martes, 21 de mayo de 2013

Etapa 35 (213) Platja del Torn-La Pineda

Etapa 35 (213) 02 de julio de 2009, jueves.
Platja del Torn-l’Hospitalet de l’Infant-Cambrils-Salou-La Pineda.

Amanecer con el buscador de llaves
A pesar de la tormenta y de mi fiebre, no se puede decir que no he descansado y dormido. Me despierto y levanto a orinar a las 6:15 y a las 6:30 h ya veo salir el sol. A las 6:45 ya tengo recogido casi todo, veo al buscador de llaves mirando en zona equivocada. Se lo digo y exclama: “¡ah, es verdad!”, pero continúa ofuscado. Le acompaño un rato en su búsqueda y me vuelvo a mis bártulos. A las 6:50 h me baño ¡Qué buena está el agua! Y me seco al aire, paseando.

Sólo hay un pescador en la zona de escaleras que, para cuando pase por allí, ya se habrá ido. Cago consistente en retrete químico de líquido azul, sorprendentemente limpio. Aunque está expresamente prohibido, me ducho con jabón (no me he atrevido a cometer otra infracción duchándome en el camping nudista, aunque es probable que comida y cena en el Templo del Sol, pudieran darme derecho a retrete, lavado y ducha. Lo haré el próximo verano de 2010). Veo de nuevo al buscador de llaves, pero ahora las busca en la confluencia de las dos playas, junto al illot. ¿Qué buscará por allí? Aparece el tractor de cribado de la playa y me saluda al pasar a la par de mí, que estoy en la orilla; yo también levanto la mano. Cuando cargo con todo y me vuelvo a cruzar con él, que viene de la zona de escaleras, le paro y le digo la pérdida de llaves y le señalo al señor que las está buscando. Me dice que, si las ve, las recogerá.
Cala d’Oques
Al subir las escaleras, veo que alguien está por ese otro lado del acantilado, hacia las rocas finales, que separan la platja del Torn de la cala d’Oques y, ya desde arriba, veo al árabe duchándose y lavando una prenda blanca con jabón. Él, desde abajo, no me ve. En el Templo del Sol, una pareja desnuda se fotografía con el edificio al fondo.

Sé que la playa siguiente es la d’Oques porque, nada más tomar el camino señalado, me baja a la playa que me lleva hasta l’Hospitalet de l’Infant y, justo al inicio, está el camping d’Oques. Todo queda aclarado y localizada la playa de mi lista de playas nudistas. Lo que no he podido comprobar es si la playa d’Oques era de arena o de piedrecillas. Si he comprobado que tiene, al menos, una ducha pero, el acceso por escaleras elegantes que se inician sobre el acantilado, queda truncado, probablemente, destruido por la erosión del mar.

L’Hospitalet de l’Infant
Camino por la larguísima playa que va de Oques al Hospitalet; voy por la orilla y, a estas horas, nadie coge amuletos con espiral. A la primera pareja que veo en el paseo marítimo, le pregunto por un sitio para desayunar. La cara de ella se me hace familiar. Les digo que quiero un sitio en que haya bollería del día. Me indican el lugar y lo capto a la primera. Él es de Cáceres y ella de Lasarte; ¿qué había visto yo en su cara?

Desayuno en Jijonenca
Pido un descafeinado con leche, que me sirven en hermosa taza, un croissant y una ensaimada. Pago 2,70 € y me pongo a escribir. He sacado postales, pero las vuelvo a guardar. Son las 9:45 h y me propongo llegar a Cambrils a la hora de comer. ¿Me daré algún bañito intermedio? Teóricamente, ya no tengo playas nudistas hasta después de la capital de Tarragona que, jugando, la euskaldunizo: Tarrako Ona (la buena de la tierra).

Ariel, socorrista del Cono Sur
Salgo de l’Hospitalet por paseo marítimo y, delante de mí, van dos muchachos, uno de ellos atlético pero con moya en las caderas. Me dice que es cosa de la edad, se llama Ariel (las mismas vocales y en el mismo orden que Javier) y parece que es argentino. Su compañero se ha parado para coger la barca y yo continúo hablando con él. Le entusiasma mi viaje y, al llegar a su playa, nos despedimos. Aunque es socorrista, igual que su amigo, que llegará a esta playa con la lancha neumática, no llevan atuendo rojo, como los de cruz roja, sino azul. 

De l’Hospitalet de l’Infant a Cambrils
Siguiendo adelante me empiezo a topar, de nuevo, con las señales blanca y roja; ¡qué bien, ya estoy de nuevo en buen camino! Pero nada más iniciar el camí de ronda, éste me lleva a la siguiente playa. Dudo si bajar o no y pregunto a un chico encargado de alquilar barcas, cursos… Para él, el camino oficial continúa aquí por la playa. De playa a playa voy haciendo un combinado de arena y rocas, camino variado que también se agradece. Al llegar a las rocas finales, veo a un hombre que me ve y retrocede bruscamente. Sospecho que está desnudo y acierto. Llego, me desnudo y me doy un baño riquísimo. Está con un cocker negro que quiere jugar conmigo (un perro sagaz, pues ha detectado mi amor por los animales). Me seco al aire y al sol, me visto y continúo por las rocas. Paco, el hombre del perro, me dice que ha visto señalizado el camino por arriba, en algún pino. Cuando subo, en realidad, veo las señales en las farolas. Llego a un lugar en que indica Estany Gelat que, creo, significa estanque helado y lo localizo hacia el interior, en la parte trasera de una playa. Lo volveré a ver mañana desde el tren. Por otra playa voy con Antonio pisándome los talones. Como veo que va a un ritmo similar al mío, me paro y le propongo ir charlando. Es de Zaragoza y lo que más le interesa saber es algo referente a calzado, porque tiene ampollas. Parece que quiere hacer el Camino de Santiago y es el tema que más le preocupa. Le doy mi opinión, fruto de mi experiencia, y que él lo aplique a su caso particular. Llego a un lugar en que no hay gente en el inicio de la primera escollera, así que me desnudo y me doy otro baño. Me estoy secando paseando por la orilla y veo que una chica viene hacia mí; subo donde he dejado la ropa y, cuando pasa, un hombre asoma por la verja del fondo. Me visto y voy andando por las piedras de la escollera. Tendré piedras un rato largo, ya que ha sido el mar quien se ha ido comiendo el litoral y han echado estos pedruscos como protección de las casas. Una construcción de estilo árabe es la más afectada con árbol caído al inicio y otro al final. Miami es otra playa a la que no veo nada de especial y, cuando estoy llegando a Cambrils, la solución que veo han adoptado es la de crear playas artificiales, combinando escolleras que salen directas hacia el mar y que terminan, vamos a decir, en punta, con otras que finalizan con escollera horizontal que va hacia un lado y hacia el otro. En otros casos han puesto una escollera horizontal pero que forma un islote sin conexión con las escolleras que vienen de la playa. Todas estas soluciones ayudan a que se acumule la arena y no se la lleve el mar. Es una solución para que turistas y autóctonos tengan playa pero su artificiosidad afea el paisaje. Prima lo práctico a lo estético ¿Sería posible una solución que contemplara ambos aspectos? 

Cambrils de nuevo
Cuando entro en Cambrils ya no están en fiestas. Llego al lugar en que aparcó el coche Salvador pero que luego no tuvimos sitio para reaparcarlo de nuevo. Ahora está vacío y lo fotografío con la rampa del paseo donde finalmente lo dejamos, con miedo de que nos lo llevara la grúa. Luego sigo por el paseo marítimo y la zona de playa en la que se celebró la exhibición de Rall y demás historias programadas, como ya conté, y por la Confraría de Pescadors.

Subo al comedor y hace mucho frío, así que salgo a la terraza, que tiene una temperatura más natural. Como pescadillitas fritas, ricas y jugosas, 4 sardinas y mejillones (muscles); bebo dos jarras de ½ litro de cerveza con limón, melón (que está en su punto) y cortado descafeinado. Pago 22 € y quedo satisfecho. Hay poca gente comiendo en el comedor y, en la terraza, solamente yo. El camarero no estaba en Cambrils el día de la exhibición de rall. A lo largo de la costa voy mirando por si veía a los cuñados de mi hija Vera, que me dijo que estaban en Cambrils pasando las vacaciones, pero ha sido en vano. Van a dar las 15:30 h cuando salgo de la Cofradía de Pescadores hacia Salou. 
¿Dónde acaba Cambrils y empieza Salou?
Al bajar de la Confraría, saco foto de una torre con muy buena presencia, que está imbricada entre las construcciones urbanas. Saliendo de la playa un matrimonio joven con niña y niño en silla, van cantando una canción en euskera. Paro y le canto al mismo niño: “txalo, pin, txalo…” y es la forma de empezar a hablar un rato. Resulta que el padre de la criatura es de Bera, “la misma Vera de Bidasoa en que nació mi padre”, le digo, pero allí la única referencia familiar que queda es una prima de mi padre, Milagros, que está ya recluida en la Residencia de Ancianos. Es normal que no la conozca. Son los padres de la niña. Llega la madre del niño, que está con ellos también de vacaciones. La playa está bastante concurrida, pero las piscinas de algunos macrohoteles están a rebosar de cuerpos humanos. Casi todo el mundo, alrededor; dentro de la piscina, muy pocos. Cambrils no se acaba nunca, y no me entero en qué momento estoy ya en Salou. Voy tranquilo, porque ya no tengo que buscar a los familiares de Mikel y Vera.

Salou, lugar de veraneo de muchos vascos
También tienen aquí un apartamento mis primos Isabelita y Daniel, que comparten con José Antonio y Sara. Todos viven en Altsasu. No me informé del domicilio, ni tengo teléfono para localizarles, así que haré el plan que más me convenga. De momento, lo prioritario es encontrar la estación para ver horarios y hacer un recorrido hasta l’Ampolla mañana.

En Salou me comporto de forma muy distinta a la habitual; en lugar de ir por playa o paseo marítimo, playas muy concurridas, sin posibilidad de nudismo y sol atorrador en estas primeras horas de la tarde, decido ir por interior, con más árboles y más sombrita. Voy por una avenida y, cuando la estoy acabando, pregunto por la estación de Renfe y me dicen que ya me la he pasado. Retrocedo y, en la primera calle, la de Barcelona, voy más hacia interior. Allí me dan los horarios para mañana viernes y hago un cálculo para coger el tren de las 9:20 que llega a l’Ampolla a las 9:59 h. De regreso, lo mejor será coger en l’Ampolla a las 11:03 y bajar en l’Hospitalet a las 11:26 h, ir andando a la playa del Torn, comer en el Templo del Sol y coger el de las 16:29 o el de las 17:59 h que me traería a Salou de nuevo. Y empezar a andar de nuevo hacia Tarragona capital. Espero que, cogiendo billete de ida y vuelta, no tenga problema para bajar, al regreso, en l’Hospitalet de l’Infant y volver a retomar, en otro más tardío, hasta Salou. Éste es el programa que yo me hago y otra cosa lo que sucederá mañana. Todavía me veo buscando llaves en la arena del Torn. He pasado por una zona muy arbolada que produce buena sombra. Echa la gestión en Renfe, vuelvo a salir a la costa, ahora que el sol ya no pega tan fuerte. La playa de Salou es aún más masificada que la de Cambrils y veo mucha gente que se acuesta a la sombra de las palmeras para echar su siesta. Terminada la playa de Poniente, me dirijo hacia el cabo de Salou. 

Hacia el cabo de Salou
La primera playa con la que me encuentro, me obliga a bajar pero, al intentar subir por el otro lado, no puedo hacerlo puesto que las escaleras y el camino, que veía del otro lado, está siendo remodelado y con obras. También en la siguiente playa leo: “Perdonen las molestias. Es en nuestro beneficio”. Una chica italiana me dice que, el nuevo acceso, se inaugurará el día 15, y que las siguientes calas, tampoco son accesibles. Pero, aunque no tengo referencia de que haya ninguna playa nudista por aquí, tampoco será cierto lo que me acaba de decir la italiana. Bajo a las otras playas y, a duras penas, consigo llegar al cabo.

He sacado foto del cabo desde el camino y, desde allí no veo ningún referente que haga bonito el cabo. Luego voy deshaciendo el camino que me llevará hacia La Pineda. Lo hago por alejarme de Salou y dormir en zona más tranquila, aunque no me conviene alejarme mucho porque, cuanto más me aleje de la estación, más recorrido tendré que hacer mañana en bus. Ahora encuentro a unos de Bilbao que se ofrecen para llevarme. Agradezco, pero mi viaje es a pie.

Atardecer en La Pineda de Salou
Llego a la primera playa de La Pineda, que es la parte menos masificada. Al menos esa es la sensación que saco mirando hacia Tarragona capital, que ya avisto a tiro de piedra. Quizás la distancia sea engañosa. Llamo a Montse. Me dice que acaba de llegar de viaje. No ha visto todavía mi postal. Josep está corriendo, para mantenerse en forma, por la ciudad. Tiene una madre de más de noventa años a la que le toca atender y tiene que enterarse de qué turno le toca. El momento no es oportuno para visitas. Otra vez será. Parece que me recuerda; algo que hablamos en Noruega. “¡Me jubilé!”, le digo “soy el hombre más feliz del mundo”. Ella se jubilará este año, pero no cuando quería, sino al cumplir la edad reglamentaria, 65 años. Creo recordar que somos de la misma edad. “Recuerdos a Josep; un abrazo”, le digo y se traga las monedas que había introducido (40 céntimos). Lo peor de la conversación es que no podré verme con Montse y Josep y lo mejor es que ya queda zanjado este asunto. ¡Una preocupación menos! Me asomo a la playa del Racó. Hay un muro y unas rocas. El lugar idóneo para mear. Elijo el lugar donde probablemente dormiré en esta playa. ¡Lástima de que me olvido extender el saco! Confío en que dentro de la mochila, y con el sol del día, se haya calentado y secado. Hoy he hecho más del doble de caminata que los dos últimos días, y me encuentro cansado. En el mapa, es evidente el avance, aunque mañana, si hago el programa del tren, el avance será mínimo. Después de la fiebre de ayer noche, confío en que dormiré bien.

El Graffiti. Diario
No voy a hacer ningún graffiti, sólo pretendo poner al día mi diario. Entre tanta oferta de terrazas, busco la más adecuada para tomar mi gin-tonic (4,50 €) y escribir el diario, ¡a ver si mañana escribo postales! En la televisión del Graffiti hay tenis hierba, pero no me aclaro con los resúmenes que dan. Son las 20:45 h cuando doy por concluido el diario y me voy a ver si compro un bocadillo para cenar.

Bocadillo en La Pineda
En el paseo de la playa encuentro a tres pescadores jóvenes que conocen el lugar. Uno me dice que es mejor que suba donde tres casas abandonada y que elija la que esté en mejor estado de conservación; me lo recomienda como sitio mejor que la playa. También me dice que, a esas casas, suele ir alguna pareja a echar un polvo. Ante la perspectiva de que me vayan a despertar parejas follando, le digo que prefiero la playa. Me equivocaré. Ellos se van por el espigón, pero luego les veo pasar al otro lado, en la playa de rocas y subir hacia el acantilado. No sé por dónde, ni cuándo, pasarán. Me voy instalando en el lugar elegido. El saco no está tan húmedo como me temía. Dudo si dejarlo todo allí, extendido, y marchar hacia el chiringuito para comprar el bocadillo; pero lo que hago es recoger el saco y marchar con todo el equipaje. Pido bocata de salchichón con el pan restregado en tomate; lo acompañan dos jarras de cerveza y un descafeinado con leche y me cobran 6,20 €. En otra mesa, una pareja come con gula: ensalada, un gran plato de sardinas y otro de espagueti. La cocina corre a cargo de ella.

Anochecer en playa de El Racó
Vuelvo a la playa, al mismo sitio, y empiezo a montar mi cama. Entierro a las hormigas que encuentro sobre la arena, no me gustaría que durante la noche hagan carreras sobre mi piel y me produzcan cosquillas y risas intempestivas. Tampoco sé si habrá mosquitos o no. Hay una familia relativamente cerca, pero para las diez ya se van. Han quedado los menos valerosos, los que consideran que tener un potente sistema de visionado y piratear por Internet todo lo pirateable, es lo más de lo más. “Sólo falta mejorar el sonido”, dice uno; pero todo se andará. Más tarde se pondrán a hablar con los vecinos de la orilla y hablan de los años del perro o perra y buscan paralelismos de edad con los humanos. No se si llevan 12 años de perro o de hombre. ¡Lenguaje esotérico! Otros que se quedan, también tienen su pedrada: él habla muy alto y mea mirando a la luna, dirigiendo el chorro hacia mí; menos mal que está a suficiente distancia como para que no me salpique; “¿quién es más lunático él o yo?”, me pregunto. Ella está sin bragas y él le da cachetitos en el culete; parece sudamericana, se arrima a él y le hace arrumacos; él sale como puede del atolladero; no parece muy dispuesto a pasar a mayores. Pareciera como si ella quisiera algo más. Más palmaditas en el culo y besos amorosos vacíos de contenido, sin pasión. Llega otra pareja y sube a la escollera. Ella dice que está tranquila porque, dice, “si me caigo tú me recogerás”. “¡Qué insulsez!”, pienso. Por su tono de voz, parece también sudamericana.

Holandesas resabiadas
Se acercan dos adolescentes y se cercioran que tumbado está un vagabundo (yo mismo) y después llegan cuatro holandesas, alguna de ellas muy resabiada, con tres chicos trabajadores, que son o viven en el lugar. Se justifican diciendo que les pagan poco. Parece que quieren follar, pero creo que no han elegido bien. La conversación es anodina, insulsa, acentuada por la dificultad idiomática; hablando en inglés con una de las holandesas que entiende muy bien el castellano. Lo puedo afirmar por la perfección con que dice alguna de las frases en castellano y que se aprovecha de receptores poco hábiles, que se van tragando todo el juego de ellas. Uno de los chicos se va pronto, pues mañana tiene que ir a trabajar temprano. Creo que es el más inteligente de los tres. Otro, que se llama Víctor, pero que a ellas les apetece llamar por otro nombre, también tiene que trabajar mañana y se va. Sólo se queda uno con las cuatro y, me duermo antes de que se vayan.

Últimos noctámbulos
Tal como va la noche, podría ser entre la media noche y la una de la madrugada. No me sorprende que me haya dormido, pues llevaba el cansancio acumulado de un día intenso de caminar. La otra pareja de la orilla, se ha ido y también la pareja que a ella no le importaba caerse por la escollera porque le recogería su Romeo. Pasan más pescadores, unos que llegan y otros que se van. Sobre las 4 ½ me levanto a orinar. Me ha despertado la máquina cribadora. Como yo estaba entre rocas, para evitar ser arrollado, estaba tranquilo. Veo una estrella fugaz, mucho más débil, corta y fugaz que la de ayer. Los mosquitos que han aparecido al atardecer, continúan revoloteando a mi alrededor. Antes de las doce, ya he sudado tanto como ayer. No veo la Osa Mayor, ni la luna, ni al acostarme, ni de madrugada. ¡Qué noche más sandunguera! Antes de las seis pasa el que recoge desperdicios manualmente, con coche alumbrándole de apoyo. (Todo esto lo escribo, de nuevo, en el Templo del sol, aunque por el sopor de después de la comida y la necesidad de dormir por la noche sandunguera, me caigo de sueño).

Balance de la jornada
Lo mejor del día ha sido el relajante baño en el Torn, antes de abandonarlo hasta mañana. Recobrar Cambrils, que ha pasado sin pena ni gloria y lo mejor de Salou ha sido preparar el plan de viaje para mañana. El cabo de Salou habría sido más bonito sin tanto obstáculo para llegar a él. ¿Arreglarán tanto desperfecto? La noche en La Pineda, para olvidar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario