro vino y abre una lata de mejillones en escabeche, de marca, para mí, desconocida (¿Noly?) y de un tamaño más grande que los que yo suelo comprar. Untamos pan y dejamos alguno para cuando Raúl salga de la ducha. Sólo tienen dos sillas plegables y, de momento, yo ocupo una. Son Quechua, para variar, Marta cree que de Decathlon. Dice: “es un negocio muy bien montado”. Las sillas son muy cómodas. Raúl se encarga de freír las setas y, aunque pone que son de cardo, a él le parece que no lo son. A mi me recuerdan las de cultivo artificial en bloques. Como una oreja. Marta ha partido el jamón que traían envasado al vacío y, con cuatro huevos, sale un revuelto buenísimo. Marta distribuye la verdura: lechuga, escarola, canónigos, etc. y la aliñamos entre los dos. Ella no se echa vinagre. Me dan otro vinillo y un poco de chocolate. Ha sido una cena exquisita que me ha sabido a gloria, después de que ya me estaba haciendo a la idea de que esta noche no iba a cenar. Hemos hablado de sus trabajos. Ella hace de limpiadora a media jornada y le va bien. No se mata. El nivel de exigencia no es alto. Él trabaja en una empresa que se dedica a mantenimiento y tiene ocupación de sobra. No cree que a su empresa le vaya a afectar la crisis, pero él, hace unos meses, estaba en paro. Hablamos de los Eres y de lo poco seria que es esta crisis; cada vez se trabaja más en negro. La gente, acostumbrada a tenerlas, no se resigna a perder las vacaciones que ha disfrutado los años anteriores. Hablamos del cambio de dirección, por la coyuntura de mayo en la hostelería, de los índices de paro. Raúl saca foto y le doy e-mail, pero nunca sabré nada de ellos. Les cuento mi aventura con Lena y que ellos podrán participar de algo similar. Uno es agradecido. Si vienen a mi casa, el mayor inconveniente será Rouco. Les hablo de Rota, de Valdelagrana y el riesgo de ser arrollado por una cribadora por dormir en la playa, y de mil cosas más. A Marta ya le había contado la aventura de Geli y Jose Martin, pero el tema de niños, ni sale, ni lo saco. Si Marta hubiera querido, ha tenido ocasión de hacerlo, teniendo un interlocutor neutral, ¿neutral?  Raúl lía un porrito y hablamos de fumar o no fumar. Poco después de las diez y media, me marcho a dormir a la playa.

Durmiendo en la duna
Cuando llego a la duna, veo que en el sitio que había pensado para dormir, hay unas chancletas; algo más lejos, veo la brasa de un cigarrillo que enrojece al ser aspirado. Hago un gesto, una señal, para que sepa, el que sea, que estoy durmiendo en este lugar.

Balance de la jornada
Otro día en que no he caminado mucho, con la satisfacción de que se acabó Alicante y que ya estoy en Valencia. Las playas han mejorado y, aunque sigo preocupado por el nudismo, cada vez me preocupo menos si la playa es o no es nudista; ya he empezado a bañarme en cualquier parte, pero con miramiento. Bien atendido en el desayuno y en la comida. Un aceptable dibujo del castillo de Denia y un buen colofón con la invitación a cenar de Marta y Raúl. Hasta he jugado con Rouco.

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