lunes, 27 de mayo de 2013

Etapa 43 (221) Barcelona

Etapa 43 (221) 10 de julio de 2009, viernes.
Barcelona.

En realidad ésta no se debiera considerar etapa, ya que es un día con avance y retroceso. El mayor avance, es ir andando hasta la Barceloneta para acabar durmiendo en Muntaner. Todo andando. Hoy será un día sin fotos.

Amanecer en la capital
Me levanto a orinar de madrugada y, de nuevo, a las 7:30 h y cago consistente. Vuelvo al cuarto a escribir y sigo un poco más después de que oigo sonar el despertador. También suena estridente y no logro saber cómo se apaga. Se tiene que levantar Luisa para apagarlo. Está adormilada, le costó dormirse, quizás por no dormir en su cama. Yo he dormido perfectamente pero, de madrugada, he tenido que extender la sábana, que solamente me tapaba la tripita. Salimos a desayunar a un sitio que gusta a Luisa y me invita. Ella come la última ensaimada que quedaba y yo un croissant y descafeinado con leche. Ella toma leche del tiempo y luego dos cafés. Es muy cafetera.

Bajando la Rambla. Paseo por Barcelona. Can Tipa
Vamos hacia el mercadillo, donde Luisa suele comprar libros de segunda mano. Ve uno de Carmen Martín Gaite: Salir de casa. Me lo compra y me lo regala. Se lo agradezco, pero le pido que me lo lleve en setiembre o cuando vaya por Donostia. No quiero más peso. “¡A ver si vienes por Irun!”, le digo. Después paseamos hacia la Barceloneta, por la rambla y el paseo elevado, pero el día ha salido fresquito y bajamos al paseo de la playa, donde sopla menos aire. La estructura del paseo nos lleva arriba, y volvemos a descender. No logro ver el lugar del arroz caldoso que compartí con Ignasi, cuando Gloria nos invitó a comer en su casa, tras nuestro viaje al sur de Argelia, en diciembre-2004, enero-2005, el año que nos asomamos al desierto del Teneré. En aquel viaje coincidimos cinco catalanes y cuatro vascos, con tres chóferes Tuareg, tres todoterreno Toyota y un cocinero nigerino. ¡Qué buen recuerdo! Que, por la tarde, recordaremos, cuando nos veamos Anna, Carmen e Ignasi, tres de los catalanes de aquel inolvidable viaje. Pero ahora, de momento, lo que tenemos que elegir es un buen sitio para disfrutar de un rico arroz caldoso de bogavante. Encontramos otro sitio, pero Luisa menciona un lugar en el que solía ir a comer con sus padres y comían paella, así que vamos en su búsqueda. Hace doce años que comió allí el último con su madre, ya fallecida. Lo buscamos y lo encontramos: Can Tipa. Nos recibe un pakistaní que, al decirle caldoso, me dirá: “¡Cómo no!”. “¡Cómo no vamos a tener arroz caldoso!” Lo encargamos y le decimos que volveremos sobre la una, para que nos dé tiempo luego a volver a casa, coger las mochilas e ir ella con su amiga y Anna al musical  y yo con mis amigos. Ellas van a ver La Bella y la Bestia, que está en sus últimas representaciones en Barcelona, después de mucho tiempo en cartel. Ahora tiene un precio asequible y cogieron hace dos meses las entradas. Nos vamos a la terraza del Museu d’Historia de Cataluña, que está enfrente, tomamos un vermouth con patatas y aceitunas y ya vamos entonados al Can Tipa. Este aperitivo, tampoco me lo deja pagar Luisa.

Disfrutando un arroz caldoso en Can Tipa
Nos lo sacan, pero pedimos que lo tengan un poco más al fuego, porque queremos que no esté al dente, sino algo más cocido. Cuando lo sacan de nuevo, está exquisito. Lo acompañamos con una de Monopol, café y nos invitan a un chupito. Ha merecido la pena y es historia que repetiremos el próximo verano. Pago con Visa 78,64 € que, así, parece que paga otro y dejo 5 € de propina, para que nos recuerden. El próximo verano, el paquistaní nos recordará. Regresamos a casa con las sobras que nos han puesto en tartera de plástico y, mañana, cuando lo coma Luisa, se acordará de Javier y de lo bien que lo hemos pasado. Ahora me da rabia de haber llevado la máquina y no habernos sacado foto alguna. Un gran fallo. Estar en mi viaje, en Barcelona, con Luisa y que no quede constancia del acontecimiento. En este momento de inflación de imágenes, si no lo plasmas es como si no existieras. Hoy será un día sin fotos.

Regreso a casa de Luisa y despedida
En casa está Sergi y volvemos a hablar de su exposición. Dice que no está en sequía creativa, puesto que está preparando un panel que llevará un texto, pero todavía no ha decido que texto será. De momento, sabe que en el panel está su lobo. Recojo todo, me lo monto, me despido de Sergi, le deseo suerte y bajo con Luisa hacia el Metro. Allí llegará su amiga y no veo a Anna pues está abajo. Tal como me lo explica Luisa, creo que Muntaner está más cerca que lo que finalmente está. No llegaré al Velódromo hasta las 18:30 h Tiempo de sobra para encontrar sitio, pero no podré estar sin consumir nada hasta que vengan los tres. También vendrá Anna, pero ésta será Anna Martín, mientras que la hija de mi amiga es Anna Martínez. Me he despedido de Luisa y quedamos en que lo que hemos hecho habrá que repetirlo. Me da almendras peladas, que perderé mañana, pero no sé por dónde. Una mujer, por la calzada, sin preocuparse de la circulación, va con un libro abierto. Decir que va leyendo es mucho decir. Al llegar a mi altura, me dice: “¿Cuántos campos de concentración te has mamau? Con esa cara que tienes”. Yo ni me inmuto. Un hombre espera a la entrada de su local al que da de comer a las palomas. “¡A ver si se atreve!”, dice, “lo cagan todo y no puedo poner ni mesas en la calle”. Voy paseando mucho rato por la calle San Antonio María Claret, “al obrero, al prelado y al mártir, al glorioso adalid de la fe”, cantábamos en el colegio del Corazón de María. Luego paso a Travesera de Gracia y, por fin, doy con Muntaner. Ya sólo me queda atravesar el Paralelo y, la siguiente, allí está funcionando El Velódromo.

Cenita en el Velódromo
Aguanto la mesa como puedo, puesto que hay mucha gente que quiere cenar. La inauguración ya se celebró hace unos días y hoy es el primer día de apertura; así que hoy no seremos invitados. Espero a que lleguen, escribiendo. Dejo de escribir cuando van a dar las siete, pero hasta la media no llama Ignasi, le digo que ya estoy en el lugar y él me dice que se ha retrasado y a ver si puedo coger mesa para cuatro. De momento no lo hago, pero observo cómo está configurado el espacio y estoy atento a los que se van. La cuarta que viene es Anna. Al cabo de un rato, veo que se libra una mesita y, aunque apretados, podremos tomar algo sentados. Robo una silla a los vecinos. Como no pido nada, estoy algo violento y los amigos no llegan. Tampoco sé si el plan es de picar allí y cenar en otro sitio. Casi con una hora de retraso llegan Carmen e Ignasi y les digo “estáis igual de jóvenes que de solteros”. Aunque viven juntos desde hace muchos años, se casaron hace poco. “La boda fue muy bonita y nos lo pasamos muy bien”, dicen. Entre 30 y 40 invitados. Hablamos de ello y de mi viaje. Llega Anna, que se ha puesto aparato de ortodoncia para corregir fallos de su dentadura y, así, comprobar la razón que tienen sus clientes cuando se quejan. Ya terminó la carrera, trabaja mucho, y hace menos danza de la que quisiera. En Argelia nos deleitó, al grupo y a los subsaharianos,  con sus danzas del vientre. Tenía obnubilados a los árabes. Tiene pareja, con la que ya lleva un tiempo saliendo y en 2012 conoceré a mi tocayo Javier. Ahora ya vive en piso compartido con otra gente, pero le puedo seguir escribiendo a casa de su madre, en Segimón, como hasta ahora, puesto que le visita a menudo. Al principio, el piso lo compartía con amigas pero, éstas, se fueron yendo y los de ahora no le hacen muy feliz. Ignasi y yo tomamos una cerveza más fuerte que la normal, Carmen sin alcohol y Anna un zumo de piña. Anna se irá pronto y los otros tres nos quedamos a cenar. Ignasi pide jamón para picar. Se han puesto a cortar con una máquina que imita a una antigua, o es antigua restaurada y picamos de las verduras de Carmen. Ignasi pide callos que, dice,”están deliciosos” y yo conejo con manita, caracoles y setas que, si lo de Ignasi está delicioso, esto es pura delicia. La salsa me recuerda a la que hacía mi madre para la caza. Pido pan para untar y dejo el recipiente como para no fregarlo. Nos habíamos comido todo el pan tumaca. Como Carmen, con sus verduras, ha comido poco, pide dos croquetas.

Dormir en cama conocida
Se nos hace un poco tarde pero, como estamos en la misma calle de su casa, llegaremos pronto andando. Me organizan la cama en el mismo sofá de la vez anterior, cuando nos invitó Gloria y compartí con Ignasi el arroz caldoso que he comentado esta mañana; así que duermo en cama conocida, como ayer. Duermo de tirón, salvo una levantada nocturna para mear la cerveza. No nos quedamos de charla porque ya son las doce y mañana tenemos más de media jornada para hablar. Duermo con el balcón abierto y tapado por la sábana. Me han prometido llevarme mañana a comer a un sitio en que su especialidad son los caracoles.

Balance de un día exclusivamente urbano
La mañana pasada con Luisa, con el bonito paseo por la Rambla y la Barceloneta y el punto álgido en Can Tipa y este fin de jornada con Anna y que he finalizado en cama conocida de casa de Carmen e Ignasi, con una cena para resucitar a un muerto lujurioso, ha sido algo que no ha tenido desperdicio. Lo pateado ha sido urbano, pero son kilómetros que también suman para el conjunto.

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