jueves, 16 de mayo de 2013

Etapa 33 (211) Cala de l'Áliga-Cala Forn

Etapa 33 (211) 30 de junio de 2009, martes. San Martzial.
Cala de l’Áliga-l’Ametlla de Mar-Cala Forn.

Amanecer en Cala de l’Áliga
No he dormido demasiado bien, al menos esa es la sensación con la que me he levantado pero, a ratos, creo que sí he descansado. Bebo un trago del agua que ayer me dieron Joan y Eugeni.

Me levanto a las 6:15 h a orinar y, calzado, subo a la gran roca para ver la salida del sol por el horizonte; pero resulta imposible, ya que la Punta de l’Áliga me lo impide. Un poquito antes, la punta ofrecía un precioso y rojo amanecer, pero ahora se va diluyendo y no merece la pena fotografiar. Regreso saltando al agua, como ayer y recojo reloj y sandalias que me he quitado previsor. Recojo saco, esterilla, me visto, bebo agua (para que no me rebose en la mochilita) y salgo de nuevo al camino que inicié ayer y por el que vi marchar hacia l’Ametlla a la pareja que se bañó en mi rada. La primera foto que saco es desde el GR-92, que aquí llaman también Camí de Ronda, entre pinos que me tapan parcialmente la isla, donde se observa el trocito de playa donde he dormido.

La segunda visión de la isla ya está más libre de interferencias. Se ve también el recorrido que tuvo que hacer Eugeni nadando para poder llegar a la playa que, el saliente de rocas no nos permite ver. También esta perspectiva nos deja ver la situación de esta roca peninsular en relación con el resto de costa hacia l'Ampolla.

Durante el camino veo pivotes cilíndricos del MOPU, como delimitadores geodésicos. Serán una constante hasta finalizar la costa gerundense. Fotografío un trocito de uno de estos pivotes, sobre el que he colocado la botella de agua vacía a la espera de encontrar un contenedor para reciclaje.

Durante mucho trecho no veo a nadie y voy fotografiando el alejamiento de la cala de l’Áliga donde ayer disfruté charlando con Eugeni y Joan, bañándome, dibujando y observando el banquete de pescadito fresco que se dieron las gaviotas. Cuando estoy llegando a la Punta de l’Áliga veo de lejos a un pescador pero, cuando estoy ya allí, no lo encuentro por ningún sitio. ¡Estará camuflado, mimetizado, con el paisaje! Pero una larga caña es difícil de esconder. Lo más probable es que le haya visto cuando la plegaba y se iba, después de haber estado pescando durante la noche.  Toda esta zona pertenece a El Perelló Mar.

Caminando hacia l’Ametlla
Bajo a una playa de piedras en la que hay montada una hermosa tienda y, en el exterior, dos bicis y un jaski que no ladra; está atado y permanece impertérrito a mi paso. Las dos bicicletas me llevan a suponer que, al menos, hay dos personas dentro de la tienda de campaña. 


Un korrikalari (corredor) francés pasa por el camino. “Bon jour. Le premiere ser human que je voix à matine”, le respondo en mi precario francés, a su saludo de “bon jour”. Al llegar a otra playa, también de cantos rodados, la máquina de limpieza está ascendiendo tras realizar su tarea. Acabo de ver un conejo. “¿A quién tirarán olivas los ayudantes de limpieza?”, me pregunto. Uno de ellos dos, lleva coleta. ¡Qué manera tan tonta de malgastar frutos verdes!

En esa misma playa veo a dos parejas durmiendo plácidamente, parece que ni se han enterado que la han limpiado delante de sus narices; las mujeres y uno de los hombres, están muy vestidos y tapados por los sacos, pero el cuarto saca medio torso desnudo fuera del saco El camino es cambiante; lo mismo va por el borde, que se adentra o que sale a las rocas costeras. A veces la señalización resulta confusa. En ocasiones no tiene importancia, pues da lo mismo coger camino bordeante costero que continuar por el que se podría llamar principal, ya que ambos confluyen; pero me encuentro otros que debieran llevar la señal en forma de X (con un trazo blanco y el otro rojo) disuasorio, y de éstas encuentro pocas señales. Menos mal que el mar me guía.

Paso por un lugar donde han construido un complejo turístico que, por el color ocre o siena de las paredes de piedra de las casas, no produce ningún impacto ambiental estridente. Casi el caminante ni se entera al pasar por terraza arbolada. Después de un pequeño puerto con faro, encuentro dos señales en el mismo lado, una disuasoria y otra confirmativa de dirección correcta. Creo que esta última debiera estar en el otro lado de la carretera. Llego a zona militar y, desde allí, todo será carretera hasta l’Ametlla.  Cuando miro al mar, todavía se puede vislumbrar el Faro del Fangar.

L’Ametlla de Mar. Delicies
Una vez pasado el puente y el Hotel Ametlla Mar, me siento a desayunar en la sombrita en la terraza del Delicies, donde corre un airecillo muy grato. Tostada con tomate y jamón y descafeinado con leche, menos grande de lo que a mí me habría gustado. Pago 3 €. Xavier no para de hablar por teléfono móvil; es su medio de trabajo y el gasto corre a cargo de la empresa para la que trabaja. Llevar móvil tiene ventajas e inconvenientes. Ventajas: que permite trabajar junto al mar a alguien que, de otra forma, estaría encerrado en una oficina (otro ejemplo, el pescador del Serrallo, en el Delta). Inconvenientes: que como estés de vacaciones te puede quitar paz y tranquilidad y si estás con alguien a quien quieres, interfiere la comunicación. Se podrían añadir más ventajas y desventajas, pero no estoy con ganas de buscar más argumentos. Cuando Xavi cuelga el móvil, hablamos de lugares por los que he ido pasando en mi viaje. Él, antes, también hacía diapositivas, pero ahora no. Llega su novia, que acaba de hacer un examen y, sin pagar, se va donde ella. Vuelve, paga y se va definitivamente, deseándome buen viaje. Nadie más, en el Delicies, se entera de mi caminada. Van a dar las doce del mediodía, la sombra se va reduciendo peligrosamente y todavía me gustaría mandar dos postales a los amigos dejados en Deltebre, cagar, afeitarme y lavarme. ¡A ver si lo consigo! Hago previsión de llegar a dormir a l’Hospitalet de l’Infant, pero luego me daré cuenta de lo descabellado de mi pretensión; aún tardaré otro día en llegar. Se ve que llevaba fijación con Platja del Torn. Sigo sin soportar a los Simpson. No niego que sean críticos con el sistema y la sociedad, pero no soporto sus voces (en el doblaje al castellano), los dibujos me parecen feísimos y, aunque hagan crítica, me parece ésta muy superficial, tanto, que deja de ser crítica. Para mí la crítica debe ser profunda y, a poder ser, con humor y, es probable que el rigor no se ajuste a la banalidad que algunos piden a la televisión. Cuando ponía la televisión en casa, siempre que aparecían estos personajes hacía zapping; ahora, en locales privados de uso público, pocas veces tengo esa oportunidad pero  la ejerzo si me la dan. Donde estoy, no me queda más remedio que aguantar y tratar de abstraerme, pero no siempre lo consigo. En el programa concurso anterior, en la que había que acertar todas las palabras de una frase, he adivinado el texto mucho antes que los concursantes, pero desconozco las reglas del juego. En Delicies he podido hacer todo lo previsto menos afeitarme; en el servicio no hay enchufe. Espero afeitarme donde vaya a comer. La chica que me ha atendido no es muy brillante; no sé de qué nacionalidad es y tampoco me preocupo de preguntar. Bien es verdad que, como dijo Calderón de la Barca: “Casa con dos puertas, mala es de guardar” y Delicies tiene dos terrazas y a dos alturas. Aunque no me lo recomiendan, cojo agua y, efectivamente, sabe mal pero, después de dejarla reposar, no tiene ningún sabor y se deja beber.

Correos y Biblioteca con Internet
Voy buscando Correos y un cartero me dice dónde está, al finalizar el pueblo; también están por allí la Biblioteca y  el Ayuntamiento. Cuando vi l’Ametlla desde el faro del Fangar me pareció un pueblo grande, largo, pero hoy lo he pasado casi sin enterarme. Veremos cuánto queda para llegar al Torn. Sin llegar a Correos he encontrado un buzón y allí he echado las postales escritas en el siguiente orden: Nicanor, Salvador y Cinta. Como la chica de Información no parece estar muy informada y hoy todavía colean las fiestas de San Pedro, “¿qué estará pasando hoy en el Alarde?”, me pregunto, decido dar prioridad a la Biblioteca. Allí pone que abre todas las tardes de entre semana a las cinco, pero hoy es un día especial y la bibliotecaria me dice que hoy cierra a las 13:30 h. Sólo tengo media hora para usar Internet y un chico de edad intermedia entre joven y adulto, que lleva ya tiempo usando el ordenador, me deja su puesto a regañadientes, haciéndose el remolón para ver si otro se levanta antes. Mando a papelera Kutxa-Espacio, Elkar y Baketik, pero se me olvida hacerlos desaparecer de la papelera; menos mal que sólo ocupan 19 % del espacio disponible. Mando e-mail a José Agustín y a Fernando y Marie Agnès. Con estos últimos, tenía obligación moral, tras mi desayuno en Castellón invitado por ellos y no haberles dicho nada de que al día siguiente había vuelto a dormir a la capital de la provincia. Va a ser la hora y anuncian el cierre de la Biblioteca. Como ya lo sé, no me coge desprevenido. Doy a Enviar, en el segundo y último e-mail y salgo agradecido al sistema que me ha permitido el uso de Internet público, gratuito, y sin necesitar claves especiales para el acceso. En el reino del PP, los temores son mayores y crean atmósfera de inseguridad: en la capital valenciana más control en la entrada en Internet en la Biblioteca, y más control en el Palau de la Música y alrededores. Le digo a la bibliotecaria la caminada que estoy haciendo y me desea buen viaje.

Dinar en Mosset
Salgo hacia el norte y le pregunto a un hombre por un sitio para comer. Me dice de uno por 9 €, mientras que otros ofrecen por 10. Voy a Mosset que, con café, pagaré 10,30 € y como: espagueti carbonara, que lleva trocitos de jamón de York, y pescaditos fritos: con calamares en tiras, chipironcitos y los pescaditos sin limpiar similares a los que se comían ayer las gaviotas junto a mi dormitorio. De postre, profiteroles adornados con caramelo y azúcar glasee. He comido muy bien. Las noticias de la tele son tan divertidas como siempre: el primer caso de muerte por una causa que no logro entender, puesto que otro que come, el que juega a la maquinita tragaperras y el camarero gritan más que hablan. Otra catástrofe aérea de la que sólo se salva un niño. Dos etarras detenidos al norte de Francia (Al menos, ésta última, no es una mala noticia. La mala es que, a estas alturas, todavía esté operativa la banda terrorista). He puesto a cargar el móvil. Ya han pasado las tres de la tarde, he pagado, recogido mis elementos de escritura. Voy al servicio, me afeito, orino y vuelvo a cagar. Mis intestinos se siguen regulando ellos solitos. En el Senado no se aprueban los presupuestos; hay que tener en cuenta que en esa cámara el PP tiene mayoría, pero se aprobarán. Escribo postales a los extranjeros y a Amparo y Santi. Esta vez sí, las echaré en Correos.

Poco avance hasta la Cala Forn
Mañana dormiré en la Cala Torn algo tan sencillo como cambiar una F por una T (o poner el rabito corto de la F en el otro lado y arriba). Al bajar de Correos hacia el mar, me encuentro con Omar. Le pregunto cuántos kilómetros hay a l’Hospitalet de l’Infant. Me dice que es nuevo en esta plaza, que sabe un poco de francés y nada de castellano (“español”, dice él). Ha venido, porque tiene un hermano que vive aquí (interpreto que aquí es l’Ametlla de Mar). Alguien me ha dicho que ametlla significa almendra (yo creía que era almeja). Omar está sin papeles, sólo tiene visado para pasar vacaciones. Él es de un pueblo de la costa mediterránea de Marruecos y le hago un repaso del recorrido que hice por su país. Merzouga y las dunas ni las conoce; Todra y Dades tampoco ha oído hablar de esos montes y sus valles. Le hablo del río Ebro y tampoco entiende de lo que le hablo. Vamos acompañándonos sin apenas podernos comunicar hasta que ve a sus amigos que están agrupados en unas rocas en zona de baño y nos despedimos. Retomo el camí de ronda, que sigue siendo magnífico. En el final de la playa veo a un matrimonio sentado en sillas plegables, con sombrilla y desnudos; están bien camuflados. En la siguiente, una mujer nudista y su marido, que probablemente también esté desnudo, se cubre del sol con una toalla. Nadie más en las siguientes. Al llegar a una casa, una abubilla levanta el vuelo delante de mí. Que avance; las malas lenguas dicen que esta ave insectívora huele mal. De otra casa, sin muro y sin reja, asoman dos perrazos ladrándome; menos mal que están bien enseñados y no llegan a salir al exterior, aunque tienen facilidades para hacerlo.

Leo Fatsini
La geografía o las propias construcciones, me obligan a salir a un espacio entre casas de una urbanización; es cuando me encuentro con Leo Fatsini, quien me informa que el camino lo puedo volver a encontrar a partir de un coche gris que está aparcado no muy lejos. Menos mal que me lo ha informado Leo, porque allí ni leo, ni veo señal alguna que lo indique. Si no es por él, habría andado a ciegas y probablemente salido a carretera. Cuento a Leo la suerte que he tenido al encontrarle y la que tuve en el Delta del Ebro coincidiendo con Laura, Nicanor, Salvador, Carles, Mauricio, Paco y Cinta y me dice que, hace unos días estuvo con Nicanor, porque celebraron en La Cava, en la plaça Matjor, la fiesta aniversario de la creación de la Cafetería restaurante. Él estuvo como invitado. El apellido de Leo es italiano y procede de uno de los bucaneros que se afincaron en el delta; así es como Leo Fatsini pudo ser deltebreño. Si no saco a colación el nombre de Nicanor, no me habría informado de su circunstancia. Hay gente que dice que hablo demasiado, pero éste es mi viaje, ¡qué cojones! Me despido agradecido de Leo.

Cala del Forn. Chiringuito y socorristas
Seguramente que es equivalente a Cala del Horno. Paso por playas bonitas, algunas de piedras, otras con rocas. En una de rocas la han hecho accesible mediante peldaños escalonados y, en el acceso al agua, escaleras metálicas de acero inoxidable, como en las piscinas. Y, en poco rato, llego a la playa del Forn. Éste será el lugar donde dormiré, aunque aún no lo tengo decidido. Todavía no he pisado la playa, pero la estoy viendo desde el fondo y me va gustando. En la parte interior hay un chiringuito; elijo una mesa para escribir y pido una tónica con ginebra (5 €). Gasto más en este capricho prescindible que en el bocadillo de la cena. A mi lado están los socorristas, Laura y Carlos y, poco después, llega Mireia, que es hermana de Laura. Están a punto de “plegar” y lo hacen a las 18 y ½  les encantan mis dibujos y mi viaje, recogen todo y se van. Sólo Mireia se queda en la playa, pues tiene intención de tomar el sol y bañarse, así que también me abandona. Dudo si ponerme a dibujar o no, pero cuando estoy en esa tesitura, aparecen cuatro amigos de entre 15 y 17 años.

Los cuatro amigos de la mariguana
Ferrán (15), Oriol (17), Jorge (16) y Guillem (15). A Oriol le gusta la naturaleza y cogerá módulo de Forestal, los otros todavía están en la ESO. Son de un pueblo del interior de Tarragona, salvo Jorge, que es asturiano (ya me había sorprendido que no me hubiera dicho Jordi). Creo que Jorge es el más cazurro de los cuatro. No distingue entre la rivalidad que pueda haber entre los partidarios del Oviedo y los del Gijón, por el sagrado tema del futbol, de lo que puede ser valorado como arte. Cuando le hablo de dos de las joyas del prerrománico astur, responde: “Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, son una mierda”. A este chaval no le han enseñado mucho ni en casa ni en la ESO o, si le han enseñado, ha caído en saco roto. Suelen decir también: “donde no hay mata, no hay patata” y da la impresión de que Jorge tendrá que recibir muchas bofetadas en la vida para aprender y valorar las cosas. Me enseñan las plantas naturales de mariguana que llevan y la china que guardan en una cajita. Dicen que es mejor la droga natural, porque a las chinas les meten mucha mierda (gasolina y otras porquerías). Cuando lían un cigarrillo con las plantas naturales (yo creía que provenían de cápsulas de amapola) y me dan a oler el humo, no me huele a porro. No he aprendido mucho sobre el tema. Sin discursito, trato de transmitirles que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita, si lo que tiene le permite cubrir esas necesidades básicas. También sobre la idea de libertad, que hay que ejercerla, pero sin aferrarse a cosas que creen dependencias que, a la larga o a la corta, te merman libertad. Les digo que tengo carnet de conducir desde hace más de veinte años y que no he conducido ni he tenido coche nunca. Otra clave para desarrollar el concepto de libertad, en el contexto del consumo. Me preguntan: “¿Por qué no lo haces en bici?” y les digo que, en bici, no podría disfrutar del camí de ronda, ni de los tramos por rocas y playas, observando parsimonioso el mar y los acantilados. Parece que lo entienden. Han bebido una jarra de cerveza y patatas con mahonesa y kachup. Les digo que, para ahorrar y disfrutar de la noche, he decidido dormir en esta cala del Forn. Los chicos me hacen alguna pregunta sobre mi viaje y hago una loa de las playas asturianas. El paisano no conoce ni Torimbia, ni Guilpiyuri, ni casi nada. El grupo se desparrama, porque a las 20:15 empiezan a caer una gotas que, aunque gruesas, espero sean pasajeras. Enseguida amaina. No sé lo que habrá quedado en la cabeza de los chavales de mi conversación, aunque yo no cejaré en el empeño. En Tossa de Mar tendré otro encuentro similar con una respuesta más positiva. Hablando de libertad y de nudismo, Jorge me ha asegurado que han detenido y encarcelado a Juan-Irwing, el nudista de Hendaia que solía ir desnudo a Donostia-San Sebastián, en bicicleta o en el Topo (el tren de vía estrecha que une las dos localidades). No me lo creo. Luego me enteraré de que le condenaron, no por ir desnudo, sino por desacato a la autoridad que le obligaba a vestirse. Este hombre quería demostrar que en España podía hacer lo que en Francia no le permitían.

Cena en el chiringuito
La lluvia me ha llevado a refugiarme en el chiringuito. Hablo con la mujer del bar y me dice que luego tiene que guardar mesas y sillas porque mañana se puede encontrar sin nada y me dice que todavía me puedo quedar un rato sentado. Hablamos de la cuadrilla de chavales que se acaba de ir y nos apenamos de la pérdida de valores de esta juventud desorientada y para la que los adultos, en muchas ocasiones, no somos un buen ejemplo. Me dice que, con tanto bombardeo propagandístico, en esta sociedad de consumo, es difícil educar; lo más fácil es darles todo lo que piden. Me parece una mujer inteligente. Más tarde, a la hora de cerrar, llega su marido. Me dice que me puedo quedar tranquilamente a dormir en la playa, que la limpieza la hacen a partir de las siete de la mañana. Para esa hora ya me habré marchado pero, si las hay, buscaré protección cerca de rocas. Todavía no me he acercado a la arena. El retrete químico de plástico está asqueroso y no tiene agua. La playa se va vaciando, pero todavía sigue llegando algún cliente al chiringuito del Forn. Son las 20:30 cuando empiezo a comer el bocata que me ha costado 4 €. No había mucho donde elegir y he pedido de chorizo. Como ya he bebido el gin-tonic, ahora bebo agua, aunque con chorizo va mejor un vinillo pero, después de hablar de austeridad con los jóvenes…

Alberto, Iranzu, Maite, Ereide y Mikel
Se acercan a la ducha Alberto y Maite, su hija mayor, de 9 años. Son de un pueblo próximo a Berriozar, cercano a Pamplona, con 30-40 vecinos. Maite se desprende del neopreno y va quitando la arena a todos los elementos, ayudada por su padre que colabora dejándolos sobre la lancha de plástico. Después se ducha él; al quitarse el neopreno se le ve muy blanquito; es que, buceando, se toma muy poquito el sol. Alberto vacía el agua acumulada dentro de la lancha y oigo un “aita” (padre) que me da la clave. Me despido de la dueña del chiringuito, de su marido y de sus hijos. El pequeño, con el deseo de ayudar, deja caer los ceniceros que su padre la había dicho que no tocara. Así como la madre me ha gustado en la conversación que hemos tenido sobre los jóvenes, este padre me parece poco enérgico a la hora de poner restricciones y el pequeño, que lo sabe, juega su juego; así es como la madre tiene que jugar el doble papel y demuestra ser mujer de rompe y rasga. Me acerco a la orilla y hablo con Alberto e Irazu. Me dicen que Ereide tiene 7 años y Mikel 17 meses. Les cuento el viaje que estoy haciendo, les enseño los dibujos y les digo que soy de Altsasu, también navarro, como ellos. Iranzu se va a la orilla porque se encarga de vigilar a su hermano Mikel de cerca; en un pequeño descuido se mete al agua con camiseta y todo. Al marchar, le notan fiebre y le dan Apiretal; hablamos también del Dalsy complementario, para que vean que sé algo del tema; no en vano uno ejerce de aitona (abuelo) activo. Me explican que el pueblecito en el que viven está yendo hacia Gipuzkoa y que, aquí, están de vacaciones, viviendo en unas masías de prestado, en una zona algo al interior, que les ofrecieron amigos. Su suegra y cuñada, me dice Alberto (madre y hermana de Iranzu), han alquilado algo en l’Ametlla y les ayudan con los niños.

Cala del Forn. Anochecer amenazante en la playa.
El chiringuito ha cerrado; se ha oído el ruido de plegar y recoger mesas y sillas, ya sólo quedamos los conquistadores navarros en la playa. He buscado en los dos laterales de la playa, por si encontraba un lugar a resguardo, pues el cielo se está nublando peligrosamente; pero no me gustan ni el lado Norte, ni el Sur. Menos mal que el chiringuito está al fondo, por si hubiera necesidad de protegerme en caso de chaparrón. Las niñas han salido del agua y se han ido a duchar. Mientras ellos recogen, les enseño cómo se hincha sola la esterilla, aunque le tengo que dar un soplido final, también ven mi saco y, para cuando se van, ya estoy desnudo haciendo mi almohada con las ropas y el pareo, todo dentro de la funda del saco y rodeando todo con la toalla. Echo repelente de mosquitos a la toalla. Orino, me quito como puedo la arena de los pies, que es muy fina, y me doy masaje de Aloe-Vera. Ya dentro del saco, me echo repelente en cara y brazos y ¡a soplar!, que es mi forma de alejar a los mosquitos que se acercan. De madrugada caen unas gotas y lo único que hago es esconder la mochila bajo una roca próxima y yo permanezco impertérrito en mi lugar. Lo que cae es similar a lo poquito que me cayó en Cantarriján; prácticamente nada, pero esta vez sí que es lluvia. Allí parece que pudo ser condensación de nubes por el altísimo acantilado, aquí no hay acantilado alguno.

Balance de un día tranquilo
Lo mejor del día ha sido el disfrute del GR-92, aunque ha habido tramos en que lo he perdido. Ha sido bonita la intervención de Leo, de procedencia bucanera, para volverlo a encontrar. Pena de marroquí recién llegado. Bien la charla con los jóvenes, con la propietaria del chiringuito y con la familia navarrica en la cala del Forn. Una noche con cena de bocata, que complemente el buen desayuno de Delicies y la comida de Mosset. También haber aprovechado el Internet de la Biblioteca en un día en que cerraban temprano por las fiestas de San Pedro en l’Ametlla de Mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario