lunes, 22 de abril de 2013

Etapa 15 (193) Piles-Playa de L'Ahuir

Etapa 15 (193) 12 de junio de 2009, viernes.
Piles-Miramar-Gandía-Grao-Playa de L’Ahuir.

Despedida del albergue
Me despierto a las 6:30 h y abro mi ventana para dejar entrar al sol, que está a punto del amanecer por el horizonte. Voy a cagar y cago muy poquito; parece que me estoy regulando. Me afeito y lavo. Mientras veo cómo sale el sol, el guarda de noche riega las plantas y la hierba; es la mejor hora, antes de que empiece a calentar. Reorganizo mi mochila y dejo la habitación tal como me la encontré ayer. Bajo a recepción; llamo al que riega, le devuelvo la llave y recupero el carnet de alberguista y  los 5 € que ayer dejé en depósito.

Paseo matutino por la orilla del mar
Salgo por el paseo, hasta que veo que éste casi se acaba, me descalzo y bajo a la orilla del mar. Por las suaves olas rompientes, acabaré llegando a Gandía. Pero no me quiero adelantar. Nada más acabar Piles, me encuentro un pequeño río que, al fondo, me parece estar tapiado, pero que llega con agua; compruebo que se trata de una pequeña compuerta. Pregunto a dos mujeres que pasean; una de ellas lleva una especie de entre faldita y vestido amarillo, de gran revuelo, similar al de la señora que ayer, en Oliva, me dijo el nombre de Aigua Blanca, y me dicen que el sistema que emplean allí los barquitos es el de arrastre, pero no recogen pescaditos, sino coquinas. Ellas también las suelen coger en la orilla, “¡son tan ricas!”, me dicen, “¡es un vicio!”. Las dejo atrás y sigo por la orilla. Más adelante, después de que la cribadora haya hecho varias pasadas por la playa, un chico, con un pequeño, ¿se le puede llamar todoterreno?, Kubota, recoge lo que la cribadora no ha podido retener, como papeles, plásticos, y otros desperdicios varios.

Hacia el río Serpis. Alegrías y pesares de Marisol
Antes de terminar Miramar, Marisol llega a la playa, se descalza y acerca a la orilla; compruebo que lleva buen paso y acelero para alcanzarla; la abordo con el protocolo que acostumbro: “¿vas con tus pensamientos, prefieres ir sola o acompañada?” Marisol es gallega, de Ourense; no se considera tan consumista como otras, mira y remira lo que compra, pero luego va a ir al mercadillo que, para ella, es como un día de excursión. Está de vacaciones con su marido y su hija divorciada, que también ha venido con sus dos hijas, sus nietas. Es algo que Marisol no ha superado, porque quería a su yerno y no se explica su comportamiento: tres años con dos mujeres y nadie sospechaba nada. Ahora la pequeña tiene tres años. Su hija se enteró de la bigamia de su esposo estando embarazada de la segunda niña. Comprende el enamoramiento, pero no perdona el engaño. Marisol prefiere charlar, porque el ensimismamiento le lleva siempre al mismo tema, a pensamientos negativos, y a crearse más problemas. Le recomiendo el ejercicio de planteamientos positivos. Ella, a su vez, me recomienda Ourense, con su catedral, sus chorros de agua caliente y sus termas (las conoceré en 2010 y tiene toda la razón) a la vera del Miño. Hay termas privadas y públicas gratuitas. Me dice que los chorros que salen en la ciudad, siempre están a la misma y elevada temperatura. Llegamos a la desembocadura del Serpis y nos damos un beso de despedida.

Por el río Serpis a Gandía
Elimino la arena, lavándome los pies en una fuente que está junto al puesto de Cruz Roja, y tiro río arriba. Un señor, que orina tras un seto, como yo acabo de hacer detrás del puesto de Cruz Roja, me dice que nunca ha pasado, por allí, al otro lado y que, por tanto, no sabe si hay puente, ni dónde. Dos perruchos me ladran y no acabo de ver el río, tan tapado está por vegetación propia de marisma y por un gran cañaveral. Arriba aparece una fábrica de molido de arroz que ya quedó obsoleta y que, con su alta chimenea, se me presenta como un monumento en el paisaje. Monumento muy diferente a la Torre vigía de Piles o a la chimenea de la Esmaltería de Errenteria. Pasaré más cerca de ella.










Es, pasando el puente, donde me entero de  que el río se llama Serpis y es cuando dudo si continuar hacia Gandía, que está a dos o tres kilómetros hacia el interior, o tirar hacia el mar, hacia Grau, que es la zona costera de Gandía. El nombre de Grau también me trae recuerdos familiares y laborales. Una tía monja que estaba en un convento en Graus (Huesca) y el grau, que es una medida de capacidad, equivalente a doce docenas de algo y que, en mi trabajo, era como nos mandaban grandes cajas de preservativos que, junto a las jeringuillas, e instrucciones embolsábamos y sellábamos en un kit. Cuando llegue a Garraf, me acordaré de “Surt el rollo”. Algunos, que no se podían reciclar por quedar sus lotes obsoletos, y que me traía a casa, servían para el chiste: “a mi, por falta de uso, se me caducan los preservativos”.
Gandía, ciudad de interior.
Dibujando el Ayuntamiento
Decido que al mar, hacia Grau, ya bajaré después. Subiendo hacia Gandía, un chico madrileño me menciona el palacio de los Borgia, como algo interesante para visitar. ¡A ver si veo a Lucrecia y no me echa vitriolo! Le doy envidia con el viaje que estoy haciendo, conoce de qué va el contrato de relevo y sabe que, lo habitual, es trabajar el 15% de los cinco años todo seguido, aunque también conoce excepciones a la regla. Veo un conjunto de olmos, con las hojas como quemadas o de roña; comento con un hombre sobre la enfermedad que los exterminó en algunas zonas, pero él me responde que éstos están así porque no los han sulfatado. Otro chico me da claves para llegar, pasando por el Convento de las Clarisas. Veo el patio del palacio de los Borgia y saco foto, acompañado por dos hombres muy amables, ambos sordomudos, que me llevan ante la maqueta del palacio. Es un edificio que en su fachada exterior resulta muy soso y que tiene mejor aspecto en sus fachadas interiores. Lo fotografío en su patio interior con escalinata de acceso. Son las 9:20 h y no lo abren hasta las diez. 

Por el Ayuntamiento, llego a la plaza de la Colegiata, cuyo edificio está en obras y con andamios y me siento a desayunar en la terraza del Bar Plaza, donde como tostadas con tomate, sal y aceite, muy bien dosificadas, y tostadas con mantequilla y mermelada, por 3,90 €, que serán 4 € con la propina. El café con leche es grande. Después de sentarme, me he cambiado de lado para que no me diera el sol que, ahora, me lo vuelve a tapar un ciprés, aunque me volverá a molestar.
















Tras escribir, son las 10:30 h y voy a tratar de dibujar el Ayuntamiento, desde donde estoy. Unas mujeres gitanas que, con su voz chillona habitual, se han sentado en el pretil del jardín, dan colorido y sonido al entorno; también hay dos hombres y una chavalilla, que parecen de la misma etnia. Mientras estoy dibujando, se irán.

Las camareras van viendo evolucionar mi dibujo y se entusiasman, aunque falta la mitad. Ya se lo enseñaré cuando lo acabe. Terminado y enseñado, voy al retrete a orinar, pido agua y un camarero me recomienda salir por detrás del Ayuntamiento e ir bajando, rotonda tras rotonda, hasta el Grau y la playa. En definitiva, por el mismo camino que he traído al venir. ¡A ver si llego bien a la playa nudista de L’Ahuir! Unos dicen que toda la playa tiene ese nombre, pero otros dicen que se llama playa Venecia. Es una pena que no se pueda visitar, por las obras, ni la iglesia, ni el claustro de la Colegiata. Me despido de los camareros del Plaza y voy bajando hacia Grau.
Bajando hacia Grau y la playa
En la primera rotonda veo un gran magnolio con tres troncos. En el paseo, pregunto sobre la fábrica con chimenea que he visto al subir y es cuando me dicen que era donde se molía y se secaba la harina de arroz pero, al escribir, dudo si no sería donde se dejaba limpio el grano. Pasando por lugares conocidos, cruzo la carretera y entro en Grau. Paso otro río, que acabará convirtiéndose en puerto, y que ahora ya no es el Serpis, sino el río San Nicolás; una señora que trae muchas bolsas, me dice que recibe el mismo nombre que la iglesia; lo más probable es que sea a la inversa, que la iglesia se llame como el río.




Ya estoy en el puerto de Gandía, en Grau, con una torre y una especie de hangares con cubierta semicircular que, no sé si porque ya me han hablado de los Borgia y de la playa Venecia, me hace recordar algunos puertos de estilo veneciano y algo de la catedral de  San Marcos  en Venecia. Salgo a paseo marítimo que discurre sobre la playa y me viene el apretón, justo en un lugar en que está una mujer que pudiera parecer guardesa de urinarios y, en efecto, de eso se trata. Bajo y entro a cagar y sale algo ligeramente ligero que no me asusta y se me apaga la luz en plena faena que, tampoco me asusta, pero que es una faena. El interruptor está por fuera y es general, así que lo comento con la encargada y comparte mi disgusto, comprendiendo que la ubicación del interruptor no es la correcta. Un señor me dice que la zona nudista está al final de la playa, a unos 3 km. Sigo paseando sin preocuparme mucho. La playa es anchísima, pero los bañistas se concentran en la orilla, como es natural. Supongo que, en pleno verano, estará más a tope. Hay algunos que se colocan junto al paseo, a la sombra de las palmeras. Pregunto a unos chicos y me dicen que, en cuanto se acabe la zona donde hay construcciones, ya no tendré ningún chiringuito para comer.

Grau de Gandía: La Morenita
Después de entrar en un restaurante en el que no cogían tarjeta, a las 13:15 h entro en el Restaurante La Morenita, donde ofrecen menú de 10 € y elijo: pisto campero, que es una mezcla de ensaladilla más ligera con los ingredientes del gazpacho más patata cocida; tiene pimiento, huevo duro, pepino y mahonesa; son todo trocitos sin triturar; dos huevos fritos con puntillas rizadas y doradas, con patatas fritas, natillas y descafeinado cortado. El café lo subirá a 11,20 €, que pago con tarjeta. El camarero que me ha servido es de la tierra, hay otro que es sudamericano y en la barra está la hija del dueño, aunque le encuentro rasgos como si fuera de los países del Este. Pudiera ser por parte de madre, porque el padre es de Andujar. El aceite lo trae de allí. Mi camarero es el primer día que trabaja en La Morenita, tiene tic nervioso en los ojos y dice que no está aquí por casualidad, que la suerte no existe y que bien que se ha movido para lograr este trabajo. Me da el bolígrafo para firmar y, como una acción refleja, me lo guardo; él se encarga de reclamármelo. Ya ha apreciado mi dibujo del Ayuntamiento de Gandía y me ha visto escribiendo el diario, así que cuando le enseño mi Boli, ve AGA, y le pido que diga lo que esas siglas significan para él; dice: Academia General de Autores. “¡Bravo por tu imaginación! Casi aciertas el pleno”. Le digo que “del Aire”. Mientras en la tele, Arguiñano ha presentado un postre: un castillo de melón. Hoy le hago poco caso. Me despido y me voy.

Playa nudista de l’Ahuir. Paco
Salgo hacia la zona nudista. Hace tiempo que ya han desaparecido las casas y empezado las dunas del fondo, pero sigue llena de textiles. Por fin, aparecen las primeras personas desnudas. Y me coloco hacia la mitad, entre los dos carteles que enmarcan la zona. El marcaje invita a confusión ya que, en ambos postes y en los dos lados, Norte y Sur, pone: “A partir de aquí comienza la zona nudista” lo que, interpretando lo que dice, y no desdice la realidad de la legislación del país, toda la playa entre el río San Nicolás y el siguiente río hacia el Norte, sería nudista. Lo pone en tres idiomas: valenciá, castellá e inglesá. Cuando llego al lugar elegido, dejo todo en la arena y, sin sacar toalla ni pareo, me voy directo al agua. Cuando llego a la orilla, está entrando a la vez que yo, pero con mucha indecisión, Paco. La forma de entrar en conversación con él me la ofrece su espalda quemada; es normal que entre con más miramiento ya que, al estar tan caliente su cuerpo, el contraste con la temperatura del agua es mayor. Está muy moreno y, quizás por confiar en ello, se ha expuesto al sol más de lo debido, sin protección solar, y se ha puesto de un rojo ardiente. Se sumerge ligeramente y hablamos; “un descuido”, me dice. Como cubre poco, la conversación se produce estando él de pie y yo sumergido y/o haciendo la plancha. Una conversación que no se desarrolla en plano de igualdad, pues él está en pose de superior y yo de inferior aunque, a veces, cuando Paco se sumerge, se iguala. Le doy envidia, porque él, en su juventud, recorrió mucho mundo; Paco es un hombre experimentado, pero me dice: “yo no dormiría en la playa”. Es probable que este temor se deba a su experiencia laboral, como técnico en temas de maltrato y tras haber participado en investigaciones de casos de asesinatos. Está de vacaciones en Gandía con su mujer, los hijos y los suegros y, este rato en la playa, es su tiempo de expansión. Se va pronto porque tiene que ir a comer con ellos. Al llegar, me he puesto un poco arriba de la playa, casi a la altura de Silvia y David, pero cuando se va el madrileño, Paco, cojo mis bártulos y me acerco más hacia la orilla, pongo la espalda en el lado del mar, de forma que me sirva de apoyo para estar mirando hacia la duna y el sol, zona en la que empiezo a percibir cierto trasiego que me parece de tipo homosexual.

L’Ahuir. Trasiego en la duna
Nudistas que se asoman y vuelven hacia el interior y paseantes que entran y salen; muy pocos salen a bañarse al mar y los que salen, lo hacen muy de vez en cuando. Tras el costoso dibujo del ayuntamiento de esta mañana, ahora no me apetece dibujar; lo que veo no me motiva. Me divierte más observar. Cerca de mí, en la orilla, se coloca una pareja con algo de pluma, uno se desnuda y el otro no. Tras pasar un rato juntos, el nudista se pone el bañador y se encamina hacia la duna; tardará bastante en volver. Un chico llega solo y se coloca hacia la duna, cerca de la ducha, de tal forma que, todos los que se van a duchar, lo pueden ver de cerca al pasar; de lejos, parece joven, sin un gramo de grasa y muy moreno. Un mayorcete, que se quita el bañador al llegar, luce su blanco culete y se acerca a la duna, merodea, va cogiendo confianza y se decide a penetrar en ella; luego sale y se demora en la ducha, sin dejar de observar el panorama; lo mismo que yo. Otro chico joven, con pantalón blanco, ha visto al joven y se acerca a la ducha. Se desnuda y empieza a ducharse sin dejar de mirar; cuando se vuelve para mostrar su culete (aunque el otro, impertérrito ni le mira), le suena el móvil (¡qué oportuno!). Suspende su ducha, habla por teléfono, termina y la vuelve a retomar. Mira y remira al otro (desde donde estoy no sé si hay o no algún intercambio de palabras) y se va desnudo a la duna, quedándose en zona visible. Cerca hay otro desnudo, pero con camiseta, “¿será la alternativa?”, me digo. Parece que el primero se inquieta, pues el chaval ni se inmuta, desaparece y aparece… Al cabo de un rato, el joven que tomaba el sol junta a la ducha, se empieza a vestir. Parece que se va a marchar. Para vestirse, decide una estrategia errónea, pues trata de ponerse calzoncillo y pantalón a la vez y le cuesta conseguirlo, luego embute su torso en camiseta amarilla, muy a propósito para resaltar su morenez. Ha estado fumando muchísimo y, cuando ya creo que se va a ir andando por la playa y que me voy a poder olvidar de él, me doy cuenta de que está en la duna hablando con el otro. Parece que se han puesto de acuerdo y desaparecen duna adentro. Cuando se van Silvia y David, le veo de nuevo solo, algo más desplazado de la ducha y, ahora, se pone primero el calzoncillo, luego el pantalón (lo de ponerse los dos al unísono lo deberá perfeccionar) y se va. Esta vez, ya definitivamente. Durante la tarde, otra parejita homosexual, se toqueteaba, se ponía uno sobre el otro, le pasaba la mano por pies y muslos y, en el agua, abracitos y besitos. En este caso, parece que son parejita, pero nunca se sabe si lo que buscan es atraer a un tercero, para formar un trío o, simplemente, provocar una reacción en el que mira cercano al que, con sus acciones, intentan invitar. A veces, estas parejas, tienen un compromiso de fidelidad muy especial.

L’Ahuir. Silvia y David
La gente se va marchando de la playa. En la zona que me gustaría dormir, hay un gordito como si estuviera en fase de adelgazamiento y cuya grasa todavía no hubiera sido absorbida ni reemplazada por la perdida musculatura; da la sensación de deformidad; está con otro chico que es muy blanquito, con una llamativa sombrilla de color naranja. Serán los últimos de la zona que se irán. El gay nudista que está con el textil cerca, en la orilla, ya ha vuelto, pero no me apetece preguntarles a ellos, ni desvelarles mi deseo de dormir en esta playa, como antes he comentado con Paco, y decido acercarme a la pareja que estoy viendo casi toda la tarde muy cerca de mí. Silvia y David, llevan unos años viviendo juntos pero  no tienen intención de casarse, ni piensan en niños. Están muy bien así y, si deciden otra cosa, todo se podría fastidiar. David es de Portugalete. Les gusta lo que hago y mis dibujos, pero no me pueden ayudar a elegir la mejor zona de la playa para dormir. Les recomiendo que, si piensan tener hijos, no demoren la decisión. Últimamente se ven muchos padres que parecen abuelos. Se va haciendo tarde, y se van.

Anochecer solitario en L’Ahuir
Finalmente me voy quedando solo en la zona. Un hombre con un pequeño macuto se pasea por la orilla, aunque tengo la impresión de que no está solo, sino que pertenece a un grupo que se encuentra más al Sur. Es la última persona que veo desnuda y, tras seis u ocho paseos a vera del mar, también se va. Cuando ya sólo queda alguna gente de paso, de los que hacen su caminada tardía, antes o tras una cena temprana, voy llevando mi equipaje hacia la zona de duna en que he decidido dormir. Me acerco pues a los últimos bañistas que están próximos a la duna y que, finalmente se han bañado. El blanquito se ha demorado en la ducha y cuando ya se ha vestido, al igual que el que fue gordito y ahora está en fase de recogimiento de carnes, veo que se van hacia Gandía, agarrados de los hombros, como sujetándose uno al otro. Me acerco al lugar que han dejado y allí está la explicación: un montón de cubos de hielo tirados en la arena de la duna; es muy probable que se hayan puesto como mirlos de todo el alcohol que se han metido al coleto. Mejor que como mirlos (que no creo que se emborrachen), se puede decir que se han puesto hasta el culo de alcohol. Les veo cómo se van, dando tumbos y ahora, ya definitivamente, puedo considerarme solo en la playa. El sitio que he elegido en la duna es el que considero más protegido, con las mejores medidas de seguridad. Toda la zona es de dunas, pero en un espacio de unos cincuenta metros, se observa, en los dos extremos, un espacio protegido, como una especie de corralito, que preserva algún tipo de planta dunar. Elijo el corralito del Norte y sitúo la colchoneta de forma que la cabecera está en el Norte, para lo cual he alisado el suelo. Desde arriba, veo aparecer por la orilla una pareja; él desnudo y ella con sudadera pero con las tetas al aire; se sacan fotos. Vienen abrazados, se acercan a la duna y se vuelven al lugar de donde venían. Luego retornan con su ropa y se pierden por el interior de la duna. En cuanto se van, extiendo el saco donde ya os he dicho. He elegido ese lugar porque, al estar el corralito sobresaliendo hacia la playa, mi parte de duna queda algo retranqueada hacia el interior y, si pasa la cribadora o el camión recolector de basura, no me podrá llevar por delante. Son medidas que trato de tener en cuenta siempre que puedo y cuando llego al lugar de dormir con tiempo suficiente. La contaminación lumínica se sitúa principalmente hacia Grao y Gandía, pero algo también hacia Xeraco, aunque en menor medida, y es la zona urbana más próxima. El sol ha desaparecido tras el Montdúver, que es la gran montaña que fotografié cuando, anoche, visité la Torre de Piles. Esta información me la dará mañana Enrique. La luna está en la fase que yo llamo “rugby menguante”, pero todavía alumbra mucho. La noche es limpia, estrellada y la Osa Mayor pesa sobre mi cabeza y, como siempre que la veo, me da seguridad. Hago un repaso del estado de mis pies: Las dos uñas siguen moradas; la herida producida por las otras sandalias, en la parte interior del talón izquierdo, ya está curada, pero todavía la piel no ha engrosado lo suficiente. La herida del empeine también está curada, aunque todavía no se me ha caído la postilla. Sólo se abre y se cierra, la herida del talón. Me doy masaje de Aloe-Vera en los pies, con especial intensidad en el talón todavía herido y para las 21:30 h ya estoy dentro del saco de dormir. Dos pescadores de orilla me ven de lejos y, del resto, pasaré desapercibido. Paco me ha hablado de maratones y medio maratón; espero que su espalda quemada y las preocupaciones le dejen dormir.

Balance del día
Ha sido bonito el encuentro mañanero con Marisol a la que he deseado pensamientos positivos. La visita cultural a Gandía ha resultado más pobre que lo que debiera haber sido. Era muy temprano para ver a los Borgia, la burguesía se levanta tarde; y había demasiada barrera, demasiado andamio, para ver la Colegiata; al menos he sido bien atendido en la terraza del Plaza, desayunado bien y dibujado algo menos bien. Lo he pasado chupi en la playa nudista de L’Ahuir; me he divertido observando el panorama de la duna, sin ver casi nada, pero dando rienda suelta a la imaginación y he estado a gusto charlando con el madrileño Paco, con una profesión que le hace ver el mundo como algo más peligroso de lo que me dice mi experiencia viajera y, más tarde con Silvia y David que es de donde está “el mejor puente colgante”.

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