lunes, 22 de abril de 2013

Etapa 16 (194) Playa de L'Ahuir-Playa de San Lorenzo

Etapa 16 (194) 13 de junio de 2009, sábado.
Playa de L’Ahuir-Tavernes-Cullera-Playa de San Lorenzo.

Amanecer en la playa de L’Ahuir
Me he levantado una sola vez en la noche para orinar y lo he hecho sin salir del saco, teniendo mucho cuidado de no mearlo. Me despierto a las 6:30 y el sol sale a las 6:40 h, pero entre nubes de fondo; lo veo desde el saco y ni saco foto; casi no le hago ni caso. Tampoco salgo del saco hasta las siete. Dejo recogidos saco y esterilla, en sus correspondientes bolsitas, y me doy el primer baño matutino, que suele ser la mejor forma de comenzar la mañana y buen preludio para una bonita jornada. He vuelto a orinar y he terminado el agua que me quedaba por beber. Como es habitual, tras el baño, me seco paseando por la orilla, con un sol que ya empieza a caldear el ambiente. Un señor llega por el camino de la duna y le comento la forma en que están puestos los dos carteles que pretenden ser delimitadores de la zona nudista y que, bien leídos, son expansivos, como os decía ayer. Saludo a alguno que ya da su paseo matutino por la orilla, me visto, cojo las mochilas y me voy de L’Ahuir por la orilla.

Dirección Cullera. Hablando con Enrique
Enrique va en la misma dirección; camina todos los días por prescripción facultativa. Es una oportunidad para el caminante hacer parte del camino en compañía y no estoy dispuesto a desaprovecharla. Parece que a Enrique también le apetece charlar con un desconocido. Somos unos desconocidos que, cuando nos despidamos en el río Vaca, ya lo seremos menos. Enrique me dice el nombre del monte más alto de la sierra, el Montdúver (841 m.). Está jubilado desde los cuarenta y pico años, porque tuvo algunos infartos al corazón. Tuvo que dejar de fumar, pero la cerveza se la recomendó su médico como algo bueno y saludable. Tiene un problema en las rodillas y se está recuperando a base de caminadas que, va alargando poco a poco, con el objetivo de llegar a cubrir los 40 km. diarios. Aún está lejos de llegar a eso, de igualar su marca, pero voluntad no le falta y cree que lo conseguirá. ¡Así me gusta, un hombre positivo! Hablamos de muchas cosas: de respeto, de mujeres… Veo en Enrique a una persona muy sensible y con don de gentes. Hemos coincidido en muchas cosas y en nuestra forma de entender la vida, tratando de hacerla más grata a quienes tenemos alrededor.  Cuando llegamos a la desembocadura del río Vaca, me propone dos opciones. La primera es cruzarlo descalzo por el río; pero me da la impresión de que tendría que desnudarme por seguridad, por si me cayera y mojara mis mochilas; la otra opción es la de ir hacia interior ladeándolo, llegar a una compuerta, que se ve desde allí, y volver a la playa por el otro lado del río. Enrique me dice que la calidad de la arena es a peor, ya que la de este lado de la playa de La Goleta es de mejor que la de la siguiente. Cuando esté al otro lado, no notaré ninguna diferencia entre ambas arenas. Enrique decía que han echado arena procedente de otros sitios, más gruesa, y que los pies se hunden con más facilidad, haciendo más fatigoso el caminar por la orilla. Quizás lo que Enrique dice, ocurra con marea alta, pero como hoy la marea está baja, la arena que piso está tan dura como en el tramo anterior y se camina por un suelo muy firme que es un regalo para el caminante. Adiós, Enrique, gracias por tu compañía y por tu información.
Desayuno en  Puerta del Sol
Paso la compuerta, que no ofrece dificultad y bajo hacia el mar por la margen izquierda del Vaca, su lado Norte. En la desembocadura del río hay varios pescadores y, al otro lado, el que ha quedado más al Sur, hay más en el espigón rocoso. A un pescador le acaba de picar un pez y pelea con él para arrastrarlo a la orilla. Vienen del espigón unos chicos y a uno le pregunto si cree que tardará en sacar el pez del agua. Me dice que es un chucho; que equivale a una salpa, especie de tiburón, me lo dirá luego Ricardo. “¿Será como el pez guitarra de Valdelagrana en El Puerto de Santa María?”, me pregunto. El joven opina que, como el chucho ha hecho tierra, probablemente, no lo podrá sacar. En vista de lo oído, saco foto con el pescador peleando con su adversidad y me voy hacia La Marina, que es la parte costera de Tavernes de la Valldigna. Sigo caminando por la orilla y encuentro un trozo de aparejo que me parece majo y lo cojo. Es la parte final que se engancha a la pita, con sus anillos para hacer el nudo, el corcho flotante, el trozo corto de pita, el anzuelo y terminado en el cebo. Con esta recogida, doy un regalo al primer pescador que encuentro, Ricardo, que me agradece, y evito la posibilidad de que un caminante descalzo, como yo, se pueda clavar el anzuelo en el pie. Es Ricardo quien me hace la equiparación del chucho a la salpa y al tiburón. Siguiendo la orilla y ya en terreno de Tavernes, me encuentro con una chica con las  tetas al aire, que se las cubrirá con sus chanclas al pararle para preguntar. Me dice que no hay paseo marítimo y que el sitio para desayunar, lo encontraré en la primera calle, pero yendo por el interior, no a la vera del mar. Al dar la primera curva, veo el Puerta del Sol. Pido tostada con tomate, croissant y descafeinado de máquina con leche. Todo por 3,75 € y me sabe riquísimo. Hay que tener en cuenta que ayer no cené y hoy llevo más de dos horas en pie. He llegado a las 9:30 y van a dar las 11:30 h. He cagado, lavado y escrito, pero no he podido afeitarme por falta de enchufe en el aseo. Me despido y me dan agua fresquita, además de información para continuar. Me dicen que no podré seguir por la playa, ya que el mar se ha ido comiendo el espacio de arena y han tenido que poner unas piedras para sujetarlo y que no se lleve las casas construidas.

Buscando El Dorado. ¡Cuánto me quiero!
Salgo por la carretera, pero la información recibida me confunde, “¿debiera haber salido por la playa?”, me pregunto, y trato de enmendar el que creo ha sido un error. Cojo una carreterita a la derecha, que va paralela a la playa. Al pasar por una casita de dos plantas, oigo una voz fresca que dice: “aita” y retrocedo. Un chico pinta en la ventana y le pregunto por El Brosquil; aparece el padre y me lo dice: “Cruzando el canal”. Es una familia de Vitoria. Les cuento mi viaje, les comento el trabajo que da una casa si se quiere que esté “tzukuna” (bonita y en condiciones) para disfrutar las vacaciones, y continúo. La duda me la resuelve un padre que va con su hija de unos 12 años y otro niño de 4, que van a la piscina que tiene la abuela en una casita que está entre las huertas. Cuando salgo a la costa por carretera recién asfaltada llego a El Dorado, y me doy cuenta de que si quería estar en la playa nudista, debía de haber continuado por la orilla del mar, puesto que si había alguno desnudo, la zona ya me la he pasado y ahora no me apetece retroceder. Es al salir de esta zona cuando veo el nombre de Tavernes en toda su complejidad: Tavernes de la Valldigna. La playa tiene muy buen aspecto, pero en esta parte es demasiado familiar para desnudarme y no quiero problemas. Veo a una mujer con su hombre, que hace una especie de gimnasia afectiva, en la que se abraza a sí misma, como si se dijera: “¡Cuánto me quiero!”. Se lo digo, y asienten: “Hay que quererse”, me dicen. Yo también muestro mi acuerdo.

