miércoles, 29 de mayo de 2013

Etapa 46 (224) Caldes d'Estrac-Malgrat de Mar

Etapa 46 (224) 13 de julio de 2009, lunes.
Caldes d’Estrac-Arenys de Mar-Playa La Musclera-Playa La Murtra-Calella-Playa de la Cabra-Santa Susana-Malgrat de Mar.

Amanecer en Caldas
Duermo muy bien hasta las 6:25 h, con la confianza recobrada. Me levanto, salgo desnudo del saco y paso por las rocas a La Musclera. El paso es sencillísimo de día, pero ayer, con la oscuridad de la noche, no me atreví a pasar. La parte de rocas es muy bonita. Ya saliendo hacia la playa abierta, veo que hay un mirador desde la carretera, con camino lateral peatonal, como comprobaré más tarde, ya que pasaré por allí camino de Arenys de Mar. El tren pasa por todo el fondo de la playa.
Me doy en esta playa de La Musclera el primer baño de la mañana, procurando no acercarme demasiado a las rocas, y vuelvo a mi primera playa, en la que he dormido, para secarme. Saco foto de la roca separadora de las dos playas que, luego, dudo si no son ambas La Musclera. Una ola salta al chocar contra la roca. Me seco, me visto y me voy por la parte de atrás, donde busco la carretera.

A desayunar a Arenys de Mar
Salgo a carretera, con algunas dudas, tras cruzar las vías por un murete roto. La carretera va ascendiendo y paso de nuevo por encima de las vías y el túnel. Arriba hay un espacio desde el que se ven las dos partes que separan las rocas, la playa del Sur, que pertenece a Caldes d’Estrac, y la del Norte, que pertenece al municipio de Arenys de Mar.











Como luego veré que en los dos lados se practica nudismo, pienso que ambos lados pueden ser La Musclera. Las rocas pueden considerarse el punto de confluencia o de separación. Tendré que preguntar a Carmen e Ignasi, que la conocen bien.

Ca la Manela
Paso por zona industrial y, por acera, ya entro en Arenys de Mar. Entre las dos opciones que me da un hombre, una es la de desayunar en la estación, elijo la de panadería, a pesar de ser un camino menos fácil. No dispone de retrete, así que pido agua de grifo mientras escribo. Pido uno de cabello de ángel y descafeinado con leche por 2,35 €. Las empleadas alucinan con mi viaje. A un cliente le han tocado 100 € en la primitiva, acertando 4 números; está contento pero pesaroso porque, con uno más, le habrían tocado 4.000. ¡Somos insaciables! Son las 9:15 h y todavía continúo escribiendo. Hay movimiento en la panadería. Llega un repartidor de bollería prefabricada que, cuando apareció por primera vez, les pareció feo; lo comparaban con el anterior que era guapo, pero un chulo; ahora están encantados con el actual que, siendo menos guapo, les gusta más. Salgo a la carretera principal que va paralela a las vías del tren, por donde he venido y pregunto a una chica por el Ayuntamiento y la Biblioteca.

Internet en Calisay
Cojo dirección a Biblioteca, pero no abren hasta las diez. Saco foto de un torreón que pudo ser torre vigía. Ayudo a una mujer llevándole una bolsa y me acompaña hasta una librería, pero no tienen postales; en otra, próxima, compro 15 y pago 3,75 €. Serán insuficientes para todo lo que quiero escribir, pero, al menos, sirven para las primeras. Hoy no escribo a los recién casados catalanes, pero lo haré. En vista de que la Biblioteca está cerrada, me acerco al Ayuntamiento y me informan que en edificio Calisay (la fábrica donde se fabricaba el famoso licor), tengo posibilidad de hacer uso de Internet gratuito. Tiene gracia. ¿Encontraré también Karpy y Benedictine? La encargada es una chica con minusvalía física muy eficaz, tanto al teléfono como para ponerme en marcha el ordenador, me atiende correctamente. Le pido que me posicione el equipo en Google. Así lo hace y me dice: “tienes una hora” Las otras nueve pantallas están vacías. Me faltan tres minutos para consumir la hora, cuando doy por finalizada mi revisión de correo y llega un amplio grupo de niños que, siguiendo instrucciones de su monitor, trabajarán en el ordenador, mientras yo escribo postales en mesa. Me quedan muchas antes de llegar a Collioure, donde me vendrá bien estar un par de días para acordarme de todos. Ya estoy próximo a entrar en Girona. Será mañana cuando lo haga. Son las 12:30 h, me despido de la encargada y me voy.
Platja de La Musclera
Cuando salgo de Calisay, me encuentro con dos chicas, una lleva la mochila y otra la tienda y la bolsa con verduras que cocinarán en casa. Van a coger el próximo tren hasta Barcelona y nos acompañamos mutuamente hasta la estación del ferrocarril. He decidido que regreso a La Musclera para darme un baño. Quedamos en que musclera es mejillonera (moules- suena mul-, serán en Francia). Pasada la estación, penetro en la playa por la parte de Arenys de Mar. Al inicio es toda textil, pero según voy más cerca de las rocas, ya se empieza a ver gente desnuda. El primer baño me lo doy en zona con agua limpia, pero luego irá entrando una espumilla que me parece acumulación de suciedad que retiene las rocas.

Me pongo a dibujar la zona de rocas y, cuando termino y me voy a dar el segundo baño, el agua me parece ya muy sucia y decido dármelo en el otro sitio, donde he dormido, en la playa del lado de Caldes d’Estrac. Así que, dejando todo mi equipaje donde está, pero al cuidado de almas caritativas, me voy hacia las rocas, donde hay más nudistas, las atravieso, y me baño en el lado en que no me he bañado esta mañana. En las rocas, se forma una mínima playa intermedia, donde una oriental, da masaje a un hombre desnudo. Me viene el recuerdo del oriental que me dio uno en la playa de Ostia, próxima a Roma. (Que no es lo mismo que el oriental que me dio una hostia en la playa de Roma). Parece que lo que da esta mujer es sólo masaje, a juzgar por lo poco íntimo que es este lugar de paso; aunque nunca se sabe. En esta segunda zona, hay más gente desnuda que en el lado de Arenys. Me alejo un poco, porque en la primera parte de las rocas también se empieza a ensuciar el agua. Tras el baño, regreso a mis mochilas, agradezco a los guardeses y me despido de ellos y de otra pareja con la que también he estado hablando. Me voy a comer a Arenys de Mar.

Comida en Portofino. Cantando a Grieg
Para atravesar la estación, he observado un sitio al ir y, ahora trato de coger camino por allí. Hacerlo por donde he ido, supone trepar una pared que ha sido fácil de saltar a la ida, pero difícil de trepar, con mochilas, al regreso. No hay resquicio que no tengas que observar, para elegir lo que más conviene; quizás este aspecto de observación sea otro de los aspectos que caracteriza mi viaje. La idea que llevo es la de introducirme por la zona más interior del pueblo, pero nada más coger la arteria principal, veo la oferta de Portofino y me parece suficientemente atractiva en calidad y en precio. Pongo móvil a cargar. Como fabada asturiana, que me resulta muy potente para este día de calor y galtas al horno (son carrilleras de cerdo).¡Qué curioso: "galtas"! De postre como rodajas de naranja rociadas de algún licor quemado. Todo rico. No tomo café y pago lo estipulado, 8,50 €. Muy bien. Una camarera alucina con mi viaje. Escribo hasta las 15:45 h, cojo móvil y agua para salir hacia Canet de Mar. Se sientan unos noruegos y, recordando a Ibsen, cantamos una parte del Peer Gynt, de Grieg. ¡Qué bonito! Ellos recuperan algo de su país y yo algo que fue significativo para mí, en el suyo.

Hacia Canet de Mar.
Pánico por un tiburón
Salgo por carretera. Nuevas dificultades para salir al mar. Hay que dar con el paso subterráneo adecuado para pasar las vías del tren. Saco foto desde la carretera de un conjunto de edificios que están al otro lado de las vías. Después del puerto de Arenys de Mar, donde he visto la fábrica de gel de Pescanova, salgo a playa y voy por la orilla que, como sigue siendo de arena gruesa, no es muy adecuada para caminar, pues los pies se hunden demasiado y, con el peso de las mochilas, aún más, y es grande el esfuerzo. Como la ola hoy también es fuerte, al romper me vuelve a mojar el pantalón. Un socorrista, que viene andando por la orilla, me señala con el dedo los siguientes pueblos: Canet y Sant Pol de Mar. Un padre dice a sus hijos que no se alejen tanto, pero es la propia corriente la que les va empujando hacia el Sur, y ellos se van sin querer, alejándolos del lugar donde han entrado a bañarse. En ese momento el padre de las criaturas se ha fijado en una gran sombra en el agua y teme que pueda ser el tiburón que, hace unos días, puso en alarma a toda la playa. Falsa alarma.

En cala Murtra con Jose, un ciclista
Cuando el paseo se acerca a la orilla, subo por rocas a él y descanso los pies del hundimiento en la arena. ¡Qué camino tan fatigoso he hecho! Sigo por paseo marítimo, calzado con sandalias y luego por camino paralelo a la vía del tren. En la siguiente playa se ve a alguno desnudo, pero la mayoría son textiles. Al pasar por rocas intermedias que separan las dos playas, entre las rocas, hay una pareja heterosexual que se hace carantoñas. Tienen algunos espectadores dispuestos a disfrutar del espectáculo gratuito. Hay unos más atentos que otros. Bajo a la playa, me baño y me seco paseando. En el lado elegido hay chicos solos, parejas y parejas homosexuales. Un ciclista, sin toalla, se tumba al sol directamente sobre la arena. Es Jose. Cuando regresa de darse el baño, me pongo a hablar con él. Es de la zona y me hará algunas recomendaciones para las playas nudistas de Girona, provincia última a la que mañana entraré. Me dice que en Tossa no me pierda la cala Giberola. También me habla de una tal Cristina, en Blanes. Ya se verá. Me pregunta qué es lo que más me ha gustado y le hablo de Tarragona, el Delta del Ebro y las playas del Torn y Waikiki. Le gusta la filosofía de mi viaje. Él también se define como austero pero, haciendo deporte, me dice, “a veces tengo que comprarme algún artículo caro, como el maillot que llevo”, también los trajes de neopreno, para los que hacen deportes marinos, o los esquís para los deportistas de la nieve, lo son. “Este maillot es necesario para no acabar con las ingles escocidas tras un largo recorrido”, me añade. Trabaja en un periódico para la agencia Zeta, donde ya lleva más de 20 años. Jose está soltero, pero convive con una mujer que tiene un hijo de una relación anterior y con el que puede desarrollar sus dotes de educador. No siente necesidad de un hijo biológico. Él, de momento, todos los recorridos que hace los realiza en bicicleta, pero mi viaje ya le tienta. Tras el baño, Jose se ha vestido, pero continuamos de charla; aunque el sol casca, no acaba de irse hasta que, por fin, se va.

Sant Pol de Mar. Cala Cabra
Aún me doy otro baño y me quedo un poco más pero, pronto arranco por la siguiente playa, hasta que vuelvo a coger el camino junto a la vía del tren. Por ese camino llego a la estación de Sant Pol de Mar, que finaliza en túnel. Saco una foto urbana con tinglado eléctrico y vías del tren, hacia el túnel. Bordeo por paseo marítimo. Un pescador me dice que lo mejor que puedo hacer es subir por escalera. Nada más llegar a la cima, veo a un hombre que viene por camino y pasadizo elevado de madera; le pregunto y me recomienda que ese es el mejor camino para continuar hacia Calella. Le voy a hacer caso cuando, desde arriba, veo la cala Cabra y bajo a darme otro baño. Dos chicos y una chica están desnudos al inicio de la playa y tienen los bártulos en un rincón; probablemente se queden a dormir aquí. Se lo pregunto a uno de los chicos y me responde que aún no lo tienen decidido. Si no hubiera sido tan temprano, las 19:30 h, a lo mejor yo también me habría quedado a dormir allí. Me doy un par de baños y no vuelvo a hablar con nadie más. Un negrito con bañador blanco anda por entre las rocas, en la zona alta. Paseantes van de una a otra playa pasando entre rocas y arena; vienen, vuelven y viceversa. Pocos se quedan. Me visto y subo las escaleras. En uno de los tramos, junto a un escalón, pero en la hierba, encuentro dos monedas para la hucha de mis nietos (1 € y 20 céntimos), que guardo junto a las que encontré anteriormente.

Hacia Calella y Pineda de Mar
Voy por el pasadizo y sigo por camino bueno de tierra; por aquí voy mejor que por carretera, pero al llegar a una señal kilométrica, me doy cuenta de que la distancia a Calella ya es mucho mayor, y retorno a la carretera. Me olvido del faro y entro en paseo marítimo de Calella. Nada que comentar de este pueblo, ni de Pineda de Mar, que será por donde continúo.

Santa Susana. Regata
Tampoco tiene nada de interesante este pueblo que se ha volcado al mar para ser una referencia turística pero, cuando llego es el momento de decidir si ceno o no ceno. Si me hubiera quedado a dormir en La Cabra (La Roca Grossa), seguro que no habría cenado, pero estando aquí a esta hora y sin definir mi lugar de pernoctar, me decido a entrar en Regata a cenar. Pido una ensalada de tomate, cebolla, aceitunas rellenas y rajadas y medio litro de cerveza. Pago 9 €. Las playas, que ya habían pasado a ser urbanas, ahora lo son más con las grandes moles de hoteles y urbanizaciones. El camarero que me ha atendido, me recomienda que me acerque a los campings de Malgrat. Espero que no sea como el último que he pasado que, sin ninguna valla protectora, porque las que tenían se las llevó el mar, salen las tiendas hasta la playa. No me ha gustado ese camping porque, al igual que los campistas pueden salir directamente de su tienda a la playa, cualquier foráneo puede entrar en ellos sin pasar por recepción. Como medida de protección, han echado rocas en el mar para hacer diques y evitar que se lleve alguna más el mar. Dos sudamericanas tienen dificultades para pasar por las rocas. Al poco de salir del Regata, veo un local cerrado, al que no me atrevo a entrar en su terraza por un espacio angosto; probablemente allí habría dormido bien, pero pierdo la oportunidad, aunque, estando en zona tan urbana y con tanta contaminación lumínica, no lo puedo asegurar.

Malgrat de Mar. Un arcón sombrío
Salgo de Santa Susana y, nada más empezar Malgrat, paso una riera seca, donde unas chicas esperan sentadas en una escalinata. Compruebo que la zona está en penumbra y que llega poco haz de luz de las inmediaciones y veo una construcción que me parece metálica (mañana comprobaré que es el puesto de vigía). Más al centro de la playa, veo dos pilas de hamacas recogidas y un gran arcón. Decido que, tumbado hacia el lado del mar, ese arcón será el protector de mi cama. Me ocultará tras la sombra. Cuando me estoy instalando, llegan diez o doce chicas con intención de bañarse. Como se colocan muy cerca de donde estoy yo, hago para que me vean. Una comenta algo como “hay un borracho” y las demás le hacen callar. Consigo que me oigan: “no soy borracho y lo que quiero es dormir” y se levantan y se trasladan unos 20-30 metros hacia el Norte. Bueno, primer tema resuelto. Les agradezco y me responden “de nada”. Luego pasan dos chicas y dos chicos y una se pega el gran susto cuando ve que algo se mueve en la sombra. Parecieran inglesas asustadizas. Más tarde llega un grupo francés que se coloca hacia el mar, a una distancia similar a la de las chicas del primer grupo. Alguna de las chicas, de este último grupo, se baña. Sólo se enteran de que estoy aquí, cuando una de las chicas corre en mi dirección perseguida por un chico. La luna está en menguante. Ha salido de color rosa, pero a lo largo de la noche iluminará demasiado.

Resumen de la jornada
Lo mejor la charla en La Murtra con Jose, el ciclista y lo que he disfrutado en La Musclera, en los dos lados, junto al dibujo realizado. No me habría importado quedarme en La Cabra y dormir allí. Buena comida en Portofino y aprovechamiento en Calisay de la hora de Internet. He cenado muy a gusto la ensalada en Regata. La noche me ha recordado a la de Castelldefels. Estoy a dos pasos de Girona que, también, es para celebrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario