martes, 14 de mayo de 2013

Etapa 32 (210) Faro Punta del Fangar-Cala de l'Áliga

Etapa 32 (210) 29 de junio de 2009, lunes. San Pedro.
Faro Punta del Fangar-Platja de la Marquesa-Port del Fangar-Les Olles-l’Ampolla-Cap Roig-Cala de l’Áliga.

Despertar en las dunas.
Faro de la Punta del Fangar
He dormido muy bien y para las seis ya estoy despierto.

Una hermosa luna pasea antes del amanecer (leyendo el final del día veo que tenemos media luna, así que ésta, que yo creía luna, es el sol al amanecer). Para las 6:30 h ya estoy levantado y recogiendo esterilla y saco; me doy el primer baño de la mañana, mientras un barco, en el que solamente veo una persona, echa sus redes muy cerca de la orilla. Luego las recoge adentrándose algo más en el mar. Doy unos pasos tribales que me ayudan a coger ritmo y a secarme. Para las siete ya estoy en marcha.

Dibujando Vascos
Voy desnudo, con las mochilas, hasta que me sitúo en el último tramo de playa en que ya se ve una perspectiva trasera del restaurante, donde se aprecia la salida de la escollera al mar.

Trataré de que me quede bonito y que refleje la razón de su peligro de extinción. Seguramente que no es el lado que más le habría gustado a Cinta, pero a mí no me parece mal. Además, desde aquí, puedo estar desnudo y dibujando sin temor de que a nadie le moleste; es zona nudista de la playa de la Marquesa. Por el camino polvoriento que, en la zona donde estoy, se adentra tras la duna, pasan seis o siete coches camino del faro, aunque es probable que vayan hacia la Punta del Diamante. Primero a dos, pero ahora sólo a uno, veo en la escollera a pescadores. Cuando los necesito, para preguntar, han desaparecido.

Un caminante intrépido
Veo a un hombre que viene andando hacia la playa; va por el camino bordeante de Vascos y, cuando creo que va a enfilar hacia donde yo estoy dibujando, veo que se va por el camino por el que siguen pasando los coches. “Una oportunidad de hablar con un ser humano que se me esfuma”, pienso, pero reacciono rápido, subo a la duna y hago coincidir mi ascenso con su llegada y le pregunto si es de la zona. Me responde que sí, aunque su respuesta es menos real, aunque acorde con su percepción, su sentirse, ciudadano del mundo. Me dice: “vengo andando desde Alicante” y yo me hago el chulito y le respondo: “yo desde Murcia”, aunque, como veréis, poco tengo que chulear si comparamos con la forma peculiar de su caminar. Es un viajero mucho más intrépido que yo; también su equipaje es mucho más frugal que el mío: Un simple atillo naranja. Me dice que va hacia la costa de Tarragona y yo le respondo que por ahí va mal “te vas a encontrar con el fangar y las mejilloneras, y vas a tener que retroceder”. Me dice: “acabo de cruzar el Ebro a nado y puedo cruzar el mar”. Cada uno sabe sus capacidades, y yo sería incapaz aunque, con su equipaje, es más fácil hacerlo que con el mío. Lo naranja que lleva, ¿será una bolsa impermeable? Le invito a ir conmigo, pues sé por dónde debo coger el camino más apropiado pero, al decirle que primero hay que ir un pequeño tramo por carretera, antes de coger el camino, me rechaza la invitación. Se ve que no quiere saber nada de la carretera y sigue camino adelante, hacia l’Ampolla. A la velocidad que va y casi con la certeza de que cruzará el mar, es muy improbable que me lo vuelva a encontrar. He olvidado preguntar su nombre. Sólo sé que venía de Alicante. 

En marcha hacia el Port del Fangar
Se ha ido el alicantino, he terminado el dibujo, me doy el último baño del Delta del Ebro en su mar exterior, me seco al aire, me visto y me voy hacia Vascos. Un hombre con prismáticos, localiza lugar para ir a pescar. Le digo que ya he visto a dos pescadores en la escollera y él me dice que no hay ninguno. Se habrán marchado en el ínterin. Saco la foto de despedida del restaurant, a esta hora sin coches delante y, a las 8:30 h, enfilo la carretera. Paro a un ciclista para que le diga a Cinta que ya he cumplido mi compromiso tácito de dibujar Vascos, pero cuando le voy a pedir el favor, arranca y se va. “¡Mierda, mierda!” grito al aire, en vano; paso Restaurante Figueres y el camino de la casa con porche a la izquierda,  hasta llegar al lugar donde ayer me dijo Salvador que tenía que coger la desviación, que es el siguiente. Paro a un coche y el conductor me dice que no tiene trato con Cinta, pero se compromete a decíselo en persona o por teléfono. “Muy agradecido”, le respondo. Estoy casi sin agua, cuando a Carmelo se le sale la cadena de la bici  y voy por detrás de una casita para ver si encuentro grifo, pero es en vano y no hay nadie que me pueda dar agua. Carmelo me dice que para ir a l’Ampolla voy más recto por carretera, pero le digo que prefiero andar por caminos. Son las nueve de la mañana; buena hora para desayunar si hubiera lugar para hacerlo.

Ahora voy por camino entre arrozales, un paisaje del que me queda ya poco tiempo para disfrutar. Pero por el camino también circulan coches; en el primero que me pasa va conduciendo Paco; es arrocero y creo que también le digo lo del dibujo de Cinta. Otro arrocero fumiga el borde de su arrozal, para matar las malas hierbas, y utiliza un producto a base de potasa, con aspersor manual. Da la sensación de que el camino no tiene pérdida, que me lleva derecho al Port del Fangar. Y así ocurre. El camino está plagado de libélulas.

Port del Fangar
Al principio es un poco fangoso, pero en seguida va tomando firmeza y va junto a este mar interior. Pronto encuentro una barquita amarrada que cumplirá función de transporte para pequeños desplazamientos. Se ven a lo lejos las mejilloneras y, muy cerca de la orilla, van apareciendo unos ganchos con redes trampa para capturar anguilas (enguias), un manjar muy apreciado tanto aquí como en la zona de Aveiro en Portugal, pero que a mi me sigue haciendo muy poca gracia.







Probablemente, si no hubiera otra cosa para comer, me las comería y quizás, hasta con cierto gusto, pero habiendo otra alternativa, es muy improbable que las pida nunca.




Paso el puerto en que ayer embarqué en la plataforma a motor con Mauricio y Paco. Hoy hay otras gentes faenando, pero no paro y paso de largo. Creo que la plataforma estaba varada en el puerto. Más adelante noto un olor fortísimo en el camino al borde del mar y observo que en la cuneta, junto al agua, están puestas a secar muchísimas redes en un tramo bastante largo.

Estoy deseando que terminen las redes para dejar de olerlo, pero, poco a poco, me voy acostumbrando a él. Resulta un olor intenso a mar. Veo martines pescadores, garzas reales grises y una garza imperial rosácea volando, de la que me ha advertido un biólogo catalán que vive en USA y que acaba de verla.


Le pido agua y me da una botella. No voy muy despierto, y se me olvida pedirle el nombre, ¡qué fallo! Y tras beber un trago de su agua que me resucita, me dice que va a ir a Donostia para dar una conferencia en setiembre en la Sociedad Fotográfica (Un día paso por allí a preguntar y no saben decirme nada. Mi esperanza era enterarme así de su nombre). Agradezco el agua y me voy.

Ampolla Mar. Un bañito en la arena de l’Arenal
Llego a la Bassa de les Olles, ya en Parque Natural, y que creo que ya no pertenece a Deltebre, sino a l’Ampolla. Tiene pequeños observatorios para avistar aves en su mar interior. Cuando se termina esta zona, veo que, si paso un brazo de río, ya estoy en la playa, pero no veo por dónde hacerlo. Grito a una mujer que está sentada prácticamente en la arena, pues cubre muy poco, y a un señor mayor que está de pie. Cuando me hacen caso, les pregunto por dónde puedo pasar a su playa, pero es la primera vez que han venido y no saben decirme nada más. Intento pasar sin quitarme ropa pero, con el peso de las mochilas, y que la arena se va hundiendo y volviendo fango, voy notando que me inclino hacia el interior de la ría, por lo que retrocedo, en evitación de caer al agua con mochilas. Les digo que me voy a quedar en bolas; la señora dice que no le importa y él no dice nada. Cuando paso desnudo y dejo las mochilas en zona seca, me meto al agua, pero es el clásico lugar en que, por mucho que te adentres en el mar, nunca acaba de cubrirte y acabo por tirarme al agua aún rozando el cuerpo con la arena del fondo. El señor dice que soy un sinvergüenza, "¡delante de mujeres!", se queja. Ella le hace callar y me dice que no le haga caso. Me estoy secando al aire, cuando pasan un francés con dos francesas. Me visto y, al pasarles les digo que estoy dando la vuelta peninsular, de Francia atlántica a Francia mediterránea, de Saint Palais a Collioure.

En la playa, que es larga, se baña poca gente y no me agrada porque es como las estribaciones de ese mar interior que es el Port del Fangar, y porque no cubre nada. Pareciera que he retrocedido al Mar Menor. Para darme otro baño, esperaré a llegar a mar más abierto. Subo a camino y encuentro una escultura que representa a un hombre altísimo que lee; menos mal que está tumbado, si no, costaría verle la cara.

Bar Restaurante La Barraca
Llego a muro final de playa y salgo para limpiarme los pies en un grifo, me calzo y, nada más empezar el paseo, veo el Bar Restaurante La Barraca. Me quedo aquí a comer en honor de Salvador, por el nombre, y para festejar el día de San Pedro. Ya que no voy de romería a las campas de San Pedro, en Altsasu, lo celebraré aquí. Es demasiado tarde para desayunar (esmorzar) y muy pronto para comer, así que pido una ensalada muy completa que me entra a las mil maravillas, con una copa de vino blanco de la casa y, mientras escribo, ¡tengo tanto para escribir!, pido una tónica. Veo las farolas y son idénticas a las de La Mata, donde hice mi segundo dibujo, y se lo enseño a la camarera. Las de La Mata eran de tres brazos y éstas de dos y de uno. Un señor que está a whiskys con sus dos compañeros, se interesa por mis dibujos y dice que es tasador de arte. A pesar de la emoción que pone cuando los ve, no me hace ninguna oferta económica, lo que me hace pensar que su tasación no es muy elevada. Tampoco se los habría vendido, ya que mis dibujos también forman parte importante en mi viaje. Sigo escribiendo y pido la carta para comer hacia las 13:30 h. Pido lubina y costillitas (que serán tres) de cordero con patatas. La lubina, aunque no sea salvaje, está buenísima. En la mesa de al lado, comen dos parejas francesas de las que saben pedir, no de las que vienen a España a ahorrar, y disfrutan de nuestra gastronomía. Pero la buena comida hay que pagarla. Han pedido un arroz de bogavante, pero empiezan por mejillones y espárragos cojonudos. ¡Estos franceses saben vivir! No se parecen en nada a ingleses y alemanes que no salen de sus urbanizaciones. Este comentario está lleno de prejuicio y no creo que sea el momento oportuno de hacerlo, después de haber visto esta mañana al caminante nadador que ha cruzado el Ebro y, quizás el port del Fangar. ¡Ése sí que era un caminante! A petición, con su cámara, les saco una foto a los cuatro. Pago con Visa 43,15 € la comida más cara (encarecida por la sangría) y más completa de las hechas hasta ahora. Quizás si hubiera pagado la de ayer, no andaría lejos en precio. En realidad, como no cenaré, esta comida ha supuesto: esmorzar, dinar y sopar. Dos chicas esperan en las rocas del pretil a que les llamen para comer. Son belgas. Pensaba que era mi mesa la que estaban esperando, pero les ponen en el rincón más alejado del mar. La mía la estaban limpiando para añadir a otras dos que ya estaban preparadas y reservadas. Me despido de camareras, de belgas y de franceses y salgo a paseo marítimo.

L’Ampolla
Ampolla Mar que, en realidad, es una urbanización, finaliza con el paseo marítimo que pasa de baldosa a ser de tierra con barandilla de madera y, para soslayar un entrante de mar, asciende por camino también de madera. Pregunto a una mujer si es un ramal del Ebro y me dicen que no, que el Ebro ya se acabó. Parecía que llevaba prisa y que yo le estaba entreteniendo, pero no, está muy a gusto conmigo, charlando y contándole mi “aventura”, como ella dice. Me hace preguntarme “¿es realmente una aventura?” Yo creo que es mejor que una aventura, pues me parece ya una forma de vivir intensamente un verano. Mi estancia en el Delta ha sido tan magnífica. (Me emociono al escribirlo, recordando cómo empezó todo: buscando una iglesia para llegar a una plaza y tomar algo antes de la cena. La iglesia me llevó a la plaza, la plaza a Nicanor, Nicanor a Salvador, Salvador a Carles y a Mauricio y a Paco, a Cambrils y a las mejilloneras. ¡Y yo que temía tanto al Delta y que no quería ir a Deltebre! También recuerdo que la llamada a Sara me llevó a Ludivina y su jardín con nido de golondrinas y a Laura y su Llar. Imposible de olvidar todo. Lloro mirando la iglesia de Nicanor, perennemente inacabada). Con estos pensamientos, me despido de la mujer.

Jaime Manzana
Me encuentro a Jaime, que está dando un gran paseo, pero con muchas paradas. Tiene dificultades para andar, pero se obliga a ello, por necesidad y prescripción facultativa. Me da el nombre de su enfermedad, algo referente a las articulaciones y el riego sanguíneo de sus piernas; cuando le empiezan a doler, se para, descansa, y vuelve a reanudar la marcha. Tiene intención de llegar hasta las construcciones de madera que he visto en les Olles, para el avistamiento de aves. Ahora, echando la vista atrás, me parece increíble el recorrido que he hecho, al ver el Faro del Fangar tan lejos. Esta visión de faro, será algo que todavía se repetirá a lo largo de la tarde y mañana. Jaime me cuenta que no puede ausentarse mucho de donde vive con su madre pero, siempre que puede, se acerca a l’Ampolla. Como es hijo único, no hay nadie más para atenderla, pero como tiene más de noventa años, no se atreve a dejarla mucho tiempo sola. Su padre les abandonó en 1938; era republicano y tuvo que escapar. Peleó, hasta el último momento, en la Batalla del Ebro. “Las guerras no traen más que males”, me dice, y no le falta razón, y más en aquella guerra fratricida. En su huída llegó hasta México, donde una tía le propuso un trabajo, pero le exigía que se olvidara de sus ideales. Él no estaba dispuesto a renunciar a lo que era el alma de su vida, y acabó en Chile, donde rehizo su vida con otra mujer; lugar en que Jaime sabe que tiene dos hermanastros. Jamás su madre le ha hablado mal de su padre y Jaime no le guarda ningún rencor: “Creo que lo ocurrido fue consecuencia lógica de las circunstancias”, me dice. Me emociono y acaricio su cuello. Se ve que él ya tiene callo, pero me emociona el respeto de su madre y el suyo por el marido y padre ausente. Lo único que siente es pena por no haber hecho un intento de acercamiento entre la familia chilena y ellos dos que se quedaron aquí. En algún tiempo, Jaime estuvo tentado de dar el primer paso, pero no lo hizo. De repente, me dice que va a continuar el camino y nos despedimos. Nos deseamos suerte. Según nos vamos distanciando uno del otro, lloro por lo emotivo del relato de Jaime, al que se une la experiencia del Delta del Ebro. Experiencia que no tiene precio, no hay dinero que la pueda pagar. Y me pregunto, “¿alguna vez tendré oportunidad de corresponder?” Espero que en esta emoción, no tenga nada que ver la sangría que me he bebido durante la comida. ¿Habrá desatado más mis frenos en este viaje sin frenos y a tumba abierta? ¡Qué viaje incomparable!

Caminando por Cap-Roig hacia la Cala de l’Áliga
En el paseo marítimo de l'Ampolla, a la sombra de un palmeral de tres palmeras, come y descansa una familia. Sin pedirles permiso les saco una foto en la que apenas se distinguen sus caras, pero sus cuerpos en sombra contrastan con la luminosidad del paseo del fondo.








Luego me voy acercando al puerto deportivo y también lo fotografío para recuerdo y que me sirva para ordenar el itinerario.

Paseo por playas y calas, ya por caminos bordeantes de acantilados que, a veces, son paseos marítimos embaldosados y otras carreteras desde las que ya no se deja ver el mar. Al pasar rodeando el hotel del Cap-Roig, suena una música árabe como si algún grupo estuviera aprendiendo a bailar la danza del vientre. Intento hacer movimientos insinuantes, pero mis dos mochilas no me permiten cimbrear bien mi cintura. Nadie se inmuta, ni se ríe, ni nada. En la zona de piscina, dentro del entorno del hotel, un rubiales se embadurna de crema protectora, ¿o será un reforzante bronceador?

GR-92 o Camí de Ronda
Poco a poco van apareciendo señales blancas y rojas, buena señal de que ya estoy en el GR-92. Me llevará a un tranquilo dormitorio y, mañana, a l’Ametlla de Mar. Los acantilados sobre los que marcha el camino son muy bonitos.



En una de las cimas, me encuentro con una pareja que viene del más allá, bueno, de más atrás. Son una catalana y un francés que viven en Alemania. Me desean suerte para llegar a Collioure. Sigo las señales rojiblancas.











Cerca de otro hotel, encuentro a otro matrimonio y siento la necesidad de pararme para echar otra mirada hacia el Faro del Fangar y comento con ellos el espacio recorrido hoy. Todavía seguiré viendo el faro mañana, lo mismo que desde allí, se veía l’Ametlla de Mar.








Pasa un extranjero con una bolsita mínima, como si llevara un par de latas de cerveza fresquitas y le digo: “te la cambio por las mochilas”. “No”, es su escueta respuesta. Paso la cala de Cap-Roig, que es una de las más largas y, a continuación, van apareciendo otras calas más pequeñas. Empiezan los ascensos y descensos del camino que, después de tanto andar, van cargando mis piernas y me van entrando las ganas de aterrizar en algún lugar.








En un tramo de carretera he visto anuncio de 9 ½ kilómetros a l’Ametlla de Mar, pero veo a lo lejos una playita mínima con roca unida y, en el pequeño tómbolo a alguna persona. Me parece que puede ser un buen sitio para pernoctar. Hacia allí me dirijo. Ahora el camino es precioso, en bajada y entre pinos. Al fondo, se ve la punta de l'Áliga (nuestra águila).



Cala de l’Áliga. Joan y su primo Eugeni
Momento de titubeos. Cuando bajo a la arena, me doy cuenta de mi error, pues el espacio es tan mínimo que, si me quedo allí, quito toda intimidad a los dos jóvenes que allí están tumbados y hablando, así que decido continuar siguiendo el indicador, de nuevo, hacia arriba; Saludo a Joan y a Eugeni y comienzo el ascenso que deja la playa y va por el acantilado. Nada más que doy cuatro pasos hacia una pequeña cresta, veo que, al otro lado, el tómbolo forma una segunda playita en la que no hay nadie y, sin pensármelo dos veces, retrocedo para ocuparla y darme el baño. Paso por delante de los dos primos, me justifico y, ya al otro lado de donde están ellos, y fuera de su vista, descargo mis mochilas, me desnudo y me dispongo a darme un baño. Cuando estoy entrando en el mar, observo que el agua está bastante sucia, tanto en los fondos como en la superficie. Lo comento con la pareja y me meto en el agua de su lado que, al llegar, me había parecido más rocosa, pero que tiene una suave entrada de arena y, cuando ya me cubre entero, también veo combinación de fondos de arena y roca. Nado un poco y salgo, haciéndome a la idea de que el lado elegido, bajo roca con semitecho, va a ser un buen sitio para dormir. Lo peor que tiene es la posidonia seca acumulada, que me hace temer mosquitos al atardecer. ¡Claro que, con repelente, estoy más seguro! Ya me quedo hablando con ellos y aún me daré un par de baños más antes de que se vayan. Eugeni tiene un bastón a su lado, pues pasó poliomielitis, que afectó a sus dos piernas, y se tiene que ayudar con él para la deambulación. Me sorprende que haya llegado hasta aquí, ya que el camino, precioso para mí, creo que puede ser problemático para él. Ya le veré cuando regresen. Se han puesto aquí, porque odian el tumulto de las playas y este lugar les permite conversar con más tranquilidad. Parece ser que no les molesta que haya llegado yo, no sólo por el interés que ponen en conocer mi andadura que, a ratos, me parece un ejercicio de crueldad estar contando a Eugeni una vuelta a la península a pie imposible para sus condiciones físicas, sino también por la oportunidad que tienen de contar a un extraño sus últimas experiencias. Ellos no se bañan en todo el tiempo en que estemos juntos, salvo Eugeni a la hora de marchar, como ya contaré luego.

El programa de viajar a China
Eugeni acaba de volver de China, donde ha estado trabajando dos años. Aprovechando que estaba allí, Joan y otro amigo han preparado un viaje. Era una oportunidad única, poder acudir a tan vasto país teniendo allí a alguien que lo conoce y les podría orientar y acompañar gratis. Pero Eugeni se puso mal de salud y sufrió una depresión y todo el proyecto se vino abajo, ¡lo primero es lo primero!, se vino para atender su salud, pero el viaje que ya tenían programado Joan y su amigo no lo van a anular, aunque no tendrán cicerone. Ya verán cómo se arreglan. Joan trabaja en Tortosa y Eugeni aprovecha para pasar unos días con él y aleccionarle sobre China. Siempre les ha gustado esta calita, aunque tiene alguna dificultad para llegar. Hoy, con su primo, no, pero Joan hay veces que hace nudismo y no se siente incómodo conmigo que sigo desnudo. Eugeni no dice nada.

El regreso de Eugeni
Ya les ha llegado la hora de marchar y Tortosa está a unos treinta kilómetros. El coche lo tienen en el aparcamiento de la otra playa, más grande, que he visto al pasar. Joan se viste, prepara la bolsa, donde guarda las dos toallas y la ropa de Eugeni, mientras éste se mete en el mar con el bastón. Me despido de él y cuando me estoy despidiendo de Joan, me dice que su madre es la directora del Museu de la Anxova i de la Sal de l’Escala y que, cuando pase por allí, le cuente el encuentro que he tenido con su hijo y su sobrino. Pero este encuentro con la madre de Joan, no se producirá hasta el verano de 2010, por las circunstancias que ocurrirán dentro de veinte días en mi festejo particular de la insigne efemérides del 18 de julio. Cuando Eugeni ya tiene el agua por la cintura, lanza el bastón a la orilla; la empuñadura pega en una piedra, pero parece a prueba de golpes. Joan lo recoge.  Eugeni comienza a nadar hacia la playa, donde le esperará su primo, que ya avanza por el camino, con el bastón. Queda explicado el regreso de Eugeni, como había prometido. Ha sido un encuentro muy bonito y que tendrá su continuación el próximo año, en l’Escala, cuando visite el Museu de la Anxova i de la Sal.

Tarde-noche solo en la cala de l’Áliga
Mientras estaba hablando con los primos, a las rocas de enfrente, han llegado tres chicas y un chico, con un par de perros. Dos de las chicas y el chico se han desnudado, pero la tercera no. También ha llegado una pareja que se baña en la playa sucia en la que yo no me he querido bañar, como yo sigo hablando con Eugeni y Joan, no les veo hasta que se están vistiendo para marchar. Lo hacen hacia l’Ametlla de Mar. Los primos me han dado el agua que les ha sobrado.

Ya solo, con todo el tómbolo para mí, me doy el último baño de la tarde y asciendo a la gran roca que hace que la playa se oriente a dos vertientes (Cuando estoy escribiendo esto, al día siguiente, se me agota el primer bolígrafo de Kutxa; también a la entidad le quedan pocos años de vida ya que, en 2013, se convertirá en Kutxabank, acabando de perder la poca identidad que ya tenía). Desde arriba de la roca, veo cómo Eugeni continúa nadando hacia la playa de destino. He subido sin las sandalias y hay una zona de aristas que me dañan los pies; el resto de la roca es magnífica para andar y, al retroceder, desciendo por el otro lado para evitar la zona de piedras punzantes. En el último tramo, me lanzo de pie al agua en zona de fondo de arena, salpicándome el agua marina hasta la cintura. Hace un poco de frío y me invento un vestuario insólito. Por uno de los agujeros del pareo, meto la cabeza, de tal forma que me hago una especie de poncho en el que, por delante, la zona pectoral con los flecos, me llega hasta las tetillas y la trasera me cubre hasta las corvas, a la altura de las rodillas, como si fuera una capa acabada en los flecos del lado contrario. Si tuviera un gran espejo comprobaría la imagen tan impresentable que ofrezco; menos mal que no la ofrezco a nadie y yo estoy cómodo conmigo mismo. 

Con el pareo último modelo,
dibujo la punta de l’Áliga
Cuando me pongo a dibujar, una gaviota caga encima de mi pantalón. Lo limpio de inmediato para que el ácido corrosivo de sus heces no dañe el tejido. Durante su realización, el sol y las sombras producidas han ido evolucionando y, como siempre, me ha llevado a confusión en varios momentos. Bueno, no es mi mejor, ni tampoco mi peor dibujo.

Salvando pececillos
En otro momento, tengo que volver a abandonar el dibujo ya que, como la marea ya ha llegado a su punto álgido, en su descenso, algunos pececillos que empuja la ola, al retirarse ésta, los deja en dique seco, y se quedan saltando sobre la arena. Mi humanidad me convierte en salvador de esta especie inferior y me preocupo de devolverlos al mar.

Gran banquete para las gaviotas
Hay un recoveco, en la confluencia del final de la roca con el inicio de la arena del tómbolo, y en él se va quedando desprotegido otro grupo de pececillos. Las gaviotas, que están al acecho, enseguida se abalanzan sobre ellos y se dan el gran banquete. Sopar gratis y yo sin nada para sopar (nada más que un par de docenas de pipas de calabaza). Sólo consigo salvar a uno, dejándolo en la orilla. Observo cómo, cuando llega otro banco de pececillos, trata de incorporarse, pero aún no se ha recuperado de su rato de asfixia y no alcanza al grupo; cuando aparece un segundo grupo, ya empieza a bogar con algo más de ritmo y, finalmente, se irá nadando con el tercero, como si no le hubiera ocurrido ningún percance. Las gaviotas van tomando posiciones sobre las rocas de alrededor. Yo ya me he dado el masaje de Aloe-Vera y el repelente Goibi como prevención de probables mosquitos, y metido en el saco, de vez en cuando, levanto mis piernas enfundadas para espantarlas de la arena, cuando se me acercan demasiado. Lo que menos deseo es que se posicionen sobre la roca bajo la que descanso y me hagan sus regalitos blanquecinos nocturnos sobre mi cabeza. Por la mañana las veré agrupadas en la parte de atrás de la gran roca, que ha sido mi península privada por una noche. Son las 21:30 h cuando ya estoy acostado. (Leo en mi diario: “De día he visto media luna” pero, durante la noche, no la veo. Esto me obliga a rectificar el texto aplicado a la primera foto del día en el Faro del Fangar, ya que lo que yo creía luna, era sol). No veo ni la luna, ni la Osa Mayor. Los mosquitos sobrevuelan pero no me pican.

Otra jornada intensa
Quizás lo más interesante del día ha sido este último encuentro con Eugeni y Joan, pero no puedo olvidar la emoción sentida con Jaime y que me ha hecho retroceder a 1936. ¡Qué bello resulta conectar con la bondad de estas gentes que el camino me propicia! Tampoco ha sido baladí el encuentro con el biólogo catalán-USA que ha dado de beber al sediento; ni La Barraca que ha dado de comer al hambriento. También me va produciendo buenas sensaciones el GR-92 o Camí de Ronda, que empieza a ser magnífico.

1 comentario:

  1. Excelente post!!
    Te felicito, Javi!!
    Y te invito a nuestro facebook...

    facebook.com/lo.fangar.7

    saludos!!

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