viernes, 31 de mayo de 2013

Etapa 48 (226) Cala Boadella-Tossa de Mar

Etapa 48 (226) 15 de julio de 2009, miércoles. Cumpleaños de mi madre.
Cala Boadella-Lloret de Mar-Tossa de Mar.

Amanecer en cala Boadella
Hoy comienzo la cuarta libreta-diario. No veo salir al sol del mar pues, la montañita que dibujé ayer, no me lo permite. El lado Sur se empieza a iluminar hacia las siete. Hoy mi madre habría cumplido 93 años, si no se nos hubiera ido con 89.

Llega un chico de mediana edad que suele bañarse todos los días y acostumbra a ir nadando de boya a boya… y me sorprende que hoy no se anime, ¡un hombre tan avezado!, pues le asusta la fuerza del golpe de la ola al romper contra la arena. Supongo que aquí, esto debe ocurrir a menudo. Entra a trabajar para las ocho y se va. Llega otro con bañador y se baña en zona textil. También me sorprende el bañador, en esta hora en que no hay nadie en la playa. Por el golpe de la ola, se le llena el bañador de piedrecillas y se las irá quitando pudorosamente en la ducha. Me resulta hasta divertido.

Ha venido un hombre para hacer tareas de limpieza y quita los restos más llamativos de la playa y después la furgonetita de ayer, para limpiar la zona de rampa y escalera. No podré quejarme de falta de limpieza. A pesar de todo, se deja ver un exceso de colillas y, en la segunda foto que he sacado subido en la roca, se puede ver que la marea alta nocturna ha subido más que lo que había pensado. Una de las olas, al menos, ha superado la cresta y enfilado hacia mi posición, donde dormía. Sin embargo, todavía tenía distancia de seguridad, aunque en llano. Mi margen era alto. Ya ha quedado mi equipaje todo recogido. Me baño en bolas con el textil y, dentro del mar, fuera de la zona en que rompe la ola, el vaivén es grande y procuro que no me arrime a las rocas. Cojo bien la ola para salir y me seco paseando por la orilla. Subo a la roca para sacar foto del paisaje que ayer, al atardecer, no tenía garantías de que saliera bien. Me visto y me voy. Ya no queda más que cumplir la sugerencia de Fernando; visitar el Jardín Botánico de Santa Clotilde.

Dirección Lloret de Mar
Salgo de la cala de Boadella, con la sensación de haber elegido bien esta bonita playa. Me ha gustado por la buena relación entre textiles y nudistas, porque es bonita y porque me ha permitido dormir en lugar aislado. Quizás contribuyó a ello el amago de lluvia, que a mí no me asustó, ni perjudicó.

Habría preferido un día con oleaje menos potente. Enfilo por carretera y, cuando llego al Jardín Botánico de Santa Clotilde, me doy cuenta de que está cerrado por verja y que no abren hasta las diez de la mañana. Me olvido de él. Saco foto de la verja de entrada con un largo pasillo y me sirve para saber que, quien ideó estos jardines tenía gusto por lo clásico, siguiendo pautas del renacimiento italiano. Supongo en el diseñador a alguien caprichoso. De la botánica no puedo hablar, pero el lugar en que está enclavado y que luego veré de abajo, también es un capricho. Sigo el GR-92 y el camino entre pinos es precioso. Me asomo a los acantilados. Un oriental joven hace sus ejercicios gimnásticos en lugar estratégico. Me dice que aprovecha las mañanas tranquilas para hacerlo. Cuando vuelvo de dar un vistazo por la zona, él ya se ha ido y le veo por dónde baja. Sigo su camino hasta llegar al paseo marítimo.

Tres mujeres llegan al tope del paseo; hablan con un hombre y les acompaño, me acompañan, nos acompañamos, y de boquilla, me dicen que les gustaría hacer algo similar a lo que estoy haciendo. Me voy con casi la certeza de que nunca lo harán. Nos despedimos y me desean buen viaje. Sigo por una ruta que no es la que una de ellas me decía, ya que el camino finaliza allí.

Como el paseo que retrocede al Sur tiene un aspecto magnífico, ya que estoy aquí, decido ir por él y ya deayunaré más tarde. Paso por debajo de pasos elevados y túneles que me van bajando del acantilado hacia la proximidad del agua. Llego a un lugar en que la ola rompe en pequeños arrecifes, el paisaje es precioso y, por fin, llego a una playita en la que, como estoy solo, me desnudo y me doy un baño.

Cuando me estoy secando, llega una mujer y hablo con ella. Ya no recuerdo el tema de conversación, pero a ella no le preocupa mi desnudez y yo me encuentro cómodo hablando con ella. Es un paseo que ella suele hacer casi todas las mañanas y, cuando me voy, ella se queda allí. Retrocedo el camino hasta el lugar en que me he encontrado con las tres mujeres y continúo por el magnífico paseo. Me meto por urbanización, pero enseguida encuentro la señal roja y blanca y llego a un pinar. Allí duermen dos y bajo a una zona que me lleva a estatua de mujer de bronce. No me gusta y ni siquiera la fotografío. Ya hay extranjeros que pasean por allí.

Desayuno en Bella Dolores II
Salgo a otro paseo marítimo y pregunto por pastelería y me remiten a zona de interior. Las casas que dan al paseo marítimo tienen sello de impersonalidad; no las observo con interés y quizás alguna se salve. Empieza a hacer calor, y busco algo menos soleado, algo hacia el interior que esté en sombra, y encuentro la terraza del hotel Bella Dolores donde me sirven un bocadillo de jamón serrano, untado en tomate, que me sabe riquísimo; hay que tener en cuenta que ayer fue un día sin cena. Pido también un gran vaso de leche caliente con sobre de descafeinado y un croissant. El bocata me lo he comido con un vaso de zumo de naranja natural. Todo buenísimo (7,50 €). Parece un desayuno especial para un día que parece va a ser también especial, pero habrá problema kazajo. Tras poner al día el diario, con lo acontecido ayer, intento afeitarme, pero no hay enchufe en los lavabos. Cago, me despido y me voy.  

Paseando por Lloret de Mar
Me orientan hacia librería, ya que quiero comprar la cuarta libreta. La compro y me la dejo allí, 2 € tirados, pero algún significado tendrá. Probablemente que no me gustaba mucho. Veo un curioso edificio que me recuerda algo al azulejado del parque Güell y que aquí, sin desbaratar mi opinión, llaman modernismo catalán. Compro pipas de calabaza al peso, en el momento en que se va la luz y no me las pueden pesar en la balanza eléctrica. El encargado baja una balanza, ¿a pilas?, y me pesa 200 gramos y pago (1,50 €). Me meto entre calles y veo al fondo de una un hotel con escaleras ascendentes, hall y nuevas escaleras, que me hace recordar a uno en que disfrutamos dos semanas de vacaciones con Ovac. El encargado me asegura que nunca perteneció el hotel a dicha organización pero, perteneciera o no, mi sensación es que allí pasamos nuestras vacaciones. Cuanto más adelante sigo, más me estoy alejando de la costa. Un hombre de Jaén, que vino a trabajar a Cataluña, pero le fue mal para su salud, por la artrosis, está de nuevo viviendo aquí, en casa de su hijo, aunque reconoce que el clima que mejor le va es el de su tierra.

Saliendo de Lloret hacia Canyelles
Bajo charlando con el de Jaén hacia el paseo marítimo. Como él se queda allí, pues se encuentra fatigado,  cambio al jienense  por una rusa que es de un pueblo intermedio entre Moscú y San Petersburgo. Me da la sensación que me quiere dejar por una razón que no alcanzo a comprender y la ocasión para abandonarme se le presenta enseguida. Me paro a preguntar, a un miembro que no sé si es de la policía local o de protección civil, por el GR-92, quien me dice que, como mucho, podré llegar hasta platja Canyelles.

Nada más dejarle, veo un indicador de GR-92 a Tossa de Mar, con distancia, no en kilómetros, sino en tiempo. Pone 2 h 30’. Es algo que me cabrea. ¿Qué sabe el que ha puesto la señal, los kilómetros que yo hago a la hora? Si estuviera ajustado a mi paso, habría unos 14 kilómetros ¿será eso cierto? Enseguida comprobaré que no es verdad. Consigo alcanzar a la rusa y vamos por el camino que le lleva a su lugar preferido y pronto levanta el brazo en señal de saludo y le responde una chica que está en las rocas. Pienso que el malestar de la rusa podía venir de la posibilidad de que me quisiera quedar allí con ella y con su amiga. Pero son conjeturas infundadas que no podré dirimir ni aclarar.

También aquí, al GR-92 le llaman Camí de Ronda y sigue siendo fantástico; en esta zona además, muy recio. La visión que ofrece del acantilado es sobrecogedora. Veo que viene corriendo otro oriental, distinto del de la mañana, y hago hueco y mi cuerpo muestra ostensiblemente el espacio que le dejo y, al pasar, dice: “muchas glacias”. Más adelante me encuentro con un joven que tiene roto un dedo y lleva la mano vendada. Le digo: “se te ha jodido el verano”, me responde, “lo que se me ha jodido es el dedo pero, pronto, me lo quitan”. “¿El dedo?” y nos reímos. Cree que tardaré unas cuatro horas en llegar a Tossa de Mar. Y me desea suerte. Él, en su cálculo, tampoco sabe que hago casi 6 k/h. La primera parte del camino que he venido con la rusa y esta segunda parte en que me encuentro con el oriental y con el del dedo roto, es un camino magnífico y de construcción muy recia pero, por las características del acantilado, a continuación no queda más remedio que ascender y ascender escaleras. Una vez arriba, enseguida llego a una urbanización y las señales continúan, por lo que no será complicado llegar a la cima sobre la cala Canyelles.

Cala Canyelles
Ya, desde arriba, veo que es una playa muy familiar, con pocas posibilidades de hacer nudismo. El inicio, que no veo desde donde estoy, parece que es de puerto y, al fondo, veo zona de rocas con más posibilidades para mi baño. Pregunto a un socorrista por el inicio del camino hacia Tossa de Mar; “no tengo ni idea”, me responde. Es normal que no lo sepa; es argentino. Lo mismo pasaría con uno de Lloret si le preguntara en la pampa: “¿por dónde se va al cabo de Hornos?”. Ya se que los socorristas están para salvar vidas humanas y resolver algunos problemas sencillos de salud y primeros auxilios, no para cubrir tareas de la oficina de información pero, para preguntas puntuales, tampoco estaría mal que fueran autóctonos o supieran algo más de la zona en que prestan servicio. A lo largo de la geografía costera de la península, he constatado cantidad de casos como éste. No saben ni siquiera cómo debe ser su actuación más correcta en el caso de que alguien haga nudismo en una playa no declarada nudista oficialmente. El socorrista argentino me manda donde la chica del chiringuito; pero ésta tiene tanta idea como él. “Aunque soy de aquí, jamás fui”, me dice. El de protección civil, ya me da mejor información, aunque, de primeras, me dice que no me puedo bañar desnudo allí. En cuanto al camino a Tossa, me informa que el presidente de Kazajistán se compró una casa, y el terreno colindante, en la montañita que viene a continuación, y se apropió del camino que tenía servidumbre de paso. Ahora no se puede pasar y hay que rodearlo.

Bañito en las piedras de Canyelles
Dicen que es la mejor playa de la zona, pero será para los textiles. Los que nos queremos bañar desnudos sufrimos las consecuencias. Voy hacia la zona de piedras y paso unas rocas; al otro lado pesca un hombre que está con dos jóvenes. Me desnudo y me doy un baño en bolas. El acceso al agua no es bueno pero, una vez dentro del agua, se puede nadar y hacer la plancha. Salgo de nuevo mal por entre las piedras y me seco al aire. Cuando me visto y paso por donde el pescador aprovecho para preguntarles sobre el GR; no tienen ni idea de qué es semejante cosa; ni saben que por el monte se pueda ir a Tossa de Mar. Vuelvo a cruzarme con el de protección civil y le digo que me he bañado en bolas. Me enerva cuando pone como escusa los niños, cuando en realidad es intransigencia de los padres y mala educación en valores a los hijos. A los niños les parecerá mal el nudismo, cuando se lo inculcan como malo desde casa. Y cuando tengan oportunidad de decidir libremente, llevan demasiada mentira y miedos a sus espaldas. Me enfado. “No te enfades; yo también hago nudismo”, me dice; pero me enfado. “Suerte con el Kazajo”, se despide.

La casa del presidente de Kazajistán
Salgo de la playa, voy por camino y salgo a carretera. Veo la señal que suele acompañar a la flechita blanca. En un momento dado de la cuesta arriba, que va hacia la urbanización Urcasa, la flechita me orienta hacia el camino ancho de la derecha y, pronto, a senda entre pinos. Y me encuentro con una verja verde, tras de la cual, continúa el sendero. Un cartel dice: “camí tancat temporalment por obres” (tancat = cerrado) y que se vaya por la urbanización que acabo de abandonar. No tengo oportunidad de preguntar a nadie de dentro del entorno acotado, ya que ningún policía kazajo anda por allí. Tampoco sé en qué idioma nos habríamos podido entender. El único merodeante furioso y peligroso del que se protege el presidente, soy yo. Tampoco hay que exagerar, porque alguien, aunque sea extranjero, me quite parte de mi libertad, por no dejarme pasar por un camino que desde tiempo inmemorial ha sido de uso público, no voy a hacer un drama; pero es bien cierto que me cabrea. También me hace pensar mal de las autoridades locales que han permitido que se apropiara de una servidumbre de paso y no persigan la apropiación de un bien público. Me confirman que este terreno pertenece al municipio de Lloret de Mar. No me queda más remedio que retroceder. Veo a un repartidor de Correos y acelero para pillarle antes de que arranque. Éste, que por su profesión, es más urbanita que yo, me asegura que el único acceso a Tossa de Mar es por la carretera. Seguro que no se ha informado ni que existe el GR-92; total, para qué, si no se puede ir en coche. Yo le quito su razón y le digo lo que pone en el cartél, pero él insiste, ¡es tozudo! Pues si él es tozudo, yo soy más. Incluso cuando José, que está encima de una terraza, me dice que él sabe por donde debo coger el camino, el de Correos sigue insistiendo en que no hay camino.

Otra cala Morisca. José arriba, Víctor abajo
El hombre de la terraza me dice que siga la calle de la urbanización hacia arriba y que luego, haga derecha, derecha, y que allí él me espera. A José le cuesta menos hacer el camino, pues está en el terreno ajardinado que rodea su casa y yo me tengo que dar toda la vuelta. Hago lo que me ha dicho y encuentro a José esperándome. Es José quien me dice que el kazajo que no me deja pasar por el GR-92 es nada más y nada menos que el presidente de Kazajistán, que es su vecino, aunque nunca le ha visto; a los únicos que ve es a sus guardaespaldas. Me acompaña hasta el camino que me vuelve a llevar a la valla verde, por donde vuelve a aparecer el camino interceptado, pero por el otro lado. Así que he llegado antes al camino de entrada del GR a la finca y ahora estoy en el de salida. Sin pasar por la finca he hecho este tramo del GR-92 de manera virtual. Vamos, echándole imaginación, como si ya hubiera pasado por Kazajistán. Veo cartel señalizador de Cala Morisca y mi duda es si el camino que baja a cala Morisca, continuará luego hacia Tossa o tendré que volver a subir hasta allí de nuevo. Cala Morisca, no me atrae especialmente, ya que no figura entre las playas nudistas, pero por el lugar en que está, parece que tiene que ser un lugar bastante salvaje, poco concurrido, y no me resisto a indagar. José no sabe responder a mis dudas. A pesar de tenerla allí cerca de su casa, no baja a ella, puesto que era una cala preciosa, hasta que los temporales de enero se llevaron toda la arena. Sólo han quedado rocas que hacen difícil y peligrosa la entrada al agua. Como no veo mejores alternativas, me despido de José, le agradezco su información y su compañía y me despido. Me ha dicho: “coge el primer camino a la izquierda, que es el que te lleva hacia abajo”. No tiene pérdida, es imposible equivocarse con el otro que parece va rodeando la finca del kazajo. Nada más despedirme de José, veo señales contradictorias. Un poste me dice que puedo seguir y que no siga y es como si me hicieran un nudo en el cerebro por un enigma que no puedo descifrar. Como ya estoy informado, a pesar de la señal contradictoria, bajo hacia la cala por un camino que, a veces, se vuelve complejo. Llego a la cala Morisca que está como José me la ha descrito, sin arena y sin visos de que parta de allí algún camino que me lleve hacia Tossa de Mar. Así que no me va a quedar otro remedio que volver a subir cuando descanse. Lo primero que veo al llegar es una sombrilla que protege a matrimonio alemán que juega una partida con cartas de póker. Saludo. Están desnudos. El ver a los alemanes desnudos, me ha confirmado en mi intuición de posible nudismo. Dos mujeres y dos hombres están en la orilla, uno de ellos, con quien no hablaré, está entre las rocas dentro del agua; también muy poco con las dos mujeres. Es normal, son de la República Checa, aunque la que está sentada al lado de Víctor, es su mujer. Es con Víctor con quien hablo, aunque me refresco en el agua, bien aferrado a la roca, para que el mar no me arrebate del continente y mientras me seco desnudo. Le interesa, le gusta mi viaje y me hace muchas preguntas. Me dice que se ha llevado una gran decepción al bajar a su cala favorita y encontrársela como la ha encontrado. Me explica todos los espacios en que había arena y ahora no ha quedado ni muestra. Víctor, que conoce bien la cala, me dice que no tengo más posibilidades para continuar que seguir por arriba y retroceder todo el camino ascendente y las escaleras hacia allí. Me despido del grupo y Víctor se acerca a estrecharme la mano y desearme buena continuación de viaje. ¿Habrá intuido que me queda poco? 

Buscando lugar para comer
Cuando llego a la cima, respirando aceleradamente, encuentro al otro lado a un policía kazajo, que hace funciones de vigía, para que nadie entre a la mansión de su presidente. Pareciera que tiene algo en brazos. Sentado fuera de su garita, pareciera que mece a un niño entre sus brazos; pero no lo puedo asegurar ¿Estará aquí de guardés con su familia? Sigo hasta la señal de Cala Morisca y, más adelante, veo otra señal que indica bien la verdadera dirección del camino. Y me pregunto ¿si no me hubiera dirigido José, la habría visto? Ahora resulta evidente que la otra señal con la que he dudado, me disuadía claramente de continuar hacia la playa. La nueva señal me lleva hacia Llorel. Si la información de José me ha perjudicado o no, es algo que no me planteo, ya que en el caso peor él lo ha hecho con toda su buena voluntad. Víctor me ha dicho que cogiera la carretera, con cuidado y con arcén a la izquierda, pero este camino me gusta y a él me aferro. Mientras voy por este camino, que va próximo a la carretera, por él continúo pero, pasada otra urbanización, el camino se va por interior escorándose a la derecha y probablemente hacia el mar y la carretera hacia la izquierda. Dudo, pero sigo por el GR-92. De nuevo oigo la carretera bastante cercana, pero, el propio camino, me acaba metiendo en la carretera. 13:30 h, se está acercando la hora de comer y pienso que por el monte no voy a encontrar nada, así que ahora sigo por la ruta con la esperanza de encontrar algún restaurante de ruta. ¿Debiera haber seguido el camino, que indicaba playa de Santa María del Llorell? Pronto veo señal de camping y otra entrada a urbanización. Pregunto al controlador de la barrera de entrada y me dice que, si busco un sitio para comer, antes del camping, encontraré supermercado y restaurante.

Santa María del Llorell
En la puerta ofrecen menú por 10 €, todo incluido, y como gazpacho, revuelto de ensaladillas (que me costará terminar) y jamón cocido o asado en lonchas finas, con salsa de Oporto, (que me será imposible terminar), melón y café, todo incluido en el precio. Pago 10 €. El encargado, o dueño, habla con su mujer y una de sus hijas de cómo organizar el servicio y los turnos de sus empleados extranjeros. Se ve que tiene quejas de alguno, y que no va bien el negocio, ¡en fin!, que no se les ve muy contentos. Un camarero muestra interés por mi viaje, pero tiene que trabajar. Llega el hijo menor con un amigo y dice que van a bajar a la playa. “¿Andando?”, pregunto. “No, en coche”, será la respuesta, como diciendo, “¿cómo vamos a ir andando hasta allí, tan lejos, teniendo el coche?”. Les parece demasiado esfuerzo y, ¡claro!, alucinan con mi viaje. Yo lo había preguntado para, si iban a pie, ir con ellos. No ha lugar. Quien les llevará a la playa será el padre de las criaturas, dos chicas y dos chicos, que luego regresará a comer al restaurante. Me despido también de él y al saber que voy hacia Tossa de Mar, me da la clave para hacer el mejor camino. Me dice: “sales ahora por carretera, anda un rato y cuando tras una recta llegues a una curva, coge el camino que sale a la derecha”. Esta información será clave para entrar a Tossa de Mar de la forma más emotiva y bonita  posible y que me sirve para rememorar mi primera borrachera y a mis amigos Guillermo y Josean, el que luego sería mi cuñado y que falleció el año anterior a mi separación matrimonial. Este tramo del camino lo haré entre congojo y llanto sonoro; como estoy solo, es un sentimiento que me puedo permitir exteriorizar. Nuestra Señora del Llorell ha hecho el milagro.

Entrando a Tossa de Mar
¿Por dónde hay que entrar a Tossa del Mar? pues, por el mar y, ¿si se llega andando?, por el borde del mar, por los acantilados. El camino me lleva hacia el mar, y llego a un acantilado increíble, con fuerte rotura de la ola del mar y pitas colgadas en lugares inverosímiles. Me encuentro con una chica que también admira el espectáculo gratuito. Llego a una red metálica, donde no veo la dirección en que tengo que seguir para continuar el GR-92. Tengo la intuición, y elijo el correcto. (Ahora que lo escribo, después de comer al día siguiente en la playa del Llorell, me vuelve a entrar la llorera).

Me alegro de haber entrado a Tossa por aquí; es la forma idónea de recibirme, por el castillo, y la mejor para recibirla yo a ella. Hasta ahora, siempre había llegado a Tossa de Mar por carretera; hacerlo a pie la hace más significativa. Incrementa los buenos recuerdos. Luego vislumbro la ciudad interior y la zona de la playa, entre los pinos.

Entrando de aquí, es grato recibir de repente: las torres, la del homenaje, las murallas y todo el conjunto monumental de defensa y con el mar y la playa como fondo del paisaje. Aquella playa que, después de la borrachera que me duró tres días, me ofrecía un agua cálida que no me refrescaba, ni me calmaba.

Si hubiera vomitado me habría quedado como nuevo, pero no fue así, y me pasé tres días pésimos de mis vacaciones.  Ahora, con la distancia, me digo: “¡Bendita borrachera!”. Fue una magnífica lección. No comprendo cuando algún joven dice que está deseando que llegue el fin de semana para emborracharse.

Entonces no teníamos ese deseo, esa necesidad; acaso bebíamos lo suficiente para alegrarnos un poco y lo hacíamos con medida. Teníamos Guillermo y yo tanto que compartir, nos gustaba el teatro y esa afición nos llevaba a comentarios sin descanso. Estábamos de camping en Tossa de Mar; mi cuñado había ligado con una alemana y se había quedado bailando con ella.

Subimos al castillo de Tossa Guillermo y yo y nos tomamos en una terraza una botella de cava. Pasábamos de Ibsen a Priestley, con gran facilidad, de lo que conocíamos, lo que habíamos representado y hasta de lo desconocido que ansiábamos  por conocer. Este era nuestro segundo viaje juntos; habíamos hecho otro por Asturias y Galicia con Ignacio Latierro (Látimer, como decíamos) quien, con más compromiso político y otro nivel cultural, había veces que me exasperaba. El contraste era enorme; yo todavía sin definir, viviendo en una familia franquista y falangista y educados por los claretianos y Latierro, con su ideología comunista. Pero fue una bonita experiencia. En Cee vimos una obra de teatro, El médico a palos, de Moliére; más tarde colaboraría con mi amigo Juan Luis Aguirre en un cuadro plástico con que arrancaba en el Teatro Principal de Donostia-San Sebastián, una versión de su Tartufo. Pero volvamos a Tossa, bebiendo nuestra botella de cava. Allí estuvimos de cháchara hasta que cerraron el bar y nos echaron de aquella terraza con vistas magníficas. Volviendo al campamento, se nos ocurrió tomar otra copa de despedida de la jornada pero, en vez de cava, no se nos ocurrió mejor cosa que pedir un coctel y no sé qué le echaron, algo rosáceo, que aquello parecía trilita. Llegamos bien al bar y salimos borrachos. Fue una borrachera instantánea, duró lo que me duró, y no me voy a repetir. Como veis esta entrada a Tossa de Mar tiene mucho significado para mí.

Dormiré en cama. Pensió Lluna
Tras las dos camas amigas en Barcelona, ya llevo cuatro noches durmiendo en la playa. Hoy en la ciudad y con playas muy urbanas, prefiero buscar cama para dormir. Con qué placer la voy a coger. Tras esta remembranza de Tossa que me hace llorar porque pude superar aquella zozobra de juventud, con humor, con todo el humor que supe y pude echar a la vida y que hoy, en este mi viaje iniciático, me siento feliz. He aprendido de la experiencia y, aunque me quejo de lo malo, todo ha servido para configurar mi personalidad, lo bueno y lo malo. Lo recuerdo, me lo apropio y lo acepto. ¡Qué felicidad!

Continúo mi viaje. Sigo por arriba, por la muralla, veo abajo Es Codolar, la pequeña playa del lado Sur. Atravieso el agujero y me meto en el Museo Municipal. Digo a la recepcionista que en lugar de pagar 3, pago 2 €. Me dice que pagan igual jubilados que pensionistas (soy pensionista, pero aún no he cumplido los 65 años).

Veo los cuadros de personas de Tossa que fueron significativas y de otros foráneos que amaron Tossa. Me encanta ver la evolución de un retratista, pero no recuerdo su nombre. Hay un cuadrito de Chagall que me gusta mucho y, sobre todo, el contenido de un escrito al alcalde de Tossa de Mar en carta en que relaciona a Cervantes con  Goya.

En mi regreso a la torre del homenaje, veo un abrazo, pero me gusta más la besarkada de Chillida en su Homenaje a Ruiz Balerdi, al que me abracé y presenté en la 5ª etapa, Irun-Orio, a mi paso por Donostia-San Sebastián. Una mujer pinta con el mismo estilo que Russó. Mis opiniones las comento con la encargada del museo y le digo que uno de los cuadros de una sala está mal iluminado, algo que no ocurre con el resto de los cuadros. Y eso que tiene dos focos. Le pregunto por una pensión y me orienta hacia Fonda Lluna o Codolar. Encuentro en la primera por 22 € con desayuno incluido, y contrato por dos noches.

Fonda Lluna
Hoy me doy ese premio. Son 44 € los que pago con Visa. La intención es la de recorrer la costa de la que me he privado hoy, por la hora de la comida. El desayuno es de 8 ½ a 12 ½ horas. Me dan llave, que me permitirá volver cuando quiera. Me ducho, organizo mochilita Visa y salgo como nuevo.

De compras por Tossa de Mar
Como he perdido la libreta que he comprado (2 € tirados) en Lloret, encuentro en Todo a 100 una recia y de pastas azules, por 1 €. Miro Aloe-Vera para sustituir al que se me está acabando, pero el que me ofrecen pesa mucho y lo dejo, ¡tendré que apurar lo que queda! Compro tres postales (0,60 €). Paseo entre calles y asciendo hacia la terraza en que tomé el cava con Guillermo. Encontrar el bar donde tomamos el coctail explosivo es misión imposible. Como unos pastelillos (1,90 €).

El Vila Vella
En la terraza del Vila Vella tomo un gin-tonic, que me cuesta 6 €. Una botella de cava habría sido demasiado para uno solo, pero mañana casi lo hago. No tengo suerte porque, en su evolución, el dueño se ha enamorado de Julio Iglesias y, con el gin-tonic, me trago también un monográfico interminable del blandengue Julito. Como estoy solo en la terraza, pido al camarero que me ponga otra música más relajante y acorde con el lugar, pero no hay. El dueño ha optado por Iglesias (no Carlos, que es mi ídolo particular); según me dice el camarero, el dueño piensa que Julio le trae clientes. Con todo, y a pesar de no gustarme la música, es muy probable que mañana suba a beber una jarra de sangría de cava, de ½ litro, que estoy viendo ofrecen y la toma alguna pareja. ¡Mañana se verá! Hay varias fotos del bar y la terraza y comentamos su evolución a lo largo del tiempo. El dueño lleva muchos años aquí, me dice, es probable que estuviera ya en los años sesenta (¿1964-1965?). Se va haciendo tarde y no he podido acabar de poner al día el diario que acabo de estrenar.

Can Sisó
Para que el premio que me doy hoy sea completo, voy a Can Sisó a comer una mariscada. La pena es que las velas encendidas que ponen debajo de la bandeja son insuficientes para mantener el marisco caliente. Para colmo, con mi sistema de comer primero lo que menos me gusta, cuando paso al bogavante, ya se me ha enfriado. Debía de habérmelo comido lo primero. Las navajas, por primera vez, están sin tierra (arena), almejas pequeñas, berberechos, mejillones, langostinos, están buenos, y las cigalas lo más flojo. Para postre tomo sorbete de limón con vodka, muy rico pero caro. Pago con tarjeta Visa 49.50 €. En el cómputo del día hoy ha sido el que más he gastado 126 €, teniendo en cuenta que ya está incluida la cama de mañana. Hablo con el camarero joven, que quizás sea el hijo del dueño, y que está a captar clientes o a lo que haga falta. Un matrimonio francés, con sus dos hijos varones, come al lado y se ríen con el comentario que hago al camarero que me sirve: “a lo mejor me como las cáscaras”. No me ha gustado el comentario que ha hecho a unos clientes (no recuerdo si en francés o en inglés), “esto no es España”, aunque lo piense y sienta un deseo separatista, no me ha parecido muy comercial. Se lo hago saber, aún a riesgo de no ser bien entendido. Luego, le observo en su trato con otros clientes y, por el humor que esgrime, no observo ese nacionalismo empequeñecedor que pareciera indicar el comentario anterior. Me responde que es apolitico y, acabada la cena, se acercará para darme explicaciones. Me gusta el gesto; se ve que le ha importado lo que le he dicho y no “pasa” de mí. Lo que ha conseguido es que pida el sorbete de limón que me ha ofrecido, a pesar del precio. Le digo que está muy rico. Me despido de él y de los franceses, que me dicen: “bon continuation”.

Paseo nocturno por Tossa de Mar
Salgo a pasear para bajar la cena. Me encuentro en la playa con Gregorio y David, cuando llega tambaleante Juanjo; van haciendo comentarios sobre alguien que les cae mal. Juanjo se tropieza en la bajada del paseo a un altibajo que hace la arena y se cae mal. Yo voy por la pasarela próxima y cuando llego a su altura en la playa, les digo: “porque te caía mal, te has caído mal”. Ese comentario hace que venga Juanjo a estrecharme la mano y abrazarme. Los jóvenes no están muy acostumbrados a que los mayores les tengamos en cuenta, si no es para llamarles la atención por algo que consideramos han hecho mal; muy pocas veces para hablar “de tu a tu”. ¡Lástima que el alcohol no les haga estar en perfectas condiciones! A pesar de ello, les cuento alguna anécdota de mi viaje y el encuentro con Salvador y el abrazo en Cabo de Gata, a raíz del abrazo de Juanjo, al que llaman insistentemente al móvil. Luego llegan dos más. Todos alucinan con mi viaje y lo que comento; a los dos últimos apenas les da tiempo a enterarse de qué va mi historia. Encuentro a tres pamplonicas, una, la fotógrafa, cobrará el reportaje fotográfico en especie. Se hace tarde y retorno a la fonda. A pesar de lo bebido, duermo bastante bien. Pongo el móvil a cargar, pero no se cargará. Conseguiré que se cargue algo, cambiando de enchufe, mientras desayuno. La ropa mojada sigue húmeda. Acabada la otra libreta con los gastos de hoy, puedo hacer las cuentas. Gastadas con Visa 1.022,92 + 788 en efectivo, hacen un gasto total de 1,810,92 €.

Resumen de la jornada
Han sido preciosos varios tramos del GR-92. Me ha dado pena dejar la cala Boadella, una de las más bonitas de los últimos días. El paso junto a territorio kazajistaní, me ha llevado a bajar a Cala Morisca que, en el mapa que me den mañana, está a 5 km de Tossa de Mar. La entrada en esta bella ciudad ha sido preciosa y me ha traído muchos y buenos recuerdos de mi amigo Guillermo y mi cuñado Josean. La mariscada, con que me he premiado, habría estado mejor más caliente.

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