jueves, 2 de mayo de 2013

Etapa 23 (201) Platgetes de Bellver-Orpesa

Etapa 23 (201) 20 de junio de 2009, sábado.
(Castelló-Ribera de Cabanes-Platgetes de Bellver)-Orpesa.

Todos los lugares que pongo entre paréntesis, son a los que he llegado con coche. Hoy solamente haré a pie, el tramo entre Platgetes de Bellver y Orpesa. Como ayer tarde, saldré de las platgetes con lluvia, aunque con menor intensidad.

Desayunando en El Fadri
Nos despertamos para las siete y nos hacemos los remolones. Mientras me ducho y visto, Arturo friega cacharros en la cocina, bajamos y metemos las mochilas en el maletero del coche. Ninguno nos hemos percatado del noctámbulo dormido sobre el capó, en la parte delantera. Ya lo veréis. A lo mejor todavía no estaba.

Para las nueve, ya estamos desayunando en El Fadri. Café con leche, croissant (él), ensaimada (yo), y tampoco me deja pagar. “Ya tendrás ocasión de hacerlo en Irun”, me dice. Esta ocasión llegará a partir de que se jubile el año próximo, pero eso no será del todo cierto, puesto que en julio de este mismo año, estando en Girona, todavía sin acabar este recorrido, me llama Augusto desde Gran Canaria para decirme que el Imserso nos ha concedido balneario en Verche (Valencia), en noviembre, así que, antes de ir allí, en el mismo año en que nos hemos conocido, volveré a verme con Arturo en Castelló. Los dos somos nacidos en 1945, pero él se jubilará cuando le llegue la edad de 65 años, en 2010. Yo tuve el privilegio de poder firmar contrato de sustitución y, para entonces, le llevaré adelantados algo más de cuatro años de disfrute.

Paseando por la ciudad, encontramos al bello durmiente
Al volver, pasamos por el mercado para ver el nombre del lugar donde desayuné ayer con mis amigos, se trata del Coffee housse, que no era un nombre nada galo, lo único francés, era el croissant, pero" made in Spain".

Arturo me remarca la singularidad de la torre de la Concatedral, aislada de la iglesia, y me saca foto ante la portada de la construcción inicial, la más antigua y la que más me gusta por su sencillez. La otra Concatedral es la de Segorbe. En Cáceres ocurre más de lo mismo, pero allí creo que me dijeron que era la única de España; aquí compruebo que ya son dos: Cáceres y Castelló. Parecen hermanas, pero son provincias primas, ya que falta la que les hermana, Cádiz. Esta deducción la hago en base a la antigua numeración asignada a las provincias, cuando España era una, grande y libre pero, ahora que está dividida por esta democracia (que aspira a serlo), también habría que juntar Cádiz con Cantabria y colocarlas en medio y quedarían ordenadas alfabéticamente: Các-Cád-Can-Cas. En aquellos santos tiempos Can(tabria) era San(tander). Ahora no recuerdo con qué otra de qué ciudad de la provincia es Concatedral la de Cáceres. Cuando vamos a coger el coche, no podemos hacerlo sin despertar al que duerme en la parte delantera.








Como veis en esta foto oscura, el bello durmiente duerme tripa arriba sobre el capó y una chica que acaba de arrancar su coche y pasa por la calzada, nos dice que ya estaba así a las 7:15 h. Nos sorprende que cuando hemos metido las mochilas en el maletero no nos hayamos dado cuenta; podríamos haber guardado más sigilo para no despertar al dormido. Otro chico dice que ha estado a punto de llamar al 112 pues, a juzgar por cómo ni se sostiene en pie, piensa que está bajo los efectos de un coma etílico. Conseguimos despertarlo y se va por su propio pie; más sobrio de lo que pensábamos.

Ribera de Cabanes. Otra playa nudista de la zona
Salimos por la misma carretera por la que vinimos ayer, pero sin lluvia, vamos a otra playa más alejada y que también le gusta a Arturo, Ribera de Cabanes que, como veré mañana, está en el Parque Natural del Prat de Cabanes-Torreblanca. Cuando llegamos hay varios coches aparcados, pero no parece que sean de nudistas, sino de un grupo que está en una lancha neumática. Hay una ruinas que el mar horada y no nos alejamos mucho de ellas, en dirección Sur. Nos bañamos pero, para Arturo, está algo fría y se baña menos veces que yo. Para mí está deliciosa. Hablamos paseando de mil temas; mi viaje sigue dando para mucho, pero el me cuenta una historia de su camino que me emocionará y hará llorar.

Nos retrotraemos en la imaginación a Rabanal del Camino. Julián Campo
En uno de los Caminos que hizo Arturo, se encontró en Rabanal del Camino, que está en León, en La Maragatería, entre Astorga y Ponferrada, con un hombre con el que acabaría teniendo, aunque viviendo muy distantes, una gran amistad. Se trata de Julián Campo. Este hombre, que también hacía el Camino de Santiago, trabajaba en Calcuta con la Madre Teresa. Coincidió con Arturo en varias ocasiones durante aquel viaje. Volvieron a coincidir en algún año posterior, pues Julián iba y venía de la India con cierta frecuencia. Dice Arturo, que era un hombre singular, pero murió en un accidente ferroviario en uno de esos traslados. Han erigido un busto suyo en el lugar en que Arturo le conoció, Rabanal del Camino, donde figura su nombre y circunstancias. Una historia muy emotiva, que a Arturo le impactó. Por razones de religiosidad, yo nunca podré ser el Julián que Arturo sigue buscando.

Volviendo a Ribera de Cabanes
A prudente distancia, se ha tumbado en la playa una pareja madurita y, más tarde y más lejos, otra. Llega un “ignorante”, por no decir algo más gordo, y se coloca a escasa distancia de ella, de tal forma que hace sentir incómoda a la mujer y se cubre los pechos y el resto con el pareo. Lo hace para ver si él se da cuenta que molesta y se va, pero el mirón permanece impertérrito. Sólo se levanta cuando a la pareja le llega la hora de marcharse y se va por que no desaparece el “moscón”. A lo largo de la mañana han ido desfilando hacia el sur chicos, solos o acompañados por chicos, en viaje de ida y vuelta, pero no controlo lo suficiente para saber si alguno no se ha quedado por la zona sur, que es de cantos rodados en su mayor parte. Mañana pasaré por allí. Encuentro una planta con filamentos blancos y hojitas verdes que está aferrada a un canto rodado y que me parece ha sido expulsada por el mar en alguna fuerte marea. Se la doy a Arturo para que la trate de conservar, como un símbolo de conservación de nuestra amistad. La ponemos en un vasito que encontramos y la piedra bañada en agua. Aunque se le muera, espero que la amistad perdure, hospitalero hospitalario. El día ha amanecido gris pero, según va pasando la mañana, se ha ido despejando y a estas horas del mediodía el sol ya pica. Como el tiempo que nos queda para ir a comer va a ser escaso, ya no merece la pena que me dé protector solar. Me doy el último baño y, cuando estoy ya seco, son las 13:15 h, me visto, Arturo también, y nos vamos a comer a un restaurante que está en la carretera, lo que hacemos en coche por el mismo camino sin asfaltar, en la parte de parque natural, que hemos traído.

Comida en el Tere
Hoy como es sábado, el precio del menú del día es algo más caro que el de los días de labor. Comemos muy bien; ¡lástima que al melón le falten días de maduración! La ensalada la prepara Arturo (la que preparé ayer noche, apenas la comimos) y la comeré casi de postre; de haber sabido lo soso que iba a estar el melón, lo habría incorporado, como una verdura más, a la ensalada. Los dos pedimos sopa de pescado, que está muy rica, a pesar de que los ingredientes de mar tenían poco de qué presumir: una gamba y tres cigalitas bastante poco agraciadas, un cuadradito que, ¡a saber de qué pescado será!, algún mejillón suelto, sin cáscara (uno sólo con cáscara, probablemente el único natural) y 4 o 5 chirlas congeladas. A pesar de lo mal que la describo, con un poco de pasta, la sopa estaba riquísima. Al conejo asado le acompañan verduritas, que no puedo terminar. Lo como a gusto. ¡Gracias Arturo! No tomamos café y, por equivocación, casi nos quieren hacer pagar lo de la mesa de cuatro comensales de al lado que, según Arturo, puesto que yo no me hado cuenta, han pasado toda la comida discutiendo. Era un matrimonio con dos hijos.

Segunda tarde en las Platgetes de Bellver
Cogemos el coche y nos dirigimos a la playa en que nos conocimos ayer. Una entrada confusa, hace que nos pasemos, lo que nos viene muy bien para coger agua muy rica de una fuente pública de Benicassim. Sólo lleno mi recipiente, mientras Arturo me espera allí mismo en su coche. Llegamos a la playa y nos ponemos más cerca de Benicassim que lo que estábamos ayer, para no avasallar al enemigo. Me baño y Arturo se pone a leer. A Silvia y Santiago, que salen del agua a la vez que yo, les digo que no va a llover; son matrimonio de Segorbe y les veré de nuevo en la vía verde. Me paseo para secarme y localizo un lugar que me parece perfecto para llevarme un recuerdo, en dibujo, de la playa, con la torre al fondo y la cortada por la que antes pasaba un pequeño ferrocarril de vía estrecha y ahora es el camino para peatones y ciclistas que vi ayer. La arena de dicho espacio, que hoy no ha sido hoyado, aún conserva la marca de las gotas caídas de la tormenta de ayer. Si no fuera por Arturo, me la habría chupado toda y hoy estaría con pulmonía.

Un esbozo de las platgetes
Empiezo a dibujar y, de nuevo, el cielo se vuelve a oscurecer, no tanto como ayer, pero me inquieta. Otra pareja con la que hablo con la excusa de que él tiene un esparadrapo peculiar, en la espalda y pienso que es una forma de proteger un tatuaje reciente, me dice él que tiene la función de resolver una contractura muscular. Ayer había visto a un chico que se bajaba el bañador para darse una crema espesa sobre un tatuaje que se había hecho encima del vello pubiano; como lo tenía recien hecho, se lo protegía. También me pareció que otro llevaba algo similar en el pene, pero luego llegué a la conclusión de que podía ser un defecto de pigmentación, sin más. Los de la sombrilla son Roberto y Mireia. Cuando ya tengo el dibujo esbozado, empiezan a caer las primeras gotas: “¡Otra vez a Castelló, no!” pienso para mí. Casi todos levantan el vuelo. Los primeros, Santiago y Silvia y, el resto, a continuación. Me acerco a Arturo, que ha protegido mis mochilas, y le digo que continúo hacia Orpesa, me visto, agradezco su ayuda e invitaciones de ayer y de hoy y le digo que tendrá noticias mías. Ya tengo sus señas, que me dio ayer. Enseño a Roberto y Mireia mi dibujo inacabado, que así se quedará, aunque el 3 de noviembre, antes de ir al balneario de Verche, haré otro que ya no quedará inacabado. Como están protegidos por la sombrilla, les enseño alguno más del cuadernillo que empecé en Almería, y me desean buen viaje. Ya vestido, nos damos un abrazo y me voy algo bruscamente de Arturo, que no se merece una despedida así, pero la lluvia me pide que salga apriesa, como diría Cervantes, que nos brindó un gran ejemplo de caballero andante.

Por la vía verde hacia Orpesa
Arranco por las rocas y hago una parte del camino de ayer pero, cuando voy a continuar subiendo, me encuentro con la grata sorpresa de encontrarme con el camino a dos colores que vi ayer desde arriba, desde la carretera, ahora avanza en la dirección deseada por mí. Es una magnífica vía verde, por la que venía un tren, que partía de Benicassim y que me llevará hasta Orpesa aunque, en realidad, Bellver ya es Orpesa. Hay gentes que se protegen de la lluvia bajo los pinos, junto a las rocas marinas. Dos jóvenes han prendido un fuego que llamea y le grito al más próximo, pero que está muy abajo; “¡Cuidado, no queméis el mar!” Y se ríe. “¡Qué gracioso es mi abuelo!”, diría mi nieto Lander. Él lo aplica a Julen y suele decir: “¡qué gracioso es mi hermano!”. Forma parte de nuestra peculiar forma de comunicarnos. Con mi expresión no hago otra cosa que copiar a mi nieto. Enseguida me encuentro con Santiago y Silvia, los de Segovia, que ya me tenían que llevar mucha ventaja. Me cruzo con ciclistas que regresan. Al fondo se ve todo azul, mas yo sigo debajo de la nube y mojándome; acelero, pero es en vano. La lluvia arrecia y la nube me persigue. Llego al túnel que, en su entrada, y no sé por qué, me recuerda al precioso retablo de Arantzazu. Supongo que salvadas las distancias, pues no puede ser comparable. Al inicio se ve bastante bien, con la claridad de la boca de entrada y la adaptación de la vista a la oscuridad pero, poco después, sólo llevaré el referente de la boca de salida. No se ve ni moco, no se juna ni pedo. Voy demasiado lanzado y eso que hay algún charco. A la entrada del túnel, una chica está sentada sobre las rodillas de un chico y enfrentada a él. A una pareja que entra por el lado en que para mí termina el túnel, le doy pautas para que evite los charcos y puedan ir con mayor seguridad. “¿Me harán caso?”, me cuestiono. Cuando salgo del túnel, sigue lloviendo. Mi esperanza, viendo el cielo de Orpesa todo azul, era que allí no lloviera ya, pero será por poco tiempo. Cuando llego al final del camino, tengo que saltar el protector de madera, y me doy cuenta de que el camino para bicis y peatones aún no ha sido inaugurado. "Prohibido el paso", leo. ¡A buenas horas mangas verdes! Así se explica que no hubiera luz en el túnel.

Atardecer en Orpesa
En el paseo de la playa encuentro a José Manuel, que me acompaña dando la vuelta al Morro de Gos. Al fondo, siguiendo la costa, a lo lejos, ya se adivinan las grandes construcciones de Marina d’Or. En vista de que el tiempo no mejora, empiezo a buscar habitación. El primer edificio que veo, que podría tener precios asequibles, no ha sido abierto aún esta temporada; ¡a cuándo esperan! Quizás ya no lo abran. Voy a otro hotel cercano y una extranjera me dice que todo está ocupado y que me puede ofrecer un apartamento por 45 €. “No. Muchas gracias”, le digo y me orienta hacia el pueblo, al otro lado de las vías del tren. “Hostal Madrid”, me dice. Me dicen que aún no está funcionando, pero una chica me recomienda que vaya a L’Escaleta y seguramente encontraré. Efectivamente, la dueña, o la encargada, que está en la calle, subirá a buscarme y me pide 20 €, que acepto sin regatear. Lo malo es que no puedo pagar con Visa. La habitación está bien y, como en La Corte, pongo la tele en el suelo y traslado la mesa a la luz del balcón de la izquierda. Estaré escribiendo hasta las 21:15 h, pero antes he puesto a secar lo que se pueda de las ropas mojadas por la lluvia. También aireo las humedecidas de dentro de la mochila. Intento depositar en algún contenedor apropiado la pila de la máquina de fotos, pero me tengo que volver con ella. Nadie sabe dónde puede haber uno en todo el pueblo. Hablo con Vera y con Sara (0,85 €), sólo para que sepan que estoy, y a ellas les digo, “en  Oropesa”, para no liar. Gari ha tenido un pequeño accidente, se ha cagado en la cama de sus padres, ¡que sea lo más grave que pueda pasar! Mañana bautizan a Jokin. Está engordando y creciendo y ayer fue la admiración de Cristobal Gamón. Josu va todos los días a comer a casa. Le compensa. Está contento en el trabajo.

La Parrilla: cena y futbol
Después de mirar tres cartas por elegir una para cenar, me decido por La Parrilla, donde como una ración de mejillones al vapor, chipirones a la plancha, pantumaca y una copa de vino blanco. Pago con Visa 14,80 €. Encuentro 10 céntimos para la hucha de mis nietos (dividido entre cuatro, se van a forrar). España ha ganado por 2-0 a Sudáfrica; goles del segundo tiempo que es lo que yo estoy viendo mientras ceno. Al salir, encuentro en la terraza a las dos parejas que no han sabido orientarme. Una dice que, en Castelló se come mal. Es de las negativistas. Le digo: "Yo estoy comiendo bien". Hablo de la delicia que es dormir en playa si hace buen tiempo y les cuento la experiencia de Maro. La primera no, pero la segunda pareja es mucho más receptiva. Nos deseamos suerte, en sus vacaciones y en mi viaje y vuelvo al hostal.

Durmiendo en L’Escaleta
Escribo hasta las 23:20 h, otra jornada  más de acostarme tardíamente. Mañana será otro día. Al final el tiempo ha aclarado y podía haber dormido en la playa pero, tal vez, la arena esté muy húmeda, humedad a añadir a la que ya tiene mi ropa, así que no me arrepiento de haber decidido dormir en L’Escaleta, además he podido poner al día mi diario.

Día en que he andado menos que ayer
Mi estancia con Arturo ha sido interesante, hemos hablado de más cosas y nos hemos conocido mejor. Estoy deudor de sus invitaciones que espero tener oportunidad de corresponder en Irun, cuando él vaya. El habernos adelantado a ver la playa de Ribera de Cabanes, me servirá para cuando pase mañana por allí, así como el Tere, que repetiré. Siento que la lluvia me haya llevado a cometer una repentina despedida, que Arturo no se merecía. Le escribiré. Una bonita vía verde estropeada por la lluvia, pero aún tenía ganas de bromas con los que podían quemar el mar. Bien cenado y dormido en Orpesa.

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