Hacia el Jucar,
por primera vez para mí Xuquer
Al final de la playa, me encuentro con el muro de piedras, firmemente asentado que da cobertura a unas casas para que no se las lleve el mar. Me supongo que estas son las piedras que me habían dicho que no me dejarían pasar por la playa. Aclarado el problema que ha hecho que no pase por la playa nudista de El Dorado, vuelvo a hacer una reflexión sobre le Ley de Costas. Las casas se hicieron en lugar que, con la actual ley, incumpliría la normativa, pero entonces no. A esto hay que añadir el comportamiento del mar que, de estar a una distancia aceptable, ahora ha ido avanzando. Habría que saber si este avance se ha debido a causas naturales o a que, como en playa La Llana, se pueda deber a cambio de corrientes derivadas de alguna construcción nueva, un dique, un puerto, que las haya alterado. Paseo por detrás de estas casas apuntaladas y veo el bar El Dorado, que está en la calle que queda por detrás de las casas; pregunto a unas clientas y me dicen que dan comidas. Tomo nota del lugar, ya que me interesa si encontrara playa para hacer nudismo. Consigo salir al pretil de piedras, en el lugar en que ya se empiezan a formar pequeñas playas artificiales, y pregunto a pescadores. Creen que la playa de El Dorado ya la he dejado atrás (me sirve de confirmación) y que más adelante ya no tengo otra nudista hasta la de El Dosser (o Dosel) pasando Cullera. Llego hasta una especie de lago con barcos y salida al mar, y me dicen que se puede pasar mojándose hasta la cintura. Estoy en el lugar en que la última torrentera se llevó el puente que aún no ha sido reconstruido. Me encuentro con una playita solitaria y creo que voy a bañarme allí, pero me doy cuenta de que hay tres grupitos y, en el rincón en que pensaba bañarme, veo que llega un niño con red con palo y no me apetece que usen a los niños y el escándalo como excusa para nuevos ataques a los nudistas. Al doblar hacia las rocas del otro lado de esta playita, veo el paso anunciado. Del otro lado, veo a un hombre que se mete en el agua hasta la cintura, pero no sabe lo que cubre en el centro y no me lo puede decir. Tomo la decisión de pasar al otro lado, pero voy a hacer primero la prueba de lo que cubre, con el fin de no mojar las mochilas y la ropa. Dejo las mochilas en las rocas, me desnudo, y paso al otro lado; pero no lo hago directamente, sino en chaflán. Llego relativamente bien, y el regreso lo hago de forma más recta, avanzando por las rocas hasta situarme frente al equipaje que está ahora al otro lado. Este segundo camino lo veo más seguro que el primero, así que será por ahí por donde vuelva a pasar, ahora sí, con las mochilas. Paso primero la mochila grande en la cabeza, en el momento en que un chico se asoma con su chica para coger algo en las rocas. Me ven, son discretos y desaparecen. Paso la mochilita y la ropa. Dejo los trastos y, como el agua de este  entre río y mar no me inspira confianza, me meto por el lado en que el agua entra directamente del mar, pisando una especie de alfombra de mejillones en miniatura. Me visto y paso a la playa del otro lado que es pareja a la que he dejado antes con el niño y su salabardo para pescar pececillos. El chico que me ha visto antes desnudo cruzando el canal, está ahora en la orilla y le doy la explicación del por qué de mi paso de mochila en bolas. Le digo algo de mi camino y que lo que va en mi mochila es mi equipaje para dos meses. Me despido de él y sigo adelante por carreteras traseras. Aprovechando los muros de contención se han construido diques que originan nuevas playas artificiales. Un chico me dice que siga por la escollera, y es cuando me viene la idea de que Cullera, tenga algo que ver con escollera; el chico me dice que me encontraré con el Xuquer y me costará tiempo darme cuenta de que el Xuquer que él menciona sea el río que siempre estudié como Jucar.
Por fin salgo a playa y, antes del final, me lavo los pies en grifo. Después me meto por entre adelfas blancas y salgo a la cima de playa para poder seguir el lecho del Xuquer desde su desembocadura hacia un puente, por un camino polvoriento y con varios conductores desaprensivos que no les preocupa nada empolvar al caminante. No me habría importado si el polvo fuera portugués, porque me encanta, pero ser rebozado como croqueta y acabar en el hospital, como en Cartagena, no me apetece nada. Encuentro a pescadores que, como ya se saben el comportamiento de los conductores, echan agua al camino, así se evitan comer el polvo que levantan. El agua es gratis, la cogen del río que aquí, casi es mar. Por el Xuquer pasan barcos a motor y algunas motos de agua que, veloces, levantan olas laterales al pasar. Pido calma a los conductores, pero hacen caso omiso. Un pescador me dice: “la gente es muy mala”. “Seguro que tú no”, le respondo. Por fin llego al puente sobre el río y paso a Cullera No he podido sacar foto de un castillo iluminado por el sol y que tenía un reflejo dorado, como de cobre, en la cúpula.

Cullera. Comiendo en Singapur
Voy bajando por una calle urbanizada sólo por el lado izquierdo. Ahora veo el castillo más de cerca, entre casas, pero hay delante una grúa que lo afea. “Ya tendré ocasión de encontrar luego una vista mejor”, pienso. Veo un arranque de escalinata azulejada en azul y blanco, que me hago a la idea que será el inicio del acceso al castillo y, como se va acercando la hora de comer, me digo que ya lo visitaré luego; pero, luego, se me olvidará. El buen recuerdo que traía del Wok de Cartaya y el de Calp, no se confirmará en este Singapur. Sirven raciones y no se puede uno confeccionar el plato como en los wok & grill; aburren al mejor comensal. Elijo una mesa próxima a un matrimonio que, como hablan valenciá, no entiendo una sola palabra de lo que dicen, pero ellos no saben que yo no les entiendo y me fijo más en el lenguaje corporal, el de los gestos y los tonos de voz. Mi percepción es que no parece que estén muy bien ni consigo mismos ni con su pareja. Son Gemma y Vicent. He entrado hacia las 14:30 h y no saldremos hasta las seis; y eso que nos hemos puesto a charlar después del café. Como sopa de aleta de tiburón que, aunque estaba muy caliente, ha sido lo mejor de la comida. Setas, ya estaba pensando en las gelatinosas, pero no estaban nada malas; y bambú, que no he podido terminar. El pollo con almendras estaba con la misma salsa monótona de soja, la misma que llevaban los anteriores platos. Debía haber pedido cerdo agridulce, al menos habría sido una variación de salsa roja. Helado de avellana con nueces, ½ de tinto y ½ sangría. Té de jazmín y chupito de algún licor chino, porque no tenían licor de arroz. Ni con la sangría consigo terminar el bambú con setas y voy al retrete porque se me ha puesto mal cuerpo y a ver si vomito; pero no. Bueno soy para desaprovechar algo, ni aún que todavía no lo haya pagado. El precio de la comida asciende a 23,20 € y será lo suficientemente caro, no por la cantidad, sino por la calidad, que no me quedará más remedio que cenar gratis. Luego os lo contaré.

Conversaciones en Singapur con Gemma y Vicent
El tema de conversación se inicia con su camiseta de AC DC (Eizidizi). Le pregunto si es de su época, de cuando era más chaval; me dice que no, que es del concierto de ayer. El tema deriva en el hijo mayor. Vicent dice que está disponible para lo que el niño quiera saber pero, “si el niño no pregunta…” Él viaja mucho. Le propongo que sus dudas de juventud las comparta con él. Vicent dice que el niño lo rechaza y se refugia cada día más en su madre, cuando, en realidad, recibe mucho menos de ella que de él. Con mi propuesta no se va a producir un cambio inmediato, pero, al menos, se abre una vía que puede acabar siendo la solución. Ella asiente a alguna de mis propuestas. Yo también me “mojo” (me arriesgo).  El malestar que sentía al terminar la sangría se ha ido disipando con la conversación. Me parece que ellos han estado charlando tan a gusto como yo. Se ve que el chupito me ha mejorado. Me despido de Vicent y Gemma.

Paseo marítimo de Cullera.
Tarde de encuentros.
Ana me invita a dormir de ocupa
Llamo a mi hermana Sagrario, ya que mis hijas no me cogen el teléfono. Mi hermana pensaba llamarme entre hoy y mañana. Celebrarán en Basomutur (El morro del bosque) un restaurante próximo al monte cerrado de Altsasu, aunque su cumple fue el día 8. “Feliz día. Estoy en Cullera” (0,30 €). Ya en el paseo, un grupo juega a petanca. Dudo de que una bola que han dado por ganadora, sea la victoriosa; una mujer discrepa, un hombre me explica y un francés me atiende; escribe poesía y yo trato de acomodar al francés el “Todo pasa y todo queda…” de Machado. ¡Qué difícil! A una mujer de rompe y rasga, enfurecida por algo que no alcanzo a comprender,  le pongo cara de asombro y me dice: “A usted no lo conozco de nada, así que me deje tranquila” y le dejo tan tranquila como intranquila estaba.

A lo largo del paseo, los subsaharianos del top-manta colocan sus tenderetes. Uno que coloca sus CDs piratas con mucha meticulosidad y cubriendo todos los espacios, le digo que deje algún hueco para que parezca que ha vendido algo. Con el fin de  que me comprenda lo que le digo cojo el tercero de la tercera fila, que es el mismo que el tercero de la tercera columna y se lo desplazo al exterior, quedando libre ese hueco. Asiente; parece que le parece bien pero, ¿aguantará mucho tiempo el hueco sin cubrir por otro CD? No seré yo quien vuelva atrás para verlo y, además, cada vendedor tiene su técnica y él es muy libre para llevar su negocio como le dé la gana. Yo sólo le he hecho una proposición.

Un perro salta de la playa al pretil. Parece que se queda en un raro equilibrio inestable. Pero no sólo son los negritos, Ana también pone su tenderete; su amiga italiana está sentada en el pretil que separa el paseo de la playa. Le digo a Ana que no la veo tan suficientemente negra, tan subsahariana, como para estar allí. Ya está iniciada la conversación, ya le estoy contando mi viaje, está colocando sus bolsitos hechos a mano (de rafia o material similar).

Me acuerdo de la chica que me regaló uno hecho por ella en la playa Melides de Ilha de Ons. Le había caído simpático. Ana no me regala nada, pero me invita a dormir en su casa, en el que están de ocupas, frente al faro de Cullera, hacia donde voy. Se llama Casablanca. Agradezco la invitación, pero no prometo nada. ¿A qué hora se retirarán?, ¿a qué hora llegarán al faro? Demasiadas dudas para un caminante que ha madrugado y le gusta acostarse pronto. Hoy no será.

Tomás y María José de Madrid, también aprovechan el puente del Corpus. Veo un horrible hinchable de los Simpson. María José, Mario y el niño, para variar, Mario, como el padre, como el abuelo. Desde el inicio del paseo, me he fijado en una construcción, al fondo de la playa, que me llama la atención. Según me voy acercando va tomando visos de ser algo residencial, como de apartamentos, como si fuera un hotel. Lo iré fotografiando en la medida en que me voy acercando. Pero cuando ya estoy cerca, un acontecimiento humano me absorbe todo el interés y me olvido del edificio.

Un accidente en el mar
ha hecho peligrar la vida de padre e hijo
Ya he llegado a la curva, al Norte de la playa. Una aglomeración de gente en la orilla me llama la atención y me acerco por una pasarela de madera. Un helicóptero sobrevuela la zona sobre el mar. La gente habla de un niño que se ha ahogado.



Parece que el padre ha podido salir por su propio pie. Al niño lo traen en camilla por la misma pasarela y lo introducen en furgoneta medicalizada; tiene la cara hinchada y de un blanquecino amoratado, como si le hubiera faltado el oxígeno, probables síntomas del ahogamiento. Es un niño crecidito y corpulento. A la que parece ser la madre no le dejan subir a la furgoneta y le dicen a dónde llevan a su hijo. Nadie dice nada de llevarla. El médico que ha atendido al hijo en los primeros auxilios, le dice a la madre cómo le va a tratar en el hospital. Como me parece cruel dejar allí a la madre, se lo digo al médico:  "no tenéis entrañas de madre" y él me responde: “Usted se calla” (Ya es la segunda vez en este paseo vespertino que no consigo el resultado que persigo y me mandan callar), y  la madre se queda en la playa, desconsolada.








Cullera: más encuentros en su largo paseo marítimo.
Rafa el flautista
Alicia, Fran y el hijo Fran. Más de lo mismo. Probablemente, si siguiera más adelante, llegaría a la playa nudista de El Dosser, pero ya he salido de la playa y en el paseo marítimo me encuentro con Rafa, de Valencia, profesional de la flauta travesera, me olvido de la playa de El Dosel, otra forma de llamarla, y voy charlando con él.

Ya se ha acabado el paseo, doblamos el cabo y nos encontramos con el faro de Cullera, todavía algo alejado. Ya dejamos de ver la ciudad y nos vamos acercando hacia la playa nudista de San Lorenzo, que está entre Cullera y Mareny del mismo santo. Así que si no he podido ir a una, me podré acercar a otra y, si no llego hoy, ya llegaré mañana.

El flautista me saca una foto con el faro de Cullera, al fondo. Rafa recibe poco más de 300 € de pensión, pero ofrece trabajos de chofer y si le sale algún concierto, alguna boda, también se presta. Formaba parte de una banda de música, pero el ayuntamiento no asumía la seguridad social y el grupo se disolvió. Ellos pagaron el pato. Rafa es un hombre muy majo que, con sus informaciones, me trata de ayudar. Cuando llega a su casa, nos despedimos, le agradezco y se va, ya hemos pasado el faro.

Playa de San Lorenzo
No tengo ganas de retroceder hacia la casa de ocupa de Ana, más sabiendo que ella está vendiendo sus trabajos manuales en el paseo marítimo, así que continúo hacia la playa de San Lorenzo. Habría sido bonito dormir de ocupa en Casablanca. Tampoco sería la primera vez que esto ocurre en este periplo por la costa peninsular; ya dormí de ocupa en un faro de Ondarroa, con Ipar, invitado por él. Trato de cenar y veo el restaurante Mayo y me acerco a preguntar si en el Mayo, dan de cenar en junio, pero está cerrado a cal y canto. Y, al estar yo solo, me río solito el chistecito. Ya me he hecho a la idea de que hoy no voy a cenar, así que, aunque veo otro restaurante, ni me acerco. Un chico me dice que entre pronto a la playa, porque luego voy a tener más dificultades para bajar a la arena. En la playa de San Lorenzo encuentro a una pareja, ella embarazada de niña y con perro. Me parece de la raza que suelen crear problemas y les alerto. Ellos tienen intención de seguir teniendo el perro cuando nazca la criatura. “¿Y si la niña demanda mucha atención y el perro coge celos?”, les alarmo, pero les deseo un feliz natalicio. Llego a dos edificios, quizás dos en uno, bastante desangelado. Me acerco para ver si hay alguna posibilidad para dormir en uno de sus huecos, pues da la sensación de estar casi vacío. No me dan ninguna pista y se sorprenden con mi expresión: “desangelado”. Se ve que a ellos les parece una casa preciosa.

Cena naturista en San Lorenzo con Jordi, Petko y Riki
Tres chicos en la playa, pescando. Uno se quita y se pone el pantalón; acabará con el calzoncillo. Jordi está algo mamado, es camionero, conoce Irun y mucha geografía; nunca fue de putas, me dice que se llama Gorka (Jordi o Jorge, pero en euskera). En realidad, el único que pesca es Riki, el más sobrio, pues los demás están de mirones. El tercero es Petko, cuya “P” se escribe con la letra griega “pi”. Es de Bulgaria y me dice que en búlgaro pet significa cinco. Me dibuja un gran 5 y coloca “ko” en el círculo del número. Como del 0 al 9, el cinco está en la mitad, concluyo que el tal Petko está algo medianillo y también, con ese “ko”, que está algo kaótico. Ese signo se lo ha tatuado él mismo en el brazo. Dice que el nombre significa Pedro y le digo que en euskera sería Kepa. Le hablo de Zdravko, el búlgaro que conocí el pasado verano en Sabinillas (Málaga), amigo de mi amigo Csaba Albrecht, alemán de origen húngaro, de padres deportados por el régimen comunista. Dejo al trío y me voy caminando hacia el inicio de la zona nudista que, según el cartel, no es tal, sino naturista. Y no voy a volver a la discusión de cual es la diferencia entre nudismo y naturismo. Algunos diferencian a los que se desnudan por su cuenta y están solos en la playa y les llaman nudistas y a los que ya lo hacen en lugares organizados les llaman naturistas. Yo concibo el naturismo como algo que conlleva además una forma de entender la alimentación, sin consumo de animales y productos grasos. A mi me gusta comer de todo o de casi todo y me considero nudista y no naturista. Lo que me hace disfrutar es estar desnudo en la naturaleza, sin pasar frío, disfrutando de lo salutífero del sol. Una vez elegido el lugar en donde voy a dormir, extiendo la esterilla y el saco y lo dejo abierto para más tarde. Craso error, ya que, cuando me vaya a meter en la cama, hacia las once, lo encontraré totalmente humedecido por el relente de la noche. Dejo mis enseres en la duna, y vuelvo en bolas donde el grupo; veo cómo pesca Riki, el sistema de luz ascendente de cuando los peces merodean el anzuelo y pican. Jordi está espeso como para tener una conversación con él medianamente coherente. Petko me enseña en su móvil sus trabajos de restauración: mesas y objetos de orfebrería, y algunos tatuajes que ha hecho a otros. Riki lleva su nombre en el brazo, ¿se lo habrá hecho Petko?, probablemente. Cuando termine la pesca que, en realidad no he visto salir del mar; ni siquiera un pececillo, cenarán luego  y me invitan a cenar con ellos. Piensan hacer una barbacoa y ya tienen comprados los ingredientes. Como se está echando la noche y empieza a hacer frío, vuelvo a mi sitio para ponerme el jersey. Es el primer día que me pongo la camiseta de manga larga que me hace las veces de jersey. También me pongo el pantalón de repuesto, ya que con el otro me he hecho la almohada. Cuando estoy llegando a la duna, veo que por encima de mi cama bajan dos chicos jóvenes por el camino que, por el acento, me parecen de los países del Este y que van a Mareny Blau a la discoteca. Será un tema que me preocupará relativamente, el de su regreso de la discoteca y más si vuelven “mamaus”. Confío en que a la vuelta no me molesten y me dejen dormir. Tendré suerte. Ya con ropa y sin frío, veo una sombra en la orilla del mar, a la altura de mi cama, de alguien que se baña. Mientras esté en el agua, no habrá ningún problema, pienso para mí. Riki no deja de pescar, pero como los otros no tienen iniciativa, tendrá que ser él el que inicie la barbacoa. Riki tiene mucha experiencia y en un plis plas pone en marcha el fuego y va colocando en la parrilla, una fila de butifarra blanca, otra de negra (que es como una morcilla de cebolla), otra de choricillos, otra de negra y otra de blanca. Yo veo cómo lo hace y me encargo de preparar la siguiente y última parrillada. Cuando está ya hecha la primera, nos la comemos. A Petko se le cae una morcillita a la arena, se acerca a la orilla, la lava y la vuelve a poner en la parrilla. Creo que ha sido acertada la solución.  Parece que la novia de Riki se ha arrepentido a última hora y nos hemos quedado sin el agua que ella iba a traer; tampoco tendremos cervezas ya que Petko y Jordi eran los encargados y no se han preocupado de ir a comprarlas. Terminamos la segunda parrillada, aunque sin bebida ha resultado algo caótica, pero “a caballo regalado, no le mires el diente”, como se suele decir. Cuando pasa el bañista y se para a nuestro lado, le toco el bañador y lo encuentro mojado. Le digo cómo, estando solo, no se ha bañado en bolas y responde: “había por allí merodeando un hombre mayor desnudo” y le digo que ese hombre mayor era yo y que soy nudista y que no buscaba nada de ese tipo. Que estaba organizando mi cama para dormir. Me despido con un par de besos de Petko y de Jordi y le doy la mano a Riki que está ocupado con la caña y el aparejo. Les agradezco la invitación y me voy a mi sitio. Es entonces cuando encuentro todo el saco humedecido; me quito la arena de los pies, me doy masaje de Aloe-Vera y con el calor de mi cuerpo la humedad del saco se irá secando. La luna Rugby está entre nubes, aparece y desaparece y no puedo asegurar que tres estrellas que logro ver, sean el mango del carro de la Osa Mayor. Si cuando la veo entera me tranquiliza, ahora, en que la visión es parcial, quedaré tranquilo a medias. Hoy está orientada hacia Valencia.

¿Qué se puede decir del día de hoy?
Ha sido bonito el arranque con Enrique que me ha acompañado hasta el río Vaca. He estado a gusto desayunando en el Puerta del Sol. La información errónea que me han dado me ha hecho perder posibilidades de ver si había nudismo en El Dorado. Lo mejor del Singapur ha sido la charla con Gemma y Vicent, aunque la sopa de aleta de tiburón,  la sangría y el chupito me los he bebido a gusto. El paseo por el marítimo de Cullera ha sido muy variopinto, desde una invitación a dormir en casa de ocupas, un accidente marítimo con casi muertos y una madre dolorida y, finalmente con el flautista de Hammelin, no ha sido ninguna tontería; un buen ejemplo de la lucha por la vida. Ya en la playa de San Lorenzo un colofón algo caótico invitado a cenar por Riki, Petko y Jordi. Gracias a todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario