viernes, 5 de abril de 2013

Etapa 03 (181) La Mata-Dunas de Carabassí

Etapa 03 (181) 31 de mayo de 2009, domingo.
La Mata-Guardamar de Segura-La Marina-El Pinet de La Marina-Playa Lisa-Santa Pola-Catamarán Tabarca-Dunas de Carabassí.

Despedida de la Gamba Dorada
Siete y cuarto. Me levanto, cago, lavo (todo está fuera, en el pasillo), pero me afeito en la habitación. Cuando estoy saliendo del baño, aparece por el pasillo el único cohabitante de la pensión. “Como he oído ruido, pensaba que era el dueño”, me dice, y se vuelve a su dormitorio. Dejo las mochilas preparadas, bajo y abro la puerta de la calle, salgo a la plazoleta de ayer, me asomo al mar por la torre y hago tiempo para que den las ocho. Con algo de retraso viene, primero el dueño y, mientras enchufa la tostadora, ¡hace un calor de mil demonios!, me cuenta que está casado con Ina, la ucraniana, y que la petersburguesa no funciona suficientemente bien. Como tarda en llegar el pan, le pido que me haga una tostada con pan de ayer. Me la como con aceite, pero está difícil de tragar; luego, untando con el café con leche, me entrará algo mejor. Ina me llena de agua mi depósito. Subo a la habitación, cierro, saludo y me voy. ¡Buenos deseos! 

Guardamar de Segura. Víctor. Sobre encuestas y energías renovables
Empiezo a caminar por la pasarela de madera. Un señor me dice que la divisoria entre Torrevieja y Guardamar no está en el canal soterrado, sino unos metros más adelante. Enseguida veo un cartel, protegiendo terreno vallado, en el que viene el nombre: Guardamar. Cuando estoy doblando y enfilando hacia la playa, veo a un chico que está en la orilla desvistiéndose y que, en bañador, va andando por la orilla; lleva melena recogida en coleta y pienso que en unos pasos le pillaré. En cuanto lo alcanzo, recibo el ramalazo de voy a congeniar e ir charlando con él. Y no me equivoco. Se trata de Víctor, que viaja por toda España, también por el Norte, conoce el aeropuerto de Hondarribia y suele hacer encuestas sobre consumo a los que viajan. Dice que los encuestados, suelen ser bastante sinceros y, aunque algunas preguntas no contestan, no lo hacen por no querer significarse, sino porque no recuerdan las respuestas, les falla la memoria. Hablamos de energías renovables, de mi encuentro en el tren con Gonzalo y su pretensión de dedicar su terreno a la “plantación” de placas captoras de energía solar; de lo que me dijo Uli, el alemán de Mozambique, en Furnas (Portugal) y de la frustrada incineradora del Txingudi y ahora proyectada para toda Gipuzkoa. Le hablo de mi encuesta sobre comportamiento ecológico y sobre reciclaje. Me dice que mi caso no marca tendencia y que no tiene significado hasta que, por repetición, el comportamiento se consolida. Dice que ésta suele ser la pregunta del millón. Hablamos de mi viaje, pero llegamos al punto en el que Víctor ha decidido volver y paramos para terminarle de contar mi peripecia Tarifa-Algeciras, con la aliaga-aulaga (mi planta asesina). Me despido de Víctor; ¡hasta que la vida nos vuelva a encontrar!

Un korrikalari, Herme y Pascual
Llegando al Hotel Campomar, un monstruo que creo se mete en zona de especial protección, me encuentro con un corredor que se está entrenando y le hablo sobre la bondad/maldad del deporte y las consiguientes lesiones de menisco. Continúa, y me lo vuelvo a encontrar; esta vez será él el que me haga fijar en un somormujo que yo no había visto. Y nos volvemos a despedir. Voy pensando en la palabra somormujo y la voy descomponiendo para tratar de buscar significado; no deja de ser un juego, un entretenimiento del camino. Somor lo relaciono con zomorro, que podría ser algo que se oculta, como el somormujo, a la hora de lanzarse para cazar su presa. Y mujo, ¿podría ser mújol?; ¿algo así como cazador de mújol? Miro ahora el diccionario y veo que “mux” puede ser también lanzarse de cabeza al agua. ¡Nunca se acaba de aprender! El hotel tiene tres estrellas y me ha costado una hora en llegar desde que lo he avistado, con las paradas incluidas; son las 9:30 h y, poco después, estaré parado 25 minutos con Herme y Pascual, charlando y contándoles mi viaje.

Cruz Roja. Velocidad injustificada para conducir por la playa
Dejo al matrimonio y continúo por la playa. Un coche de Cruz Roja, con la cabina elevada, pasa a mucha velocidad, ¡demasiada! Pero, pienso, como no hay mucha gente el conductor irá para hacer un servicio de urgencia y con los cinco sentidos, bien alerta. Me cruzo con una pareja, que ya había hecho la misma valoración del hecho, y echo más leña al fuego. Mi comentario iba más bien en broma pero, como ellos lo planteaban en serio, me hacen reflexionar y pienso que tal vez a ellos no les falte razón. Podría ocurrir que, detrás de un montoncito de arena, hubiera un niño oculto jugando y, a esa velocidad, la capacidad de maniobrar del conductor de Cruz Roja sería mínima, y producir un accidente. Cuando llego a la Asamblea local, me acerco y pregunto por el responsable de la unidad. “Está en la Zodiac, en el agua, dirigiendo ejercicios de salvamento y socorrismo”, me dicen. Cuento a uno de ellos lo de la velocidad del coche y me dice que se lo dirá al jefe. El compañero dice que le va a caer una buena bronca, ya que el exceso de velocidad no estaba justificado por ninguna emergencia. No era un viaje urgente para salvar vidas. Al despedirme les digo que estoy dando la vuelta a la península. 

El río Segura con fauna avícola
Llego al final de la playa de Los Viveros y subo al espigón. Allí desemboca el río Segura y dos hombres me orientan. Me dicen que la señal de Prohibido el baño, no es tanto porque el Segura baje contaminado, cosa que no ocurre, como por el peligro de la zona, con rocas resbaladizas. Además no me conviene ir hacia la desembocadura, pues no podré pasar por allí, sino ascender el río hasta llegar al primer puente y volver a bajar hasta el mar, después, por el otro lado. También me dicen que, antes de llegar al puente, entre en el puerto deportivo. Voy ascendiendo el Segura y al llegar al lugar indicado, una chica valenciana me confirma la entrada y me desea suerte en el viaje. Ya estoy en el Club Natación Marina de las Dunas, todavía en Guardamar y la demarcación llegará hasta un chiringuito que está después de la playa nudista de El Rebollo o Marina.

Dos chicos que entrenan corriendo, al cruzarse, uno va por una acera y el otro por la otra, el primero le grita al otro “¡aupa Barça!”; “¿qué hizo el Depor?” y le responde “empate a uno” y cada uno sigue su trayectoria.

Enfilo la carretera y, en una isleta del río, veo dos zancudas; me parecen más grullas que cigüeñas, pero lo más probable es que sean garzas o garcetas (podréis notar que soy un experto).

Les saco foto desde los dos lados del río, pero están algo alejadas de mi cámara. Cuando llego al puente parece que es una autovía, y no me atrevo; por lo que me meto por un camino lateral con un polvillo blanquecino que revolotea al ser pisado y paso por debajo del puente. Da la impresión de que estuvieran desecando el cauce y han dejado dos cuadrados, que parecen dos pozas de agua.

Previamente había pasado un puente sobre el otro canal del Segura, pero tengo dudas de cuál de ellos es el auténtico y cuál el provisional. Es que ambos están hasta los topes de cañaveral. Luego cojo un camino hacia el mar. Como veo a un hombre que va en la misma dirección, me hago la ilusión de ir con compañía; el hombre se para bajo el puente, mira el reloj y retrocede hacia donde yo vengo. Cuando llega a mi altura, se lo digo y me responde que se le ha hecho la hora de volver.

El río se divide en dos y, en el lado de la derecha, empiezan a aparecer pescadores. Un joven me dice que el agua está limpia, que pescan mújoles y que, aunque son carroñeros, los de aquí están muy buenos. Sigo adelante y me voy quedando entre dos ríos; el auténtico y el ramal a mi izquierda que cada vez es más ancho. Dudo si debiera haber cogido el camino más a la izquierda, más al Norte. Las dudas se me aclaran al llegar a un puentecillo que me pasa al otro lado. Un pescador me confirma que he acertado viniendo por donde vengo. Antes de llegar a la playa veo un gran pinar y eucaliptos, de la misma forma que ocurría por el lado del sur entre playa Viveros, el río y las urbanizaciones. Dos chicas van por delante pero a una marcha que me será imposible alcanzarlas. Pasan coches levantando polvo. Cuando llego a la playa alcanzo a las chicas y una, la más guapa, comenta sobre sus heridas en los pies y hacemos intercambio de pies y de miradas. Alucinan cuando les explico mi viaje y me desean suerte.

Playa nudista de El Rebollo
En cuanto llego a la orilla, veo a Miguel, también nudista, que deja su ropa, se levanta y va desnudo por la orilla. Se empieza a ver a mas gente disfrutando con naturalidad y, cuando le alcanzo, no tengo mucho que preguntar. Me dice que lo que veo al fondo es Santa Pola y que las dunas quedan por detrás del cabo de su mismo nombre. Estamos en la playa El Rebollo. Vamos charlando un rato largo. Todo lo de valor lo lleva consigo y, cuando llega a un punto determinado, decide retornar, deseándome un feliz camino. En seguida me paro, ya que tengo ganas de bañarme. Un chico en bañador, espera a que salga del agua a un compañero que se baña desnudo. Charlamos en el agua. Cuando voy a salir, el del bañador llega a la orilla con la toalla, ¿para que no se enfríe?, ¿para que no se le vea desnudo? Continúo andando por la orilla hacia La Marina. Llego a un lugar en que parece que ya acaban los desnudos y regreso por mis pertrechos. Paso junto a padre con niña; él bebe agua para comprobar si la del nivel freático sale dulce o salada. Lugo, al volver a pasar camino de La Marina, les veo de nuevo; yo voy desnudo pero con las mochilas puestas. Me sitúo entre alemanes, porque una familia con niño se va. Me meto en el agua y, mientras me seco, les acompaño metiéndome un poco en la zona no nudista. Vuelvo a la zona, entre alemanes, saco la toalla y el pareo, me tumbo a tomar el sol y guardo todo lo seco dentro de la mochila. La ampolla se va poniendo oscura y, viniendo por el río, se me ha hecho una pequeña herida en el alto empeine. El sol no sale; está entre nubes que descargan sobre el mar. Se levanta viento y la gente emigra, quizás también sea por la hora. Un alemán come de pie; tiene un Tuperware en la mano. Sale el sol y lo tomo tumbado; se está bien, pero a las 13:45 h me visto. Los vecinos del iglú se van, arrastrando un carrito; los de las hamacas, también emigran. Les saludo cuando les paso por el camino.

Fernando me recomienda Candela
Más veloz que yo, pasa Fernando, quien me recomienda que coma en Candela, que está muy bien de precio, donde suele ir con su mujer y piden paella para dos (no podrá ser mi caso, al ir solo). Le esperan en Elx a comer y aún le queda una hora. Fernando tiene un problema en los pies, de nacimiento, y no puede andar descalzo, ni con sandalias; se ve obligado a hacerlo con deportivas, aunque también con ellas anda mal. Me despido de él. Ya estoy en La Marina y pronto llego al restaurante Candela. Me siento cara al viento que viene del Sur, más que de Poniente y que, ahora, va rolando a Levante. Como pulpo a la gallega, muy flojito, parece de lata, pero el segundo plato es potente; pata de pollo guisada, con un huevo frito y muchas patatas fritas. El guisote tiene verduras y champis y todo el conjunto me sabe riquísimo. No tomo ni postre ni café (15,60 €). Cuando salga comprobaré si estoy en el Pinet de La Marina, pues hasta aquí llegué un día paseando, desde Santa Pola, estando de vacaciones con Arantza y Martín, en su casa. Me pongo a escribir y dejo de hacerlo a las cuatro.

El Pinet de La Marina
Llego a las primeras casitas próximas a la playa; algunas van perdiendo sus escaleras por el golpe del mar. Están hechas de bloques de ladrillo gris y cemento. Algunas se ve que han sido reforzados sus escalones para que aguanten el embiste de las olas. Las rocas aguantan mejor que las escaleras. Bajo a la playa por el otro lado, ya que la marea alta no me permite pasar por la arena. Un hombre joven, con hijos pequeños, me confirma que estas casas son de El Pinet de La Marina y la playa siguiente también.

Ha despejado algo, aunque sigue nublado, y encuentro a una pareja desnuda tomando el sol. Ya no encontraré a nadie más hasta la siguiente salida de agua de la salina al mar. Desde lejos, veo cómo rodea las rocas una persona y pasa al otro lado; parece que es fácil, ya que apenas le cubre hasta las rodillas.


Dos pasos de agua: desagüe de salinas
y del río Vinalopó
Cuando llego, subo a las rocas, oteo el canal, pero no veo nada claro cual será la mejor forma de pasar al otro lado. Repito la acción del que he visto pasar antes, pero yo tomo más precauciones; me desnudo y cojo sandalias, ropa y mochilita, las paso al otro lado y  las deposito sobre un palet; retrocedo por la mochila grande y también la paso al otro lado. Cuando estoy en esa operación, veo llegar a pie, pero con la bicicleta en la mano, a un chico de Bilbao que vive en Santa Pola. Me doy un baño y charlo con él. Tiene mujer y dos hijas; nos daremos otro baño y él se vuelve conmigo andando por la orilla. Salimos hacia las seis y pasamos por el letrero de prohibición de paso hacia las salinas de Bonmati.


Luego nos encontramos con la salida al mar del río Vinalopó y al llegar me doy cuenta de que el paso anterior no era el complicado, sino éste. Compruebo que el triángulo de cemento que soporta una varilla de hierro, y que estaba hacia el centro de la bocana, ahora está muy desplazado hacia Santa Pola. Veo lo que hace el bilbaíno, que se desplaza hacia el exterior del agua, donde la arena ya no tiene el surco del embate del agua dulce, y yo le sigo. Vamos los dos desnudos, él con la bici al hombro y yo también llevando en los míos las mochilas y la ropa. El paso exterior resulta cómodo. Continuamos hasta el siguiente paso, éste ya con puente, y allí nos despedimos, puesto que él va por el camino interior y yo continúo por la orilla. En la playa La Gola no hay nadie desnudo y sólo saludo a un hombre que se cruza conmigo. Me visto en el banco de la puerta del chamizo de kite-surf y ya estoy entrando en la playa Tamarit y, en seguida, en playa Lisa. Encuentro un tiburón de plástico y se lo doy a una niña, quien lo coge temerosa. Pasadas las salinas y ya en la playa de Santa Pola, me fijo al pasar por la calle Dolores y compruebo de lejos que la casa de mis amigos sigue allí, pero continúo por la orilla, ya que no tiene sentido que me acerque a su casa, sabiendo que ayer llegaron a Donostia procedentes de Polonia.

La isla de Tabarca quedará para mañana
Por el paseo marítimo, llego hasta el lugar de salida de los catamaranes a la Isla de Tabarca. Me acerco a la taquilla y veo que cuesta 14 € ida y vuelta y hago plan para hacer el viaje mañana, saliendo a las 10:00 y volviendo a las 17:00 h Pienso que con seis horas será suficiente para ver todo lo que la isla me quiera ofrecer. Pero no tiene sentido quedarme allí, así que continúo hacia las dunas de Carabassí. Una pareja, con perro juguetón, está sentada en un banco y me informa de que hay barco-taxi más barato. Voy a leer el cartel y veo que cuesta 5 € cada viaje, y los del banco me dicen que si cojo ida y vuelta son 9 €. Con esos datos, continúo el camino.

Hacia Carabassí, temiendo que descargue sobre mí la tormenta
Voy haciendo planes para mañana: levantarme hacia las 7:00 h, retroceder este camino que ahora estoy haciendo y, si llego para las 9:30 h coger el barco taxi y, si a las 10:00 h, el catamarán. Pero uno propone y las circunstancias disponen. Continúo por el paseo marítimo. Ya me voy alejando mucho de Santa Pola del Este; van quedando atrás las playas artificiales con los diques que retienen la arena. Ahora las rocas bajas y relativamente planas, ya chocan con el agua marina, es una zona más salvaje y que sería más bonita si estuviera algo más alejada de la carretera. Unos pescadores acaban de pescar un hermoso mújol. Es el primer pez que veo, en estos primeros días, sacar del agua a un pescador. Como el camino por rocas es algo incómodo, voy por la carretera. Un chico que ha llegado con coche allí, ha montado su tienda muy cerca de la calzada, ¡qué poca imaginación! Le comento y le doy mi opinión de que el sitio es pésimo para dormir, cuando pasen los coches por la noche va a creer que sus motores están en su cabeza. Me responde que ha parado allí para echar la siesta y que luego levantará la tienda. Me pregunta si conozco algún sitio para dormir y le digo que yo voy a dormir en las dunas y que, si aterriza por allí, ya nos veremos. Me hago la ilusión de que, en caso de que caiga la lluvia, que las nubes presagian, podría pedirle cobijo en su tienda, un rinconcito, aunque ni tan siquiera sé si está sólo o acompañado. De todas formas hacer lucubraciones no cuesta nada, más bien, es una forma de pasar el tiempo, ya que nunca más lo volveré a ver. Por el fondo se siguen viendo las nubes amenazantes, al fondo fondo, parece que se vislumbra claridad, pero ya empieza a chispear. Se me está haciendo muy largo el camino; suspiro por que aparezca la ermita que separa Santa Pola de Elche (Elx). Llego a una curva y aparece la ermita, pero la carretera ya se mete hacia el interior. Tengo oportunidad de seguir por camino de tierra, donde se anuncian ya las Dunas de Carabassí, pero para dar una oportunidad a que aparezca el chico de la tienda, continúo un rato más por la carretera. El cielo está tan encapotado que, faltando mucho para la noche, se ha puesto muy oscuro y siento cierto peligro, aún yendo por el lado izquierdo de la ruta. La carretera tiene poca circulación, pero sin nada de arcén. Llegando a un sitio que, antes, fue carretera pero que, ahora, han cubierto con tierra, haciendo una especie de muga para que no pasen coches, decido abandonar la carretera que, poco después, entrará en explanada, y me meto por allí y sigo hasta cerca de la orilla. Los pinos, azotados por el viento, adquieren formas caprichosas y decido que mañana los fotografiaré con mejor luz. Hay algún vehículo aparcado, alguna rulote, alguna tienda.


Plácida noche en las Dunas de Carabassí
Bajo a la orilla del mar y llego donde Paco, un pescador, con el que charlo un rato. “Si te gusta lo que haces…”, me dice. Me recomienda que no me meta por el centro de las dunas y que duerma en el inicio, protegido sólo por las primeras. Como tampoco me interesa estar demasiado cerca de donde llegan los coches, acabo haciéndole caso. Elijo el lugar, aliso el terreno y no extiendo el saco, ni la esterilla, por temor a que me los moje la lluvia suave pero intermitente que, de vez en cuando, cae. Se acaba de abrir un claro en el cielo, hacia el sur y ahora otro, el que venía del norte, pero por Alicante se ha vuelto a cubrir y se vuelven a ver nubes negras como las que han pasado antes. Poco después de las diez, las cortinillas de agua que se veían caer por Gran Alacant, ya se van controlando y, al acostarme, ya veo la media luna y tengo encima a la Osa Mayor. Habrá noche estrellada pero, desde El Altet, me llegará cierta contaminación lumínica. Esta población ha crecido en demasía. Hasta muy tarde, continúan saliendo y entrando aviones en el aeropuerto de Alicante. Las llegadas, pocas, son más ruidosas. Ya adormeciéndome, sobre las 22:30 h, veo que se acerca un hombre y pienso en el primer buscón, de los que me había prevenido Paco, pero no, es el propio pescador que se ha acercado para echar algo a la basura. Se acerca a fumar un cigarro y charlar. Está un rato haciéndome compañía. Tiene cuatro hijos, pero ya vive cada uno por su lado. Él y su mujer, vivían en El Altet, pero ella le amenazó con irse a vivir a Elx, puesto que en El Altet, sola, se aburría. Vendieron el piso y se compraron un apartamento en Santa Pola donde, durante todo el año, hay más ambiente. Él continúa yendo a El Altet para echar sus partiditas de dominó con los amigos y se juegan la consumición. El dominó le parece un juego muy bonito. Hoy ha ganado y perdido en dos partidas, así que ha pagado una consumición: cubata y gin-tonic. Si, cuando no juega a dominó, se va a pescar, no es de extrañar que la mujer se sienta algo abandonada. Todo dependerá de las estrategias que ella emplee para hacer y conservar amistades en Santa Pola o que haya encontrado una afición que allí pueda ejercitar. Nos despedimos y se va hacia sus cañas. Hacia las once, veo que recoge sus bártulos de pesca y se va por la orilla. Le doy un grito, como saludo de despedida, responde y continúa su camino. Antes de ponerme a dormir, definitivamente, paso las correas de la mochila por debajo de mi almohada, hoy más cómoda que la primera noche, como prevención de que alguien, muy improbable, me la pueda robar. También compruebo que la esterilla está mejor hinchada que la primera noche. Sin la amenaza de lluvia, duermo tranquilo.

Lo más destacado del día
Sin haber disfrutado de paisajes maravillosos, ha sido un día tranquilo, sólo llaneando. También ha sido divertido recuperar parajes conocidos; desde el Pinet de La Marina hasta las Dunas de Carabassí. Sin ser profundos, algunos encuentros han sido interesantes: Víctor, primero y, luego, Miguel, en el Rebollo; Fernando, que me ha recomendado Candela para comer; el ciclista bilbaíno, que me ha servido de guía en la desembocadura del Vinalopó; los del atracadero de Tabarca, que me han informado de la manera más económica para ir a la isla; Paco, el pescador de las dunas, que me ha informado de cómo se aburre con su mujer y se refugia en la partida de dominó con los amigos y pescando en solitario. Un domingo tranquilo.

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