martes, 30 de abril de 2013

Etapa 21 (199) Nules-Castelló

Etapa 21 (199) 18 de junio de 2009, jueves.
Nules-El Puerto y el Grao de Burriana-Alquerías de Santa Bárbara-Costa de Almassora-Castelló.

Esta noche he tenido un sueño, pero no lo contaré hasta mediodía que es cuando se me hará consciente en el Savarín de Burriana.

Meando en la oscuridad. Primer baño de la mañana
En Castelló dormiré la mayoría de las noches en cama. Esta noche pasada  y en Alcossebre serán las excepciones. Cuando me despierto, hacia las seis, veo cómo dos personas en la orilla, donde estaban los de las cañas, y los dos cañeros, hinchan su lancha neumática. Uno, el más joven, parece que lleva un traje de neopreno hasta media pierna, pero podría ser un atuendo similar al de los ciclistas. No podría definir la edad del otro. No sé cuánto tiempo llevan en la orilla, pero hasta las 6:45 h no podrán poner el motor en marcha y partir hacia alta mar. Lo más curioso es que, poco antes de salir y después de haberse puesto hasta el chaleco salvavidas, no se han dado cuenta de que se les ha olvidado orinar. Como tiene traje completo con tirantes, el joven se lo tiene que quitar, para poder sacar el pajarito. Lo hacen de tal forma que, para no descubrir al otro el preciado tesoro que esconde cada uno entre sus piernas, uno mea hacia el Norte y el joven hacia el Sur. En la distancia y con la poca luz que hay, no veo prácticamente nada, menos el  pito del adulto, sólo el gesto, y me hace gracia porque me recuerda situaciones pasadas y otras similares a cuando alguien se aleja de su grupo para hablar tranquilo con su móvil y que los amigos no escuchen la conversación y se acercan al ajeno, al extraño, al que no le interesan nada sus secretos. Habría que retroceder a Razo (en A Coruña), donde una chica se puso a orinar a pocos metros de donde el caminante intentaba dormir, dentro de una chabola a medio derruir, y que ya relaté. O avanzar en este mismo viaje, a la playa de Mongat donde, el 11 de julio, ocurrirá algo similar a lo de Razo y que ya contaré; todo, poco antes de que me desapareciera el monedero, como adelanté ayer al pasar por La Gran Paella de playa Corint. Yo también, de madrugada, me he levantado una sola vez a orinar y, ahora, en cuanto arranca la lancha neumática y se va, me levanto para hacerlo de nuevo. Primero ha montado el mayor y ha avanzado hasta superar la ruptura de la ola. El joven se mete al agua hasta la cintura, sube a la lancha y se van. Todavía en el saco, por encima de la tapia que me quita la vista del amanecer, veo un poco del filetito lunar. Me pongo de pie con el saco, como si fuera una momia vertical; dejo caer el saco y desnudo, como estoy, orino, me calzo, bajo al lugar donde estaba la pareja y me doy el primer baño de la mañana.

Hacia el Puerto de Burriana
El baño me lo he dado poco antes de las siete. Paseo calzado por la orilla para secarme y procuro no salir del haz de calor del primer sol de la mañana que, el saliente de la casa, no me ha dejado ver amanecer. Salgo por el tinglado de traviesas y llego enseguida a una carretera de tercer o cuarto orden. A pesar de estar la calzada muy cerca, el sonido tranquilizador de la rotura de la ola, me ha evitado todos los sonidos nocturnos propios de la circulación rodada. Los haces de luz, tampoco me han llegado con intensidad suficiente como para molestarme. Voy por el lado izquierdo, sin arcén, y enseguida llego a la playa de Nules. Me meto por calle interior y encuentro el nº 1 que, casualmente, la casa se llama Vera. Cuando busco un paseo marítimo inexistente, un chico que entrena corriendo, me dice que en Nules, a esta hora, todos los establecimientos están cerrados. Un hombre pinta de azul la puerta de su garaje y le doy los buenos días. Continúo sin salir al mar y veo que en una plaza están montando un mercadillo. Un hombre y un joven, descargan zapatos a granel. Me pregunto: “¿Estarán emparejados?”. Si queda alguno suelto, le vendrá bien a un cojo, siempre que el que falte sea del pie que cojea. Todos sabemos de qué pie cojeamos, pero yo no lo sabré hasta llegar a Sant Antoni de Calonge y a Palamós. Estamos en 2009, pero en 2012, ya se me habrá olvidado de qué pie cojeaba. No sé si antes de ir a París, este 2013, me dará tiempo a llegar a contaros esta historia. Saludo a un frutero y me estrecha la mano. Le compro dos nectarinas (0,35 €). Me dice dónde hay fuente para lavarlas: "detrás del último puesto". Las frutas no son especialmente sabrosas, pero me las voy comiendo como aperitivo, previo a mi desayuno, que no podrá ser hasta llegar al Port de Burriana. Las nectarinas son de las que no tienen granada la semilla y el hueso se abre por la mitad; están cogidos muy verdes y no tienen apenas sabor, pero cumplen mi necesidad de comer fruta, pues lo hago en pocas ocasiones. Cuando como en restaurante, casi siempre me ofrecen algún postre que me atrae más que la fruta, soy tan goloso… Ayer fue un día excepcional, pues me comí toda la fruta de la sangría, incluida alguna cáscara de naranja y limón. Cuando llego al final de la calle de Nules, se me ofrece la opción de pedregal o carretera, así que no lo dudo y elijo lo mejor, la carretera, y así daré un paseo precioso y bien acompañado.

Carmen me acompaña a la salida de Nules
Al inicio, hay tramos de carretera con acera, pero es tan estrecha que no da para que dos personas vayan a la par, así que Carmen, como la conoce bien, se baja a la calzada. Al salir del pueblo, la acera desaparece y no hay arcén, así que iremos ojo avizor. Carmen es mayor que yo, o al menos así me lo parece, yo adapto mi paso al suyo, pero cuando finalice su acompañamiento, tendrá su frente perlada de sudor. Si en algún tramo vuelve a aparecer la acera, ella me manda que suba y a mí no me queda otra opción que obedecer. Hablamos de los hijos, de sus carreras, de los nietos, de que la mejor opción no es dejarles una situación acomodada, pisos y segundas viviendas, sino invertir en educación; también hay tiempo para mi viaje y para recetas de cocina. En fin, una compañía encantadora. Tiene un hijo que primeramente hizo una carrera superior que le costó seis años, de Ingeniero Agrónomo y, luego, una media, de Ingeniero Técnico Industrial, creo que se trata del pequeño. El mayor es médico. Los dos son muy deportistas y les encantaría conocerme y que les contara lo que estoy haciendo. Me explica cómo hace la empanada que, en realidad, es una especie de pizza y que como gusta tanto a la familia y no merece la pena conservar de un día para otro, la que sobra, si sobra, se la da a su nuera que, según parece, es la mujer del médico. El pequeño también tiene moza. Yo le doy mi receta de los cookies ("cuquis", le digo), pues creo que le gustarán y me dice que la piensa ensayar para hacerla con sus nietos, que creo entenderle, son dos niños y una niña. Antes de despedirnos, me ofrece su casa, por si vuelvo alguna otra vez por Nules, que no apunto y no retengo, pero que agradezco su buena intención. No creo que tenga que volver atrás. Probablemente si volviera por Nules, preguntara por Carmen, hablase de sus hijos médico e ingeniero, sería una persona de fácil localización. Al despedirnos me dice: “te lo digo de corazón” y a mí no me cabe ninguna duda de que es cierto lo que me dice (cuando lo escribo en Burriana, me saltan las lágrimas de la emoción que me ha transmitido Carmen en este impagable encuentro matutino). Nos damos un par de besos y me dice: “Esta mañana se lo contaré a mis hijos”.

Burriana. Puerto. L’Artic
Al llegar al puerto de Burriana, entro a desayunar en  L’Artic, que está enfrente.  Me sacan el café con leche y, de la amplia oferta de pastelería, elijo un fartón sin crema y otro con crema. Como no lo describí entonces, ahora no recuerdo cómo era el tal fartón, pero sí tengo in mente que estaba riquísimo. Le cuento algo de mi viaje a la chica que está en el mostrador y luego hablo con Eduardo y Mari Carmen, que está a punto de dar a luz su segundo, pero no pregunto sexo, ni del que ya tienen, ni del bebé que viene. Les gusta mi viaje, pero acabo pronto la conversación porque si hablo no escribo. Al marcharse, les digo: “te deseo una horita corta”, algo que decían nuestro mayores para desear que el parto fuera rápido. Aunque ya sabemos que todas las horas son de sesenta minutos o 3.600 segundos (que estos ya son mucho más). Le deseo el parto de mi segundo nieto, Lander que, fue tan rápido, que casi se escapa  por el camino. Tanto Mari Carmen, como Eduardo, son de Burriana.

Un natalicio y una noticia luctuosa. Iñaki y Mikel. Julián Iglesias
Sigo escribiendo y me llama al móvil mi compañero de trabajo y amigo Iñaki Azpeitia, ¡Cómo le agradezco la llamada! Hablamos de su hijo, Oier y me cuenta que otro de mis compañeros y también amigo común, Mikel, acaba de ser también aita (padre) por primera vez, que la niña, Eider, que tiene dos días, se porta bien, que les deja dormir y que la madre, Gurutze, también se encuentra bien de salud y recuperándose. Después hablo con Mikel para darle la enhorabuena. Pero el objeto de la llamada de Iñaki, además de darme esta noticia, es que se ha recibido un e-mail, en el que se lee que el padre de Carlos Iglesias, al que representaba él en Un franco 14 pesetas, ha fallecido y que agradece nuestros desvelos para con el protagonista de la historia, ahora desaparecido y a  los que aportaron su grano de arena para la realización de tan exitosa película. Carlos es un buen hombre y, como bueno, agradecido. Tuve la suerte de disfrutar dos días con él en Irun, cuando programamos en el Cine-club Cinema Paradiso, su película y se ofreció a copresentarla con su colaborador, actor y amigo Iñaki Guevara. Luego colaboré con él, presentándo a niños de la guerra para su siguiente película Ispansi (Españoles) que en su mayor parte se desarrollaba en Rusia, en nuestra postguerra y narraba un episodio coincidente con la estancia de estos niños de la República española allí y su huida del ataque de los nazis. Le salió una hermosa película, pero tristísima, tan triste como era el tema de la ruptura entre las dos Españas, la franquista y la republicana; película que no tuvo el beneplacito, ni el éxito comercial de la primera, aunque se volvió a llevar el premio del público en el festival de Málaga (¿o de Huelva?) . Ahora estoy suspirando por su tercera, que se espera para octubre de 2013, y será en clave de comedia. Carlos Iglesias no necesita presentación, pero si recordáis, ya lo hice en los prolegómenos a mi viaje por el Sur; cuando nos vimos a mi paso por Madrid y que fotografié con otro gran amigo mío Txema Elósegui, que fue mi guía en el viaje por el desierto del sur argelino, un buen ejercicio previo que me sirvió para este mi viaje de ahora. Descanse en paz Julián Iglesias. Pido a Iñaki Azpeitia que me remita el correo al mío en Kzgunea. Me he emocionado cuando me lo leía Iñaki y duda si pasarle el teléfono a Mikel, pero lo hace. Han sido dos noticias una mala y otra buena. Ahora sólo me queda escribir a Carlos Iglesias en la primera ocasión en que pueda disponer de lugar con Internet.

Continúo escribiendo en l’Artic
Para hablar por el móvil, he salido del establecimiento y, cuando vuelvo a entrar, los vecinos de mesa están hablando de Iñaki y de Javier “¡arrituta nago!” (estoy sorprendido), les digo. Menciono la casualidad, Iñaki y Javier hablando por el móvil en la calle y ellos dentro, hablando de Iñaki y Javier. No están tan sensibles como yo y lo único que consigo es que bajen el nivel de voz. Se van y los que ocupan su mesa son Lola, Carmen y Salus; hablan de un nieto, que si unas veces es de la Real y otras del Athletic;  yo no entro al trapo, porque si no, no acabo nunca. Pero, cuando se van a ir, como llevo ya encarrilado el diario y otra ocasión no voy a tener de hablar con ellos, les pregunto de qué hablaban. Resulta que Lola es Nekane, que trabajó con los militares en Loiola y ahora está jubilada. Acaba de llegar de Donostia, le leo lo que he escrito de Carmen, del encuentro de esta mañana y le gusta lo que escribo. Aunque los tres ya están de pie para marcharse, Nekane se sienta a mi lado. Los otros permanecen en pie. Carmen es de mi quinta, de noviembre. Finalmente, nos despedimos, se van y yo acabo de escribir mi diario y me dispongo a marchar. Pero el que ahora está en la barra me pregunta y hablamos de nudismo. Opina que lo ideal es la aceptación de su cuerpo por parte de cada individuo y hablamos de la estética que nos vendieron los griegos, con aquellos cuerpos perfectos; que lleva a que algunos se piensen que los únicos que se pueden desnudar son los guapos y los bien hechos. ¡Craso error! Es bellísimo ver desnudo a un matrimonio mayor con todas sus arrugas ¿No decían que la arruga es bella? Pues sí, lo es. Una mujer, un hombre gordos, una embarazada, un niño, todos tienen su encanto; pero no es tanto el encanto, como saber participar y disfrutar de esa ración, de esa sensación, de libertad que el cuerpo desnudo proporciona a cada uno; no a todos, sino a aquellos que se sienten bien consigo mismos. Ya sabemos que todo es fruto de la educación y que a los niños hay que educarlos bien y nunca en el temor al cuerpo. Belén, la otra de la barra, que ha mostrado mucho interés en hacerme preguntas sobre mi viaje, me recomienda comer en Savarín. Me da datos para llegar. ¡A ver si lo encuentro! He entrado a L’Artic antes de las nueve y son las dos de la tarde cuando me marcho. Mi record. Muchas gracias por todo.

Comida en Savarin. Bailando con Marilyn
Comiendo me vienen imágenes de un sueño que he tenido esta noche. Durmiendo en playa de piedras, he estado bailando con Marilyn Monroe. Yo le llamaba “Norma Jean” y se hacía la desentendida, como que ese nombre no fuera con ella pero, a medida que seguíamos bailando, se iba aferrando cada vez más fuerte a mí. Este sueño, lo interpreto como otro regalo más de los que ya me proporciona el camino, compensatorio de la cama de piedras. Si no llega a entrar a comer un grupo de cuatro chicas y un chico, que me lo han vuelto a traer a mi mente, lo habría olvidado y, bailar con Marilyn es otro regalo que no se puede despreciar, ni olvidar. Lo debiera haber apuntado nada más despertar pero, con el show de la lancha neumática, el sueño se ha evaporado. Ya está apuntado y, de momento, no veo otra interpretación, salvo que Edgar haya sido el desencadenante de Norma Jean. Freud decía que en los sueños se cumplen nuestros deseos. Lo que no se puede cumplir en la realidad, o lo que no nos atrevemos, se cumple en sueños. Los sueños, al margen de su significado, suelen tener su apoyatura física en acontecimientos de la víspera. Dejemos pasar el tiempo que, a lo mejor, o a lo peor, me viene otra y más ajustada interpretación. Saliendo del Ártic, llego a una rotonda. Un chico me dice: “a 40 metros lo tienes”. Cuando entro en Savarin, todas las mesas están ocupadas y dos chicas esperan en la barra, a que se libre una, bebiendo cerveza. Yo me coloco en el lugar donde creo que molesto menos y sin descargar mis mochilas. Un amplio grupo, todo de mujeres, celebra un cumpleaños. Me resulta curioso que, cuando canten “Cumpleaños feliz”, digan “…te desé a mos to dos”, una repetición mimética de la canción que, en este caso, no habría producido ningún desacuerdo en la rima, ni en la música, si hubieran cantado “…te desé a mos to das” (teniendo en cuenta género y sexo de las cantantes). Me niego a pedir bebida hasta que me siente y, cuando me asignan mesa, pido vino y gaseosa y me ajusto al precio del menú. Me sacan una escalibada muy bien presentada y lo único que queda de ella será el hueso de la aceituna que dejo en el plato; al recogerlo el camarero, el hueso rodará y por mucho empeño que ponemos para encontrarlo, el hueso desaparecerá. ¡Se habrá evaporado! A mi izquierda comen dos hombres mayores y una mujer de mi edad; cuando yo me siento ya están con el segundo plato y, desde mi observatorio, no serán especialmente significativos. Sólo han intervenido en la búsqueda del hueso de aceituna. ¿Os imagináis todos, clientes y camareros, a gatas por el suelo, buscando un hueso de aceituna? Habría sido divertido. Otro regalo del camino. A mi derecha, comen dos ejecutivos en camisa; es blanca y parece fresquita; se supone que sus chaquetas están a buen recaudo en el guardarropa. Su tema no lo pillo, porque hablan valenciá. Les pregunto si son técnicos en Marketing y ni afirman ni desmienten. Cuando les hablo del viaje que estoy haciendo reaccionan igual que si les hubiera dicho que "empieza a llover", estando bajo techo. Cuando me vaya, ni les diré adiós, ¡que se jodan!, es mi pataleta. ¿Acaso creo que el mundo baila a mi alrededor? Ya me es suficiente con  haber bailado con Marilyn, aunque haya sido sólo en sueños. Más de uno de los comensales me envidiaría hoy si se lo contara. Cuando he entrado, había una mesa, "una, grande y libre" (como la patria franquista) a la entrada. Ahora está completa, toda con chicos jóvenes y un cuarentón calvito. Me han dicho que iban a esperar a los que faltaban. Cuando estoy con el segundo plato, se completa la docena y comienzan a pedir. Empiezo a sentir al Javier juguetón que me suele salir en mis viajes a pie. Observo al que está en el centro, un chico de amarillo, sin especial ni divina belleza, que habla a dos bandas y que sabe atraerse cierta audiencia; por estas razones y su posición en medio de la mesa, le asigno el papel de Jesús entre sus discípulos. En realidad faltaría uno y fantaseo con que podría ser yo el que falta en el grupo. Probablemente me habría gustado sentirme integrado en aquel conjunto. Quizás se pueda interpretar como un signo de debilidad, derivado de tantos momentos de soledad que el viaje me depara, y que me llevan a reinventarme a Marilyn, para satisfacer mi deseo de que me quieran y sentirme querido. Cuando se levanta para ir al servicio el chico que está frente al de amarillo, me levanto yo también, me acerco a la mesa y digo: “aprovechando que se ha ido Judas, saludo a Jesús” y me vuelvo a sentar. Hacen comentarios entre ellos, aunque no sé en qué sentido, y lo vuelven a comentar cuando regresa el que le he asignado el papel de Judas. Ahora que lo escribo en el blog, pienso que me la estoy jugando. Imaginemos que al tal Judas, no le agrada el rol que le obligo a jugar y reacciona con violencia. ¿Cómo habría salido yo del atolladero?; supongo que algo se me habría ocurrido; les contaría mi viaje y santaspascuas. Probablemente se habrán preguntado, “¿quién será este hombre tan pintoresco?, ¿estará mal de la azotea?”. Ya se han ido los de al lado y su mesa se la han preparado a cuatro chicas y un chico que, pienso, llegan de la playa, pero que resultará no que vienen, sino que van. En un lapsus de su conversación digo al chico de rizos: “unos tanto y otros tan poco”. Me ríen la gracia y también alguno de los doce, que me ha oído y lo comenta a sus compañeros de grupo. La chica que queda más a mis espaldas resulta ser la más receptiva. Este es el grupo que me ha hecho recordar el sueño de Marilyn, lo escribo para que no se me olvide y le cojo como confidente. Me pregunta “¿es un sueño?”. Le digo que sí, como una forma de decirle: “estoy solo, pero qué bien me lo he pasado esta noche con ella”. Les pregunto si los cinco son amigos y me responde: “compañeros de trabajo”. Me pide que adivine su profesión; y yo respondo: “bailarina de ballet”. Se ríen, y me dicen que él, el único chico, el de los rizos, es el coreógrafo. Yo le digo que no, que él hace el papel de Ondina. Nadie me pregunta qué hago allí, ni los doce, ni los cinco, ni los Holister, y sólo se lo diré al camarero del hueso caído, a la hora de pagar con firma electrónica. Creo que es la primera vez que firmo así, una firma real que será virtual en cuanto desaparezca de la pantalla. El camarero dice que es una buena fórmula: “así no tendremos que guardar tantos papeles”. He pagado 10 €. Genial relación calidad-precio. Con tanto tejemaneje, ni recuerdo lo que comí de segundo, ni el postre.

Hacia el Grao de Burriana. Ainhoa
Salgo al exterior y me dirijo a la costa. Como en su inicio la playa es muy ancha, decido seguir por la carretera y, además, sabiendo que ya empiezan de nuevo las de arena, un poco de demora no me vendrá mal. Una chica, Ainhoa, va por el otro lado de la carretera, en el lado de la playa. Se quita el vestido, se queda en bikini, pero se lo vuelve a poner, “¿lo llevaba al revés?”, pienso, pues no veo otra explicación a lo que he visto. Visto y no visto y me desvisto. Va con la intención de localizar y quedarse con unos amigos, pero la conversación se pone tan interesante que seguirá un rato conmigo y “se pasará tres pueblos”; es un decir. Está sin trabajo, aunque cobrando el subsidio de desempleo, pues lleva poco tiempo en paro. Ha hecho de casi todo; últimamente en tareas de mantenimiento, contratada por el Ayuntamiento de Burriana: limpieza, jardinería, pintura de brocha gorda. Le gusta ese trabajo porque es variado y se aprende mucho. En estos momentos está bien en el paro porque le toca atender algún problema familiar que le ha sobrevenido, pero sabe que volverá a tener trabajo en breve. Le encanta mi viaje. Al preguntarle si conoce Ainhoa, me responde que no sabía que era el nombre de una virgen de un pueblecito del país vasco francés. ¿Le habré proporcionado el gusanillo que hará que lo visite algún día? Ainhoa se da cuenta de que el grupo que buscaba se encuentra en el anterior espigón, se despide de mí y va donde ellos. “Gracias por la compañía”.

Socorristas desinformados sobre nudismo
Hablo con los socorristas; uno de ellos también es nudista, a veces, y le voy desbaratando sus argumentos. Aprovecho para echar mi discursito sobre el nudismo y aleccionarles en derechos que desconocen. La iglesia y el PP hacen su labor en sentido contrario y tienen buen cuidado de que los que vigilan sus playas no estén bien informados. Cuando me dicen que, acabada esta playa, la siguiente vuelve a ser de piedras, “mi gozo en un pozo”. Me despido, bajo a la orilla, me descalzo y disfruto de la pisada en la arena y del golpe de la olita al romper. Cuando llego al espigón, aparecen ya las piedras de la siguiente playa. La Burriana de arena ha sido sólo un espejismo.

Dos fotos del Grao de Burriana
Cuando me calzo y vuelvo a la carretera, me encuentro con un moldavo (de la ex Rusia) y dos rumanos. Me ofrecen bebida, pero llevo suficiente agua, pues he rellenado mi depósito con la que ha dejado en el Savarin el trío de la mesa de la izquierda. Estos chicos del Este, me ofrecen vino y gaseosa, de la que ya he bebido suficiente en la comida. Sigo adelante y me encuentro con un francés de Carcasonne que, con otros amigos, juega a la petanca. Saliendo ya del Grao de Burriana, saco foto de una torre, que será la primera foto del día.

Hoy será una jornada poco ilustrada, pero con muchos encuentros que podrían haber sido fotografiados. Pienso en Carmen, en la última cena con Jesús y Judas, en Ainhoa en bikini, quitándose y poniéndose el vestido y, si fuera posible, una foto de Iñaki y Mikel hablando conmigo por teléfono desde Errenteria. Y, si hubiera estado un poco más despierto, haber sacado una foto de Marilyn Monroe, mientras soñaba. Pasada la torre, me encuentro con una charca en que mamá pata alecciona a un patito.



Del Grao de Burriana hacia Alquerías de Santa Bárbara
La carretera vieja se va desvencijando, lo que hará que el piso, al volverse más irregular, acabe haciendo más grato el camino. A mano derecha veo un muro artificial de rocas, donde hay pescadores. Tras el muro roqueño, donde también se forman una especie de lagos artificiales, mujeres con sillas metidas en el agua, remojan sus pies y "le dan a la sin hueso". Yo, sigo caminando con los ojos anegados, pensando en la oportunidad perdida de un encuentro con Marilyn. Un pescador me enseña su pesca: unos pececillos que, bien fritos, estarán muy ricos y que yo no seré quien los saboree. Al decirle que voy a pie a Francia, me dice que trabajó de camionero y que transportaba fruta a Limoges. También me completa la jugada y me dice: "de regreso, no traía porcelana". También me dice que coja un cruce a la derecha, hacia Santa Bárbara y, luego, un camino que me llevará a un puente sobre un río, el  Mijares, que está seco desde hace mucho tiempo.






Pasa un ciclista. Se empieza a oír el cantar de una pequeña acequia. Leo el letrero que ha puesto el propietario de los frutales, que no logro saber si son mandarinos o naranjos: "Pascual Pitarch Peiró", de Burriana, con su domicilio y el teléfono tachado y puesto el nuevo. Se supone que este hombre, PPP, habrá votado PP; está obligdo por el destino. Compruebo que hay naranjos y mandarinos. Como una mandarina dulcísima que acabo de coger del árbol y más tarde dos naranjas y dos mandarinas esponjosas, para tirar. Hay que tener cuidado con los árboles fumigados; pueden envenenar al ladrón. Un indicador orienta hacia un camino que pasa por las ermitas.

Estoy en Alquerías de Santa Bárbara. El lugar es de pocas construcciones, como si fuera un entorno agrario, una masía, perdida en zona agraria. La palabra alquería significa: Casa de labranza o granja lejos de poblado, aunque también se puede llamar a un grupo de estas casas o granjas. Para mí, el nombre de alquería, siempre irá unido a Stepantchikovo o Stepanchikovo, la primera novela que leí de Fedor Dostoievski, se titulaba: La alquería de Estepanchikovo y sus vecinos. No pararía hasta leer su obra completa. Así pude llegar a su inquietante Demonios. Y a la genialidad de Crimen y castigo. Por lo dicho, la palabra alquería siempre irá para mí unida a Dostoievski. Visité su tumba en el cementerio Nevski en San Petersburgo. Más espectacular que la que veré de Machado en Collioure, pero no por ello, más entrañable. Lo que más me llama la atención son las flores de esta alquería, las buganvillas, y un conjunto de jacarandás floridos. Saco foto de buganvillas, unas rojas, otras lilas y de los jacarandás, que son liláceas y algo azuladas. Los primeros jacarandás que vi en mi viaje, fueron los de Sevilla, en 2007, poco antes de iniciar mi camino por las costas portuguesas. Como iba a hacerlo hacia el Norte, en dirección a Santiago, y puesto que no llevaba carnet de alberguista, fui a la Catedral de Sevilla para hacerme con una credencial del Camino de Santiago, que me sirvió de salvoconducto para pernoctar en Pousadas de Juventude y en un albergue del Camino Portugués, en San Pedro de Rates, como ya relaté.

Cruzar el río Mijares
Por el camino viene un camión demasiado rápido que llena de polvo todo el entorno; hago un gesto de disgusto al conductor, pero no reduce la velocidad; tengo suerte de que el viento me es favorable y lleva todo el polvo hacia la izquierda. Paso un puente y desciendo hacia el mar. Paralelo hay un camino que está cortado para coches y motos y sigo por él. Al llegar al final, aparecen tres ciclistas jóvenes. Fotografío la desembocadura del río Mijares. Ya estoy de nuevo en la costa. La ciudad de Castelló, nuestro Castellón de la Plana de toda la vida, se divisa al fondo, pero me aseguran que no podré continuar por la costa y que, para soslayar el polígono industrial intermedio, me conviene meterme hacia el interior.

Si esto que me dicen ahora, lo hubiera sabido antes, habría ido directamente, por interior, de Burriana a Almassora y de allí, Castelló está a un paso, pero no ha sido así. Una vez pasado el Mijares, ya estoy en su lado norte, pero no tengo ni idea de por donde seguir. En el Mijares hay insectos que sobrevuelan el lecho del río; de vez en cuando salta algún pez para atraparlos; me detengo con la cámara dispuesta para captar el próximo salto y, tras esperar casi cinco minutos y ver que ahora no les apetece saltar, disparo, el obturador obedece, pero no se verá pez alguno a lo Esther Williams. ¡Lo siento!  

Playa de la Torre
Continúo por la costa. En playa de la Torre me surge la necesidad de “…aplacar cierta urgencia gástrica…” (Me permito la libertad de pedir prestada esta frase a Menéndez Salmón, Ricardo: El corrector 107-108), seguramente os sorprenderá que use este término, pues suelo ser menos delicado, pero me apetece escribir la frase, ahora que viene a colación, e incorporarla a mi blog; la podéis encontrar en las páginas indicadas, en la edición de Seix Barral Biblioteca Breve.  Barcelona 2009. La playa es de cantos rodados, hay una pareja pescando en la playa y otros pescadores pescando en el espigón. He dejado las mochilas en el suelo y, con rapidez me he ocultado tras una montaña de piedras. ¿Habrán sido las naranjas, las mandarinas, o el veneno insecticida? Acabada la faena y, tras ocultar el producto, me desnudo y me meto al agua por zona de piedras amables y mar calmo. Será un baño gratificante. Cuando estoy saliendo del agua, llega un nuevo pescador, con mujer e hija. Salgo del agua, me seco y me visto y, visto y no visto, me voy hacia las construcciones de la playa de la Torre.

Rodeando la zona industrial
Todavía encontraré dos paseítos de arena por la orilla y dos salidas de riachuelo con agua fría. Cuando empiezan de nuevo las piedras, entre espigones, encuentro a dos chicas socorristas y me dicen que Castelló está a menos de una hora. Esa es la sensación que me da, pero será otro espejismo, pues a mí me costará bastante más llegar. Echo un vistazo al puesto de Cruz Roja, que me parece adecuado para pernoctar, pero está demasiado cerca de la carretera; es la misma razón por la que estas playas no me gustan para dormir. Llamo dos veces a mi amiga Isabel , pero es en vano. Me estoy acercando a Refinería Petronor, que me repele y un ciclista que está fumándose un porrito, me dice que está prohibido el paso por el lado del mar y me pueden obligar a retroceder. Le hago caso y me voy rodeando la refinería por el interior. De lejos, se ven dos antorchas que echan fuego. La carretera es estrecha y no tiene arcén; la circulación sólo está autorizada en una dirección, pero el arcén izquierdo es una acequia que baja con agua. Voy por el borde de esa acequia que exige mucha atención, un traspiés sería muy peligroso; menos mal que los coches vienen de frente, y se apartan al verme, pero si llegara un gracioso desaprensivo que se arrimara más, me obligaría a tirarme a la acequia y, además de mojado, ¿podría salir de allí? Se ven muchas serpientes de agua aplastadas en la calzada. La refinería no acaba nunca. Por fin termina, pero la carretera sigue hacia la autovía. Estoy acercándome a Almassora, pero me resisto a ir hacia allí, me da la sensación de que retrocedo. La carretera cambia de sentido y toma buena dirección hacia la capital, pero un cartel que pone Gas y Petronor, me vuelve a hacer dudar si voy bien o no. Repito llamada por móvil a Isabel; no hay suerte. Al fin, me llama ella y me dice que es mejor que quedemos citados para desayunar que a comer; consultará con Fernando para elegir el lugar de la cita. Sin cita concreta, pero sabiendo algo más del plan que tengo  para mañana, pierdo la oportunidad de sacar una foto que hubiera sido curiosa. Un pájaro en el medio de un alambre del tendido eléctrico, coincidiendo exactamente encima, aunque mucho más lejos, de las dos altas chimeneas que lanzan sus dos lenguas de fuego. Tendría por título: Ave asada al cable. Pero cuando estoy llegando al lugar exacto para sacar la foto perfecta, el pájaro inicia su vuelo, así que éste tampoco cumplirá el dicho de “ave que vuela, a la cazuela”. Llego a una rotonda, pero no me aclaro cual es la opción que debo seguir para llegar a Castelló. Voy recorriendo su circunferencia, veo “camí” y me dirijo hacia allí. Si no se me ocurre cogerlo, me habría metido de lleno en la autovía y ya no habría podido salir. Sigo por el camí, hasta que veo que me va a llevar dios sabe dónde. Subo a la autovía, pero ya en el momento en que esta deja de serlo y, ¡por fin!, entro en Castelló. ¡Qué difícil resulta entrar en las capitales! Siempre que puedo, las evito. En la autovía, un camión ha derramado muchos granos de trigo en la calzada.

Buscando el albergue del Lledó, acabo en La Corte
Un hombre me dice que siga la calle hasta el final, que tire a izquierda y, pasando 6-7 cruces, me encontraré el albergue. Tras aclarar una duda, un matrimonio que pasea a un perro, me lleva hasta la puerta del Lledó. Les agradezco. La recepcionista me dice que durante la época escolar es residencia de estudiantes y que, como albergue, no empieza a funcionar hasta el uno de julio. Me parece que no me conviene esperar tanto. Ahora me doy cuenta de que ya lo ponía en el librito de albergues, pero lo había olvidado. La chica, muy amable, me dice donde puedo coger agua, en máquina expendedora (0,35 €), a precio de estudiante y me busca dos posibles pensiones en la calle Trinidad. Cuando estoy orinando y lavándome la cara, me llama Isabel y quedamos para mañana a las nueve en la puerta principal del Mercado Central. Espero que sea un buen sitio y que el lugar no ofrezca confusión. Después de estar conmigo, subirán a ver a su hija y a su primer nieto al hospital. Su hija acaba de ser madre por vez primera. Mis amigos ya han alcanzado la gradación de abuelos; parece que tenían ganas. Voy hacia la calle Trinidad. Una de las pensiones está en reformas y en la otra, La Corte, me piden 40 € y no me siento con ganas de rechazarlo y ponerme a buscar alternativa. Aunque preferiría algo más económico, valoro y no discuto precio, ni me pongo a regatear. Tengo ganas de ducharme.

Cena en Restaurante Eleazar. Manuel, mi cicerone nocturno
Ya duchado, voy por la calle de detrás de La Corte. En Eleazar, pido ancas de rana y puntillitas, acompañadas de pantumaca y lo completo con tarta de queso y dos copitas de crianza muy rico (22,90 €). Al salir de cenar, veo a Manuel que, con cascos, escucha la radio y le digo que si veo a alguien con auriculares puestos, suele ser razón suficiente como para no preguntarle nada. Los cascos invitan a la incomunicación. Se los quita, parece que prefiere hablar y hacemos un recorrido nocturno por la ciudad, que durará hasta el inicio del siguiente día: las 00:15 h. Entre esa hora y las 00:45 h, hago la colada y la tiendo. Duermo desnudo y con la sabanita sobre la tripa. Manuel me ha acompañado a ver los árboles centenarios: un ficus sanísimo y un olivo de tronco impresionante. La Catedral parece un castillo y tiene torre aislada. Pasa como en Cáceres, que es concatedral. Hablamos de hijos, de sus carreras. Manuel tenía un negocio, pero lo cerró porque sus hijos no querían continuar con él y, ahora, vive de rentas, aunque tiene a los dos pequeños todavía estudiando; la chica Química y el otro aún es joven, aunque cree que también estudiará en la Universidad. Luego me enseña el Mercado Central y así ya sé donde estoy citado mañana. También el Ayuntamiento. Vemos un quiosco que han rehabilitado con terraza exitosa y algunos edificios más. Acabamos en un paseo muy bonito y nos deseamos lo mejor. Suele ir mucho por Zaragoza, pero le hablo de Berdún y no lo conoce. ¡Hasta que la vida nos vuelva a encontrar!

Balance de la primera jornada completamente castellonense
Ya estoy caminando de nuevo con las sandalias que me compré en Algeciras, y espero que no se me vuelva a reproducir la herida de los primeros días y que se cure definitivamente el talón de la heridita que me hice con las de Cartagena. Hoy ha sido el día más largo. Me he levantado temprano y acostado muy tarde. Lo más bonito ha sido el paseo matutino con Carmen. Bien el desayuno, encuentros y llamada de Iñaki y Mikel, en el Artic, y las tonterías durante la comida del Savarin. El paseito con Ainhoa también ha sido grato. También el sueño con Marilyn y el colofón, con el cicerone contratado para que me enseñara la capital castellonense, Manuel.

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