lunes, 8 de abril de 2013

Etapa 05 (183) Cabo de las Huertas-Playa Montíboli

Etapa 05 (183) 02 de junio de 2009, martes.
Cabo de Las Huertas-San Juan de Alicante-El Campello-playa Montíboli o Esparrelló.

Amanecer
en el cabo de Las Huertas
Hoy cumple dos meses mi último nieto, Jokin. Me despierto a las 6:15 h, me levanto, orino a la raíz de una planta y me vuelvo a acostar. Pero, enseguida, me vuelvo a levantar, recojo todo, y me pongo en marcha. La noche, que se inició despejada, ha dado paso a una mañana llena de nubarrones que le costará atravesar al sol. Hasta llegar a El Campello, no quedará despejado el día. Como no hay una entrada libre de roca al mar y hace algo de frío, ni me baño.  ¿Seguirán las medusas?

Para las 6:35 h, ya estoy en marcha, en dirección a la excursión mínima de ayer tarde. Hoy disfruto más de la roca plana de la parte baja, la más próxima al mar, ya que ayer fui por arriba. Es muy cómoda para andar. Creo que estoy solo en todo el cabo; ¡sólo en el mundo!, no se ven ni pescadores. Está siendo uno de los paseos más bonitos que he hecho, aunque habría sido más completo si me hubiera apetecido el baño. Ya ha pasado la hora de la salida del sol, pero es imposible verlo a través de las nubes. Paso por una gran cueva-parasol en la que leo “Te quiere tu nenita”, en letras grandes y me llama la atención. Pareciera un anuncio de carácter homosexual pero, con tan pocos datos, será una hipótesis prejuiciosa imposible de confirmar.

Primeros encuentros. Un alemán, Victoria y Chantal
Hasta que no doblo el cabo y veo la playa de San Juan, no me encuentro con el primer pescador, que va por el camino de arriba. Dice que los otros pescadores que suelen pescar en el cabo, “son poco madrugadores”. La primera impresión que percibo de la playa de San Juan, es similar a la del Cabo de Palos al avistar la Manga del Mar Menor; no es nada atractiva. Un alemán de unos cuarenta años me pasa a toda velocidad; lleva una gran zancada; es alto, sorprende su falta de barriga y va tan deprisa porque va a trabajar. Me pregunta la hora y le digo “siete y cuarto”; parece que tiene que entrar a y media; avanza un poco más por la orilla y acaba saliendo al paseo marítimo, por la primera pasarela, y corre. No da la impresión de que fuera un ejecutivo, más bien parecía un obrero, pero me faltan datos. Junto a la misma pasarela, va un tractor rastrillador con un conductor que estira sus brazos y se despereza; le saludo de lejos y me responde. Pareciera que es su tiempo de descanso y estuviera esperando al segundo rastrillador, que viene de camino. Al pasar, también me saluda (el conductor, no el rastrillador). En la orilla, me encuentro un Gormiti y lo guardo para mis nietos. Estando a media playa, teniendo en cuenta la distancia entre el cabo de Las Huertas y la playa de El Campello, empieza a soplar viento de levante; lo que me hace prever que vendrá el cielo azul que veo al fondo; como así ocurrirá. Buena predicción para un foráneo. Un pescador me dice que, después de la última torre, hay una buena churrería. Empiezo a tener hambre.

Cuando estoy hablando con él, me adelanta Victoria, con la que llevo una conversación muy grata, que crece en interés para ella cuando le cuento algo de mi viaje. Me dice: “Has tenido mala suerte con el día, porque las nubes no te dejan ver las altísimas montañas, que son lo más bonito del paisaje.” Está de acuerdo conmigo en que las edificaciones lo afean pero, como ya está acostumbrada, ni les presta atención. Como luego despejará, cuando salga de desayunar, ya veré las altas montañas. Probablemente, Victoria se refería a la Sierra de Aitana, por el norte, con una altura máxima de más de mil quinientos metros. Cuando llego a la torre final, la rodeo, pero no veo churrería alguna. Una mujer sudamericana, que lleva a dos niños al colegio, me dice que hay otros sitios para desayunar, pero que todavía están cerrados. Compruebo que es cierto, todavía no han abierto y, cuando estoy llegando a otro, una mujer que está esperando a que le recojan en un coche, me explica muy bien por donde llegar a la churrería. Pasando la riera seca, que me hace pensar si alguna vez hubo un río que pasara por allí, tan desértica la veo, pregunto a un hombre si lo del otro lado también es El Campello y, por detrás, viene una francesa, Chantal, que me lo explicará en francés; tengo dificultades para entenderle pero, para quien quiere comunicar, es fácil hacerse comprender. “Cuando mi marido sale a trabajar, salgo a la vez que él”, me dice, “y doy un paseo de una o dos horas”. Cuando voy hablando con ella, un chico le saluda, al que pregunta si la churrería está abierta y nos dice “la churrería Valor, sí que está”. Cuando llego a Valor, me despido y agradezco a Chantal la compañía, y ella continúa su recorrido diario.

Desayuno en Valor. Precios mal calculados
En Valor hay dos chicas, una en la barra y otra atendiendo las mesas. Después aparecerá en la terraza una tercera. Al menos, la de la barra, parece sudamericana. Me orienta bien sobre los churros, que aquí, como en Torrenueva, se llaman porras, me hago mi película y saco una conclusión que, luego lo comprobaré, ha sido desacertada. Su recomendación es que pida una ración de churros y que no pida media (ellas ya se lo saben, y me recomiendan bien); y pido ración y media, pensando en que si la media ración (2 porras) vale 1,30 € y la entera (4 porras) 1,65 €, si pido ración y ½ (6 porras) me costarán unos dos euros. Ayer no cené más que pipas y para que no me pase como en Almerimar, decido que es mejor 6 que 8 porras, que me puede resultar excesivo. Cuando me traen la cuenta sube a 4,40 € y me quejo. Los churros cuestan 2,95 (1,65+1,30) y el chocolate 1,45. Me dicen que mucha gente protesta y que ellas ya se lo han comunicado a los jefes, pero no lo rectifican en las instrucciones y la máquina no les deja cobrar de otra forma. Me lo compensan con cuatro bombones Valor, muy ricos, y con la energía que les ha robado mi batería de móvil, que me la han cargado. Me quedo escribiendo hasta las 12:30 h que, desde las nueve en que he llegado, creo que he amortizado bien mi sitio y los 4,40 euros. Me resulta costoso de contar todo lo de Alain y demás acontecimientos del cabo de Las Huertas. Aunque no se ha terminado de cargar, recojo el móvil. Ellas cierran ahora, pero vuelven a abrir por la tarde. He enseñado a la camarera mis dibujos. Una mujer se acerca a venderme calcetines; le enseño mis pies “¿para qué los quiero?”. Un hombre, con problemas en la voz, que caminan por delante de la terraza, va haciendo un comentario a otro más joven y con melena: “…vas por la calle y te cae una teja…” “¡Que no te caiga!”, le digo. Un señor mayor vacila, pero va al grano con la última camarera, quien le responde: “si querías verla, haber gritado a la cocina para que saliera a saludarlo”. Es como decir: “el que quiera peces, que se moje el culo”. Antes de terminar de escribir la jornada de ayer, he subido al salón y, de allí, al primer piso y me he afeitado, lavado y cagado con consistencia, ¡qué bien! Con el móvil cargado, ya están todos los deberes hechos. Ayer, cuando me di el Aloe-Vera, comprobé que en el pie derecho no tengo nada, pero la rozadura en el izquierdo, que me hice con las otras sandalias, la del empeine, con las que llevo y, ahora, otra parecida que me ha salido en el talón, persisten como problema. Cuando salga de Valor, trataré de ir remojando los pies por la orilla. La chica me dice que coja el móvil pero que, si quiero, puedo quedarme escribiendo en la terraza, ya que ésta queda abierta. Ellas, mientras, limpian el interior. Aprovecho para llenar de agua mi depósito, cogiéndola de un grifo que está para uso de los clientes y del que sale un agua muy fresquita. ¡Qué rica me sabe después de haber comido las chocolatinas! Va a dar la una, cuando recojo todo y me dirijo hacia Villajoyosa que, por primera vez para mí, ahora ha cambiado de grafía.

Hoy no llegaré a La Vila Joiosa
Aunque sí a su término municipal. Pregunto por las playas de Esparrelló o Montbolí (que me corregirán: Montíboli) y hablo con Leonardo, un madrileño que ha venido a pasar seis días y mañana se va; prefiere el baño matutino y luego caminar en camiseta; siempre piensa que, antes de volver a casa, se va a dar un baño, pero nunca lo hace. “¡Veremos hoy!”, me dice. Sin bajar a la playa, me acerco a la Illeta dels Banyets, todavía en El Campello. Me parece ver a un nudista, y hacia allí me dirijo. En la puerta de acceso al recinto hay dos chicos que alucinan con mi viaje. Son las 13:15  y cierran a las 14:00 h, pero prefiero darme un baño antes y me dirijo hacia el otro lado. Paso por un camino bastante bueno y llego hasta donde está una chica en bikini tomando el sol. Del nudista que me ha parecido ver, no encuentro ni su sombra desnuda. Voy hacia el lado más norte del fondo, me desnudo y me doy un bonito y refrescante baño y veo camino hacia el yacimiento, que llega hasta un lugar por el que ya no se puede pasar. Tras secarme, me visto y, cuando paso junto a la chica que está en bikini, hablo con ella; otra más que alucina con mi viaje. Me dice que ella usa la illeta para tomar el sol, pero que, para bañarse, le da miedo; prefiere ir a playa de arena. Ya de nuevo en el camino que me lleva al yacimiento, los dos chicos me confirman el lugar por donde puedo acceder a la playa de Montíboli, antes de llegar a La Vila Joiosa. Encima de la playa hay un hotel. Para ellos, el camino mejor es la carretera, pero yo me resisto y bajo a la playa. Un socorrista no tiene ni idea. Un chico con melena me orienta bien y me recomienda para comer el Eloy (San Eloy, patrón de los moldeadores y fundidores, tantos años mi patrón laboral; también un tío, hermano de mi padre, que ya falleció), en la carretera general. Paso vías del tren y dudo, pero un hombre me reconduce y saca de dudas. Será uno de mis peores tramos (antes de mi paso por el Garraf que será mucho más peligroso); veo indicador: La Vila Joiosa a 17 km. Se me está haciendo largo. Llego a gasolinera Petronor. El gasolinero me dice que hay dos restaurantes, primero uno y, después, el Eloy. Al preguntarle cuál es el mejor, será muy diplomático en su respuesta, probablemente ambos serán clientes suyos, ambos consumirán combustible, pero, como buen informador, acabará diciéndome: “En el Eloy se come bien”.

San Eloy, patrón de los fundidores
Por fin, hacia las 14:30 h, llego. Me dicen que me siente en la mesa que quiera y me coloco equidistante de las dos teles, con una a derecha y otra a izquierda (ninguna enfrente). Además están los Simpson que, aunque me dicen que tienen un humor muy corrosivo, no los soporto. Los dibujos no me gustan, pero es que sólo oír las voces del doblaje, me repatea. Luego en Antena-3 dicen que, en el debate López Aguilar-Mayor Oreja, ganó el del PP. No opina lo mismo el chico con el que hablo y que acaba de empezar a comer la sopa con un rumano. Antes, en una mesa de tres, uno dice “mecabendiole”, una forma de no mencionar el nombre de Dios en vano. El que come con el rumano se cabrea con la noticia dada por Antena-3. “No hay derecho a que den las noticias como las dan”, dice. En la tele han dicho que Oreja ganó a Aguilar por amplio margen y, al dar las cifras, dan una diferencia de centésimas. “Parece que el PP nunca gobernó e hizo nada de lo que nos hicieron. Las arcas estaban repletas y no distribuyeron ni entre jubilados, viudas, ni obreros y, ahora, de la crisis orquestada por los poseedores del dinero, que son los que se han “pasado” con su consumo sin freno, sólo es culpable el socialismo. Y lo mal que se gestionó el vertido del Prestige”; el muchacho está furioso. Para alegrar la vida, dan otra noticia divertida: “Accidente de un avión entre Brasil y Francia. Dos españoles muertos.” Una de los dos fallecidos es una mujer que iba en viaje de novios; la segunda mujer del recién casado, que se mata en accidente de avión; “¿insistirá por tercera vez?”, me pregunto. Con tanto ajetreo, ni recuerdo lo que he comido; creo que ha estado bien y el precio 11,30 € es razonablemente bueno; pago con Visa y a pensar en continuar por la carretera, que me apetece bien poco. Tanto la chica como el camarero son muy activos y él me hace un croquis para llegar a Montíboli. ¡A ver si sigo bien las instrucciones! Aunque el hotel está cerca, allí no podré cenar. El rumano y su compañero de mesa, se van. Mi vecino me pide el boli-AGA para anotar algo que le están diciendo por el móvil y espero a que termine. Voy al retrete; cago sólido. Son las 16:30 h. ¡Carretera y manta! y por la izquierda.

Buscando Montíboli
Voy viendo varios tramos del trenecillo Denia-Alicante; puentes, túneles, vías a mi altura y en le lejanía. La circulación por la carretera es discontinua y, a veces, espesa. Cuando llego a la pedanía, o barrio, o concejo de El Cartitxal, que aquí llaman partida, me sorprendo con la “tx” que, con el sonido “ch”, creía exclusivo del idioma vasco. En el país valenciano también tiene el mismo sonido. Veré que, en algunos lugares tiene un sonido equivalente, sólo con la “x”, como Elx (Elche) o Xilxes (Chilches). Luego recuerdo que pasa lo mismo, cuando juega la selección española de futbol, con Xabi Alonso y Txavi Hernández. También pasa con la “j” de Joyosa y que ya me voy acostumbrando a decir "Ioiosa". Pero si esa grafía escrita o verbal me ha sorprendido, lo más curioso ha sido otra cosa. Fuera del arcén izquierdo, hay una silla vacía y, cuando estoy llegando, aparece una joven, bastante delgada y alta, con una faldita mínima que deja entrever sus enaguas y que se dirige e mí diciendo: “¿Quieres hacer el amor?” Le digo que ya estoy muy mayor para eso (pero me abstengo de decirle que voy andando a Francia) y me responde: “Chupo bien, mi amor”. Le pregunto si El Cartitxal pertenece a El Campello o a La Vila Joiosa, pero ya no me escucha, se pone el móvil en el oído, y se acabó la conversación. Subiendo la cuesta y con la joven todavía a la vista, pasa un coche de la policía, que también pasa por delante de ella y continúa su trayectoria hacia el Sur y todavía, sin yo llegar a la cima, dos motos de la Guardia Civil de carretera y que tampoco pararán. Da la impresión de que este comercio carnal es algo sabido y permitido o, al menos, obviado. Antes de que acabe el día recibiré otra oferta. Esta vez será una chica que me ha preguntado “¿dónde vas?” y le he respondido “a Francia”. Al anochecer volveré a tener otra oferta, pero ya os la contaré. Poco después de los guardias civiles, pasa un GMN e, instintivamente, me sale Gamón. Es el nombre de la ikastola de Errenteria en que mi hija ha conseguido plaza, tras las oposiciones del pasado verano. Veré otro con las mismas iniciales un poco después, aparcado en Venta Lanuza. Sobre las 18:30 h, llego a la salida sur y no sé si será ésa la que debo coger. Antes he dudado con otro tramo que, después, he comprobado ha quedado obsoleto. Me ciño al plano del camarero del Eloy. Veo un montón de conejos saltarines, que parecen sanos. Orino antes de pasar bajo el puente del ferrocarril y, aunque las anotaciones del camarero me dicen que no vaya hasta el semáforo, como no veo en la explanada de hierba un paso claro, un camino limpio, para atajar, llego hasta el semáforo. Detrás de los edificios está la playa Paradís o Paraíso y una mujer me dice que la nudista está subiendo la cuesta y, luego, bajando a mano izquierda. La entrada es muy elegante; parece una portería de futbol en madera gruesa con mucha vegetación en postes y larguero y, bajando un escalón, se pasa un pasillito y se llega a escalera de piedra. ¡Ya estoy en la playa!

Una tarde en Montíboli o Esparrelló
Pero me llevo una decepción: es de piedras y cantos rodados. Como me habían dicho, en la cima del montículo está el hotel, al que, seguramente, se podrá acceder continuando la carretera, pero desde la playa lo que veo es una vía de tren y un túnel y puente que pasa sobre él y bajo el hotel. El hotel tiene cinco estrellas. Las habitaciones se ven escalonadas encima del acantilado al que no hay posibilidad de acceso desde la playa y rocas y donde no hay ni siquiera una senda de acceso intermedia. Me supongo que se construiría antes de la actual Ley de Costas y parece que no hay intención de dañar a los propietarios, ni un grupo de presión que demande su desaparición. Confiemos que el mar, en su lento crecer, algún día, ponga las cosas en su sitio. Mañana sacaré dos fotos, con buena luz; una de ellas con un pedrusco gigante que ha tenido que caer de la parte que forma la base del hotel y con señal de peligro. Por algo se empieza. La playa ya se ha ido vaciando, pero queda un pescador y poca gente más. El sol ya se ha ocultado en la nube pero, aunque eso no hubiera ocurrido, debido a la orientación de la playa, y por la hora, el sol habría sido ocultado igual por la montaña y el hotel.

Víctor, Paco, el moro blanco, y el rumano abrazador
Víctor me dice que esa es la razón de que esta playa sea tan apetecible en las tardes calurosas de verano; ¡al rico atardecer sombrío! Hoy, a esta hora, hubiera preferido el solecito. Me dirijo hacia el Sur, y sólo me quejaré de las piedras a un matrimonio joven con niña de 15 meses. Dejo los bártulos y, en el fondo sur, veo a una pareja de extranjeros con sombrilla; “¿para qué la tendrán abierta?”, pienso para mí. Saludo a ella, luego al pescador y retrocedo hacia el Norte. Un chico, también con sombrilla, otro chico, Víctor, que está sin nada de equipaje porque lo tiene arriba y, en el Norte, tres chicas en bikini y, al final, dos chicos con bañador. La playa es pequeña. A uno de los de traje de baño sólo le veré desnudo, de lejos, cuando se viste para marcharse. El lugar se ha quedado casi vacío y me pongo a hablar con Víctor, quien me da información de las playas que iré encontrando en mi progresión hacia el Norte. Le estoy explicando mi viaje y me acerco a mi sitio para coger la lista de playas nudistas y los dibujos. Al pasar junto al matrimonio joven, juego un poco con la niña de 15 meses y le invito a saltar de la roca; en las piedras da pasos, muy inseguros. todavía. Le toco la camiseta, le hago alguna tontería y ya se hace amiga mía; acabará saltando medio metro, y soltándose de los dedos de su padre y dejando que yo le coja por las axilas. Cuando se vayan me saludan y les deseo que críen y cuiden bien a la niña “¡es el futuro!”, les digo. Ya nos hemos quedado solos Víctor, el pescador y yo. Mientras Víctor se viste, baja por las escaleras un chico sonriente con chilava azul. Va como muy satisfecho de sí mismo; se le ve muy felizote y se va hacia el Sur. Víctor se va, le acompaño, nos despedimos y nos deseamos lo mejor. ¿Nos volveremos a ver algún día? Paco se ha bañado, pero nos ignoramos. No obstante trataré de buscar ocasión para hablar con él. Es de Madrid; está en viaje de negocios y su empresa le ha cogido hotel en Benidorm, así que, después de trabajar, ha cogido con gusto el baño y alargará un poco la tarde. Dice que ya estuvo en alguna ocasión y que el Hotel Montíboli está muy bien y justifica sus cinco estrellas ***** Otra vez, estuvo comiendo. Su mujer no es nudista, por lo que a él le gustan más las playas mixtas que las nudistas. Comparto su opinión. Cuando estamos charlando, ha aparecido un rumano por la playa, merodea y, por fin, se decide a acercarse a nosotros. Estoy buscando algo en la mochila, cuando él va al grano, y le propone a Paco chupársela. Nos abraza. Parece que le gustaría hacer un trío, intenta besarme en la boca, nos toca el culo. Acabamos diciéndole que tenemos mujer y que nos gustan las mujeres. Nos dice el nombre, pero no lo anoté, no lo retuve y lo olvidé. También Paco y yo nos quedamos con la duda de si la oferta tenía o no precio o sólo era por gusto. Nos quedamos con la duda. El muchacho estaba salido. Hay gente que en cuanto ve a alguien desnudo, sin preocuparse de nada, cree que está ofreciendo su cuerpo gentil y lo primero que piensa es que, ese alguien, es homosexual. El rumano ha llegado, ha ido al grano, no se ha desnudado, ni bañado y se ha ido por donde ha venido. Paco coge la bolsa y nos vamos desnudos hasta la salida. La chilava ha sido regalo de una amiga; a él le parece un poco larga y yo le digo que tiene la medida adecuada. Toco la tela y me parece un poco gruesa para el verano. A él le hubiera gustado blanca y más fresquita, pero aprovecha estas ocasiones para ponérsela. “Hay gente a la que la chilava le echa para atrás”, dice, “¿un moro blanco?”. “¡Hasta otra! ¡Cuidado con el rumano!”

Un perro me da las buenas noches
Una vez despedido Paco, me acerco al pescador; le pregunto si va a pasar la noche pescando. No ha pescado nada en todo el día y le hablo del mújol que vi sacar ayer en Santa Pola. Me dice que se va a ir pronto, y se va antes de que yo me meta en la cama. Veo que no hay cobertura, pero la busco y mando mensajes a Sara y Vera y les digo que estoy en La Vila Joiosa y añado, en el de Sara, los dos meses de Jokin. Recibo otro suyo, que me manda foto del niño. Como dos docenas de pipas de calabaza y bebo agua; esa será toda mi cena. He alisado las piedras, aunque no ha quedado perfecto,  organizo mi cama y, para antes de las diez, ya estoy dentro del saco. A las 10:15 h oigo pisadas y aparece un perrazo negro delante de mí. Me incorporo y le digo al dueño que sepa que estoy allí; me pide disculpas, pero yo no se las acepto, puesto que si estoy a oscuras es normal que no me haya visto; lo único que le pido es que sujete a su perro o que, al menos, lo controle. Ante este encuentro inesperado, se volverá rápido, con su perro. De vez en cuando, me siento, para ver el panorama. La luna ya casi está con forma de balón de rugby e ilumina mucho, aunque calculo que, dentro de un par de horas, saldré de su haz de luz. Ni la luz de las casas de atrás, ni de las de arriba, me afecta, ya que iluminan sólo la entrada de la playa y algo de la orilla. No logro ver la Osa Mayor. Dormiré más tranquilo cuando desaparezca la luna de mi vista. Oigo movimiento de piedritas, me incorporo y veo la sombra de un perrillo que, probablemente, habrá bajado por las escaleras blancas de la casa de arriba del lado Norte. No indago si también ha bajado alguien con él. La cama ha quedado algo más baja a los pies y la almohada bastante imperfecta y eso que, por primera vez e sacado el móvil del bolsillo del pantalón.  

Resumen del día
Me ha gustado mucho el paseo por el cabo de Las Huertas y me ha decepcionado la playa de Montíboli, por ser de cantos rodados. Como no he entrado a ver el recinto, no puedo hablar de los tesoros que guarda la Illeta dels Banyets; parece que esconde un pueblo ibero. En el desayuno con churros, ha sido curioso el criterio de precios, no hay un ratio de descuento por consumo avalado por la lógica; ésta acaba en la media y en la ración. Lo mejor de la comida del Eloy ha sido su relación calidad-precio y los comentarios derivados de las noticias de Antena-3. Bonitos encuentros con el alemán y Victoria en la playa de San Juan y, después, con Chantal en El Campello; curioso lo acaecido en Montíboli con el rumano y las conversaciones con Víctor y Paco. La oferta de la prostituta, coincidiendo con el paso de la policía y de la Guardia Civil, no ha dejado de tener su gracia.

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