lunes, 13 de mayo de 2013

Etapa 31 (209) Deltebre-Platja del Fangar

Etapa 31 (209) 28 de junio de 2009, domingo.
Deltebre-(Port del Fangar-Deltebre)-(Punta del Diamant-Platja de la Marquesa)-Punta del Fangar-Faro del Fangar-Platja del Fangar.

Paco y Mauricio me llevan en coche al port del Fangar donde visitamos sus ostreras y mejilloneras y me devuelven a Deltebre. Luego Salvador me lleva en su coche a la Punta del Diamante, tira varias veces el rall, con éxito y me deja en Vascos donde como y ya, olvido vehículos hasta que en Salou vuelva a hacer una experiencia similar a la de Denia, aprovechando que el tren de se aproxima a las costas entre l’Ampolla y Salou. 

Amanecer en la Barraca
Me levanto a las siete. Tengo algo de sed, ¿será debido al cava de ayer? Me afeito, cago, me visto y enchufo el móvil de nuevo, ya que durante la noche a penas se ha cargado. Escribo el diario pero me cunde poco pues, cuando veo la barraca de enfrente bien iluminada por el sol, salgo a fotografiarla. Una forma bonita de iniciar la mañana. A esta barraca se accede por camino, pero al estar rodeada de agua, también permite hacerlo por barca e, incluso, se pueden hacer algunos recorridos con este vehículo fluvial por los alrededores. Yo, con niños pequeños que aún no hayan aprendido a nadar, no me atrevería a pasar unas vacaciones; cualquier descuido podría ser fatal; pero, con adultos, el enclave es magnífico. Se ve el reflejo en el agua y una focha nadando. Luego saco parcialmente la barraca de Salvador, en la que he dormido, pero como tengo poco espacio para alejarme, no podré fotografiarla en todo su esplendor. 

En barraca cerrada no entra ni su padre
Un paralelismo al de “en boca cerrada no entran moscas”, para explicar que, cuando voy a volver a entrar a la barraca para seguir escribiendo, me encuentro con que se me ha cerrado la puerta y no hay forma de abrirla. Como la llave me la he dejado dentro, no puedo continuar con el diario y me tengo que hacer a la idea de que me tengo que quedar fuera hasta que llegue Salvador en mi busca y con la duda de que tenga otra llave a mano para poder entrar a recoger mis pertenencias. ¿Qué hago? Tampoco puedo llamarle, porque el móvil se está cargando dentro. Insisto, y la puerta no se abre. ¡Qué desesperación! Busco otra llave y no hay otra en el rincón. Cuando ya me estoy haciendo a la idea de que no tengo otra alternativa que esperar, me doy cuenta de que la puerta por la que pretendía volver a entrar a la barraca, no era la misma que por la que había salido. Voy hacia la otra, y está abierta. ¡Qué alivio!

Escribiendo el diario, llega Salvador
Continúo con el diario y me dedico a hacer el equipaje, recoger el móvil cargado y, para cuando llega Salvador, todavía me queda mucho que contar de ayer. Cuando le cuanto lo que me ha pasado con la puerta, se ríe. Le cuento la breve historia del homosexual y los camioneros entre Les Cases d’Alcanar y Sant Carles de la Rápita. Nos vamos otra vez a desayunar donde Nicanor. En ninguno de los lugares que voy desayunando en toda la vuelta a la península, me han sacado una vajilla tan apropiada como aquí; todo a juego: taza, jarrita de leche y en el platillo, dos de azúcar blanquilla, una de azúcar moreno y sacarina (que no toco) y, previo, un bocadillito de chorizo, riquísimo. Después de no quererme cobrar la cena de anteayer, ya ni me preocupo de pagar este desayuno. Me doy por invitado. Otra cosa más para añadir a mi deuda de amor con estos lacaveños. Cuando estamos terminando de desayunar, aparecen Mauricio y Paco, invitándome a ver sus mejilloneras. Salvador me anima y me voy con ellos en su coche. Cuando me traigan de vuelta, avisaremos a Salvador para hacer el programa que habíamos previsto.

Port del Fangar. Las mejilloneras de Mauricio
Mauricio fue el primero que inició este sistema de cultivo que, me dice, es diferente al que utilizan en Galicia. Llegamos en su coche al Port del Fangar, lo dejamos aparcado y montamos en una gabarra , una especie de plataforma o barcaza plana, a motor, que nos va desplazando hacia el interior del port, hacia las mejilloneras (veré también que tiene ostreras).

Cuando estamos saliendo del puerto, lo que parece que se mueven son las vigas que están en el suelo sobre el cemento portuario pero no, somos nosotros los que nos vamos alejando. Conduce Mauricio y Paco participa en la conversación.

Cuando nos acercamos a una mejillonera, Mauricio maniobra con el motor y Paco favorece la llegada.

Mauricio eleva uno de los racimos de mejillones, con el fin de comprobar su crecimiento; además de su amarre filamentoso, estos mejillones están protegidos por una red.











Luego subimos a su casa marítima, donde suelen celebrar comidas familiares y con amigos. Las familiares cada vez van siendo menos porque, como él viene casi todos los días, los domingos le apetece poco volver a este refugio.



Después visitamos las ostreras, que se ponen también en racimos más simples, de menor espesor, pero con un trabajo mucho más laborioso; se aferran a la cuerda por parejas que se unen con un mortero de cemento. A ese trabajo inicial, hay que añadir el de separación y limpieza y las están pagando a un precio de 1,50 € unidad cuando, para que fueran rentables les debían pagar a 2,50 o 2,80 €. Seguramente dejarán de cultivarlas. También el mejillón lleva trabajo extra de limpieza y, al llevar red, se dificulta la tarea. Esta red antes no se ponía, pero ahora, cuando implantan las crías de mejillón, tienen que rodearlas con red, para que no se coman las conchas jóvenes las doradas; cuando son grandes, ya no hay problema, porque la dorada ya no tiene fuerza con su boca tronzadora para romperlas. Abandonamos ostreras y mejilloneras y nos volvemos al puerto. Al llegar encontramos a Xan, biólogo galego, que estaba muy a gusto trabajando en una granja pero, su asma alérgico le obligó a abandonar. Ahora trabaja en un proyecto de piscifactoría de dorada, que ha sido comprada por unos griegos, que saben mucho de este tema y están a punto de comprar una segunda. Xan es un hombre con poco pecho (quizás debido a su asma), pero del que sorprende su vitalismo y energía. Volvemos en el coche a Deltebre y agradezco a Mauricio y Paco todo lo que me han enseñado. Llamamos a Salvador al móvil y no coge, así que pido que me dejen en las barracas y me despido. 

Despedida de la Barraca
Me equivoco de camino y me dirijo hacia las alquiladas, en lugar de a la privada de Salvador. Me lo encuentro haciendo algo al arroz. Un cartel dice que ese arroz ecológico se servirá cocinado en el Restaurante Nicanor a partir de setiembre. Me dice que, entre la gente que visita el delta y que alquila las barracas para pasar sus vacaciones, hay unos que prefieren el paisaje verde de ahora y, otros, el dorado de setiembre. Por lo que me dice, ambos tienen su encanto.

Mientras Salvador hace su trabajo, yo continúo con mi diario. Cuando termina me propone alargar más mi estancia, pero le pido que me lleve a Vascos, para poner al día mi diario y hacer el recorrido del Fangar. Nos vamos y he perdido la oportunidad de fotografiar al burro vasco, a la burra árabe y todas las especies de gallináceas que el primer día vi ya de noche. Los únicos animales que fotografío son dos gansos o, quizás, sean dos ocas.

La Punta del Diamante
Pasamos por su casa y me presenta a su mujer, ¿Pepi? Montamos en su coche y, en el camino, me dice cuál es el camino que me conviene coger al día siguiente para salir al port del Fangar camino de l’Ampolla. Pongo atención y memorizo las claves para no equivocarme. Si cojo un camino demasiado pronto, me puede sacar al Port del Fangar en zona sin camino o con camino demasiado fangoso, malo para caminar.

Cogemos el camino del restaurante Vascos, pero tiramos hacia la izquierda, para ver las mejilloneras desde el lado opuesto al que las he visto esta mañana, trepar al mirador para comprobar que subiendo a una altura, el efecto espejismo desaparece y ver si, hacia la Punta del Diamante, hay pesca. Después de subir al mirador, nos acercamos a la orilla contraria del puerto del Fangar y él aparca el coche y selecciona el rall que va a utilizar hoy.

Vemos cómo saltan algunos peces del agua a comer algún mosquito. Un chico, que acaba de llegar, todavía no ha pescado ninguno. Salvador intuye que hay pesca. Lanza el rall y, en la primera, ya viene enredado un pescadito pequeño y en la tercera tirada coge dos, aunque uno se escapa de la red. El que viene es de ½ ración, una lisa (mujol) que, cogidos allí, dice, “son exquisitos”. Como ve que hay pesca para dar y tomar, dice que volverá por la tarde. Volvemos a Vascos y nos despedimos. Primero con un frío apretón de manos, pero acabamos dándonos un abrazo. “Tendrás noticias mías, Salvador”, le digo. De Nicanor ya me había despedido al marcharme con Mauricio y Paco. Se acabaron, por unos días, los viajes en vehículo a motor.

En Vascos. Un regalo de Cinta Otamendi
Como hace calor, al llegar al bar pido una tónica y un vermut de garrafa, lo mezclo y está muy bueno. Les digo que comeré a las 13:30 h y me pongo a escribir el diario. Tengo mucha tarea. El bolígrafo no va bien y hago un parón para enseñar mis dibujos a la chica que atiende la barra y el comedor del bar, con la iglesia de la plaça Major sin terminar. Llama a una mujer, a la que también le gusta, aunque no está hecho más que una parte del campanario. Esta mujer es Cinta y, cuando le digo que vengo a pie desde Irun, me dice: “Mi padre creó Vascos y nació en Aginaga.” Se emociona, pues su padre ya falleció y ahora quieren hacer desaparecer el restaurante que él fundó y ahora regenta ella. Me dice: “Me gustaría tener un dibujo del edificio, ahora que el local está en precario y apercibido de cierre por la Ley de Costas”. Hoy tengo mucho que andar y no le prometo nada. Me enseña el comedor, que está muy chulo, pero con un aire acondicionado muy fuerte. Le digo que prefiero comer en el bar, como ayer, que no soy muy ducho en dibujar interiores y que, quizás, mañana haga un dibujo del exterior. Saco fotos de la fachada por si mañana no estoy inspirado para dibujar, y poderlo hacer estando ya en casa; aunque ya no sería un dibujo sacado del original, sino una copia. ¡Se verá! Hoy hace ya mucho calor en el exterior. Cinta me da sus señas en Deltebre. Un poco antes de la hora señalada me empiezan a dar la comida. Como chipirones en tempura, que están deliciosos; me saca luego anguila, que me trae recuerdos poco gratos, a pesar de que las que comíamos eran  pescadas por mi padre; cuesta quitar la espina central. Es un plato que no había pedido, pues me atraía poco, y había decidido comer merluza a la vasca. Me dice que coma la anguila que quiera, que no me la cobrarán y, tras comer unos trocitos, me traen la merluza. Está rica, pero distinta a lo que estoy acostumbrado en el Norte, lleva un espárrago no muy tierno, langostino, almeja y julibert (guisante). Voy a pedir otra caña y pagar, pero me quedo sin cerveza porque no me atrevo. “Estás invitado por la casa, no todos los días llega a Vascos alguien que viene caminando desde el País Vasco".

Terminada la comida, entro a la cocina a agradecer. Cinta, aunque nacida en el Delta, se siente vasca y agradece mi presencia. Su apellido, Otamendi, delata su procedencia y el lugar donde nació su padre, el publecito de Aginaga, de donde las angulas adquirieron más fama. Antes de salir paso por el retrete, donde dejo mi óbolo; no cojo agua, pues llevo de la de casa de Salvador, a la que he exprimido algo del limón de los chipirones y, dando las dos de la tarde, salgo de Vascos hacia el Faro del Fangar.

Marquesa, Faro y Punta del Fangar
Saco foto de la parte trasera de Vascos y bajo a la playa de la Marquesa. Hoy, domingo, no hay nadie de la familia de Llorenç, así que me voy a dar un baño un poco más adelante, donde toman el sol, desnudas, dos ciclistas. Ellas se bañan a continuación, mientras yo me estoy secando y me marcho desnudo con las mochilas.

De nuevo los espejismos
Aunque ayer ya los fotografié, como no tengo ninguna certeza de que la foto refleje lo que estoy viendo, me dedico a sacar unas cuantas más; ¡a ver si consigo que parezca que los coches vuelan o que van rodando sobre las aguas.

Llego a la zona en que las dunas son más altas y aquí también se pueden apreciar los postes metálicos delimitadores de la zona dunar protegida, con las cuerdas y los trapitos verdes colgando.

Paso a paso, voy llegando hasta la zona textil del faro, donde me doy otro baño. Estoy gozoso, sin la premura de ayer, con toda la tarde para mí. Me pongo calzoncillo hasta que logro pasar la zona y me lo vuelvo a quitar y me doy nuevo baño. Una chica con sombrilla, que está con tres chicos, toma el sol en la sombra mientras ellos se bañan con una lancha de plástico que, con el viento, se les vuela. Un pescador me va nombrando lo que se ve al frente: l’Ampolla, l’Ametlla de Mar, Hospitalet de l’Infant, Cambrils…

Caminando descalzo por el fango
Cojo el primer ramal. Estoy llegando a zona en que la textura de la arena va volviéndose más arcillosa y tengo que andar con mucho tiento para no patinar; es la razón para no llegar hasta la Punta del Fangar. Retrocedo por este mar interior que es el Port del Fangar, donde están las mejilloneras que he visitado a primera hora del día, pero con intención de ir saliendo hacia el faro. Encuentro dos zapatos de plástico rosas, como los de andar por casa de mis nietos, que se los empieza a llevar el agua con la subida de la marea. Pregunto a una familia de mariscadores y acierto a la primera, son de una de las niñas; los cojo y los dejo sobre las ramas secas de un árbol seco.

Como el pisar en ese suelo, que cada vez es más fangoso, se está haciendo más complicado, decido abandonar definitivamente la Punta del Fangar. El terreno se está volviendo resbaladizo, temo caer con las mochilas y el lodo va tomando tonalidades verdosas. Trato de coger la rodada de un coche que, al menos, ha hecho un surco bajo el teflón compacto y deslizante; de esa forma camino lento pero más seguro. Viendo esa especie de lago interior que es Port del Fangar, me surge la duda de si el efecto espejismo de la reverberación de los rayos solares en la arena, no participa de esta visión acuática también; pero me aseguran que no, que los espejismos son espejismos auténticos. Si no fuera así, lo que parece agua, sobre la que caminan coches, sería realmente agua. Una pareja, sin querer, se ha metido en zona prohibida. La protegen para la cría de los ocellos. Tras un rato de zozobra, salgo a buen camino, más firme, que hace de carretera para llegar al faro o a la punta del Diamante.

Dudando entre el Faro o el Diamante
Como Salvador había dicho que iba a volver a pescar por la tarde, dudo si ir hacia el mar interior o hacia el faro. Decido lo segundo, porque ¿a qué hora de la tarde vendrá él a pescar? En principio, voy para donde Salvador ha lanzado el rall tres veces a mediodía. Me asomo y no lo veo por allí; cambio de dirección hacia el faro.

Los coches aparcados en el faro, parece que han amerizado en un lago marino y, en ese momento, me llama mi hermana Lucía desde Londres y le confundo con mi prima Lourdes, para variar. Me cuenta su viaje, las grandes ciudades, el frío, los aviones con pastilla, salvo uno de 35 minutos. Vieron mucho pero echó en falta un descanso en la playa. Le hablo del delta del Ebro y mi paseo en calzoncillos, como los marginados USA que ella me cuenta. Le cuento los encuentros con los Usandizaga y con nuestras primas Iribar-Aldabe, y alguna anécdota más.

Faro del Fangar
Llegando al faro, sigo hablando con mi hermana y aparece Roberto, el que estaba en Blau de platja Eucaliptus, donde desayuné hace un par de días. Le sorprende verme aún por aquí. Le explico la razón, la visita a Cambrils, a las mejilloneras, la barraca. Su chica se baña y yo me voy a la zona final donde acaban los textiles Ahí veo a una familia con niña y niño desnudos, me coloco a prudente distancia y me doy un nuevo baño. Se empieza a oscurecer el día y mi intención es quedarme a dormir en dunas. No parece que las nubes que se aproximan vayan a descargar, pero certeza absoluta no tengo. Los vecinos me dicen que no va a llover y me quedo más tranquilo. No muestran demasiado interés en mi vuelta a la península, pero me desean buen viaje y se van. Tumbo la mochila y me siento por primera vez en ella. Estoy algo incómodo porque me oprime el estómago y acaba poniéndoseme mal cuerpo; ¡donde esté una mesa y una silla para escribir! Un chico saca fotos a una chica en las dunas. Luego ella se desnuda y le sigue sacando en el agua. Ahora veo parcialmente sus cabezas sobresaliendo de la duna y no sé si siguen con fotos o han cambiado de tema; pero ni sé, ni me importa.

Van a dar las nueve, los mosquitos empiezan a revolotear. He matado varios, pero sólo uno con sangre, ¿sería la hembra? Me resisto a darme el repelente pero, finalmente, me doy en la cara que es la parte que va a quedar más visible; el resto estará cubierto por el saco de dormir. También embadurno la toalla azul que envuelve mi almohada. Aunque alguna picadura ya me he llevado mientras estaba desnudo, creo que me libro de ellas el resto de la noche. Al fin han vuelto el fotógrafo y la modelo y, al pasar, les pregunto: “¿Qué tal ha ido la sesión fotográfica?”, me responden que bien y se van hacia el faro. Yo también saco fotos de faro con el atardecer y sus nubarrones.

Como pipas de calabaza y la naranja que me ha dado Salvador; riquísima y muy dulce. Entierro cáscaras y piel bajo la arena. Me meto en la cama y no veo ni a la Osa Mayor, ni la luna (que ayer en Cambrils vi muy creciente). El ocaso del sol ha ido por fases: primero un sol oculto entre nubes pero reflejándose en el mar y con el faro y duna. Ahora saco otra desde el lugar donde duermo. Un sol rojizo en zona de molinos de energía eólica que, con la oscuridad ya no sé si se verán. Estoy con Velvia-50, tumbado en saco y sobre colchoneta y las mochilas apoyadas en poste metálico con tapón naranja que delimita la zona de playa y la de dunas, con cuerda y cinta verde, como de Riumar a El Garxal. Duermo partido en dos, medio cuerpo superior en duna, bajo la cuerda, y el otro medio en la playa; medio cuerpo en zona prohibida y el otro en autorizada. Los mosquitos revolotean ante mi cara. Se avecina buena noche.

Último día completo en el Delta del Ebro
Ha sido un buen día y, de nuevo, muy variado. El despertar en la barraca de Salvador. Visita a mejilloneras y ostreras de Mauricio, con Paco. Curioso el encuentro con Xan. Despedida de Nicanor. Últimas tiradas de rall con Salvador y despedida del mejor cicerone privado que he tenido en mi vida. Sin él y la colaboración de Nicanor, mi visita al Delta del Ebro, habría sido otra cosa bien distinta. La revisión de los espejismos y la comprobación de que, estando en altura, ese efecto no se produce. La invitación de Cinta a comer en Vascos ha sido de agradecer. A ver si correspondo con un bonito dibujo. Ricos los chipironcitos en tempura y la merluza; la anguila para olvidar. Con lo que me queda por ver mañana, esta visita al Delta del Ebro, será inolvidable.

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