jueves, 2 de mayo de 2013

Etapa 22 (200) Castelló-Platgetes de Bellver

Etapa 22 (200) 19 de junio de 2009, viernes.
Castelló-El Grao-Playa Pinar-Benicassim-Platgetes de Bellver-(Castelló, en coche).

La jornada de hoy empieza bien, cumplo el compromiso que tenía con mis amigos Fernando e Isabel, pero ni veo a su hija, ni al recién nacido. Cuando decido quedarme a dormir en las platgetes de Bellver, una terrible tormenta me devuelve en coche a Castelló, a casa de Arturo. Nace una amistad para siempre.

Amanecer en cama con sábanas
Me despierto casi a las 7:30 h. Me levanto y extiendo sobre la cama las ropas, que se estaban secando colgadas dentro del armario, que he dejado toda la noche abierto de par en par, y lo que colgué de la barra de la cortina de la ducha: pantalón y pareo. Me ducho con agua templada que terminaré en fría y limpio la máquina de afeitar; cuando ya la tengo guardada me doy cuenta que no me he afeitado el pecho, algo que hace años que estoy haciendo habitualmente para que, con el sudor, no me salgan hongos a la altura del esternón; enfermedad que junto a la dermatitis seborréica de la cara, me permite hacer uso de los balnearios que ofrece el Imserso. Quito la televisión y el TDT de encima de una mesita, los dejo en el suelo y la coloco delante del balcón. La gran cama de matrimonio no deja mucho espacio libre, pero la mesa cabe y puedo estar cómodo escribiendo y con buena luz natural. Como ayer cogí muchos apuntes, la escritura va bastante fluida. A pesar de ello, a veces me doy cuenta de que he olvidado algo y lo recupero; o no. Dejando la habitación patas arriba, cojo la mochilita y bajo a la calle.

Fernando e Isabel
Hablo con un italiano que espera a alguien de pie en la calle, mientras su chica espera sentada en el coche. Son de Roma. Sigo andando hacia la Catedral, que ahora ya sé que es concatedral, y al echar mano al bolsillo, me noto que he dejado el móvil; retrocedo a la pensión, saludo al romano con la mano y subo a la habitación. El teléfono lo dejé cargando anoche pero, al igual que ocurrió en casa de Rafael, tampoco se ha cargado. Está muerto. No hay forma de ponerlo en marcha. Al bajar de  nuevo las escaleras, me cruzo con la romana, saludo y voy hacia el Mercado Central. Pregunto, y una señora me orienta bien. Doy una vuelta al edificio para poder controlar las entradas y tener la certeza de cual es la puerta principal y, a la vez, me fijo en terrazas para desayunar; hay unas cuantas para elegir. Aquí se madruga y compite por ver quien se lleva más clientela. Cuando estoy regresando al lugar en el que creo hemos quedado, llegan Isabel y Fernando (el espíritu impera). Nos besamos, les doy la enhorabuena y nos sentamos en terraza a la sombra; el sol está tras una nube. Se les ve abuelos felices, no en vano son primerizos. Desayunamos café con leche y croissant en el Coffee housse. Me cuentan que su hija dio a luz a la una de la madrugada del miércoles y es probable que hoy, viernes, ya le den el alta médica en la residencia y la bajen a casa, para que se siga recuperando. Su marido y ellos están disponibles para bajarla. Me cuentan que, tanto madre como hijo están bien y me hablan de su hijo mayor, que también tiene pareja con la que convive. El que apenas habla es Fernando, con el que coincidí haciendo el servicio militar en Vitoria. Nuestra amistad viene desde 1969. Allí hicimos teatro. Licenciado, volvió a Vizcaya, pero allí no le fue bien en el taller de carpintería que montó con otros amigos y le ofrecí mi casa en Beasain, se buscó trabajo tapizando autobuses y trenes en Ormaiztegi y estuvo viviendo conmigo en mi casa algo más de un año, donde seguíamos haciendo teatro. Otro Fernando que estudiaba en Beasain, de familia urdintarra, se incorporó al piso durante el curso. Yo me casé en verano de 1971 y Fernando se fue a recolectar productos del campo a Francia y, así, llegó a París, estudió en la Sorbona, sacó su título, trabajó en lo que pudo para costearse los estudios, conoció a la que hoy es su mujer, se casaron y vinieron a Andalucía, él dando clases en Instituto y ella como profesora de niños, no sé si preescolar o parvulario; tuvieron chico y chica, se trasladaron a otra capital andaluza y todos los años, cuando regresaban de vacaciones hacia París, pasaban algún día en Donostia e Irun. Era una bonita ocasión para vernos. Siendo nuestras hijas pequeñas, los cuatro nos fuimos a su primer domicilio en Andalucía y pasamos unos días en su casa. Fue una bonita estancia adecuada a la situación económica no muy brillante por la que atravesábamos ambas familias. Una vez separado yo y durante una Semana Santa, fui bien recibido en su segundo domicilio andaluz y pude ser espectador de alguna muestra de ardor religioso popular. Desde que empecé este camino en 2006, esas sus visitas quedaron suspendidas, por coincidir en fechas, y ésta es una buena ocasión para volvernos a encontrar. Fernando, como yo, ya está jubilado en este 2009 y pasa temporadas en Alicante, lugar más recomendable para su salud; una buena razón para escapar del calor de de la Andalucía profunda y de sus habitantes. Además Fernando ha publicado algunos libros. Cuando se jubile ella, tienen previsto ir a vivir a Alicante. Siguen yendo a París en verano y visitan Bretaña y Normandía. Hablamos de mis nietos, de mi colaboración y ayuda a mis hijas, de mis estudios: tai-chi, dibujo a pastel y mi intención de retornar a la acuarela. Fernando paga el desayuno; hoy son ellos los protagonistas, no en vano se es abuelo, algo que no ocurre todos los días. El sol empieza a apretar y nos damos un pequeño paseo. En la plaza de la concatedral, nos sacamos unas fotos. Retornamos al mercado, donde quieren hacer alguna compra. Me dice que en Collioure compre latas de antxoa. Será un bonito regalo para mi familia y ya no importará tanto el peso, puesto que el regreso lo haré combinando coche y tren (mas eso será otro año). Me piden que les enseñe fotos de mis cuatro nietos pero, como nunca llevo ninguna foto de ellos conmigo, no podrá ser. Los llevo suficientemente grabados en mi mente y periódicamente veo sus fotos cuando me envían al correo mis hijas. Nos despedimos en la plaza y, en 2013, ya siendo abuelos del segundo nieto, de la misma hija, tengo que decir que no nos hemos vuelto a ver. Toda la relación continuará por correo electrónico o por postal, y con las felicitaciones de cada año nuevo. Por eso este encuentro ha sido casual, pues ha coincido en Castellón, el natalicio, su visita y mi llegada. Otro regalo para mi viaje.

Regreso a La Corte
Vuelvo a la pensión La Corte. Cuando llego, están limpiando habitaciones; me dicen que, como muy tarde, para las doce debo abandonar la habitación. Me pongo a escribir el diario, ya que sólo para contar lo pendiente del día de ayer, necesitaré un buen rato. Escribo hasta las once y recojo mochilas, vuelvo a poner la mesita donde estaba y a colocar la tele encima, echo las llaves en el buzón de la entrada y digo "chao" a nadie.

Olivo y ficus centenarios
Mi objetivo para hoy es llegar a las Platgetes de Bellver, después de Benicassim. Pregunto a un hombre por el lugar en que está plantado el olivo centenario, pero creo que hago tan inadecuadamente la pregunta que se rebota.

Otra mujer me orienta mal y una agente de OTA, con su información, me pondrá delante del árbol que, aunque ya Manuel me lo mostró ayer de noche, hoy quiero plasmarlo en diapositiva, de día. Después, otro agente, me llevará bien hasta el ficus. Otra foto y preguntando dos veces, me dirijo hacia la costa.  

Hacia el monasterio de Nuestra Señora del Lledó
Mi intención es salir cuanto antes al mar, pero el paseo que elijo para salir de Castelló, me irá alejando de la posibilidad de ir hacia El Grao y tendré que seguir la dirección de Benicassim. Al inicio, la carretera me va llevando hacia el Desierto de las Palmas, donde el airecillo ya va trayendo sabores marineros. Veo que me estoy acercando a un lugar en que la carretera se soterra y dudo si debo continuar en ella o continuar por arriba.

Sigo en superficie, y parece que he acertado. De esta forma puedo ver el indicador de carretera que me lleva hacia el Monasterio de Nuestra Señora de Lledó, patrona de la ciudad. Espero a que se vaya un autobús que, desde el lugar en que estoy, me tapa casi todo el monasterio y, si me acerco, se pierde la panorámica, pero el chofer me dice que todavía le quedan diez minutos para la hora de salida. Retrocedo para sacar foto del crucero.

Entro en el monasterio y hoy la virgen del Lledó me recibe con un manto verde esperanza, muy brillante. Es una imagen muy pequeñita (Montserrat y Arantzazu, entre otras, también lo son) y coronada con demasiado dorado. Luego, a la salida, veo una vitrina con un montón de mantos que le van intercambiando a lo largo del calendario religioso. Aunque yo no me desespero fácilmente, ha estado bien que hoy le tocara estar con su manto verde.

Del Lledó hacia El Grao
Para entrar en el monasterio, me he desviado de la carretera a Benicassim, pero mi intención no es retomarla, sino irme acercando hacia la costa cuanto antes. Un hombre  me recomienda que coja siempre el camino más a la derecha. En un momento de duda, una chica me ayuda, pero será un chico quien, con su orientación, me coloque en la carretera definitiva. Esta tiene un canal lateral a la izquierda, que me hace recordar la de ayer, cuando bordeaba Petronor, también en este caso, con pieles aplastadas de serpientes de agua en la calzada. A lo mejor sólo son las finas pieles de sus mudas.

Tres Banderas, dos milagros y un Miguel irrepetible y contradictorio
Llegando a El Grao, veo que un chico llega en su coche, baja de él, va hacia un bar para aprovisionarse de bebidas y, cuando está entrando, le pregunto si en ese bar podré comer. Su respuesta es positiva, ya que suele haber menú. Me lo confirman dentro, pero son las 13:15 h y me dicen que espere cinco minutos y que “el precio del menú es 6 €”. Me siento en el interior del comedor, cerca de los servicios. En la terraza, cuatro hombres juegan con una baraja; se enfadan porque uno, que tiene el As, hace demasiadas preguntas. Al final, parece que el mayor error que comete es levantarse de la mesa y acabará tirando las cartas al aire. Ellas finalizarán aireadas y él airado. Los camareros se posicionan. En la tele, algo se juega en Sudáfrica, Miguel me lo explica y me cobra los 6 € de la comida. Parece ser que España no ha podido participar todavía, por haber quedado campeona de Europa, como ya conté el pasado 2008, en Rota, la semifinal, y en Sancti Petri, la final.  No tomo café y Miguel me invita a la segunda cerveza 1/3. Miguel es algo esotérico y participa, en sus actos religiosos, con los budistas de la zona. Le cuento mi experiencia de la mañana y la vuelta que he dado por el Lledó para venir a El Grao y lo que me decía Ginette acerca de las rocas por las que respira el mar. “Como una cascada que se oxigena al caer”, me corrobora, compartiendo la opinión de ella, Miguel. Me cuenta el caso de una mujer en estado vegetativo; cuando le van a meter en el quirófano, un camillero le dice: “le van a meter en un aparato que, cuando despierte, va a salir por su propio pie”. Esa información rehabilita la voluntad de la enferma y se produce el milagro. Pregunto a Miguel, si ha visto la película Hable con ella, para mí lo mejor que ha hecho Pedro Almodovar, y me responde que no. En ella, le cuento, la protagonista también está en estado comatoso, lleva mucho tiempo así, pero el enfermero cuidador, le limpia y le habla como si ella estuviera consciente. Aunque sea por otro método, más natural que una máquina, y en un acto de verdadero amor, que no quiero desvelar por si Miguel la quiere ver, a la protagonista le vuelve la vida. Si Miguel me ha contado un milagro, yo le cuento otro, aunque él cree en los milagros y yo no; creo en las consecuencias de los actos humanos, aunque en muchas ocasiones no las sepamos explicar. Mi tiempo de charla está finalizando, ya que las mesas del exterior se van llenando y tendrán ocasión los camareros de demostrar sus habilidades. Me dicen que, si yo ando mucho, ellos también hacen muchos kilómetros al día. He comido muy bien: ensaladilla rusa con olivas negras, parecidas a las rugosas de Aragón, filete de merluza con patatitas y guisantes, he terminado con la ensaladita de regalo adicional y, de postre, cerezas, que al venir con el rabo, me han hecho recordar la niñez, cuando nos gustaba colgar de las orejas las duadas; una forma cómoda de ponernos pendientes sin dañar nuestras orejas. De uno de los racimos penden cuatro cerezas; casi me da pena comérmelas, por no romper la fraternidad; no son de un rojo muy intenso, pero no es óbice para que estén muy dulces y riquísimas. Cuando estoy terminando de escribir, Miguel se va y nos despedimos. Acabo el diario a las 15:15 h y voy al retrete; poco, pero consistente; seguro que mi urgencia de ayer en playa de la Torre fue la consecuencia de los insecticidas que los cultivadores echan para proteger sus cítricos de posibles plagas y que me tragué al comer la muy rica y dulce mandarina robada a PPP. Cuando salgo, me dicen que Miguel ha terminado su trabajo allí pero que, por la tarde, trabaja en otro sitio. Este pluriempleo me parece demasiado para un esotérico, para un practicante de la filosofía budista.

Benicassim ya no está tan lejos
El Grao, donde está el restaurante Tres Banderas, ya está prácticamente finalizado; no pasarán muchos meses sin que lo visite con más parsimonia y sin peso. Me sorprenden las casas con frontones para el juego de pelota y los nombres de las calles: Zarauz, Neguri… Siguiendo poco tramo de carretera, enseguida salgo a la playa. Hay un río a un lado y, al otro, sale el canal que ya he mencionado, con compuertas, de tal forma, que el espigón tiene agua a derecha e izquierda. Para salvar los dos obstáculos, paso por carretera y bajo a la playa. Unos pescadores, que acaban de llegar, se colocan relativamente cerca del espigón, mientras que dos chicas recogen sus cosas de playa para marcharse. Un hombre nada en el agua y veo dónde ha dejado su toalla. Una pareja está en el fondo de la playa, casi en la carretera. Con esta observación previa y tras esperar a que las dos chicas se vayan, me posiciono equidistante de todos, me desnudo y meto en el agua. Otra playa en la que no acaba de cubrir nunca. Ya dentro, hablo con el hombre que está nadando en el agua y me dice que puedo estar desnudo, pero que se acerca la hora en que la gente empieza a volver de la siesta. El agua me llega a ráfagas, unas muy calientes y otras muy frías. Me sorprende la intensidad de los cambios; “¿serán las corrientes marinas?”, pienso. Salgo y me tumbo sobre toalla y pareo, por no ponerme a pasear; pasan pocos paseantes de orilla y ninguno dará muestra de disgusto por verme desnudo. Cuando llegan más personas y se posicionan cerca de donde estoy yo, me visto y me voy hacia Benicassim. No puedo asegurar pero, probablemente la playa en que he estado es la del Pinar o la dels Terrers. Al marcharse, el nadador, que era de algún pueblo del interior, me ha saludado con la mano.

Casi todas las playas que voy pasando hasta llegar a la de Benicassim, son de arena pero, todas son artificiales y sujetan su arena por medio de espigones. Socorristas me indican el lugar donde, a lo lejos, está la zona nudista de las Platgetes de Bellver. Pero llego a la siguiente, es de piedra, y suelto un “me cagüen la puta”, pero me lo arreglan al decirme que hay un magnífico paseo de traviesas de madera que va por el fondo. Voy hacia él y lo sigo hasta que se acaba, cuando no me queda otro remedio que subir a la carretera.

Buscando las platgetes. Recuerdos de Hermandad de Trabajadores y Ovac
Ya saliendo de Benicassim, que me lo he ido obviando por la playa, a mano izquierda voy por una acera que, poco después de bifurcarse, me lleva a un edificio que se llama Santa María del Mar y es, o era, de la Hermandad de Trabajadores, ¡qué recuerdos!, pero da la impresión de ser un indicador obsoleto y, aunque dudo, me abstengo de subir y entrar a preguntar. Esta organización, que más tarde se llamó Ovac, permitía el disfrute de vacaciones, a lo largo y ancho de la geografía hispana, a familias con pocos recursos y con ella pudimos disfrutar con las hijas y amigos durante doce o trece  años consecutivos. Uno de nuestros destinos, el único que hicimos por el Norte, lo recordé y creo que relaté, a mi paso por Marín en 2006, donde conocí a mi amigo Ángel  y a su familia. Peleó contra un cáncer, pero poco hubo que hacer, hasta que finalmente se lo llevó. Dejando las noticias tristes, otro lugar que visitamos fue Huelva donde, en su Seminario, pasamos nuestro segundo veraneo con la Hermandad de Trabajadores, sería 2007 cuando pasé por esa ciudad camino de Portugal. Ya con Ovac, hicimos dos veranos en Andalucía, uno en Nerja, del que ya di cuenta a mi paso por el hotel Villa Flamenca en 2008, lo mismo que en Matalascañas. Ahora recuerdo que en Castellón, también pasamos un verano en el Seminario diocesano. Fue Tarragona, creo que en dos ocasiones, y La Bisbal, que fue el lugar donde iniciamos el experimento que luego tan buenos resultados nos dio. Pero no es cuestión de que rememore todos los lugares por los que pasamos: Marbella, en Puente Romano, coincidente con la boda de Lolita. Siempre procurábamos coger la residencia cerca de la costa, aunque nuestras hijas y los hijos de nuestros amigos, lo que querían era disfrutar de piscina; así que es normal que, al pasar ahora por toda la costa hispana, me vaya encontrando con estos recuerdos. Cada época tiene su encanto. Yo disfruté mucho con mis hijas en aquellos viajes y ahora ellas me procuran el disfrute con mis nietos; antes fueron vacaciones familiares y tenían aquel encanto y, ahora, en solitario, continúo disfrutando. ¡Que siga la buena racha!

Obstáculos para entrar en las platgetes de Bellver
El final de la acera, me lleva a pasar al lado derecho. Llego a un lugar en que puedo asomarme y veo una pista, con dos franjas de tonalidades del ocre, que parece reciente y por la que caminan pocas personas; la más ancha es pista para bicicletas y la estrecha, de tierra prensada, y algo más oscura, es para peatones, caminantes o paseantes. Mañana la utilizaré. El indicador de las platgetes se mete en una urbanización con campos de tenis y pregunto a un señor que está dentro del recinto, él dentro y yo fuera. Me dice que por este lugar está la entrada. Entro y pregunto a un chico que parece tener quemada la cara, pero que puede ser un problema de pigmentación de la piel en párpados y pestañas. Me explica dos veces el camino con referentes que él está viendo pero que yo no veo, así que me cuesta entenderle, cuando va a iniciar su tercera explicación que me temo sea, sin variación, como la primera y como la segunda, tengo la suerte de que alguien le viene a preguntar algo y yo me escabullo y me voy hacia donde él me indicaba. Cuando me estoy alejando, muestra su enfado porque le he dejado con la palabra en la boca. Sigo más o menos bien sus instrucciones hasta que llego a unas escaleras que bajan a la playa, entro en zona de rocas relativamente planas y ya me encuentro con los primeros nudistas. ¡Por fin estoy en la primera playa nudista oficial de Castellón!, ¡ya tenía ganas! Estas platgetes de Bellver, aunque están muy cerca de Benicassim, ya pertenecen al municipio de Orpesa, la que siempre fue para los foráneos Oropesa de Mar y últimamente es famosa por la tan anunciada a bombo y platillo Marina d’Or.

Con Arturo en Platgetes de Bellver
Arturo está de pie, desnudo en la orilla, leyendo un libro en valenciá. Él, en contra de la opinión de otros levantinos, y ya llevo unos cuantos días con ellos, opina que catalá, valenciá y el balear, son el mismo idioma, aunque con variantes. El libro trata de los recuerdos de la guerra civil española, desde la voz de una niña. En este momento tiene empezados tres y los va alternando; uno que le regaló su hijo y otro que lo tiene en préstamo y que es de la Biblioteca pública. Pero me estoy adelantando y no relato bien cómo fue el encuentro. Camino por la playa, entre gente que toma el sol o habla, no veo que nadie se bañe y, antes de llegar a las siguientes rocas, me acerco al fondo de tierra y rocas rojizas y descargo mi equipaje. La playa tiene poca anchura y es muy poco más de larga. Me desnudo. Arturo en la orilla, observa, lee, mira, lee… y yo, como veo que levanta mucho la vista del libro, al acercarme a la orilla, con la certeza de que no le voy a cortar el hilo de la narración, le pregunto: “¿hay rocas?”, pues veo que las rocas planas de la derecha se meten en el agua y, por la izquierda, hay de nuevo rocas. Lo que quiero saber es si, aunque la entrada al agua es de arena, hay rocas en el fondo marino, no vaya a ser que me pegue un golpe con alguna de ellas al tirarme a nadar. Arturo me responde que no, y sigue leyendo. Según voy entrando, ahora con mayor confianza tras la información del lector, y más porque con el agua traslúcida y encima de ella, compruebo por mí mismo que, si hubiese piedras, ya las detectaría. Mi llegada y mi pregunta, ya ha despertado en Arturo su interés por mí e intuye que tengo que ser alguien especial. Esa tonta pregunta es suficiente como para que, al salir del agua, haya un motivo para hablar con Arturo. De momento me seco, pero nos pondremos a charlar y el libro, y la niña del libro, tendrán que esperar a mejor ocasión para aflorar de la guerra civil. En esta playa se está muy bien, el entorno es bonito y lejano del mundanal ruido; una torre semiderruída se ve hacia el Norte. Mañana la iniciaré en mi Moleskine. Me voy secando a medida que paseo por la playa y observo. Hay parejas de todo tipo, aunque más de chicos, y algunos solitarios. Hacia las rocas de más al Norte, se agrupan chicos y grandes para charlar. Yo ya estoy calculando la subida de la marea y el lugar más conveniente para dormir esta noche, pero después del día tan luminoso que hemos tenido hoy, el cielo se está agrisando y empiezan a aparecer nubarrones que, no sé si vienen del Norte o del Oeste. Arturo me pregunta qué voy a hacer y le digo que dormir en esa playa. Le pregunto si hay algún lugar a cubierto, donde me pueda cobijar, pero me dice que no. Él me ofrece su casa, en Castelló, pero no me apetece nada deshacer todo lo que he caminado hoy aunque, realmente, no haya sido mucho. Me da el número de su móvil por si me hiciera falta recurrir a él. El cielo se ha encapotado y las nubes, que eran grises, ahora ya son de un gris oscuro casi negro, así que, tras la insistencia de Arturo, acepto su ofrecimiento, nos vestimos y, sin llegar a la explanada arbolada, donde ha aparcado, ya empiezan a caer hermosos y ruidosos goterones sobre el capó del coche. Salimos del entorno costero, por caminos, a la carretera y cuando estamos en la que une Benicassim con Castelló, la lluvia arrecia. Ya en la autopista, es tal la tromba de agua que cae, que es imposible ver ni el trazado de la carretera, ni a los vehículos que vienen de frente. Menos mal que Arturo se conoce bien esta ruta, pues Bellver y Cabanes son sus playas preferidas y, lo que no ve, lo intuye. Al frente se empiezan a ver rayos zigzagueantes y, con el retraso preciso y necesario, a oírse los truenos correspondientes, cumpliéndose, como es obligado, la ley natural de que la velocidad de la luz es mayor que la del sonido. Y me lo creo, por la experiencia, aunque mi nivel mental no alcanza a entender que, de noche, estemos viendo estrellas que hace tiempo ya desaparecieron. Como la imaginación es imposible de frenar y reconducir, ya leo titulares del Diario Vasco: “Irunés muerto en accidente de coche, mientras realizaba un viaje por la costa peninsular a pie”. Y, alguno que me conoce diría: “¡Cómo nos engañaba; iba en coche y nos decía que caminaba!”. Llegamos a su casa y nos duchamos. ¡Qué felicidad! “Tras la tempestad, viene la calma! Mientras estoy en la ducha, Arturo pone sábanas en la cama donde voy a dormir.

Pondremos una pica en Flandes
No vamos a cenar en casa y nos sentamos en el Café de Flandes, donde nos van trayendo, en enormes pinchos morunos, ensartados: choricillos rojos, blancos, morcilla, alas de pollo, carne cortada a tajo, costillas de cerdo, etc. hasta que no podemos más; acompaña al alimento de procedencia animal un montón de complementos vegetales: ensalada normal y de garbanzos, arroz, fríjoles, algo que nos parece cuscús pero que es sémola con huevo que, al igual que los fríjoles, ni lo pruebo. También sacan unos fritos que no me hacen gracia, pero puede que sea porque no los hemos comido enseguida y nos los hemos dejado enfriar. Bebemos un vinillo de la tierra que resulta algo flojo, pero que, con tanta comida, entra bien al gaznate. Como hemos comido una especie de boniato y un plátano fritos, ni siquiera pedimos postre. Da pena dejar tanta comida desperdiciada, más pensando en las noches en que me voy quedando sin cenar, y las que me quedarán. Yo soy el invitado y Arturo paga el precio estipulado.

Infusión en el Tea Pot
Salimos y caminamos tranquilamente hacia la Tetería Tea Pot y allí pido una infusión de raboo o algún nombre similar; lo que me interesa es que sea algo que no tenga ni teína, ni cafeína, para que no me impida dormir. Al menos, en mis horas de estancia con él, será lo único que Arturo me deja pagar (4 €). Esta infusión está rica, pero no es para echar cohetes. Damos un pequeño rodeo por la ciudad. Es como si la historia de ayer se repitiera. El que ayer fue Manuel, hoy es Arturo. Con este paseo pretendemos demorar la hora de meternos en la cama y esperar a que nos baje la digestión.

Durmiendo con compañía en Bellver
Dejamos abierta parcialmente la ventana y sin bajar del todo la persiana. Duermo bien, aunque hace calor y se oye de madrugada una conversación en la calle de jóvenes que han hecho el examen de selectividad. Si se han esforzado estudiando, tienen derecho a un poco de jolgorio. Oigo roncar a Arturo, aunque no tiene un ronquido insoportable y, me supongo, yo también habré roncado después de la gran cena y el vino tinto. Arturo se queja de tener un piso pequeño, pero es más grande que el mío, y se parece a mí, pues no dedica muchas horas a tareas de mantenimiento. Aunque he llegado a Bellver, la calle en que vive, el lugar más apropiado para Mister Bellver, algo cansado, hemos hablado de temas mil. Su piso es en alquiler y está justo encima de la oficina en que trabaja como funcionario en la Tesorería del Goberno Valenciá. Ya se jubiló, después de conocernos, así que ni trabaja ya ni vive allí, por esa razón me permito dar detalles. En su casa, me enseña una cerámica hecha por él con Sant Jordi y el dragón, un cartel anunciador de un acontecimiento, que también es de su factura y el resto son cosas de otros, de sus hijos también, pues casi todo lo suyo lo regaló. Estuvo un tiempo trabajando y viviendo en Madrid. Se separó hace tiempo. Habla de su experiencia como hospitalero en el Camino de Santiago; su comportamiento para conmigo puede ser una muestra de su actitud hospitalaria. Bueno, mañana será otro día. Dejo que Arturo tome decisiones y me lleve de aquí para allá, me enseñe lo que quiera pero, la única condición que he puesto yo es que mañana me deje donde nos encontramos, en las platgetes de Bellver. De momento, durmamos felices en Bellver.

Castelló-Castelló. Balance de un día en que no he avanzado nada
No he avanzado a pesar de haber hecho unos cuantos kilómetros. Pero la realidad es que, en mi mapa, sitúo la etapa en el lugar al que llegué andando, las Platgetes de Bellver. Lo mejor del día ha sido este encuentro con Arturo, que yo creo va a ser amigo para siempre. También ha sido bonito el reencuentro con mi amigo Fernando y su esposa, ya felices abuelos. El Lledó no me ha entusiasmado pero sí la charla con Miguel y la barata comida, con excelente relación calidad-precio, en Tres Banderas. También el bañito en las platgetes ha estado bien y ¿qué se puede decir de la impresionante y preciosa tormenta que me ha alterado el ritmo de mi viaje y que ha propiciado ser huésped de honor de Arturo? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario