jueves, 23 de mayo de 2013

Etapa 38 (216) Cala Waikiki-Sant Salvador

Etapa 38 (216) 05 de julio de 2009, domingo.
Cala Waikiki- Cala Calabeig-Cabo Punta de la Mora-Altafulla-Torredembarra-Roda de Bará-Comarruga-Sant Salvador.



Amanecer en cala Waikiki. Regina
En algún tiempo (in ilo tempore) cantábamos: “Regina Celis pro deum. Fulget, crucis, misterium” que, como tantas cosas, no sé lo que quiere decir, Salvo Reina de los cielos. Pero ahora no me dispongo a recibir a la reina de los cielos, sino que espero al astro rey. Me levanto a las 6:15 h, recojo saco y esterilla. Pero no puedo ver nacer al sol, porque me lo impide la punta de la Mora. En la playa se respira placidez, salvo en el grupo más numeroso de la zona Sur, que persiste en su conversación. Se les oye, pero no se entiende lo que dicen. Los del grupo que ayer imitaban a hawaianas, hoy no rechistan; ni mis vecinos. El único despierto es el perro y una de las chicas que rebulle y se vuelve a dormir. A las 6:30 h, me meto en el agua que, en contraste con la frescura matutina, parece caliente. Regina se levanta y se acerca al mar pero, cuando salgo del agua para secarme caminando por la orilla, ella retorna a su zona y se sienta sobre una piedra. Al llegar a la parte Norte le saludo con la mano y ella me corresponde. Cuando llego al extremo Sur, son los chicos que quedan despiertos los que me saludan, y seré yo el que les responda. Estoy siendo observado. Cuando recojo todo y voy cargado con las mochilas, me acerco a Regina, con la que pasearé un rato por la orilla, contándole mi caminata. Le encanta mi filosofía viajera y, como muestra interés, respondo a algunas de sus preguntas. Le enseño mi dibujo del Torn y le cuento el último encuentro de ayer que culminó con cena inesperada. Me despido de Regina y salgo de Waikiki por donde bajé. Esta playa y la siguiente, pertenece a Sant Pere y Sant Pau. Cuando estoy arriba, ya en el acantilado, saco foto de Waikiki con las tiendas que se montaron ayer en el extremo Sur. El lugar donde he dormido queda oculto por los brotes más altos de los pinos, que también me ocultan el resto de la playa.





Camino conocido hasta cala Calabeig
Este recorrido que ayer no pude fotografiar porque, salvo las sandalias, dejé todo el equipaje custodiado por Elena e Isaac, lo plasmaré en un par de fotos. Paso por la zona de los barros, por donde el señor contemplativo y bajo hacia la Roca Plana, que veo desde arriba. Cuando llego a los primeros recintos de cala Calabeig, de uno de ellos, sale un perro ladrador. Hago gestos a sus dueños para que lo rescaten y me deje proseguir mi camino.

Saco una foto hacia Waikiki, donde se aprecia la que me bañé ayer en mi visita de inspección, en busca de playa menos habitada, así como las rocas que delimitan espacios privados con poca arena; más que privados, son espacios reducidos, que invitan a cierta privacidad.

Hacia Punta de la Mora.
Camping acaparador
Continuando por la roca, encuentro a un subsahariano sentado en un pilón geodésico. "¿Estará esperando a su mora paricular?", me pregunto. Intercambiamos un “¡bon día!” y sigo hacia la Punta de la Mora que, según me voy acercando, por un camino bastante pintoresco y casi colgante del acantilado, compruebo que su torre ha sido absorbida por el camping.  Con el afán de proteger a los usuarios del camping y para evitar que lo profanen los intrusos, han puesto una valla que, ¡vaya, vaya!, la tengo que superar como puedo para poder continuar mi camino.

Ya dentro del camping, consigo, a duras penas, acceder a la torre que, podríamos decir, ha sido ocupada por el enemigo. En este caso un explotador privado se ha apoderado de un bien público, aunque ahora la torre no cumpla funciones de vigilancia. Para compensar y visto que la valla me ha obligado a entrar en el camping, aprovecho para cagar, lavarme y hacer algún otro uso de sus servicios. Como están haciendo limpieza de los aseos, no me apetece afeitarme, ni ducharme.

Desayuno en Mora Mar
Bajo a una playa pequeñita, que pareciera también de propiedad privada del camping y, por las rocas, continúo hacia otra mayor que, con barcos y demás parafernalia de pequeños catamaranes de alquiler fotografío y me lleva al restaurante bar Mora Mar. “¿Tienen algo de bollería del día?” pregunto, al no ver ni un croissant expuesto y, como es domingo y me dicen que no, tomo un descafeinado con leche, en vaso grande, y un donut. Habría tomado a gusto una tostada con tomate, pero sólo hay un camarero y está agobiado con la clientela que le pide de todos los lados del mostrador. Pago 2,30 € y me siento a escribir. Son las doce cuando acabo y salgo en dirección Altafulla y Torredembarra a donde no creo que tarde mucho en llegar. “¿Dónde comeré?”, me pregunto.

Precioso GR-92
con camino entre rocas costeras
Salgo por la playa y voy ascendiendo por rocas, que empiezan suave, hasta llegar al acantilado. Empiezan a aparecer señales de madera clavadas en el suelo. En la parte superior tienen un rebaje que colorean, bien en azul, bien en verde, dependiendo de que el camino que señalen, sea local o de mayor calado.

Me voy encontrando unos acantilados preciosos, en algunos lugares hay chavalería pescando, en otros, son otros chavales los que se tiran de gran altura al agua, lo que denota que el lugar donde caen es profundo.

A lo lejos y muy cerca de la costa, se empieza a ver un edificio que tiene todo el aspecto de ser un gran palacio. Una parejita joven, que alucina con mi viaje, me dice que estoy llegando a Altafulla y que si me adentro al interior, podré visitar el castillo.

Altafulla. Palacio y Castillo
 “Lo puedes ver en lo alto del pueblo”, me dicen. Cuando llego al palacio, me lo confirman Alberto y Silvia, un matrimonio que lleva viviendo muchos años en Altafulla y “si lo quieres visitar, es mejor que lo hagas en setiembre”, me añaden. Ellos, los domingos, se dan un baño tempranero y, para cuando empieza a llegar la gente a la playa, ya se han ido a andar por la montaña. Silvia y Alberto entran en camino de playa, pero a mí me cubre hasta la cintura y doy la vuelta por detrás del palacio que, ahora ya lo veo más de cerca.

Lo rodeo y salgo por detrás, de nuevo a playa en zona de arena seca. Sigo por una playa única pero de trazado irregular, desde donde saco dos instantáneas; una del castillo que acabo de dejar atrás y la otra, orientada hacia el pueblo que no visitaré, para dejar constancia del castillo que domina la llanura.

Se me acaba el rollo de diapositivas y por el borde del mar, me voy acercando a Torredembarra, cuyo altísimo faro hace mucho que lo estoy viendo.






Torredembarra. ¡Vendo camisas!
Comida en La Terrassa
Como se me ha terminado el rollo, no tengo diapositiva para el gran faro. También es verdad que, subiendo una cuesta, me lo he encontrado encima y, con sus dimensiones, es necesario más alejamiento y cierta perspectiva. He ascendido por una gran piedra lisa pero muy inclinada. Al inicio hay un espacio del que, en algún tiempo, parece que extrajeron bloques de piedra. Un hombre me dice que eran piscinas que hicieron los romanos y que “reinaron” mucho tiempo aquí. Me hace gracia la expresión “reinaron”, como si fueran Austrias o Borbones, cuando solemos hablar de ellos como conquistadores o invasores, aunque nos dejaran un gran legado, al igual que el de los árabes. El descenso del faro es similar al del ascenso, con acantilados abruptos hasta llegar al puerto. Encuentro un restaurante que está todo reservado, pero encuentro una mesa y me apodero de ella. Hay algunos clientes, como mis vecinos que, con una niña de ocho meses y su abuela, solamente picotean. La comida es cara para lo que ofrecen, pero me adapto. Como una ensalada de tomate (escaso), cebolla, bonito y queso fresco. Luego ¼ de pollo, del que me toca pechuga y ala. Dejo parte de la pechuga que me resulta muy seca. 2 cervezas Estrella Damm y una tarrina de Mouse de ciruelas pasas (como si fuera un amaretto). Pago 25,- € con Visa. Un subsahariano que lleva una camisa en buena percha, ofrece una camisa al vecino, quien se siente ofendido. Cuando se acerca a mí, le digo: “me la regalas y no la quiero”. Se sienta a mi lado para darme la vara, aparentar que negocia conmigo y así atraer a algún posible comprador. Está perdiendo demasiado tiempo para no obtener lo que persigue, pues ya le he dicho que no le voy a comprar nada. Le digo que me horrorizan los subsaharianos que venden en la playa; ellos vestidos y cargados con toda su mercancía y yo, en muchas ocasiones, desnudo a su lado, o bañándome en el mar. Por lo menos las camisas que este negrito lleva parecen de calidad, tienen bonito colorido y él resulta atractivo luciendo la camisa que exhibe, que supone un plus a lo que ofrece. “Yo nunca vendo en la playa”, me dice, recoge y se va. Mi vecino, el hijo de su madre (porque ella es la nuera), lo sé porque él dice “mi madre, tal o cual…”, comenta que hace años sí se vendían cosas en la playa: patatas fritas, pirulíes, helados… eran productos que podían apetecer; el vendedor venía a ofrecerlos a donde estuviera el presunto cliente; después fueron sustituidos por los chiringuitos, donde el cliente tenía que ir a comprar lo que quisiese, dentro de la oferta. Ahora tratan de vender en las playas productos impropios, podría considerarse un retroceso, un fallo de marketing; ¿no sería más adecuado vender bañadores? Todavía los que venden gafas de sol, se aproximan más a ofrecer algo que podría ser considerado más apropiado. Esta familia se empieza a enrollar bien con mi viaje y me orientan hacia una zona de la playa que tiene un parque natural detrás. Esta información me hace vislumbrar la posibilidad de encontrar zona nudista. Me despido de la familia y dejo la mesa libre para otro probable cliente.

Buscando playa nudista
En mi lista de playas nudistas la última es la de Calabeig, así que la información de la Terrassa, me alegra el ojillo. Abandono Torredembarra por la playa y la primera parte es muy ancha. Mientras no termina el paseo marítimo, no bajo a la orilla del mar. Me descalzo y camino muy a gusto. Cuando veo que se ha formado un hueco sin gente, a prudente distancia, equidistante del último y del siguiente, me desnudo, me baño, me seco paseando por la orilla, me visto y continúo el camino. Más tarde llego a otro lugar similar, pero aquí ya encuentro a dos nudistas que, conmigo, ya seremos tres y, pronto, nueve. Hoy es el primer día en que, desde el primer baño de la mañana, todos me resultan cálidos. Me vienen recuerdos de Tossa de Mar, de mi primera borrachera involuntaria, que me duró tres días y que, cuando me metía al mar para que me despejara, el agua me parecía caldo, casi como hoy. A mí me gusta más el agua de mar cuando está más fría que tan caliente. Con los baños y paseos de la zona, me visto y continúo adelante. Llegando al final de la playa, pregunto dónde estoy y me dicen que en Roda de Bará. Un padre hace un hoyo que se llena de agua hasta el nivel freático y hace montañitas alrededor que culminan en pirulíes de gotas de arena; él está dentro del charco. El niño mayor quiere entrar, pero a mi me gustaría que lo hiciera el pequeño con su flotador se Spider-man. No lo consigo, se enfada y me tira arena. “¡Suerte!”, le deseo al padre de las criaturas.

Roda de Bará
Subo a un paseo que va por encima del puerto y salgo al otro lado, donde hay una urbanización que tiene algún encanto. Un fotógrafo, que parece japonés, de los que ven todo su viaje como si fuera a través del visor de una cámara fotográfica, me dice que el paseo va por el otro lado. Yo también saco una foto para el recuerdo. Me asomo y veo playitas y acantilados y un camarero, que tiene descanso de dos horas hasta que empiece el siguiente turno y está en un banco a la sombrita de un árbol, me desea buen viaje. Encuentro el bar Mediterráneo donde, si anteayer no tenían tónica, aquí no tienen Beefeater (no sé si me sirven Bombay o Larios). Veremos si no salgo con dolor de cabeza. Me temo que Comarruga, donde hay albergue, esté lejos como para llegar hoy. El gin-tonic está rico y pago 3,80 €. Mis cuatro vecinas, que están con un extranjero, que parece novio de una de ellas, la que se considera con culo gordo y que es lo que a él le gusta más de ella, llevan una conversación insustancial. Hablan de los últimos conciertos del verano, creo que de U-2 (Iu-tu) en Barcelona.

Hacia Comarruga. Cristina y Joan
Van a dar las siete de la tarde y salgo con dirección Comarruga. Me olvido de ir al Arco de Bará, otro recuerdo de su visita que nos dejaron los romanos. Probablemente no estará muy lejos. Avanzando por la playa me encuentro a Cristina y Joan, creo que me dicen que son de Barcelona, y que llevan muchos años viniendo de vacaciones a Comarruga. Me dan varias versiones para poder llegar al albergue juvenil. Finalmente, Cristina, me recomienda que salga al paseo marítimo en cuanto llegue al puerto. Allí, me dice, hay aguas termales y mucha gente tomándolas y luego que me fije después del Hotel Europe. Comprobré más tarde que este dato es incorrecto, ya que el albergue está antes del hotel y metido hacia el interior. Les encanta mi viaje y mis dibujos. Me desean suerte y me despido agradecido por su información. Llego al puerto y me resulta curioso cómo está unido al mar por un puente que pasa por encima de la playa. Al llegar a la salida, paso un pequeño riachuelo que, al leer termales, me espero estará calentita y me llevo la sorpresa de que este agua (y no es de Bucarest) está más fría que la del mar que, según me dicen, hoy está más calentita que otros días, quizás por la poca profundidad. Sigo hasta lo más cerca del origen, me limpio de arena los pies y me calzo. Al inicio está igual de fría que al final. Continúo hasta el Europe y al llegar comienzo a preguntar. Un señor, desde su terraza, me dice que su casa hace el número noventaitantos. Así que salgo del paseo marítimo y entro en avenida paralela pero me doy cuenta que cuanto más adelante sigo, más retrocedo en números y lo que quiero es avanzar. Me dicen que continúe para atrás hasta llegar a un puente y que allí está el recinto. Subo escaleras y encuentro muchísimos niños. En recepción me confirman que está completo con campamentos de la Generalitat. Me mandan a una pensión imposible de localizar. En un hotel me piden 60 € y hago un cálculo rápido (60 x 60 = 3.600 Me saldría precioso el viaje con este gasto diario sólo por dormir). Agradezco y me voy a buscar playa adecuada después de Comarruga.

Buscando dormitorio en playa
En un chiringuito de playa como un bocadillo de chorizo, con el pan restregado en tomate y una caña (tubo) por lo que pago 5 €. Un padre está con su hijo. Tiene un aparato de esos que emiten ruidos continuos, como de carraspera, pide un gin-tonic y especifica: Swepps y Beefeater. El barman se entusiasma con mi viaje. “Lo peor es esta hora, en que no sabes si vas a encontrar el lugar adecuado para dormir”, le digo y le explico lo del albergue de Comarruga completo, por si a él se le ocurre algo. Tanto el padre como el barman me orientan hacia Segur y me despido estrechando las manos de ambos.

Acabo durmiendo en la platja de Sant Salvador
Sigo por el paseo y, cuando éste acaba, llego a una explanada que pareciera el final de una riera seca, aunque hay tapia que protege arbustos y cañaveral. Hay también dos o tres coches aparcados. El sitio sería bueno para dormir, si no tuviera chiringuito y otro edificio especialmente ruidoso, con música altísima y dos tubos flexibles que se hinchan y repliegan gracias a la salida de un aire interior, o de un gas, que se libera al exterior, al son de la música. Uno es rojo, el más rítmico, y el otro blanco. Huyo de allí rápidamente y, al llegar al puesto de Cruz Roja, al inicio de Sant Salvador, decido que ese será mi dormitorio. Ahora se trata de encontrar el lugar idóneo. Si duermo lo más próximo al mar que pueda, me libraré de los haces de luz de las farolas del paseo. El único inconveniente que veo es que hay un foco orientado hacia el suelo que, como lo iluminen por la noche, me irá derechito a mi persona. Menos mal que no lo encienden en toda la noche. En el mástil de la bandera, está enganchada con la cuerda una toalla y, debajo, está candada una bicicleta. En principio, pienso que puede ser de alguno de los pescadores que pescaban en la orilla cuando he llegado a la playa, porque los que han ido llegando después, no han dejado nada allí pero, cuando voy hacia ellos para preguntar y decirles que voy a dormir allí, no se asusten y metan el menor ruido posible, pienso que también puede ser del hombre que rastrea con el detector de metales buscando tesoros escondidos. Me dirijo hacia él y mi intuición se confirma, a pesar de que no hablamos el mismo idioma. Ni siquiera logro saber de qué país es. Le hago el gesto de que voy a dormir allí y parece que lo entiende. Espero que al marchar no me pase las ruedas de la bici por encima. Siguen llegando pescadores, paseantes, unos se asoman y me ven y otros no me ven y todos se van. Extiendo esterilla y saco, me quito la arena como puedo, me doy masaje de Aloe-Vera y repelente en previsión de mosquitos y acierto; porque los hay. No me tapo completamente y dejo un brazo embadurnado fuera. Con todo, alguno me picará, pero no estoy pendiente de ellos. Estoy tan cansado que creo que para las 22:30 h ya estoy dormido. Hacia la media noche llegan tres o cuatro ingleses noctámbulos que se sientan a mi lado a charlar. Al despertar y percatarme de que ni se han dado cuenta de que están acompañados, me incorporo para beber agua y, mientras lo estoy haciendo, oigo una voz femenina que me dice “Shorry” (o algo similar, pues no sé cómo se escribe, lo siento, o perdón, en inglés). No le hago ni caso y me vuelvo a tumbar pero, al menos, han tenido el detalle de alejarse unos diez metros. Cuatro chavalitas francesas vienen de la orilla poniéndose la camiseta. No sé si se han bañado o no, ni me importa. Dos chicos con una guitarra se han acercado a la orilla, pero caminan hacia el Sur. Las cuatro francesas se han parado en las dos piedras que protegen mi casita; hablan con moderación y se van también hacia el Sur, en el momento en que regresan los de la guitarra y hacen corro también a prudente distancia de otros 10 metros. La piedra, los quita de mi vista. Los ingleses ya han desaparecido. Hacia las 2:30 h pasa el camión de la basura, con parada y fonda a mi lado, ya que hay dos cubos. Uno de esos cubos tiene un sistema tan especial de enganche de la bolsa que, al sacarla, se rompe y caen botellas y otros materiales que no veo, pero oigo. Ponen entre los dos ayudantes las bolsas nuevas para que se vayan llenando a lo largo del día de mañana (que ya es hoy), se montan en el camión y se van. A pesar de la dureza del cemento, que se aminora con mi esterilla, de la presencia de la gente noctámbula, del camión de la basura, de la rotura de la bolsa, con las piernas en el saco sobre la arena, se puede decir que duermo bien. ¿Alguien no se lo cree?

Resumen de lo más destacado de la jornada
Los trozos de GR-92 más bonitos han sido los del entorno entre Waikiki y Calabeig y el tramo entre la playa de Punta de la Mora y llegando a lo que llamo palacio de Altafulla. Ha estado bien el rato de la comida, por lo hablado con los vecinos y la visita del subsahariano vendedor de camisas que ha provocado una interesante charla. También por la pista que me ha dado para hacer nudismo por la tarde. Habría sido diferente la noche de no haber estado completo el albergue juvenil de Comarruga. De la noche pasada no me quejo. Se ve que ya voy cogiendo callo.

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