lunes, 6 de mayo de 2013

Etapa 25 (203) Alcossebre-Benicarló

Etapa 25 (203) 22 de junio de 2009, lunes.
Alcossebre (playa del Moro)-Costa de la Sierra de Irta-Peñíscola-Benicarló.

Amanecer bajo grueso techo
A partir de las 00:30 h, en que ya desaparece de la playa del Moro, Santiago Matamoros en su caballo bayo de nosecuantos caballos, ya duermo sin despertarme en toda la noche y me pregunto, “¿cuántos caballos puede tener una cribadora?”. Me levanto a las 6:30 h, me doy el baño en el mar y me seco paseando por la orilla. Un hombre llega a la piedra que ha sido mi techo y se pasea por ella, se acerca al mar y me ve desnudo haciendo paseos por la orilla. Ya seco, me visto y recojo y para las 6:55 h ya estoy saliendo de la playa y en marcha por el camino protegido por valla. Pasa la Guardia Civil y luego veo otro coche; probablemente uno de ellos sea el coche que he visto pasar primero. Llego a buenos caminos de madera que preservan la duna y dan acceso a dos grandes playas de arena. Son las playas Romana y Corregador. Me agrada la sensibilidad de algunos municipios que, como este, cuidan la naturaleza, el paisaje y favorecen la salud de sus ciudadanos. Me vienen imágenes de Gaya, al sur de Porto y las vías verdes entre Ayamonte e Isla Cristina y de ayer entre Benicassim y Orpesa.

Buscando desayuno tendré que llegar a Gales
Pregunto a una extranjera y me dice que no podré desayunar hasta las diez. Me abre las dos manos y me enseña sus 10 dedos bien abiertos. El mejor idioma, el de los gestos. No miente. Como por la costa no veo ninguna señal de apertura de nada, me meto hacia el interior. Persigo a un chico y le alcanzo antes de que arranque el coche, pero me dice: “no soy de aquí” (ni soy de allá, no tengo edad, ni porvenir…). “Lo siento”. Voy hacia arriba y unas mujeres me dicen que el Gales suele abrir temprano porque van trabajadores. También me indican cómo llegar hasta él. Cuando, de lejos, lo veo abierto, me doy cuenta de que estaba a veinte pasos de donde he hablado con el chico que no era de aquí. Como es temprano, no tienen todavía ni pan del día, ni bollería. ¡Qué pena! Pido un descafeinado con leche, un donut y una pasta de crema muy flojita y que tiene mucho sabor a conservante. Unos señores que miran la tele me dicen dónde están los servicios y bajo con la máquina de afeitar; me afeito, me doy un lavado de gato y cago consistente y copioso, CCC, para compensar el veneno de PPP de Alquerías de Santa Bárbara. Para echar los papeles sucios, hay un depósito justo debajo del aspirador de olores. Me pongo a escribir y para las nueve ya he terminado. Pido agua, me dan del grifo y salgo hacia el paseo marítimo.

La Guardia Civil debiera dar ejemplo
El paseo se corta bruscamente contra una tapia que protege el Cuartel de la Guardia Civil. Los primeros que debieran dar ejemplo de cumplimiento de la Ley de Costas.

Más adelante me llega un fuerte y saludable olor a pino y me encuentro con tres toledanas a las que invito a que den la vuelta y me acompañen hasta Peñíscola. La hija de una de ellas ya hizo el recorrido y me dice: “volvió encantada”, pero ninguna de estas tres está por la labor. Continúo el camino y observo dos tipos de señalización; una roja y blanca y la otra amarilla y blanca. Voy cogiendo y perdiendo una y otra. Antes de llegar a un faro, una chica me dice que la playa Mundina es la que está a continuación, así que ya he pasado tres playas nudistas sin enterarme: Tres Playas (que pertenece a Alcalá de Xibert, que está más al interior, al otro lado de la carretera, la autopista y el ferrocarril), Les Fonts y Cala Blanca (que están entre Alcossebre y Las Fuentes). Unos alemanes se quedan en una playa de piedras; es incómoda y yo sigo adelante. Han hecho el esfuerzo de decir algo en castellano, ¡bravo! Llego a playa del Serradal, en la que pone nudismo, pero de una forma que tiene todo el aspecto de ser extraoficial y, aunque no está en mi lista, me doy un baño. Unos franceses se han quedado atrás y, cuando me ven desnudo, reculan. “¿Será Ribamar la que tiene arena de conchas trituradas?”, me pregunto. Ha sido en esta en la que me he bañado más a gusto, ya que pegaba menos fuerte la ola que en playa Serradal, que combinaba piedras y arena. Veo una lagartija de cola larga, similar a la que vi hace unos días. En la primera foto que saco con la costa que viene a continuación, ya se puede observar, muy a lo lejos, que asoma el peñón de Peñíscola.

Parque Natural de la Sierra de Irta
Es muy probable que ya lleve un rato caminando por la parte costera de este parque natural. Llego a una playa en la que hay una pareja en tumbonas; él se tapa lo suyo con el periódico y a ella sólo se le ve blanquete el culete. Paso, por detrás, hacia el acantilado y ellos ni se enteran.

Voy combinando camino con rocas, ya que el camino está detrás de algunas plantas altas y, al quitarme la brisa marina, el calor del camino es insoportable; así, una y otra vez, salgo a rocas para recibir el aire refrescante del mar. Observo en las rocas muchas plantas de hinojo marino y creo recordar que en el chino de Calp me hablaron de hinojo amarillo; ahora reflexiono y pienso que lo que me dijeron, o yo entendí, “amarillo”, podía ser “marino”. Ahora veo y reconozco las hojitas carnosas. En otra playa me doy cuenta de que la arena no es tal, sino conchas diminutas, redondeadas y alargadas, como de chirlas en miniatura; ¿pasaría lo mismo en la que he creído de conchas trituradas? Intento foto con mar al fondo, pero dudo mucho que se pueda apreciar lo que digo; probablemente se verá como una arena gruesa más.

Acercamiento paulatino a Peñíscola
O este título, o el de Irta, encajarían bien con este magnífico recorrido que estoy haciendo. Llego a Pebret, que tampoco figura entre las playas nudistas, pero donde encuentro a dos nudistas aislados, en la parte más Sur de la playa. Están leyendo y solos.

Después veré a otro en el lado Norte y a una pareja; la parte central de la playa, aunque hay poca gente, se ve que es familiar y textil. Voy hasta el final de la playa, me desnudo y me doy un baño y, para cuando estoy saliendo del agua, el que estaba desnudo ya se ha puesto el pantalón y se va. Lo mismo hará el matrimonio poco después.

Tras estar un rato solo y desnudo, veo cómo un chico que se baña con bañador y juega con su hija, cuando se va a marchar, se queda en bolas con naturalidad, se viste y se va con la niña. Ya seco, me visto y también me voy. 


De nuevo en el camino, un gilipollas que no respeta la señal de máxima velocidad de 30 km/h, me pasa a toda leche. Le hago gestos para que aminore, pero será en vano. ¡Joputa! Lástima que no le he cogido la matrícula. Otro coche más grande, pasa un poco después, y es más prudente. Ya en carretera, paso junto a una casa de tres plantas y cerca de ella hay otra de granito en construcción; el operario, que está comiendo su bocadillo, considera que hacerse una casa de granito es un exceso, ya que sabe que el granito es caro, y no estamos en Galicia, donde lo tienen más a mano y no por ello es más barato. Sólo puede tener ese capricho una persona acaudalada, alguien que tiene mucho dinero. Sigo adelante y ya sé que en todo este entorno de la Sierra de Irta, no podré encontrar ningún restaurante para comer y, aunque el tómbolo y la península de Peñíscola ya se ven cada vez más cerca, todavía me queda mucho camino por recorrer para llegar.

Llego al Torreón de Badún y lo fotografío. La cala Arsilaga o Cubanita ni me he enterado cual podía ser aunque, probablemente, era otra de cantos rodados que no me ha hecho sentir ningún interés; y ya entrando en terreno de Peñíscola, me ocurre lo mismo con El Russo y Cala El Volante, que ni las veo.

Al llegar a la playa L’Aljub, veo de lejos a una chica desnuda en el agua, pero ya va siendo hora de comer y decido olvidarme de baños, pues ya me he ido dando alguno en la parte marítima de la Sierra de Irta y, ahora, lo primero es lo primero.

Con L’Aljub se acaban las playas nudistas de mi lista en Castelló. Pero no será cierto pues, en Vinaròs, aún quedará alguna más, aunque en una costa agreste y sin verdaderas playas.

De todas las playas por las que he pasado esta mañana, nudistas y no nudistas, me quedo con El Pebret, ya que, aunque no está en la lista, se practica nudismo y la playa es muy buena. También me ha gustado la última, la de L’Aljub, pero sólo vista desde arriba del acantilado, ya que, después de comer, no volveré a darme un baño. 

Ulises
Encuentro un sitio de menú de 10 € pero no se puede pagar con Visa y me voy. “Ayer se nos estropeó”, me dicen. “Lo siento” y me voy a otro. Será en el Ulises donde coma. Tienen un camarero curioso. Como alubia blanca con jamón, pescaditos fritos (lenguaditos) con ensalada y arroz con leche.

El camarero se empeña en darme el nombre de los lenguados en valenciá. Me obsequia con unas cerezas. No le va el futbol y no es muy forofo, pero si del tenis y si mañana España gana la copa Federación, va a salir gritando por las calles con la bandera patria. “Un contrasentido”, le digo, “para un no aficionado” y le añado que tan nefasto es un nacionalismo valenciano o vasco, como un nacionalismo español y que yo prefiero considerarme ciudadano del mundo, aunque valore lo nuestro, lo peninsular, prueba de lo cual es el viaje que estoy haciendo. Casi bebo la mitad de la botella de vino. Tres hombres comen a mi lado y con uno bromearé sobre el exceso de vino que he bebido y que él no se ha metido menos al coleto. Vila Real B y Real Unión, han subido a segunda. También aquí pago 10 € y salgo con intención de buscar el albergue Sant Crist de Mar en Benicarló; pero antes de llegar allí, tendrán que pasar unas cuantas cosas en Peñíscola. El camarero me desea buen viaje.

Península de Peñíscola
Como ya he decidido no regresar a L’Aljub, salgo por playa Sur y, por el tómbolo, me dirijo hacia la península, donde en lo alto está el castillo del Papa Luna, como recuerdo del cisma en que estaba sumida la iglesia católica, con tres papas, el de Roma, el de Aviñón y éste nuestro. Sé que alguno de ellos era un Juan XXIII impostor y al que Ángel José Roncali, el papa bueno, pondría en su lugar. Voy entre calles y empiezo a ascender por escaleras que, parece, me van a llevar intramuros. Pero yo no quiero saber nada de este papa ni de los otros. Llamo a Sara y me sale el contestador automático, así que lo intento con Vera. Me dice que los bautizados se portaron muy bien y Gari también; que echó la siesta pero, como no le ataron, se calló de la trona. Me dice que Jokin y su primo no se pudieron librar del faldón ceremonial y que la comida fue “una pasada”, ni en las mejores bodas habían comido tan bien. Esta vez, al ser tantos, lo celebraron en una sociedad del Antiguo (0,80 €). Ya hablaré con Sara mañana. Cuando llego arriba de las escaleras, lo hago a un lugar en que están colocando tenderetes estables para la exposición de objetos de artesanía y no artesanía (como gafas de sol, por poner un ejemplo). Bajo por un pequeño espacio a vera mar y me tienta un bañito en bolas en rocas amables y sin gente, pero dudo y prefiero no jugármela. Un corredor baja entrenando poniendo mucha atención en dónde pisa, pero sin hacer demasiado caso a la gente que pueda avasallar. Lleva cascos y gafas oscuras y menos mal que voy atento, si no, me lleva por delante. Con los cascos y las gafas oscuras, va sordo y ciego. 

Marroquíes en el acantilado
Que no es lo mismo que decir: "hay moros en la costa". Asciendo escaleras muy deterioradas y me encuentro con tres chavalillos marroquíes que hacen que se lanzan al agua, como si fuera el lugar mítico de Acapulco. Les digo que no les quiero ver morir y uno me dice que se suele tirar, pero de pie. Es el mayor y está en 4º de ESO. Me preguntan por lo que conozco de Marruecos y me van saliendo todos los nombres y hasta me viene el de Ouarzazate, que suele ser uno de los que más se me suele resistir al recuerdo. Ellos son de Tetuán ("A la entrada de Tetuán, una mora me prendió y por cadena me echó, las cuentas de su collar") y les digo que lo más cerca que estuve de allí, fue Ashilá y Tánger (Tancha, dice mi “sobrino” Abdehrrafiq. Será ya en 2010). Les digo que no pude conocer Esauira. Les saco foto para el reportaje y los otros dos me dicen que están en 2º de ESO, pero cuando reviso la foto, el tercero se ha esfumado. El mayor me dice que sus padres tienen trabajo y que el año pasado bajó a Marruecos.

Me despido de ellos y, olvidándome del papa Luna, voy descendiendo hacia la playa del Norte. Antes de iniciar el descenso, saco foto desde allí hacia el paseo marítimo que me conducirá hacia Benicarló, donde me espera Azaña, el que fue presidente de la República española; un aperitivo para presentarme a Antonio Machado. Desde este sitio se ve una torre alta ya en Benicarló.

Peñíscola. Turismo: quejas y sugerencias
Enseguida me encuentro con la oficina de Turismo. Me atiende una chica muy maja y me anima a que haga una queja/sugerencia sobre lo que creo que está mal en el Parque Natural de la Sierra de Irta. Son cuatro los puntos que toco: 1) la alta vegetación que quita la brisa del mar al camino 2) la hipocresía del no asfaltado y dar permiso para vehículos 3) el descontrol de los desalmados conductores que sobrepasan los 30 km/h y 4) la falta de arcén en el tramo obligado por carretera. ¿Habrán buscado los técnicos una solución a los problemas que planteo?

Peñíscola. Paseo marítimo
Inicio el paseo marítimo y llego a un lugar en el que hay unos pequeños hinchables para que jueguen los niños. El paseo contrasta con las murallas; es ancho y hay jardincillos y algunas construcciones con azulejos cerámicos que imitan serpientes, velas que sopla el viento y demás motivos marineros.

Algunas imágenes me recuerdan a Gaudí en el parque Güell o en la Casa Batlló, aunque aquí son un pegote poco integrado en el conjunto del paisaje. Importa poco porque el lugar es espacioso y bello sólo con mirar al mar.



Una playa que ha empezado en el tómbolo, donde hay mar a dos vertientes, y continúa avanzando hacia Benicarló. De tan repetido, va resultando monótono: paseo y arena, paseo y arena.

Voramar. Un dibujo de la Peñíscola peninsular
Me siento en Voramar para hacer uno de mis mejores dibujos, después del de Salobreña del año pasado. Primero me siento a escribir el diario y saboreo un gin-tonic 5,10 €. Van a dar las siete cuando empiezo a dibujar.



La terraza del Voramar es amplia y me he colocado en primera línea de paseo. El sitio es magnífico y no tengo nada por delante que me quite la visión del Peñón fortificado. Empiezo a dibujar la zona izquierda y seguiré hacia la derecha hasta donde me quepa. Seguro que todavía estarán por las rocas altas los chavales marroquíes. Voy avanzando hacia las zonas de más vegetación y, de repente, aparece un venezolano que se pone delante en el paseo y que monta un espectáculo entre mimo y acción, que atrae y espanta a la vez y que, en un determinado momento, la gente arremolinada acabará ocultándome toda la visión del objeto de mi dibujo. Es tan impactante el monstruo de tres cabezas que se ha inventado el venezolano, que atrae a padres y a niños. Echarle una moneda puede ser la diversión de los padres, pero también el terror de los niños, en especial de los más pequeños. Los de mediana edad se divierten sobremanera. Ha plantado un cubo que casi parece más un paragüero, acorde con su descomunal tamaño. Su táctica, tras la recepción de la moneda, es perseguir a grandes zancadas al niño que se la ha echado. El niño huye despavorido. Con lo poco que me gustan a mi estos mimos o figuras estáticas, a veces porque pienso que hay alguien detrás que los está explotando, y porque creo que no es nada bueno para su salud corporal estar tantas horas quieto en un mismo lugar, éste me gusta por su dinamismo.

Teniendo en cuenta que a mí me está fastidiando porque no me deja continuar mi dibujo, que es complejo por las casas, ventanas y murallas, al final, este venezolano me resultará entrañable por la dinámica que ofrece y la espectacularidad del personaje, animal de tres cabezas, que representa. En un alto de su espectáculo, en que para a descansar y respirar fuera de su máscara, pues el traje le hace sudar, me acerco y le enseño mi dibujo inacabado. Le digo: “me has arruinado mi programa. Hay momentos en que no veo absolutamente nada del paisaje que estoy dibujando” Y él me responde: “Tengo pedido permiso, el Ayuntamiento me ha asignado exactamente este lugar y no me puedo trasladar a otro sitio”. Aprovecho su parada para avanzar en el dibujo. Se vuelve a subir a los zancos, a poner las tres cabezas. La gente se arremolina en torno. No veo nada, pero lo que me falta ya me lo invento. Terminado el dibujo, abandono la terraza y me voy hacia el Norte.

Por paseo marítimo hacia Benicarló
Dudo si seguir por una pasarela de madera que va por la parte más seca de la playa, pero prefiero seguir por el paseo marítimo. Pasa una niña cantando: “Gona gorria ekarri” (lleva falda roja) y le respondo “gona gorri gorria”, pero no parece inmutarse y retrocede donde su abuelo que, como me parece algo insulso, sigo adelante. Más adelante va un señor que no sé de que pie cojea. Se trata de Pedro, conductor de autobús, que lleva una semana en Peñíscola alejado de su familia, “como tantas otras veces”, me dice, porque tiene a su cargo una excursión. Está en el mismo hotel que los excursionistas y aprovecha los tiempos libres para caminar. Se tiene que volver para llegar a tiempo a cenar. Aprovecho para hablar del tacómetro. Me dice: “si conduzco más tiempo del que prescribe la norma, el tacómetro lo registra y una revisión policial posterior me puede llevar a que me castigen”, normalmente no repercute ni en su bolsillo ni en los puntos, porque es muchas veces la propia compañía la que le obliga a transgredir la norma. La multa la paga el empresario. Al principio le he sacado las palabras con sacacorchos, pero después se habría quedando más tiempo charlando conmigo. Teniendo en cuenta su cojera, me parecía un poco cruel hablarle de mi viaje, poniéndole un caramelito en la boca a una persona que nunca podría hacer lo que yo estoy haciendo, pero se ve que le estaba encantando. Se despide, de forma entrañable, de mí. ¡Y luego dicen que no hay un cojo bueno! Una mujer pasa hablando con el móvil en euskera. Le digo “agur”, pero ella sigue a lo suyo. Ni se entera. Hablo un poco con su marido. Son de Oiartzun y conoce a mi compañero de trabajo José Mari Gezala “¿un delgadito?”, bromea y asiento, aunque le digo: “tiene una fuerte constitución ósea”. Veo a un grupo que se dirige al hotel en que están hospedados. Me dirijo a madre e hijo y la clave para hablar con ellos es el nombre de Josu que lleva él en su camiseta. Es del Alavés, que junto al Eibar, están en 2ª B. Son de Vitoria y la madre disfruta con el cuento que le estoy contando, mientras Josu disfruta con su bicicleta haciendo sus pinitos por las pasarelas que enlazan con la larguísima playa que va a Benicarló. Al llegar a la altura del hotel nos despedimos y yo sigo adelante. Sentados en el pretil hay varias personas y una mujer enseña su cicatriz en la rodilla izquierda. Para enseñármela mejor se arremanga un poco más su pantalón blanco, hasta media pierna, y le digo que resulta muy sexi. Ríe. Es de agradecer que el pavimento del paseo vaya perdiendo uniformidad; en este momento es de traviesas de madera. Pedro le saca pegas y me dice que, en verano, suelta una resina pegajosa que se adhiere a los zapatos y dificulta el caminar. Me despide diciendo “Agur” y me vuelvo, aunque se que hay gente valenciana que despide así, como portugueses que dicen “chao”. Al final consigo que me diga que es de Basauri. Le cuento a grandes rasgos mi viaje. “¿Y con esas sandalias?”, me dice. “Pues, sí”, le respondo. La última con la que hablo en el paseo es Teresa, que está de vacaciones en Alcalá. Lo peor de este paseo es que, según nos vamos acercando a Benicarló, la arena de la playa se va acumulando, haciendo montaña, y hace tiempo que he dejado de ver el mar. No viéndose el mar, me cuestiono que se le llame paseo marítimo.

Buscando el Albergue Juvenil. Hostal Belmonte
Un poco antes de llegar a la torre, que era la referencia que me habían dado los chavales marroquíes para indicarme dónde estaba Benicarló, pregunto a una pareja de gente mayor que está sentada en un banco y me dicen que pase el río L’Alcalá y que siga hacia el Pinxo d’Or y que por allí pregunte. Otra referencia que me dan es Mercadona. Tres chavalillos en bici, uno de ellos muy interesado en lo que le cuento, me dan los últimos detalles para llegar a la calle Jecla. Cuando llego al Albergue Juvenil, el guarda me remite a la encargada y ésta me dice que el albergue está completo “¿y un huequecito?”, le pregunto. "Me crearías problemas", responde. Me da nombre da varios hostales y me los señala en el mapa. Agradecido me voy en busca. Aunque no está entre los recomendados, paso por Las Palomas y, a través del telefonillo, me dicen que hace años que ya no funciona como pensión. Sigo hasta Belmonte, que está a la vuelta de la manzana y, por el telefonillo, un hombre me dice que tiene habitación. Me abre y subo al primer piso. La más barata que me ofrece José es de 15 €, con baño fuera de la habitación. De acuerdo. Pago con Visa, dejo las mochilas y, sin ducharme, me voy a cenar. Son más de las diez de la noche. Belmonte me recomienda el Duke y es allí donde ceno. Hay dos chicas en la barra: una me parece marroquí y la otra de los países del Este. Ceno ensalada, mejillones al vapor y tres filetes de lomo con pimiento verde y patatas; de postre, cerezas. Todo por 9 €.  En la barra un grupo de mayores hablan de su poca pensión y de las jubilaciones de otros. En la tele cantan: “Vete a dormir que tus padres quieren vivir”, la música del Hormiguero. Al salir, paso a agradecer al albergue la información que me han dado y lo que me cuesta el Belmonte. En el albergue me habría costado 10,60 €, pero con baño en la habitación. Tampoco voy a ponerme exigente. Me conformo con lo que tengo. También me dicen: “con aire acondicionado” y eso si que no me importa y prefiero sin aire y sin tener que pelearme con quien tuviera que compartir la habitación. "El buey solo bien se lame". Albergue, Duke y Belmonte están en tres manzanas consecutivas. Llego al hostal y no hay nadie en la garita. Sin ducharme por estar cansado, me meto en la cama, desnudo y con la sabanita por encima. Mañana será otro día. Al apagar la luz, me parece que hay un mosquito en la habitación, pero ha sido falsa alarma. No me he duchado, pero sí lavado los pies y dado masaje de Aloe-Vera. También he dejado cargando el móvil. Tras comer las alubias blancas de mediodía, no he notado ninguna sensación especial; ¡vamos!, que no me he echado ningún pedo.

Balance del día
La jornada no ha sido brillante en cuanto a baños; el mejor el de Pebret, desnudo sin ser la playa nudista. A pesar de mis quejas, bonito paseo por la parte marina de la Sierra de Irta. También el paulatino acercamiento al tómbolo de Peñíscola. El accidentado dibujo que ha conllevado cabreo y diversión con el espectáculo montado por el mimo venezolano. Variopintos encuentros en el paseo marítimo. Se ve que en Peñíscola veranea mucho vasco. Bonita charla con los marroquíes de Tetuán. Con albergue completo, elegir Belmonte ha sido otro acierto.

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