miércoles, 24 de abril de 2013

Etapa 17 (195) Playa de San Lorenzo-Playa de La Devesa

Etapa 17 (195) 14 de junio de 2009, domingo.
Playa de San Lorenzo-Les Palmeres-Playa de La Devesa-(Hotel Sidi Saler)-Playa de La Devesa.

Amanecer en platja San Lorenzo (Cullera)
He dormido bien, con una orinada fuera del saco, no demasiado frío, me despierto a las 6:30 h. Recojo el material y a las siete me estoy bañando. Pasa un hombre y me hace un gesto de “¡Qué valor!”. Me seco paseando por la orilla.

Un hombre aparece por la duna y continúa paseando hacia Mareny; cuando se está acercando a la orilla y yo le voy dando alcance, se vuelve hacia la duna. Una oportunidad perdida. Veo pasar un coche por el fondo y luego otro sobre mi duna, pero yo ya tengo todo recogido en otro sitio. Me visto y empiezo a caminar por la orilla.

Les Palmeres. Desayuno en Pizaria Jacqui
Me encuentro con el hombre que me ha visto antes, cuando me bañaba. Ahora ya está de vuelta. Paso un río por un puente de madera pintado de marrón. Encuentro un aparejo de pesca; lo ofrezco a una pareja y me lo rechazan; no son pescadores. Se lo doy al primer pescador que veo; me dice: “me puede valer”; imita la forma de un pez, tiene el cuerpo jaspeado y la cabeza naranja, pero le falta una aleta y, cuando esté en el agua hará un giro desigual. Alguno de los paseantes de orilla saludan y otros no.

Una señora, a la que paro frente a una casa sorprendente, me dice que se la ha construido un arquitecto para su propio uso, “es admirador de Gaudí”, me añade, circunstancia que se aprecia en las líneas, aunque de una fachada más austera. ¡Bravo por el arquitecto caprichoso! Cuando llego a Les Palmeres, están terminando de montar la terraza del Jacqui. Encuentro grifo para quitar la arena de los pies, pero sin agua; un señor sordomudo me hace comprender, dónde hay otra fuente fuera de la playa. Me resulta más cómoda que la primera, me acerco a la terraza y elijo mesa y sombrilla. Doy mi móvil para cargar y el dueño pone mala cara. Justo antes de sentarme, junto al pretil, hablo con Luis, estudiante de enfermería, que me da razón científica del valor diurético de las pipas de calabaza; “es un vasodilatador”, me dice, “y permite que se abra más el esfínter de la uretra”. Javi está algo “mamao”, Raúl, que no se cree mi viaje, Álvaro (“con v”, me dice) y Belén que, parece, son parejita. Dicen: “vamos a la playa nudista”. No los veré por allí. No apunto lo que desayuné y ahora ni me acuerdo. Sólo sé que tomo dos tónicas tras el desayuno y que pago (4,30 + 3,20 = 7,50 €). Los hielos sobrantes y los trozos de limón, van a mi recipiente de tapa verde. Cago copioso y consistente y no me puedo afeitar por falta de enchufe en el servicio. Escribo. Son las 11:45 h cuando pago, recojo el móvil ya cargado, me dan agua y me voy hacia la playa nudista. 

Hacia La Devesa (o Dehesa) que está en El Saler
Cuando llevo un rato paseando por el paseo marítimo, entro en playa y los socorristas me dicen que, cuando llegue a la escollera y al club náutico, que pase puente y, luego, me meta en orilla de playa. Como a lo largo de todo el litoral hay construcciones y, supongo, carretera, la gente está en primera línea o segunda de playa, pocos en tercera, por lo que no queda un espacio sin gente en el que me pueda dar el segundo baño del día en bolas.


No tengo oportunidad, hasta que llego al primer canal de desagüe de la Albufera. Cuando llego al lado sur, tengo la suerte de ver cómo pasa, del otro lado hacia el mío, a un chico muy alto. Me fijo en él, para hacer yo el mismo recorrido, aunque en sentido inverso. A pesar de mis precauciones, acabaré mojando algo mi calzoncillo, mi culo y el culo de mi mochila; pero no tendrá ninguna importancia, porque llego a una playa inmensa, totalmente vacía, exclusivamente para mí donde, quitándome el calzoncillo, se me irá secando. El contraste es brutal.

Acabo de salir de una playa atestada de gente y llego a un lugar en que estoy solo en el paraíso. Saco foto hacia el Sur, hacia el lugar de la escollera por la que he pasado, y otra hacia el Norte, hacia El Saler, donde se aprecia el vacío que he dicho. No será hasta que llegue al extremo contrario de esta playa solitaria, cuando me entere de la razón de la ausencia de gente.



Es una zona en que está prohibido el paso como medio de protección del entorno, pero interpreto que la acotación se debe a que no quieren que se estropee la punta y la duna y que no es tan importante pasear por la orilla, pero comprendo que si no lo prohibieran, la gente se asentaría en la playa y no se limitaría a pasear por el borde del mar. Al llegar a los primeros parasoles, veo que unos son mixtos, otros en que están todos desnudos y otros textiles, con el respeto debido a todas las opciones. El segundo baño me lo he dado nada más cruzar la línea divisoria y, ahora, me doy el tercero.

Doly, el rumano
Pregunto las opciones que tengo para comer, y me dicen que vaya al Parador. Me lo pienso, pero voy a tratar de encontrar algo más económico (después de mi experiencia en el Sidi Saler, me arrepiento de no haber elegido la recomendación del Parador, no porque no haya comido bien, sino por todo lo que he tenido que andar hasta encontrarlo). Ya es tarde para lamentos. Sigo caminando por la playa nudista y voy charlando con el rumano Doly, que va en la misma dirección que yo. Me cuenta que, entre rumanos y españoles, han montado una empresa para reformas de interiores. Están teniendo éxito y ya la han ampliado, este año, con tres nuevos puestos de trabajo. Así, el excedente de obreros que se ha quedado sin trabajo por el parón en la construcción, se recupera para realizar estas reformas menores. Antes la sede de la empresa la tenían en Francia, en Nantes, pero ahora la tienen en Valencia. Están contentos por los buenos resultados y porque así palian la crisis. Le pregunto si hay mosquitos en El Saler, procedentes de la Albufera y me dice que nunca se ha quedado más allá de las siete de la tarde. Me despido y deseo éxito en su empresa y él a mí, suerte en mi periplo costero.

Buscando comida por El Saler. Hotel Sidi Saler
Sigo adelante y veo un lugar en que la gente está abandonando la playa. Pregunto a matrimonio con bebé y me dan la referencia de un hotel y de un polideportivo en el que creen dan comidas. Llego al otro lado de la albufera y a su salida por compuerta. No consigo ver a nadie que atraviese el canal, así que continúo por el canal hasta el puente. Cojo camino por la playa y llego hasta donde una parejita que me dice que el Hotel Ibis está cerca, pero no tienen ni idea de ningún polideportivo. Un chico de Cruz Roja, me dice que el hotel no es Ibis, sino el Sidi Saler y tampoco conoce ningún polideportivo por allí; en vista de lo cual, me decido por el Sidi Saler. Están dando las tres cuando me admiten en recepción; “sube por la escalera, fondo izquierda”, me dicen. La opción piscina es igual de cara, y yo estaría más incómodo. Entro al comedor, me siento y pido menú, con la variante pescado, en lugar de carne y me voy a afeitar al aseo. Me lavo la cara y vuelvo al comedor, algo más presentable. Pido 3/8 de Monopol blanco. Me acercan palitos con mantequilla, un montadito de salmón con huevas de trucha; dos rodajas de berenjena bañadas por un queso filamentoso, tipo mozzarella. El Monopol va bajando. Llega el cortante que es un sorbete de frutas ácidas y otras exóticas y, por fin, el rapé con patatita y salsa. El postre es un laminado de piña con helado de no se qué y hebras de no se cuál. Una señora asidua cliente del hotel, se interesa por mi viaje. “Y yo creía que andaba mucho”, dice, cuando le menciono mi destino, Collioure. Me dice que salude a Machado y me recita: A un olmo seco, parcialmente. La señora me invita a comer el postre en su mesa, pero aún no me han traído el rape, por lo que le agradezco y declino la invitación. Cuando ellos pagan me invitan a tomar café en la piscina, pero prefiero que no, no siendo cliente del hotel, así que me pongo de pie y me despido de ellos cuando se van. Se les acaba el puente y no recuerdo de dónde me ha dicho que es Victoria.

Me dan la opción de quedarme a escribir en el comedor, pero yo prefiero hacerlo abajo, en el espacio de estar, próximo a recepción, en mesa más adecuada. Pago con la tarjeta los 45 €, y no dejo propina alguna ¡Yo, tan mirado para otros gastos, durmiendo en la playa, y ahora, tan despilfarrador! Escribo sobre mesa de cristal. De la piscina, pasa al servicio Jon, un niño; me pregunta si estoy escribiendo en una agenda y le contesto que es un cuaderno en el que escribo mi diario; es muy abierto, su madre es danesa, dice lo que piensa, a veces sin pensar mucho lo que dice. (Esto lo escribo mañana, en casa de Rafa. Han pasado casi dos días, y no puedo repetir la conversación). Llamo a Elías y, según me dirá mañana, se sorprende y se teme que algo les haya pasado a mis hijas, pero le explico la razón de la llamada y quedamos citados para mañana lunes en la estación de Renfe de Valencia, junto a Coronel Tapioca. Comeremos juntos y conoceré a su hija Naroa. Van a dar las cinco cuando salgo del hotel y dudo si continuar hacia la playa Pinedo, pero prefiero pasar la noche en lugar conocido y retrocedo a la playa de la mañana, La Devesa, pero sin entrar demasiado en el espacio de La Albufera.

Una tarde en la playa de La Devesa
Al salir a la playa de El Saler estoy con el socorrista que me ha dicho que el Ibis era el Sidi, y que el polideportivo está por playa Pinedo, a mucha distancia. Le cuento que he comido en el Sidi Saler y alucina con mi paseo. Aunque ya no tiene remedio, debía haber comido en el Parador Nacional de La Albufera, que me habría salido parecido de precio, y no habría tenido que hacer tantos kilómetros para volver de nuevo a la playa de la Devesa. Me despido del socorrista, continúo por la playa de El Saler y me meto por camino a la derecha.

Un poco más adelante encuentro a una pareja que va con un perro de los feos. Les digo que voy a dormir a la playa y me dicen “¿no tienes miedo?” y les respondo: “siempre nos atemorizan con los rumanos”; se miran con complicidad y les hablo de la diferencia entre los rumanos y los gitanos rumanos, que están llegando al país como llegaron otros gitanos en los años cuarenta, sin civilizar, haciendo los trabajos que no quiere nadie, rebuscando basuras, etc. Resulta que ella es rumana y comparte lo que les digo. Nos despedimos y sigo adelante. Paso el puente sobre el canal de salida de la albufera y entro hacia dunas protegidas, donde crece el alhelí morado, que se parece algo a la clavellina, pero que no tiene su aroma delicioso y sólo cuatro pétalos; es una planta que protege y consolida la duna.

Un chico saca foto de postes bajos, entrando en la albufera y yo mañana le imitaré. Llego a la playa nudista y no me alejo mucho del inicio. Me acomodo cerca de la orilla, pero sin miedo a mojarme. Me doy varios baños a lo largo de la tarde y, abandonando mis pertenencias, paseo hasta muy lejos; más de 500 metros. Tengo mucha confianza en que no me van a desaparecer, que no me las va a quitar nadie. No volveré a ver al rumano reformador de interiores. Cerca de mi sitio hay de todo, algunas parejas y dos chavales homosexuales que se ponen uno encima del otro, pero estando vestidos. En el paseo he visto a parejas de homosexuales desnudos, dándose cariño, y sin cortarse un pelo ni importarles los mirones de la duna; quizás les estén provocando. También alguna pareja heterosexual, que no les va a la zaga. La playa es larga pero sin encanto para dibujar y, este rato que podría aprovechar para hacer algún apunte, lo desaprovecho por falta de motivación. Algún elemento que podría tener encanto, está demasiado alejado. Podía haber hecho un ejercicio de olas rompientes, pero no se me ha ocurrido. Otro día será. La playa se va vaciando. Elijo lugar para dormir, cuando un hombre que merodea por la duna veo que ya se va.

La Devesa. Anochecer
Subo las mochilas y la ropa a lugar protegido de cribadora, pero no me meto en un agujero próximo y hecho a propósito. Aliso un poco el terreno. Ya en mi sitio, pasa un matrimonio argentino con dos hijos varones y se ven a unos 100 m al sur. Tienen un perro de un año muy juguetón y que se controla poco, por lo que no lo sueltan hasta que estén solos. Paseo por la orilla y llegan cuatro marroquíes, que hablan en su idioma y parece que estuvieran dilucidando algún problema de interpretación del Corán.  Por su voz elevada y su gesticulación,  parecieran bastante agresivos. Todo es imaginación mía, ya que no entiendo ni papa de lo que dicen. Si se quedan en la playa es probable que me creen inquietud, pero se ve que no han traído nada: ni ropa para bañarse, ni ganas de hacerlo. Al cabo de un rato se van. Sólo quedan los argentinos que, como ya saben que voy a dormir en la playa, voy a mi sitio y organizo mi dormitorio. Será una de las noches al aire libre en que mejor duerma. Desde mi saco, veo cómo de los argentinos, los únicos que se bañan son los dos niños que juegan con enormes pistolas de agua que parecen de extraterrestres. Cuando ya está anocheciendo, se van. Todavía pasará alguno más, que viene del sur de la playa, de regreso a casa. La luna está media menguante y hay algunas nubes que no me permiten ver a la Osa Mayor. An anochecer no hay mosquitos.

¿Qué puedo destacar de esta jornada?
Día de rumanos y marroquíes. Ha sido curioso el paso del primer canal de desagüe de la albufera, que me ha introducido en playa solitaria y que me ha permitido charlar con el rumano que trabaja en reforma de interiores, como alternativa a la falta de trabajo en la construcción. Y ya que estoy hablando de edificios, ha sido bonita la casa gaudiana que se ha construido el arquitecto en Les Palmeres. He pagado demasiado dinero por comer y muy lejos, pudiendo haber pagado algo similar en Parador Nacional y más cerca. Comida dominguera. La playa nudista de La Devesa me ha gustado y en ella he dormido feliz.

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