jueves, 23 de mayo de 2013

Etapa 37 (215) Tarragona-Platja Waikiki

Etapa 37 (215) 04 de junio de 2009, sábado.
Tarragona-Platges La Savinosa-Platja Waikiki-Calabeig (Roca Plana)-Platja Waikiki.

Hoy será uno de los ejemplos de que dormir en playa en fin de semana no es recomendable.

Despertar en la Residencia Sant Jordi
Ayer no retuve la hora de comienzo de esmorzar. Me levanto, afeito, y ducho y salgo para peguntar; un chico me dice que el desayuno es a las nueve; pero, cuando me dirijo hacia la habitación, me dice que ya está en marcha. Me dice que hoy es su último día de estancia y que van a Port-Aventura; no es el primer día que van y ya saben que allí pasarán calor. Han pasado la mitad de sus vacaciones en el albergue de Barcelona y las terminan en éste. Ayer vi a un grupo de chavales con minusvalía y alguno con síndrome de Down. Es ya habitual en mí, encontrarme con estos colectivos en los albergues que visito. A veces pienso que me persiguen. En esta ocasión no hablo con ningún responsable de los colectivos. ¡Algo raro en mí! Pido para desayunar un chucho de crema, como si fuera una bomba en alargado. Cojo pan y me pongo medio tomate restregado, con jamón de York y salchichón. Dos zumos de piña, aunque al segundo lo completo con zumo de melocotón. Descafeinado con leche y retorno la mantequilla y la mermelada de ciruela. Lleno mi recipiente de agua fresquita para el camino y salgo con el mapa de la ciudad que ya estoy a punto de tirarlo.  

Tarragona y sus restos romanos
Localizo lo más cercano, la necrópolis y pregunto a un señor por el teatro. Me dice: “sube la Rambla hacia el Balcón de Europa”. A la necrópolis me manda por otro sitio, pero yo con el mapa, sigo por otro camino que creo es mejor. De nuevo estoy en Eroski. Pregunto a un chico con perro y me dice que atraviese el parque. El museo no abre hasta las diez y otro señor me dice cómo ver algo desde el exterior. Me interesa tan poco que ni saco foto de los sarcófagos (ahora, en mayo de 2013, en que estoy haciendo un curso de Arqueología funeraria en el museo Oiasso de Irun, me habría gustado tener alguna foto de las que deseché sacar), que parecen invitadores para recibir al primer muerto que llegue. Puede que sea una reacción a mi mayor interés por los vivos, que al culto a los muertos y a los que piensan que existe el más allá. A mí, de los muertos, lo que me interesa es lo que hicieron o dejaron de hacer en vida. Ahora cojo la calle recomendada por el señor que me ha orientado hacia el Balcón de Europa, y llego a la plaza en que vi ayer el edificio de la Cámara de Comercio, de tal forma que la foto que pensaba pedir que me hicieran, prestando mi apoyo al sostenimiento del Castellet, se quedará en intención. Tampoco me quedo apenado.

Llego al Balcón de Europa y me asomo para recuperar una imagen ya conocida: vías de tren, playa, anfiteatro y circo romano. Fotografío algo de lo que veo. El Anfiteatro me pareció más inmenso de lo que me parece ahora desde fuera. Me asomo a lo que queda del circo romano, entre casas. Veo arriba una torre y un edificio con ventanas que me parece decorado con filigrana árabe y que me dicen que era el habitáculo del Pretor.

Endureciendo glúteos
Bajo a la playa por el lado norte del Anfiteatro, donde media escalera está vallada. Una chica baja deprisa las escaleras y dos obreros, que la miran y remiran, me dicen que es la enésima vez que las sube y baja corriendo. “¿Conseguirá endurecer los glúteos?", me pregunto o "¿sólo lo hace para exhibirse y encender el deseo de los obreros?” Cuando yo ya estoy casi debajo de la escalera y me lo están diciendo, les digo que vengo andando desde Murcia. Me dan la enhorabuena.

Playa no apta para el baño
Llego a un lugar en que veo que puedo pasar por debajo de la vía, y salgo a la playa. Es la parte final, pero sigo por las rocas que no ofrecen dificultad para caminar y veo una playita debajo de un leve acantilado. Accedo a ella por detrás y bajando unos pocos escalones. La arena está húmeda, no hay casas, ni paseo, ni nada y me doy un bañito en bolas. La playa a la que he bajado primero, me recibe con un gran cartel en el que pone: Playa no apta para el baño. Acaba de llegar un señor mayor que me dice que es quien la mantiene limpia y me aclara que la razón de ser del cartel viene derivada no tanto de que sea insalubre o peligrosa, sino porque no está vigilada y no tiene servicio de limpieza oficial. Al marchar me dice que los pocos usuarios (pocos porque es pequeña) que acuden a esta playa, se lo agradecen. No sé si se lo agradecen con alguna propina, si me lo dice para que suelte la gallina, si tiene suficiente pensión y lo hace altruistamente. Dudas que no se resolverán. Paso a la siguiente playita por la orilla, retrocediendo hacia el Sur; sólo la ruptura de la ola me moja un poco el pantalón. Me vuelve a dar el apretón y me desnudo, vaciándome en un hoyo que justamente me da tiempo a hacer en la arena pero, con la premura, he hecho un mal cálculo y la ola se lo lleva; "¡comidita para los peces!", me digo. Ya no tiene remedio. En esta playita cubre poco y el baño que me doy es simbólico, ya que rozo el fondo de arena con la tripa y algo más. Sólo me sirve para refrescarme. Al salir del agua, aparecen dos moscones por el bajo acantilado y me seco dando paseos cortos por la orilla, tienen que ser cortos a la fuerza, ya que no tiene más que entre 10 y 15 metros. Uno de los moscones está con calzoncillo y el otro se va. Me seco, me visto y me voy también. Al volver a pasar por la playa contigua, saludo al limpiador altruista. 

Buscando La Savinosa. El Miracle. La Arrabassada
Caminando llego al Miracle, que a mí me ofrece la imagen de un peregrino santiaguero, a la punta de la Arrabassada y no me queda más remedio que salir a la carretera, a pesar de que el muro final me lo dificulta. Una madre con niña viene por la acera y me indica el lugar por donde puedo acceder. Ya van de retirada y han estado precisamente en la playa en que limpiaba el señor altruista pero, para cuando yo he llegado, ellas ya se habían marchado; en la hora en que ya empieza a apretar el calor, ellas ya se retiran a la frescura de su casa. Llegamos hasta donde hay aparcado un coche y yo sigo adelante y bajo a la siguiente playa. En su parte final y, de nuevo, por rocas que son amables, pasaré a la playa de La Savinosa. Una chica bajita y muy morena, me dice que la está buscando y regresa con la desgana de quien no ha conseguido encontrar algo deseado. Le digo que yo voy hacia allí y le invito a que me acompañe. No le debe convencer mucho la idea de ir conmigo y me responde que ella va por otro camino. Sigo adelante y me encuentro con una asiática joven con bolsas de compra, en la que observo movimientos raros de parar, arrancar, parar, arrancar. Le pregunto si va a La Savinosa y me responde que sí. “¡Por no callar!”, pienso. En realidad, lo que creo que ocurre es que abajo, en el mar, está su marido pescando clandestinamente algún producto prohibido del mar, y ella está encargada de disimular y vigilar por si viene algún policía para avisarle. Visto desde arriba, me da la sensación de que también es un hombre asiático. Consigo encajar todos los cabos sueltos, para llegar a las conclusiones a las que estoy llegando, aunque no siempre funciona la lógica.

Playa de La Savinosa
Cuando llego me da la impresión de que esta playa no puede ser nudista; es abierta, familiar, con fácil acceso o de las que los fines de semana dejan de serlo por la avalancha de gente y los nudistas se retiran. Según voy avanzando, tengo que cambiar de opinión ya que, en la zona Norte, se empiezan a ver a algunos nudistas. Parece que la ducha, donde están los socorristas, delimita las dos zonas. Los textiles pasean la playa de cabo a rabo, algunos para ver tetas y rabos, mientras que, según me dice algún nudista, en concreto una pareja heterosexual, algunos textiles llaman la atención a los nudistas que propasan la línea Maginot. Sabido lo sabido y visto lo visto, me sitúo hacia la mitad de la playa (me refiero a la mitad de la zona nudista). Tras el segundo baño, me doy protección solar, ya que hoy se me presenta como día playero y con poco recorrido, si no me surge algo que me desbarata todo el plan. No hablo con casi nadie. Por ahora, sólo el comentario que he hecho con la pareja en relación con la discriminación: nosotros no podemos hacer lo mismo que hacen los textiles; nosotros sólo podemos pasear por media playa y ellos por toda. Hablo  algo con los que están al lado, pero me sitúo equidistante de ellos y de los que están en silla y con sombrilla. Me agradecen mi desplazamiento, pero no hablaremos más hasta que llega la hora de marcharme. Él lee un libro informativo de USA, como si estuviese preparando un viaje por Estados Unidos. A veces se bañan juntos, otras por separado. Cuando él no está, ella hace tumbada ejercicios de estiramiento. En un momento determinado, los que están más al Norte se van y queda un gran hueco vacío, que se volverá a completar con otras gentes. Será en este segundo grupo, donde observo a un padre que parece enamorado de su hija, que se echa encima de ella, mientras que su mujer permanece impertérrita sentada en su silla. Luego se bañan padre e hija y salen del agua agarraditos de la mano. Supongo que no está ocurriendo nada especial, pero me resulta algo atosigante el papacito. Ya en la orilla, la hija se libera de la mano de su papito. El niño en la orilla que, por la marca de cambio de color de la piel, me hace pensar que no suele estar desnudo habitualmente, no hace más que recibir instrucciones de papá, que procura hacer todos los posibles por no cumplir. Él va a su bola (como diría mi amiga Virginia). Temen que el sol le queme, pero en ningún momento le dan protector solar, “¿no habrán traído?”, me pregunto. El niño ha hecho en la orilla una montañita que más parece un falo que otra cosa. Estando los tres ya vestidos, el niño continúa en la orilla y se ha ido al agua. Por fin lo recuperan y se van todos. También hay unos vecinos mayores desnudos con una mujer que no se desnuda. Hablo con él cuando se está poniendo el calzoncillo. No he elegido ese momento adrede, sino que ha surgido naturalmente. Me animan a que siga bien el viaje, al igual que los vecinos USA cuando me visto y me voy.

Llega la hora de comer. Platja Llarga. Tòfuldemar
Sigo por las rocas hasta avistar platja Llarga y un señor me orienta hacia el segundo de los cuatro grandes edificios que hay a pie de playa en la mitad final de la parte Norte. Llego allí por la orilla; el paseo está siendo gozoso y, tras la mala experiencia de Castelló, llevo varios días disfrutando de paseos por orillas de playas que permiten que mis pies se curen de pequeñas heridas. Subiendo hacia el Torn, me pegué un golpe en la uña del dedo gordo del pie izquierdo y temía que se me amoratara, pero no ha ocurrido así. En cuanto tenga ocasión, quizás cuando esté con Maribel y Santi, pediré tijera para cortar la uña que ha crecido demasiado y dar un repaso a las restantes. Llego a Tòfuldemar, el chiringuito de platja Llarga recomendado, y me siento en la terraza de abajo. Aunque todo el edificio se llama igual, parece que está regentado por empresas diferentes. No hay menú y me presentan la carta; estoy pensando en una ensalada de tomate pero, al llegar al final de la carta leo, "no se admiten tarjetas". Dejando las mochilas, subo al primer piso, donde está todo reservado, pero me admiten siempre que cumpla la condición de terminar para las tres. Digo que me comprometo, siempre que ellos no se demoren en el servicio. (Me estoy dando cuenta que, escribiendo el diario, me puedo abstraer del mundo bastante bien. No suele ser habitual. Una mosca puede ser suficiente como para despistarme. Lo digo porque escribo con un grupo de nueve trabajadores muy ruidosos, que hablan todos a la vez para todos). Bajo por mis mochilas y las dejo en sitio que no  molesten. Como gazpacho, gambones fritos (la cabeza  rebozada en tempura y frita no la como, aunque pudiera comerse) y muscles planxa, ½ botellita de Viña Sol (blanco), melón y Magnum y pago 27,95 € con Visa. Lo que más me suele gustar es escribir después de desayunar, pero también, si puedo, ponerme al día tras la comida, relajadamente, pero hoy he salido pronto del albergue y ahora, el compromiso de dejar la mesa para las tres, no me lo va a permitir. Además, se han equivocado en el número de comensales de una mesa, y necesitan la mía para hacer un añadido en ella; se trata de la mesa de al lado. El comedor está al completo ¡Cómo se nota que estamos en crisis! Yo diría que es verdad, que estamos en crisis, pero nuestra crisis principal es de valores. No sé dónde van a meter a los dos que tenían mi mesa reservada. Cuando pago, la camarera no se cree que venga andando desde Murcia. Parece que le convenzo y le pido agua del grifo, pero me la da de botella. En mi depósito, previamente, he exprimido los dos gajos de limón que me han traído con los mejillones.

Cala Waikiki. Recepción de grupo
Cala Waikiki, donde el que pueda echará un kiki ¡que Guay! Salgo de nuevo a la playa y voy hacia la orilla. Los socorristas me dicen que Waikiki está antes que Rocas Planas y, ambas, antes que Punta de la Mora, que es el cabo que se ve al final. El camino por la roca es muy bueno pero, la orografía, me obligará a subir a la cima del acantilado que aquí vuelve a ser muy bonito y me lleva entre pinares. Me asomo entre los pinos al acantilado y ya empiezo a ver gente desnuda. Toda la cala se ofrece en un entorno precioso. Ahora, que ya sé dónde estoy, lo que me preocupa es descubrir el camino para descender a Waikiki. Todo parece tierra y roca cortada a pico y no se ve ninguna fisura. Mientras voy entre pinos, una pareja me dice que sabe el camino para bajar. Ambos son sordomudos y con sus gestos me animan a seguir. Pareciera que debo continuar mucho más adelante, pero resulta que el camino de descenso está allí mismo ¡Qué complicado resulta entender su gesticulación excesiva! Les pregunto si se quieren y me responden que sí. “¡Qué bonito!”, les digo. El camino, no exento de dificultades, desciende casi en vertical y, nada más llegar abajo, me encuentro con un grupo de seis hombres adultos pero todavía jóvenes, que se han preparado un tinglado techado con unas cuerdas atadas a barras azules, que intentan venderme; oferto, pujo y, a pesar de ser sábado, mi banco me abrirá las puertas para oficializar la operación y solicitar la hipoteca. Todos estamos de broma y ellos siguen bien el juego absurdo, pero que abre las puertas al intercambio verbal. Comento: “No sé cómo podéis aguantar aquí, con el calor que hace”. El sol pega de lleno en la pared de la roca donde el tinglado se amarra más reciamente, apenas corre el aire, y yo prefiero estar más cerca de la orilla, donde refresca la brisa. Me voy y, al poco rato van bajando todos menos uno, que es el durmiente roncador, que al llegar, verlo y oírlo, había interpretado que era un perro.

Una tarde placentera en Waikiki
Me desnudo en la orilla y me doy varios baños. La entrada al agua es perfecta, toda de arena y cubre bien y pronto. Para secarme, me doy los consabidos paseos por la arena. Las mochilas quedan, como siempre, abandonadas. Hablo con tres nudistas embarrados en un ocre amarillento, son dos chicas y un chico, que hablan con una mujer y dos jóvenes argentinas que están vestidas; la mayor, con bañador completo, que es el que siempre usó y que ahora, como otras muchas, se animará a comprar bikini. El tema del que hablamos, como veis, es de nudismo, argumentos, razones de practicarlo y mi viaje. Luego se van a la sombrita, que ya ha empezado a aparecer por el fondo Sur.

Media docena de buenos amigos
Bajan los hombres del tinglado. Son amigos. Unos viven en Tortosa y otros en Barcelona. Les comento: “me parecéis buenos amigos”. Dicen: “Llevamos 15 años juntos”. Casi todos son separados pero, a pesar de la nefasta experiencia de sus matrimonios, uno se acaba de casar. Es probable que le vaya bien, pues ha aprendido mucho de las experiencias de sus amigos, aunque la experiencia del matrimonio no es para contada, sino para vivirla. Tiene un niño chiquitín. Otro tiene dos hijos, que se quedaron con la mujer, pero mantiene una buena relación con ellos.

Embarrado en el barro de Waikiki
Cuando están en la orilla y han extendido sus toallas en zona muy próxima a la mía, me acerco a la zona de los barros. Allí me voy dando con un cepillo que se empieza a deshilachar, por lo que dejo de hacerlo y me embadurno con mis propias manos. Aparecen dos extranjeras; yo diría que una es rumana o, al menos, de los países del Este, a las que les han robado una bolsa con comida y agua, me dicen. No han acertado con quien les puede ayudar, ya que no tengo nada de comida que ofrecer. Están muy enfadadas. Tienen razones para estarlo. Baja un señor de la cima, que dice: “he visto a alguien que cogía una bolsa y se la llevaba, pero he pensado que era suya”. Les reprende por ser tan poco cautas y yo les digo dónde he abandonado mis mochilas y es todo lo que tengo para sobrevivir dos meses, “bueno, ya he sobrevivido más de uno, y me queda menos”, les digo. Este hombre me explica cómo debo pulir previamente la arena, hasta forma una cremita viscosa y me extenderá una parte él mismo por mi espalda, en la zona donde no llego y me da una especie de pequeño masaje.

De nuevo con el grupo de amigos
Se lo agradezco, dejo allí la vajilla y me vuelvo hacia el grupo y mis pertenencias y seguiré conversando con ellos cinco, con unos más que con otros, ya que el sexto sigue dormido. Como volviendo del lugar, el barro ya se ha ido secando, pido a uno que me saque foto embarrado, para el recuerdo y el reportaje. Mientras dos se bañan, enseño mis dibujos a los otros tres. Una vez que considero que el barro está suficientemente seco, me voy al agua y me baño. Poco a poco el barro va desapareciendo y mi piel va quedando suave, como de culo de niño; acabo de rejuvenecer unos cuantos años, pero en las piernas vuelvo a tener similar experiencia a la de praia Meco, la playa de los extremeños hispanos, en Portugal, próxima al cabo Espichel, y de la que ya os hablé en mi verano de 2007. Después de ver el mismo resultado, sensación de aspereza y sequedad, digo que no me debía haber dado en las piernas, pero ya es tarde para ello, y el arrepentimiento no sirve de nada, debiera haber aprendido de aquella experiencia. Todavía en 2011 volveré a caer, por tercera vez, en el mismo error. Será en las Baleares. La cala Waikiki me parece ideal para hacer nudismo ya que, los que vienen con coche, lo deben dejar muy lejos y es algo que funciona como disuasorio. No obstante y siendo hoy sábado, observo que durante la tarde sigue viniendo gente y me temo que se van a quedar a pernoctar. Los coches hay que dejarlos o en el camping, al final de Platja Llarga, o en la Punta de la Mora, al Norte, donde hay otro camping. Empiezo a reconsiderar la conveniencia de quedarme a dormir en esta playa, como sería mi deseo, pero viene y viene más gente. Ya son cuatro los amigos que se bañan, son los de Tarrasa y el recién casado se queda tumbado en su toalla, leyendo unas hojas rosadas de su diario que tratan de economía. Yo me había quedado encargado de vigilar sus toallas pero, al quedarse él, me despreocupo. Aparece el durmiente y sorprende que se bañe con bañador. Cuando les llega la hora de marchar, les acompaño y ayudo a quitar el tinglado que se han montado. Es bastante complicado. Les ayudo a recoger una cuerda, que enrollo, y a plegar y meter en la bolsa, la tela de malla verde, y me despido de ellos. Una pareja, al marcharse, me ha dado un culín de agua que les había sobrado en su botella y estos amigos me dan más de media botella y me quedo con otra que aún conserva un gran pedazo de hielo que, al recibir la nueva agua, enseguida se derretirá. Bien provisto de agua y despedido del grupo, retorno a mi lugar.

Visita a Cala Calabeig o Roca Plana
La sombra del Sur sigue avanzando, en la medida en que el sol va descendiendo hacia poniente, es la ventaja, o el inconveniente, de muchas de las playas de levante. Para los que buscamos sol es un aspecto negativo. En Portugal ocurría lo contrario, costaba que el sol alumbrara en las playas por las mañanas. Empujados por la sombra, una pareja se acerca a mi lugar, Elena e Isaac, pero yo preocupado por la noche y viendo que la playa se va llenando, decido explorar. Les pregunto si piensan quedarse un rato más y, al decirme que sí, les pido el favor de que cuiden mi equipaje, me calzo las sandalias y me voy desnudo por la pineda a inspeccionar la cala Calabeig, por si reúne mejores condiciones. Inicio por las rocas pero, una cortada, que ya no me permite el paso si no es nadando, me obliga a subir de nuevo al camino que va por los pinos. Desde el camino, al asomarme por un acantilado, veo abajo a tres nudistas que se han embadurnado de un barro que, en la distancia, me parece más oscuro y verdusco que el amarillento que yo he experimentado. Cuando me los encuentro me dicen que han llegado allí vadeando por la cala que pretendo visitar. Están perfectamente embadurnados; lo han hecho a conciencia. Cuando llego, encuentro a un pescador desnudo y a otros nudistas sobre la roca plana que, supongo, da el sobrenombre a la zona. Algún otro desnudo, como yo, pasea por la pineda, pero no detecto que vayan con intención de ligoteo; aunque esas cosas nunca se saben a ciencia cierta. Un señor mayor vestido y sentado en una roca de la cima, observa en actitud contemplativa. Llego a la cala Calabeig. Entro por zona familiar, con familia de las que van a la playa y al campo con la suegra y el canario. Se están preparando para marchar. No dudo en pasar por delante, ya que, allí mismo, está un chico desnudo con su chica. Inspecciono toda la playa; la primera parte está compartimentada y no hay continuidad de arena; rocas pequeñas separan los distintos espacios. Llego a una roca grande que supero por arriba para pasar a la siguiente zona y, al llegar al final, me doy un baño con la certeza de que no voy a pasar aquí la noche y para volver fresquito a Waikiki. Aquí también voy metiéndome mar adentro y nunca cubre. Hoy es el día que más caliente he encontrado el agua; quizás sea por la falta de profundidad. Sin embargo, hay lugares en que encuentro contrastes, como si llegaran regueros de agua dulce provinientes de tierra. Esta playa de Calabeig no me gusta para dormir porque tiene poca arena y si viniera más gente a dormir, tendría muy poco margen de maniobra. Regreso por el camino que he venido, con alguna pequeña variación. Dos de los embarrados regresan a cala Calabeig y el otro se está desembarrando en el agua. Un blanquito merodea y se baña.

De nuevo en Waikiki. Elena e Isaac
Bajo del acantilado y me dirijo hacia la pareja que ha quedado custodiando mis mochilas y todas mis pertenencias a excepción de mi persona y mis sandalias. Retiro todo a un lado y nos ponemos a charlar. La charla durará hasta las 21:30 h. Me dan sus señas madrileñas. Son amigos desde hace 15 años y están de camping en Platja Llarga. Resulta muy curioso en la cantidad de cosas que coincido con Isaac y aunque haya cosas en que no estamos de acuerdo, somos lo suficientemente tolerantes, más bien respetuosos, como para discrepar constructivamente. Comparto con Isaac en temas laborales; trabaja con personas con Síndrome de Down y también ha trabajado con autistas. Me gusta la forma como aborda su trabajo y su filosofía subyacente. Me explica algunos casos de chavales con Síndrome de Down que comen compulsivamente. No se les puede obligar a comer sin ansia, si no se tiene en cuenta que el fallo se debe a que los neurotransmisores no remiten información al cerebro de la comida recibida. Lo que me está diciendo me remite a Ester Manso, una chica de mi taller, que tenía esa actitud y no podía dejar de comer "¿tendría ese fallo?" me pregunto a raíz de lo que Isaac me explica. La información me llega demasiado tarde, pero la comunicaré a mis excompañeros de trabajo. Era un tema que preocupaba mucho a sus padres y le hacían andar grandes caminadas y nadar para que perdiera peso. Me dice también que, con medicación y ejercicios se puede llegar a corregir dicha anomalía.

Isaac es también experto en fotografía y me dice que debiera llevar los rollos más protegidos del sol y con algo frío, pero le digo que mi realidad es la que es, por las condiciones a que me obliga el viaje. Me da claves para trabajar en blanco y negro. Le enseño mi cámara compacta convencional. No se puede hacer nada para engañar a la máquina, diciéndole que lleva distinta sensibilidad que la que detecta. El tema surge al enseñarle los rollos Velvia-50 y Velvia-100. Pasa una chica con dos pedruscos e Isaac le pide que saque foto con su móvil. Nos saca a los tres. Una foto que nunca recibiré. Aprovecho para sacar una foto de la pareja para mi reportaje, lástima que ya sea muy tarde y mi cámara no favorece el resultado. Es mala pero queda para el recuerdo. Como ya tengo sus señas, me comprometo a que le enviaré la mía. Confío en que no pasará nada que lo impida. Elena me dice que ayer estuvieron en la platja del Torn, cerca del illot y les enseño el dibujo que hice. Miran el resto de dibujos. Se puede contar mi viaje viéndolos. Les cuento mi encuentro con Arturo en Bellver. Les regalo una piedrita molusco (el ojo de buey que decía Álvaro). Elena me dice que en Galicia llaman ojo de buey a las caracolitas que, en playa Insua (al sur de Ferrol), me mostró el señor que regalaba ciruelas a los usuarios de la playa. Él las llamaba mariquitas. Saco los rollos y rebusco en el fondo, le muestro cuatro ojos de buey y Elena elige uno. Ella me compensa con una piruleta rosa (que como mientras escribo, después del desayuno, en la Punta de la Mora). Elena está en paro, pero prepara un viaje exótico por Asia, en plan económico. "¡A eso le llamo yo aventura!", le digo. Me dice que el país al que va permite comer y dormir por poco precio. Me despido de la pareja, con la que he estado tan a gusto, con un caluroso apretón de manos a Isaac y un par de besos a Elena. Les acompaño al inicio del camino y allí sí, abrazaré a Isaac y besaré de nuevo a Elena. Les reitero que tendrán noticias mías y les digo que, visto el panorama de la playa, donde todo el circo más próximo a la pared acantilada, se ha ido llenando, me pondré a dormir en medio de la playa.

Preparación del dormitorio
Lo más sorprendente, después de tan caluroso nivel de intercambio y que tendrá continuidad antes de que llegue la noche, ninguna de mis cartas recibió respuesta. Cuando termine de narrar esta parte de mi viaje, pienso volver a intentarlo. Ya estoy solo. Ninguno de los distintos grupos que se han colocado en el borde se han relacionado conmigo. La mayor infraestructura se ha colocado al sur. Me acerco a un grupo con dos chicos grandotes (uno parece anglosajón) y cuatro chicas. En este momento están sólo dos chicas y los otros cuatro bañándose. Me dicen que no van a armar jaleo (son sus intenciones, pero no será cierto). Me preocupa más su balón y el perro y, todos, me dan buenas palabras, pero una de las chicas me da la impresión de que está algo bebida o fumada. En otro lugar, relativamente próximo están dos chicas y dos chicos, uno de ellos desaparecerá durante bastante tiempo. Alguna de las dos chicas, pienso que es argentina. Con el panorama más o menos controlado, preparo mi cama y me meto en el saco mirando hacia arriba, sin intención de dormir, de momento. Acabo de hablar con mi hija Sara  y me dice que ande con cuidado, no vaya a ser el chivo espiatorio de algún rito satánico. "¿le habré transmitido algún detalle que se lo haga pensar?", me pregunto. No se lo tomo a mal. Sabe que no soy ni miedoso ni temerario (aunque, a veces, arriesgo más que lo que debiera). Cuando estoy mirando la luna y la Osa Mayor, ¡Sorpresa!

Elena e Isaac me traen la cena
Han ido a su camping de Platja Llarga y me traen parte de su cena que me coje desprevenido. Aún no había comido mi cena de pipas de calabaza, pareciera que hubiera intuido que iba a tener cena inesperada. Isaac ha preparada pimientos de Padrón con calabacín y cebolla, bien pochada en su vapor, con un pequeño butano que tienen en el camping. También traen una punta de pan, que será suficiente. Aunque esté frío me sabrá todo a gloria. Lástima de la postura; con una mesita y una silla sería una cena perfecta; y acabo con las pipas. Una vez que me ven cenando, ya no salgo del saco para la despedida, nos estrechamos las manos y les muestro mi agradecimiento. Se vielven y me dicen que, aunque oscuro, el camino es bueno y fácil y tenemos amplia luna. No les entretengo, para que no se les haga tarde para su cena.

Noche movidita en Waikiki
En principio, trato de hacer caso omiso de lo que me ofrece y amenaza todo lo que me rodea. Me acuesto y parece que podré intentar dormirme pero, los acontecimientos de los dos grupos más próximos y mi curiosidad, incidirán negativamente. Un chico me visita, pidiéndome coca-cola. No ha sabido elegir bien.  En un principio, las dos parejas, que hace rato son trío, se están comportando con normalidad pero, pronto, les veo que inician unas danzas y unos ritos pero de forma estática. Una dirige y los otros dos repiten. Circulan alrededor de un fuego apagado o aparentemente apagado y empiezan a emitir sonidos como de grulla, intercambiados de forma individual, pero con una suerte de cadencias e intensidad variable. Empiezan a expulsar algún líquido por la boca y consiguen que el fuego se reavive repentinamente, lanzando una llama intensa. Yo, que no creo en espíritus, pienso que el líquido que echan por la boca es algún espirituoso alcohólico que están bebiendo. Al caer el alcohol a la brasa, ésta se reaviva y hace surgir la llama. Está resultando una magia negra muy luminosa (parece que Sara lo intuía) en la que yo no soy el chivo espiatorio, pero sí el chivo que sufre las consecuencias y, mañana, quiero caminar bastante. Luego continúan con una especie de revoloteo de alas, que sigue dirigiendo la de voz argentina, con mezcla de baile circular de derviches danzantes que, en su descontrol controlado, me da la impresión de que alguno va a caer encima de mí. Y es que, con tanto movimiento, cada vez se han ido acercando más a mi espacio. Por fin, termina el juego, y se sientan, demasiado cerca de mi sitio. Habrá unos tres metros. Ahora inician un juego de adivinanza de títulos de películas. Acierto el título antes que ninguno de los otros dos: "El hijo de la novia", pero me abstengo de decirlo porque no quiero entrar en el juego. Finalmente se dan cuenta de que pueden estar molestándome y deciden retroceder al lugar inicial. En el grupo de más al Norte, empieza la movida de las "locuelas". Va "in crescendo". Una de las cuatro se bañará varias veces durante la noche. El perro se acerca dos veces a mi sitio y, ya estando dormido, me despierta la discusión de una de ellas con el anglosajón; está enfadado porque ella le insiste en algo que él ya le a afirmado y confirmado. Considera que ella está celosa de otra del grupo y que se siente desplazada, razón por la que ella quiere marcharse. Él, a pesar de haber bebido, se muestra paciente y coherente en su argumentación. Le dice que en ningún momento él le ha ofrecido, ni prometido, su amor, que es ella la que se está haciendo vanas ilusiones. Parece que la tempestad verbal amaina. Los demás grupos no me molestan y acabaré durmiendo hasta las seis. Creo que el rato que he dormido he descansado. No me he levantado ni una sola vez a orinar, quizás porque hace fresquito. En Tarragona he visto un GNG y me sale la palabra "ganga". Este viaje es una ganga, aunque más correcto sería decir que he encontrado la mena, la veta rica, de mi viaje.

Balance del día
Lo mejor de la jornada ha sido el encuentro con Isaac y Elena, por lo que hemos hablado de educación, de fotografía y de viajes, y con el colofón de su cena de regalo. La playa de Waikiki es recomendable, pero procurar no dormir allí en fin de semana. También he estado muy a gusto con los amigos de Tarrasa. Y el paseito entre playas en bolas por la pineda.

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